CINCO
Me quedé entre ellos, pero no como uno de ellos; envuelto en pensamientos que no eran los suyos.
Lord Byron
Por segunda vez en el día, Edward la observaba irse, sintiendo en el cuerpo un deseo tan fuerte que estaba punto de perseguirla como un adolescente chillón, excitado y jadeante con su primera erección. Pero él jamás había corrido detrás de ninguna mujer, y se maldeciría si empezaba ese día.
Cielos, de todas las mujeres del mundo, ¿por qué había tenido que ser la hija del condenado duque de Swan a quien quería llevarse a la cama? ¿Con aquellos ojos azules claros capaz de aniquilar a un hombre, de despedazarle hasta ese rinconcito en su interior, que él mantenía aislado de todos y que aún lograba excitarlo de manera infernal?
Era increíble cómo un hombre tan perverso había podido crear a esa hija tan vibrante y exótica. Y ¡maldición! lista, además. No importaba desde qué ángulo la atacara, ella lo esquivaba. Tanto su apariencia como su inteligencia lo habían desconcertado.
Su nombre le había provocado una reacción muy categórica. ¿Sabría ella lo que su padre le había hecho al suyo?
¿Cómo la avaricia del hombre le había costado la vida a Anthony Masen? Y aunque no lo supiera, eso no marcaría una diferencia. Ella lo detestaba de un modo u otro, y para él estaba bien. El sentimiento era mutuo.