jueves, 14 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 10

Capítulo 10
Cupido en la calle estaba tarde en la noche
Mojadas sus alas al extenderse bajo la lluvia,
Robert Greene
Bella no estaba muy segura de cómo ocurrió, pero el caso fue que terminó viajando en el carruaje de Edward, y con él, cuando se dirigieron a la feria de San Bartolomé con unos charlatanes, Mary y Philip a remolque. Los seguía en otro carruaje su madre, Rosalie, la niñera de los niños y Victoria, a la que no había hecho mucha gracia que la relegaran a un vehículo diferente al que ocupaba Edward. Bella, por el contrario, había tenido intención precisamente de coger el carruaje en el que no estuviera Edward. Pero cuando se sentó dentro del segundo carruaje esperando ver a su madre entrar tras ella, se encontró con Edward en su lugar. — ¿Dónde está mi madre? —Bella sabía que parecía aterrada, pero no pudo evitarlo, sobre tocio teniendo en cuanta lo que había ocurrido entre Edward y ella tres días antes. Solo con pensar en los besos que habían compartido ya ardía. Y puesto que el Duque había aparecido en su casa todos los días, la pobre joven se había visto sometida a todo el repertorio de su abundante encanto y pocas veces había conseguido encontrar un momento de tranquilidad, ni siquiera cuando salía, ya que Edward parecía estar por todas partes.
 Le había dicho que quería renovar su amistad y no había sido una promesa hecha en vano, lo que solo hacía que Bella se sintiese mucho más culpable todavía por su engaño, además de condenarla a desearlo cada vez más con cada instante que pasaba a su lado. Era incapaz de dejar de pensar en la boca de Edward sobre la de ella mientras ansiaba sentirla otra vez.
—Tu madre va a coger el otro carruaje —le dijo regalándole una sonrisa encantadora y haciendo que el cuerpo de Bella se entibiase de repente y que la joven se pusiera a pensar en cosas que no debía, cosas de una naturaleza lasciva y perversa que solo podía dejar en libertad en sus sueños—. No estarás preocupada por la falta de decoro, ¿no? Ya no eres una colegiala y lo cierto es que crecimos juntos. No olvides que ya te he visto con solo tus prendas interiores.
El calor invadió de inmediato y con furia las mejillas de Bella. — ¡Jamás ha hecho tal cosa! —Pues claro que sí. Tenías seis años y yo era un sofisticado hombrecito de doce. Tu madre te había puesto un vestido de color amarillo con margaritas y no habían pasado ni cinco minutos desde tu llegada cuando tiraste el vestido por la escalera del recibidor y procediste a recorrer toda la casa como un hada regordeta. Un fragmento del incidente del que hablaba el Duque cruzó como un rayo la mente de Bella, pero hubo un solo comentario que la joven no pensaba tolerar. —No estaba regordeta.
El brillo de los ojos masculinos le dijo a Bella que le había tendido una trampa a propósito. —No. Eras todo piernas y brazos como palos. Es increíble que tus formas hayan llegado a redondearse. —Los ojos del Duque adoptaron un fulgor elogioso mientras contemplaba sin vergüenza los lugares de los que hablaba—. Pero si te sientes incómoda —continuó con un pequeño encogimiento de hombros—, puedo irme.
Un comentario que hizo de inmediato que Philip y Mary se pusieran a botar en sus asientos y se unieran contra Bella en sus ruegos para que Edward se quedara con ellos. Si le pedía que se fuera, Bella tendría entre manos a dos niños malhumorados durante lo que quedaba de viaje. Si el Duque se quedaba, ella sería un manojo de nervios durante todo el trayecto. ¿Pero tenía en realidad alternativa? —No —respondió con un suspiro derrotado—. No hay necesidad de que se vaya.
Edward asintió y cuando apartó un momento la vista, Bella habría jurado que estaba sonriendo. Pero cuando volvió a mirarla estaba serio como un monje.
—Qué extraño, pero no puedo evitar tener la sensación de que tu madre nos ha puesto juntos a propósito. No creerás que tenga planes para nosotros como pareja, ¿verdad? Bella estuvo a punto de morirse de vergüenza, estaba segura de que el Duque había captado bien la situación. Y le preocupaba que pensara que ella había tenido algo que ver con la maniobra de su madre.
—Lo siento. Mi madre puede resultar demasiado... entusiasta.
—Se te olvida que conozco a tu madre. Y sospecho que sus acciones surgen del hecho de querer lo mejor para ti, tiene la esperanza de verte casada y dándole nietos a los que adorar. No tienes por qué ser casada conmigo, claro. Sólo casada con un buen hombre que cuide de ti. —Como si yo necesitara un hombre que cuide de mí —se burló ella, el comentario había picado su sentido de la independencia—. Soy muy capaz de defenderme sola.
Bella se negó a considerar el contratiempo de tres noches antes en aquel callejón oscuro. Habría logrado salir de aquella situación, se aseguró. Al final se le habría ocurrido alguna solución, seguro. Sólo que no le habían dado tiempo para formularla. —Todas las mujeres necesitan un hombre que cuide de ellas, Bella. Es una realidad muy simple. El genio de Bella estalló.
—Si no es el comentario más terco y absurdo…
La carcajada masculina la hizo callar. —Hay cosas que nunca cambian, ¿verdad? Qué predecible eres, es tan fácil irritarte.
Bella lo miró furiosa, lo que solo hizo sonreír todavía más al Duque,
—Si no hiciera unos comentarios tan asininos, no me sentiría inclinada a hacerlos yo. — ¿Qué quiere decir así-ni-no? —preguntó Mary, cuyos grandes ojos verdes pasaban de Bella a Edward.
Bella no podía creer que le hubiera permitido a Edward que la aturdiera hasta el punto de olvidar la presencia de los niños. Le lanzó otra mirada furiosa antes de contestar a su sobrina. —Es cuando alguien está siendo un poco zopenco, cielo, como su excelencia.
Edward alzó una ceja con gesto ofendido, aunque la sonrisa sesgada arruinó bastante el efecto. —Oh, —Mary asintió, parecía bastante sabia para los pocos años que tenía—, ¿Tú crees que todos los chicos son asininos, tía Bella? Porque Philip también es un poco zopenco.
Un comentario que hizo que Mary se ganara un empujón de su hermano que tiró a la pequeña al suelo del carruaje y la hizo lanzar un agudo chillido de protesta.
Bella estiró los brazos y cogió a su sobrina, después la sentó en su regazo para tranquilizarla. La picaruela le sacó la lengua a su hermano, que puso los ojos en blanco y se incrustó en una esquina murmurando algo sobre que las niñas solo eran unos bebés grandes. Cuando Bella levantó la cabeza vio que Edward se había puesto cómodo en la esquina de enfrente, con las piernas plantadas con firmeza en su camino, aunque sin tocarla.
Pero siempre que pasaban por un bache, el muslo del Duque tropezaba con el de ella, lo que nunca dejaba de provocar una sacudida en todo su cuerpo. Unas pocas veces que el bache no había sido muy grande, Bella tuvo la sensación de que Edward la rozaba a propósito. Pero fue incapaz de sorprenderlo con las manos en la masa.
En cualquier caso, cada roce la ponía nerviosa, la hacía ser cada vez más consciente de su presencia, de su aspecto, de su olor, de lo viril que era. Mientras que él, por otro lado, parecía totalmente impertérrito cerca de ella; tan sereno, de hecho, que con frecuencia parecía a punto de quedarse dormido. —Lo haces muy bien. —Señaló con la cabeza a Mary, que se había acurrucado contra el pecho de Bella mientras esta, sin darse cuenta, acariciaba con los dedos la sedosa mata de rizos de su sobrina—. ¿Has pensado alguna vez en tener hijos? «Demasiadas para contarlas». Le habría encantado tener hijos. Cuatro le parecía un buen número, dos niños y dos niñas, para que cada uno tuviera un compañero de juegos y nunca tuviera que estar solo. Pero para eso se requería un marido y Bella ya no estaba dispuesta a conformarse con algo que no fuera amor. En otro tiempo había pensado, como una tonta, que con la amistad era suficiente.
Su mirada abandonó el rostro de Edward y se clavó en el paisaje que se veía por la ventanilla, no quería que el Duque viera la verdad en sus ojos. —Quizá tenga hijos algún día, pero ahora mismo tengo un gran número de dignas actividades con las que ocupar mi vida. — ¿Por ejemplo? —Bueno... —En ese momento su empresa más importante era de las que no podía confiarle al Duque, No solo la desaprobaría sino que encima... era un hombre—. Contribuyo con mi tiempo a varias sociedades benéficas y soy miembro de la Liga de Horticultoras. —Con que una liga de horticultoras, ¿eh? ¿Y defienden la mutilación de los rosales?
Bella se ruborizó al recordar las pobres rosas que había amputado sin querer la mañana que él había acudido a visitarla. —Yo... eso fue un accidente. —Un accidente. Ya veo. —Después cambió de tema—. ¿Y has oído hablar de esa tal lady Escrúpulos?
Edward no dejó de advertir el modo en que la joven abrió más los ojos ni cómo se mordió con gesto nervioso el labio inferior, ese mismo y lozano labio inferior.
Cuando la joven sacó con delicadeza la punta de la lengua para aliviar el trocito enrojecido, él estuvo a punto de inclinarse hacia ella para aliviarlo en persona.
Consiguió contenerse solo porque los ojos inquisitivos de Mary se posaron en él y le recordaron que Bella y él no estaban solos. — ¿Por qué lo pregunta?
Edward se preguntó si Bella se daba cuenta de hasta qué punto se estaba traicionando. —Quizá me pregunto si debería preocuparme, dado que soy un hombre y mi género parece ser el objetivo del descontento de esa mujer.
—No son objetivos. Sólo se limita a darles una lección. — ¿Darles una lección? ¿Sobre qué? —Para enseñarles a tratar a las mujeres con respeto —le respondió ella sin alterarse— No nos han puesto en la tierra solo para complacer a los hombres.
Ese era un tema que a Edward le parecía de lo más interesante.
— ¿Y a ti te supone un problema eso de encontrar placer en algo? —preguntó mientras se inclinaba hacia delante, sentía cierto placer perverso invadiendo el espacio de la joven, haciéndola sentir incómoda, porque lo último que quería era que Bella se pusiera demasiado cómoda, que pensara que un renacimiento de su amistad era todo lo que quería de ella. —N-no... Yo... —La joven sacudió la cabeza—. Aquí no se trata de lo que yo quiero. — ¿Ah, no? — ¡No!
Edward asintió y se recostó en su asiento sonriendo para sí. —No puedo decir que me sorprenda que veas la situación de ese modo. — ¿Y qué modo es ese?
Edward, al parecer, no pudo evitarlo, era como si estuviera poseído. —Bueno, eres una mujer. —Qué observación tan astuta, excelencia.
El suave desaire de la joven llevó una ligera sonrisa a los labios del Duque. —Como hombre soy propenso a notar ese tipo de cosas. —Y vaya si lo notó. Le dio la sensación de que a la joven le apetecía removerse bajo su escrutinio pero consiguió mantenerse rígida y erguida—. Si no recuerdo mal, tú abrazas ese tipo de causas. Siempre fuiste de las que intentabas enderezar las injusticias. — ¿Y qué causas abraza usted? —inquirió Bella dándole la vuelta a la tortilla con habilidad. —Yo abrazo la paz, señorita Swan.
La paz a toda costa. Por difícil que sea la causa. Los rasgos de Bella se suavizaron de repente y Edward volvió a ver a la confidente con carita de muchachuelo que en otro tiempo había sido aquella joven. — ¿Fue muy difícil para usted? —preguntó Bella—. Me refiero a la guerra.
Aunque hasta entonces Edward había evitado el tema de forma consciente, se dio cuenta de que quería hablar con ella sobre su vida durante los años que había pasado lejos. Quizá solo había sido que no estaba seguro de que ella quisiera oír hablar de ello. —Fue difícil para todos —respondió—. Muchos hombres buenos perdieron la vida. Algunos días nada parecía tener sentido. Qué puñetero desperdicio.
Edward pensó en los dos hombres que habían terminado por convertirse en buenos amigos suyos durante los días que había pasado en el ejército: Lucien
Kendall, coronel de la vigésima octava división de Húsares y George FitzHugh, el segundo al mando de Edward. Ambos hombres habían sido fundamentales para ayudarlo a mantener la cordura durante los peores momentos, cuando tan pocas cosas tenían sentido y el mundo parecía haberse vuelto loco. Fitz era el bromista del grupo, siempre los hacía reír y era todo un experto a la hora de difuminar la tensión. Fueron muchas las noches que pasaron sentados con un whisky en la mano, recordando los días gloriosos de su juventud y las vidas que habían conocido antes de alistarse. Fitz había hablado mucho sobre su familia, lo unidos que estaban todos. Edward podía percibir ese amor en la voz de su amigo, sobre todo cuando hablaba de su hermana pequeña, Francine, o Fancy, como la llamaba todo el mundo. Los padres de Fitz habían muerto cuando Fancy solo tenía doce años. A él lo acababan de destinar fuera y se había visto obligado a dejarla al cuidado de una tía solterona, le preocupaba que la anciana no estuviera tratando bien a su hermana, aunque Fancy no se había quejado ni una sola vez en sus cartas. Pero es que así era ella, les había dicho Fitz, nunca quería disgustar a nadie. Era un ángel, dulce y maleable, jamás le había dado ni un solo problema y algún día sería una esposa maravillosa para algún afortunado; cuando creciera, por supuesto, cosa que por el modo en que hablaba Fitz, todavía tardaría mucho en ocurrir. Edward, al igual que Lucien, se había convertido en una especie de tío a larga distancia y todos habían hecho un pacto: si algo le ocurría a uno, los otros se ocuparían de su familia.
Cuando a Fitz lo alcanzó una bala que estaba destinada para Lucien, una bala que había hecho que Fitz se fuera desangrando poco a poco durante el curso de tres largos días mientras que sus amigos lo veían morir, Lucien había jurado que él se ocuparía de Fancy. Horas antes de que Fitz muriera, el capellán había redactado y firmado como testigo los papeles que le entregaban la guardia y custodia de Francíne Marguerite FitzHugh a Lucien. Eso había sido hace un año. Hacía poco que Lucien había regresado a sus tierras, la mansión Blackthorne, en Sussex, y se había llevado con él a la hermana de Fitz. Edward decidió que ya era hora de escribirle a su amigo y averiguar cómo le iban las cosas con su nueva pupila. El dolor por la muerte de Fitz le había impedido hacerlo antes. Pero en ese momento no quería pensar en esas tragedias. Quería reanudar su asalto estratégico a la fortaleza de la hermosa mujer que tenía sentada enfrente y cuya imagen lo había mantenido cuerdo durante los peores momentos. —Bueno, ¿y tienes a alguien en mente?
Ella se quedó mirándolo, perpleja. — ¿En mente? ¿Para qué? —Para el puesto de marido. ¿Ha llamado tu atención algún joven petimetre?
Bella jamás había conocido a ningún hombre que tuviera semejante capacidad para desequilibrarla, aunque sospechaba que eso era exactamente lo que Edward quería. Era mejor mantenerla en el filo que permitirle que adivinara qué pretendía en un momento dado. Si Bella se hubiera molestado en escuchar las reglas de lo que se consideraba una conversación apropiada entre un hombre y una mujer, quizá hubiera informado a su excelencia que el tema de su potencial marido, o falta del mismo, no era de su incumbencia. Pero Bella tenía la certeza de que el Duque sabía que estaba siendo presuntuoso y que se estaba entrometiendo en su vida, así que decidió que no se rebajaría a su nivel cayendo en la trampa que le había tendido con tanta inteligencia. —No, excelencia. Nadie. —Bueno, yo no esperaría mucho si fuera tú. De un amigo a otro, no te estás haciendo más joven, que digamos. —Aquella sonrisa era un tormento. —Si desea comenzar una conversación sobre quién de los dos está envejeciendo más, será un placer complacerlo. —Para satisfacción de Bella, la sonrisa se desvaneció del rostro masculino. — ¿Está usted insinuando que ya no estoy en la flor de la vida, señorita Swan? —Si se da por aludido, excelencia. Edward se inclinó hacia delante. —Podría darte mil vueltas, mocosa.
Bella también se inclinó hacia delante. —Y yo podría vencerlo cualquier día, Matusalén. —¡Una carrera! ¡Una carrera! ¡Una carrera! —empezaron a corear los niños recordándole a Bella una vez más que Edward y ella no estaban solos... y que no se estaban comportando mucho mejor que Mary y Philip. Mientras se preguntaba cómo era posible que aquel hombre siempre consiguiera alterarla, Bella se acomodó entre los cojines y pensó que ojalá tuviera a Rosalie con ella. Su prima siempre se las ingeniaba para actuar de barrera. Bella sospechaba que a Rosalie sus apuros le parecían muy divertidos, teniendo en cuenta que Bella había cometido el error de confesar más de lo debido la noche de su huida del Tormento y la Ruina. Se había encontrado con Rosalie poco después de que el carruaje se hubiera alejado de la residencia de Edward. Había visto a Travers medio oculto en una esquina oscurecida del otro lado de la calle. A la primera oportunidad había saltado del carruaje de Wakefield y se había metido corriendo en el suyo.
Dentro encontró a Rosalie, que no parecía haberlo pasado demasiado mal. Bella esperaba que su prima le contara los detalles de su ordalía pero lo único que había dicho era que en cuanto aquel mísero gusano de cloaca la había soltado, ella se había permitido darle un rodillazo muy poco propio de una dama en su zona más privada, y que se había divertido mucho en el proceso.
De lo que no había dejado de hablar durante casi todo el trayecto era del conde de Stratford y lo despótico y arrogante que era aquel pesado mujeriego, y en medio del enojo se le había escapado que la había besado... otra vez, cosa que Rosalie afirmaba que había sido una acción despreciable. Y, sin embargo, Bella había sorprendido a su prima llevándose los dedos a los labios. Esa noche Bella apenas pudo dormir, su mente no dejaba de revivir los besos que habían compartido Edward y ella, el fuego que había ardido en los ojos de él cuando la había mirado, haciendo que le doliera el corazón al saber que ofrecía aquella mirada ardiente a la sirvienta que pensaba que era. Y allí estaba, sentado enfrente de ella, grande, ancho y tan guapo que dolía mirarlo. Bella pensó que ojalá el carruaje se moviera más rápido para que pudieran llegar a la feria. Estar confinada en un espacio cerrado con él era incluso más difícil de lo que había pensado.
Bella empezó a mordisquearse el labio inferior sin darse cuenta mientras se preguntaba qué pasaría cuando Meg, la moza de taberna, regresara a la residencia de Edward esa noche, a las doce. Había pensado en no aparecer, sin más, pero Edward le había advertido que habría consecuencias si no aparecía y la expresión decidida de sus ojos le confirmaba que el Duque cumpliría su amenaza. Pero no era esa amenaza lo que preocupaba a Bella en realidad. Lo que ocurría era que ella quería volver, quería estar a solas con él. Él le había dicho que no le interesaba verse en una situación íntima con ella. ¿Pero lo había dicho en serio? ¿O sólo lo había dicho para que ella accediera a llevar a cabo su plan? Mary despertó de su siesta en el regazo de Bella y la distrajo de sus pensamientos. Más reanimada e inquieta que nunca, su sobrina reanudó el interrogatorio de Edward. ¿A un duque le permitían comer tarta de chocolate cada mañana? ¿Podía prohibir para siempre que se sirvieran coles de Bruselas? Cuando Edward le dijo entre risas que sí, Mary proclamó de inmediato que ella iba a ser duque cuando fuese mayor para poder comer tarta de chocolate todos los días. —No puedes ser duque, boba —se burló su hermano—. Eres una chica. —¡Sí que puedo ser duque! —La niña echó la cabeza hacia atrás y miró a Bella —. ¿Verdad, tía Bella? —No te hace falta ser duque, Mary. Ya eres una princesa. —La respuesta pareció apaciguar a su sobrina. —Muy bien dicho, señorita Swan. —Un brillo divertido dibujó un giro en los ojos de color miel de Edward, su resuelta utilización de tal tratamiento estaba destinada a aguijonear a Bella, porque los dos sabían que el Duque no tenía ni un solo hueso dedicado a la etiqueta en su cuerpo. De niño, Edward detestaba el rigor que se le exigía a causa de su posición, toda aquella pompa y solemnidad llena de pretensiones, las sandeces de la buena sociedad, tanta jerarquía fatigosa. Y sobre todo, odiaba tener que vestirse de gala. Se quejaba de que los cuellos de la camisa le picaban, o que la corbata lo ahogaba, o que la chaqueta le apretaba mucho. Que era por lo que a Bella no le había sorprendido demasiado que se hubiera despojado de la chaqueta y la corbata en cuanto habían llegado a su casa la noche del desastre de la taberna, revelando lo que Bella ya sabía: que su estado físico era magnífico.
Bella sintió que de repente la invadía una inusual oleada de calor y miró por la ventanilla del carruaje para intentar distraerse, contemplando el bellísimo paisaje, los árboles con su exuberante follaje, el sol que pintaba las hojas de tonos dorados, la pradera moteada de flores diminutas de color lila y rosa, el aire perfumado con un toque de lavanda. Aquel campo era magnífico. Haría un día glorioso en la feria. Y entonces Bella se dio cuenta de algo. Frunció el ceño y se volvió para mirar a Edward. —Este no es el camino a la feria. El Duque no pareció muy preocupado al contestar. —Sí que lo es, te lo aseguro. Sólo hemos tomado la ruta turística. No deberíamos tardar en llegar. ¿La ruta turística? ¿Los estaba reteniendo de forma deliberada? ¿O sólo era que deseaba atormentarla?
Mary, que ya se había convertido en un manojo de energía contenida, empezó a hablar como si le hubieran dado cuerda y Edward se vio asediado otra vez. La niña trepó a su regazo y le frotó la mandíbula con las manos. La pequeña acababa de adquirir una nueva fascinación por las patillas, o falta de ellas, en el caso de
Edward. Ojalá ella también pudiera trepar al regazo de Edward sin preocupaciones, pensó Bella, y acariciarlo sin que él pensara que se había vuelto completamente loca. En su papel de tabernera había sentido la textura suave de su rostro, el acero subyacente de su mandíbula. Y le costaba no añorar poder volver a tocarlo. De improviso, aquellos llamativos ojos de color ámbar se deslizaron hacia ella y la sorprendieron mirando. Bella apartó los ojos de inmediato. Creyó oírlo lanzar una risita pero el corazón le palpitaba con demasiada fuerza como para poder estar segura. Debería haber insistido más en que quería viajar con su madre, sobre todo después de que Victoria apareciera ante la puerta del carruaje lista para viajar con ellos, pero quejándose de que no había espacio suficiente en el vehículo para que ella pudiera extender bien sus faldas y mirando a Bella con una expresión que le decía que saliera de una vez.
Por una vez, Bella había estado dispuesta a complacer a su hermana. Después de todo, quizá Edward deseara reavivar su romance con Victoria, aunque el Duque todavía tenía que mostrar signos de querer hacerlo. Pero cuando Bella se levantó, Edward no solo no movió la pierna para dejarla salir sino que la cogió por la muñeca y pronunció una sola palabra, «Siéntate». Y el hecho de que ella se hubiera sentado fue más sorprendente que cualquier otra cosa. Victoria la había mirado furiosa, como si la decisión de Edward fuera culpa suya. Cuando su hermana intentó llevarse a los niños, que se habían quedado muy callados con la llegada de su madre, el Duque habló otra vez. —Me gustaría disfrutar de la compañía de Mary y Philip, si no le importa. — Como si no se hubiera ganado ya bastante a los niños, los dos pequeños alzaron la cabeza y lo miraron como si fuera el Padre Celestial. Y con eso se había terminado el asunto. Victoria se había ido, furiosa, por supuesto. El carruaje rodaba a buen ritmo, como las lenguas de Philip y Mary, cosa que, para gran disgusto de Bella un momento después, significaba que todo y nada era tema aceptable de conversación. —Tía Bella dijo que eras un hombre muy valiente —comentó muy contenta su sobrina mientras jugaba con los botones de la chaqueta de Edward. Con una expresión de engreimiento más que notable y con aquella maldita ceja levantada que proclamaba su fascinación, el Duque miró a Bella. —Así que eso dijo, ¿eh? Bueno, eso sí que es interesante. ¿Y qué más dijo? —Francamente, ¿tiene algún...? —Cuando la ceja se alzó un milímetro más, era obvio que preguntándole a Bella por qué estaba protestando, la joven cerró la boca de repente. Muy bien, pues por ella podía irse flotando sobre su abotargada prepotencia. —Dijo que tienes un... —La frente de Mary se arrugó mientras buscaba la palabra. Después se le iluminaron los ojos—. ¡Dijo que tienes una función! —Es una distinción, zopenca —la riñó Philip dándole un codazo a su hermana en el costado. —¡No soy una zopenca! —Sí que lo eres. —¡No! —¡Sí! —Niños —interpuso Bella, que ya hacía tiempo que había aprendido a hablar con un tono más agudo que sus pupilos para poder hacerse oír sin tener que ponerse a gritar—.Vais a darle a su excelencia dolor de cabeza. —Que era lo que se merecía. —Continúa, Mary —alentó Edward a la niña mientras le dedicaba su sonrisa más irresistible a la pobrecita y confiada chiquilla, que todavía no era inmune a ella ni sabía cómo escapar de sus efectos cegadores—. ¿Qué más te contó la tía Bella? —Dijo que la habías salvado de un montón de líos cuando era pequeña y que antes eras su amigo. —Todavía seguimos siendo amigos, o eso espero. —Sus palabras llenaron de calor a Bella contra su voluntad. —¿Tía Bella?
Bella se obligó a mirar a su sobrina, acurrucada entre los brazos de Edward y con la cabeza apoyada en su pecho. —¿Sí, cielo? —murmuró su tía con una voz no del todo firme. —¿Todavía eres amiga de tío Edward? —Tío Edward. A los niños les había dado por llamarlo así y Victoria se lo había permitido.
Pero a Bella aquel título honorífico le parecía demasiado familiar y no quería que los niños quedaran destrozados si Edward se iba, si desaparecía de nuevo y les rompía el corazón. El corazón de los niños y el de ella, si se permitiese desear cosas que deberían estar ya olvidadas a aquellas alturas. —¿Bella? —La profunda voz de Edward atrajo la mirada de Bella. —¿Sí? —La palabra apenas fue un susurro. —¿Sigues siendo mi amiga?
No supo qué responder a aquella pregunta, aunque no debería haber sido así.
Sólo dos semanas antes habría dicho que nunca más volvería a sentir nada por
Edward Cullen. Pero sólo con estar a su lado se acordaba de cálidos días de verano y noches frías de invierno. Risas. Y camaradería. De los tiempos anteriores a los votos de amor y los sueños rotos, antes de que Victoria se hubiera entrometido. La salvó de tener que responder que los niños vieran la feria por la ventanilla y pegaran las narices al cristal cuando el carruaje se detuvo con estrépito. En cuanto se abrió la puerta, Philip y Mary bajaron a toda velocidad los escalones y salieron disparados hacia un espectáculo de marionetas donde ya se había reunido un grupo de niños, dejando a Bella sola con Edward. La joven se movió para salir, pensando que sí conseguía llegar primera a los escalones, no tendría que someterse a la ayuda del Duque. Pero Edward se levantó antes que ella y le rozó los pechos con el brazo al salir del carruaje. Bella se sobresaltó al notar que se le endurecían los pezones con un simple contacto inocente.
El Duque la esperó con la mano tendida y la joven no pudo hacer más que tomarla. Edward tenía la piel cálida y a ella le cosquilleó la palma de la mano. No la soltó de inmediato en cuanto estuvo a salvo en tierra firme, sino que le dio la vuelta para que lo mirara, con aquel mechón errante cruzándole la frente.
—No has respondido a la pregunta, Bella. —Debería haber sabido que su excelencia no dejaría pasar el tema. No era propio de él, lo que solo le hizo ver a Bella con más claridad que el Duque cumpliría su promesa de dar caza a Meg la tabernera si esta no obedecía sus deseos.
Con todo, Bella fingió que no entendía la pregunta, con la esperanza de verse salvada otra vez cuando vio que llegaba el otro carruaje. —¿Bella? —la alentó él. —¿Sí? —Estoy esperando una respuesta. —¿Cuál era la pregunta?
Edward no dijo nada. Se limitó a quedarse allí, mirándola desde su altura, clavando en ella aquel rostro atractivo, de rasgos duros, con el sol convertido en un halo a su espalda, veteando de fuego su cabello oscuro y largo y haciendo brillar el pequeño diamante que llevaba en la oreja. La gema nunca dejaba de recordarle a Bella que bajo las ropas perfectamente cortadas de Edward estaba el pirata que ella recordaba de su niñez. Quería rechazarlo, sabía que era lo único que podía hacer para proteger su corazón, y, sin embargo, ese mismo corazón no le permitía negar a aquel hombre. Ni a sí misma. —Sí... sigues siendo mi amigo. La sonrisa surgió poco a poco, como el sol saliendo por el horizonte, y al verla,
Bella se quedó sin aliento. Cuando la familia de la joven se acercó a ella, Edward se inclinó y le susurró al oído.
—Y tú sigues siendo mía, Bella.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-muchas gracias por los comentarios enserio y dek tambien les guste la historia laprimera de tantas ya que estoy pensando adaptar algunas mas  bueno espero me regalen un comentario(s) y se veo mas jejejejejeje les regalo un capitulo nuevo jejeje ya que va entrando en lo bueno la historia saludos y de verdad muchas gracias

10 comentarios:

nany dijo...

me encanto el cap

Ligia Rodríguez dijo...

Muy buen capitulo, me encanta cuando se llevan bien, besits Annel y de verdad que nos encanta tu trabajo!!

lorenita dijo...

wiii!! Adoro a Edward!!...me encanto el cap!..sobre todo cuando el le dice a Bella que sigue siendo suya!! ya quiero leer el sig. capítulo:)

Vianey dijo...

Pues si a mi tambien me gusta mas cuando se llevan bien, no se pq pero tengo la impresion de que algo pasara en la visita nocturna.

Anónimo dijo...

waaa estuvo super emocionante!!!! q pasara! esa noche!!

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

waaa estuvo super emocionante!!!! q pasara! esa noche!!

Anónimo dijo...

waaa estuvo super emocionante!!!! q pasara! esa noche!!

Unknown dijo...

hoooooooo final de super suspenso!!!

me gusto mucho el capi!!! pero ojala y ya pase mas accion es que a veces sus platicas son un poco largas que me desesperan jojjojoj

saluditos!!!

karla dijo...

ahaaaa gritos y mas gritos, edward no tiene piedad de esa pobre mujer, la ba acorralar hasta el cansancio y hasta k bella se sirva en bandeja de plata solita

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina