viernes, 13 de mayo de 2011

AVISO!!!!!!!!!!!!!!!!

HOLA NIÑAS SE QUE ME ODIARAN PERO ESTE FIN DE SEMANA NO PODRE SUBIR CAP DE APUA POR FALTA DE TIEMPO DE VDD LO SIENTO MUXXO
PERO SURGIERON MUXX0S INCONVENIENTES CON LA UNIVERSIDAD ADEMAS DE UN PAR DE TRAIDORAS, DOBLE CARA DE MIS COMPAÑERAS....PERO EN FIN...TODO EN ESTA VIDA SE PAGA...ASI QUE POR CULPA DE ESAS DOS QUE NO VIENE AL CASO MENCIONAR....NO PODRE SUBIR CAP, YA QUE ME LA PASERE ESTE FIN DENTRO DE MI FACULTAD.
BESOS QUE ESTEN DE LO MEJ0R
LAS ADORO Y SORRY DE NUEVO

CAPITULO XXII LOS BUSCADORES DEL PLACER



VEINTIDÓS

Tú, tirano, los celos tiranos.

John Dryden
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-Lo siento -dijo él, con una sonrisa a modo de disculpa y los rasgos aristocráticos pronunciados en los ojos con un brillo entre dorado y plateado, mirándola fijamente-. No era mi intención asustarla.

Bella tomó aire para calmarse, y recordó la historia que Edward le había contado acerca de cómo el conde se había metido en su alcoba e intentado aprovecharse de ella mientras dormía. ¿Habría sido cierto? ¿O simplemente sería uno de sus cuentos para hacerla creer que él había llegado para rescatarla?

-¿Qué es lo que está haciendo aquí, milord?

La marca azul y negra de la mandíbula había desaparecido por completo y era de nuevo ese encantador calavera con rostro angelical que hacía perder la cabeza a todas las damas del salón.

-Estoy seguro de que estará sorprendida, milady, igual que yo. Jamás pensé encontrármela en un sitio como éste.

-Estoy con un amigo. -¿Dónde estaba Jacob?

Volvió a posar la mirada en Edward de manera nerviosa. Él no se había movido, ni tampoco la camarera, que en ese momento le besaba el cuello descaradamente. Lo único que a Bella le indicó que él había notado la llegada del conde fue la mirada violenta de clara advertencia que le lanzó, y a ella le revivió la furia.

¡Cómo se atrevía a mirarla como si fuera ella la que estuviera actuando mal! Él le había dicho sin rodeos que ya no la quería.

Bella sentía la necesidad de hacerle pagar con el mismo dolor que él le había provocado tan adrede y entonces le devolvió una cálida sonrisa al conde.

-Es usted una mujer hermosa, milady -le dijo con tono elogioso.

-Gracias, milord -murmuró ella entornando los ojos.

El le levantó el mentón con un dedo encorvado Ella distinguió el deseo que hervía en sus ojos y supo que debía preocuparse, pero no lograba quitarse de la mente la imagen de Edward y la muchacha.

-Confieso que encontrarse con usted de este modo bien vale el esfuerzo de salir con este tiempo. Espero que me de la oportunidad de conocernos más. Hubo circunstancias que me lo impidieron allá en Devon.

Bella no necesitaba que le diera más explicaciones acerca de cuáles eran esas “circunstancias” a las que se refería La principal estaba al otro lado del salón: el calor de su mirada era como un peso en la espalda de ella.

Aunque una voz le decía que no permitiera al conde pensar que ella albergaba algún interés, le dijo:

-Me encantaría. -Un flirteo inofensivo no supondría nada y Edward estaba disfrutando con sus coqueteos. ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo?

Bella localizó a Jacob que venía caminando por el salón con el ceño tan fruncido que le dejaba las cejas juntas con obvio desagrado al parase junto a ella.

-Ven conmigo -le dijo sin preámbulo, hundiéndole los dedos en el brazo y tirando de ella hacia un rincón del salón

Bella se soltó de un tirón y lo miró encolerizadamenté.

-¿Qué es lo que te sucede? -reclamó.

-Ese hombre es una víbora.

-Tú no sabes nada de él.

-Sé lo suficiente como para ver que sólo quiere estar con mujeres.

-Puede ser un defecto común entre ustedes los hombres -replicó ella acaloradamente- Dios no permita que llegues a conocer a una mujer.

-Tu enojo está fuera de lugar.

-Tal vez, pero sinceramente me estoy cansando de que los hombres crean que pueden darme órdenes.

-Yo te estoy dando consejos, no órdenes. Aunque es evidente que no estás pensando con claridad, o ya te hubieras dado cuenta por ti misma.

-Eres tú el que me dijo que debía olvidar y seguir adelante.

-Oui, pero estás yendo por el camino equivocado. Es mi deber protegerte cuando estás demasiado obstinada como para hacerlo por tu cuenta.

-Yo no necesito protección. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola.

-Obstinada, como dije. Te niegas a pensar que eres tan falible como cualquier persona.

-Cualquier mujer, querrás decir.

-A mí no me harás caer en esa trampa, cherie. Yo voy a seguir siendo tu amigo te guste o no, y no permitiré que cometas un error del que vayas a arrepentirte.

-Tú no tienes ni voz ni voto.

-Estás jugando con fuego, man coeur. Estas dolida por ver al hombre que amas con otra mujer. Eso esta nublándote el juicio.

Un pequeño dolor le punzó el corazón.

-Él no es el hombre que amo.

Jacob emitió un sonido tosco, pero antes de que pudiera responder, una voz lo interrumpió:

-¿Todo va bien, milady?

Bella alzó la vista y encontró al conde, que la vigilaba con los ojos grises encendidos de preocupación.

-Bien -mintió ella, al tiempo que arrebataba la copa de la mano de Jacob y decía en voz suficientemente alta para que se escuchara-. No me trates como a una niña. Y no me sigas. -Y se alejó rehusando encontrarse con su mirada de advertencia.

-¿Le molestaría ir a otro sitio más tranquilo para hablar? -le preguntó el conde con gentileza y una mirada amable.

Bella echó una mirada furtiva a Edward y lo vio desaparecer a través de una puerta trasera de la taberna, tirando de la camarera detrás de él de manera impaciente, que iba más que gustosa y les sonreía abiertamente a sus amigas al pasar. Ellas se abanicaban como si fueran a caer muertas por la buena suerte de su amiga.

El último pedazo del corazón maltratado de Bella se quebró irrevocablemente, pero ella contuvo las lágrimas al tiempo que miró al conde y aceptó asintiendo con la cabeza.

Él sonrió y le asió de la mano, la llevó en la misma dirección por la cual Edward acababa de llevar a la moza pechugona y luego la condujo hasta una puerta adyacente.

Caminaron por un pasillo angosto, con el sonido apagado del jolgorio que llegaba hasta ellos; los tenues candelabros de las paredes los envolvían en sombras. Bella cerró fuerte los ojos, deseando desesperadamente que desaparecieran las imágenes de Edward con la guapa camarera.

Un calor repentino la invadió y ella abrió los ojos de golpe. El conde sujetaba a un lado una cortina roja de terciopelo, que daba a una antesala. La trémula luz de las velas proyectaba sombras retorcidas en la pared mientras la mirada atónita de Bella captaba la escena que tenía ante ella. Había hombres que gemían y mujeres entrelazadas desvergonzadamente sobre sotas color anaranjado chillón, y sobre cojines de satén en el suelo, dejando al descubierto ese sector de la taberna y su función: un burdel.

El estallido de un trueno hizo vibrar el piso, la fuerza arrancó gemidos de las parejas unidas, como si la dinámica de la tormenta hubiera inyectado sus deseos con la electricidad de los relámpagos que laceraban la tierra.

Antes de que tuviera un momento para recobrar los sentidos, el conde la condujo hacia una de las habitaciones adjuntas; la aferraba con rudeza al tiempo que tiraba de ella bruscamente para que pasara delante y apartaba otra cortina obligándola a mirar -y ver a Edward repantigado en una silla, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados... y a la camarera de rodillas sumisa ante él, acariciándole los muslos-

-Mira qué putañero es -siseó el conde-. Esta es su vida y tú no puedes cambiarla.

Las manos de la camarera le acariciaban la ingle y un sonido de frustración brotó de los labios de Bella. Ese leve ruido hizo que Edward levantara la cabeza, abriera los ojos bruscamente y una expresión de pena y remordimiento se dibujara fugazmente en su rostro antes de que lo dominara la furia.

Con un llanto ahogado, Bella se dio la vuelta y huyo, con el bramido de Edward resonando a sus espaldas; St. Giles la siguió de cerca. La agarró hasta detenerla y la dio la vuelta para mirarla de frente.

-¿Qué creía, milady? -se burló-. ¡Qué espectáculo!, ¿verdad? Mucho mejor que el del escenario.

Bella lo miró de manera aturdida y alcanzó a distinguir su propia necedad en el brillo de sus ojos.

-Quiero irme -le dijo con voz dolida-. Sáqueme de aquí.

-¿Irse? ¡Pero si acabamos de llegar!

-Cometí un error.

-Sí -dijo él con un gruñido-, cometiste un error, que comenzó en Devon cuando le permitiste a este canalla que te metiera su polla, y te quedaste ahí jadeando como una perra en celo. -La empujó atrás contra la pared y le incrusto su excitación en el estómago, que le provocó asco.

-¡Basta! -Ella trató de soltarse pero él le hundió los dedos en el brazo, hasta que se le cayó el bloc de dibujo al piso y las hojas se desparramaron a sus pies-. ¡Mi trabajo! -gritó ella, extendiendo la mano para recuperar los papeles, con un grito de dolor que le brotó de los labios cuando St. Giles la tiró de la cabellera. Le sujetó con fuerza los pechos y se los apretó dolorosamente y el grito de ella quedó ensordecido por la boca de él al cerrársela de golpe con brutalidad.

Un instante después, ya no estaba; el cuerpo voló tan violentamente que a ella una brisa le abanicó la piel. Se estrelló contra el suelo con Edward encima como un dios guerrero; los músculos se le pusieron tensos a la altura de los brazos cuando cogió al conde por el cuello, el otro puño arremetió contra la mandíbula del hombre con una fuerza tal que le hizo crujir el hueso.

El conde se quejó a sus pies cuando Edward volvió a levantar el puño. Bella lo agarró fuertemente del brazo para detenerlo antes de que lo matara y él la azotó con una mirada enloquecida.

Edward tragó saliva de manera convulsiva, ambos atrapados en una extraña vorágine hasta que volvió a cercenar al conde con la mirada.

-Si vuelves a tocarla -gruñó-, te corto los testículos y te los meto por la garganta. -La cabeza del conde cayó pesada en el suelo cuando Edward lo soltó.

Bella alcanzó a ver la cara de preocupación de Jacob mientras se abría paso a empujones en medio de la multitud que se había agolpado a ver el espectáculo. Ella meneó la cabeza, rogándole en silencio que se quedara en su lugar.

Edward le aferró con fuerza una de las muñecas y se la llevó a rastras; la muchedumbre se hizo a un lado cuando él la condujo a través de un par de pesadas puertas dobles hasta una habitación vacía y el pestillo se cerró ruidosamente detrás de él.

Tiró con fuerza de ella y la soltó haciéndola dar un giro y caer sobre un sofá de terciopelo de llamativo color púrpura. Se quedó allí mirándola, con los ojos colmados del tumulto de la tormenta y el rostro empapado de sudor. Su presencia era absorbente y Bella no podía respirar.

Cuando comenzó a aproximarse, ella se levantó de un salto y retrocedió. La furia de su mirada se transformó en lujuria e intensificó el calor del cuarto.

El cuerpo de bella vibraba de temor y deseo mientras Edward continuaba avanzando hacia ella, exhalando hedonismo y ardiente furia con cada movimiento. Luego se quedó parado frente a ella, envolviéndola con su sombra, con su gran figura como una fuerza sólida que le impedía escapar, le enredó una mano en la nuca y la atrajo con fuerza contra su pecho.

Una ráfaga de aire húmedo de lluvia entró por la ventana abierta y el agua golpeó fuertemente contra los aleros, con un ritmo a contratiempo con respecto al tumulto que Bella sentía en su interior por tener a Edward de nuevo tan cerca; el amor que sentía por él era como un ser devastador que ella no lograba debilitar.

-Debí de haber matado a St. Giles por tocarte -gruñó mirándola con ojos salvajes-. Mataría a cualquiera que te toque.

Bella luchó con él.

-¡Regresa con tu puta!

El la aferró más fuerte.

-Esto que pasa entre nosotros... ya no puedo combatirlo. -Le rozó la mejilla con los labios-. Eres mía, Bella. Mía.

-Yo no soy tuya. -Ella trató de soltarse-. Tú te alejaste. Tú dejaste que otra mujer te tocara. ¡Jamás te lo perdonaré!

El apretó la mandíbula y un instante después la cogió en brazos y la tendió en el sofá.

-Voy a hacerte el amor, Bella. Luego ambos sabremos la verdad.

Antes de que ella pudiera protestar ya le había cubierto la boca, la aprisionaba con los brazos al tiempo que su boca la dejaba sin aliento, sin razón; ella lo aferró por los hombros para atraerlo más hacia sí.

-Cielos, te he extrañado -le susurró amargamente al oído, rozándole el mentón y la garganta con los labios-. Todos los días, todas las noches. Me tenías hechizado, me sacabas de la cama. Me volvías loco.

-Tu me heriste -Bella casi lloraba cuando él le besó la comisura de los labios, los ojos- Creí morir al verte con otra mujer.

-Lo sé, mi amor. Lo sé. -La calmó con la boca, con el calor que crecía en cada zona que acariciaba, tanteando los pezones con la yema de los dedos a través de la tela del vestido-Cuando le sonreíste a St. Giles... Dios, no pude soportarlo.- Amoldó la cabeza a la curva del cuello de ella, con la boca hambrienta que seguía el rastro del calor-. Te necesito Quiero estar dentro de tí. No puedo dejarte ir. Eres como una fiebre en mi sangre.

Le temblaban las manos cuando Bella se las tomó y posó los labios en las palmas, sintiendo su estremecimiento sintiendo la misma imperiosa necesidad.

El corazón le latía a un ritmo salvaje cuando él le desabrochó los botones del canesú, le sostuvo la mirada hasta que a última perla de nácar se soltó y dejó ver los pechos turgentes debajo de la enagua.

Se deshizo rápidamente de las cintas del corsé y apartó la tela descubriéndole los pechos, y le acarició los pezones con los dedos. Ella jadeó de placer.

Tenía las manos tan grandes, tan morenas en contraste con su piel cuando abarcó los suaves globos con las palmas, los masajeo y luego rodeó las puntas doloridas con los dedo provocándole un calor que brotaba desde lo más profundo de su ser.

Luego la puso de pie y comenzó a quitarle la ropa, su mirada sensual e revolvió la sangre hasta que quedó parada frente a el, completamente desnuda.

-Siéntate a horcajadas sobre mi regazo -la urgió con voz ronca.

Bella hizo lo que le pidió, deseando ardientemente el Placer que el podía darle al tiempo que hurgaba el pliegue húmedo con los dedos para acariciarle la protuberancia. El cuerpo de ella ardía por él y un gemido desesperado le brotó de la garganta cuando deslizó un dedo adentro.

-Inclínate hacia adelante -le ordenó con voz baja y urgente, al tiempo que tomaba un pezón con la boca y lo mordía suavemente mientras la observaba.

Ella quería acariciarlo para mostrarle lo que él la hacía sentir y bajó las manos hasta la ingle. Le desabrochó los pantalones, luego tomó su erección y la enfundó entre las manos; el falo sedoso se ponía más tieso en contacto con las palmas mientras ella le acariciaba alrededor de la cabeza con la yema de los dedos. Cuando una gota húmeda quedó en la punta como una perla, ella la quitó con un dedo, se la llevó a los labios y la chupó. Salada y caliente.

-Dios mío, Bella -gimió él, moviéndose contra ella. Ella se apartó contoneándose y se ubicó entre sus piernas, deseando darle placer.

-Dime qué tengo que hacer -susurró contra la carne rígida mientras modelaba la erección, la piel se sentía muy suave cuando le rodeó la cabeza con la lengua-. ¿Te gusta así? -Envolvió el miembro con los labios y lo hundió un poco más dentro de la boca.

-Sí... Dios mío, sí...

Ella se excitaba con sólo acariciarlo de aquel modo tan íntimo, recorriendo la vena con la lengua, hasta esas bolsas apretadas de más abajo que lamía con indecisión. Él respondió contrayendo y tensando cada músculo del cuerpo; tenía los ojos casi negros cuando la miró y levantó las caderas para acoplarse a la lengua de ella.

Ella cubrió el miembro con una mano mientras que la otra hizo lo debido en la base, deslizó la boca y la apretó absorbiéndolo lo más profundo posible, una y otra vez.

-Dios... Dios...

Él sabía tan bien, tan caliente y masculino...

La apartó y colocó el trozo hinchado entre los pechos mullidos, apretándolos fuerte contra sí. Comenzó a moverse lentamente, muy lentamente hasta que el cuerpo llegó al límite. Y luego la subió a sus rodillas. Los gemidos de pasión de ella llenaron el cuarto cuando él le chupó los pezones una y otra vez hasta dejarlos como puntos ardientes de placer, mientras la acariciaba con un dedo más rápido, más suave concentrándose en el centro de su sexo.

Al borde de llegar a un orgasmo demoledor, le levantó las caderas y la echó de rodillas encaramándose por detrás con el miembro duro como una piedra acunado entre sus glúteos y empezó a mecerse suavemente hacia adelante y hacia atrás.

Luego ubicó su erección entre los muslos de ella.

- Sujétame así.

Bella estaba frenética del deseo, presionando el miembro contra su húmedo calor mientras él comenzó a moverse adelante y atrás, ejerciendo una presión sedosa contra el clítoris empapado, provocándola tan exquisitamente, cubriéndole los pechos con las manos, con los pezones más sensibles en esa posición cuando él tiraba de ellos y los pellizcaba suavemente; ella tensó el clítoris y los gemidos aumentaron cuando él trabajó en su cuerpo hasta llevarla cerca de la cima, moviéndose más y más rápido...

La penetró suavemente cuando el primer espasmo derretido se apoderó de ella, empujándose más adentro, con las manos en los hombros de ella, acercándola más, tensándole más el clítoris contra él al embestirla, con arremetidas poderosas para abarcarla por completo.

El le demostró estoicismo, le prometió darle todo el placer que aguantara, le provocó un nuevo arrebato demoledor antes de salirse de ella, darla la vuelta y ubicarla sobre el tenso miembro erecto, embistiéndola mientras las últimas oleadas todavía le sacudían el cuerpo.

Luego se puso de pie, con el pene aún metido profundamente en su interior cuando le apretó el cuerpo contra la pared. Bella le rodeó los hombros con los brazos, y se aferró a él mientras se meneaba y la llenaba.

-Edward... por favor, por favor.

Estaba tan inconsciente que Edward sabía que ella no se había dado cuenta de que él se había estado retrasando a propósito. Sólo así, con los cuerpos fundidos, él era capaz de darle lo único que había sabido darle a una mujer: placer. Y a Bella le daría todo el placer que estuviera a su alcance.

La penetraba, haciendo vibrar las paredes con cada embestida. Le fascinaba el modo en que ella respondía, cómo se aceleraba y lo mantenía apretado en su interior.

-Vamos, mi amor -le susurró en el cuello-. Estalla para mí. -Él apretó el pecho contra los pezones, aquellas hermosas puntas erectas que lo volvían loco, y se enterró dentro de ella todo lo que pudo-. Siente lo profundo que soy. Siente cuánto te deseo. -Empujaba largo y fuerte y la sentía tensar-se-. Eso es -gimió cuando las palpitaciones lentas y dulces de ella lo exprimieron.

Finalmente, ella se relajó. Edward sonrió y le besó la frente; la llevó con cuidado de nuevo al sofá, donde la acunó contra su pecho hasta que ella parpadeó y abrió los ojos unos segundos después.

Entonces la besó, de una manera feroz y devoradora que expresaba lo que él no era capaz de expresar. Él sabía que tal vez aquello jamás volvería a suceder, que tenía que marcharse y dejarla en paz. Tenía que darle la oportunidad de encontrar a otra persona, aunque eso lo matara.

-Déjame llevarte a casa -murmuró sin querer mirarla a los ojos.

Se vistieron en silencio, pero Edward podía sentir su mirada, queriendo escuchar algo de él, que le dijera que no la había vuelto a usar. Pero él la dejaría pensar lo peor; era mejor de ese modo.

La guió por el pasillo desierto y por la escalera trasera hasta el callejón oscuro; el maullido de un gato invisible hacía eco en todo el empedrado destruido. Edward apenas notó que la lluvia le había pegado la ropa al cuerpo al sostener la chaqueta para cubrirle la cabeza a Bella.

Un coche pasó por la calle a gran velocidad, dejando una estela de agua que salpicaba formando un penacho, claramente sin intención de detenerse. Edward se paró delante, los caballos retrocedieron cuando el cochero sujetó las riendas frenéticamente.

-¡So, chicos! ¡So! -La yunta se detuvo chirriando y dando saltos, casi derribando al cochero del asiento, con el estropeado sombrero empapado por la lluvia que le caía sobre un ojo al mirar a Edward-: ¿Está loco? Pude haberle matado.

Edward lo ignoró y abrió la puerta del coche, al tiempo que ayudaba a subir a Bella. Él se dio cuenta de que ella estaba esperando que la siguiera, pero no lo haría, sin importar lo que su corazón deseara. Lo miró con los ojos luminosos.

Le llevó todo el dominio de sí mismo que logró reunir para cerrar la puerta y retroceder hasta el borde de la acera, mientras el rostro ovalado y pálido de Bella lo miraba fija-mente. Él sabía que aquella imagen embellecería su memoria para siempre.

Se obligó a darse la vuelta pero descubrió su paso bloqueado por dos hombres fornidos, con un particular atuendo claramente reconocible en la penumbra circundante. Un indefinido grupo de personas se apiñó a la altura de la puerta de la taberna que estaba detrás de ellos, para observarlos ávidamente.

El más alto de los hombres se adelantó y sujetó a Edward del brazo.

-Haga el favor de acompañarnos, monsieur.

Edward echó una mirada a la mano que lo tenía aferrado y luego al rostro solemne del policía.

-¿Para qué?

-Los estamos poniendo bajo arresto.

Edward oyó el ruido de la puerta del coche abriéndose, luego su nombre en los labios de Bella, con tono interrogante y aterrado.

-¿Por qué me están arrestando?

El segundo policía se ubicó del lado opuesto a él y le esposó la muñeca, al tiempo que le respondió:

-Por el asesinato del conde de St. Giles.

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WIIIIII DOS CAP MAS PARA EL FINAL
NIÑAS ESTE DOMINGO NO SUBIRE CAP DE APUA LO SIENTO!!! DE VDD, TENGO DEMASIADAS COSAS EN PUERTA Y EL CAP NO ESTA TERMINADO BESOS


























































































































































































































































Feliz cumple Rob

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina