jueves, 6 de abril de 2017

Capítulo 7 Tomando instrucciones

CAPÍTULO 7

Isabella despertó, sintiéndose un poco desorientada. Se levantó de la cama y miró parpadeando la luz del sol derramándose a través de las persianas de madera de roble. La sábana se había caído de su pecho hasta la cintura, dejando al descubierto sus desnudos pechos. Su corazón comenzó a golpear mientras lentamente miraba por la habitación.

La habitación del profesor Cullen. La habitación de Edward.
El calor quemó a través de ella mientras caía en la cuenta de lo que acababa de hacer por la tarde y la noche anterior, junto con un poco de triunfo por haber terminado en la cama del profesor Cullen. Sonrió lentamente, satisfecha. Había aterrizado justo donde quería estar.
Aunque no exactamente en la manera en que lo había imaginado.
Más calor ruborizó su piel cuando pensó en Edward y su hermano, un oficial de policía, follándola. Wow. Ni en sus sueños más locos se hubiera imaginado a sí misma desnuda en un cepo, o montando una polla de goma en una silla de montar, colgando de un techo o siendo follada en el coño y el culo al mismo tiempo.
Sólo los pensamientos estaban haciendo a sus pliegues ponerse húmedos de nuevo y endurecer sus pezones. Se sentía adolorida entre sus muslos, un dolor bueno por ser montada duro. El ligero dolor en el culo era un poco diferente, pero recordaba lo bien que se sintió una vez que había ido más allá de la explosión inicial de dolor y tuvo al policía empujando dentro y fuera de ella.
Dios, estaba caliente otra vez.
—Buenos días, señorita Swan—dijo la voz de Edward desde la puerta y su atención se desvió para encontrarse con su mirada.
Llevaba una bandeja de cama y su sonrisa devastadora. Era tan hermoso, en estrechos pantalones de mezclilla y una camisa azul ceñida que hacía que sus ojos parecieran aún más azules y describía todos sus deliciosos músculos.
—Ya son las diez. Te dejé dormir hasta tarde, imaginé que probablemente estabas agotada.
¿Se había acostado tan tarde?
—Buenos días, profesor—dijo, casi sintiéndose avergonzada por alguna razón.
Tal vez era porque, como ella, él sin duda estaba pensando en todas las cosas pervertidas que habían hecho la noche anterior.
—Siéntate un poco más arriba—dijo cuando llegó hasta ella. La cama se hundió por su peso mientras se sentaba cerca de ella. —¿Hambrienta bebé?



La sorpresa la llenó mientras empujaba contra las almohadas y la cabecera y acomodaba la bandeja en su regazo. Se quedó mirando la bandeja y su estómago gruñó por el olor de los huevos revueltos, salchichas, brownies y tostadas, dispuestos en el plato. Una rosa blanca moteada de rosa se arqueaba por encima del plato y la copa de jugo de naranja.
Isabella lo miró y sonrió.
—Gracias.
Edward la besó ligeramente en los labios y pellizcó retorciendo uno de sus pezones al descubierto. —Me imaginé que tendrías un buen apetito después de anoche.
El calor se precipitó sobre ella otra vez, y él sonrió. Empezó a recoger un tenedor, pero  negó con la cabeza.
—Déjame que te alimente.
Procedió a llevar un bocado de huevos revueltos a su boca y ella lo tomó.
—Dime acerca de tu familia—dijo mientras cortaba una salchicha y luego la clavaba con su tenedor.
El hecho de que Edward estaba interesado en algo más que su cuerpo le hizo sentir calor en su interior. Tragó el huevo y sonrió.
—Tengo un hermano mayor y una hermana mayor. Mi hermano está casado y tiene dos niños, y mi hermana está saliendo con un hombre mucho más joven y dice que no quiere volver a casarse.
Edward se echó a reír y puso el trozo de salchicha en sus labios. Masticó, estaba delicioso.
—¿Cuál es la diferencia de edad entre tu hermana y el hombre con el que está saliendo? — preguntó.
Isabella le dio una especie de mirada tímida.
—Nueve años. Ella tiene veintinueve años y él mi edad.
Eso lo hizo sonreír. Bebió un sorbo de su vaso de jugo de naranja y luego dijo: —Y  tú eres todo lo opuesto al salir con un hombre mucho mayor.
Su vientre se agitó y lo miró, sin tomar un sorbo de jugo de naranja que él le ofrecía.
—¿Es eso lo que estamos haciendo? —, preguntó casi en un susurro. —¿Salir?
Dejó el vaso de jugo de naranja en la bandeja de cama y se inclinó de modo que su cara estaba cerca de la suya.
—¿Qué quieres que sea, Isabella? ¿Un rollo de una noche o algo más?
—Salir. —Tragó saliva por la emoción en su cuerpo. —Definitivamente saliendo.

—Bien. —Tomó su boca en un beso dulce y probó el jugo de naranja en la lengua. — Quiero más de ti que sólo tu cuerpo. Quiero conocer el resto de ti también.
Wow, fue todo lo que podía pensar.
Edward tomó un triángulo de pan tostado con mantequilla y ella tomó un bocado mientras lo sostuvo cerca de su boca.
—Soy diez años mayor que tú—, dijo mientras comía la tostada—¿Eso no te molesta?
Sacudió la cabeza y se llevó una servilleta a los labios y se limpió una miga.
—¿Y a ti?
Se encogió de hombros y clavó otro trozo de salchicha.
—El hecho de que eres mi alumna era lo único impidiéndome que te invitara a   salir.
—Comió el trozo de salchicha mientras hablaba, su corazón latía con fuerza.
—Ahora sólo tienes que dejar esa clase en la que estás inscrita en el otoño, y no vas a ser más mi alumna. —Dejó el tenedor en el plato y colocó la frente junto a la suya. — ¿Suena como un plan?
—Considéralo hecho—se las arregló para decir antes de que la besara de nuevo.
Cuando él se alejó, podía ver el deseo chispeando en sus ojos, y cuando miró hacia abajo se dio cuenta de la gran protuberancia en sus pantalones vaqueros.
—Necesitas terminar tu desayuno, y será mejor que cambiemos de tema antes de que haga de ti mi almuerzo.
Isabella sonrió, luego comió mientras hablaba.
—Has conocido a mi hermano mayor—dijo mientras le daba de comer, y su rostro enrojeció por el calor. — Pero esa es la última vez que lo voy a dejar poner sus manos sobre ti. —La dejó beber un poco de jugo de naranja. —Porque eres mía, Isabella Swan, y no tengo la intención de compartirte de nuevo.
Ella casi se fundió en un charco en ese mismo momento.
Mientras continuaba alimentándola, le hacía preguntas sobre sus padres que habían ido a Europa por el verano. Su hermano vivía en Sacramento y su hermana en Washington.
—Ella odia la lluvia, sin embargo—dijo Isabella, —si no fuera por su novio y el trabajo fantástico que tiene como ingeniero informático, creo que se mudaría de  nuevo en un latido del corazón. Ella se mudó sólo para salir de la casa, creo. Siempre  ha sido una especie de rebelde, supongo.
Edward levantó una ceja mientras dejaba el tenedor en la bandeja de cama. Extendió la mano y rozó su mano primero sobre un pezón y luego el otro.
—¿Y tú? — le dio una sonrisa pícara. —Tengo la sensación de que eres una de esas personas que va por todo lo que quiere hasta que lo consigue.



El cuerpo de Isabella hizo cosas locas mientras él la tocaba, y sintió más calor por sus palabras.
—Siempre he tenido impulso, y trabajo duro. He tenido puras A desde que estaba en la escuela primaria. El fracaso no es una opción.
—Me di cuenta. Pellizcó uno de sus pezones y ella jadeó. —Entonces, ¿qué te hizo ir detrás de mí?
Se aclaró la garganta.
—Um, bien. No es sólo que eres apuesto, sino que pareces ser el tipo de hombre que quiero conocer mejor.
—Y querías follarme. —Edward sonrió y le pellizcó los pezones sensibles. —¿Cómo te sientes
ahora?
—Dolorida—dijo, y Edward rió.
Él respondió a sus preguntas a cambio. No sólo tenía un policía por hermano, sino  que había dos hermanos más. Uno de ellos era terapeuta físico y el otro era ejecutivo de una empresa.
—¿Están todos en el BDSM? —preguntó. Edward se encogió de hombros.
—Jasper lo está, obviamente. Emmet y Carslie se metieron en eso también. Jasper nos contó todo sobre eso cuando estábamos sentados una noche viendo el fútbol, y a todos nos pareció que sonaba muy malditamente caliente.
—¿Ha hecho esto todos juntos? Él negó con la cabeza.
—Jasper nos contó sobre algunas fiestas y convenciones de BDSM y las  comprobamos. Nos gustó lo que vimos.
Isabella respiró hondo.
—¿Has “compartido” mujeres con todos tus hermanos?
—No. Él tomó una servilleta y se limpió los labios con ella. —Sólo con Jasper y sólo en un par de ocasiones. Eran sus sumisas en ambas ocasiones. Esta fue la primera vez que compartí mi mujer con él.
Su estómago se disparó.
—¿Por qué yo?
Edward encontró su mirada.
—La verdad... yo no quería compartirte, quería mantenerte para mí. Pero Jasper pasó y pensé que podrías disfrutarlo. ¿Lo hiciste?
—Realmente lo hice, fue una experiencia que nunca olvidaré. —Hizo una pausa-. — Pero yo sólo quiero estar contigo de ahora en adelante.



Eso sacó otra sonrisa de él.
—Me alegro de que sientas lo mismo que yo.
Tomó la bandeja de cama con su plato casi vacío y se acercó a un aparador bajo donde dejó la bandeja. Tenía una gran vista de su culo y lo bien que se veía en sus vaqueros. Se volvió sosteniendo la rosa blanca y rosa.
—¿Qué piensas ahora que has llegado a conocer cómo me gusta jugar?
—Honestamente—dijo con un aleteo en el estómago, —nunca he hecho algo así antes, pero realmente me encendió todo lo que me hiciste.
—Eres tan condenadamente hermosa. Se sentó en el borde de la cama y trazó la curva de su cuello con el capullo de rosa. —¿Mis juguetes pueden darte cualquier fantasía más allá de lo que ya hemos hecho, Isabella?
Ella se estremeció mientras rozaba la rosa sobre su esternón.
—Me gustaría probar un poco de todo.
Esa sonrisa suya era tan devastadoramente sexy.
—Créeme, hay mucho que me gustaría hacer para ti y contigo. —Cepilló la piel suave entre sus pechos con la rosa. —¿Qué quieres hacer hoy?
Sus pezones estaban tan duros y el dolor entre sus muslos tan grande que sus palabras salieron en un susurro ronco.
—Lo que quieras, profesor.
—Mmmmm... —Edward bajó la cabeza y le acarició el cuello mientras deslizaba la rosa por su vientre hasta su abdomen. —Tengo un montón de cosas que me  gustaría hacerte, Sra. Swan. Lo cual nos lleva a una cosa. —Señaló con la rosa hacia el doblez de la sábana que ocultaba su montículo. —Todavía tengo que castigarte por alcanzar el clímax sin permiso.
Dijo castigarte de una manera que la hizo estremecerse. Su culo ardía aún de la noche anterior, pero aún así, estaba preparada para cualquier cosa que quisiera hacer con ella.
—Voy a ser buena la próxima vez. Te lo prometo, profesor Cullen.
—Aún necesitas que te castigue—.Negó con la cabeza. —Fuiste una niña muy, muy mala, Sra. Swan.
Quitó la sábana de su regazo y la tiró a un lado de manera que su cuerpo estaba completamente
al descubierto.
—Probablemente quieras tomar una ducha. No es necesario vestir algo para lo que vamos a hacer—dijo mientras le hacía cosquillas en el montículo con  la rosa.
Su corazón latía. Mientras tomaba su mano, sacó las piernas por el lado de la cama y él la ayudó a



ponerse de pie. La besó suavemente luego le señaló en dirección a una puerta que conducía a lo que obviamente era el cuarto de baño principal, pudo ver de mármol y bronce a través de la puerta. Comenzaba a dirigirse al cuarto de baño cuando golpeó  su culo, duro. Gritó y le devolvió la mirada.
—No me hagas esperar demasiado tiempo—dijo con la mirada dominante que significaba que estaban jugando roles de nuevo.
—Sí, profesor—dijo antes de ir al baño.
La ducha se sintió maravillosa, el calor del agua la alivio de los dulces dolores en su cuerpo. Cuando terminó, se secó el pelo con un secador y estudió su rostro en el espejo. Sus labios estaban hinchados de los besos de Edward y cuando se volvió y miró por encima del hombro a su culo, vio que estaba aún rosa de los azotes y las palizas.
Después de que su cabello se secó, lo esponjó alrededor de sus hombros, abrió la puerta y salió del cuarto de baño. Fue una experiencia erótica caminar desnuda, sobre todo cuando vio a Edward todavía en sus pantalones vaqueros, una camiseta y un par de zapatillas de correr. Y su gran erección se perfilaba claramente en contra del algodón de sus vaqueros.
—Te tomaste un tiempo demasiado largo, Sra. Swan. Él tenía una expresión severa. —Eso sólo te hizo ganar un segundo castigo.
Isabella se quedó sin aliento por la emoción y ese toque sensual de miedo. ¿Qué haría con ella?
—Lo siento, profesor—dijo.
—Ven. —Le tendió la mano y la tomó. Avanzó tan rápido que tenía dificultades para mantenerse
con él.
Una vez más, la condujo hasta el calabozo, abrió la puerta y la dejó dentro antes de cerrar la
puerta detrás de ellos.
—Esta vez, el timbre de la puerta puede sonar sin parar, pero no vamos a detenernos, Sra. Swan—dijo y Isabella trató de no sonreír.
—Sí, profesor.
La llevó hasta el sofá de aspecto extraño. La iluminación atenuada del ambiente  hizo a la escena parecer un poco exótica. El aire rozaba su piel mientras ella se movía, y el aroma del almizcle era fuerte.
El sofá era difícil de describir. Tenía una enorme joroba a la izquierda que se elevaba la longitud de un torso antes de curvarse de nuevo. El lado derecho se veía casi como un sofá normal.
—Acuéstate sobre la joroba, Sra. Swan.



Se arrodilló en el extremo más bajo y cubrió con su cuerpo la parte alta y redondeada. La superficie estaba cubierta con un material de suave piel que se sentía suave en sus senos y su pubis.
Edward le puso grilletes en las muñecas y los tobillos, extendiéndola amplia mientras lo hacía, dejando al descubierto su coño. Frotó las manos sobre su culo dolorido.
—Perfecto, murmuró. —Todo lo que hizo y dijo la encendió, y estaba tan mojada que podía oler su propio almizcle.
Volvió el rostro para que su mejilla estuviera contra la piel y lo vio irse a la pared  de los juguetes. Regresó con una pelota verde con correas a cada lado de ella y lo que parecía un tipo de escobilla de mano para barrer.
—Puesto que has sido tan mala, vas a obtener una paliza fuerte—dijo. —Y no vas a ser capaz de gritar. Se trata de una mordaza de bola, y puedes morderla cuando sientas algún dolor.
Isabella abrió la boca por la sorpresa y de inmediato deslizó la pelota dentro todo lo que podía, atando luego las correas detrás de su cabeza. Con los ojos muy abiertos, lo miró. No sólo no podía moverse, no podía hacer un sonido. Un indefenso, aunque excitante sentimiento se apoderó de ella. Era totalmente vulnerable y ni siquiera podía decir su palabra de seguridad.
Su mirada se encontró con Edward y parecía grave.
—Si en algún momento quieres que me detenga, levanta dos dedos. Va a ser en lugar de la palabra de seguridad. ¿Entiendes, Sra. Swan?
Su corazón latía con fuerza, ella asintió con la cabeza.
Cuando se movió hacia su espalda, un escalofrío se arrastró por su columna vertebral mientras colocaba una de sus manos en la parte baja de su espalda.
Frotó una mejilla de su culo con la mano en círculos lentos y sensuales.
Justo cuando ella comenzó a relajarse, la mano de Edward aterrizó duro en la mejilla que había estado acariciando. Sus ojos se humedecieron y gritó detrás de la mordaza de bola, pero no salió ningún sonido. Él la abofeteó de nuevo y esta vez mordió la bola. Sus ojos se llenaron de lágrimas por el dolor mientras la zurraba.
Pero fue tan extraño, cuanto más duro la zurraba, más húmedo se ponía su coño, y más necesitaba venirse. Ella quería ser follada tanto que podía casi gritar, y lo hubiera hecho si no fuera por la mordaza de bola. En lugar de eso mordió sobre la bola y sintió el aguijón, la quemazón y el placer extraño que venía con la paliza.
—Esto es por ser tan mala chica y venirte sin permiso—dijo Edward en una voz  severa. —¿Te vas a venir otra vez sin que yo lo diga?
Ella movió la cabeza de lado a lado, lo mejor que pudo con la cara contra la piel. Se detuvo bruscamente, y ella dio un suspiro de alivio. Dios, el culo quemaba.
—Muy bien, señorita Swan. Has tomado tu primer castigo bien. Ahora el segundo.



Isabella casi gimió. Estaba amando esto, pero al mismo tiempo no sabía cuánto más podía manejar. La estaba llevando hasta el límite.
Lo siguiente que sintió fue lo que tenía que ser la escoba siendo deslizada suavemente sobre su culo. No estaba hecha de paja, sino de algo suave, como hebras de fibra.
Se sentía tan bueno mientras él recorría con la escobilla sobre su culo, la espalda, los muslos y, después,  su coño.
Una vez más la azotó cuando comenzó a relajarse. Se quedó sin aliento por la sorpresa. La escobilla no la afectó tan gravemente como los azotes lo habían hecho, pero realzó las sensaciones en su culo, por lo que más lágrimas fluyeron por sus mejillas. Esta vez le dio un manotazo a su coño, no tan duro como en el culo, pero lo suficientemente fuerte que se sacudió con sorpresa.
Increíblemente, se acercaba más y más al orgasmo. Se retorció bajo sus palmadas, frotando su pubis contra la piel, y tiró de sus ataduras. Un gemido trató de escapar a través de la mordaza. Un gemido de dolor, placer y excitación.
Edward se detuvo y tiró la escobilla a un lado y se dejó caer contra la piel, relajando su cuerpo en el domo sobre el que estaba arqueada.
—Has manejado bien tus castigos. —Edward se subió al sofá detrás de ella y sintió la aspereza de sus vaqueros contra su culo y muslos doloridos. Pero aún mejor fue la erección muy desnuda que había liberado de su pantalón que se presionó ahora contra su culo.
Isabella luchó contra sus ataduras, con ganas de tenerlo dentro de ella. Su coño estaba en llamas, tanto por las palmadas como por la necesidad de venirse.
Edward se inclinó sobre ella, su camiseta rozando su espalda, y le hizo cosquillas en la oreja con su aliento. Se sentía tan bien tener su duro cuerpo contra ella. Le gustaba la sensación de la ropa áspera contra su piel desnuda y movió el culo para que la rozara la erección.
Su voz era profunda y sensual y la hizo temblar de necesidad.
—Te has ganado un buen polvo, bebé.
¡Sí, Dios, sí!
Estrelló su polla en su coño y ella quería gritar en éxtasis. Pero mordió la mordaza de bola en lugar de eso y gimió.
—No te vengas sin permiso—dijo en un gruñido.
Edward la folló duro y rápido. Se condujo dentro y fuera sin piedad, tan profundo y grueso, y tocando ese lugar dentro de ella que la estaba volviendo loca. Esta vez las lágrimas escocían en sus ojos por la necesidad de venirse. Estaba tan fuertemente restringida mientras estaba sobre la joroba que apenas podía retorcerse bajo él.



Su cuerpo se apretó más y más fuerte hasta que ella estaba tan cerca del orgasmo, en un borde que la hizo sentir como si estuviera en la cresta de una ola antes de estrellarse contra la costa.
—Estás tan. Jodidamente. Apretada—gruñó Edward mientras sostenía sus caderas y empujaba dentro y fuera a un ritmo alucinante. Sus vaqueros restregaban contra su culo sensible, y movió las manos de sus caderas a sus pezones, inclinándose para poder apretarlos y retorcerlos, mientras la tomaba.
Isabella gimió y lloró, y luchó contra el orgasmo que estaba corriendo hacia ella.
Edward la llevó
a lo largo de la cresta de esa ola, a lo largo de ella, a lo largo de ella... Todo su cuerpo empezó a temblar, su mente giraba, su piel hormigueaba.
—¡Ahora, bebé! —gritó.
Su orgasmo se estrelló contra ella con tal fuerza que sentía como si pudiera rasgar directamente las restricciones y volar.
Todo su cuerpo estaba en llamas y se resistió tanto como fue posible por la forma en que estaba clavada en el sofá y restringida. Edward no detuvo su ritmo y ella quería gritar a medida que las olas pasaban a través de ella, una tras otra, y tras otra. Se sentía como si nunca fuera a terminar. El placer casi se convirtió en dolor porque no creía que fuera a sobrevivir otro orgasmo.
Edward dio un grito y apretó sus pechos duros. Sus caderas se sacudieron y sólo la penetró unas pocas veces más antes de detenerse y apuntalarse apretado contra su culo.
Parecía que su cuerpo se había rendido mientras se hundía contra ella en la joroba de piel. Edward continuó retorciendo sus pezones, causando más espasmos en su núcleo, apretando y soltando su polla dentro de ella. Sentía el pulso de su polla que latía con su liberación.
Isabella gimió detrás de la mordaza de bola y sintió las restricciones sosteniendo  las muñecas y los tobillos en su lugar. Le encantaba la sensación de su cuerpo sobre el de ella y no quería dejar ir este momento nunca.
No quería dejarlo ir a él, nunca.

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ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina