Capítulo 7
La profundidad y el sueño de mi deseo,
Las amargas sendas en las que me pierdo.
Rudyard Kipling
Con el corazón interpretando una retreta salvaje en su pecho, Bella se metió en la trastienda de la taberna. Oculta entre las sombras, observó de forma subrepticia a
Edward. Este permanecía en la esquina donde lo había dejado pero se había hecho con una jarra y parecía estar trasegándola a buen ritmo.
¿Era posible que aquel beso lo hubiera afectado a él tanto como a ella? ¿O sólo se estaba castigando por sus impulsivas acciones, pensando que ojalá nunca la hubiera tocado? Afirmaba que había bebido demasiado. Eso le había dolido aunque eran palabras que pretendían explicar su conducta, no herirla a ella. Bella pensó que ojalá ella pudiera dar una excusa parecida para su comportamiento, que ojalá pudiera racionalizar su reacción y dar un buen motivo para haber permitido que la besara. Pero no lo había. Aquellos escasos segundos en los brazos de Edward y el sabor de sus labios habían sido como una potente droga que había confundido sus sentidos y sofocado su sentido común. Con todo, no podía evitar preguntarse qué habría hecho Edward si ella no hubiera huido como una virgen temblorosa. ¿Y qué haría si a ella se le ocurriese volver a su lado, quitarle la jarra de la mano y llevárselo a una de las habitaciones que había encima de la taberna? ¿Iría con ella? Era mejor no saberlo. Ya se había atrevido a seducirlo una vez y al final había terminado con el corazón roto en mil pedazos.