miércoles, 22 de marzo de 2017

Castigando a Isabella capítulo 5


Capítulo cinco


Isabella se retorció y se volvió airadamente, luchando contra las esposas que le mantenían los brazos encima de su cabeza. Los movimientos hicieron que sus pechos desnudos se sacudieran y al cambiar su posición tiraran de los nudos de amor drusinianos apretándolos más aún contra sus pezones y su coño, pellizcándolos sin piedad. Ella era muy consciente de que su giro y su lucha  estaba llamando la atención sobre su difícil situación, todos los ojos estaban ahora puestos en ella y una multitud se estaba reuniendo para ver en qué consistía el alboroto. Pero iría al infierno antes de quedarse quieta y aceptar lo que fuera que el capitán Cullen estaba a punto de repartir. ¿Qué demonios estaba él pensando, de todos modos, tratándola así? Si estaba intentando hacer que sus papeles como mercader y esclava recién adquirida fuesen más realistas, ella podía pensar mejores formas de hacerlo. Formas que no implicaban ponerla en un escaparate por segunda vez ese día.
—¡Basta! — exigió, tratado de volverse para ver qué era exactamente lo que  su comandante en jefe iba a hacer.  —¡No puedes hacerme esto!
—Puedo y lo haré—.  De repente Cullen estaba justo detrás de ella, con el  pecho ancho y musculoso presionando contra su espalda desnuda. —Eres  un poco tonta; gracias a tu actitud desafiante, cada mercader de aquí está empezando a preguntarse si eres realmente una esclava. Así que ahora tengo que demostrar que lo eres, — susurró a su oído. —Tendría que follarte justo aquí y así nadie tendría ninguna duda de que me perteneces.
—¿Tú… tú tendrías que qué? — Isabella apenas podía creer lo  que  oía. Nunca había oído a su estoico capitán zentoriano sonar tan molesto, no, tan furioso, con anterioridad y eso la asustó más de lo que la amenaza de ser vendida como una esclava había hecho. Su cuerpo enorme estaba presionando contra el  de ella con tanta fuerza que ella podía sentirlo temblar, de rabia, se dio cuenta de repente. Estaba tan enfadado con ella que estaba intentando controlar su temperamento con ambas manos.  ¡Los zentorianos no tenían emociones!  Pensó ella desatinadamente. ¿Podría estar equivocada acerca de lo que él estaba sintiendo? Isabella había fantaseado muchas veces sobre cómo sería ser llamada  a sus aposentos si él decidía ejercer su privilegio de capitán con ella, pero nunca se había imaginado ser poseída en un mercado al aire libre delante de una multitud de comerciantes furiosos y de compradores.
—Dije que debería follarte—, gruñó Cullen, su cuerpo enorme todavía aplastaba el suyo. — Es uno de mis derechos y ya has causado suficientes problemas como para merecerlo.  Da gracias de que lo único que vayas a recibir  es una muestra de mi cinturón.
—¿Qué? Pero no puedes…—Antes de que pudiera terminar su frase, su capitán dio un paso atrás y el primer golpe punzante conectó con su trasero desnudo con un chasqueo limpio. Isabella gritó de sorpresa y dolor. Se había preparado para hacer frente a un tribunal de inquisición, incluso a perder su comisión por su estupidez al intentar capturar a V por su cuenta, pero nunca, ni en sus sueños más salvajes, había pensado que su capitán la ataría desnuda a un poste de flagelación y la golpearía con el cinturón.
—¡Eso es, azótala! ¡Sácale la insolencia! — gritó un espectador ganándose una mirada de Isabella mientras seguía luchando. Isabella se las arregló para dar media vuelta, los ásperos grilletes se clavaron en sus muñecas, y vio que el siguiente golpe estaba llegando. Lo esquivó con agilidad moviéndose a un lado y el cinturón encontró aire vacío donde un instante antes estaba su culo. ¡Chúpate esa, bastardo! Isabella sintió una oleada de triunfo pero tuvo una corta vida. Con el cinturón de cuero negro en una mano, Cullen se adelantó y la agarró por la cintura.
—¿Todavía no ha entrado en tu obtusa cabeza que se supone que eres una esclava? — gruño en su oído. —Te mereces estos azotes más de lo que puedo decir, pero también tenemos que convencer a esta multitud de que somos artículos genuinos si queremos salir con nuestras pieles intactas.
Con lágrimas de dolor brotando de sus ojos, Isabella levantó la mirada hacia él. Estaba tan enfadada que sus amenazas no la asustaban. ¿Realmente quería ella conseguir la atención de su capitán? Bien, ahora la tenía, tenía sus brazos alrededor  de  ella  y  su  cuerpo  duro  presionando  contra  el  suyo.     El    único problema era que estaban en público y él tenía la intención de ponerle el culo rojo para tratar de darle alguna clase de estúpida lección.
—No hay modo en el infierno que pueda hacer que me quede quieta  mientras me calientas el culo—, escupió.
Él frunció el ceño, una de las esquinas de su boca se curvó violentamente. — Si tuvieras la más mínima idea de cuánto me estoy conteniendo, te darías cuenta de que por la fuerza que llevan estos azotes no son más que una palmada amorosa. Pero que me aspen si voy a quedarme aquí razonando contigo mientras estos mercaderes llaman a los guardias. Si no quieres quedarte quieta durante el castigo, entonces tendré que sujetarte yo mismo.
Isabella abrió la boca para protestar otra vez pero se sintió conmocionada al sentir que la mano cálida y enorme del capitán bajaba por su abdomen hasta su coño expuesto. Los cordones plateados drusinianos todavía mantenían los labios de su vagina abiertos así que él no tuvo ningún problema para ahuecar su montículo y penetrar con dos dedos largos y gruesos en su interior, igual que había hecho durante la subasta. Sólo que esta vea era con un propósito, mantenerla quieta.
Isabella estaba hirviendo. ¡Esto era intolerable! Ella estaba de puntillas, con los brazos estirados por encima de la cabeza y las piernas muy abiertas con los dedos del capitán alojados firmemente en su coño mientras él se preparaba para golpearla.
Antes de que pudiera pensar o decir algo para detenerlo, sonó otro golpe plano cuando el cinturón aterrizó otra vez contra su culo desnudo y un dolor punzante irradió de su carne ofendida.
¡Hijo de puta! Isabella se retorció de rabia pero con su presión sólo consiguió que los dedos se le hundieran más en el coño. La callosa palma de su mano frotaba con fuerza sobre su clítoris sensible, ya inflamado por la cuerda que lo rodeaba. Para su rabia y vergüenza, Isabella notó que empezaba a calentarse en una forma que no tenía nada que ver con la luz de los soles gemelos de Ortha seis cayendo sobre su cabeza. ¿Cómo se atrevía a hacerle esto? ¿Cómo se atrevía a golpearla y a joderla con los dedos al mismo tiempo? ¡Y en público!  ¡Privilegio  del capitán o no privilegio, esto estaba yendo demasiado lejos!

Plaff, plaff, plaff. Isabella gemía una mezcla de ira, placer y dolor mientras la paliza continuaba. A pesar del dolor en su culo, o tal vez debido a él, podía sentir su coño derramándose alrededor de sus dedos invasores, poniéndoles más fácil el deslizarse dentro de ella. Muy pronto él estuvo presionando contra el final de su canal y frotándole él clítoris con cada golpe de su cinturón, conduciendo a Isabella más y más cerca de un orgasmo no deseado.
—¡Maldito seas, detente! Gritó, luchando contra él con más fuerza. — Para antes de que yo…
—¿Antes de qué? — Él ni siquiera estaba sin aliento pero hizo una pausa  entre los golpes para oír lo que ella tenía que decir.
—Antes de… antes de que me corra —. Isabella intentó hablar con dignidad pero era difícil cuando podía sentir su cara caliente con la vergüenza.
Él bajó la mirada hacia ella, obviamente sorprendido. — ¿Vas a correrte? ¿Por ser azotada?
—No, no por ser azotada, — susurró Isabella, a pesar de que en el fondo de su mente pensaba que tener a su ausente capitán castigándola podía tener algo que ver con su excitación. Sin embargo, ella no podía decirle eso a Cullen, tenía que haber alguna otra excusa para la repentina traición de su cuerpo. —Son… son estos malditos nudos de amor drusinianos, — explicó señalando con la cabeza las cuerdas que cruzaban su cuerpo. —Por no mencionar la forma en que me estás… tocando.
—Pareces estar extremadamente húmeda—  El capitán Cullen sacó los dedos  de su coño y los volvió a meter de forma experimental, haciéndola gemir de placer. Dios, mucho más de eso y ella acabaría corriéndose contra su mano tanto si quería como si no.
—¡Por favor! — Isabella tiró inútilmente de sus grilletes, intentando no frotar su coño abierto contra la dura palma en el proceso. De repente toda la ira y la rebeldía que había estado sintiendo desaparecieron, dejando sólo la vergüenza en su lugar. —Por favor, capitán—, rogó en voz baja, mirando su cara severa. —Por favor, no haga que me corra delante de toda esta gente.       No podría  soportarlo.

Para su horror sintió que lágrimas calientes presionaban contra sus párpados, y aunque lo intentó no pudo contenerlas.
Un destello de lo que podía haber sido compasión atravesó los ojos  del capitán que llevó la mano con la que sostenía el cinturón hasta la cara de Isabella. Esta se estremeció pero él sólo limpió con suavidad las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.
—Muy bien. Voy a desatarte. Si te comportas como una auténtica esclava no te someteré a más castigos, por lo menos aquí —. Frunció el ceño, sus cejas gruesas se arquearon, haciéndole saber que su calvario no había terminado todavía. Pero Isabella estaba tan agradecida de no tener que aguantar ninguna humillación más en público que asintió de buena gana.
—Lo haré bien, lo prometo—, susurró.

Cullen asintió y retiró los dedos lentamente. Igual que antes, los chupó con la boca y los lamió para limpiarlos, su mirada no abandonó a Isabella mientras lo hacía. A pesar de su enfado persistente con él y de las palpitaciones en su trasero, ella no pudo evitar retener el aliento ante la erótica visión.
—No… no tiene que hacer eso, sabe—, murmuró. —Estoy segura de que no todos los propietarios de esclavos se divierten saboreando a sus esclavos tan públicamente, así que puede dejar su actuación.
—¿Quién dice que estoy actuando?— Él le frunció el ceño de nuevo y levantó los brazos para quitarle los grilletes. —Sabe, sargento Swan, se me ocurre que si hubiese hecho esto o algo similar hace mucho tiempo no estaríamos en esta situación—, añadió en voz baja.
Olvidando su promesa de desempeñar el papel de esclava obediente, Isabella levantó la barbilla con ira. —Tal vez si hubiera escuchado alguna de mis ideas no habría tenido que intentar reivindicarme de esta manera.
—Sí, tal vez. — Ahora que ya no estaba enfadado, o lo que pasaba por enfado en un zentoriano, la voz del capitán Cullen era otra vez desesperadamente fría. — Ha estado intentando conseguir mi atención durante meses de una forma u otra pero la ignoré. Tal vez debería haberla puesto en su lugar mucho antes.

—¿Ponerme en mi lugar? —  Ahora Isabella estaba auténticamente enfadada.
—Tendré que demostrarle que mi lugar es a bordo del Orgullo de la justicia como un miembro valioso de la tripulación y no me importa lo que piense sobre mi experiencia; si sólo me diese una oportunidad en vez de mirar a través de mí todo el tiempo…
—¿Darte una oportunidad para hacer qué? — gruñó él en voz baja. —¿Para desembarcar a escondidas por tu cuenta y arriesgar toda la misión? Exactamente,
¿qué tipo de atención está buscando aquí, Swan? ¿Debería llamarte a mis aposentos y ejercer mi privilegio contigo? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres mi atención profesional… o sexual?
Isabella perdió la cabeza. Olvidándose que se suponía que era una esclava o que el capitán Cullen era su comandante en jefe, se enfrentó a él arañándose las muñecas.  —¡Tú, arrogante bastardo! Voy…
Parece que no le ha pegado lo suficiente, hijo—. La voz suave interrumpió su acalorada discusión y Isabella y Cullen levantaron los dos la mirada para ver a un anciano con una bolsa de cuero usado a la espalda mirándolos con gran interés.   Y no era el único. La multitud que se había reunido para ver cómo golpeaban a Isabella había empezado a disolverse cuando Cullen soltó los grilletes. Pero ahora, comerciantes y compradores estaban empezando a acumularse de nuevo esperando, obviamente, una repetición de la función. Isabella  los  miró beligerante y se abstuvo de frotarse el trasero dolorido a pesar de lo mucho que lo deseaba.
Al ver su expresión, los ojos del capitán Cullen se endurecieron. —Creo que puede que tenga razón, amigo—, dijo al hombre mayor, asintiendo formalmente con la cabeza. — Pero mis negocios están lejos de aquí y no tengo mucho tiempo para perder con una esclava rebelde.
—Pero seguramente no pretende arrastrarla a un largo viaje sin calmar sus heridas—. El viejo le dedicó una mirada de desaprobación y señaló con la cabeza el culo de Isabella.
¿Heridas? ¿Qué heridas? Isabella dejó que una de sus manos se arrastrara para explorar su carne escocida pero no había sangre en sus dedos cuando miró. El anciano estaba  haciendo  una montaña de un grano  de arena, decidió.       Por mucho que la hubieran herido los azotes, dudaba de que le dejaran marcas permanentes. ¿Qué quería él de todos modos? ¿Y por qué el capitán Cullen no lo largaba y la llevaba de vuelta a la maldita nave?
—Tengo un largo viaje por delante—, estaba diciendo al viejo cuando ella volvió a centrar su atención en ellos.  —¿Qué sugiere usted?
—Algo de esto—. El anciano sacó un pequeño recipiente de barro de su saco de cuero con una floritura y lo presentó a Cullen. —Es un compuesto de mi propia invención. Evita que se formen cicatrices y marcas y vuelve la piel suave y sensible entre los castigos. — Señaló a Isabella con la cabeza. —Una esclava menuda tan hermosa como esa, no querrá estropear su belleza con el cinturón y las marcas de los golpes. Lleve un poco de mi ungüento, sólo un crédito por frasco, y suavizará esa preciosa piel antes de que pueda producirse ningún daño permanente. Hay un banco allí si decide usarlo. Muchos dueños de esclavos lo hacen, ¿sabe? — Sonrió triunfante y señaló un banco de madera tosca no muy lejos del poste de flagelación.
—Bueno, tal vez sí cogeré algo—. Para su horror, Cullen dirigió a Isabella una mirada especulativa.
—No—. Sacudió la cabeza. — No, por favor…— Pero su comandante en jefe había lanzado ya al anciano un chip de un crédito y estaba sosteniendo un frasco de ungüento en una de sus enormes manos.
—Por aquí, esclava, — dijo, llevándola hasta el banco de madera. —No me gustaría que la tunda que te voy a dar te dejara marcas.
—¿Qué estás haciendo? — susurró Isabella mientras él se sentaba en el banco y tiraba de ella. Intentó resistirse pero Cullen era demasiado fuerte para ella. Con muy poco esfuerzo la tuvo boca abajo sobre su regazo con su culo ardiente levantado en el aire.
—Pensaría que es obvio—.  Su voz tenía un profundo gruñido de advertencia.
—Me ocupo de tus heridas. Creo que necesitas otro recuerdo de quién está al mando aquí, esclava.

—¡No te atrevas a tocarme! — Isabella se retorció en su regazo como un gato hasta que su superior le sujetó un brazo sobre la parte baja de su espalda e inclinó la cabeza para susurrarle al oído.
—¿Quieres que te ponga en tu lugar otra vez? — advirtió murmurando. — Porque lo haré si no dejas de luchar. — Su mano enorme recorrió los escocidos verdugones sobre su trasero y se sumergió sugestivamente entre sus piernas, permitiendo saber a Isabella de qué estaba hablando exactamente.
—Sintiéndose tan furiosa que podría asfixiarse, Isabella se vio obligada, sin embargo, a permanecer quieta por temor a que cumpliera su amenaza. Respiró hondo, se relajó en su regazo y escondió la cara entre los pliegues de la túnica púrpura de su jefe de forma que no pudiera ver al grupo de personas disfrutando de su humillación pública. Notó que lágrimas de vergüenza escapaban bajo sus pestañas y trató de detenerlas. ¡Dios! ¿Cuánto tiempo duraría esta pesadilla? Un mes en el calabozo y un juicio ante la junta de inquisición estaban empezando a parecerle el cielo comparado con lo que estaba soportando a manos de su exasperante capitán.
—Eso está mejor—, dijo Cullen cuando ella dejó de luchar. Isabella lo notó moverse ligeramente y después su enorme mano estaba de vuelta, esta vez untando algo sobre la piel de su trasero maltratado.
Isabella gemía por lo bajo a medida que el ungüento empezaba a hacer  efecto. Fuese lo que fuese, se sentía maravilloso. El ardor de su parte trasera fue sustituido por un fresco hormigueo y la sargento gemía sin aliento a medida que las redondeadas puntas de los dedos del capitán Cullen trabajaban en su piel. Poco  a poco, la ira empezó a desaparecer al tiempo que el dolor y las lágrimas cesaron.
Dios, se sentía tan bien, y no sólo la pomada, sino también sus manos sobre ella, admitió para sí misma en un momento de debilidad. Quizás él tenía razón y ella había estado intentado llamar su atención durante todo ese tiempo para conseguir que él hiciera algo   como esto. No que la azotara en   público, desde luego, sino que la tocara, que la reconociera como una mujer y no como una subalterna joven que no tenía nada que ofrecerle ni profesional ni personalmente.
Deja de pensar eso. Estás enfadada con él, ¿recuerdas? Se reprendió a sí misma.  Pero era difícil razonar con la sensación de satisfacción que recibía de  su contacto repentinamente suave, incluso con él tocándola delante de lo que se sentía como cientos de ojos mirándola. Poco a poco, Isabella empezó a sentirse relajada. Estaba exhausta de todo el miedo y la tensión que había experimentado en el mercado de esclavos, el rescate posterior y los azotes a manos de su normalmente estoico capitán.
Se preguntó vagamente dónde había ido ese estoicismo sin emociones. Ella había visto al capitán más emocionado en la hora anterior que en los cinco meses que había pasado a bordo del Orgullo de la justicia. ¿Cuál era la razón del cambio? ¿De verdad era ella tan horrible que había atravesado realmente su  muro de calma sin emociones? No, probablemente se estaba dando demasiado crédito.
—Buena chica—. La mano, grande y cálida, subió desde su trasero acariciándole la espalda y los hombros un momento y después Cullen habló de nuevo. —De acuerdo, Isabella. Eso es todo. —Su voz profunda rompió lo que casi se había convertido en un trance parecido al sueño y Isabella se dio cuenta de que la estaba levantando de su regazo.
Sus ojos parpadearon, totalmente deslumbrada por la cálida luz del sol cayendo sobre ella. Con la cara presionada contra las ropas de él, había encontrado una oscuridad reconfortante para ocultarse. Levantó la mirada, temiendo ver todos los ojos curiosos fijos en ella otra vez, pero únicamente vio que la multitud a su alrededor se había disuelto. Comerciantes y compradores se dedicaban a sus asuntos, ignorando por completo al amo y a la esclava que estaban sentados en el banco de madera. La falta de atención después de haber sido observada descaradamente toda la mañana y durante la tarde hizo que Isabella se sintiera casi invisible. Junto a estar vestida, era la mejor sensación que podía imaginar.
Levantó la mirada para ver que Cullen estaba mirándola especulativamente. Se preparó, esperando su siguiente comentario sarcástico, pero no llegó.
—¿Lista para irte? — preguntó, su voz profunda sonaba tranquila y fría.

Isabella suspiró y asintió con la cabeza. Estaba segura de que iba a ser un largo camino de regreso a la nave, especialmente no llevando puesto nada más que marcas de cinturón y pomada en su trasero, pero tenían que irse en algún momento.
—Muy bien, entonces. — Él se levantó pero, para su sorpresa, en vez de tirar de la correa atada a su cuello, se inclinó y la levantó en brazos.
—¿Qué…? —  Lo miró insegura y vio la esquina de su boca contraerse.

—Pareces demasiado cansada para caminar el resto del camino—,  murmuró.
—Sólo relájate y finge que estás desmayada, para que nadie piense que estoy siendo demasiado blando con mi nueva esclava.
Isabella dudaba que nadie pudiera pensar eso después de la forma en que la había azotado pero, sintió, a regañadientes, cierta gratitud por su disposición a cargar con ella la última etapa de su viaje. Dejó descansar la cabeza sobre su amplio hombro, justo en la curva de su cuello, y cerró los ojos, fingiendo caer en la inconsciencia. Como resultado, no tuvo que fingir mucho tiempo ya que las tensiones del día la vencieron y se quedó dormida en los brazos del capitán con el olor caliente y picante de su piel llenándole los sentidos.
***************
Edward la mantuvo abrazada mientras se abría camino entre la gente que todavía abarrotaba el mercado. Miró hacia abajo y vio las mejillas ligeramente enrojecidas y el alborotado pelo dorado, y no pudo evitar que un sentimiento de ternura se apoderara de él. Era como una guerrera, decidida a hacer exactamente lo que quería. En cualquier otro subordinado, él vería esa cualidad como algo a erradicar, después de todo, ella no podría cumplir las órdenes si iba constantemente por su cuenta. Pero con la sargento Isabella Swan, veía una independencia que lo ganaba a pesar de sí mismo. Le provocaba emociones que nunca había sentido antes, que nunca se había permitido sentir. Edward frunció el ceño ante ese pensamiento. Para ser honesto, eso no era cosa buena. No debería permitir que ella lo afectara de esa manera, no permitiría que arrastrara sus sentimientos ocultos a la superficie donde podrían suponer una amenaza para sí mismo y para los demás.
Honestamente, el capitán Edward no sabía qué le había pasado esa tarde. Ciertamente, los azotes habían estado fuera de lugar. Cierto, ella había estado a punto de hacer saltar su tapadera y probablemente merecía cada golpe de cinturón que le había dado, pero debería haber dado esos azotes fríamente y sin emociones. En cambio, ella había conseguido ponerlo tan al rojo vivo de furia  que todo lo que había podido hacer era atemperar los golpes para que no le hicieran demasiado daño. Y después, cuando la había sujetado forzándola con sus dedos en el coño.
No debería haber hecho eso, se dijo a sí mismo con enojo. No deberías haber querido hacerlo. Y sin embargo, lo había hecho y lo había disfrutado. La sensación de sus suaves paredes interiores apretando sus dedos mientras la sujetaba y la forma en que su coño se había humedecido tanto mientras la azotaba… maldita sea, sólo el pensar en eso, lo ponía duro de nuevo. Tenía que parar, tenía que hacerse con el control de sí mismo en lo que se refería a esa subalterna en particular. Una vez estuvieran de vuelta en el Orgullo de la  justicia, tendría que retomar su antigua relación impersonal. Él era zentoriano, después de todo, y si no podía controlar sus emociones hacia una pequeña mujer, bien podría colgar el uniforme y abandonar Intergal del todo.
No la tocaría de nuevo, se prometió. No la llamaría a sus aposentos y usaría  el privilegio del capitán con su hermoso cuerpo sin importar cuánto quisiera hacerlo. Las cosas volverían a la normalidad y la ignoraría como había hecho antes. A excepción de una reprimenda formal en su registro, por supuesto, se merecía al menos eso por tal cantidad de acciones imprudentes y precipitadas.
Justo cuando ya estaba resuelto a poner más distancia que nunca entre ellos, Isabella se agitó en sus brazos y las cuerdas plateadas alrededor de sus pezones se tensaron, haciéndola gemir en sueños. Edward miró la erótica vista y sacudió la cabeza. Sólo había un problema con su plan, se dio cuenta cuando llegó al final  de la zona prohibida y empezó a caminar hacia los muelles de naves interestelares.
Ella todavía llevaba los nudos de amor drusinianos y él era el único hombre en la galaxia que podía quitarlos.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina