sábado, 16 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 13

Capítulo 13
Te sostendrá entre sus brazos, cuando su pasión
Haya agotado su novedosa fuerza.
Alfred, lord Tennyson
El calor abrasó las palmas de Bella cuando entraron en contacto con aquel músculo duro. Oyó el gemido suave de Edward cuando empezó a masajearle la vieja herida, que estaba peligrosamente cerca de la ingle. —Más fuerte —dijo el Duque con una voz dolorida que hizo que Bella alzara la vista y un ligero suspiro se escapara de sus labios al ver la mirada vidriosa de los ojos masculinos, una expresión que giraba en sus profundidades y que rayaba en la avidez—. Más fuerte… por favor.

Bella lo obedeció con gusto. El calor que se alzaba de aquel cuerpo era embriagador, la intoxicaba, y una calidez lánguida se extendió por sus brazos y su pecho antes de atravesar su cuerpo hacia partes más bajas, el calor de Edward se convirtió en parte de una pesadez que comenzaba a acumularse allí donde Bella juntaba los muslos. Bella no podía apartar los ojos de los de Edward. Él no se lo permitía. Estuvo a punto de dar un salto cuando él le cogió la mano y la fue subiendo por su muslo, los dedos femeninos casi rozaron la dureza que se centraba allí.
Pero Bella quería tocarlo, había sabido que ese momento era inevitable desde el mismo instante en que había dado el primer paso para salir de su casa y cubrir aquel trayecto. Quería que la envolviera hasta el último milímetro de aquella masculinidad, quería sentirla dentro de ella, saber si la realidad era tan dulce como los recuerdos. Seducirlo como lo había hecho ocho años antes.
En su interior ardía aquella certeza. Su cuerpo vibró mientas iba subiendo las manos muy poco a poco, lo bastante cerca como para que dos de sus dedos rozaran el rígido tramo. Oyó que el Duque contenía de repente el aliento y se felicitó por aquella provocación deliberada. ¿Qué haría Edward si sus manos se deslizaban por su muslo y envolvían su miembro? ¿Si le masajeaba la dureza que le tensaba los botones? Sabía que el Duque jamás había pretendido que sus inocentes cuidados se convirtieran en otra cosa y no podía culparlo por la reacción de su cuerpo. Era un hombre, un hombre maravilloso y varonil en plena flor de la vida. Lo que la atormentaba era que había sido «Meg» la que había provocado aquella respuesta.
El ansia de honestidad, junto con la necesidad de sentir a Edward, bramaba en el interior de Bella. Quería que aquel hombre supiera la verdad, que supiera quién lo acariciaba. Sin embargo, lo que ansiaba más que nada era lo que habían compartido tanto tiempo atrás una sofocante noche de verano en un jardín. Y si la chica que siempre se ocultaba tras una máscara no podía tenerlo, entonces lo tendría Meg, la lasciva moza de servicio. Bella ya no podía seguir negando lo que anhelaban su corazón y su cuerpo.
Con la mirada todavía clavada en la de Edward, rozó con la mano la erección
del Duque. El aire siseó entre sus dientes cuando su excelencia apretó la mandíbula y su cuerpo sufrió una sacudida.
 Bella lo masajeó a través de los pantalones y sintió cómo se henchía. Edward la dejó seguir con sus sensuales cuidados durante unos instantes, después cerró la mano sobre la de ella.
 El corazón de Bella dio un vuelco contra sus costillas. Una pequeña parte de ella sintió cierto alivio, pensó que su excelencia estaba apartando a Meg. Pero otra parte, una más grande, lo deseaba con tal desesperación que estaba dispuesta a hacer lo que fuese con tal de tenerlo. Pero en lugar de ver rechazo en el rostro del Duque, Bella vio una pasión que se propagaba por sus ojos casi sin control. No solo no la apartó sino que la levantó del suelo y la sentó en su regazo, a horcajadas sobre él. Un calor húmedo le mojó los calzones y quiso que Edward la tocara allí. Él se apretó contra ella y, como si le leyera el pensamiento, meció su erección contra la hendidura apenas cubierta de la joven.
Bella echó la cabeza hacia atrás y olvidó por qué no debería dejar que aquello llegara más allá, y que quizá sus acciones terminaran rompiéndole el corazón. Le daba igual.
Edward le cubrió los pechos con las manos y la joven dejo escapar un gemid largo y profundo cuando los pulgares masculinos barrieron las cumbres turgentes, haciendo que perdiera la cabeza de deseo al tiempo que él incrementaba el ritmo Cuando el Duque empezó a hacer rodar sus pezones entre sus dedos, los labios internos de Bella se crisparon y en lo más hondo de su ser comenzó a vibrar algo.
La joven se apretó contra él al sentir otra oleada de calor entre los muslos cuando Edward empezó a tejer su erótica telaraña a su alrededor con la boca, las manos y el cuerpo entero.
Los dedos masculinos de deslizaron bajo la fina blusa y fueron bajando la tela poco a poco, que se enredó en las cumbres erectas. Un único tirón del Duque las liberó y descubrió los senos de Bella ante su ávida mirada.
Bella se vio a través de los ojos masculinos, cómo giraba apretada contra él, cómo gemía de modo que la habitación capturaba el sonido y lo amplificaba, el placer que le arrebolaba la piel y su aroma alzándose, cálido y almizcleño entre ellos.
—Por favor —le susurró cuando Edward clavó los ojos en sus pechos, quería su boca sobre ella. Y no la decepcionó. Sus grandes manos la sujetaron por las nalgas y la atrajo hacia delante. Mientras ella miraba con unos ojos embotados por la pasión, el Duque sacó la lengua y lamió un pezón. Bella sintió una sacudida cuando él jugueteó con la cumbre, la humedeció, la rodeó, la lamió, el cuerpo de la joven se aceleraba con cada segundo que pasaba. Después, Edward pasó al otro pezón y lo colmó con las mismas atenciones que le había mostrado al primero antes de rodearle los pechos con las manos y unirlos, atrayendo uno de aquellos sensibles botones a las profundidades de su boca y pasando después al otro para ofrecerle los mismos cuidados. Bella creyó haber gemido su nombre pero estaba tan enfebrecida por el deseo que cualquier pensamiento coherente la había abandonado por completo. Lo único que podía hacer era aferrarse a sus hombros y disfrutar de la fricción que sus propios movimientos creaban entre los cuerpos de los dos.
—Sí —dijo Bella sin aliento cuando Edward siguió tirándole del pezón mientras con la mano libre le iba rozando la pantorrilla y hacía una pausa para acariciarle la piel suave que tenía detrás de la rodilla antes de reanudar su viaje por la parte exterior del muslo, arrugándole de camino la tela de la falda.
Le rozó con los dedos la base de la columna y dejó un rastro de cosquilleos en la piel a su paso antes de, con mucha lentitud, ir rodeándola con ritmo metódico para acariciarla por delante… y adentrarse en la abertura de sus finísimos calzones. El primer roce de aquel dedo contra su clítoris hizo que Bella gritara de placer; el erecto botoncito estaba caliente y exquisitamente sensibilizado, derramando dicha por todas sus venas. La boca masculina creaba senderos húmedos entre sus pechos mientras la masajeaba. Bella le clavó las uñas en los hombros.
—Oh, sí… sí…
—Eso es. Quiero sentirlo. Hazme saber que te vuelvo tan loca como me vuelves tú a mí.
—Por favor —gimió Bella cuando el dedo de Edward fue frenando el ritmo y comenzó a dibujar unos círculos que la torturaban. La joven quería que la acariciara más rápido pero él quería atormentarla, provocarla. Cada vez que Bella sentía que estaba a punto de tocar el cielo, era como si él lo supiera y se refrenara de forma deliberada, la besaba alrededor del pezón, la lamía bajo los pechos, barría con un gesto provocador de la lengua la dolorida cumbre. Y después empezaba otra vez, incrementando la tensión, la necesidad, hasta que Bella creía que se iba a desintegrar.
Los dedos de Bella eran salvajes cuando tiro de los botones de la camisa de Edward, necesitaba posar las manos en su cuerpo duro, apretarse contra los músculos que se tensaban y flexionaban con cada movimiento que hacía.
—¡Edward… por favor, por favor!
—Lo que tú quieras, amor —murmuró el Duque son una voz áspera por la pasión al tiempo que su boca apresaba el pezón femenino y sus dedos reanudaban la tortura de aquel núcleo palpitante, yendo de un lado a otro con pequeñas sacudidas de modo que Bella se encontró corcoveando y reteniéndose, muriendo por dentro por sentir aquella dulce liberación que sabía que él podía darle, hasta que al fin arqueó la espalda, tensó el cuerpo entero, un rayo se acumuló en las profundidades de su ser y fue descendiendo en una espiral cuando la atravesó la primera convulsión, seguida por una segunda, una tercera y una cuarta mientras Edward dibujaba pequeños círculos antes de que sus dedos se deslizara por la abertura de Bella para sentir su pulso.
Sin previo aviso, el dedo masculino entró con suavidad en su cuerpo. Bella gimió al sentir aquella sensación y lo envolvió, aferrándose a él con cada contracción.
Edward empezó a penetrarla con los dedos y Bella cerró los ojos, sintiendo de nuevo que las sensaciones la embriagaban. Se retorció sobre él, ansiando que él llegara más allá y oyó su duro gemido.
—Maldita sea, me estás matando. Si no paras, voy a tomarte aquí mismo.
Bella clavó las caderas contra él con la esperanza de que el Duque perdiera el control. Edward le cogió las muñecas con fuerza y se las inmovilizó a los lados mientras la miraba a los ojos, parecía fiero a la vez que tierno, como si ansiara besarla tanto como apartarla de su lado. Era enloquecedor. Aquel hombre era enloquecedor. Con un gruñido, el Duque se inclinó hacia delante y le besó el pezón, la punta estaba tan increíblemente sensibilizada por todas las atenciones que le había proporcionado que los labios internos de Bella se contrajeron una vez más. Con un profundo suspiro, casi desesperado, el Duque se recostó en los cojines y le subió con dulzura la blusa que se le había arrugado alrededor de la cintura. Bella no quería que Edward parara. No quería ser razonable ni sensata, ni volver a ese lugar de fingimientos. Quería sentir las manos de Edward sobre ella, piel contra piel, sin más barreras. Lo había echado tanto de menos y ansiaba que él aliviara el dolor de su corazón tanto como el de su cuerpo.
Estiró una mano para recorrerle con un dedo la V profunda de la camisa medio abierta y sonrió cuando lo oyó coger aire de repente.
Algo le llamó la atención y apartó el lado izquierdo de la camisa, ahogó una exclamación ante la serpiente magníficamente dibujaba que la miraba desde aquella piel, el cuerpo de la criatura se enrollaba como si estuviera lista para saltar y sus escamas reflejaban un tono negro azulado mientras que la lengua bífida parecía salir de golpe.
Bella trazó la forma con el dedo y sintió la carne lisa y sólida bajo su yema, los músculos que delineaban el torso duro como una roca de Edward y se ondulaban hasta su estómago, su mirada se clavó en aquel sedoso disco marrón que envolvía el interior de la cola de la serpiente.
Se inclinó hacia delante y besó el pezón masculino, lo lamió con dulzura hasta que se endureció. Después se metió el guijarro en la boca, como el Duque había hecho con ella y disfrutó del modo en que se tensó el cuerpo del Duque. Levantó la cabeza y apretó la boca contra la de él, dejando que su lengua recorriera la tensa línea de un control obtenido a duras penas. Con un gemido, el Duque separó los labios de mala gana y ella le acarició el interior, le rodeó el cuello con los brazos y se apretó todavía más contra él, quería sentirlo todavía más cerca… quería sentirlo dentro, unirse a él de un modo que durante mucho tiempo solo había podido soñar.
Bella metió la mano con audacia entre los dos y descubrió que él seguía erecto. Le desabrochó los pantalones rezando para que no la detuviera.
Edward no lo hizo. Con la boca todavía fundida con la de él, metió las manos en los calzones del hombre y lo encontró, sedoso y ardiente, ardiente como el fuego. El Duque gimió en su boca cuando ella empezó a acariciarlo. Edward apartó la boca de la de Bella y echó la cabeza hacia atrás, su expresión era de embeleso y éxtasis mientras ella lo recorría con las manos. Hace ocho años, aquel hombre le había enseñado cosas que ella jamás había olvidado, deseos que había suprimido durante mucho tiempo a la espera de aquel momento. Bella odiaba aquella falda, la ropa le estorbaba. Quitó de en medio la tela de un tirón, apretó la erección de Edward contra su hendidura húmeda y empezó deslizarse hacia delante y hacia atrás sobre el calor masculino. El Duque abrió los ojos de golpe, la pasión los vidriaba cuando la miró. Con un gruñido le rodeó la cintura con un brazo y utilizó la mano libre para volver a bajarle la blusa y aferrarse a un pezón, un gesto que envió una oleada de sensaciones al centro más profundo de la joven. Bella cabalgó sobre él más rápido, lo quería dentro de ella pero estaba demasiado frenética, demasiado agitada, un clímax tormentoso acechaba sobre el horizonte cuando él se apoderó de su boca y jugueteó con sus pezones. Bella gritó en su boca cuando la desgarró el éxtasis, su cuerpo entero se tensó con tal dulce saturación, los latidos la embargaban, rápidos y fuertes, y, un momento después, Edward llegó a su propia culminación. —¡Dios bendito! —El Duque dejó caer la cabeza contra el respaldo del sofá y Bella apoyó la cabeza en su hombro con una sensación del más absoluto embeleso. Y la más absoluta felicidad. Bella lo besó con suavidad en el cuello, cada parte de su cuerpo vibraba, la sangre cantaba en sus venas y una maravillosa euforia envolvía todo su mundo, una euforia que la joven no quería que terminase jamás. Se sentía insaciable. —Ya está bien, cielo mío —dijo él con voz ronca y sus palabras eran más un ruego que una afirmación. Al tiempo que Bella se iba calmando, la realidad empezó a invadir su mundo de ensueño y recordó quién pensaba Edward que era. Una humilde moza de taberna. Y había dejado que «Meg» lo acariciara. Bella no podía creerlo. ¡Estaba celosa de sí misma! Y lo que era peor, en su cabeza comenzaban a filtrarse pensamientos insidiosos que le hacían preguntarse por las otras mujeres que quizá lo hubieran tocado así… y a las que quizá él hubiera tocado. Con las que se habría acostado. Su ira era irracional, sí, pero tampoco la abandonaba, ¿Por qué nunca la veía a ella, a Bella? ¿Y por qué a ella se le rompía el corazón cada vez que pensaba en cómo reaccionaría Edward si supiera la verdad?
Se bajó de su regazo de repente, se tiró con furia de la camisa y se colocó la falda antes de levantarse del sofá y alejarse de los brazos que la buscaban. —¿Qué pasa? —Nada. —A Bella le apetecía arrojarle algo, chillar y patalear como una niña de diez años.
Giró en redondo y se acercó a la chimenea, donde se quedó mirando el parpadeo de las llamas y se abrazó cuando una brisa fresca entró por las puertaventanas. Lo oyó levantarse. Lo oyó caminar hacia ella, pero no podía mirarlo hasta que tuviera bajo control todas sus emociones. Edward se acercó a ella y Bella se puso tensa anticipándose a su caricia. Quizá le rodease la cintura con los brazos y la apretase contra su pecho y, si lo hacía, Bella estaría perdida. Pero no la tocó, y la joven sintió a la vez alivio y desilusión.
—Estás enfadada.
—No lo estoy.
—Es porque…
—No. —Y después, porque quería castigarlo, añadió—: Eso no ha significado nada para mí. Menos que nada.
Edward la cogió por los hombros con dureza y le dio la vuelta para que lo
mirara. Parecía furioso, le palpitaba un músculo en la mandíbula.
—No me mientas. ¡Te encantó, gemías pidiendo más, así que no me digas que no significó nada para ti!
Bella intentó apartarse con una sacudida.
—¡Déjeme en paz!
—¡Mírame el pecho, maldita sea! Esas son tus marcas, tus uñas que me arañaron la piel mientras te estremecías en mi regazo, rogándome más.
—¡Pare! —Bella quería taparse los oídos con las manos para no seguir oyendo
la verdad. Una vez más, se había perdido en él. ¿Volvería a perderlo de nuevo? ¿Se alejaría Edward otra vez y la dejaría solo con más recuerdos inolvidables?
Bella cerró los ojos y una lágrima solitaria le corrió por la mejilla.
—No puedo seguir así —susurró.
Edward le rodeó la barbilla con la mano y le alzó la cabeza.
—Jesús, no llores.
—No puedo… —La joven sacudió la cabeza—. Ya no puedo más. —La emoción embargó su voz.
El Duque intentó atraerla hacia sus brazos, quería consolarla, pero Bella se resistió. No lamentaba las lágrimas. Parecían inevitables, como ese momento.
Su auténtico pesar era todo el tiempo que había perdido viviendo en el pasado, todos los años que había pasado amando a ese hombre, inmersa en una fantasía que existía solo en su mente.
Dio un paso atrás y un sollozo le embargó la garganta, después pasó corriendo junto a Edward y salió corriendo por las puertaventanas.
Oyó la voz resonante de Edward, que la llamaba, pero ella siguió corriendo y
la noche negra se la tragó. No sabía hacia dónde corría. Solo sabía que tenía que salir de allí.
Por un momento, Edward pensó en dejarla ir, sabía que la había presionado demasiado, que había ido mucho más lejos de lo que había pretendido.
Pero por Dios, todas sus buenas intenciones habían salido volando por la ventana en cuanto ella había posado las manos sobre él y él se había quedado absorto en aquellos cautivadores ojos azules. Había visto el deseo ardiendo allí sin llama y sabía que era él quien lo despertaba, solo él. Bella jamás lo había mirado así y ya no podía seguir esperando para besarla,
para estrecharla entre sus brazos y hacer con ella todo lo que había soñado durante los años que habían pasado separados.
Había esperado tanto tiempo, había negado sus sentimientos y los había embotellado hasta creer que al fin los había dominado. Pero en cuanto la había visto en el baile, supo que todavía estaba atrapado sin esperanza. No podía dejarla ir. Aquella locura tenía que terminar de una vez, fuera cual fuera el resultado. Partió tras ella maldiciéndose por esperar siquiera un momento, ya que la noche a punto había estado de eclipsar la forma pequeña y veloz de su amada. Si no hubiera sido por la blancura de la blusa de la joven, jamás la hubiera visto.
En su alocada huida, Bella había perdido la peluca rubia y tanto ella como la
máscara yacían como recuerdos desechados en el suelo, junto a la verja principal de su casa, dejando que la larga estela de su cabello negro azulado revoloteara tras ella.
Como un animal asustado, la joven lanzó una mirada por encima del hombro y lo vio ganando terreno mientras que ella comenzaba a cansarse. Y después, de repente, en su prisa por verse libre de su perseguidor, giró a la izquierda… justo en medio de la calle. La plaza estaba silenciosa como la muerte, salvo por el estrépito de un único carruaje de alquiler que se precipitaba por la calzada.
Edward le gritó una advertencia a pleno pulmón y vio que Bella levantaba la cabeza cuando el carruaje cayó sobre ella. El grito que lanzó la muchacha le desgarró el alma cuando puso todas las fuerzas que poseía en lanzarse a través de la distancia que los separaba, cogerla por la cintura y caer los dos tropezando en la acera.
Edward intentó amortiguar el golpe de Bella con su cuerpo, rodando para que ella terminara encima de él.
A los dos les costaba respirar y el cabello de Bella, despeinado y salvaje, envolvía a ambos en un mundo aislado, separados de las personas que en ese momento dormían, felices en la dichosa ignorancia de la confusión que reinaba fuera de sus puertas.
Edward levantó la mirada y vio los ojos turbulentos de Bella, vio el brillo de sus lágrimas y sintió que salía a la superficie toda su cólera por la temeridad de la joven.
—¡Pequeña idiota! —La sujetó por los brazos con fuerza. Bella hizo una mueca  y el Duque admitió cierta satisfacción salvaje, quería que aquella chica sintiera el mismo dolor que él—. Podrías haberte matado. Maldita sea, Bella.
Edward sintió que el cuerpo entero de su amiga se quedaba inmóvil, sabía que se había dado cuenta de que el la había llamado por su verdadero nombre. Ya no quedaba nada que ocultar y tendrían que enfrentarse a lo que acababa de ocurrir entre ellos, y lo que Edward seguía queriendo de ella, ese día y todos los demás por llegar. La joven abrió mucho los ojos y se puso pálida. Su mirada recayó sobre su propio cabello, revelado en todo su esplendor y reposando sobre el pecho de Edward. Este comprendió que Bella pensaba que la pérdida de la peluca era lo que la había traicionado.
Quería decirle la verdad, que él había sabido quién era en todo momento pero Bella tenía demasiado a lo que enfrentarse en ese momento. Y quizá él tampoco quería enfrentarse todavía a la reacción que podrían provocar sus revelaciones.
—Edward… —Su nombre brotó como un ruego bajo y desesperado, para conseguir que: él no lo sabía. ¿Quizá como penitencia por haberlo engañado? ¿Quién era él para lanzar la primera piedra? Él tampoco había sido muy honesto con ella, había aprovechado el disfraz de Bella para acercarse más a ella, para amenazar con desenmascarar a lady Escrúpulos si no acataba sus deseos. ¿Qué alternativa le había dejado, en realidad?
—Tenemos que hablar —le dijo con firmeza. Bella inclinó la cabeza y se negó a mirarlo.
—¿Qué hay que decir? —Habló con voz apagada, carente de emoción.
—Maldita sea, Bella. Sabes muy bien de qué tenemos que hablar, de lo que acaba de ocurrir entre nosotros. No pensarás que puedo olvidarlo sin más, ¿verdad?
—Ojalá lo hicieras. —Su voz era apenas un susurro al hablar—. Ojalá no
hubiera ocurrido jamás. Cada palabra era como la hoja de un cuchillo que se hundía en el pecho de Edward. Quería abrazarla, secarle las lágrimas que se desbordaban en sus ojos, lágrimas que amenazaban con obligarlo a posponer el interrogatorio, a dejarlo para otro momento, otro día.
Pero Edward llevaba años esquivando lo que había entre ellos. Había llegado el momento de sacarlo todo a la luz, tenía que endurecerse contra aquellas lágrimas y esa mirada de desesperación que llevaba grabado el rostro femenino.
—Levántate, Bella. —Su abrupta orden la hizo estremecerse.
Obediente, la joven se levantó y Edward odió el hecho de que con solo tenerla encima de él, de sentir sus pechos aplastados contra su torso, su sedoso cabello rozándole su piel todavía ardiente, todo eso ya lo había excitado; tenía que apretar los dientes de deseo para no levantarle las faldas, apoyarla en el árbol que tenía detrás y tomarla allí mismo. Sin una palabra más la cogió de la mano y la llevó al otro lado de la calle. Se sentía incapaz de hablar y sabía que era mejor no mirarla. Lo único que conseguiría sería perder la resolución.
—Edward —le rogó Bella intentando detenerlo.
Pero el Duque no respondió ni aflojó su presa, ni siquiera cuando ella le rogó que la soltara.
No le permitiría que escapara tan fácilmente.

5 comentarios:

nydia dijo...

dios por fin ya no tiene qu eocultar quien es la descubrieron y dios que capitulo me encanto....Besitos....

lorenita dijo...

wow!! me encanto el cap.!! ahora si nada de secretos, es hora de que aclaren todo....:)

Ligia Rodríguez dijo...

Muy buen capitulo, por fin las cosas se estan solucionando, me alegro!!

joli cullen dijo...

xd santo se acosto con ella

Unknown dijo...

haaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!! y mas haaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ok... ok... por fin estuvieron de nuevo juntos!!! yeahhaa jeje XD

y más aun ya se medio desenmascaró haaa yupi!!!

me voy a leer el otro estoy super intrigada!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina