martes, 16 de junio de 2020

Capitulo 24 corazones oscuros


CAPÍTULO 24
—Creo que este es el mejor San Valentín de mi vida —dijo Isabella, sentada en una mecedora mientras Edward apretaba el último tornillo de la cuna del bebé. ¿Acaso había algo más romántico que ver al padre de su hijo dedicándose en cuerpo y alma a la decoración de la habitación del niño? Llevaban horas poniéndola a punto, y ambos estaban más que satisfechos de pasar aquel día, que existía para celebrar el amor, juntos en casa.

Habían decidido decorar la habitación en tonos rojos, amarillos y azules, con detalles de bomberos y perros dálmata. Los instintos de Isabella no se habían equivocado: era un niño. A Edward se le habían llenado los ojos de lágrimas al ver la ecografía y recibir la noticia, lo cual había sido una de las cosas más tiernas que Isabella había visto jamás.

La sonrisa de Edward sacó a relucir sus hoyuelos.

—¿Ah, sí? Creo que para mí también.

Isabella tomó un bombón de la enorme caja que Edward le había regalado, se lo metió en la boca y observó lo que antes había sido la habitación de invitados. Se había mudado a la casa adosada una semana después de que le dieran el alta. Edward había insistido, y la había estado mimando tanto que Isabella se había enamorado aún más de él.

—Bueno —dijo Edward—. Ya está lista.

Capitulo 25 Cozrazones oscuros


CAPÍTULO 25

5 meses más tarde.

 

—Oh, Isabella. Está sano y es guapísimo y perfecto —dijo la doctora Lyons, cuando su hijo llegó al mundo. El niño se puso a llorar, y el sonido se adentró en el corazón de Edward y lo llenó como nada lo había hecho en su vida. ¿Cómo era posible que tuviera tanta suerte?

 

—Buen trabajo, Isabella —dijo Edward, dándole un beso en la mejilla húmeda—. Lo has logrado. Estoy orgulloso de ti.

 

—Ya lo tenemos aquí —contestó Isabella, agarrándole la mano con fuerza—. Lo tenemos aquí de verdad.

 

Capitulo Final Corazonres Oscuros


Esta misma semana hace un año, Edward Cullen se había quedado atrapado en un ascensor totalmente a oscuras. Y entre la oscuridad, la opresión y la manera en que se habían disparado los recuerdos de los momentos más terroríficos de su vida, había sido su peor pesadilla hecha realidad.

Y su total salvación.

Porque no había estado solo en el ascensor.

No. Para nada. Isabella Swan había estado atrapada allí con él. Y parecía imposible para él que ella fuera una extraña en ese momento, porque ahora era la persona que más lo conocía en el mundo. Quizás incluso mejor que él mismo.

Ciertamente, ella había cambiado todo en su vida y lo que pensó que sería.

sábado, 6 de junio de 2020

capitulo 22 corazones oscuros


Capitulo 22
El teléfono móvil de Edward sonó un poco después de las siete, y cuando lo atendió vio el número del parque de bomberos en la pantalla.

—Cullen al habla.

—Edward, soy Eleazar. Sé que acabas de salir de un turno doble, pero ha habido un accidente múltiple en la 66. Nos van a llamar en cualquier momento. He mandado a Olson a su casa hace una hora porque ha pillado la gripe, así que andamos cortos de personal, y sé que no estás lejos —dijo su capitán.
Edward ya estaba poniéndose las botas.

—Estaré ahí en cinco minutos.

Para cuando Edward aparcó el Jeep, las persianas de los garajes ya estaban subiendo. Ambos vehículos de emergencia tenían las luces encendidas mientras sus compañeros se ponían los trajes y se montaban en los camiones. Edward corrió bajó la nevada en dirección a la ambulancia y agarró su equipo.

—Vamos allá —dijo, subiéndose de un salto al asiento del copiloto.

capitulo 23 corazes oscuros


CAPÍTULO 23

Edward estaba que se subía por las paredes. Una vez llegaron a urgencias, el personal lo hizo retirarse a la sala de espera mientras decidían a dónde derivarla y empezaban los tratamientos. Pero había algo más que podía hacer por ella, aparte de perder tiempo. Su familia tenía que enterarse de lo ocurrido.

 

El Día de Acción de Gracias, Edward y Emmett habían intercambiado información de contacto. Ahora, buscó su número en la lista de contactos y esperó mientras el teléfono sonaba.

 

—Emmett Swan al habla —respondió.

 

—Emmett, soy Edward Cullen, el no...

 

—Ya sé quién eres, Edward —lo interrumpió Emmett. La frialdad que permeaba sus palabras le dejó claro que su cuñado estaba al tanto de lo que había ocurrido entre Isabella y él—. ¿A qué viene la llamada?

 

—Isabella ha sufrido un accidente de tráfico. Está estable, pero ingresada. La ambulancia la ha traído hace unos quince minutos —dijo Edward. Odiaba tener que darle esa mala noticia, sabiendo la estrecha relación que tenían los dos hermanos.

 

—Mierda —dijo Emmett—. ¿Qué ha pasado? ¿Está herida? ¿Cómo está el niño?

jueves, 21 de mayo de 2020

capitulo 19 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 19
El año nuevo no había convertido a Edward en un hombre nuevo, pero al menos estaba comiendo más, duchándose a diario y, en general, funcionando como una persona adulta. Gracias a Eleazar. Y a dos sesiones a la semana con el doctor Ward durante las últimas tres semanas. Y a las maravillas de los fármacos modernos.

Básicamente, se sentía como si estuviera escalando lentamente una cuesta empinada, cargado con un pedrusco enorme a la espalda; pero al menos estaba progresando. Eso en sí ya era una victoria. Y estaba intentando acordarse de felicitarse cuando hacía algo bien. Poco a poco, joder. Se trataba de ir poco a poco.

Capitulo 20 Corazones Oscuros



CAPÍTULO 20

Tumbado en la Cama en su día libre, estaba dándole vueltas a algo que su psiquiatra le había dicho durante su última visita: «Encuentra maneras de cerrarle la puerta al pasado».

 

Edward llevaba días pensando en ello, intentando encontrar la manera de hacer lo sugerido para poder empezar a mirar hacia delante, en vez de concentrarse en el pasado. Era lo último que necesitaba aclarar antes de sentirse preparado para perseguir lo que de verdad anhelaba.

 

Isabella Swan.

 

Su mirada se desvió hacia el osito de peluche que reposaba en su mesita de noche, el mismo que Isabella le había regalado para que se recuperara. Durante todas esas semanas, Edward lo había tenido cerca (bueno, no había dormido con el maldito osito porque era un hombre de veintiocho años, al fin y al cabo), pero le gustaba tener al lado algo que ella había tocado.

 

Capitulo 21 Corazones Oscuros




CAPÍTULO 21

Al salir de la visita al médico de los cuatro meses, Isabella supo que había llegado la hora: tenía que darle la noticia a Edward. Se haría otra ecografía en dos semanas, y no había ningún motivo para seguir demorando la conversación, excepto el hecho de que se ponía nerviosísima solo con pensar en ello.

 

Conduciendo mientras caía la noche, Isabella se dirigió a casa de Edward. Esta no era una conversación que pudiera sostener por teléfono o correo electrónico. Tenía que decírselo cara a cara; no solo porque era lo correcto, sino también porque necesitaba tener a Edward delante. Para comprobar que estaba bien. Para verlo reaccionar a la noticia. Necesitaba verlo y punto.

 

Porque Edward Cullen era un dolor que tenía dentro y que no desaparecía.

martes, 5 de mayo de 2020

Capitulo 17 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 17
Durante el fin de semana entero, cada vez que Edward se despertaba, escuchaba el mensaje de Isabella.

«Edward, por favor, dime algo. ¿Qué ha pasado? No lo entiendo. Estoy a tu disposición. Por favor, solo tienes que dejarme ayudar. Sea lo que sea, podemos arreglarlo. —Pausa—. Te quiero.»

Con el pulgar, arrastró el botoncito de la pantalla. «Te quiero.»

Y otra vez. «Te quiero.»

Y otra vez. «Te quiero.»

Capitulo 18 Corazones Oscuros




CAPÍTULO 18
Isabella aparcó en el espacio delante del garaje de su padre, con el estómago hecho un lío de nervios y angustia. Por una vez, no se trataba de náuseas matutinas. El problema era la conversación que se avecinaba con su padre y sus hermanos. La conversación en la que los informaría de que estaba embarazada de doce semanas. Y de que el padre se había desvanecido.

Habían pasado dos semanas desde que Edward le había devuelto la llave. Dos semanas desde que Isabella le había dejado el mensaje de voz. Dos semanas de silencio, aunque le había mandado una postal de Navidad. Un último intento de ponerse en contacto con él.

«No. No pienses en Edward.»

jueves, 23 de abril de 2020

Capitulo 15 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 15
Isabella se quedó contemplando la puerta de su apartamento; el ruido que había hecho al cerrarse todavía le resonaba en los oídos. ¿Qué diablos acababa de ocurrir?

Se llevó una mano al vientre, comprendiendo entonces que no había tenido oportunidad de darle la noticia a Edward. Dios santo, ¿cómo iba a decírselo ahora? Si oír que Isabella lo quería ya le había causado un ataque de ansiedad tan grave. (Jamás, desde que lo había conocido, lo había visto palidecer y adquirir una expresión tan distante, o... bueno, quedarse en blanco de aquella manera.) Le había parecido estar contemplando la carcasa vacía del hombre al que había conocido.

Puesto que el abandono había sido un tema recurrente en su vida, Isabella había sospechado que oír que ella lo quería podría desencadenar un ataque de ansiedad en Edward. Pero nunca había imaginado que sería tan serio.

Instintivamente, se lanzó hacia la puerta y la abrió de golpe, pero en el vestíbulo ya no había nadie. Se apoyó contra el marco de la puerta y contempló el vacío.

Capitulo 16 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 16
Poco después de las diez, Isabella por fin regresó al apartamento. Tras irse del parque de bomberos, se había dirigido con el Prius a su restaurante mexicano favorito y había cenado sentada en la barra (una mesa para una sola persona le había parecido más deprimente de lo que podía soportar). Luego había vagado hasta la librería y había pasado un rato allí, hasta que se había percatado de que estaba hurgando por la sección de ofertas en busca de novelas de suspense que pudieran gustarle a Edward.

Al abrir la puerta del apartamento, lo primero que vio fue la luz de la cocina encendida. Igual que la de su habitación.

—¿Edward? —preguntó. Sintió que la esperanza le llenaba el corazón y que una oleada de alivio la recorría entera—. ¿Edward? —preguntó de nuevo, apresurándose hacia la habitación.

Pero su casa estaba vacía.

Volvió a la cocina. Porque lo segundo que había visto había sido un enorme jarrón con un ramo de rosas reposando en la encimera. Entre las flores, alcanzaba a distinguir algunas palabras:


«Te quiero. M.»

—Dios mío —murmuró, con un nudo en la garganta. Edward había estado allí. Había venido a decirle que la amaba. Y mientras tanto, ella había estado evitando volver a casa.
Soltó la tarjeta del clip que la sujetaba. Y el estómago le dio un vuelco.

«Tómate tanto tiempo como necesites. Estaré esperando. Te quiero. M. N.»

M.N. Maldito Michael. Mierda.

miércoles, 15 de abril de 2020

Capitulo 11 corazones oscuros


CAPÍTULO 11
Llegaron a casa bien entrada la mañana. Al final, el padre de Isabella no tenía el esternón fracturado, solo una contusión grave: buenas noticias. Seth sí que tenía una fractura costal, pero el TAC no había revelado nada grave en la cabeza, y la laceración del cuero cabelludo no había causado daños en el hueso. Cuando llegaron a la casa de los Swan, todos ayudaron a acomodar a Charlie y a Seth antes de irse a sus propias Camas.

—Anoche fuiste mi héroe, ¿lo sabes? —dijo Isabella, medio dormida junto a Edward en su estrecha Cama. Incluso exhausta estaba preciosa, y la luz de la mañana daba vida a los tonos rojos de su cabellera.

Edward sacudió la cabeza. Nunca se había sentido cómodo con aquella denominación. Héroe. Porque siempre se preguntaba si había hecho lo suficiente, si sus acciones habían bastado. Los héroes eran valientes e intrépidos, cualidades que no describían su lamentable estado de ansiedad constante. Se conocía a sí mismo y sabía la verdad.

—Yo solo... Solo hice mi trabajo. Es a lo que me dedico.

Capitulo 12 Corazones oscuros


CAPÍTULO 12
Edward se lanzó sobre Isabella en cuanto cruzaron el umbral de la puerta de su apartamento. La alcanzó en un instante y la arrinconó contra la encimera de la cocina. Dejó su bolso en el suelo. Le quitó el abrigo a toda prisa.

Estaba utilizándola. Era consciente de ello. Usándola para acallar todas las mierdas que le llenaban la cabeza. Porque cuando estaba con ella, cuando estaba dentro de ella, todo lo malo desaparecía. Siempre desaparecía.

Pero ella parecía tan dispuesta como él. Le arrancó el abrigo, deslizó las manos bajo su Camiseta y se la subió. Se la quitó con su ayuda.

Sus besos eran urgentes, profundos, salvajes. Edward la estaba devorando: su piel, su lengua, sus gemidos. No bastaban para saciarle.

—Demasiada... ropa... —jadeó Isabella contra la comisura de sus labios, manoseando el botón de sus jeans.

Capitulo 13 Corazones Oscuros

CAPÍTULO 13
Las pesadillas estaban empeorando. Lo habían atormentado durante el poco rato de sueño que había tenido esa noche, así que se había levantado y había estado dando vueltas por el salón; al final, se había ido porque no quería enfrentarse a la mirada omnisciente de Isabella por la mañana. Entonces, durante un rato sin llamadas en la centralita del parque de bomberos, se había amodorrado de nuevo, pero solo le había valido para que regresaran las pesadillas.

Todas empezaban igual.

Lo que cambiaba era el final.

En una pesadilla, Isabella y él se encontraban en el asiento de atrás cuando el automóvil volcaba, y era ella la que no sobrevivía mientras él sí. Gritaba su nombre una y otra vez, pero Isabella nunca respondía.

En otra, Sean se convertía en Isabella y revivía otra versión del sueño. Eran los ojos de ella los que lo acusaban. La voz de ella la que decía «debería haber sido yo. Debería haber sobrevivido yo».

Capitulo 14 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 14
Isabella entró sola en la consulta de su médico el martes por la mañana. Tras darle muchas vueltas al asunto, había decidido que lo mejor sería informarse tanto como fuera posible antes de darle la noticia a Edward. En particular, quería saber si el niño estaba sano. Asumiendo que fuera así, se lo contaría a Edward al salir del trabajo. Se lo contaría todo.

Ya iba siendo hora. Isabella apenas podía contenerse.

Informó al recepcionista de su llegada y se sentó a esperar. Había más personas esperando, entre ellas dos mujeres muy embarazadas. Una oleada de emoción recorrió a Isabella: en pocos meses, ella estaría igual. Un hombre estaba sentado junto a una de las embarazadas, susurrándole algo al oído que la estaba haciendo reír. El hombre apoyó la mano en el vientre de ella mientras hablaba.

Y aquel hombre... sería Edward. Edward, que hacía tanto tiempo que no tenía una familia. Santo cielo, Isabella esperaba que se alegrara de formar una nueva. Aunque tuviera miedo (¡mierda!, no sería el único), ella guardaba la esperanza de que la alegría pesara más. Porque, al fin y al cabo, aquello terminaría en una personita que formaría parte de los dos. Y aquello, a Isabella, le parecía increíble.

La puerta de la sala de espera se abrió.

—¿Isabella Swan? —preguntó una enfermera que vestía una casaca médica rosa.
Isabella siguió a la mujer hasta la consulta, y el corazón le latía con más fuerza a cada momento. Estaba a punto de ver a su hijo por primera vez.

domingo, 8 de marzo de 2020

Capitulo 10 Corazones oscuros



CAPÍTULO 10
Cuando llegaron a su habitación, Isabella cerró la puerta.

—No es una Cama doble, pero espero que no estés demasiado apretado esta noche.

—¿Vamos a dormir juntos? —preguntó, mirando alrededor de la habitación de su infancia. Partes de su juventud seguían colgadas de las paredes de color lavanda y de su espejo. Lazos, fotografías, pósteres de grupos de música. La habitación reflejaba a alguien que había crecido rodeada por el calor de una familia, por la felicidad y la plenitud—. ¿A tu padre no le importa?

Con una risa entre dientes, Isabella sacudió la cabeza.

—Prácticamente vivimos juntos, Edward, cosa que mi padre sabe. Creo que ha deducido que su hija de veinticinco años ya ha mantenido relaciones sexuales. Seth y Shima también duermen juntos.

—Shima es fantástica —dijo, preguntándose si Isabella le contaría lo de la conversación con Michael.

—La verdad es que sí —contestó con una sonrisa. Entonces se desabrochó los jeans, se los bajó y se los quitó, con lo que se quedó allí de pie, vestida con una enorme sudadera roja y azul desteñida de la Universidad de Pensilvania, que justo alcanzaba para cubrirle la ropa interior—. Tú también deberías desvestirte —dijo, acercándose a él y poniéndose manos a la obra con los botones de su Camisa.

Un botón, y otro, y otro, y de repente estaba quitándole la Camisa y dejando su piel expuesta.

A Isabella se le escapó un pequeño gemido y le dio un beso en el centro del pecho.

—Es como desenvolver un regalo.

lunes, 2 de marzo de 2020

Capitulo 9 Corazones Oscuros


Capitulo 9

En el piso de arriba, Isabella arrastró a Edward hasta el baño del vestíbulo y cerró la puerta.

—No sabía que iba a venir —dijo. Desde el momento en el que había levantado la vista y se había encontrado a Michael Newton ahí plantado había estado preocupándose por la reacción de Edward. ¿Por qué no la había advertido su padre? Aunque no estaba muy segura de lo que habría podido hacer de haberlo sabido.

—De acuerdo —contestó Edward, y se encogió de hombros. Su expresión parecía despreocupada, pero Isabella sabía que era capaz de enterrar sus auténticas emociones cuando no quería enfrentarse a ellas. Joder, separarse a sí mismo de sus emociones había sido su única estrategia para sobrevivir a la pérdida de su familia, así que era un experto—. No pasa nada.

Isabella apoyó la frente en su pecho, le rodeó la cintura con las manos e inhaló su aroma.

—Es incómodo.

Edward se rio entre dientes mientras le acariciaba el pelo.

—Solo porque sigue estando interesado.

Con un gemido, Isabella sacudió la cabeza, todavía confundida por la presencia de Michael y molesta porque hacía que Edward se sintiera mal. Finalmente, levantó la vista hacia su rostro.

—Bueno, pues yo no estoy interesada en él, por si hace falta que lo diga —declaró. Habían pasado tres años desde su separación, y había superado la ruptura mucho tiempo atrás. Mike había tomado una decisión y Isabella lo había aceptado.

La mirada oscura de Edward la escudriñó durante un momento. Sacudió la cabeza.

—No hace falta, no te preocupes. Aunque si vuelvo a pillarlo mirándote el culo o jugueteando con tu pelo, no me hago responsable de mis acciones —dijo, levantando la ceja del piercing con expresión divertida.

Isabella se rio por lo bajo, pero, Dios, de verdad que no quería que nada estropeara su visita o causara que Edward estuviera aún más incómodo. Iba a matar a Jasper: su hermano sabía que vendría con su novio. ¿Qué diablos se le había pasado por la cabeza?

—¿Te gustaría que te contara cómo...?

El pomo de la puerta se agitó.

—¡Ocupado! —dijo Isabella.

—De acuerdo —contestó la voz de Jasper.

—Vamos a ayudar con la mesa —dijo Edward—. Ya hablaremos luego.

Isabella asintió, y quedó encantada cuando Edward se inclinó y le dio un beso largo, lento e intenso, lleno de calor, pasión y lengua. Desde la primera vez que se habían besado, en la oscuridad del ascensor, sus habilidades la habían dejado hechizada.

—Perdona, ¿de qué estábamos hablando? —preguntó en un susurro cuando se apartó.

La sonrisa que le dedicó sacó a relucir sus hoyuelos.

—No lo sé, pero sabes a manzana y canela.

—Es por la sangría que he preparado. Deberías probarla.

—Así lo haré —dijo. Apoyó una enorme mano en la nuca de Isabella y volvió a besarla. Un beso a fondo, explorándola—. Mmm, sí que sabe bien —dijo con la voz ronca.

—Dios, podría pasarme todo el día besándote así —susurró.

La sonrisa descarada que apareció en su rostro rebosaba satisfacción masculina.

—¿No me digas? —preguntó. Le guiñó un ojo, se volvió y abrió la puerta.

Por el pasillo, se cruzaron con Jasper.

—¿En serio estabais juntos en el baño? —preguntó.

Isabella lo fulminó con la mirada, sin perdonarle su actitud para con Edward en la sala de juegos.

—¿En serio has traído a mi exnovio a la cena de Acción de Gracias?

—Es mi mejor amigo —replicó Jasper, pasando de largo. Cierto, pero hacía muchos años que Michael no celebraba nada con ellos. Cuando eran pequeños, era habitual que Mike pasara tiempo en casa: a la hora de comer, en fiestas de pijamas, e incluso durante las vacaciones. Pero no había ocurrido desde antes de su ruptura.

Cuando su hermano se encerró en el baño, se volvió hacia Edward.

—Lo siento. No sé qué le pasa.

Aunque, en cierta manera, no le sorprendía que fuera Jasper el que le diera problemas con Edward. Puesto que Emmett le sacaba tantos años, Isabella siempre lo había idolatrado, y este se había comportado como un fantástico hermano mayor: siempre se habían llevado bien. Y como Seth era el más joven y, en general, la persona más relajada del mundo, nunca habían tenido grandes conflictos. Pero Jasper y ella, los dos hermanos medianos, discutían por cualquier cosa, de toda la vida.

—Supongo que es una cuestión de lealtades —contestó Edward, dándole un beso en la coronilla—. No te preocupes más.

—De acuerdo —dijo. Fueron a la cocina y encontraron a su padre sacando el pavo del horno—. ¿Cómo podemos ayudar?

—Seth y Shima han empezado a poner la mesa, id a ver si necesitan algo. Si no, podéis ayudarme a servirlo todo. Estaremos listos para comer en unos veinte minutos. Solo tengo que preparar la salsa de la carne.

—Está bien —contestó Isabella, y se llevó a Edward al salón en el que comían cada vez que la familia entera se juntaba. Seth y Shima estaban colocando los platos y los cubiertos alrededor de la gran mesa—. Espera, falta el Camino de mesa de mamá.

—Ah, mierda —dijo Seth—. Lo siento.

—No pasa nada —replicó Isabella, yendo hacia el aparador con puertas de cristal que había contra la pared del fondo. Encontró la tela decorativa en el armario de abajo—. Tras la muerte de mi madre, mi padre siempre hizo un esfuerzo por compartir con nosotros las tradiciones que habían sido importantes para ella. Este Camino de mesa lo hizo mi abuela, que se lo regaló a mi madre; al parecer, tenía la costumbre de usarlo cada Día de Acción de Gracias. —Desdobló el largo rectángulo de tela, que estaba decorado con bordados de hojas, calabazas y bellotas—. Nos gusta seguir usándolo.

Edward la ayudó a colocarlo a lo largo de la mesa, entre los platos que Seth ya había puesto.

—Es precioso —dijo Shima—. Es muy bonito que sigáis honrándola de esta manera.

—Sí —contestó Isabella—. Seth y yo éramos demasiado pequeños para recordarla, así que está bien tener cosas como esta —dijo, encogiéndose de hombros—. Siempre he pensado que, ya que no puedo tenerla a ella, al menos puedo conservar las partes de su personalidad que están a mi alcance. No sé.

Edward le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.

—Shima tiene razón. Es un gesto muy bonito.

La dulzura de sus palabras le colmó el pecho de amor. Dios, cómo adoraba a ese hombre.

Enseguida terminaron de poner la mesa, y ambos regresaron a la cocina para ayudar con el resto de la comida. Isabella llenó las bandejas y los boles de servir de uno en uno, y Edward fue llevándolos a la mesa.

A lo largo de los dos últimos meses habían cocinado un millón de platos los dos juntos, pero había algo especial en ocuparse de la cena en su hogar de infancia. Ayudaba a Edward a sentirse como uno más de la familia, aunque para Isabella ya lo era. Por fin, el pavo estuvo cortado, la salsa estuvo lista, y llegó la hora de cenar. Su padre los llamó a todos a la mesa.

Charlie y Emmett ocuparon las cabezas de la mesa, y Seth, Shima e Jasper se sentaron en uno de los laterales. Michael fue hacia la silla del medio del otro lado, que lo pondría entre Edward y ella. Ni hablar.

—Oye, Mike, ¿te importaría pasarte a la otra silla para que Edward y yo podamos sentarnos juntos? —preguntó. No le gustaba que Michael la hubiera obligado a pedírselo. No estaba segura de qué se traía entre manos con su visita, pero Isabella no quería entrar en su juego, fuera el que fuera.

—Claro —contestó este, Cambiando de asiento.

—Adelante —dijo Edward, apartando la silla del final para ella. Ahora sería él el que estaría sentado en medio.

Isabella disimuló su sonrisa y se sentó junto a su padre, con Edward al otro lado. Un punto para Edward.

Su padre tomó las manos de los hijos que tenía al lado, y todos siguieron su ejemplo. De repente, sentada ante la cena de Acción de Gracias, dando la mano a los dos hombres más importantes de su vida, se le hizo un nudo en la garganta y se sintió abrumada por la gratitud y la felicidad. Su padre bajó la cabeza.

—Gracias, Señor, por satisfacer nuestras necesidades y bendecirnos con esta comida. Te agradecemos la presencia de cada persona que esta noche comparte la cena con nosotros. Rogamos porque el ajetreo de la vida diaria nunca logre que nos olvidemos de dar las gracias, de ver todo lo bueno que esta vida nos ha brindado: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros hogares, nuestra salud, nuestro trabajo. Y rogamos porque los menos afortunados tengan todo lo que necesitan en este Día de Acción de Gracias, y porque podamos seguir aportándoles nuestra ayuda y mejorando sus vidas. Amén.

—Amén —repitieron todos.

Isabella le dedicó una sonrisa a Edward y le apretó la mano ligeramente antes de soltarlo. Lo que más agradecía en ese momento era haber tenido la increíble suerte de haberse quedado atrapada en ese ascensor, porque no podía imaginarse su vida sin él. Su generosidad silenciosa, su altruismo, su instinto de protección, su sarcasmo, la manera que tenía de mirarla con adoración, lo fantásticamente bien que encajaban sus cuerpos... ¡Había tantas cosas que querer en él!

En un instante, se llenaron los platos y todos empezaron a comer. Isabella ya estaba apurando su segunda copa de sangría, y el calor de la bebida empezaba a recorrerle el cuerpo.

—Está todo riquísimo, Charlie —dijo Edward. Un coro de asentimiento se alzó alrededor de la mesa.

—Shima —dijo Isabella—. ¿De dónde eres?

—Crecí en Nueva York —contestó—, aunque mi madre es de Japón. Conoció a un marine estadounidense, se enamoró, y yo soy el resultado.

Isabella sonrió. Aquella mujer le caía estupendamente, y se alegraba mucho por Seth.

—¡Qué romántico! Los hombres uniformados son difíciles de resistir.

—Vaya, gracias —dijo Emmett.

Isabella puso los ojos en blanco, pero se echó a reír.

—No estaba pensando en ti, precisamente —replicó. Le guiñó un ojo a Edward, que le dedicó una sonrisa pícara. Aunque su uniforme no fuera el más sofisticado del mundo, le daba un aspecto de lo más sexi, sobre todo porque sabía que se dedicaba a ayudar a las personas y a salvar vidas mientras lo llevaba puesto.

Emmett señaló a Edward con el tenedor.

—Justo el año pasado relajaron la normativa sobre los tatuajes en nuestro departamento —dijo—. Antes no estaba permitido tenerlos a la vista. Ahora puedes tener uno visible en cada brazo. ¿A ti te han dado problemas con eso?

Edward sacudió la cabeza.

—En Arlington no hay ninguna norma sobre los tatuajes. Aunque, en cualquier caso, la mayoría de los míos quedan tapados.

—Tu dragón es precioso —dijo Shima—. Siempre he querido hacerme un tatuaje.

A Isabella le dio un pequeño vuelco el estómago y decidió que era el momento de anunciar su decisión. Al fin y al cabo, tarde o temprano tendría que contárselo a su familia.

—Yo voy a hacerme uno.

De repente, se hizo el silencio en la mesa.

—¿En serio? ¿Qué vas a tatuarte? —preguntó Shima, sin percatarse todavía de que los Swan estaban mirando a Isabella como si tuviera tres cabezas, y a Edward como si la hubiera aficionado a beber sangre de murciélago. Nadie en la familia tenía tatuajes.

Isabella echó un vistazo a su padre, que había adoptado una expresión neutral. Aunque probablemente le estaba costando un esfuerzo.

—Un árbol genealógico celta con nuestras iniciales. Quiero un diseño que signifique algo para mí, y no hay nada más importante para mí que las personas aquí sentadas.

La mirada de su padre se llenó de ternura y Isabella supo que se lo había ganado.

—Bueno, piénsatelo bien —dijo su padre—. Pero tu idea me parece bonita.

—Gracias —contestó.

—¿Por qué quieres un tatuaje? —preguntó Jasper, con un retintín que sugería que estaba convencido de saber la respuesta.

—Porque me gustan.

—¿Desde cuándo? —insistió.

Isabella lo fulminó con la mirada y sopesó la posibilidad de tirarle un panecillo a la cabeza. Pero sería un desperdicio terrible de panecillos. Quizá tuvieran veintisiete y veinticinco años, respectivamente, pero todavía eran perfectamente capaces de sacarse de quicio el uno al otro, como si jamás hubieran superado los doce años.

—Desde hace tiempo. Es solo que no se me había ocurrido algo que quisiera tatuarme hasta ahora.

—El departamento de policía está lleno de gente tatuada —dijo Emmett. Isabella hubiera querido darle un abrazo por aquella muestra de apoyo—. Hoy en día no es nada fuera de lo común.

—Mi padre tiene unos cuantos tatuajes —dijo Shima—. Muchos de ellos son de temática militar, como ya os podéis imaginar. Iniciales de compañeros caídos. Algunos son muy conmovedores, es impactante pensar que fueron tan importantes para él que decidió conmemorarlos en su propia piel.

Isabella asintió. Los tatuajes de Edward eran parecidos. Tenía una rosa amarilla en el pecho en honor de su madre y, en los hombros, «jamás te olvidaré» escrito en caracteres chinos y el nombre de Sean. El dragón que lucía en el antebrazo y en la mano le recordaba que tenía que enfrentarse a sus miedos, para poder vivir la vida que había sido arrebatada a Sean, entre otras cosas. El accidente lo había marcado por dentro y por fuera.

—Me apetece más sangría. ¿Alguien necesita algo de la cocina? —preguntó Isabella.

—A mí me gustaría probarla —dijo Shima. Seth y su padre también quisieron un poco.

—Voy a ayudarte —dijo su padre, levantándose.

Isabella tomó su copa, se puso en pie, y dio un pequeño apretón en el hombro a Edward antes de alejarse. Lo que quería de verdad era darle un beso, pero no quería incomodarlo delante de todo el mundo.

En la cocina, su padre la tomó del brazo.

—¿Cómo llevas la presencia de Michael? No sabía que Jasper lo había invitado hasta que se han presentado en la puerta —dijo, casi susurrando.

—No pasa nada —contestó—. Lo nuestro ya hace tiempo que es historia, en cualquier caso.

Y era la verdad. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Michael.

—Siento no haber dicho nada antes de que bajarais a la sala de juegos. No quería preocuparte delante de Edward —añadió, sacudiendo la cabeza.

Isabella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a su padre.

—No te preocupes, papá. En serio.

Sirvieron las bebidas de todo el mundo y las llevaron a la mesa.

—¿Necesitas algo? —preguntó Isabella, inclinándose hacia Edward.

Este negó con la cabeza.

—Ya tengo todo lo que necesito —contestó, y la mirada que le dedicó le comunicó que no estaba hablando de la comida.

La conversación fluía alrededor de la mesa. Sobre su tía Maggie, que había sido una figura maternal para Isabella cuando era pequeña (este año no cenaba con ellos porque se había ido de crucero con un grupo de amigas). Sobre las pinturas de su padre, una afición que había tenido desde que Isabella recordaba. Sobre el trabajo de Mike y a qué hospital esperaba ir cuando se terminara su periodo de residencia. Sobre los trabajos de fin de máster de Seth y Shima. Y sobre mucho más. La charla continuaba, animada y amigable, y Isabella agradeció que Edward se hubiera integrado tan bien en aquel grupo de desconocidos. Sabía que no le resultaba fácil.

—De acuerdo, muchachos —dijo su padre—. Id a desabrocharos los pantalones y a descansar los estómagos un rato, yo me ocupo de despejar la mesa y servir el postre.

Todos se echaron a reír.

—Deja que te ayudemos, papá. Tú ya has cocinado —dijo Isabella.

—Bueno, no voy a discutir —contestó, guiñándole un ojo.

Todos colaboraron en quitar la mesa. Emmett y su padre se concentraron en empaquetar todas las sobras, y Seth y Shima pusieron los platos de postre. Jasper sacó la basura de la cocina, que estaba a punto de estallar, al contenedor.

—¿Yo les paso un agua y tú los metes en el lavavajillas? —preguntó Edward, colocándose delante del fregadero. Isabella asintió con una sonrisa. Esa era su rutina en casa, y adoraba ver que Edward no dudaba en hacer lo mismo en casa de su padre—. ¿Qué? —preguntó, pasándole un plato sucio.

Isabella se limitó a sonreír.

—Nada, Buen Sam.

Edward puso los ojos en blanco, pero su expresión revelaba la alegría que sentía. No era algo que viera muy a menudo, y le encantaba.

—Caramba, mira —dijo, haciendo un gesto de cabeza hacia la ventana.

—Vaya, está nevando —dijo Isabella. Solo había caído lo suficiente como para espolvorear las ramas y la hierba. La nieve todavía no estaba cubriendo el asfalto, pero, aunque fuera el caso, iban a quedarse hasta el sábado. Las nevadas eran particularmente agradables cuando uno no tenía que conducir—. ¿Sabes cuánto va a nevar, papá?

—Un par de centímetros y ya está. Lo justo para decorar el paisaje —contestó, guiñándole un ojo.

—Este ha sido el mejor Día de Acción de Gracias que he tenido en mucho tiempo —dijo Edward, secándose las manos tras terminar con los platos—. Gracias por permitirme formar parte.

Aquello le derritió el corazón a Isabella. Deseaba con todas sus fuerzas que Edward disfrutara. Solía celebrar las ocasiones especiales en la estación de bomberos o con sus amigos, a veces, pero hacía muchos años que Edward no pasaba una fecha señalada rodeado de su familia. Y, con lo bien que se llevaba Isabella con la suya propia, aquello le rompía el corazón. Todo el mundo necesitaba a alguien con quien contar incondicionalmente, y ella quería proporcionárselo. Y a su familia también.

Su padre le dedicó una amplia sonrisa a Edward.

—Me alegro de oírlo, Edward. Pero todavía no hemos terminado.

—La mesa está lista —dijo Seth—. Sobredosis de azúcar disponibles en tres, dos, uno...

—Eso si el triptófano no hace que nos suba la serotonina antes —indicó Mike.

—En cualquier caso, dentro de una hora estaremos todos muertos de sueño —dijo Emmett, dando una palmada en la espalda a su padre. Volvieron a sentarse alrededor de la mesa del comedor, listos para disfrutar de una variada selección de postres que incluía el rollo de calabaza de Isabella, una tarta de calabaza, una de manzana, y un pastel de zanahoria hecho por Shima.

—En serio, es imprescindible que pruebe un pedazo de cada cosa —dijo Isabella.

—Gracias a Dios, no quería ser el único —contestó Edward, sirviéndose un pedazo de su rollo de calabaza.

La comida circuló por los platos y la conversación siguió fluyendo, e incluso Jasper parecía haber dejado de meterse con Edward y ella. Así que Isabella por fin se permitió relajarse y disfrutar de la visita. Su hombre estaba comportándose perfectamente, como ya había sabido que sucedería, y su familia lo había aceptado con los brazos abiertos. Tal como le había dicho antes. No había motivos para preocuparse.

*  *  *

 De pie en su habitación de infancia, Isabella se puso su sudadera enorme favorita, ya que tenía frío tras haber pasado varias horas viendo películas en el sótano con los demás. Si Michael no estuviera presente se pondría el pijama, porque ya era tarde, pero le parecía un gesto demasiado cercano, teniendo en cuenta su pasado.

¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué se traía entre manos? Había pasado el día entero sintiendo cómo la miraba, cómo la observaba, cómo intentaba cruzar miradas con ella. Y ella había dedicado el día entero a no hacerle caso y a quedarse junto a Edward, con la esperanza de no dar pie a Mike para entablar una conversación. A lo largo de los últimos años, le había enviado algún que otro correo electrónico y mensaje de texto, y de vez en cuando se enteraba de cómo le iban las cosas porque Jasper lo mencionaba en alguna reunión familiar, pero no habían mantenido el contacto. Y a ella le parecía bien.

Se quitó las botas, se cepilló el pelo y salió al pasillo. Cuando dobló la esquina para bajar al piso de abajo, el corazón le dio un vuelco.

—Hola —dijo Mike, casi en lo alto de las escaleras.

—Hola —respondió Isabella, esperando a que pasara para poder bajar.

—¿Podemos hablar un momento, por favor?

El sonido de una alarma resonó por su cabeza. Sus últimas conversaciones como pareja no habían sido agradables. No sabía lo que pretendía ahora, pero no le apetecía nada descubrirlo.

—No sé.

—Vamos, Isabella, ¿por favor?

Le dedicó La Mirada, aquella que en el pasado había hecho que se derritiera.

Lo observó durante un momento. Tenía unos rasgos clásicos, atractivos al estilo estadounidense: el pelo rubio, los ojos azules, la mandíbula cuadrada que volvería loca a cualquiera; vestía un jersey de cachemira de cuello de pico sobre una camisa azul que le resaltaba los ojos. Hubo una época en la que Isabella consideraba que no podía existir alguien más guapo, y su cerebro y ambición la habían atraído tanto como su aspecto. Por no hablar de la larga relación que tenía con la familia, porque conocía a Mike desde que su edad constaba de una sola cifra.

Suspirando, asintió.

—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?

Michael indicó la puerta de su habitación.

—¿Crees que podríamos charlar en un lugar un poco menos público?

—Prefiero hablar aquí —replicó, cruzándose de brazos. Se sentía víctima de una emboscada, y estaba bastante irritada con Michael e Jasper por haberle tendido una trampa. Porque no sabía qué quería, pero estaba claro que aquella conversación era el motivo por el que Mike había pasado el día con ellos. Se lo decía su instinto.

—Bueno, de acuerdo —contestó Michael—. Veamos... El caso es que... —Se rio por lo bajo—. Lo tenía todo planeado, pero ahora que te tengo aquí delante me he quedado sin saber qué decir, como un adolescente.

La autodenigración pretendía encandilarla, igual que la expresión avergonzada que había adoptado, pero todo aquello solo confirmaba su alarma inicial.

Michael le dedicó una sonrisa.

—Te echo de menos. Eso es lo primero que quiero decir. Te echo de menos, y ahora sé que cometí un error gravísimo cuando no acepté la plaza en Washington —declaró. A Isabella le pareció que el estómago le daba un vuelco y el suelo se movía bajo sus pies—. De hecho, supe que había sido un error casi de inmediato, pero era demasiado inmaduro y orgulloso para admitirlo, y me daba demasiado miedo pedirte otra oportunidad.

«No. Nonono.»

—Mike...

—Por favor, déjame terminar —dijo, ladeando la cabeza—. Sé que no me lo merezco, pero te lo pido por favor.

Con el pulso acelerado, Isabella asintió. Aunque sentía vagamente que la segunda porción de tarta de manzana que se había comido a escondidas una hora atrás podía volver a aparecer en cualquier momento. Ya no albergaba ningún sentimiento por él, pero oír a alguien a quien una vez amó decir esas cosas no era fácil.

—He madurado y he estado pensando mucho en lo que quiero de la vida. Ser médico residente en un lugar prestigioso sigue siendo importante para mí, pero no tanto como el poder compartir mi vida con una persona a la que amo. Contigo, lo podría haber logrado. Lo debería haber logrado. Y sigo deseándolo. Contigo —dijo, con una mirada de determinación.

—Michael, ahora estoy con otra persona —contestó. Sentía las tripas revueltas ante la sorpresa de aquella conversación. Ni en un millón de años habría imaginado que eso era lo que quería.

—Ya lo sé —dijo—. Y lo siento. Por eso tenía que hablar contigo ahora, antes de que lo vuestro se convierta en algo serio. Solo lleváis dos meses juntos. Nosotros nos conocemos desde hace veinte años. Fuimos pareja durante tres. Y ahora mismo estaríamos casados, si no hubiera sido un imbécil egoísta y tozudo.

—Lo de Edward ya es serio —dijo Isabella, sintiendo que las paredes daban vueltas a su alrededor. Unos años antes, hubiera dado cualquier cosa por oírle pronunciar aquellas palabras. Pero era demasiado tarde. Lo había dejado atrás. Michael ya no importaba, ahora estaba Edward—. Tú y yo también hemos pasado tres años separados. Las cosas han Cambiado.

Mike dio un paso hacia ella.

—Lo que siento por ti no ha Cambiado. O quizá sí, quizás ahora es más intenso. Tengo muchas posibilidades de conseguir una plaza en Washington cuando termine mi contrato en Filadelfia. Quiero intentar conseguirla y mudarme al D. C. Quiero estar contigo. Quiero que volvemos a empezar y que construyamos la vida que deberíamos haber tenido.

—No me estás escuchando...

—Sí que te escucho. Y te comprendo. Crees que tienes una relación seria con ese tipo. Pero lo vuestro es un instante comparado con el tiempo que nosotros hemos pasado juntos. Si accedieras a intentar...

Isabella retrocedió, alejándose de su intensidad, de su tacto, de esas palabras que la atormentaban por lo irrelevantes que eran. Años atrás, habrían tenido un significado enorme. La situación estaba impregnada de tristeza. Profundamente.

Michael avanzó, no queriendo alejarse de ella.

—Por favor, inténtalo. Dame una oportunidad —insistió. Se sacó algo del bolsillo. El estuche de un anillo—. Todavía lo tengo —dijo, abriendo la tapa de terciopelo y revelando un espectacular diamante de corte esmeralda montado en un anillo precioso. Isabella se acordaba de lo fantástico que había quedado en su mano—. Daría lo que fuera para ganarme una manera de volver a entrar en tu corazón, por volver a tener la oportunidad de oírte decir que quieres casarte conmigo.

Tragando saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta, Isabella cerró el estuche que Michael sostenía.

—Michael, te agradezco que me hayas dicho todo esto, de verdad. Pero mi vida ha seguido adelante sin ti. Tomaste una decisión, y yo tomé otra. Han pasado tres años. Puede que Edward y yo no llevemos demasiado tiempo juntos, pero eso no significa que lo que siento por él sea menos intenso. No puedo desconectar mis sentimientos por él y, aunque pudiera, no querría hacerlo —dijo. No quería herir a Michael y, de hecho, odiaba saber que sus palabras le harían daño, pero había dejado pasar demasiado tiempo. Joder, no era culpa suya.

Mike envolvió las manos de Isabella con las suyas.

—No digas que no. Por favor. Simplemente, piensa en lo que te propongo. Puedo esperar. Esperaré todo el tiempo que necesites para aclararte las ideas.

La desesperación había deformado sus atractivos rasgos en una expresión torturada que nunca antes le había visto, y Isabella comprendió que estaba siendo completamente sincero. Lo cual significaba que era cierto que había madurado desde su ruptura.

Le dolía pensar en lo que podría haber pasado.

—No creo que me haga falta pensármelo, Mike.

—Te esperaré, Isabella. Porque te quiero —dijo. Se encogió de hombros, rendido—. Te he querido durante tantos años de mi vida...

Ella misma había pronunciado aquellas palabras una vez, pero ahora, cuando pensaba en el amor, era el rostro de Edward el que aparecía en su mente. El tacto de Edward. Los ojos de Edward.

—¿Dónde estabas hace tres años? ¿O dos, incluso?

Michael sacudió la cabeza.

—Perdido, está claro. Tú piénsatelo y ya está, ¿de acuerdo?

Isabella encorvó los hombros. No quería pelearse con él. No quería hacerle daño. Y no quería fastidiar el Día de Acción de Gracias. ¿Qué se suponía que debía decir?

—De acuerdo —soltó entonces, esbozando mentalmente el correo electrónico que le mandaría para decirle que lo suyo no tenía esperanza.

Tomó aire para seguir hablando y, de repente, Michael invadió su espacio personal y juntó los labios con los suyos. Isabella quedó tan anonadada que tardó un instante en comprender lo que había pasado.

Se apartó de golpe y lo fulminó con la mirada.

—Ni se te ocurra. ¿Sabes qué? No me hace falta darle vueltas a todo esto. Ya te he dicho lo que pienso. Ahora estoy con Edward, y no tengo ni la más mínima intención de dejarlo solo porque hayamos charlado un rato.

Michael levantó las manos.

—Lo siento. Lo siento mucho. Lo comprendo. Pero es que... es que te echo de menos.

—Tengo que volver —espetó Isabella y, sin añadir nada más, lo rodeó y se marchó escaleras abajo.

Entonces se encerró en el baño del vestíbulo, apoyó la espalda contra la puerta y se cubrió la boca con la mano. ¿Qué diablos acababa de pasar?
*  *  *
—De acuerdo —había dicho Isabella. Y con esas dos palabras, el mundo entero de Edward se vino abajo.

Salió huyendo del lugar en el que había estado, cerca del pie de las escaleras; había estado allí porque había querido encontrar a Isabella para preguntarle si le apetecía algo de comer, porque él iba a hacerse un bocadillo de pavo. Había oído la conversación que había mantenido con Michael de principio a fin. El tipo la echaba de menos, seguía enamorado de ella y quería que volvieran a ser pareja; en fin, nada que no hubiera revelado con su comportamiento, ¿verdad?

Avanzando por la ruta más corta posible, se alegró de que los demás estuvieran en el sótano. Cruzó la cocina y la puerta trasera y se dirigió a su Jeep, solo para tener un poco de espacio, para escapar, para encontrar un lugar en el que todavía hubiera oxígeno. En la calle, apoyó ambas manos en el capó del vehículo, sin importarle que hubiera nieve, o que el frío húmedo hubiera causado inmediatamente que le dolieran los dedos.

Como si todo esto no fuera suficiente, acababa de descubrir que Isabella había accedido a casarse con ese tipo. Que ya estarían casados si Michael no hubiera metido la pata. Edward no conocía todos los detalles, pero no importaba. Lo que importaba era que Isabella había amado a Michael lo suficiente como para querer construir una vida con él. Una vida con un hombre que era el polo opuesto de Edward en todos los sentidos: con un trabajo prestigioso, mientras él tenía un trabajo cualquiera; acaudalado, mientras él sencillamente llegaba a fin de mes; de atractivo clásico, mientras Edward tenía una apariencia difícil; encantador y seguro de sí mismo, mientras él era torpe y siempre se sentía incómodo.

Michael era el tipo de hombre por el que Isabella se sentía atraída a la luz del día. La oscuridad del ascensor había sido la salvación de Edward, porque les había permitido conocerse sin las ideas preconcebidas que crean las apariencias. Y él se había asegurado de que su apariencia transmitiera ciertos mensajes, ¿a que sí? Pero una vez la conoció en la libertad de la oscuridad, no había querido que resultara asqueada al verlo. No había querido que su apariencia la desalentara.

Y, milagrosamente, Isabella no había quedado horrorizada. Todavía le parecía oírla cuando dijo «absolutamente magnífico» aquella noche. El recuerdo todavía le quitaba el aliento y le aceleraba el pulso. Pero si Michael era el tipo de hombre con el que había accedido a casarse, aquello demostraba que su atracción por Edward no era más que casualidad. Al menos, no era lo habitual en ella. ¿No era así? ¿Acaso importaba?

Quizá no. O, al menos, no debería importar.

Pero le hacía dudar, por enésima vez desde que habían empezado a salir, si era lo bastante bueno para ella, si era lo que ella necesitaba. Pensaba que había logrado superar lo peor de esos pensamientos, porque sabía que no eran más que producto de su pasado, de sus ansiedades y de sus putos miedos. Pero el ver un posible futuro alternativo para Isabella con tanta claridad le había llegado a lo más hondo del pecho, y del cerebro, y del corazón, y había sacado a la superficie todas sus inseguridades.

Todas ellas.

Dios mío.

«Respira, Cullen. Respira y punto, joder.»

Apoyó las manos húmedas en las rodillas, agachó la cabeza y contó atrás desde diez. «Diez. Inspira hondo, espira. Nueve. Inspira hondo, espira. Ocho. Si imaginar a Isabella con otro hombre ya duele así, ¿qué pasará si la pierdo? Siete. Inspira hondo, espira. Seis. He perdido a todo el mundo, ¿por qué iba ella a ser diferente? Cinco. Inspira hondo, espira. Cuatro. Ahora mismo es tuya, concéntrate en eso. Tres. De acuerdo, de acuerdo. Dos. Inspira hondo, espira. Uno. Inspira hondo, espira.»

Joder, seguía sintiendo la misma presión en el pecho.

Volvió a contar atrás desde diez, pero esta vez bloqueó los comentarios tóxicos que le corrían por la cabeza.

Cuando terminó, se incorporó y estiró el cuello y los hombros. Isabella solo había accedido a pensar en lo que Michael le había dicho. No había accedido a volver con él, y había dejado muy claro que tenía una relación seria con Edward. «Concéntrate en eso.» De acuerdo. Vale.

Pero oír los ecos de la declaración de amor en su cabeza solo añadía otra capa de estrés a la situación. Porque aquel imbécil se lo había vuelto a decir a Isabella, mientras que Edward no había logrado pronunciar las palabras ni una sola vez.

De hecho, la perspectiva de pronunciarlas lo dejaba pálido de miedo. Porque parecía que era tentar la suerte. «¡Eh, relámpagos! ¡Dejad que os indique qué es lo que me importa para que podáis destrozarlo!»

El pasado. Ansiedades. Putos miedos. Ya lo sabía.

Pero saberlo no cambiaba lo que sentía.

Lo cual lo llevaba de vuelta a considerar si, quizá, no era lo bastante bueno para Isabella.
Entonces, ¿qué?

«Basta. Vuelve a la casa y quédate junto a ella. Esa es la manera de no perderla.»

Se pasó la mano por encima de la cicatriz de la cabeza.

—Joder —soltó. Entonces se dio la vuelta y se adentró en la casa de nuevo. Podía controlarse. No había pasado nada, no había Cambiado nada. Isabella se lo demostraría.

—Ah, aquí estás —dijo Isabella. Estaba junto a la encimera de la cocina, removiendo una taza de té caliente con una cucharilla—. Te estaba buscando.

—Solo necesitaba un poco de aire fresco —dijo Edward, acudiendo a su lado.

—¿La familia es demasiado? —preguntó con una sonrisa. Lo envolvió en sus brazos—. Oh, estás helado. Más vale que te ayude a entrar en calor —dijo. Apretó su cuerpo contra el de él, le abrazó con fuerza y recostó la cabeza junto a su cuello.

Aquel abrazo era pura vida.

Edward retornó el gesto.

—No creas —dijo, intentando que su voz no sonara ronca—. Tu familia me cae bien. Ha sido un día estupendo —añadió. Y era verdad. Había sido sincero cuando le había dicho a Charlie que este había sido el mejor Día de Acción de Gracias que había pasado en mucho tiempo.

—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Isabella.

El apetito que lo había inspirado a ir a por un bocadillo de pavo ya había desaparecido.

—No —respondió—. Estoy bien.

—¿Te apetece que nos escabullamos un momento, los dos solos?

No le hizo falta pensárselo demasiado.

—Suena perfecto —dijo.

La sonrisa de Isabella era como un rayo de sol asomando entre las nubes. «¿Ves cómo te mira? Confía en esa mirada, Cullen. Es lo único que importa.»

Isabella lo tomó de la mano.

—Pues ven conmigo.

*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *
Hola a todas que les pareció la declaración de Mike.
nos vemos en la próxima actualización mañana habrá adelanto del siguiente capitulo en el grupo élite fanfiction.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina