Isabella
Edward intentó acercarse a mí aproximadamente una media hora más tarde, pero no me atreví a responder a sus llamadas. No le hice caso hasta que se acercó físicamente, pasó detrás de la barra, me tomó de la mano y me llevó a la esquina oscura y vacía.
—¿Isabella? —Aun así, evité su mirada—. Isabella, habla conmigo.
Sus manos ahuecaron mis mejillas y él habló a un suspiro de mis labios.
—Por favor.
Con voz ronca, respondí:
—¿Podemos hablar de esto más tarde?
Pasó sus pulgares ligeramente a través de mis mejillas.
—Está bien.