domingo, 3 de abril de 2011

CAPIUTLO VI LOS BUSCADORES DEL PLACER

SEIS

Yacía magno y magníficamente derrotado, olvidado de su hidalguía

Homer

 
Edward estaba parado bajo la penumbra del porche dórico semicircular, pensando en lo que había aceptado la noche anterior. Había descendido hasta las últimas profundidades de la desgracia y le había vendido a Tanya lo poco que le quedaba de alma.

Después de haberla hecho alcanzar tres orgasmos, ella se había quedado dormida... en su condenada cama. Llevarla de nuevo a su dormitorio hubiera significado correr el riesgo de despertarla y tener que complacerla nuevamente, así que se había puesto la camisa y había subido al tejado. Un pasillo atravesaba todo el largo de la casa y se podía ver el cielo desde cualquier ángulo.

Recostado sobre las lajas frías se había quedado mirando la oscuridad en compañía de una luna plateada, un manojo de estrellas y el sonido continuo del flujo y reflujo de una marejada conocida y reconfortante, sumido en recuerdos dolorosos de una casa que alguna vez había estado llena de vida y amor.

El tejado había sido su sitio privado cuando era niño. Allí se escabullía para evitar sus tareas y para jugar al ejército de barcos piratas, con banderas de calaveras sobre dos huesos flameando con la brisa, que venían directo desde la ensenada a bombardear los acantilados y saquear la villa, él sólo era capaz de salvarlos a todos.

Grandiosa imaginación para un niño de ocho años que alguna vez había pensado que por sus valientes proezas la reina lo nombraría caballero, con una estruendosa ovación y aplausos que resonaban en sus oídos junto con un coro de ángeles que aclamaban al héroe conquistador: -¡Viva Britannia!

Había visto nacer el sol en el horizonte, con los rayos rojos y dorados que se esparcían por el agua, alcanzando la tierra inevitablemente.

Permaneció inmóvil hasta que el primer rayo de luz le acaricio la piel, esperando, como siempre, a que lo calentara a que se escurriera por debajo de esa frialdad que lo tenía cautivo y que le devolviera un poco de vida al interior de su corazón para convertirlo en ese héroe que alguna vez había ansiado ser. Pero antes no había sucedido. Y hoy tampoco.

Entonces, había hecho un trato con el diablo y lo había sellado con los labios, la lengua y las manos. Ahora debía cumplirlo, tenía que seducir a una mujer que necesitaba odiar Tenía que utilizar cada arma de su arsenal sexual para atraer a Bella cada pizca de su atractivo para hacerle creer que él era alguien a quien valía la pena amar.

Sus cuerpos se deseaban; eso era innegable. Y sin embargo algo lo atormentaba. De no estar completamente seguro de haber erradicado todo signo de conciencia, hubiera dicho que fue una sensación de culpa lo que le pesó en los hombros

Era imposible. Ya estaba sintiendo la propia cacería por adelantado, la emoción de la victoria final. Seducir a las mujeres era un deporte que él conocía hasta los huesos Al menos recuperaría su casa, su vida, o lo que quedara de ella tenia que hacerlo por su padre, por lo que Northcote había significado para él, y para las generaciones anteriores a los Masen.

Edward vio a Bella salir de la casa y atravesar el césped. Salió del amparo del porche y la siguió. Aún no había logrado descifrar sus debilidades, sus deseos, pero lo haría.

Ella desapareció por el costado del jardín, pasando por un pequeño bosquecillo de árboles. Seguía el sendero que iba hacia el mar, justo al este del cabo -aquel afloramiento de rocas irregulares que sobresalían por encima del muelle.

Edward no había estado en el cabo desde la muerte de su padre; no lograba armarse de coraje para acercarse a los acantilados. Los recuerdos lo invadían amenazando con derribar el muro que lo protegía de cosas que no quería reconocer.

De modo que se detuvo a cierta distancia, escondido detrás de un arbusto; a su alrededor había una arboleda silvestre con troncos espirales y ramas que apuntaban lejos del viento.

Más cerca de los acantilados, los árboles daban lugar a los brezos, helechos y tojos. Las águilas inmóviles se sostenían en la corriente de aire ascendente, mientras que las gaviotas que retornaban de los cultivos, se dirigían en bandada hacia el mar formando una flecha.

Encendió un cigarro con el cuerpo tieso por la tensión al observar cómo Bella se acercaba al borde del precipicio. Un resbalón y tambalearía hasta caer. Empezó a caminar en dirección suya, pero entonces ella se detuvo, absolutamente absorta ante la vista.

Durante un largo rato, ella alzó su rostro al cielo. Los rayos de sol la bañaron, rodeándola de un tono dorado, como si fuese un ángel de cabellos castaños enviado a la tierra para tentar y a atormentar. Una inesperada oleada de profundo deseo invadió a Edward ante aquella imagen.

Finalmente, ella se sentó sobre el pasto. Se acomodó las faldas y abrió un bloc de dibujo. Él no había prestado ni la más mínima atención a lo que llevaba. Había fijado la atención en la esbelta curva de su espalda, el espacio que marcaba esa cintura que él era capaz de abarcar con ambas manos, el modo en que meneaba el trasero con un ritmo hipnótico, y cómo la brisa hacía estragos con sus cabellos, los mechones se iban soltando de las hebillas de uno en uno hasta que la mayor parte de la pesada masa le caía en cascada sobre la espalda.

Tenía una hermosa cabellera y él quería coger un puñado para sentir cómo aquella seda fresca y exuberante le quemaba la palma de las manos, igual que lo había hecho la noche anterior cuando la echó hacia atrás y le besó el cuello. Podía imaginar esa melena espesa esparcida a su alrededor al echarla de espaldas sobre el pasto y a él encima suyo, ambos con los dedos entrelazados sobre la cabeza.

Cielos, tenía que controlarse. Su misión era seducir y destruir. Y mientras se encaminaba hacia ella, Edward supo que disfrutaría plenamente de la tarea.

Una sombra cayó encima de Bella, de inconfundible forma humana: la de un hombre, con hombros tan grandes que bloqueaban el sol. No tuvo necesidad de mirar para saber de quién se trataba. Su piel estremecida se lo avisó.

Alzó la vista y quedó sorprendida ante la imagen de Edward: aquellos ojos verde esmeralda, más intensos que un mar tempestuoso; los cabellos cobrizos con vetas doradas, con una aura luminosa que le delineaba el cuerpo y le daba un aspecto de ángel caído del cielo, como resurgido de las tinieblas, y que hubiera venido a la tierra para tentar a los mortales a formar parte de reinos sensuales.

Las imágenes de aquel rostro, con esa cicatriz que a ella le había fascinado, de aquella boca sobre la suya, de sus pechos entre aquellas manos grandes, la habían mantenido desvelada casi toda la noche, partida entre el deseo de enterrarle un cuchillo por la espalda o yacer debajo de él. Finalmente, un cansancio absoluto la había arrastrado a unos sueños oscuros e inquietantes, donde él aparecía hostigándola. Pero se propuso que ese día él no la molestaría.

-Me estás tapando la luz -le dijo ella, apartando la vista. No le agradó lo que vio al mirarlo a los ojos. Burla, arrogancia. Dolor. Un ínfimo indicio de vulnerabilidad. Imposible: él era tan vulnerable como una serpiente de cascabel.

La sobresaltó al arrodillarse junto a ella, sin pronunciar palabra, lo que quizás era más inquietante que cualquier cosa que hubiera hecho hasta el momento.

-¿Qué es lo que quieres? Le preguntó ella bruscamente-. ¿Es que esta es tu porción de pasto particular? ¿Mi vestido es del color equivocado? Por favor, dime qué es lo que ha perturbado tu frágil sensibilidad en el día de hoy.

-El pasto no me pertenece -replicó él comedido, arrastrando las palabras-. Y tu vestido... —La recorrió con la mirada, examinándola más que minuciosamente antes de volver a mirarla a los ojos-. Tu vestido es perfecto. Hace que tus pechos luzcan increíblemente exuberantes. Son de un tamaño sorprendente para una estructura tan pequeña.

Un rubor indeseado le ardió en las mejillas. Jamás un hombre había tenido tan extraña habilidad de impactarla, con tan poco. Edward disfrutaba claramente de su comportamiento perverso, lo que hacía que las reacciones más inusuales que le provocaba fueran tan exasperantes.

-¿Estás borracho? -le preguntó. Por su aspecto demacrado, el mentón cubierto de incipiente barba, los cabellos sueltos y salvajes que le llegaban hasta los hombros, y las ropas algo desordenadas, ella no tenía duda de que él había continuado abandonado al alcohol después de que ella lo dejara en los establos.

Le respondió con una sonrisa torcida:

-Quizás un poco.

Bella se apartó de él.

-Bien, no esperes que te salve cuando te caigas y te quiebres tu estúpido cuello.

-¿Siempre eres tan cruel con los hombres que miran con lascivia tus notables atributos?

-Tú eres el único que me mira con lascivia.

-Bien, me cuesta creerlo. ¿Es que esos mequetrefes parisinos no se te echan encima?

-Algunos estamos demasiado ocupados con actividades fuera de la alcoba como para preocuparnos por esas cosas.

El achicó un poco los ojos y ella supo que había dado directo en el blanco.

-Si estás buscando tener algún dato de mis actividades de alcoba -empezó a decirle él con tono sedoso- ¿por qué simplemente no me lo preguntas? Me encantaría satisfacer tu curiosidad.

-De verdad crees que eres una increíble bendición para la población femenina, ¿cierto?

El se encogió de hombros, ese bloque macizo, de increíble ancho.

-Nadie se ha quejado.

Bella estaba segura de que esa era la verdad. ¿No era él quien se las había ingeniado para ponerle las manos en los pechos con increíble velocidad? Mucho peor aún, ella prácticamente había suspirado entre aquellas grandes manos.

Alguna expresión en su rostro debió de haberla delatado, porque él le dijo:

-Veo que lo recuerdas. Bien. Espero que persista. Dios sabe cuánto persiste en mí.

Aquella revelación la sorprendió. Hubiera jurado que él la había olvidado en menos de cinco segundos. Pero esa mirada ardiente le indicaba que él no había olvidado nada.

-¿Es que tu mente sólo viaja en una sola dirección? -le preguntó ella con aspereza-. Tal vez si ampliaras tus horizontes, tendrías más temas de qué hablar.

Un brillo divertido iluminó sus ojos:

-Ampliar mis horizontes, ¿eh? La idea suena intrigante. Sí, ampliemos mis horizontes. ¿Y de qué quieres hablar? ¿Platón? ¿Aristóteles? ¿O simplemente contemplamos el cielo y nos preguntamos cómo empezó todo?

-De la igualdad. De eso deseo hablar, aunque dudo que ese sea un tema con el que tú estés familiarizado.

Él alzó una ceja oscura, y fingió un insulto:

-¿Y a la igualdad de quién nos estaríamos refiriendo?

-De las mujeres.

-Ah -asintió él-. Suponía que eras una temible reformista, decidida a cambiar la población masculina con tu incendiario llamado de guerra.

-Y supongo que tú no tienes ni la más mínima idea acerca de que las mujeres puedan ser tus pares. Debajo de ti, dentro y fuera de la alcoba, ahí es donde las prefieres.

-Admito que así es mucho más placentero el hecho de tener que lidiar con tu sexo. -Esa sonrisa torcida que de pronto ella tenía enfrente era absolutamente irresistible-. Pero confiesa, te gusto de todos modos, ¿verdad?

-Lárgate. Lejos. -El hombre era indignante.

Él cruzó los pies.

-La posibilidad de luchar contigo en el pasto me resulta altamente atractiva.

-Entonces me marcho yo. -Bella empezó a ponérsele pie, pero él la cogió de la cintura y la volvió al suelo, poniéndola de frente; ella apoyó las manos en sus muslos, y sintió cómo el calor de su cuerpo la envolvía.

-Yo tenía razón -murmuró con la boca peligrosamente junto a la suya.

Bella tragó saliva.

-¿Sobre qué?

-Tus ojos. Son marrones, como el chocolate e igual de profundos. -Le apartó de la cara un mechón de cabello con suavidad, rozándole la mejilla con los nudillos y provocándole un leve estremecimiento en la piel-. No te marches. Te prometo que me portaré bien.

-Tú no sabes lo que es portarse bien.

-Es verdad -le dijo con una cautivadora expresión aniñada-, Pero podemos fingir que sí lo sé, ¿verdad?

Bella tuvo que contener una sonrisa. Podía ser encantador cuando quería, y ella sospechaba que muy pocas mujeres -si es que había alguna- se habían resistido. ¿Pero por qué intentaba conquistarla a ella?

Seducción: de eso debía tratarse. El hombre encarnaba a la perseverancia misma. Bien, tendría que esperar bastante si pensaba que con una sonrisa -aunque era un experto en sensualidad- la derretiría.

De repente, se dio cuenta de que seguía suspendida en el aire sin que él la tocara. Rápidamente se apartó y se volvió a sentar.

Él cortó una flor de campanilla y se la ofreció. Al ver esa pequeña flor, Bella se conmovió más de lo esperado; algo le decía que gestos como ese no eran propios de aquel hombre.

Pero aún no podía confiar en él.

Volvió a poner atención en la vista que tenía enfrente, haciendo el mayor esfuerzo posible por ignorarlo, logro que ella ni tenía esperanza de alcanzar.

Abrió el bloc de dibujo y buscó una hoja en blanco, tratando de lograrlo; él dejó la campanilla encima del papel, frustrando los esfuerzos de ella. Casi cogió la pequeña flor, pero se detuvo en el último momento y la arrojó al pasto. Él se puso la mano en el corazón, con gesto de estar profundamente herido por el desaire.

Sacó sus carboncillos y estudió el imponente paisaje que se expandía ante ella. Enormes cabos se extendían por toda la costa. Protuberancias cubiertas de hierbas caían abruptamente hacia la bahía. Las moles de rocas bajas y oscuras rodeaban un valle de césped que se desplazaba hacia el este, que cambiaba de formas.

La mano de ella comenzó a dibujar sola antes de que tomara conciencia: era del modo que sucedía siempre, dejándose guiar por el tema sin pensar. Pues el pensamiento podía arruinar lo que ella trataba de crear.

Estaba logrando bloquear al hombre que tenía al lado hasta que él murmuró:

-Carlyle.

Olvidando su objetivo de no prestarle atención, Bella le echó una mirada, lo cual fue un error. Su rostro de perfil era tan endiabladamente bello como el de Lucifer, y tan tenebroso y conmovedor como los acantilados que estaba dibujando. Estaba hojeando distraído el ejemplar de Sartor Resartus.

-Es un libro -le dijo ella-. ¿Seguro que has escuchado hablar de ellos? Contienen palabras que a veces pueden resultar instructivas. Te recomiendo que pruebes uno.

-He probado algunos en mi vida. ¿Quieres saber cuáles? -Le echó una mirada de soslayo llena de maldad.

-No. -Bella sospechaba que la única sabiduría que podían contener era el detalle exhaustivo de la anatomía femenina-. Estoy segura de que no sería capaz de interpretar el alcance de tu agudo intelecto.

Una risa suave, profunda y curiosamente musical brotó del pecho masculino.

-Bien, déjame ver si mi "agudo intelecto" me deja recordar lo que Carlyle trataba de transmitir. Si mal no recuerdo, él opina que los miembros de la aristocracia no son más que ociosos preservadores del juego, diletantes y parásitos de la sociedad que pasan sus días cazando faisanes o repantingados en los bailes de gala de Londres, abstraídos de la realidad del mundo exterior fuera de su ilustre estrato social. ¿Es más o menos así?

Bella no quería dejarse impresionar por su conocimiento sobre la obra de Carlyle, pero él había logrado sorprenderla.

-Sí que tiene cerebro, milord. Bravo.

-Y usted, milady, sigue siendo una perra. Aunque sea una muy bella.

Su comentario mordaz, aunque algo endulzado, fue hiriente.

-No tengo por qué escuchar esto. -Le arrebató el libro que tenía en sus manos, pero él la sujetó de la muñeca cuando estaba a punto de levantarse.

-Quédate.

Ella no volvería a caer en eso.

-Si no me quitas las manos de encima, te daré un golpe en la cabeza.

-Y yo me lo merecería. Pero si te quedas, te hablaré acerca de la isla, sobre la que estás dibujando. Tiene una historia interesante.

Bella se propuso no dejarse llevar por su ofrecimiento, por intrigante que fuera. Sólo lo lamentaría. Este hombre destilaba problemas, y sin embargo eso era exactamente lo que la atraía hacia él. Si Emmett no le hubiese comentado nada acerca de Edward, de cómo rondaba la casa y de cómo su padre había sido impulsado a quitarse la vida, quizás él no le representaría tanta fascinación.

Él no merecía ningún tipo de compasión. Se deleitaba con el hecho de no ofrecerle ningún tipo de amabilidad; no obstante, debajo de la fría realidad de que las disculpas mencionadas iban más allá de él, se vislumbraba un atisbo de vulnerabilidad, como si para él significara algo el hecho de que ella se quedara.

Ella tiró de su mano para soltarse y se alejó:

-¿Qué hay con esa historia? -Él le devolvió el bloc de hojas, que se le había caído de la falda.

-Era el sitio preferido de los piratas -le respondió.

-Eso no es tan inusual. -Devon siempre había sido el paraíso de los piratas y ladrones: sus ensenadas aisladas y cavernas ocultas eran sitios perfectos para guardar botines robados.

-Es cierto -dijo él- pero esa isla en particular fue habitada en una ocasión por los caballeros templarios. Un recuerdo de Enrique II. La leyenda también cuenta que allí habitó una raza de gigantes.

-¿Gigantes? -se burló ella-. Ahora sí estás inventando cosas.

-No, un grupo de isleños encontraron una cista de piedra enorme con esqueletos que medían casi dos metros de alto.

-Sospecho que tú eres un descendiente de ellos -comentó Bella de manera distraída, examinando ligeramente las piernas largas y musculosas extendidas adelante, el torso bien definido que había estado apretado contra el suyo la tarde anterior, hasta que se detuvo en el rostro, donde el gesto de las cejas la hizo caer en la cuenta de lo que estaba haciendo- Quiero decir... eres alto. Más alto que la mayoría de los hombres.

-Un metro noventa probablemente a ti te parezca un gigante. Tú no debes medir más de... ¿cuánto? ¿Un metro cincuenta?

-Un metro cincuenta y ocho-replico bella sintiendo la hira bullir en su interior, el disfrutaba haciéndola enfadar.

-Del tamaño de un bebé.

El comentario la irritó.

-Quizás sea pequeña, milord, pero las comparaciones terminan ahí.

Como debió imaginar, aquellos penetrantes ojos verdes oscuros se sumergieron en sus senos, y Bella se mortifico al sentir que se le endurecían los pezones.

-No, pequeñas no -rebatió en un murmullo ronco-. En realidad, espectaculares. Inquietantes, de hecho. No entran en una sola mano, si mal no recuerdo.

El recuerdo de las manos de él en sus pechos la provocó un calor que le subió en forma de espiral.

-Es que siempre tienes la mente puesta ahí.

-Ciertamente. Soy un pecador insolente, rara vez con buena intención. Hoy más que nunca. Hay algo en ti que estimula mis bajos instintos.

-¡Qué halagador! Pero dudo que sea la única mujer que logre esa hazaña. -El rostro frío y hermoso de Tanya Denali le vino a la cabeza, imágenes de ella con Edward en la cama, sus cuerpos fundidos, los cálidos labios y las manos que habían acariciado a Bella con aquel poderoso deseo acariciando a la ardiente viuda-. Quizás deba marcharme si tanto te distraigo.

-Prometo no tocarte si no quieres que lo haga. –Se inclinó hacia ella, con la brisa encrespándole los cabellos sedosos mientras murmuraba-. Pero eso quiero. Mucho. No puedo evitarlo. Estoy fascinado por todos esos botones de tu vestido.

Bella le siguió la vista. Los pequeños botones perla recorrían todo el camino desde el cuello hasta la cintura, como fosforescentes cuentas de castidad que mantenían alejados a los libertinos.

Al alzar la vista, descubrió al rey de los libertinos estudiándola.

-Estás tratando de seducirme, ¿verdad?

-Sí -le confesó, con gesto de niño esperanzado-. ¿Está funcionando?

La respuesta directa y honesta la hizo menear la cabeza y sonreír, aunque se dio la vuelta para que él no lo notara.

Ya se daba cuenta de cómo es que él había sido un calavera tan exitoso.

Ella empezó a irse cuando él la asió del mentón para ponerla de frente, forzándola a mirarlo a los ojos.

-Mentí acerca de tu nombre, ¿sabes? -Su aliento le voló los vellos de la cien-. Sí te sienta bien.

Bella percibió la intención en sus ojos y lo apartó poniéndole las manos en el pecho.

-No...

-No, ¿qué?

-No me beses.

-Sólo una vez. -Avanzó más, casi hasta rozarla con los labios, cogiéndole la mano en la suya y deslizándola por debajo de su abrigo; el corazón de él latía con ritmo fuerte y parejo debajo de la mano de ella.

-No.

Ella pensó que él insistiría a pesar de sus protestas. Sin embargo, él le murmuró algo al oído:

-¿Recuerdas mis dedos en tus pezones? -Aquellas palabras sensuales le provocaron un calor que le recorrió la columna.

Quería reprenderlo por su maldad, pero sin embargo le susurró:

-Sí.

-Estaban tan tiesos y ardientes que quería cubrirlos entre mis labios para comprobar lo dulces que eran. -Bajó los dedos del mentón lentamente hasta la garganta-. ¿Alguna vez has tenido la boca de un hombre sobre tus pechos, amor? ¿O el miembro entre tus muslos, dándote placer de formas que ni te imaginas? -La fina capa de barba crecida en el mentón le raspó suave en la mejilla-. ¿Eres virgen, dulce Bella?

La red erótica que él había tejido se desvaneció.

-¡Cómo te atreves a preguntarme eso! -Lo apartó con un empujón en el pecho, pero apenas lo movió.

-Ya tengo mi respuesta. -Le aferró la mano y le acarició la palma con el pulgar-. ¿Cómo lograste mantenerte casta tanto tiempo?

Ella le arrancó la mano de un tirón.

-¡Manteniéndome alejada de hombres como tú!

-Es injusto compararme con hombres que no saben un bledo acerca de darle a una mujer lo que realmente necesita. A ese tipo de hombres sólo les preocupa su propio placer.

Aunque yo nunca he llevado a la cama a una virgen, te aseguro que te desfloraría con el más absoluto cuidado. Estarías tan atrapada en la fuerza de tu pasión que sólo sentirías un resbaladizo calor cuando te penetrara.

El cuerpo traicionero de Bella reaccionó ante aquellas palabras osadas aunque no se le notó nada en la voz.

-¿Es que este tipo de amor verbal funciona con Lady Denali? Si es así, esa mujer tiene menos gusto del que yo pensaba.

El endureció la mirada y tensó la mandíbula.

-Ella no tiene nada que ver con esto.

-¿No? Yo diría que ella tiene mucho que ver con esto. Dudo que apruebe tu conducta. Ya que eres su...

Un segundo después, Bella quedó echada de espaldas con Edward encima, que le apretaba las manos contra el suelo, con una furia en los ojos como una fuerza tangible.

-No -le dijo ella lloriqueando, la sensación de tenerlo encima, con su peso sólido, los músculos duros como una roca, que podía ver cómo se movían debajo de la camisa, le confirmaban lo vulnerable que ella era.

Estaban demasiado alejados de la casa como para que alguien escuchara si ella gritaba. Pero quería pensar que en realidad él no le haría daño, aunque sabía de sobra lo inconstante que era su temperamento.

-Nadie me dice lo que tengo que hacer. Ni Tanya, ni nadie. ¿Me entiendes? -Como ella no respondió inmediata-mente, le gritó-: ¿Entiendes?

-¡Sí!

Se le movió el músculo de la mandíbula.

-Cielos... me vuelves loco. -Ese tono de voz mortificado casi la convence de que así era, y aquella mirada vulnerable volvió a aparecer en sus ojos-. Por favor, sólo bésame.

-Edward... -Bella sabía que debía negarse, pero al tocarla ella se olvidó de todo.

De modo tenue, ella le deslizó las manos por los hombros, siguiendo el contorno rígido hasta el cuello, le enredó los dedos en los cabellos espesos y sedosos y humedeció los labios involuntariamente. Él le miró a la boca y de nuevo a los ojos al tiempo que inclinaba la cabeza lentamente.

La cálida presión que ejercían sus labios en los de ella le provocaron todo tipo de sensaciones. La intensa palpitación que sentía entre las piernas crecía con cada movimiento de la lengua en su boca.

Le encantaba la sensación del cuerpo pesado y sólido, lo volvía real de un modo que jamás había sentido, aunque se daba cuenta de que él tenía cuidado de no apoyarse con todo su peso. La hacía sentir frágil, femenina. Protegida.

Esta última idea era extraña, considerando el hecho de que él la había echado sobre el pasto a la fuerza, aunque ella no prefería la suavidad. Lo que ella deseaba era alguien enérgico, fuerte e imponente. Ningún hombre había estado a la altura de la fortaleza de su voluntad, pero este hombre era más que su par.

Le aferró las muñecas y las inmovilizó debajo de su cabeza con una sola mano, dejándola indefensa, completamente a su merced. Ella jadeó dentro de su boca cuando con la mano que le quedaba le cubrió los pechos, con los pezones erectos y sensibles.

"¿Alguna vez has tenido la boca de un hombre sobre tus pechos, amor?"

Nunca, pero deseaba sentir la boca de él en su cuerpo.

Se removió de manera inquieta, rozándole con los muslos la dureza que se había erguido entre las piernas de él.

El gimió emitiendo un sonido profundo y primitivo y le apretó los pechos. Con la boca encontró su punto sensible en el cuello y con el pulgar jugaba acariciando el pezón a través del vestido.

Llevó la mano hasta el primer botón del cuello. A ella el corazón le latía salvajemente cada vez que desprendía uno, y los labios de él probaban cada trocito de piel descubierta.

Ella soltó un gemido cuando bajó hasta el valle que se formaba entre sus pechos. Entonces él alzó la cabeza y los pesados párpados de ella se abrieron para encontrarlo observándola mientras desabrochaba los botones que quedaban, apartando lentamente la tela y dejando sólo la enagua que separaba el cuerpo desnudo de sus ojos ardientes.

Desenfrenadamente, ella se arqueó para buscarle la boca, con la cabeza echada hacia atrás cuando con la lengua le humedecía el pezón a través de la tela, duplicando el dolor que ella sentía entre las piernas. Luego le cubrió las puntas exquisitamente sensibles y las succionó con la presión justa, como si instintivamente supiera exactamente lo que ella quería.

¿Pero no le había asegurado que ella estaría atrapada en la pasión cuando él la poseyera? Él era un experto en seducir mujeres, hasta ayer la detestaba, le había querido dar una lección.

Tal vez aún lo quería.

¿No sería el hundimiento absoluto de ella si alguien apareciera por allí y la encontrara contoneándose debajo de este hombre? ¿Un hombre que acumulaba conquistas en cantidades inimaginables para Bella? Y además pertenecía a la marquesa, su cuerpo era de su uso exclusivo. Él tenía alguna intención en mente; conquistarla y reclamarle algo. Y ella se lo estaba permitiendo.

-¡Basta! -Al ver que él no respondió de inmediato, ella lo tiró del cabello y el pezón se resbaló de su boca. Alcanzó a ver la parte húmeda en la tela de la enagua, la aureola oscura contra la tela, y la vergüenza la invadió.

Perezosamente, él rodó hacia un costado. Ella se escabulló por debajo de él y se puso de pié. Él la miró fijamente con los ojos oscuros encendidos y una incipiente furia por el rechazo.

-¿La chupé muy fuerte, "su señoría"? Si se molesta en recostarse otra vez, puedo intentarlo de nuevo. Estoy seguro de que esta vez lo haré bien.

Ella tenía el pecho tieso y con movimientos bruscos se abrochaba de nuevo los botones del vestido.

-Vete al infierno -le dijo con voz temblorosa, con las piernas a punto de colapsar cuando se giró y trató de volver a la casa sin correr.
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PROX ACTU EN TRES DIAS, EL DIA MIERCOLES POR LA TARDE BESOS

6 comentarios:

nydia dijo...

OMG como juega el con los deseos de ella en que terminara todo esto..Sigue asi mi niña...Besos...

lorenita dijo...

¡Oh dios! me dejaste sin palabras, edward sabe como jugar con los deseos de bella,buenísimo capítulo,espero el siguiente....felicidades!

nany dijo...

estuvo super bueno tu cap

Unknown dijo...

Huufff... el calor a todo lo que da...

Bien por Bella que no se dedó intimidar tanto ni conmover con la charla de Edward aunque al final casi casi cae...

En fin gracias por la actualización

Saludos1!!

vyda dijo...

Hola lizzy regrese, esta historia me tiene enganchadisima, solo que no había podido leer, pero aqui estoy poniendome al corriente, un beso enorme...

Ana dijo...

Vaya tela... Y nos dejas así.. Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina