domingo, 17 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 14

Capítulo 14
Es bueno observar la fuerza, la virtud.
Y las consecuencias de los descubrimientos.
Francis Bacon
Edward atravesó con Bella de un tirón las puertaventanas y le bloqueó el paso cuando la joven intentó rodearlo. Su mirada se clavó en la de ella mientras hacía girar la llave en la cerradura para dejar clara su determinación de acabar lo que habían empezado, de saber lo que sentía ella por él, pasara lo que pasara.
—Siéntate —le dijo el Duque en un tono que no admitía discusión, la sangre le ardía de cólera y deseo a partes iguales.
Una única mancha de tierra estropeaba una de las lisas mejillas de la joven y Edward apenas pudo contenerse, le apetecía limpiársela y después seguir al pulgar con la boca.

Le recorrió el cuerpo con los ojos y lo invadió un ansia sexual e hirviente que se estrelló contra él como un puño de hierro. Los pezones de la joven tensaban el paño ligero de su blusa y en el hombro derecho tenía un desgarrón que dejaba la tela colgando, a punto de exponer el pecho a su mirada lasciva.
Bella levantó una mano temblorosa hasta aquel punto y sujetó entre los dedos la tela rasgada, con tal fuerza que se le quedaron los nudillos blancos.
Edward volvió a mirarla a los ojos.
—Siéntate. Isabella. No me hagas repetírtelo.
Los ojos femeninos destellaron con expresión desafiante. Bien, todavía le quedaba espíritu. Y eso era lo que él quería, no la Bella que lo miraba con ojos de angustia. Porque esa podía hacer que se desconcentrara y Edward no podía permitir que eso pasara.
Bella se acercó al sofá con movimientos rígidos y ocupó el lugar que él había dejado tan poco antes, recordándole esas visiones de ella a horcajadas en su regazo, aquellos pezones respingones coronados de rosa que se adelantaban rogándole que los besara, los gemidos dulces que brotaban de sus labios cuando él succionaba aquellos capullos tensos.
Edward apretó los puños, le dio la espalda de repente y en un par de zancadas se plantó delante del mueble bar, necesitaba un buen trago de whisky que lo ayudara a soportar las revelaciones que pudieran ofrecer los próximos minutos.
Se sirvió una copa, se terminó el contenido y después volvió a llenársela antes de sentirse capaz de enfrentarse a Bella de una forma más o menos racional.
Esta no se había movido de su sitio y se negaba a mirarlo. Edward no sabía por dónde empezar. Había tanto que quería decirle, ocho años enteros de la vida de la joven que él se había perdido, y cosas sobre su propia vida que quería compartir.
Y sin embargo solo una palabra brotó de su boca. — ¿Por qué?
Poco a poco Bella se volvió y lo miró, sus ojos eran estanques de desesperación y a Edward le apeteció darse de puñetazos. La había presionado demasiado y al final la había alejado. La joven abrió la boca y después se miró las manos antes de responder en voz muy baja.
—Nunca quise que lo descubrieras.
Dios, solo con pensar que Bella no tenía ninguna intención de decirle la verdad ya volvía a ponerse furioso. ¿Qué había hecho él para ganarse semejante desconfianza? «La abandonaste».
La posibilidad de que podría haberla perdido de verdad cauterizó su alma.
Tenía intención de mantenerse firme, permanecer a una distancia segura y sin embargo se colocó delante de ella y la obligó a mirarlo a los ojos o a arriesgarse a descubrir la volatilidad que ardía en su interior.
Bella tembló ante él y Edward se llevó la copa a los labios, necesitaba fortalecerse. Pero en lugar de terminarse lo que quedaba del licor, se detuvo y después bajó el brazo y le puso la copa en la mano a Bella.
—Bébete eso. Te quitará los escalofríos.
La joven lo miró un momento más, después cogió con las dos manos el vaso y con cierta vacilación se llevó la bebida a los labios. Se tomó la copa a sorbos cortos pero firmes. Cuando terminó, Edward le quitó el vaso. Bella se estremeció cuando los dedos masculinos rozaron los suyos; a Edward le entraron ganas de sacudirla y preguntarle qué había hecho él para que le tuviera tanto miedo cuando solo unos minutos antes había gemido su nombre extasiada, sujetándole la mano mientras él le acariciaba la cumbre enfebrecida que tenía entre los rizos de su vello púbico. Se agachó delante de ella, no era consciente de que todavía tenía la camisa desabrochada y que la serpiente que tenía en el pecho la fascinaba y la atemorizaba a la vez, como si la llamara y al mismo tiempo intentara alejarla.
—Bella, habla conmigo. —No puedo —susurró la joven sacudiendo la cabeza.
— ¿Por qué? Cuando eras niña siempre podías hablar conmigo. Nada ha cambiado. Sigo aquí para lo que me necesites.
—No. —Las lágrimas le hicieron un nudo en la garganta—. Ha cambiado todo.
¿Es que no lo ves? Cambió hace ya mucho tiempo. Ya no soy una niña.
—Eso ya lo sé, Bella. ¿No crees que ya lo veo? Eres una mujer hermosa y deseable y lo que paso aquí…
Bella le puso un dedo en los labios.
—Lo que pasó aquí fue culpa mía. Te engañé. Pensé que no le estaba haciendo daño a nadie pero se me fue todo de las manos. Cuando me besaste en la taberna, yo… no tuve valor para contarte la verdad. Hacía tanto tiempo que ansiaba que me besaras.
Aquella confesión sencilla y sincera hizo que a Edward le doliera el alma, le apetecía aullar como un colegial enamorado. Bella había anhelado sus caricias tanto como él había deseado las de ella. —Bella, siempre te he querido, ¿es que no lo sabes? —Como a una niña molesta que vivía al lado. —No, era más que eso. Mucho más.
Bella alzó la mirada herida hacia él. — ¿De veras?
Edward le sonrió con dulzura y le rodeó la mejilla con la mano.
—De veras. Pero, Dios, hubo días en los que hubiera deseado poder verte todavía como la niña pequeña que corría detrás de mí y me volvía loco con sus preguntas. No quería ver que habías crecido, que los hombres iban a empezar a mirarte. Hasta James empezó a prestarte atención y, Cristo bendito, me puse más celoso que nunca.
La joven le devolvió la sonrisa con gesto vacilante.
— ¿Estabas celoso? —Ardía de celos. Eras mi niña y no pensaba consentir que James te tuviera, aunque hubiera rebajado sus estándares y estuviera dispuesto a casarse con la hija de un barón.
Edward se dio cuenta demasiado tarde de lo que habían insinuado sus palabras. El rostro de Bella se nubló de pena, que quedó sustituido un momento después por la amargura y el dolor.
— ¿Por eso le hiciste el amor a Victoria y luego la abandonaste? ¿Porque eras demasiado bueno para ella? ¿Y para mí? —Dios, no. Eso no es…
Bella le empujó los hombros para intentar apartarlo. Cuando el Duque no cedió empezó a darle puñetazos hasta que su excelencia tuvo que sujetarle las muñecas a los costados. —Para ya, Bella. — ¡Déjame en paz! —No era eso lo que quería decir. — ¡Siempre pensasteis que ninguna de nosotras era lo bastante buena para los maravillosos Cullen! Eres igual que tu padre.
— ¡Eso no es cierto, maldita sea! ¡Y me conoces lo suficiente para saberlo! —
Edward la vio hacer una mueca cuando le apretó las muñecas con más fuerza, aquel comentario lo había herido en lo más hondo. Unas lágrimas hirvientes corrían por las mejillas de la joven.
— ¡Yo ya no te conozco! Me dejaste cuando te necesitaba con desesperación. —
Un sollozo ahogado brotó de sus labios—. Me dejaste… y yo te quería tanto que quise morirme.
La confesión de Bella abrió un agujero de fuego en el corazón de Edward. Le soltó las muñecas y la cogió entre sus brazos. La joven se resistió pero fue solo un instante, todas sus ganas de luchar se diluyeron mientras lloraba contra su hombro y cada sollozo le atravesaba a Edward las entrañas como una cuchilla.
El Duque le acarició el pelo hasta que Bella se tranquilizó.
—Siento haberte herido. Estaba confuso —le murmuró.
Bella se echó hacia atrás y se quedó mirándolo, con los ojos brillantes por las lágrimas. — ¿Por lo que sentías por Victoria? —Por lo que dejé que pasara. —Había permitido que el deseo se hiciera con el control muy a su pesar, igual que había ocurrido esa noche, y el resultado había sido desastroso—. Intenté portarme como era debido con Victoria pero para ella yo solo era un trofeo más. Nunca me quiso a mí. Ella quería a James. — ¿Qué? —No sé si puedo echarle toda la culpa a ella. Era James el que iba a heredar el ducado. Yo solo era el segundón.
—No. —Bella sacudió la cabeza—. Se quedó destrozada cuando te fuiste.
—Eso no tuvo nada que ver conmigo. James no la quiso. —Hizo una pausa y después añadió—. Los encontré juntos en la cama la noche de nuestro compromiso.
Bella abrió mucho los ojos, conmocionada. —Yo… no lo sabía. Dijo que te encontró a ti… — ¿Con otra mujer? —Sí —susurró Bella. —Maldita sea —escupió Edward—. Debería haber sabido que diría algo así. — ¿Y tú…? —Bella se detuvo de repente y bajó la mirada. Edward se preparó para lo peor, esperando oírle preguntarle otra vez por Victoria, cómo había sido hacerle el amor a su hermana, si lo había disfrutado, si quería estar con ella otra vez.
Edward no podía negárselo si quería respuestas. Ese antiguo error lo perseguiría durante el resto de su vida. Una única noche de pasión con la mujer equivocada le había costado toda una vida de pasión con la más adecuada. — ¿Yo qué?
La joven dudó y después se lo preguntó en voz baja. — ¿Te importé alguna vez?
Hasta que se había ido no se había dado cuenta de todo lo que Bella significaba para él. Aquella chica había formado parte integral de su vida y sin ella, se había sentido incompleto.
—Sí. Me importabas. Y mucho, de hecho. — ¿Y ahora? —Nada ha cambiado.
Una vez más Bella no lo miró a los ojos.
—Y lo que acaba de ocurrir…
—Fue maravilloso. —Y solo con pensarlo hizo que el deseo cobrara vida de nuevo, una necesidad que solo aquella mujer vibrante y testaruda podía calmar.
El diablillo de su hombro lo azuzó, y en su interior se libró una batalla que no tenía esperanzas de ganar, una batalla que lo obligó a hablar. —Y te deseo otra vez.
— ¿Me deseas? —Ardo de deseo. —Edward capturó su mirada—. Dime que no, Bella. Recházame. —No puedo. Yo también te deseo.
—Tienes que ser tú la que detenga esto. Yo no soy lo bastante fuerte para apartarme. Dios, ojalá lo fuera. —No me dejes sola otra vez.
Con aire tímido y desgarradoramente vulnerable, Bella se deslizó del sofá y le rodeó las caderas con los muslos, la falda se arrugó en el regazo de Edward y la inocencia y dulzura de la muchacha lo sedujo otra vez, prendiendo una hoguera en su cuerpo. Aquella mujer lo tentaba, era una sirena que lo atraía hacia las rocas en las que él se haría mil pedazos en cuanto Bella posara sus manos sobre él. —Te he esperado durante tanto tiempo —le susurró la joven—. Acaríciame.
—Bella… —A Edward se le secó la garganta y el cuerpo se le puso rígido por el control que intentaba ejercer sobre el mismo. Cuando Bella le quitó las manos de los puñados de tela de su falda que apretaban y las colocó sobre sus pechos, con los pezones tensos apretándose contra las palmas de sus manos, Edward supo que estaba perdido, total y completamente perdido.
Con el instinto de conservación hecho cenizas a su alrededor, Edward gruñó y le masajeó las rígidas cumbres hasta que la oyó gemir. Después le rodeó las nalgas con las manos y la apretó contra la erección que le forzaba los botones del pantalón. Bella echó hacia atrás la cabeza cuando la boca masculina se deslizó por la firme columna de su garganta mientras sus pulgares le provocaban los pezones y después tiraban de ellos con dulzura, sintiendo cómo se endurecían y henchían todavía más. Cuando ya no pudo soportarlo más, Edward tiró de la blusa y lamió una de las cumbres hinchadas, después la otra, antes de meterse el tenso botón en la boca. Bella jadeó y clavó las caderas contra las de Edward. Un instante después estaba echada en el sofá, con una pierna colocada sobre el respaldo. Su excelencia quería tomarse las cosas poco a poco, pero llevaba esperándola demasiado tiempo. Le levantó las faldas hasta la cintura y le arrancó los calzones; se sintió como un hombre poseído cuando vio la madura belleza de su sexo rosado y húmedo, y esperando su boca. Se hundió entre sus muslos y le lamió el clítoris con la punta de la lengua, Bella se arqueó y exclamó su nombre aferrándole la cabeza con las manos cuando él se apretó más contra ella y envolvió la ardiente perla con la boca y se la succionó mientras con las manos le cubría los pechos y le atormentaba los pezones. Después le pasó la punta del índice por las sensibles cumbres siguiendo el ritmo con la lengua que había posado en el punto más palpitante hasta que sintió todo el cuerpo de Bella tensarse y después sufrir una convulsión. El ansia que le inspiraba aquella mujer le recorrió la sangre entera e hizo arder su piel. Le dio solo un momento para recuperarse antes de acomodarse entre sus muslos, necesitaba decirle con su cuerpo lo que sentía en su corazón. Necesitaba poseerla, hacerla suya, como había fantaseado desde el momento en que había posado los ojos sobre ella en el salón de baile de los Vulturi. Una pequeña parte de su cerebro le dijo que iba demasiado rápido, que debería complacerla y dejar las cosas así, que no estaba bien arrebatarle su inocencia. Pero también sabía que estaba listo para dar el paso siguiente, para sentar la cabeza y convertirse al fin en el hombre que su padre siempre había querido que fuera. Quería que Bella le diera hijos, que lo bendijera con al menos una chiquilla con aspecto de muchachuelo a la que le encantaría pescar y que lo llevaría al borde del aturdimiento con su enloquecedor comportamiento, como había hecho su madre. Edward miró los ojos vidriados por la pasión de Bella cuando le abrió más las piernas y se desabotonó los calzones. —Si no quieres, Bella…
Ella le pasó los dedos por el pelo. —Siempre querré… y a ti —le susurró.
Las palabras de la joven llenaron cada rincón de dolor que había en su interior cuando los últimos vestigios de racionalidad salieron volando y dejaron solo una única hebra de sentido común que le advirtió que se tomara las cosas poco a poco, que no la asustara. Bella se mordió el labio inferior para evitar gemir cuando él deslizó su astil duro como una piedra por la hendidura femenina y frotó su cumbre cálida y húmeda, queriendo llevarla de nuevo a una culminación enfebrecida, sentirla llegar al clímax a su alrededor cuando la penetrara.
La joven cerró los ojos y se soltó el labio permitiendo que brotara un erótico susurro. Edward atrapó el sonido con la boca, unos labios se inclinaron sobre otros labios y el cuerpo masculino empezó a sudar cuando la joven se retorció bajo él, las cumbres tensas de sus pezones atormentaron el pecho masculino cuando él se sostuvo solo con los brazos. Bella movió las caderas en oposición a las de Edward, frotándose contra él, gimiendo cuando él reducía el ritmo de forma deliberada para prolongar la fiebre que se iba incrementando, quería que la culminación de Bella fuese larga y profunda, tan profunda como el anhelo que sentía él de entrar en ella. Una idea que estuvo a punto de volverlo loco de deseo cuando aumentó el ritmo y bajó un poco más el pecho, para que los pezones de ella hicieran más contacto y aumentara el placer de la joven. Edward oyó sus gemidos, la sintió retorcerse bajo él y ya no pudo seguir controlándose más. Con la primera convulsión de la joven, Edward entró en la calidez que lo aguardaba. Los músculos de Bella se tensaron a su alrededor como un guante y, sin embargo, en lo único que Edward pudo pensar durante los primeros momentos que estuvo dentro de ella, era que no era virgen. Darse cuenta de aquello le supuso un golpe. No tenía ningún derecho a esperar que siguiera siendo pura, no tenía derecho a esperar nada de ella, y sin embargo lo hacía, lo que convertía la verdad en algo peor, porque él era el hombre que la amaba. ¿Con quién había estado? ¿Con aquel puñetero malnacido de Jacob? ¿La había comprometido y luego la había dejado ante el altar? Edward jamás había sentido una necesidad semejante de matar a un hombre. — ¿Edward?
Este sacudió la calima de cólera de sus ojos y se encontró con que Bella lo miraba, la preocupación mezclada con placer en aquella profunda mirada azul.
Dios, no debería estar enfadado con ella y sin embargo lo estaba. ¡Maldita fuera!
¿Por qué no podía haber sido él? ¿Por qué no pudo haberlo esperado? ¿Por qué creía, aunque solo fuera un momento, que así debería haber sido?
Edward no le dijo nada. Solo le cogió las manos y se las levantó por encima de la cabeza, toda intención de ir poco a poco había desaparecido de su cerebro como una llamarada después de su descubrimiento.
Le cubrió la boca con la suya y se hundió en ella. Quería demostrar que le pertenecía a él y a nadie más, pero se obligó a frenar un poco y a llevarla de nuevo al clímax antes de llegar a su propia culminación. Pero ni siquiera entonces se abatió la rabia que sentía contra sí mismo, contra ella. Algo se había desgarrado en su interior y al salir de su cuerpo supo que tenía que tomarla otra vez. Quería grabar el recuerdo de ese momento, de la total y absoluta posesión de su cuerpo, en el cerebro de Bella, para borrar al hombre —u hombres— que fueran, los que la habían tomado antes que él. Le deslizó el brazo por la espalda y la sentó. Después le dio la vuelta y la puso a gatas. Sin hacer caso de su voz inquisitiva, la sujetó por las caderas y volvió a deslizarse en su interior, la sintió aferrarse al instante a su astil y que las palabras o protestas morían en sus labios cuando empezó a entrar y salir de ella con una caricia. Estiró el brazo alrededor del cuerpo femenino, le separó los húmedos pliegues y la masajeó. Bella gritó su nombre con un jadeo y Edward quiso seguir oyéndolo de sus labios mientras se mecía en su interior hasta que su dulce calidez se vertió de nuevo sobre él y él llegó también a su culminación, pensando en las consecuencias de aquella locura solo cuando ya era demasiado tarde. Salió con suavidad del cuerpo femenino, la notó estremecerse un poco y se sintió asqueado. Edward se levantó, necesitaba poner un poco de distancia entre los dos con la esperanza de hallar un poco de cordura. Se abrochó los pantalones y observó a Bella cuando se dio la vuelta, el cuerpo arrebolado de placer, el cabello convertido en una maraña sedosa alrededor de la cara, la larga melena cayéndole como una cascada por los hombros y cubriéndole parte de los pechos, proporcionándole una tentadora visión de los pezones, a través del oscuro velo. La joven lo miró y Edward supo que estaba esperando que le dijera algo, pero se sentía demasiado volátil. Sorprendió el dolor que envolvían los ojos femeninos antes de que Bella desviara la mirada, le temblaban las manos mientras se subía la blusa y se colocaba las faldas; su prenda interior, tirada en el suelo, era prueba fehaciente de la locura de Edward. Bella se quedó mirándola mientras se aferraba con las manos al sofá. « ¡Di algo, maldito seas! —Le gritó su conciencia—. Habla con ella. Dile lo que sientes».
Pero no podía. No en ese momento. Necesitaba tiempo para pensar, para poner orden en las emociones que se desbordaban por su interior. —Le diré a Benson que te lleve a casa.
Bella asintió sin decir una sola palabra y menos de diez minutos después, Edward vio alejarse el carruaje con estrépito del bordillo; el pálido rostro de Bella seguiría obsesionándolo mucho después de que hubiera desaparecido.

6 comentarios:

nydia dijo...

dios pero que bruto este hombre como la deja ir sin decirle nada....Sigue asi..Besos...

lorenita dijo...

Ay edward...no es tan avispado verdad??? jejeje...

Aridna dijo...

que idiota puede llegar a ser jajajajaja bueno espero el prox cap besos :)
ahh antes qeu se em olvide cuando publicas el prox cap de apua? :)

Ligia Rodríguez dijo...

Tenía que ser homre, por amor de Dios, que es esto, como la deja irse, me encanto el capitulo, besitos!!!

joli cullen dijo...

estos es un embrollo

Unknown dijo...

ashhhh Edward estupido machista!!!!

como la deja ir asi como asi!!!!

estoy molesta con mi Eduardo!!!! me voy a leer el otro cap a lo mejor se revindica!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina