Cuando llegaron a su
habitación, Isabella cerró la puerta.
—No es una Cama
doble, pero espero que no estés demasiado apretado esta noche.
—¿Vamos a dormir
juntos? —preguntó, mirando alrededor de la habitación de su infancia. Partes de
su juventud seguían colgadas de las paredes de color lavanda y de su espejo.
Lazos, fotografías, pósteres de grupos de música. La habitación reflejaba a
alguien que había crecido rodeada por el calor de una familia, por la felicidad
y la plenitud—. ¿A tu padre no le importa?
Con una risa entre
dientes, Isabella sacudió la cabeza.
—Prácticamente vivimos
juntos, Edward, cosa que mi padre sabe. Creo que ha deducido que su hija de
veinticinco años ya ha mantenido relaciones sexuales. Seth y Shima también
duermen juntos.
—Shima es
fantástica —dijo, preguntándose si Isabella le contaría lo de la conversación
con Michael.
—La verdad es que
sí —contestó con una sonrisa. Entonces se desabrochó los jeans,
se los bajó y se los quitó, con lo que se quedó allí de pie, vestida con una
enorme sudadera roja y azul desteñida de la Universidad de Pensilvania, que
justo alcanzaba para cubrirle la ropa interior—. Tú también deberías
desvestirte —dijo, acercándose a él y poniéndose manos a la obra con los
botones de su Camisa.
Un botón, y otro, y
otro, y de repente estaba quitándole la Camisa y dejando su piel expuesta.
A Isabella se le
escapó un pequeño gemido y le dio un beso en el centro del pecho.
—Es como
desenvolver un regalo.