jueves, 16 de junio de 2011

PERDONAME MI AMOR CAPITULO VI

Capítulo Seis

 
Poco después de medianoche, Michael la llevó a su casa. Bella aún seguía molesta, por haber tenido que cenar con Edward observándola. ¿Habría sido una coincidencia o le habría contado su padre dónde iba a llevarla Mike? Tenía que averiguarlo.

-Lo he pasado en grande -le dijo a Michael cuando éste apagó el motor del Mercedes delante de su casa-. Gracias por la cena.

-Ha sido un placer -dijo él con sinceridad.

Se inclinó hacia ella lentamente, dándole tiempo para retroceder.

Pero Bella no retrocedió. Le gustaba Michael. Aquella no¬che le había servido de parachoques con Edward. Se lo debía. Sonrió y cerró los ojos.

Era agradable besarle. Pero no era tan explosivo ni inquie¬tante como besar a Edward. Edward. Nadie podría conmoverla como lo hacía Edward. No podía hacerle creer a Michael algo que no era cierto. Se echó hacia atrás con un suspiro.

Él le acarició la cara y se encogió de hombros. Luego sonrió. No estaba enfadado.

-Eres una buena chica -dijo-. De todos modos, tienes que salir conmigo. Te proporcionaré todo tipo de información inútil y te dejaré boquiabierta con mi pericia como guía local. Ella se echó a reír.

-¡Estás loco!

Él le cogió una mano y se la llevó a los labios.

-No permitas que ese pelirrojo furioso vea esa mirada tuya, cariño le aconsejo, asintiendo cuando ella se alteró-. ¡Oh, sí! Eres muy transparente a veces, señorita inocente. No creo que él se haya dado cuenta, porque entonces te tendría en el bote. Edward no se anda con rodeos.

Ella lo sabía mejor que él.

-Estás equivocado -replicó con firmeza-. Estuve enamo¬rada de él cuando tenía dieciocho años, pero ya pasó. Ya no siento nada.

-Claro que no -dijo él, burlándose de ella. Se inclinó y la besó en la frente.

-De todos modos, ten cuidado. No me gustaría que te hicieran daño. Me gustas mucho, señorita enfermera.

-Eres una buena persona -murmuró Bella.

-Lo intento, lo intento. Damos una fiesta en el jardín el sábado. Estás invitada. Te recogeré a las diez. Y no discutas. Considéralo como una clase particular -añadió perversamente.

-¿Y qué opinará tu familia de que invites a una empleada de los Masen?

-¡Por amor de Dios! ¡No empieces con eso! De lo único que debes preocuparte es de no perder la cabeza mientras mantengas a raya a mi madre y a mi hermana. Mi padre será fácil de manejar.

Soltó una risita.

-Le gustan las chicas bonitas.

-Bueno... Si a ti te apetece, a mí también. Pero no quisiera avergonzarte, y tengo una lengua rápida.

-¿De verdad? ¡Enséñamela!

-¡No seas tonto!

El se estiró lánguidamente, sonriendo aún.

-Bueno, es demasiado tarde para jugar al ajedrez con tu padre. Será mejor que me vaya a mi solitaria cama a intentar dormir.

La miró de reojo mientras ella cogía la manivela de la puerta.

-¿Seguro que no quieres venir a compartir mi almohada, Bella? Puedes utilizar mi cepillo de dientes. Incluso, compar¬tiríamos la colcha.

-Gracias, pero mi padre tiene una escopeta enorme.



-Retiro la invitación. Soy alérgico a los disparos de es¬copeta.

Ella se inclinó y le besó en la mejilla.

-Eres un hombre encantador. Me gustaría haberte conoci¬do hace cinco años.

-A mí también. Buenas noches, amor. Hasta el sábado por la mañana. A las diez en punto.

-¡Espera! ¿Qué debo llevar?

-Algo femenino y ligero.

Le vio alejarse preguntándose qué significaría «ligero». ¿Un vestido de cóctel? Sonrió maliciosamente mientras entraba en su casa. ¿Un camisón?

Su padre ya se había acostado. Tendría que esperar a la mañana siguiente para preguntarle si le había dicho a Edward a dónde iba a ir con Mike. Pero al bajar las escaleras para desayunar, se encontró a Edward sentado en la cocina con su padre, tomando café.

-Bueno, ya era hora -musitó Edward, mirándola-. ¡Bo¬nita manera de tratar a un hombre herido! ¡Hacerle esperar hambriento mientras tú duermes después de tu apasionada cita!

Apenas eran las seis de la mañana. Estaba medio dormida, despeinada, sin maquillar y llevaba su vieja bata verde encima del camisón transparente.

-¿Qué hombre herido? ¿Y qué haces tú aquí?

-Tu padre. Mira al pobre hombre. Está tan débil por el hambre que apenas puede tenerse sentado.

Su padre lo estaba pasando en grande. Le miró.

-¿Débil por el hambre? ¡Tonterías! ¿Desde cuándo eres su guardián?

-Alguien tiene que protegerle de su descastado retoño -re¬puso Edward obstinadamente-. ¿Siempre duermes así?

Ella se sonrojó furiosamente y se volvió para comenzar a preparar el desayuno.

-¿Estás aquí para criticarme o para desayunar? -le pre¬guntó mientras comenzaba a freír beicon.

-Para desayunar -contestó Edward-. Estoy muerto de hambre. Mary June se ha torcido un tobillo y no puede andar. Y Lauren no se levanta hasta las once.

-¿Dónde está tu padre?

-Se ha ido a El Granero Rojo a desayunar.

-¿De verdad? Me asombra que no le hayas traído contigo.

-Le invité. Pero no quiso abusar.

Bella sintió deseos de tirarle algo. Y su padre les oía tranquilamente tomándose el café. ¡Hombres!

-Me gustan los huevos fritos -señaló Edward cuando ella comenzó a batir varios en un cuenco.

¿De verdad? ¡Qué bien!

Siguió rompiendo huevos y echándolos en el cuenco.

-¿Siempre es tan antipática por las mañanas? -le preguntó Edward a su padre.

-No, en absoluto -replicó Charlie-. Es repugnantemente alegre.

-Entonces debe ser por mí -dijo el hombre más joven con un suspiro.

Observó a Bella mientras se movía entre las sartenes. Edward llevaba sus ropas de trabajo; vaqueros y una camisa. Bella deseó que no la llevara a medio abrochar. Su pecho semidesnudo la distraía de su tarea de hacer tostadas.

-Tostadas -suspiró Edward, apoyando los antebrazos en la mesa-. Nadie las hace como tú, Bells.

-¿Cómo lo sabes? -le preguntó, echando un vistazo por encima del hombro mientras cortaba el pan y lo ponía en la sartén.

-Suelo venir a tomar café con tu padre. Después de mar¬charte tú, desde luego, pero generalmente quedan tostadas. Me encanta cómo las haces.

A Bella le disgustó que su comentario la complaciera tanto. Contuvo una sonrisa. Edward y su padre comenzaron a hablar y ella puso la mesa y terminó de cocinar.

Cuando acabó, colocó la comida sobre la mesa y se dirigió a la puerta.

-¿Dónde vas? -preguntó Edward.

-A vestirme.

-Se enfriará todo -la riñó su padre-. ¡Por amor de Dios! Siéntate. Vas decentemente cubierta.

-Opino lo mismo -le secundó Edward-. Siéntate mujer, no me inflamarás de pasión. Tengo fuerza de voluntad.

Bella cometió el error de mirarle a los ojos en aquel instante, con los recuerdos del picnic del domingo reflejados en la cara. La mirada que intercambiaron la hizo estremecerse. Afortunadamente, su padre estaba ocupado untando mantequi¬lla en el pan. Apartó la mirada y se sentó en frente de Edward. Al servir el café, le temblaban las manos.

-Trae.

Sus dedos le acariciaron las manos antes de quitarle la cafetera y sus ojos verdes buscaron su mirada.

-¿Lo pasaste bien anoche? -preguntó con voz suave.

-La comida era deliciosa. ¿No opinas lo mismo?

-Sí.

-¿Le gustó a la señorita O'Clancy? Él se agitó en su silla incómodo.

-No le gusta la cocina francesa.

-Entonces, ¿por qué la llevaste a un restaurante francés?

-No me lo dijo hasta que era demasiado tarde.

Deseaba preguntarle si sabía que ella y Mike iban a estar allí. Pero le faltó valor. Se concentró en su desayuno, dejando hablar a los hombres de los asuntos de la granja.

Cuando terminaron, recogió la mesa y dejó los platos en remojo mientras se vestía.

-Tengo prisa. Entro a las siete -comentó, secándose las manos.

-¿Se terminará el mundo si llegas unos minutos tarde? -gruñó Edward, como si no quisiera que se marchara.

-No, pero mi trabajo podría terminarse -replicó ella-. A diferencia de usted, señor Masen, yo tengo que trabajar para vivir.

-¡Isabella! -exclamó Charlie.

-Es cierto -le dijo Edward-. Bella y yo llevamos años peleándonos. ¿No lo habías notado?

-Sí -replicó Charlie.

Keegan se bebió su café tranquilamente.

-¿Te gustaría ir a navegar conmigo el sábado? -preguntó inesperadamente.

Ella le miró boquiabierta.

-¿Yo? ¡Dios mío! ¡Últimamente estás muy generoso con tus empleados!

-¡Bella! -gimió su padre, ocultando la cara en las manos.

-Me gustan mis empleados -repuso Edward-. ¿Y harás el favor de dejar de avergonzar a tu padre?

-Al fin y al cabo, es mi padre. ¡Puedo hacerle avergonzarse si me da la gana!

-¿Vendrás a navegar o no? -insistió él.

-No me gusta navegar.

-¡Fuiste con Michael!

-Me gusta Mike. Preferiría pescar o pasear. Pero fui a navegar con el porque me gusta su compañía. La tuya no. ¡Y sabes por qué!

Él la miraba fijamente mientras Charlie los observaba con curiosidad.

-Además -musitó ella, apartando la mirada-, Mike me ha invitado a una fiesta en su jardín el sábado por la mañana.

-¿En su casa?

Le miró.

-Estarán presentes su madre y su hermana, además de los otros invitados. Y antes de que me lo preguntes, te diré que no, no lo ha hecho colgado de las ramas de un árbol. ¡Se lo pregunté y me contestó!

-¡Dios mío!

Charlie se cubrió la cara otra vez, moviendo la cabeza.

-¿En qué he fallado con ella?

-¿Quieres callarte? -le dijo Bella a su padre. Luego volvió su enfadada mirada a Edward-. ¿Ves lo que has con¬seguido?

-¿Cómo puedes preguntarle algo así? ¡Le darás ideas!

-¿A papá?

-¡A Michael! ¡Lo sabes perfectamente bien!

Edward estaba furioso. La cara se le había puesto tan roja como el pelo.

-¿Intentó algo anoche?

-¿Y tú? -repuso ella.

Él estaba cada vez más furioso.

-Escucha, Bella, te vas a meter en líos si sigues con ese play-boy.

-Papá, ¿por qué no le dices que mi padre eres tú y que no tiene derecho a interrogarme así? -se quejó Bella.

Charlie sonrió.

-Está haciéndolo muy bien, cariño. Ella levantó las manos.

-¡Me voy a trabajar!

-¿Huyes? -la provocó Edward.

-¡Por supuesto!

Subió a su cuarto, se puso el uniforme y se maquilló. Cuando volvió a la cocina con la toca en la mano, Edward seguía sentado allí.

-Tienes un aspecto estupendo, pequeña -comentó después de mirarla aprobadoramente-. Pareces un ángel de mise¬ricordia.

Ella apretó los dientes y se sonrojó.

-Llegaré tarde si no me doy prisa -musitó, inclinándose a besar a su padre en la mejilla-. Hasta luego.

-¿No me besas a mí también? -preguntó Edward.

-Sólo beso a la familia.

-¿Y a los primos muy lejanos? Iré corriendo ahora mismo a investigar la historia familiar.

Ella le sacó la lengua.

-¡Bruto!

-Que pases un buen día, cariño-le deseó Charlie mientras salía.

Ella le deseó lo mismo sin mirar a Edward y corrió hacia su coche. No creía que fuera capaz de seguirla, pero no iba a darle ninguna ventaja.

Fue un día muy largo. Hubo una urgencia tras otra, y al final de su turno estaba agotada. Mike la llamó aquella noche y el cansancio apenas le permitió hablar con él. El resto de la semana estuvo igualmente ocupada. En cierto modo, fue una bendición porque así no tuvo tiempo de pensar en Edward. No había acudido el jueves a jugar al ajedrez con su padre debido a una reunión de negocios. Bella estaba ansiosa de que llegara el fin de semana para descansar.

El viernes por la tarde salió con Angela para comprarse algo ligero para la fiesta en casa de Mike.

-Esto se está convirtiendo en el ritual de los sábados -dijo angela riéndose mientras recorrían el enorme almacén.

-Sí, lo sé -suspiró Bella-. Espero no quedarme sin dinero antes de que se agoten los sitios a los que Mike quiere llevarme. No me entusiasma esta fiesta. No conozco a nadie de los que van a ir.

-Eres tan buena como cualquiera -le recordó Angela-. No lo olvides.

-Lo intento. Si no me gustara tanto Mike, no iría. Es un hombre encantador, pero nuestra relación no va a ser nada serio. No suenan campanillas.

-Las campanillas son ruidosas -dijo Angela con firmeza-. Debes buscar seguridad. ¡Por amor de Dios, Bella! ¡Las cam¬panillas pueden comprarse¡

Bella se rió del espíritu práctico de su amiga. -¿Qué haría yo sin ti?

-No intentemos averiguarlo. Este es un bonito vestido -dijo llevando a su amiga hasta una túnica de algodón blanca y morada con muchos volantes.

Destacaba las bonitas y largas piernas de Bella y el bron¬ceado de cara y brazos. Le daba un aspecto de ingenua.

-Éste es -dijo Angela con seguridad-. Ahora, a pagar antes de que mires la etiqueta del precio. ¿De acuerdo?

Fue lo mejor que Bella pudo hacer, porque costaba la mitad de su sueldo de una semana. Pero siempre podría utilizarlo para asistir a barbacoas o a meriendas y a otros acontecimientos sociales, como ser presentada a la Reina si alguna vez pasaba por Lexington.

Se lo dijo a Angela y su amiga se retorció de risa.

-Puedes ponértelo para ir a la iglesia, ¿no? Además, ima¬gina ¡cuántas cabezas se volverían si aparecieras con este vestido! Bella suspiró. La única cabeza que le importaba era una cobriza. Probablemente acabaría casándose con la joven irlan¬desa. La idea la deprimió y para animarse, invitó a Angela a tomar una enorme banana split en un heladería cercana.

A la mañana siguiente, Mike pasó a recogerla a las diez. Estaba tan nerviosa que casi se volvió atrás.

-Todo saldrá bien -le aseguró él-. Estás preciosa, tonta, y yo estaré a tu lado todo el tiempo. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. Pero, por favor, no me dejes sola.

-No te dejaré -prometió él-. Vamos.

Su padre no estaba. No le había visto desde que se había levantado. Le dejó una nota y salió acompañada por Mike. La casa de Mike era maravillosa. Era casi tan grande como Flintlock y se erguía en medio de una enorme extensión de césped rodeada por vallas blancas y caballos de carreras. Un caballo de los Granger había quedado tercero en el Derby de Kentucky el mes anterior, mientras que otro de los Masen quedaba segundo. Existía una gran rivalidad entre ambas cuadras.



-¿Te gusta? -preguntó Michael mientras aparcaba detrás de un Rolls, cerca de la enorme casa de ladrillo rojo.

-Es maravilloso, sobre todo los jardines.



-Espera a ver el patio trasero -musitó él fríamente y escoltándola hacia el mismo.

La realidad superaba todo lo que había imaginado. Habían instalado pabellones entoldados por todas partes. Las damas, con vestidos ligeros y pamelas, estaban acompañadas por caba¬lleros elegantemente vestidos con caras prendas informales. Al fondo había una enorme piscina de tamaño olímpico. Todos tenían muy buen aspecto y la aparición de Bella no causó ningún revuelo. Los invitados no parecían escandalizados porque hubiera sido invitada la hija del carpintero.

-¿Lo ves? Son como todo el mundo -bromeó mike, co¬giéndola de la mano.

-Supongo.

Echó un preocupado vistazo a su alrededor. Su mirada se detuvo en una joven morena y en una matrona de cabello blanco. Ambas vestían exquisitamente y la estaban mirando con odio.

-Mike, esas deben ser tu madre y tu hermana, ¿no? Él volvió la cabeza y sonrió falsamente. Apretó la mano de Bella.

-Ignóralas -dijo con expresión irritada-. Nunca les gusta nadie que traigo yo. No te lo tomes como algo personal. Les aterra que pueda casarme porque ellas perderían el control de la casa.

-Vamos a conocerlas. Me encantan las películas bélicas.

Él se echó a reír entusiasmado.

-Eres una pequeña amazona. Está bien. Vamos allá. Bella sentía pavor, pero no estaba dispuesta a estar incó¬moda toda la mañana. Durante sus cuatro años como enfermera había aprendido a tratar con la gente.

Sonrió ampliamente a ambas mujeres y le divirtió la sorpresa que se reflejó en sus caras perfectamente maquilladas.

-¿Ésta es tu invitada? -le preguntó la señora Newton a su hijo, mirando desdeñosamente el vestido de Bella-. ¿No te conozco, querida? -añadió con una sonrisa ligeramente ma¬liciosa mientras su hija las observaba con un brillo similar en los ojos-. Eres la hija del carpintero de los Masen, ¿no?

-¡Dios mío! ¡Así es! -contestó Bella arrastrando las palabras-. Y ustedes deben ser la familia de Michael.

Cogió la mano de la madre de Mike y la estrechó fir¬memente.

-¡Estoy encantadísima de conocerlas! No puedo decirles cómo me quedé cuando Mike me invitó. ¡Imagínense! ¡Una pobrecita como yo en un sitio tan increíble como éste! Haré un gran esfuerzo para no sorber la sopa y para no limpiarme la boca con la manga. ¿Eso es una piscina de verdad? ¡Ustedes deben ser asquerosamente ricos!

La señora Newton estaba boquiabierta. Y su hija. Michael estaba doblado de risa.

-¡Me chiflan las fiestas! -continuó Bella, con toda de¬senvoltura-. ¿Estará mal si me desnudo y me baño en ropa interior? No he traído bañador.

La señora Michael carraspeó.

-Yo...

Miró irritada a su hijo.

-¿Michael?

Él se enderezó con lágrimas en los ojos.

-Madre, no tienes nada que hacer con Bella -dijo, secándose las lágrimas-. Ya me has oído hablar de ella. Por favor, ignora sus atroces modales -añadió, dando un tirón del pelo corto de Bella-. El aire fresco de la mañana le ha afectado el cerebro. Bella, cariño, éstas son mi madre y mi hermana Sandra.

-Debo disculparme por mis atroces modales, si no te im¬porta -le dijo ella con firmeza. Se dirigió a las dos mujeres, sonriéndolas maliciosamente-. Estoy encantada de conocerlas. Y no deben preocuparse. No voy a bañarme en ropa interior. En realidad, no sé nadar.

La señora Newton estaba muy agitada. Su hija parecía divertirse.

-Encantada de conocerte, Isabella Swan -dijo Sandra con una sonrisa-. Felicidades. Acabas de pasar la prueba de fuego. ¿Verdad, madre?

Bella rió encantada y estrechó la mano que Sandra le tendía.

-Lamento haberme pasado un poco -se disculpó-. He tenido una semana espantosa. Además, estaba asustada.

-Bella es enfermera -las informó Mike orgullosamente, acercándose a ella-. Trabaja en el Peterson Memorial.

-Estoy impresionada -dijo la señora Newton, y parecía sincera-. Vete, Mike, y déjanos hablar con la señorita Swan.

-No la intimides -le advirtió él a su madre-. Me gusta.

-Yo nunca intimido a la gente -fue la indignada réplica-. ¡Lárgate!

Mike besó a Bella en la mejilla y, con las manos en los bolsillos, se unió a un grupo de hombres.

-Siéntate, querida -dijo la señora Newton, guiando a Bella hasta una sombrilla, cerca de la piscina.

Junto a ellas pasó un camarero con una bandeja de vasos con limonada helada. La señora Newton cogió tres vasos y se sentó a la sombra, abanicándose la redonda cara con la mano.

-Hace tanto calor -se quejó-. Me gustaría estar en St. Croix, pero Sandra se empeñó en organizar esta fiestecita.

-No te quejes, madre.

Sandra se parecía mucho a su hermano. Tenían una edad similar y los mismos ojos negros y dientes muy blancos.

-St. Croix está en el Caribe, ¿verdad? -comentó Bella mientras bebía su limonada-. Tenemos un paciente que acaba de volver de allí. Debe ser maravilloso poder viajar.

-Termina siendo aburrido -dijo la señora Newton-. Yo disfrutaba más cuando era más joven que ahora. Aunque debo confesar que soy una entusiasta de las Indias Occidentales. La vida es mucho más tranquila. Allí puedo relajarme.



-¿Vas a casarte con Mike? -preguntó Sandra brus¬camente.

Bella sonrió.

-No.

-Comprendo -murmuró Sandra con una sonrisa ma¬liciosa.

-No, no creo que lo comprendas -replicó Bella-. Yo no tengo aventurillas. Ni siquiera con hombres ricos. Tu herma¬no me gusta mucho, pero no lo suficiente para casarme. Estoy interesada en mi profesión, no en el matrimonio.

-Bueno, nunca se sabe -intervino la señora Newton son¬riendo-. Es cuestión de encontrar a la persona adecuada. ¿Qué tiene de malo mi hijo? ¿No es lo bastante bueno para ti?

-Es maravilloso -dijo Bella con sinceridad-. Me gus¬taría haberle conocido hace unos años. Pero se merece a una mujer que le ame por entero. Yo no puedo.

-Es culpa tuya -le dijo Sandra a su madre-. Si no la hubieras insultado cuando llegó...

La señora Newton se sonrojó.

-Ya sabes la clase de mujeres que suele tratar Mike -con¬fesó con pesar-. Y, bueno... Hace unos años hubo rumores sobre ti...

Se sonrojó más profundamente.

Bella tuvo que morderse la lengua para no responder bruscamente.

-¿Qué clase de rumores? -preguntó tan educadamente como pudo.

-Sobre ti y Edward Masen -contestó Sandra-. Victoria te acusó de ser la responsable de su ruptura. Le acusó de haber tenido una aventura contigo.

-¡Es falso! -exclamó Bella.

Y lo era. Había hecho el amor con él una vez, pero aquello no constituía una aventura.

-Edward salió conmigo una vez para darle celos. Le salió bien. Al día siguiente, se comprometieron y yo me marché a estudiar a Louisiana aquella misma semana. Eso es todo lo que ocurrió.

La señora Newton sonrió tristemente.

-Lo siento muchísimo. De haberte conocido, no habría creído los rumores. Las madres tendemos a proteger a nuestros hijos. Tal vez demasiado. Aunque debo admitir que su elección en este caso me parece muy bien.

Le ofreció a Bella un plato de aperitivos de queso.

-Toma algo. ¿De verdad no te gustaría casarte con mi hijo?

-Nosotras nos encargaríamos de todo -añadió Sandra con una sonrisa-. Tú sólo tendrías que decir sí ante el altar. El resto sería cosa nuestra.

Bella se rió suavemente. La conversación se dirigió gra¬dualmente a otros temas y descubrió que las dos mujeres eran encantadoras. No tenían nada que ver con lo que le habían parecido al principio. Cuando Mike volvió, se sentía como si las conociera desde hacía años.

-¿Aún tienes el cuero cabelludo en su sitio, cariño? -bro¬meó Mike.

-Todos los pelos en su sitio -respondió ella animadamen¬te-. Para ser ricas, son encantadoras -añadió, sonriendo ma¬liciosamente a las dos mujeres.

-Y ella no está nada mal... para ser una chica trabajadora -declaró Sandra-. Estamos intentando convencerla de que se case contigo y nos libre de ti.

Mike se sonrojó.

-Bueno...

-No te preocupes -le aseguró Bella-. Me he negado. Estás totalmente a salvo.

-¡Fiu!

Se pasó una mano por la frente como si se limpiara el sudor.

-¡Y yo que temía por mi libertad!

Le sonrió.

-En realidad, ya sabes que no me importaría casarme contigo.

-Sí te importaría. Ronco y no sé hornear pan.

-Puedes contratar a una cocinera -intervino la señora Newton, agitando un dedo en dirección a su hijo-. ¡No aceptes un no por respuesta, muchacho!

-No, señora -replicó él, ayudando a levantarse a Bella-. Ahora tendrás que casarte conmigo. Mi madre ha hablado.

-Mamá se pondrá a gritar si no circulamos -dijo Sandra, levantándose-. ¿Te traigo un abanico, querida? le preguntó a su madre.

-Algo fresco me sentaría muy bien. Mike, preséntale a Bella al príncipe árabe. ¡No debe perdérselo!

-Hasta luego -dijo Bella por encima del hombro mien¬tras Mike la cogía de la mano y la llevaba hacia la ponchera-. Me gustan tu madre y tu hermana.

-Me alegro. Después del recibimiento de mamá, estaba preocupado. Me hubiera gustado que se me tragara la tierra. No es una esnob, de verdad. Pero...

-Ella me lo ha explicado.

Mike no sabía nada de los rumores que habían corrido. Su padre nunca le había dicho nada. Claro que él no se movía en aquellos círculos, pero...

¡Qué terrible debió ser para Edward que su intento de poner celosa a Victoria terminara de aquella manera! Pero, ¿por qué habría esperado dos meses para romper su compromiso y acusar a Bella de haber tenido una aventura con Edward? No tenía sentido. Pobre Edward. Sus manipulaciones habían dañado dos vidas, la suya propia y la de Bella.

-¿Te habló de los rumores? -preguntó Mike sin mirarla.

-¿Los conocías?

Él la miró.

-Sí. Todo Lexington lo sabía, gracias a Victoria. Estaba furiosa por haberle perdido.

-¡Pero si fue ella la que rompió el compromiso!

-Eso es lo que la gente cree. Pero yo conozco a Edward y conozco a Victoria. Y te aseguro que fue él quien rompió. Ella se mordió el labio inferior mientras caminaban.

-¿Por qué?

-Tal vez le remordía la conciencia, Bella. Se portó muy mal contigo.

-Al parecer, estás muy enterado.

-Tú no te acuerdas, pero yo estaba en el club Crescent la noche en que Edward te llevó allí. Le había visto en acción en otras ocasiones y vi cómo le mirabas. Es una suposición, querida, pero yo diría que aquella noche te sedujo.

Ella se puso lívida y Mike supo que había dado en el blanco.

-He acertado, ¿verdad? Consiguió lo que quería. Pero luego descubrió que Victoria no le quería a él, sino a su dinero. Todos lo sabían, menos Edward. Estaba ciego en todo lo que se refería a ella. Pero yo tengo la impresión de que lo que te hizo le abrió los ojos. Después de aquello cambió. Apenas ha salido con nadie desde entonces. Dicen que ahora lleva una vida muy tranquila. Su reputación de play-boy pertenece al pasado.

Bella no podía mirar a Mike. Se sentía demasiado aver¬gonzada de que él hubiera adivinado lo ocurrido.

Michael le acarició la mejilla y la obligó a mirarle.

-No te preocupes. Será nuestro secreto. No se lo contaré a nadie más.

Ella se tranquilizó un poco.

-Fue hace tanto tiempo... Aún me quedan cicatrices, pero ya no estoy enamorada.

-Eso es lo que tú dices, Bella. Pero cuando le miras, los ojos te traicionan. Le miras como si te estuvieras muriendo de ganas de tenerle.

Sonrió con ternura.

-Y si él capta esa mirada, estarás perdida, cariño. Porque a él le ocurre lo mismo.

-Será su conciencia.

-Tal vez sí, tal vez no. Edward se ha pasado la vida ma¬nipulando a la gente. ¿Qué te parece si le pagamos con su moneda?

Ella le miró sin comprender.

-¿Cómo?

-Iremos juntos a todas partes, nos convertiremos en una pareja habitual. Acudiremos a su restaurante favorito, al embar¬cadero, lo haremos todo menos anunciar nuestros planes futuros y le veremos sudar.

-Él no...

-Te apuesto lo que quieras. Ella titubeó.

-¿Por qué harías algo así por mí?

-Porque me gustas, cariño. Me gustaría casarme contigo y cuidarte durante el resto de mi vida, pero sé que no puedes ofrecerme tu corazón. En consecuencia, te ayudaré a conseguir lo que deseas.

-¿Y qué es lo que deseo?

-Venganza. O cierta satisfacción. Lo que sea. Vamos, Bells. Mi madre y Sandra nos ayudarán.

-Bueno...

Había ciertas posibilidades y sería divertido. Sonrió.

-De acuerdo.

-Buena chica.

La besó en la mejilla.

-Vamos a conocer al príncipe árabe.

Bella confiaba en que no les saliera el tiro por la culata. Sería divertido manipular a Edward un poquito, pero no quería quedar atrapada. Con una vez bastaba.



ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina