Isabella
Dormí
con Edward casi todas las noches de las vacaciones de Navidad. No me hizo el
amor a pesar de que se lo supliqué con constante descaro. Pero, no obstante,
nos convertimos en expertos conocedores del cuerpo del otro. Hablábamos en
susurros en la oscuridad de la noche, confesándonos nuestros secretos y
revelando nuestras heridas. Me habló de su padre y de su hermano, y, cuanto más
lo hacía, más fácilmente parecían fluir las palabras, más sonreía y se reía con
los recuerdos que compartía. Me habló de su madre, de la herida abierta que
tenía por eso desde hacía tanto tiempo, de la confusión y el dolor que sentía.
—¿Crees
que irás a buscarla? —le pregunté un sábado por la mañana, mientras estábamos
acostados en su cama—. Quiero decir, cuando te marches. —Como siempre, un agudo
dolor me oprimió el corazón cuando dije «marches».
Él
pareció considerar mi pregunta durante unos instantes.