lunes, 2 de marzo de 2020

Capitulo 9 Corazones Oscuros


Capitulo 9

En el piso de arriba, Isabella arrastró a Edward hasta el baño del vestíbulo y cerró la puerta.

—No sabía que iba a venir —dijo. Desde el momento en el que había levantado la vista y se había encontrado a Michael Newton ahí plantado había estado preocupándose por la reacción de Edward. ¿Por qué no la había advertido su padre? Aunque no estaba muy segura de lo que habría podido hacer de haberlo sabido.

—De acuerdo —contestó Edward, y se encogió de hombros. Su expresión parecía despreocupada, pero Isabella sabía que era capaz de enterrar sus auténticas emociones cuando no quería enfrentarse a ellas. Joder, separarse a sí mismo de sus emociones había sido su única estrategia para sobrevivir a la pérdida de su familia, así que era un experto—. No pasa nada.

Isabella apoyó la frente en su pecho, le rodeó la cintura con las manos e inhaló su aroma.

—Es incómodo.

Edward se rio entre dientes mientras le acariciaba el pelo.

—Solo porque sigue estando interesado.

Con un gemido, Isabella sacudió la cabeza, todavía confundida por la presencia de Michael y molesta porque hacía que Edward se sintiera mal. Finalmente, levantó la vista hacia su rostro.

—Bueno, pues yo no estoy interesada en él, por si hace falta que lo diga —declaró. Habían pasado tres años desde su separación, y había superado la ruptura mucho tiempo atrás. Mike había tomado una decisión y Isabella lo había aceptado.

La mirada oscura de Edward la escudriñó durante un momento. Sacudió la cabeza.

—No hace falta, no te preocupes. Aunque si vuelvo a pillarlo mirándote el culo o jugueteando con tu pelo, no me hago responsable de mis acciones —dijo, levantando la ceja del piercing con expresión divertida.

Isabella se rio por lo bajo, pero, Dios, de verdad que no quería que nada estropeara su visita o causara que Edward estuviera aún más incómodo. Iba a matar a Jasper: su hermano sabía que vendría con su novio. ¿Qué diablos se le había pasado por la cabeza?

—¿Te gustaría que te contara cómo...?

El pomo de la puerta se agitó.

—¡Ocupado! —dijo Isabella.

—De acuerdo —contestó la voz de Jasper.

—Vamos a ayudar con la mesa —dijo Edward—. Ya hablaremos luego.

Isabella asintió, y quedó encantada cuando Edward se inclinó y le dio un beso largo, lento e intenso, lleno de calor, pasión y lengua. Desde la primera vez que se habían besado, en la oscuridad del ascensor, sus habilidades la habían dejado hechizada.

—Perdona, ¿de qué estábamos hablando? —preguntó en un susurro cuando se apartó.

La sonrisa que le dedicó sacó a relucir sus hoyuelos.

—No lo sé, pero sabes a manzana y canela.

—Es por la sangría que he preparado. Deberías probarla.

—Así lo haré —dijo. Apoyó una enorme mano en la nuca de Isabella y volvió a besarla. Un beso a fondo, explorándola—. Mmm, sí que sabe bien —dijo con la voz ronca.

—Dios, podría pasarme todo el día besándote así —susurró.

La sonrisa descarada que apareció en su rostro rebosaba satisfacción masculina.

—¿No me digas? —preguntó. Le guiñó un ojo, se volvió y abrió la puerta.

Por el pasillo, se cruzaron con Jasper.

—¿En serio estabais juntos en el baño? —preguntó.

Isabella lo fulminó con la mirada, sin perdonarle su actitud para con Edward en la sala de juegos.

—¿En serio has traído a mi exnovio a la cena de Acción de Gracias?

—Es mi mejor amigo —replicó Jasper, pasando de largo. Cierto, pero hacía muchos años que Michael no celebraba nada con ellos. Cuando eran pequeños, era habitual que Mike pasara tiempo en casa: a la hora de comer, en fiestas de pijamas, e incluso durante las vacaciones. Pero no había ocurrido desde antes de su ruptura.

Cuando su hermano se encerró en el baño, se volvió hacia Edward.

—Lo siento. No sé qué le pasa.

Aunque, en cierta manera, no le sorprendía que fuera Jasper el que le diera problemas con Edward. Puesto que Emmett le sacaba tantos años, Isabella siempre lo había idolatrado, y este se había comportado como un fantástico hermano mayor: siempre se habían llevado bien. Y como Seth era el más joven y, en general, la persona más relajada del mundo, nunca habían tenido grandes conflictos. Pero Jasper y ella, los dos hermanos medianos, discutían por cualquier cosa, de toda la vida.

—Supongo que es una cuestión de lealtades —contestó Edward, dándole un beso en la coronilla—. No te preocupes más.

—De acuerdo —dijo. Fueron a la cocina y encontraron a su padre sacando el pavo del horno—. ¿Cómo podemos ayudar?

—Seth y Shima han empezado a poner la mesa, id a ver si necesitan algo. Si no, podéis ayudarme a servirlo todo. Estaremos listos para comer en unos veinte minutos. Solo tengo que preparar la salsa de la carne.

—Está bien —contestó Isabella, y se llevó a Edward al salón en el que comían cada vez que la familia entera se juntaba. Seth y Shima estaban colocando los platos y los cubiertos alrededor de la gran mesa—. Espera, falta el Camino de mesa de mamá.

—Ah, mierda —dijo Seth—. Lo siento.

—No pasa nada —replicó Isabella, yendo hacia el aparador con puertas de cristal que había contra la pared del fondo. Encontró la tela decorativa en el armario de abajo—. Tras la muerte de mi madre, mi padre siempre hizo un esfuerzo por compartir con nosotros las tradiciones que habían sido importantes para ella. Este Camino de mesa lo hizo mi abuela, que se lo regaló a mi madre; al parecer, tenía la costumbre de usarlo cada Día de Acción de Gracias. —Desdobló el largo rectángulo de tela, que estaba decorado con bordados de hojas, calabazas y bellotas—. Nos gusta seguir usándolo.

Edward la ayudó a colocarlo a lo largo de la mesa, entre los platos que Seth ya había puesto.

—Es precioso —dijo Shima—. Es muy bonito que sigáis honrándola de esta manera.

—Sí —contestó Isabella—. Seth y yo éramos demasiado pequeños para recordarla, así que está bien tener cosas como esta —dijo, encogiéndose de hombros—. Siempre he pensado que, ya que no puedo tenerla a ella, al menos puedo conservar las partes de su personalidad que están a mi alcance. No sé.

Edward le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.

—Shima tiene razón. Es un gesto muy bonito.

La dulzura de sus palabras le colmó el pecho de amor. Dios, cómo adoraba a ese hombre.

Enseguida terminaron de poner la mesa, y ambos regresaron a la cocina para ayudar con el resto de la comida. Isabella llenó las bandejas y los boles de servir de uno en uno, y Edward fue llevándolos a la mesa.

A lo largo de los dos últimos meses habían cocinado un millón de platos los dos juntos, pero había algo especial en ocuparse de la cena en su hogar de infancia. Ayudaba a Edward a sentirse como uno más de la familia, aunque para Isabella ya lo era. Por fin, el pavo estuvo cortado, la salsa estuvo lista, y llegó la hora de cenar. Su padre los llamó a todos a la mesa.

Charlie y Emmett ocuparon las cabezas de la mesa, y Seth, Shima e Jasper se sentaron en uno de los laterales. Michael fue hacia la silla del medio del otro lado, que lo pondría entre Edward y ella. Ni hablar.

—Oye, Mike, ¿te importaría pasarte a la otra silla para que Edward y yo podamos sentarnos juntos? —preguntó. No le gustaba que Michael la hubiera obligado a pedírselo. No estaba segura de qué se traía entre manos con su visita, pero Isabella no quería entrar en su juego, fuera el que fuera.

—Claro —contestó este, Cambiando de asiento.

—Adelante —dijo Edward, apartando la silla del final para ella. Ahora sería él el que estaría sentado en medio.

Isabella disimuló su sonrisa y se sentó junto a su padre, con Edward al otro lado. Un punto para Edward.

Su padre tomó las manos de los hijos que tenía al lado, y todos siguieron su ejemplo. De repente, sentada ante la cena de Acción de Gracias, dando la mano a los dos hombres más importantes de su vida, se le hizo un nudo en la garganta y se sintió abrumada por la gratitud y la felicidad. Su padre bajó la cabeza.

—Gracias, Señor, por satisfacer nuestras necesidades y bendecirnos con esta comida. Te agradecemos la presencia de cada persona que esta noche comparte la cena con nosotros. Rogamos porque el ajetreo de la vida diaria nunca logre que nos olvidemos de dar las gracias, de ver todo lo bueno que esta vida nos ha brindado: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros hogares, nuestra salud, nuestro trabajo. Y rogamos porque los menos afortunados tengan todo lo que necesitan en este Día de Acción de Gracias, y porque podamos seguir aportándoles nuestra ayuda y mejorando sus vidas. Amén.

—Amén —repitieron todos.

Isabella le dedicó una sonrisa a Edward y le apretó la mano ligeramente antes de soltarlo. Lo que más agradecía en ese momento era haber tenido la increíble suerte de haberse quedado atrapada en ese ascensor, porque no podía imaginarse su vida sin él. Su generosidad silenciosa, su altruismo, su instinto de protección, su sarcasmo, la manera que tenía de mirarla con adoración, lo fantásticamente bien que encajaban sus cuerpos... ¡Había tantas cosas que querer en él!

En un instante, se llenaron los platos y todos empezaron a comer. Isabella ya estaba apurando su segunda copa de sangría, y el calor de la bebida empezaba a recorrerle el cuerpo.

—Está todo riquísimo, Charlie —dijo Edward. Un coro de asentimiento se alzó alrededor de la mesa.

—Shima —dijo Isabella—. ¿De dónde eres?

—Crecí en Nueva York —contestó—, aunque mi madre es de Japón. Conoció a un marine estadounidense, se enamoró, y yo soy el resultado.

Isabella sonrió. Aquella mujer le caía estupendamente, y se alegraba mucho por Seth.

—¡Qué romántico! Los hombres uniformados son difíciles de resistir.

—Vaya, gracias —dijo Emmett.

Isabella puso los ojos en blanco, pero se echó a reír.

—No estaba pensando en ti, precisamente —replicó. Le guiñó un ojo a Edward, que le dedicó una sonrisa pícara. Aunque su uniforme no fuera el más sofisticado del mundo, le daba un aspecto de lo más sexi, sobre todo porque sabía que se dedicaba a ayudar a las personas y a salvar vidas mientras lo llevaba puesto.

Emmett señaló a Edward con el tenedor.

—Justo el año pasado relajaron la normativa sobre los tatuajes en nuestro departamento —dijo—. Antes no estaba permitido tenerlos a la vista. Ahora puedes tener uno visible en cada brazo. ¿A ti te han dado problemas con eso?

Edward sacudió la cabeza.

—En Arlington no hay ninguna norma sobre los tatuajes. Aunque, en cualquier caso, la mayoría de los míos quedan tapados.

—Tu dragón es precioso —dijo Shima—. Siempre he querido hacerme un tatuaje.

A Isabella le dio un pequeño vuelco el estómago y decidió que era el momento de anunciar su decisión. Al fin y al cabo, tarde o temprano tendría que contárselo a su familia.

—Yo voy a hacerme uno.

De repente, se hizo el silencio en la mesa.

—¿En serio? ¿Qué vas a tatuarte? —preguntó Shima, sin percatarse todavía de que los Swan estaban mirando a Isabella como si tuviera tres cabezas, y a Edward como si la hubiera aficionado a beber sangre de murciélago. Nadie en la familia tenía tatuajes.

Isabella echó un vistazo a su padre, que había adoptado una expresión neutral. Aunque probablemente le estaba costando un esfuerzo.

—Un árbol genealógico celta con nuestras iniciales. Quiero un diseño que signifique algo para mí, y no hay nada más importante para mí que las personas aquí sentadas.

La mirada de su padre se llenó de ternura y Isabella supo que se lo había ganado.

—Bueno, piénsatelo bien —dijo su padre—. Pero tu idea me parece bonita.

—Gracias —contestó.

—¿Por qué quieres un tatuaje? —preguntó Jasper, con un retintín que sugería que estaba convencido de saber la respuesta.

—Porque me gustan.

—¿Desde cuándo? —insistió.

Isabella lo fulminó con la mirada y sopesó la posibilidad de tirarle un panecillo a la cabeza. Pero sería un desperdicio terrible de panecillos. Quizá tuvieran veintisiete y veinticinco años, respectivamente, pero todavía eran perfectamente capaces de sacarse de quicio el uno al otro, como si jamás hubieran superado los doce años.

—Desde hace tiempo. Es solo que no se me había ocurrido algo que quisiera tatuarme hasta ahora.

—El departamento de policía está lleno de gente tatuada —dijo Emmett. Isabella hubiera querido darle un abrazo por aquella muestra de apoyo—. Hoy en día no es nada fuera de lo común.

—Mi padre tiene unos cuantos tatuajes —dijo Shima—. Muchos de ellos son de temática militar, como ya os podéis imaginar. Iniciales de compañeros caídos. Algunos son muy conmovedores, es impactante pensar que fueron tan importantes para él que decidió conmemorarlos en su propia piel.

Isabella asintió. Los tatuajes de Edward eran parecidos. Tenía una rosa amarilla en el pecho en honor de su madre y, en los hombros, «jamás te olvidaré» escrito en caracteres chinos y el nombre de Sean. El dragón que lucía en el antebrazo y en la mano le recordaba que tenía que enfrentarse a sus miedos, para poder vivir la vida que había sido arrebatada a Sean, entre otras cosas. El accidente lo había marcado por dentro y por fuera.

—Me apetece más sangría. ¿Alguien necesita algo de la cocina? —preguntó Isabella.

—A mí me gustaría probarla —dijo Shima. Seth y su padre también quisieron un poco.

—Voy a ayudarte —dijo su padre, levantándose.

Isabella tomó su copa, se puso en pie, y dio un pequeño apretón en el hombro a Edward antes de alejarse. Lo que quería de verdad era darle un beso, pero no quería incomodarlo delante de todo el mundo.

En la cocina, su padre la tomó del brazo.

—¿Cómo llevas la presencia de Michael? No sabía que Jasper lo había invitado hasta que se han presentado en la puerta —dijo, casi susurrando.

—No pasa nada —contestó—. Lo nuestro ya hace tiempo que es historia, en cualquier caso.

Y era la verdad. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Michael.

—Siento no haber dicho nada antes de que bajarais a la sala de juegos. No quería preocuparte delante de Edward —añadió, sacudiendo la cabeza.

Isabella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a su padre.

—No te preocupes, papá. En serio.

Sirvieron las bebidas de todo el mundo y las llevaron a la mesa.

—¿Necesitas algo? —preguntó Isabella, inclinándose hacia Edward.

Este negó con la cabeza.

—Ya tengo todo lo que necesito —contestó, y la mirada que le dedicó le comunicó que no estaba hablando de la comida.

La conversación fluía alrededor de la mesa. Sobre su tía Maggie, que había sido una figura maternal para Isabella cuando era pequeña (este año no cenaba con ellos porque se había ido de crucero con un grupo de amigas). Sobre las pinturas de su padre, una afición que había tenido desde que Isabella recordaba. Sobre el trabajo de Mike y a qué hospital esperaba ir cuando se terminara su periodo de residencia. Sobre los trabajos de fin de máster de Seth y Shima. Y sobre mucho más. La charla continuaba, animada y amigable, y Isabella agradeció que Edward se hubiera integrado tan bien en aquel grupo de desconocidos. Sabía que no le resultaba fácil.

—De acuerdo, muchachos —dijo su padre—. Id a desabrocharos los pantalones y a descansar los estómagos un rato, yo me ocupo de despejar la mesa y servir el postre.

Todos se echaron a reír.

—Deja que te ayudemos, papá. Tú ya has cocinado —dijo Isabella.

—Bueno, no voy a discutir —contestó, guiñándole un ojo.

Todos colaboraron en quitar la mesa. Emmett y su padre se concentraron en empaquetar todas las sobras, y Seth y Shima pusieron los platos de postre. Jasper sacó la basura de la cocina, que estaba a punto de estallar, al contenedor.

—¿Yo les paso un agua y tú los metes en el lavavajillas? —preguntó Edward, colocándose delante del fregadero. Isabella asintió con una sonrisa. Esa era su rutina en casa, y adoraba ver que Edward no dudaba en hacer lo mismo en casa de su padre—. ¿Qué? —preguntó, pasándole un plato sucio.

Isabella se limitó a sonreír.

—Nada, Buen Sam.

Edward puso los ojos en blanco, pero su expresión revelaba la alegría que sentía. No era algo que viera muy a menudo, y le encantaba.

—Caramba, mira —dijo, haciendo un gesto de cabeza hacia la ventana.

—Vaya, está nevando —dijo Isabella. Solo había caído lo suficiente como para espolvorear las ramas y la hierba. La nieve todavía no estaba cubriendo el asfalto, pero, aunque fuera el caso, iban a quedarse hasta el sábado. Las nevadas eran particularmente agradables cuando uno no tenía que conducir—. ¿Sabes cuánto va a nevar, papá?

—Un par de centímetros y ya está. Lo justo para decorar el paisaje —contestó, guiñándole un ojo.

—Este ha sido el mejor Día de Acción de Gracias que he tenido en mucho tiempo —dijo Edward, secándose las manos tras terminar con los platos—. Gracias por permitirme formar parte.

Aquello le derritió el corazón a Isabella. Deseaba con todas sus fuerzas que Edward disfrutara. Solía celebrar las ocasiones especiales en la estación de bomberos o con sus amigos, a veces, pero hacía muchos años que Edward no pasaba una fecha señalada rodeado de su familia. Y, con lo bien que se llevaba Isabella con la suya propia, aquello le rompía el corazón. Todo el mundo necesitaba a alguien con quien contar incondicionalmente, y ella quería proporcionárselo. Y a su familia también.

Su padre le dedicó una amplia sonrisa a Edward.

—Me alegro de oírlo, Edward. Pero todavía no hemos terminado.

—La mesa está lista —dijo Seth—. Sobredosis de azúcar disponibles en tres, dos, uno...

—Eso si el triptófano no hace que nos suba la serotonina antes —indicó Mike.

—En cualquier caso, dentro de una hora estaremos todos muertos de sueño —dijo Emmett, dando una palmada en la espalda a su padre. Volvieron a sentarse alrededor de la mesa del comedor, listos para disfrutar de una variada selección de postres que incluía el rollo de calabaza de Isabella, una tarta de calabaza, una de manzana, y un pastel de zanahoria hecho por Shima.

—En serio, es imprescindible que pruebe un pedazo de cada cosa —dijo Isabella.

—Gracias a Dios, no quería ser el único —contestó Edward, sirviéndose un pedazo de su rollo de calabaza.

La comida circuló por los platos y la conversación siguió fluyendo, e incluso Jasper parecía haber dejado de meterse con Edward y ella. Así que Isabella por fin se permitió relajarse y disfrutar de la visita. Su hombre estaba comportándose perfectamente, como ya había sabido que sucedería, y su familia lo había aceptado con los brazos abiertos. Tal como le había dicho antes. No había motivos para preocuparse.

*  *  *

 De pie en su habitación de infancia, Isabella se puso su sudadera enorme favorita, ya que tenía frío tras haber pasado varias horas viendo películas en el sótano con los demás. Si Michael no estuviera presente se pondría el pijama, porque ya era tarde, pero le parecía un gesto demasiado cercano, teniendo en cuenta su pasado.

¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué se traía entre manos? Había pasado el día entero sintiendo cómo la miraba, cómo la observaba, cómo intentaba cruzar miradas con ella. Y ella había dedicado el día entero a no hacerle caso y a quedarse junto a Edward, con la esperanza de no dar pie a Mike para entablar una conversación. A lo largo de los últimos años, le había enviado algún que otro correo electrónico y mensaje de texto, y de vez en cuando se enteraba de cómo le iban las cosas porque Jasper lo mencionaba en alguna reunión familiar, pero no habían mantenido el contacto. Y a ella le parecía bien.

Se quitó las botas, se cepilló el pelo y salió al pasillo. Cuando dobló la esquina para bajar al piso de abajo, el corazón le dio un vuelco.

—Hola —dijo Mike, casi en lo alto de las escaleras.

—Hola —respondió Isabella, esperando a que pasara para poder bajar.

—¿Podemos hablar un momento, por favor?

El sonido de una alarma resonó por su cabeza. Sus últimas conversaciones como pareja no habían sido agradables. No sabía lo que pretendía ahora, pero no le apetecía nada descubrirlo.

—No sé.

—Vamos, Isabella, ¿por favor?

Le dedicó La Mirada, aquella que en el pasado había hecho que se derritiera.

Lo observó durante un momento. Tenía unos rasgos clásicos, atractivos al estilo estadounidense: el pelo rubio, los ojos azules, la mandíbula cuadrada que volvería loca a cualquiera; vestía un jersey de cachemira de cuello de pico sobre una camisa azul que le resaltaba los ojos. Hubo una época en la que Isabella consideraba que no podía existir alguien más guapo, y su cerebro y ambición la habían atraído tanto como su aspecto. Por no hablar de la larga relación que tenía con la familia, porque conocía a Mike desde que su edad constaba de una sola cifra.

Suspirando, asintió.

—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?

Michael indicó la puerta de su habitación.

—¿Crees que podríamos charlar en un lugar un poco menos público?

—Prefiero hablar aquí —replicó, cruzándose de brazos. Se sentía víctima de una emboscada, y estaba bastante irritada con Michael e Jasper por haberle tendido una trampa. Porque no sabía qué quería, pero estaba claro que aquella conversación era el motivo por el que Mike había pasado el día con ellos. Se lo decía su instinto.

—Bueno, de acuerdo —contestó Michael—. Veamos... El caso es que... —Se rio por lo bajo—. Lo tenía todo planeado, pero ahora que te tengo aquí delante me he quedado sin saber qué decir, como un adolescente.

La autodenigración pretendía encandilarla, igual que la expresión avergonzada que había adoptado, pero todo aquello solo confirmaba su alarma inicial.

Michael le dedicó una sonrisa.

—Te echo de menos. Eso es lo primero que quiero decir. Te echo de menos, y ahora sé que cometí un error gravísimo cuando no acepté la plaza en Washington —declaró. A Isabella le pareció que el estómago le daba un vuelco y el suelo se movía bajo sus pies—. De hecho, supe que había sido un error casi de inmediato, pero era demasiado inmaduro y orgulloso para admitirlo, y me daba demasiado miedo pedirte otra oportunidad.

«No. Nonono.»

—Mike...

—Por favor, déjame terminar —dijo, ladeando la cabeza—. Sé que no me lo merezco, pero te lo pido por favor.

Con el pulso acelerado, Isabella asintió. Aunque sentía vagamente que la segunda porción de tarta de manzana que se había comido a escondidas una hora atrás podía volver a aparecer en cualquier momento. Ya no albergaba ningún sentimiento por él, pero oír a alguien a quien una vez amó decir esas cosas no era fácil.

—He madurado y he estado pensando mucho en lo que quiero de la vida. Ser médico residente en un lugar prestigioso sigue siendo importante para mí, pero no tanto como el poder compartir mi vida con una persona a la que amo. Contigo, lo podría haber logrado. Lo debería haber logrado. Y sigo deseándolo. Contigo —dijo, con una mirada de determinación.

—Michael, ahora estoy con otra persona —contestó. Sentía las tripas revueltas ante la sorpresa de aquella conversación. Ni en un millón de años habría imaginado que eso era lo que quería.

—Ya lo sé —dijo—. Y lo siento. Por eso tenía que hablar contigo ahora, antes de que lo vuestro se convierta en algo serio. Solo lleváis dos meses juntos. Nosotros nos conocemos desde hace veinte años. Fuimos pareja durante tres. Y ahora mismo estaríamos casados, si no hubiera sido un imbécil egoísta y tozudo.

—Lo de Edward ya es serio —dijo Isabella, sintiendo que las paredes daban vueltas a su alrededor. Unos años antes, hubiera dado cualquier cosa por oírle pronunciar aquellas palabras. Pero era demasiado tarde. Lo había dejado atrás. Michael ya no importaba, ahora estaba Edward—. Tú y yo también hemos pasado tres años separados. Las cosas han Cambiado.

Mike dio un paso hacia ella.

—Lo que siento por ti no ha Cambiado. O quizá sí, quizás ahora es más intenso. Tengo muchas posibilidades de conseguir una plaza en Washington cuando termine mi contrato en Filadelfia. Quiero intentar conseguirla y mudarme al D. C. Quiero estar contigo. Quiero que volvemos a empezar y que construyamos la vida que deberíamos haber tenido.

—No me estás escuchando...

—Sí que te escucho. Y te comprendo. Crees que tienes una relación seria con ese tipo. Pero lo vuestro es un instante comparado con el tiempo que nosotros hemos pasado juntos. Si accedieras a intentar...

Isabella retrocedió, alejándose de su intensidad, de su tacto, de esas palabras que la atormentaban por lo irrelevantes que eran. Años atrás, habrían tenido un significado enorme. La situación estaba impregnada de tristeza. Profundamente.

Michael avanzó, no queriendo alejarse de ella.

—Por favor, inténtalo. Dame una oportunidad —insistió. Se sacó algo del bolsillo. El estuche de un anillo—. Todavía lo tengo —dijo, abriendo la tapa de terciopelo y revelando un espectacular diamante de corte esmeralda montado en un anillo precioso. Isabella se acordaba de lo fantástico que había quedado en su mano—. Daría lo que fuera para ganarme una manera de volver a entrar en tu corazón, por volver a tener la oportunidad de oírte decir que quieres casarte conmigo.

Tragando saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta, Isabella cerró el estuche que Michael sostenía.

—Michael, te agradezco que me hayas dicho todo esto, de verdad. Pero mi vida ha seguido adelante sin ti. Tomaste una decisión, y yo tomé otra. Han pasado tres años. Puede que Edward y yo no llevemos demasiado tiempo juntos, pero eso no significa que lo que siento por él sea menos intenso. No puedo desconectar mis sentimientos por él y, aunque pudiera, no querría hacerlo —dijo. No quería herir a Michael y, de hecho, odiaba saber que sus palabras le harían daño, pero había dejado pasar demasiado tiempo. Joder, no era culpa suya.

Mike envolvió las manos de Isabella con las suyas.

—No digas que no. Por favor. Simplemente, piensa en lo que te propongo. Puedo esperar. Esperaré todo el tiempo que necesites para aclararte las ideas.

La desesperación había deformado sus atractivos rasgos en una expresión torturada que nunca antes le había visto, y Isabella comprendió que estaba siendo completamente sincero. Lo cual significaba que era cierto que había madurado desde su ruptura.

Le dolía pensar en lo que podría haber pasado.

—No creo que me haga falta pensármelo, Mike.

—Te esperaré, Isabella. Porque te quiero —dijo. Se encogió de hombros, rendido—. Te he querido durante tantos años de mi vida...

Ella misma había pronunciado aquellas palabras una vez, pero ahora, cuando pensaba en el amor, era el rostro de Edward el que aparecía en su mente. El tacto de Edward. Los ojos de Edward.

—¿Dónde estabas hace tres años? ¿O dos, incluso?

Michael sacudió la cabeza.

—Perdido, está claro. Tú piénsatelo y ya está, ¿de acuerdo?

Isabella encorvó los hombros. No quería pelearse con él. No quería hacerle daño. Y no quería fastidiar el Día de Acción de Gracias. ¿Qué se suponía que debía decir?

—De acuerdo —soltó entonces, esbozando mentalmente el correo electrónico que le mandaría para decirle que lo suyo no tenía esperanza.

Tomó aire para seguir hablando y, de repente, Michael invadió su espacio personal y juntó los labios con los suyos. Isabella quedó tan anonadada que tardó un instante en comprender lo que había pasado.

Se apartó de golpe y lo fulminó con la mirada.

—Ni se te ocurra. ¿Sabes qué? No me hace falta darle vueltas a todo esto. Ya te he dicho lo que pienso. Ahora estoy con Edward, y no tengo ni la más mínima intención de dejarlo solo porque hayamos charlado un rato.

Michael levantó las manos.

—Lo siento. Lo siento mucho. Lo comprendo. Pero es que... es que te echo de menos.

—Tengo que volver —espetó Isabella y, sin añadir nada más, lo rodeó y se marchó escaleras abajo.

Entonces se encerró en el baño del vestíbulo, apoyó la espalda contra la puerta y se cubrió la boca con la mano. ¿Qué diablos acababa de pasar?
*  *  *
—De acuerdo —había dicho Isabella. Y con esas dos palabras, el mundo entero de Edward se vino abajo.

Salió huyendo del lugar en el que había estado, cerca del pie de las escaleras; había estado allí porque había querido encontrar a Isabella para preguntarle si le apetecía algo de comer, porque él iba a hacerse un bocadillo de pavo. Había oído la conversación que había mantenido con Michael de principio a fin. El tipo la echaba de menos, seguía enamorado de ella y quería que volvieran a ser pareja; en fin, nada que no hubiera revelado con su comportamiento, ¿verdad?

Avanzando por la ruta más corta posible, se alegró de que los demás estuvieran en el sótano. Cruzó la cocina y la puerta trasera y se dirigió a su Jeep, solo para tener un poco de espacio, para escapar, para encontrar un lugar en el que todavía hubiera oxígeno. En la calle, apoyó ambas manos en el capó del vehículo, sin importarle que hubiera nieve, o que el frío húmedo hubiera causado inmediatamente que le dolieran los dedos.

Como si todo esto no fuera suficiente, acababa de descubrir que Isabella había accedido a casarse con ese tipo. Que ya estarían casados si Michael no hubiera metido la pata. Edward no conocía todos los detalles, pero no importaba. Lo que importaba era que Isabella había amado a Michael lo suficiente como para querer construir una vida con él. Una vida con un hombre que era el polo opuesto de Edward en todos los sentidos: con un trabajo prestigioso, mientras él tenía un trabajo cualquiera; acaudalado, mientras él sencillamente llegaba a fin de mes; de atractivo clásico, mientras Edward tenía una apariencia difícil; encantador y seguro de sí mismo, mientras él era torpe y siempre se sentía incómodo.

Michael era el tipo de hombre por el que Isabella se sentía atraída a la luz del día. La oscuridad del ascensor había sido la salvación de Edward, porque les había permitido conocerse sin las ideas preconcebidas que crean las apariencias. Y él se había asegurado de que su apariencia transmitiera ciertos mensajes, ¿a que sí? Pero una vez la conoció en la libertad de la oscuridad, no había querido que resultara asqueada al verlo. No había querido que su apariencia la desalentara.

Y, milagrosamente, Isabella no había quedado horrorizada. Todavía le parecía oírla cuando dijo «absolutamente magnífico» aquella noche. El recuerdo todavía le quitaba el aliento y le aceleraba el pulso. Pero si Michael era el tipo de hombre con el que había accedido a casarse, aquello demostraba que su atracción por Edward no era más que casualidad. Al menos, no era lo habitual en ella. ¿No era así? ¿Acaso importaba?

Quizá no. O, al menos, no debería importar.

Pero le hacía dudar, por enésima vez desde que habían empezado a salir, si era lo bastante bueno para ella, si era lo que ella necesitaba. Pensaba que había logrado superar lo peor de esos pensamientos, porque sabía que no eran más que producto de su pasado, de sus ansiedades y de sus putos miedos. Pero el ver un posible futuro alternativo para Isabella con tanta claridad le había llegado a lo más hondo del pecho, y del cerebro, y del corazón, y había sacado a la superficie todas sus inseguridades.

Todas ellas.

Dios mío.

«Respira, Cullen. Respira y punto, joder.»

Apoyó las manos húmedas en las rodillas, agachó la cabeza y contó atrás desde diez. «Diez. Inspira hondo, espira. Nueve. Inspira hondo, espira. Ocho. Si imaginar a Isabella con otro hombre ya duele así, ¿qué pasará si la pierdo? Siete. Inspira hondo, espira. Seis. He perdido a todo el mundo, ¿por qué iba ella a ser diferente? Cinco. Inspira hondo, espira. Cuatro. Ahora mismo es tuya, concéntrate en eso. Tres. De acuerdo, de acuerdo. Dos. Inspira hondo, espira. Uno. Inspira hondo, espira.»

Joder, seguía sintiendo la misma presión en el pecho.

Volvió a contar atrás desde diez, pero esta vez bloqueó los comentarios tóxicos que le corrían por la cabeza.

Cuando terminó, se incorporó y estiró el cuello y los hombros. Isabella solo había accedido a pensar en lo que Michael le había dicho. No había accedido a volver con él, y había dejado muy claro que tenía una relación seria con Edward. «Concéntrate en eso.» De acuerdo. Vale.

Pero oír los ecos de la declaración de amor en su cabeza solo añadía otra capa de estrés a la situación. Porque aquel imbécil se lo había vuelto a decir a Isabella, mientras que Edward no había logrado pronunciar las palabras ni una sola vez.

De hecho, la perspectiva de pronunciarlas lo dejaba pálido de miedo. Porque parecía que era tentar la suerte. «¡Eh, relámpagos! ¡Dejad que os indique qué es lo que me importa para que podáis destrozarlo!»

El pasado. Ansiedades. Putos miedos. Ya lo sabía.

Pero saberlo no cambiaba lo que sentía.

Lo cual lo llevaba de vuelta a considerar si, quizá, no era lo bastante bueno para Isabella.
Entonces, ¿qué?

«Basta. Vuelve a la casa y quédate junto a ella. Esa es la manera de no perderla.»

Se pasó la mano por encima de la cicatriz de la cabeza.

—Joder —soltó. Entonces se dio la vuelta y se adentró en la casa de nuevo. Podía controlarse. No había pasado nada, no había Cambiado nada. Isabella se lo demostraría.

—Ah, aquí estás —dijo Isabella. Estaba junto a la encimera de la cocina, removiendo una taza de té caliente con una cucharilla—. Te estaba buscando.

—Solo necesitaba un poco de aire fresco —dijo Edward, acudiendo a su lado.

—¿La familia es demasiado? —preguntó con una sonrisa. Lo envolvió en sus brazos—. Oh, estás helado. Más vale que te ayude a entrar en calor —dijo. Apretó su cuerpo contra el de él, le abrazó con fuerza y recostó la cabeza junto a su cuello.

Aquel abrazo era pura vida.

Edward retornó el gesto.

—No creas —dijo, intentando que su voz no sonara ronca—. Tu familia me cae bien. Ha sido un día estupendo —añadió. Y era verdad. Había sido sincero cuando le había dicho a Charlie que este había sido el mejor Día de Acción de Gracias que había pasado en mucho tiempo.

—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Isabella.

El apetito que lo había inspirado a ir a por un bocadillo de pavo ya había desaparecido.

—No —respondió—. Estoy bien.

—¿Te apetece que nos escabullamos un momento, los dos solos?

No le hizo falta pensárselo demasiado.

—Suena perfecto —dijo.

La sonrisa de Isabella era como un rayo de sol asomando entre las nubes. «¿Ves cómo te mira? Confía en esa mirada, Cullen. Es lo único que importa.»

Isabella lo tomó de la mano.

—Pues ven conmigo.

*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *
Hola a todas que les pareció la declaración de Mike.
nos vemos en la próxima actualización mañana habrá adelanto del siguiente capitulo en el grupo élite fanfiction.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina