CAPÍTULO 3
—¡Se acabó el tiempo, mi culo! —Rosalie atravesó su oficina y
apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en
las palmas. Su oficina era bastante nueva y
el olor de alfombras nuevas y
madera
se añadía al dolor de cabeza creciendo en sus sienes.
—Hijo de puta.
Ayer, después
de su declaración, Emmet la
había
dejado en la puerta y caminó alrededor
de su escritorio para sentarse en su silla. Había abierto su libro de citas
y lo había estudiado.