martes, 28 de junio de 2011

ULTIMO CAP DE PERDONAME MI AMOR.


Capítulo Once

Bella creía que pasaría algún tiempo sin ver a Edward. Pero, cuando bajó a preparar el desayuno a la mañana siguiente, estaba en el cuarto de estar con su padre, tan relajado como si fuera su propia casa.

La miró cuando entró y la sonrió.

-Buenos días, preciosa. Estás guapísima con eso.

«Eso» eran unos vaqueros viejos y una camiseta verde. Bella tenía el día libre y no había esperado encontrar a Edward instalado en el cuarto de estar esperándola.

Le miró y se puso roja al recordar lo fácilmente que había sucumbido el día anterior. Edward notó su rubor y sonrió más ampliamente.

-No te esperaba -dijo ella.

-Me lo imagino. Qué tenemos de desayuno?

-¿Está peor el tobillo de Mary June? -preguntó ella sarcásticamente.

-No, pero me gustan tus tostadas. Y tu dulce compañía, preciosa.

-Sí que es preciosa -intervino Charlie-. No comprendo por qué sigue soltera.

-Me estaba esperando a mí -declaró Edward-. ¿Verdad, Bells?

-No me llames Bells.

-De acuerdo, encanto.

Ella comenzó a protestar, pero lo pensó mejor y se fue a hacer el desayuno.

Edward no dejó de observarla mientras desayunaba. Ella no comprendía qué querría después de lo sucedido.



-¿Quieres venir conmigo a ver una carrera de trotones? -preguntó Edward mientras Bella se tomaba el café-. O si no, podemos ir a ver los añojos de Gainesmor Farm. He visto uno por el que me gustaría pujar.

Ella inclinó la cabeza asombrada.

-Sabes que no entiendo de caballos.

-Está bien. ¿Y qué dices de un paseo por el bosque? O puedes coger la caña de pescar de tu padre y vamos a buscar lombrices.

Tengo... que trabajar en el huerto. La cizaña está acaban¬do con mis tomates.

Él frunció los labios y se encogió de hombros.

-Entonces nos ocuparemos de los tomates. Me da igual lo que hagamos siempre que lo hagamos juntos.

Charlie Swan mostraba una sonrisa de oreja a oreja. Se terminó el café y se puso de pie.

-Tengo que ver a Carlisle. Vuelvo al trabajo hoy. Antes de que protestes, Bella, el médico me ha dado permiso.

Ella arqueó una ceja.

-¿He dicho algo?

-No, y veo que no lo harás. Hasta luego, chicos. Cuando Charlie se marchó, Edward volvió al ataque.

-¿Estás segura de querer pasar el día escardando la cizaña? Ella le miró enfadada.

-No me voy a acostar contigo, si ésa iba a ser la siguiente pregunta.

-No, aunque me gusta más acostarme contigo que comer -dijo él, mirándola con ojos sonrientes-. Somos algo increíble haciendo el amor.

Bella clavó la mirada en la taza que sostenía. El corazón le latía violentamente porque él había utilizado aquel tono lán¬guido y sexy que ella recordaba tan bien.

-Sigo preguntándome qué habría sucedido si no me hubiera dejado llevar por la tentación aquella noche de hace cuatro años -dijo él con gesto ausente.

-Probablemente vivirías con Victoria y seríais felices para siempre.

-¿Eso crees? Yo no.

Se levantó, sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa azul y lo encendió.

-Lo único que Victoria y yo teníamos en común era que ambos pensábamos que ella era una belleza.

-Ella encajaría muy bien en tu forma de vida. Él se apoyó en el fregadero.

-Y tú también -dijo en voz baja. Ella se rió.

-Yo no. No sé nada de caballos y no sé moverme en sociedad.

-Pero eres auténtica. Eres sincera y obstinada y no huyes de las cosas. Tienes cualidades que admiro, Bells. El dinero no importa nada.

-A mí sí. Mira a tu alrededor. Ésta es una casa estupenda, gracias a tu padre y a ti, pero no es Flintlock. No he tenido un vestido bonito hasta hace poco y no sabía que un buffet de champán consistía en entremeses con distintas bebidas. Cuando entré en casa de Mike, su madre y su hermana me recibieron de uñas.

-Lo que yo pensaba. Las conozco hace años.

-No encajo en ese tipo de sociedad. Tenías razón cuando me advertiste sobre Mike. Sólo soy una campesina que podría tener algún futuro en la profesión de enfermera. Pero como... compañera de un hombre rico, soy un desastre total.

-No estoy buscando una querida -dijo él con voz de terciopelo.

Ella arqueó las cejas.

-Perdona, pero, ¿no es ése el puesto que me estabas ofre¬ciendo? ¿O tienes la costumbre de seducir a cualquiera que tengas a mano?

Él suspiró cansinamente mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.

-Bella, ¿qué voy a hacer contigo?

-Podrías dejarme sola.

-No puedo.

Edward extendió una mano.

-Vamos a dar un paseo, Bells. Quiero hablar contigo -ella vaciló, pero al final se levantó. Se prometió a sí misma que era la última, vez que le obedecía.

Cogió la mano extendida y le siguió al exterior. Caminaron hasta la valla que llegaba al riachuelo que atravesaba la propiedad.

-Hace cuatro años -dijo él sin mirarla-, vine a tu casa el día de tu cumpleaños y te pedí que salieras conmigo. Aquella noche, cuando te recogí, llevabas un vestido azul estampado con mangas anchas y escote bajo. El pelo te caía sobre los hombros y olías a gardenias. Te llevé a cenar a un elegante restaurante y luego conduje hasta el río y aparqué en una zona desierta.

-Edward...

-Shh...

Cuando llegaron a la sombra de un roble, se volvió y la rodeó con sus brazos. Observó sus facciones atentamente.

-Entonces, empecé a besarte. Y tú me devolviste los besos. Puse la mano bajo el vestido y tú la dejaste allí. Comenzamos a besarnos febrilmente y, de algún modo, te llevé al asiento pos¬terior del Lincoln y te tumbé. Me dejaste que te desnudara. Era una noche clara y cálida. Hicimos el amor oyendo correr el agua y cantar a los grillos y después me dijiste que me amabas. Ella bajó la mirada.

-No es agradable que me lo recuerdes.

-No pretendo atormentarte, Bella. Quiero que compren¬das lo que sentí. Apenas tenías dieciocho años y eras virgen. Yo era mucho mayor, estaba prácticamente comprometido con Victoria y me desgarraban emociones contradictorias. No era mi intención que aquello sucediera, pero cuando me dejaste acariciarte no pude detenerme.

-Ahora comprendo que fui tan culpable como tú, Edward. Estaba loca por ti. Cuando me pediste que saliera contigo, pensé que ya no te interesaba Victoria y que yo podría tener una oportunidad. Debí comprender que un hombre como tú no se interesaría por una campesina cuando podía tener a una princesa como Victoria. Pero entonces no lo pensé.-

Él tiró el cigarrillo y le cogió la cara entre las manos.

-Nunca me acosté con Victoria. Lo que sentía por ella era fundamentalmente sexual. Cuando te poseí, no pude seguir de-seándola. Por eso me fui alejando de ella. No tenía nada que darle.

Ella le miró a los ojos y lo que vio la dejó atónita.

-Cuando me contaste por qué me habías pedido que salié¬ramos, deseé morir -confesó Bella-. Casi te había asediado. Fue muy humillante.

-No para mí -murmuró él-. Durante toda mi vida, las mujeres me han perseguido porque soy rico. Tú fuiste la primera, y la última, que me quiso por mí mismo.

Ella sonrió.

-Eras muy especial.

-Y tú también.

Se inclinó y la besó con ternura.

-Tu cuerpo me obsesionó cuando te fuiste de Lexington. Tu cara. Tu voz. No podía dormir porque recordaba tu cuerpo bajo el mío y tus gemidos... ¿Sabes cuánto me excita oírte gemir cuando te hago el amor?

-Eres tan... apasionado.

-Y tú también, encanto. Contigo es mucho más que la unión de dos cuerpos. Cuando te poseo, Bella, pienso en hijos, ¿sabes?

La besó largamente mientras ella temblaba y se aferraba a sus antebrazos. Sin dejar de besarla, la cogió en brazos y la dejó en el suelo, a la sombra.

Se tumbó junto a ella y comenzó a acariciarla reanudando el beso.

-No -gimió ella.

Pero sus manos se deslizaron bajo la camisa entreabierta acariciaron la cálida carne y el suave vello.

-Me deseas -susurró él con voz ronca-. Te deseo. Es único que importa.

-No quiero... que me utilices. ¡No quiero!

-Tócame aquí -dijo él moviéndole la mano por el pecho.

-¡Oh, Edward! Esto no resuelve nada.

-Sí lo resolverá.

Le levantó la camiseta dejando al descubierto los pechos desnudos y excitados.

-Tienes unos pechos maravillosos, Bells -susurró antes de inclinar la cabeza.

Estuvo perdida desde el primer roce de su boca. Edward susurró algo que no pudo entender. Él comenzó a desabrocharle los vaqueros sin dejar de acariciarle los pechos con la lengua y los dientes.

-Por favor, Edward, por favor. No lo soporto.

-Sólo hay un modo de hacerlo.

Se colocó sobre ella, con su boca sobre la suya y las manos rodeándole los pechos. La miró escrutadoramente a los ojos.

-Dime que me amas, Bella y te amaré de tal modo que no lo olvidarás mientras vivas. Te haré llorar de placer.

-Por favor, Edward...

-Dilo, pequeña -susurró él, jugando con la cremallera de los vaqueros-. Vamos. Dilo, Bells.

Ella cerró los ojos. ¿Por qué no? Después de todo, era suya. Era suya.

-Te amo -susurró, abriendo los ojos-. Siempre te he amado. Siempre te amaré.

Él vaciló y siguió mirándola.

Ella deslizó las manos entre sus cuerpos para acariciarle el pecho.

-¡Oh, Dios! ¡Qué dulce es esto! -gimió, apretándose contra él-. Te deseo. Te deseo aquí, bajo el sol. Quiero mirarte, quiero que me poseas.

Él enloqueció. La desnudó con manos temblorosas y luego se deshizo de sus ropas y volvió a ella febrilmente.

Bella se rió. Se rió mientras él la abrazaba y la apretaba contra la tierra.

-Te amo -gritó con una voz que apenas reconoció: Sus dedos se crisparon en la espalda masculina mientras él la penetraba.

-Sí, mírame -dijo Bella agitadamente- ¡Mírame!

-Bella -gimió él.

Ella buscó una de sus manos y la apretó con la suya.

-Me perteneces -susurró.

-¡Oh, Dios! Sí.

Él cerró los ojos y dejó caer la cabeza junto a la de ella mientras su cuerpo se tensaba y convulsionaba.

-¡Te... amo!

Bella sabía que era la pasión lo que le hacía decir aquello. Pero no le importaba. Era maravilloso compartir con él aquel instante. Durante una pequeñísima fracción de tiempo era suyo, totalmente suyo.

Él tembló entre sus brazos durante un largo instante. Y esta vez no se apartó en seguida. Se derrumbó sobre ella y permaneció inmóvil y jadeante mientras ella le acariciaba. Por encima de ellos, en los árboles, cantaban los pájaros.

-Abrázame, Bella. Abrázame.

-¿Estás bien?

-Sí. ¿Y tú?

Ella sonrió contra su bronceada mejilla.

-No lo sé.

Él consiguió incorporarse para mirarla con auténtica ado¬ración.

-No dejes de amarme nunca -susurró, besándola en los párpados cerrados-. No comprendí lo que me ocurría hasta que fue demasiado tarde. Y entonces no pude recuperarte.

-¿Me amas? -preguntó ella, insegura.

-¿Cómo puedes preguntármelo después de hacerte el amor así?

-El deseo...

-Amor físico -la corrigió él-. Porque eso es lo que existe entre tú y yo. Siempre lo fue, incluso la primera vez.

-Pero me dejaste marchar. Él la besó en la frente.

-Tenía que hacerlo. Lo había complicado todo al compro¬meterme con Victoria. Tuve que obligarla a romper el compro¬miso y para entonces estabas instalada en Louisville. Te escribí, pero no me contestaste. No te culpé, después de cómo te había tratado. Pero fueron cuatro años espantosamente largos, Bella.

-¿Por qué no me lo dijiste cuando volví?

-Te amaba mucho, pequeña, pero cada vez que intentaba acercarme a ti, me rechazabas.

-No lo sabía.

-Sí, lo comprendo. Y luego empezó a rondarte Mike Newton. Sentí deseos de matarle.

-Me comprendió en seguida. Fue mi mejor amigo. Sabía lo que sentía por ti. Salía conmigo para ponerte celoso.

-Tuvo éxito. Me aterraba la idea de perderte. Sobre todo a partir de ayer. Perdí la cabeza cuando te tuve en mis brazos en ese dormitorio. No me habría detenido aunque me fuera la vida en ello. Y cuando dijiste que te ibas a casar con él...

-Fue un último intento para salvarme de ti.

-Y mira dónde te tengo -musitó él, levantando la cabeza para mirar sus cuerpos unidos.

Ella se ruborizó.

-¡Edward!

-¿Te avergüenzas?

-Sí. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué pasaría si viniera alguien?

-Podemos entrar y hacerlo en la cama. O podemos ir a la ciudad a conseguir una licencia matrimonial -añadió con una sonrisa maliciosa mientras se apartaba de ella.

Bella se sentó y le miró boquiabierta mientras se ponía los pantalones y le tiraba los suyos.

-No me mires así. ¿No quieres casarte conmigo? Dormirías en mis brazos todas las noches. Incluso podríamos tener un hijo o dos si quieres.

Ella seguía mirándole con la boca abierta. Él la ayudó a vestirse, riéndose de su expresión aturdida.

-Menuda ayuda eres -murmuró mientras le ponía la ca¬miseta-. Mujer desvergonzada.

-Me he quedado... sin habla -tartamudeó ella-. ¿De verdad quieres casarte conmigo?

-¿No has oído lo que te he dicho mientras hacíamos el amor? Te amo. Lo que tengo en mente es una aventura para toda la vida, no un revolcón apresurado en el pajar. ¡Quiero tener hijos contigo, pequeña idiota!

-¡Oh!

-Hijos legítimos -añadió él-. Y no creas que no vi cómo te tocabas el vientre ayer y sonreías. Tal vez ya estés embaraza¬da. Tengo la impresión de que no soy estéril.

Ella le miró tímidamente.

-Puedo no encajar en tu mundo.

-Entonces construiremos uno nuevo para nosotros dos.- La hizo levantarse y le cogió la cara entre las manos.

-Te amo con todo mi corazón. Quiero vivir contigo hasta que me muera. Y cuando seamos viejos y llegue el final, quiero reposar en tus brazos eternamente. Porque lo único que temo en este mundo es vivir sin ti.

Las lágrimas llenaron los ojos de Bella. Él se inclinó y la besó.

-Yo siento lo mismo -dijo ella-. Nunca he dejado de amarte. Nunca hubo nadie más. Te entregué mi corazón y no podía recuperarlo.

-Entonces nos casaremos. Ella sonrió.

-Si estás seguro...

-Estoy seguro -murmuró él, sonriendo-. Estoy cansado de buscar excusas para venir por aquí a diario. Cásate conmigo y nos quedaremos en Flintlock. Mary June nos hará el desayuno.

-¿Quién cuidará de papá?



-Le buscaremos una criada. Alguien que sea también una buena niñera para cuando vengamos de visita.

-¡Oh, cariño! -musitó ella, rodeándole el cuello con los brazos.

-¡Oh, sí! -murmuró él y la abrazó estrechamente-. Bé¬same otra vez. Luego iremos a casa a darles la buena noticia. Incluso llamaré a tu amigo Mike y se lo diré.

-¡Qué generoso!

-Ahora puedo permitirme ser generoso. La besó suavemente.

-Tengo el mundo entero en mis brazos.- Ella suspiró.

-Se me acaba de ocurrir algo. -

-¿Qué?

-Cariño, todos nuestros hijos tendrán ese extraño color cobrizo. -Él se echó a reír.

-Calla y bésame.

Ella seguía sonriendo cuando él la besó. Mientras se besa¬ban, pensó que no le importaba nada tener hijos con cabello cobrizo. Destacarían entre la gente, lo mismo que su guapo padre.

Recordó haber leído en alguna parte que la venganza es como el ojo de un tigre, cuya visión se estrecha. Así había visto ella a Edward, odiándole por lo que le había hecho. Pero todo había merecido la pena. Su tigre tenía los ojos verdes y, aunque nunca pudiera meterle en una jaula, sería feliz corriendo libre¬mente junto a él. Cerró los ojos y suspiró mientras le acariciaba la mejilla con la mano izquierda. Mentalmente pudo ver el anillo de oro que él le pondría en el dedo. Sería un círculo de amor interminable.
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Espero que lo disfruten beso.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina