Capítulo 2
Isabella
—No
creo que esta sea una buena idea —le digo a Jacob, sacando mis cajas de leche
apiladas de la parte trasera de su auto—. Me siento como una vividora.
Mi
novio muestra esa peculiar inclinación de sus labios donde solo ves el lado
izquierdo de sus dientes.
—Entonces,
¿qué vas a hacer? —Me mira, deslizando mi mesa de dibujo plegable hacia él y
levantándola—. ¿Quedarte en casa de tus padres?
Sus
ojos azules están entrecerrados, probablemente por la falta de sueño, mientras
ambos caminamos y colocamos nuestras cosas en los escalones del porche de la
casa de Edward Masen.
Nuestro
nuevo hogar.
Los
últimos días han sido una locura, y no puedo creer que ese tipo sea su padre.
¿Cuáles son las posibilidades? Ojalá nos hubiéramos conocido de un modo un poco
diferente. No conduciendo a la estación de policía a las dos en punto de la
mañana para sacar a su hijo, mi novio, de la cárcel.
—Vamos,
te lo dije —comenta Jacob, volviendo al auto por más cosas—. Mi papá fue quien
se ofreció a dejar que nos quedáramos aquí. Simplemente ayudamos en las tareas
domésticas, y esto nos da la oportunidad de ahorrar para un nuevo lugar. Un
mejor lugar.
Claro.
¿Y cuántos niños se mudan a casa para hacer eso y terminan quedándose otros
tres años en su lugar? Su padre tenía que saber a qué se estaba ofreciendo.
Haré
todo lo posible para irme lo más pronto posible, pero Jacob no ahorra dinero.
Conseguir un nuevo lugar, con un depósito, el cual perdimos en el apartamento
anterior debido a daños menores en las alfombras, y los servicios públicos
requerirán un efectivo sustancial. Una vez que tengamos un lugar, Jacob puede
ayudar a pagarlo, pero en realidad conseguirlo y asegurarlo dependerá de mí.
Han
pasado tres días desde el teatro y de conocer a Edward Masen. Una vez que
sacamos a Jacob, llegué a casa y encontramos nuestro departamento completamente
destrozado. Aparentemente, estaba tratando de hacerme una fiesta de cumpleaños
tarde en nuestra casa, pero nuestros amigos, sus amigos, no esperaron para
comenzar las festividades. A las once, todos estaban borrachos, la pizza ya no
estaba, pero bueno, me guardaron un pedazo de pastel.
Tuve
que ir al baño para no llorar frente a ellos cuando vi el lugar.
Aparentemente,
comenzó una pelea durante la fiesta, los vecinos se quejaron del ruido, Jacob
los insultó, y él y otro de sus amigos fueron llevados para que se calmaran.
Mel, el propietario, declaró en términos inequívocos que ya había tenido
suficiente y que Jacob tenía que irse. Fui bienvenida a quedarme, pero no había
forma de que pudiera pagar todo por mi cuenta. No después de haber agotado mis
ahorros ayudando a reparar su auto el mes pasado.
Y,
gracias a Dios, la policía lo dejó ir sin fianza esta vez, porque no tenía cien
dólares para exprimir de ninguna parte, mucho menos dos mil quinientos.
—Eres
su hijo —le recuerdo a Jacob, agarrando mi lámpara de pie, una de las únicas
cosas importantes que no almacenamos, ya que el padre de Jacob ya tenía una de
las habitaciones extras amuebladas—. ¿Pero quedarme aquí también, que él pague
todas las cuentas? No es correcto.
—Bueno,
no creo que sea correcto por mi parte tener que prescindir de esto todos los
días —bromea con una sonrisa engreída mientras me acerca a él y me rodea con
sus brazos. Suelto la lámpara y sonrío, complaciendo su alegría a pesar que me
siento mal. Ha pasado mucho tiempo desde que me sentí a gusto el tiempo
suficiente para olvidarme del estrés que nos golpeaba en todo momento. No hemos
sonreído juntos desde hace tiempo, y está empezando a no ser algo natural.
Pero
en este momento, tiene ese brillo infantil en sus ojos como si fuera el tornado
más adorable y dijera “¿no me amas?”.
Planta
su frente en la mía, entrelazo mis dedos a través de su cabello rubio y miro
sus ojos azul oscuro que siempre dan la impresión de que acaba de recordar que
tiene un pastel entero esperando en el refrigerador.
Tomando
mi mano derecha en la suya, levanta ambas entre nosotros, y estrecho la suya en
la mía, sabiendo lo que está haciendo. Nuestros dedos se envuelven alrededor de
la mano del otro, nuestros pulgares uno al lado del otro, y sostiene mi mirada,
mientras los mismos recuerdos pasan entre nosotros.
Para
cualquier otra persona, parece un agarre de lucha libre, pero cuando miramos
hacia abajo, vemos nuestros pulgares uno al lado del otro y la pequeña cicatriz
del tamaño de un guisante que ambos tenemos y compartimos solo con una persona
más. Es tonto cuando le contamos a la gente la historia: El arma de balines del
hermano pequeño de un amigo, que era demasiado pequeña para nuestras manos, y
nos lastimamos la piel cuando tratábamos de usarla, los tres nos reímos cuando
nos dimos cuenta que teníamos la misma cicatriz en el dorso de nuestros
metacarpianos.
Ahora
solo somos Jacob y yo. Apenas los dos. Dos cicatrices, ya no somos tres.
—Quédate
conmigo, ¿de acuerdo? —susurra—. Te necesito.
Y
por un extraño momento, veo vulnerabilidad.
También
lo necesité una vez, y él estuvo allí. Hemos pasado por muchas cosas, y
probablemente sea mi mejor amigo.
Por
eso soy demasiado indulgente con él. No quiero que sufra.
Y
es por esa razón que permito que me convenza de esto. Realmente no quiero
mudarme con mi papá y mi madrastra, y es solo hasta el final del verano. Una
vez que reciba mis préstamos estudiantiles para el otoño y haya ahorrado dinero
por trabajar este verano, puedo pagar mi propio apartamento nuevamente. Creo.
Jacob
me abraza y se queda callado. Sabe que todavía estoy enojada con él por haber
sido arrestado y por el daño al apartamento, pero sabe que me preocupo. Estoy
comenzando a preguntarme si es una de mis fallas. Definitivamente mi debilidad.
Se
inclina y ahueca mi trasero, se zambulle en mi cuello y me besa. Jadeo cuando
se presiona contra mí, y me río, retorciéndome en sus brazos.
—¡Detente!
—lo regaño en un susurro mientras miro nerviosamente a la casa de dos pisos
detrás de mí—. Ya no tenemos privacidad.
Sonríe.
—Mi
papá todavía está en el trabajo, nena. No estará en casa hasta alrededor de las
cinco.
Oh. Bueno, al menos eso es bueno. Miro a
un lado y al otro de la calle del vecindario, viendo una casa tras otra, las
cortinas abiertas y niños jugando aquí y allá. No es como en los apartamentos
donde todo el mundo se entera de todo, pero realmente no importa, porque estás
de forma temporal y no te quedarás lo suficiente como para que nadie piense que
mereces su atención. Aquí, en un vecindario de verdad, las personas invierten
su tiempo en quién vive al lado.
Respiro
profundamente, empapándome del olor de las parrillas y el sonido de las
cortadoras de césped. Es un barrio realmente agradable. Me pregunto si esta
podría ser yo algún día. ¿Encontraré un buen trabajo? ¿Tendré una buena casa?
¿Seré feliz?
Jacob inclina su frente
hacia la mía otra vez.
—Lo
siento. —No me mira, sino al suelo—. Sigo arruinando las cosas, y no sé por
qué. Soy tan inquieto. Simplemente no puedo…
Pero
no termina. Solo sacude la cabeza, y lo sé. Siempre lo sé.
Jacob
no es un perdedor. Tiene diecinueve años. Es impulsivo, está enojado y confundido.
Pero
a diferencia de mí, nunca tuvo que crecer. Siempre hay alguien que se ocupa de
él.
—Sabes
quién debes ser —le digo—. Comprometerse a eso es un proceso diferente para
todos, pero llegarás allí.
Alza
la mirada, y un momento de duda cruza su mirada como si fuera a decir algo,
pero luego se fue. En su lugar, muestra su pequeña sonrisa arrogante.
—No
te merezco —contesta, y luego me da una palmada en el trasero.
Me
estremezco, conteniendo mi molestia mientras nos separamos. No, no me
mereces. Pero eres lindo y das buenos masajes.
Terminamos
de descargar el auto y hacemos varios viajes de ida y vuelta, llevando todo a
la casa. Dejo los pocos alimentos que compré antes en la cocina y luego llevo
una última caja por la sala de estar y subo las escaleras hasta nuestra
habitación, la primera a la izquierda.
Inhalo
profundamente mientras giro la puerta de entrada de nuestra nueva habitación,
incapaz de ocultar mi sonrisa ante el olor a pintura fresca. Por el aspecto de
la casa en la que nos estamos mudando, el padre de Jacob la está renovando.
Aunque parece que la mayor parte del trabajo principal está hecho. Había
relucientes pisos de madera en la planta baja, con molduras de corona en cada
habitación, encimeras de granito en la cocina con todos los electrodomésticos
de acero inoxidable nuevos, y los gabinetes de vidrio y negro hicieron que mi
corazón se agitara un poco. Nunca había vivido en un lugar ni remotamente tan
agradable. Para un trabajador de construcción, Edward Masen no es un mal diseñador.
Definitivamente
es una bonita casa. Un lugar realmente agradable, de hecho. No es que sea una
mansión, simplemente una casa de dos pisos con un pequeño porche que conduce a
la puerta de entrada, pero está reconstruida, hermosa, bien cuidada, y los patios
delanteros y traseros son verdes.
Dejo la caja y camino hacia
la ventana, mirando entre las persianas. Un patio de verdad. La
situación de la mamá de Jacob no siempre fue excelente, así que es bueno saber
que tiene un vecindario limpio y seguro aquí cuando lo necesita. Me pregunto
por qué siempre hacía que pareciera que necesitaba a alguien que lo cuidara
cuando tenía esto en cualquier momento que quisiera. ¿Qué pasa con él y Edward Masen?
Algún
día también voy a tener un lugar como este. Desafortunadamente, mi padre morirá
en ese remolque en el que crecí.
Jacob
entra, dejando un par de maletas sobre la cama, e inmediatamente se va de
nuevo, sacando su teléfono en su salida.
—¿Crees
que a tu papá le importará si uso la cocina? —pregunto, siguiéndolo fuera de la
habitación—. Tengo cosas para hacer hamburguesas.
Sigue
caminando, pero escucho su risa entrecortada.
—No
me puedo imaginar a ningún hombre, ni siquiera a mi papá, diciéndole a una
mujer que no puede usar su cocina para hacerle una comida, nena.
Sí,
claro. Echo un
vistazo a su espalda cuando gira a la derecha en la sala de estar y se dirige
hacia afuera. Sigo yendo directo a la cocina.
Solía
gustarme hacer cosas por Jacob. Estar allí para él más de lo que mi madre
estuvo para mi padre. Tener una casa limpia, o un departamento, y verlo sonreír
cuando le hacía la vida un poco más fácil, o me aseguraba que tuviera lo que
necesitaba. Aunque, se ha vuelto unilateral en los últimos meses.
Sin
embargo, su padre está haciendo mucho por nosotros, y cocinar algunas noches a
la semana es parte del acuerdo, así que no tengo problema para cumplir mi parte
del trato. Bueno, nuestra parte del trato, pero Jacob no va a cocinar,
así que le dejaré el trabajo del jardín, lo que su padre también estipuló era
su responsabilidad de mantenerse ocupado.
Edward
Masen. Tuve que hacer un esfuerzo para no pensar en el teatro la otra noche.
Todavía es difícil entender la aleatoriedad de toda la situación.
Sigo
pensando en el fósforo de la donut, y la charla que me dio sobre ir detrás de
lo que quiero. Una parte de mí, sin embargo, siente que también se decía esas
cosas a sí mismo. La experiencia y tal vez un poco de decepción se juntaron en
su tono, y quiero saber más sobre él. Por ejemplo, cómo fue ser un padre joven.
Y
también pensé que era lindo. ¿Y qué? Creo que Chris Hemsworth es lindo. Y
Ryan Gosling, Tom Hardy, Henry Cavill, Jason Momoa, los hermanos Winchester… No es que tuviera pensamientos
sexuales, por todos los cielos. No tiene por qué ser incómodo.
No
puede serlo. Estoy con su hijo.
Caminando hacia una de las
sillas en la mesa de la cocina, saco mi teléfono de mi bolsa y abro mi
aplicación, Jessie's Girl, empezando inmediatamente donde quedó, después
de mi carrera esta mañana. Hago un escaneo de la cocina, así como de la sala de
estar, asegurándome que ninguna de nuestras cosas esté por ahí. No quiero
molestar a su padre más de lo que ya lo hacemos.
Camino
hacia el refrigerador, pasando la mano por la encimera de la isla de paso.
Mientras que los otros mostradores son de un granito marrón con pizcas de
negro, la parte superior de la isla está hecha de madera gruesa. La madera
suave está cálida bajo las yemas de mis dedos, y no siento ningún surco de
tallado. Toda la cocina parece renovada recientemente, así que tal vez no haya
usado mucho la tabla de cortar. O tal vez no es un gran cocinero.
Una
práctica lámpara de bronce cuelga sobre la isla, y doy un pequeño giro antes de
llegar al refrigerador, riendo en voz baja. Es agradable poder moverse sin
toparse con algo. Lo único que necesita esta cocina para hacerme pasar de una
inclinación de cabeza poco impresionada a abanicarme del calor, sería una pared
de azulejos contra salpicaduras. Los azulejos son sexys.
Al
llegar al refrigerador, saco la carne picada, la mantequilla y la mozzarella,
doy una patada a la puerta con el pie mientras doy la vuelta y pongo todo sobre
la isla. Recojo las dos cebollas que dejé en el mostrador antes y bailo con la
música, deslizándome y balanceándome, mientras tomo un cuchillo de carnicero
del bloque y comienzo a cortarlas en finas rebanadas.
La
música en mis oídos aumenta, el vello en mis brazos se eriza, y siento un
estallido de energía en mis piernas, porque quiero bailar, pero no me lo
permitiré. Espero que Edward Masen esté de acuerdo con la música de los 80 en
su casa de vez en cuando. En el teatro, no dijo que no le gustaba, pero tampoco
contaba con que viviríamos con él.
Me
limito a mover los labios y mover la cabeza mientras formo cinco hamburguesas
grandes en mis manos y las comienzo a poner en una sartén limpia, ya calentada
y cubierta con mantequilla derretida.
Estoy
balanceando las caderas de lado a lado cuando siento un cosquilleo que se abre
paso alrededor de mi cintura. Salto, mi corazón salta en mi pecho mientras un
jadeo se aloja en mi garganta.
Dándome
vuelta, veo a mi hermana detrás de mí.
—¡Tanya!
—me quejo.
—Te
atrapé —se burla, sonriendo de oreja a oreja y pellizcándome en las costillas
de nuevo.
Detengo
la música en mi teléfono.
—¿Cómo
entraste? No escuché el timbre.
Rodea
la isla y se sienta en un taburete, apoyando los codos y levantando un aro de
cebolla.
—Vi a Jacob afuera
—explica—. Me dijo que entrara.
Arqueo
mi cuello, mirando por la ventana y lo veo a él y un par de sus amigos rodear
el viejo VW de mi abuela, por el que pagó el papá de Jacob para que lo trajeran
aquí, ya que ahora no funciona. No podía dejarlo en el departamento, y parece
que Jacob finalmente va a cumplir su promesa de arreglarlo, para que pueda
tener un auto.
El
chisporroteo de la carne friéndose en la sartén golpea mis oídos, y me giro,
volteando las hamburguesas. Una mancha de grasa golpea mi antebrazo, y hago una
mueca por el dolor.
Sé
que Tanya está aquí para ver cómo estoy. Viejos hábitos y eso.
Mi
hermana solo es cuatro años mayor, pero fue la madre que nuestra madre no
quería ser. Me quedé en el parque de casas rodantes hasta que me gradué de la
escuela secundaria, pero Tanya se fue cuando tenía dieciséis años y ha estado
sola desde entonces. Solo ella y su hijo.
Echo
un vistazo al reloj, viendo que son poco más de las cinco. Mi sobrino ya debe
estar con la niñera, y ella debe estar en camino al trabajo.
—Entonces,
¿dónde está el padre? —me pregunta.
—Todavía
en el trabajo, supongo.
Sin
embargo, pronto estará en casa. Paso las hamburguesas de la sartén al plato y
saco los panecillos, abriendo el paquete.
—¿Es
amable? —pregunta finalmente, sonando vacilante.
Estoy
de espaldas a ella, por lo que no puede ver mi molestia. Mi hermana es una
mujer que no tiene pelos en la lengua. El hecho que esté cuidando su tono dice
que probablemente tenga pensamientos que no quiero escuchar. Como por ejemplo:
¿Por qué diablos no solo acepto el trabajo mejor pagado, que su jefe me ofreció
el otoño pasado, para poder quedarme en mi apartamento?
—Parece
agradable. —Asiento, lanzándole una mirada—. Un poco callado, creo.
—Tú
eres callada.
Le
lanzo una sonrisa, corrigiéndola.
—Hablo
en serio. Hay una diferencia.
Se
ríe y se sienta derecha, tirando del dobladillo de su top blanco sin mangas, el
sujetador de encaje rojo debajo muy visible.
—Alguien
tenía que ser serio en nuestra casa, supongo.
“En nuestra casa” al crecer,
quiere decir.
Pone
su cabello castaño detrás de su hombro, y veo los largos pendientes de plata
que usa y que combinan con su maquillaje brillante, sus ojos ahumados y sus
labios brillantes.
—¿Cómo
está Killian? —pregunto, recordando a mi sobrino.
—Un
mocoso, como de costumbre —responde. Pero luego se detiene como si recordara
algo—. No, espera. Hoy me dijo que les dice a sus amigos que soy su hermana
mayor cuando voy a buscarlo a la guardería —se burla—. La pequeña mierda está
avergonzada de mí. Pero, aun así, estaba como “Vaya, ¿la gente realmente cree
eso?”. —Y luego sacude su cabello otra vez, montando un espectáculo—. Quiero
decir, todavía me veo bien, ¿no?
—Solo
tienes veintitrés años. —Termino la hamburguesa con mozzarella rallada, agrego
otra hamburguesa, y también le pongo queso—. Por supuesto que sí.
—Ajá.
—Chasquea los dedos—. Tengo que ganar dinero mientras pueda.
La
miro a los ojos, y es solo por un momento, pero es suficiente para ver la
vacilación en su humor. La forma en que su sonrisa desconcertada parece una
disculpa y la forma en que parpadea, llenando el silencio mientras sus torpes
palabras cuelgan en el aire.
Y
cómo tira del dobladillo de su blusa hacia abajo para cubrir la mayor parte de
su estómago en presencia de su hermana menor.
Mi
hermana odia lo que hace para ganarse la vida, pero le gusta más el dinero.
Finalmente
vuelve su atención a mí, su tono suena casi acusador.
—Entonces,
¿qué estás haciendo, por cierto?
—Haciendo
la cena.
Sacude
la cabeza, poniendo los ojos en blanco.
—Entonces,
¿no solo no dejas al hombre con el que estás, sino que ahora estás
sirviéndole a otro?
Coloco
un par de aros de cebolla en la primera hamburguesa doble con queso y la cubro
con un panecillo.
—No
lo hago.
—Sí,
lo haces.
La miro con furia.
—Nos
quedaremos aquí, en este fabuloso vecindario, imagínate, libre de alquiler. Lo
menos que puedo hacer es asegurarme de mantener nuestro acuerdo. Limpiamos y
compartimos algunos de los deberes de la cocina. Eso es todo.
Arquea
con severidad la ceja derecha y se cruza de brazos, sin creérselo. Oh, por
todos los santos. De hecho, creo que estamos obteniendo la mejor parte de este
trato que Edward Masen, después de todo. Aire acondicionado, televisión por
cable y Wi-Fi, un armario-vestidor…
Extiendo
la mano por encima del mostrador y tiro de las persianas, espetando para que
deje de molestarme.
—¡Tiene
una piscina, Tanya! Quiero decir, por favor.
Abre
los ojos de par en par.
—¿De
verdad?
Se
levanta de la silla y se acerca, mirando hacia el patio trasero. La piscina es
perfecta. Con forma de reloj de arena, las baldosas multicolores en la cubierta
son de estilo mediterráneo, y tiene una entrada con un piso de mosaico. El
padre de Jacob todavía debe estar trabajando en eso porque hay una pantalla en
el otro extremo de la piscina con macizos para flores sin flores y picos para
mini cascadas que todavía no están instalados. Hay una mesa y sillas colocadas
al azar alrededor del perímetro, y el resto del patio trasero cubierto de
hierba tiene varios muebles de jardín que aún no están acomodados de manera
discernible. Una sombrilla de mesa se encuentra a la derecha, al lado de la
manguera, y una parrilla de barbacoa está cubierta con una lona a la izquierda.
Mi
hermana asiente con aprobación.
—Esto
es bonito. Siempre quisiste vivir en una casa como esta.
—¿Quién
no? —respondo. Todos deberían ser tan afortunados.
Aunque
todavía se siente mal estar aquí. Sin embargo, me preocupo mucho por Jacob, y
prefiero estar con él que en casa de mi padre.
Termino
las hamburguesas, mientras ella se da la vuelta, agarrando ambos costados del
mostrador y mirándome.
—¿Estás
segura que lo único que quiere es que limpies y cocines un poco? —insiste—. Los
hombres, sin importar la edad, son todos iguales. Yo debería saberlo.
Sí,
puedes callarte ahora.
Puedo cuidar de mí misma. Si los novios de la escuela secundaria y trabajar en
un bar no me han enseñado eso hasta ahora…
Pero vuelve a hablar,
entrando en mi espacio y deteniéndome.
—Solo
escúchame por un segundo. —Su tono se vuelve firme—. Es una casa bonita, un
vecindario seguro, y sí, puedes ahorrar un poco de dinero. Pero no tienes que
quedarte aquí.
—No
es la casa de papá y Sue, así que al menos hay eso —le respondo—. Y no puedo
quedarme contigo. Agradezco la oferta, pero no puedo estar en el sofá, en el
camino de todos, y ser capaz de estudiar con un niño de cuatro años tratando de
ser un niño en su propia casa.
Tengo
una clase de verano los jueves, así que necesito algo de espacio para trabajar.
—Eso
no es lo que quise decir —replica rápidamente—. Podrías haberte quedado en ese
departamento. Podrías haberlo pagado.
Abro
la boca, pero la cierro de nuevo, dando la vuelta para meter las hamburguesas
en el horno durante unos minutos.
No
otra vez. ¿Cuándo se va a dar por vencida?
—No
puedo, ¿de acuerdo? —le digo—. No quiero. Me gusta mi trabajo, y no trabajo
donde trabajas.
—Por
supuesto que no. —Me mira con aburrimiento—. Está por debajo de ti, ¿verdad?
—Eso
no es lo que dije.
No
pienso menos de mi hermana por su trabajo. Alimenta y viste a su hijo. Se tragó
su orgullo e hizo lo que tenía que hacer, y la amo por eso. Pero, y nunca se lo
diría, no es una carrera que hubiera escogido si hubiera tenido otras opciones.
Y
aún no me he quedado sin opciones.
Tanya
ha estado bailando en The Hook desde que tenía dieciocho años. Al principio,
era solo un trabajo temporal para mantenerse, después que su novio la dejara y
también a su hijo. Pero hacer malabarismos con la universidad y su hijo llegó a
ser demasiado y, finalmente, dejó la escuela. El plan era retomar el rumbo una
vez que Killian comenzara el jardín de infantes, pero eso será pronto, y no
creo que tenga planes inmediatos para dejarlo pronto. Está acostumbrada al
dinero.
Y hace casi un año, su jefe
me ofreció un trabajo de camarera allí, y desde entonces ella ha estado detrás
de mí, molestándome para que lo tome. Después de todo, podría ganar más que
suficiente para mantenerme, y tal vez tampoco tenga que sacar tantos préstamos
estudiantiles. Unos años y eso es todo, había dicho. Estaría fuera.
Pero
sé que servir es el trabajo, que su jefe hace que tomen las chicas, mientras
las convence para que comiencen a bailar en el escenario.
Y
no haré eso. Tampoco veré a mi hermana hacer eso todas las noches.
Mi
cuerpo es privado. Es personal para mí y para quien quiera mostrárselo. Me
quedaré en Grounders, gracias.
—Estoy
bien donde estoy —reitero—. Lo tengo bajo control.
Suspira.
—Está
bien —cede, rindiéndose por ahora—. Solo prepárate si esto no funciona, ¿de
acuerdo?
Esto, es decir que Jacob y yo vivamos en
la casa de su padre.
Me
muevo a su alrededor para sacar un poco de limonada del refrigerador y de
repente escucho el ruido sordo de un motor cada vez más cerca. Me detengo,
mirando hacia la ventana y veo la esquina de una camioneta negra entrar en la
calzada. El mismo Chevy Cheyenne del 71 al que subí después de la película la
otra noche para llegar con Jacob a la estación de policía.
Mi
corazón golpea mi pecho, pero lo ignoro y cierro rápidamente el refrigerador.
—Llegó
su padre —le digo, agarrando su bolso del mostrador y empujándolo hacia ella—.
Tienes que irte.
—¿Por
qué?
—Porque
esta no es mi casa —mascullo, empujándola hacia el cuarto de lavado y a la
puerta de atrás—. Al menos déjame esperar una semana antes que me imponga en su
espacio con todos mis amigos.
—Soy
tu hermana.
Oigo
el portazo de un auto.
Sigo
empujándola hacia la parte posterior, pero está clavando sus talones al suelo.
—Y
será mejor que me mantengas informada —exige—. No voy a dejar que permitas que
un pervertido de mediana edad y barriga cervecera que estuvo feliz con dejar
que una adolescente sexy se mudara a su casa comience a exigir un poco más a su
nueva inquilina.
—Cállate.
—Pero no puedo evitar reír un poco.
Sí, no tiene panza, ni es de
mediana edad, ni es un pervertido. No lo creo, de todos modos.
Se
da vuelta, golpeándome en el estómago juguetonamente y bajando la voz a un tono
profundo y ronco:
—Vamos,
cariño. —Se retuerce hacia mí, tratando de rodearme seductoramente con sus
brazos—. Es hora de pagar la renta, cariño.
—¡Cállate!
—susurro, medio gritando, riendo e intentando sacarla de la cocina—. Dios, me
avergüenzas. ¡Sal!
—No
tengas miedo —continúa, fingiendo que es un tipo viejo y espeluznante mientras
se lame los labios y trata de besarme—. Las niñas cuidan de sus papás.
Y
empuja contra mí en broma, inflando toda la barriga cervecera que puede reunir
con su cintura de cincuenta centímetros.
—¡Basta!
—suplico, ardiendo de vergüenza.
Me
toca las caderas, sonriendo mientras intento sacarla de la cocina.
Pero
luego se detiene de repente, su expresión cae y sus ojos se centran en algo, o
alguien, detrás de mí.
Cierro
los ojos por un momento. Estupendo.
Dándome
la vuelta, veo al padre de Jacob en la entrada, entre la sala de estar y la
cocina, parado y mirándonos. El calor sube por mi cuello al verlo de nuevo.
Escucho
a mi hermana respirar profundamente, y me alejo de ella, aclarando mi garganta.
No creo que haya escuchado nada. Al menos, espero que no.
Mueve
la mirada entre nosotras y finalmente la deja sobre mí. Su cabello corto está
un poco desordenado, y puedo ver el sudor de su día de trabajo todavía
humedeciendo los lados, y la sombra de barba en su mandíbula. Marcas negras
manchan sus antebrazos, y los tendones de sus manos bronceadas se flexionan
cuando agarra su cinturón de herramientas y el contenedor del almuerzo.
Inhala
profundamente y avanza, colocando sus cosas sobre la isla.
—¿Ya
mudaron todo? —me pregunta, pasándose una mano por el cabello.
Asiento.
—Ajá
—dejo escapar—. Quiero decir, sí.
Mi
corazón está haciendo esa cosa de nuevo, donde se siente como si estuviera
navegando en olas del océano dentro de mi pecho, y no puedo recordar lo que se
supone que debo hacer. Así que solo asiento de nuevo, parpadeando hasta que mi
hermana aparece a mi lado y finalmente recuerdo lo que estaba pasando.
—Edward. Señor Masen —me
corrijo—, lo siento. Esta es mi hermana, Tanya. —Apunto hacia ella—. Y ya se
iba.
La
mira.
—Hola.
Y
después, para mi sorpresa, su mirada regresa a mí por un momento antes de mirar
el correo sobre el mostrador y comienza a hojearlo como si no estuviéramos
aquí.
Parpadeo,
un poco confundida.
Tanya
es una atracción de feria. Puede que sea más joven que él, pero sin duda es una
mujer, y la mayoría de los hombres dejan que sus ojos se detengan sobre ella,
sus largas piernas y los pechos turgentes y grandes que tiene debajo de esa
camiseta sin mangas. Él no.
—Sí,
encantada de conocerte —dice—. Gracias por recibirla.
Nos
lanza una mirada rápida y una media sonrisa antes de tomar todos los sobres y
meterlos en un cajón del correo.
Tanya
comienza a salir de la cocina, y la sigo mientras entra al cuarto de lavado.
Una
vez que está fuera de su línea de visión, gira, diciéndome con un brillo
travieso en sus ojos abiertos:
—Oh,
Dios mío.
Aprieto
la mandíbula, sacudiendo mi barbilla para que siga caminando. Ahora va a estar
aquí todos los días coqueteando con él.
Escucho
a Edward detrás de mí, abriendo uno de los hornos, y me doy vuelta.
—Estaba
preparando la cena —le digo—. Para nosotros tres. ¿Está bien?
Cierra
el horno, y veo un atisbo de alivio en su rostro.
—Sí,
eso es genial, en realidad. —Suspira—. Gracias. Estoy hambriento.
—Estará
lista en quince minutos.
Alcanza
el refrigerador y saca una Corona, mete la tapa debajo de un abridor clavado
debajo de la isla y la quita, dejando caer la tapa en la basura.
—Suficiente
tiempo para ducharme —responde, mirándonos—. Disculpen.
Y luego sale de la cocina,
con la botella colgando de sus dedos mientras sale con solo medio paso. Me
detengo, y de nuevo caigo en cuenta de lo alto que es. Esta es una casa de buen
tamaño, también, pero sería imposible no notarlo en una habitación.
—Ahora
lo entiendo —me susurra mi hermana con burla al oído—. Y aquí estaba yo,
preocupada porque sufrieras avances indeseados de un viejo sudoroso y gordo.
—Cállate.
—Cierro los ojos con exasperación.
Escucho
que se abre la puerta trasera y el humor se adueña de su voz mientras bromea:
—Ahora
cuídate de tus hombres.
Me
giro para cerrarle la puerta de golpe en el rostro, pero grita, cerrándola
antes que tenga oportunidad.
—Oh,
no me gustan las cebollas.
Me
detengo ante las palabras de Edward y miro la salsa de barbacoa rociada sobre
mis obras maestras de aros de cebolla. Son una publicación de Instagram
esperando a suceder. Si quito las hermosas cebollas doradas, será solo un fail
para Pinterest.
—¿Y
si pruebas un poco? —Me arriesgo, con una sonrisa tímida—. Te gustará. Lo
prometo.
En
mi experiencia, los hombres comerán lo que tienen enfrente.
Parece
pensarlo un momento y luego cierra el refrigerador y se encuentra con mi
mirada. Su expresión se suaviza.
—Bien.
Probablemente
siente que me lo debe, ya que hice la cena, así que lo acepto. Cubriendo la
hamburguesa, le doy el plato, y él lo lleva hasta un taburete, tomando un
bocado antes de sentarse. Echo un vistazo por encima de mi hombro. Su mandíbula
deja de moverse, y parpadea un par de veces, los músculos de sus mejillas se
flexionan. Y luego escucho un gemido.
Me
vuelvo hacia la estufa para que no pueda ver mi sonrisa.
—En
realidad, está bueno —asegura—. Realmente bueno.
Solo
asiento, pero noto una pequeña pizca de orgullo.
—Cuando comes barato al
crecer —indico—, encuentras tus propias maneras de agregarle un toque gourmet.
No
dice nada durante unos segundos, pero después de un momento concuerda:
—Sí.
No
estoy segura si eso significa que solo está escuchando atentamente o está de
acuerdo conmigo. Si ha descubierto mi apellido, debe saber quién es mi padre.
Todos en la ciudad conocen a Chip Hadley, así que tendría una idea de cómo
vivíamos.
No
sé mucho sobre la familia de Jacob, o si siempre han vivido en esta ciudad. Edward
Masen no es rico, pero ciertamente no es pobre por el aspecto de su casa.
—Es
muy bueno. Lo digo en serio —dice nuevamente.
—Gracias.
—Me doy vuelta y coloco un plato en la isla perpendicular a su asiento para Jacob,
y el mío junto a ese.
Nos
quedamos en silencio, y me pregunto si también se siente raro. Hablamos tan
fácilmente la otra noche cuando no sabíamos quién era el otro, pero eso ha
cambiado ahora.
Escucho
movimiento desde la sala de estar y miro alrededor para ver a Jacob entrando a
la cocina. Sonrío. Tiene grasa en toda la camisa y una mancha bajo su labio.
Puede comportarse mal como si fuera su trabajo, pero también puede presumir de
un encanto infantil como si nada.
Agarra
la hamburguesa de su plato en una mano y mete una parte oxidada y sucia del
auto debajo de su brazo, inclina su barbilla hacia mí.
—Hola,
nena. Estamos trabajando en tu VW. No te importa si como afuera, ¿verdad?
Lo
miro.
¿Habla
en serio? Disparo una mirada entre él y su padre.
—Sí
—contesto suavemente, intentando decir más con mis ojos. No quiero comer a
solas con su papá.
—Vamos.
—Jacob ladea la cabeza, intentando convencerme con su expresión juguetona—. No
puedo simplemente dejarlos allá. Podrías venir y sentarte afuera con nosotros.
Cielos,
gracias. Frunzo los
labios y me vuelvo hacia el refrigerador, tomando la jarra de limonada. Es
grosero simplemente irse. Su padre no es nuestro restaurante. Debería
esforzarse un poco por conocerlo.
Pero antes que pueda decirle
a Jacob que solo se vaya y coma afuera, su padre habla:
—¿Por
qué no te sientas diez minutos? No te he visto en un tiempo.
El
alivio me golpea, y estoy agradecida por el respaldo. Finalmente escucho a Jacob
soltar un suspiro y las patas de uno de los taburetes de la isla de la cocina
raspan el suelo mientras toma asiento frente a su plato.
Me
aseguro que el horno esté apagado, agarro mi bebida, y sigo al padre de Jacob
mientras toma asiento, dejando el asiento entre él y Jacob vacío. Lo tomo,
estirándome sobre la isla y acercando el plato hacia mí.
—Entonces,
¿cómo va el trabajo? —pregunta el señor Masen, y asumo que está hablándole a Jacob.
La
mano derecha de Jacob encuentra mi muslo mientras usa la izquierda para llevar
la hamburguesa a su boca, y miro a su padre, viendo sus ojos mirando hacia
abajo y observando la mano de Jacob sobre mí. Su mandíbula se flexiona mientras
vuelve a alzar la mirada.
—Es
trabajo. —Jacob se encoge de hombros—. Sin embargo, es mucho más fácil ahora
que el clima ha calentado.
Jacob
ha estado haciendo construcción de carreteras desde que nos mudamos juntos hace
nueve meses. Ha pasado por muchos trabajos desde que lo conozco, pero este le
ha durado.
—¿Has
pensado en la universidad? —pregunta su padre.
Pero
Jacob solo frunce el ceño.
—Tuve
que esforzarme demasiado para terminar la secundaria. Ya lo sabes.
Llevo
la limonada a mis labios y tomo un sorbo, mi estómago se tensa y ahora no tengo
ganas de comer. El padre de Jacob mastica y deja su hamburguesa, levantando
luego su botella.
—El
tiempo se mueve más rápido de lo que crees —contesta suavemente, casi para sí
mismo—. Casi me uní a la marina cuando me enteré… —pero guarda silencio,
termina con otra cosa—, cuando tenía dieciocho años.
Pero
creo que sé lo que iba a decir. Cuando me enteré que iba a ser padre. Edward
Masen no se ve lo suficiente mayor para ser padre de un hijo adulto, así que
tuvo que haber sido muy joven cuando Jacob nació. No más de dieciocho o
diecinueve años. ¿Lo que lo pondría en unos treinta y ocho? ¿Más o menos?
—Simplemente no podía
comprender el hecho de que estaba renunciando a siete años de mi vida
—continúa—. Pero siete años fueron y vinieron muy rápido. Asegurar un buen
futuro requiere de una inversión y un compromiso, Jacob, pero vale la pena.
—¿Lo
valió para ti? —cuestiona su hijo, arrancando un trozo de la hamburguesa,
presionando ligeramente el costado de mi muslo. Es un gesto sutil que de hecho
me gusta, a pesar de la tensión creciente en la habitación. Es su forma de
hacerme saber que puede estar enojado, pero no lo está conmigo, y odia que
probablemente me sienta incómoda en este momento.
El
padre de Jacob toma un sorbo de su botella y la deja calmadamente en la mesa,
su tono ahora es más duro.
—Bueno,
he tenido el dinero para pagar tu fianza de la cárcel —indica—. La última vez.
Y la vez antes de esa.
La
mano de Jacob se tensa alrededor de mi muslo, y mi cuello está tan caliente de
repente que desearía tener una liga para mi cabello. Miles de preguntas dan
vueltas en mi cabeza. ¿Por qué no se llevan bien? ¿Qué sucedió? El padre de Jacob
parece bueno, por lo poco que sé de él, pero Jacob ha levantado un muro entre
ellos, y su papá tiene casi tan mal genio como su hijo.
Con
la hamburguesa en mano, Jacob aparta su plato y echa la silla hacia atrás,
soltando mi pierna.
—Voy
a comer afuera —dice, soltando mi pierna—. Ven con nosotros si quieres, nena. Y
deja los platos. Los lavaré en un rato.
Abro
la boca para hablar, pero me detengo, apretando los dientes. Bueno, esto será
divertido.
Jacob
se da vuelta y sale de la habitación, y momentos después escucho la puerta
principal cerrarse de un golpe. Se escuchan voces amortiguadas desde afuera, y
suena un claxon por la calle, pero de repente hace tanto silencio en la cocina
que dejo de respirar. Con suerte Edward Masen se olvidará que estoy aquí.
¿Cómo
se supone que viva aquí? No puedo tomar un lado si van a hacer esto.
Pero
Edward habla, suavizando su voz.
—Está
bien —asegura, y lo veo mover su cabeza hacia mí por el rabillo del ojo—.
Puedes ir con él si quieres.
Giro
mi cabeza, me encuentro con su mirada y le enseño una sonrisa tensa mientras me
encojo de hombros.
—Hace
calor afuera —contesto.
Ya
estoy ardiendo con la tensión de aquí.
Además,
los amigos de Jacob no son mis amigos, y afuera no será mejor.
—Lamento eso —dice tomando
de nuevo su hamburguesa—. No sucederá mucho. Jacob es muy bueno evitando los
lugares donde estoy.
Asiento,
sin saber qué más decir. De todos modos, tengo la sensación de que no estaré
aquí mucho tiempo. Ya siento que estoy caminando por la cuerda floja.
Me
obligo a comer, porque esto no sabrá bien como sobras mañana. La música se
escucha desde afuera, el zumbido de una podadora cobra vida en la distancia, y
el aroma del césped golpea el fondo de mi garganta cuando entra por las
ventanas abiertas, las sencillas cortinas beige de la casa de Edward se mueven
con la brisa que entra. Escalofríos cubren mis brazos.
Verano.
Un
teléfono suena, y veo a Edward estirarse y tomar su teléfono de la isla.
—Hola
—responde.
Suena
la voz de un hombre del otro lado, pero no puedo escuchar lo que dice.
Edward
se levanta, cargando su plato hacia el fregadero con una mano y sosteniendo el
teléfono con la otra, y echo una ojeada mientras está distraído. Las bromas de Tanya
sobre él siguen viniendo a mí, calentándome las mejillas, pero no es así.
Edward
es un misterio.
Vi
fotografías de él y Jacob en la sala de estar, de bebé y de niño, pero aparte
de eso, la casa no tiene mucho de su padre. Sé que es un tipo soltero, pero no
hay libros sobre la mesa de centro que muestren sus intereses, no hay recuerdos
de vacaciones, ni mascotas, ni arte, ni adornos, ni revistas, ninguna
parafernalia que indique sus pasatiempos como deportes, juegos, o música… es
una casa hermosa, pero es como una casa de exhibición donde en realidad no vive
una familia.
—No,
necesito otra excavadora y al menos cien bolsas más de cemento —le dice al
tipo, sosteniendo el teléfono entre su hombro y oreja, y subiendo más sus
mangas abre el grifo.
Sonrío
para mí misma. Está lavando los platos. ¿Sin que se le pida? Suelto un suspiro
y me levanto del asiento. Supongo que normalmente vive solo, después de todo.
¿Quién más lo haría?
Se
ríe ante algo que le dice el tipo y sacude la cabeza, mientras limpio mi plato
en la basura.
—Dile
a ese imbécil que no está enfermo —exige al teléfono—, y que si no sale de
donde sea que esté metido en la mañana, iré y lo buscaré yo mismo. Quiero seguir
adelantado a la programación.
Voy a su lado y suavemente
dejo mi plato en el mostrador antes de poner la limonada y condimentos de
regreso en el refrigerador.
—Sí,
sí… —lo escucho mientras enjuaga los platos, y los pone en el lavaplatos—,
bien, te veré por la mañana.
Cuelga
y deja el teléfono, y le lanzo otra rápida mirada.
—¿Trabajo?
—pregunto.
Asiente,
echando algo en un vaso y tirándolo.
—Siempre.
Estamos construyendo un edificio de oficinas en la veintidós antes de llegar al
parque. —Me mira—. No importa cuánto lo planees y presupuestes, siempre hay
sorpresas que intentan desestabilizarte, ¿sabes?
La
autopista veintidós. El mismo camino que tomo para ir a clases al Doral. Debo
haber pasado por su lugar de trabajo muchas veces.
—Nada
nunca sale según lo planeado —reflexiono—. Incluso a mi edad, ya lo sé.
Se
ríe, las esquinas de su boca curvándose en una sonrisa mientras me mira.
—Exactamente.
De
repente titubeo, un déjà vù me golpea. Por un momento, veo al tipo en el teatro
otra vez.
Parpadeo,
tratando de mirar hacia otro lado. Sus ojos color avellana se ven más verdes
bajo la lámpara que cuelga sobre su cabeza, su cabello se secó de la ducha y,
de repente, parece más un hermano mayor de Jacob que su padre. Aparto los ojos
de su sonrisa, captando un vistazo de los tendones de su brazo que se están
flexionando mientras trabaja en el fregadero.
Tomo
mi teléfono del mostrador y me doy vuelta para irme, pero luego recuerdo algo.
—¿Puedo
tener tu número de teléfono? —Me giro y pregunto—: ¿En caso que haya un
problema aquí, pierda mi llave o algo así?
Me
mira por encima del hombro, con las manos todavía en el agua.
—Ah,
claro. —Cierra el grifo y agarra una toalla, secándose—. Buena idea. Toma.
Agarra
su teléfono y abre la pantalla, entregándomela.
—Pon
también el tuyo en el mío, entonces.
Le
doy mi teléfono y tomo el suyo, ingresando mi nombre y mi número de teléfono.
Me alegro de haberlo recordado. Cualquier cosa podría salir mal con la casa. El
sótano podría inundarse, podrían entregarse paquetes que no son míos, podría no
poder encargarme de la cena alguna noche, que Jacob y yo estemos juntos y
necesite avisarle… Este no es mi apartamento donde puedo tomar todas las
decisiones.
Le
devuelvo el teléfono y él el mío, pero comienza a sonar música del mío, y mira
la pantalla del teléfono. Mi aplicación de música debe haber estado activa y la
encendió accidentalmente o algo.
Mierda.
Father’s
Figure de George
Michael comienza a sonar, y arquea las cejas cuando comienza el sugerente coro.
Mi
boca se seca al escuchar la letra.
Le
arrebato el teléfono y lo apago.
Él
exhala una carcajada.
Increíble.
Luego
se endereza, aclarando su garganta.
—Música
de los 80, ¿eh?
Me
paso los dedos por el cabello, deslizando el teléfono en mi bolsillo trasero.
—Sí,
no estaba bromeando.
Después
de un momento, vuelvo a mirar y lo veo observándome, con una sonrisa en los
ojos.
Desvía
la mirada a un lado, y se inclina, recogiendo una de las revistas de casa y
jardín que no me había dado cuenta había caído de mi bolsa sobre la mesa de la
cocina.
—Y
es Edward—señala, entregándome la revista—. No señor Masen, ¿de acuerdo?
Está
tan cerca, y mi estómago da un vuelco, incapaz de mirarlo.
Tomo
la revista y asiento, sin poder mirarlo a los ojos.
Vuelve
a su tarea, y me doy la vuelta para alejarme, pero me detengo y lo admiro.
—No
tienes que hacer eso, ¿sabes? —le digo, refiriéndome a los platos—. Jacob dijo
que lo haría.
Veo
temblar su cuerpo con una risa, y luego se inclina para dejar caer algunos
cubiertos en el lavaplatos antes de mirarme.
—También tuve diecinueve
años —responde—. “En un momento” significa con el tiempo, y con el tiempo no
significa esta noche.
Resoplo,
mis hombros se alivian un poco. Cierto.
No
sé cuántas veces me levanté a la mañana siguiente con un fregadero lleno de
platos. Por supuesto, no me haría más feliz con Jacob si su padre soportara su
peso con las tareas, pero lo ignoro como diciendo “no es mi problema”.
Mientras
yo no tenga que hacerlo.
—Gracias
—contesto, rápidamente me lanzo rápidamente al refrigerador y me llevo una
botella de agua.
Pero
luego se me ocurre un pensamiento.
—¿Tienes
otros hijos? —pregunto. Supongo que necesito saber si habrá otras personas que
entren o salgan de la casa.
Pero
cuando lo miro veo su mandíbula tensa y su ceño fruncido, luciendo un poco
demasiado serio.
—Creo
que Jacob te diría si tuviera hermanos, ¿no es así?
Contra
mi voluntad, mi columna se endereza instantáneamente. Su tono es castigador.
Por supuesto, Jacob me diría si tuviera hermanos. Lo conozco desde hace tiempo.
—Claro
—respondo apresuradamente, sacudiendo la cabeza como si estuviera en una niebla
y por eso había hecho una pregunta tan tonta.
—Además,
nunca he estado casado —agrega, su manzana de Adán sube y baja—. Tener varios
hijos de varias mujeres no era un error que quisiera seguir cometiendo.
Me
quedo quieta, mirándolo y sintiéndome un poco mal. Definitivamente Jacob no fue
planificado e, incluso en un pequeño grado, no deseado por sus padres
adolescentes. Parte del misterio de su mala relación comienza a esclarecerse.
Pero
también aprecio su pragmatismo. No le llevó mucho tiempo a un joven Edward Masen
aprender que, hacer bebés con cualquiera no era lo correcto para él. Esa era
una consecuencia que nunca quería experimentar, ni siquiera una vez.
Parece
darse cuenta de lo que ha dicho y probablemente cómo se escuchó, porque se
detiene y me mira, entrecerrando sus ojos en una disculpa.
—No
quise decirlo… así. Yo…
—Sé
lo que quisiste decir. Está bien.
Muevo
mi pulgar detrás de mí y retrocedo.
—Voy a estudiar. Voy a tomar
un par de crédito este verano, así que… buenas noches.
Se
da la vuelta, cargando el lavaplatos con jabón y encendiéndolo.
—Gracias
de nuevo por permitir que nos quedemos aquí —digo.
Me
mira.
—Gracias
por la cena.
Y
antes de irme, camino hacia la mesa donde dejé una vela aromatizada encendida.
Debería haberle preguntando al respecto. Puede que no le gusten los aromas
tontos en su casa.
Inclinándome
sobre la mesa, cierro los ojos, inhalo y pido mi deseo de siempre. Qué
mañana sea mejor que hoy. Y soplo, casi inmediatamente oliendo el fuerte
aroma del humo que flota en el aire por la mecha apagada.
Siempre
es el mismo deseo. Cada vela. Cada vez. Quiero una vida de la que no tenga que
tomar nunca vacaciones. Esa es mi meta.
Excepto
por el fósforo que apagué en el teatro. Pedí algo diferente esa noche.
Cuando
abro los ojos, veo a Edward observándome. Rápidamente se endereza y se da la
vuelta.
Y
mientras salgo de la cocina y me dirijo hacia las escaleras en la sala de
estar, dejo mi revista en el extremo de la mesa junto al sofá.
Ahora alguien vive aquí.
Gracias ❤😘💕
ResponderEliminarSon muy chicos, Jacobo con esa edad es un mocoso caprichoso.
ResponderEliminarEdad difícil, se creen grande pero no actúan acordé.
Gracias por la historia.
Me gusta mucho esta historia, tiene una buuu buena pinta
ResponderEliminarHola hola Annel lamento la tardanza pero apenas estoy retomado mis lecturas, respecto a tu post a mi me gusta mucho la adaptación así que ojalá la continúes
ResponderEliminarVoy por el siguiente capítulo
Saludos y besos