domingo, 10 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 6


Capítulo 6
La fiera desdicha
Que nos trae la gloria.
Shakespeare
El duelo lo ganó Edward.
Pero había conseguido esa victoria de forma injusta. Sus solapadas tácticas con los niños no hacían más que distraer a Bella. La pobre Mary sufría un auténtico conflicto. Si bien quería que ganara su tía Bella y demostrara así que las niñas eran tan buenas como los niños, ansiaba todavía más ir a la feria y había empezado a animar a Edward cuando este se hizo con la ventaja. Entre lo distraída que estaba Bella con los niños y la perturbadora presencia de Edward —aquellos músculos flexionándose bajo la camisa, los pantalones moldeando unos muslos tallados en roca con cada finta y simulacro de parada—, la joven había estado perdida desde el principio. Y aunque todavía estaba muy enfadada por todo aquel asunto, tenía temas más urgentes en los que concentrarse en ese momento; por ejemplo, su disfraz de moza de taberna. Proeza nada sencilla, considerando que la taberna en la que Rosalie y ella se encontraban esa noche estaba llena de humo y la peluca rubia que llevaba le daba calor y estaba empezando a picarle. 
Bella insistía en disponer de información precisa y asegurarse de que el canalla que elegía para perseguir como lady Escrúpulos era culpable del crimen del que se le acusaba, sin discusión posible.
La noble viuda, Honoria Prescott, había rastreado los movimientos del conde de
Stratford durante toda la velada de los Vulturi y lo había oído intentando convencer a lady Irina Denali para que se encontrara con él en secreto en el
Tormento y la Ruina, una taberna con un nombre de lo más apropiado que había a las afueras de la ciudad y en la que Bella se encontraba en esos momentos con Rosalie.
Miró por todo el bar, atestado y lleno de humo, en busca de su prima, que había ido en persecución del Conde y no había regresado todavía.
—¡Eh, cachito, no te quedes ahí para y ponte a trabajar!
Bella se volvió para mirar furiosa a su jefe, aunque dudaba que el hombre captara su expresión ya que la máscara que tanto ella como todas las demás mozas se veían obligadas a usar ocultaba buena parte de su asco, si no todo.
Pescado, que era el más que adecuado nombre del propietario, le había echado un vistazo al amplio pecho de Rosalie cuando Bella y su prima habían aparecido unas horas antes afirmando que necesitaban trabajo, y había murmurado algo sobre que el negocio remontaría en cuanto los clientes le pusieran los ojos encima a aquella tipa. Mal sabía él que las chicas no se quedarían lo suficiente para que eso pasara. Bella cargó unas jarras de cerveza en una bandeja sucia y empezó a abrirse camino entre la bulliciosa multitud, luchando por no hacer caso de los silbidos y sin apenas contener las ganas de aporrear unas cuantas cabezas.
A través de un respiro que dio el aire lleno de humo, la joven distinguió a Rosalie y por un momento Bella solo pudo mirarla. ¿Quién creería que bajo la falda acampanada de campesina y las enaguas con volantes que mostraban una cantidad excesiva de pantorrilla, que bajo la fina blusa blanca de gitana y el ceñido corsé rojo que llevaba encima y que casi hacía desbordarse los pechos de su prima, estaba lady Rosalie Hale, flor y nata de las debutantes de ese año?
Aunque instruida a conciencia en los modales propios de una jovencita de cierto estatus, Rosalie encajaba sorprendentemente bien en aquel entorno y parecía mucho más cómoda en su papel temporal que Bella.
Bella consiguió por fin llamar la atención de su prima y esta asintió, dándole a entender que había visto al Conde. Después desvió la mirada hacia las escaleras que llevaban al piso superior de la taberna, donde un hombre podía alquilar una habitación para dormir sus excesos… o tomar parte en otras actividades, si asilo desease. Bella observó a su prima desaparecer con discreción por las escaleras y les rezó en silencio a los cielos para que las dos superaran la noche sin incidentes.
Después respiró hondo, se preparó mentalmente y se detuvo delante de la mesa de hombres que habían estado esperando por sus bebidas.
Si bien la mayor parte de los clientes habían dejado las manos quietas, esos hombres no y a Bella no le entusiasmaba la idea de entrar de nuevo en la esfera de sus borracheras. Por desagracia, no había forma de evitarlo.
Por encima del borde de su vaso, la mirada de Edward seguía a aquella moza pequeña y rubia que se dirigía hacia un grupo de parroquianos vocingleros. Había visto que los pasos de la chica se refrenaban cuanto más se acercaba a ellos y sabía que la muchacha en realidad no quería acercarse otra vez a aquellos cerdos. Y no le extrañaba.
Todos los sentidos del Duque estaban en máxima alerta, se avecinaban problemas. No se había pasado noches enteras metiéndose a rastras en campamentos enemigos, con el oído agudizado en busca de cada sonido transmitido por el viento, sin haber aprendido cuándo se intensificaba la tensión. Sus hombres siempre decían que su intuición era portentosa. Para Edward solo era puro instinto de supervivencia.
Pero no había acudido a la taberna esa noche para observar a aquella chica, por muy atractiva que fuera con su diminuta cintura y aquel trasero que se mecía con movimientos tan sensuales.
Estaba allí para hacerle un favor a Emmett que, antes de desaparecer en el piso de arriba para encontrarse con su actual amante, había regresado con una bebida para Edward y una expresión enamorada y soñadora en la cara.
—Acabo de ver a mi próxima querida —le había dicho sonriendo como el impenitente libertino que era—. Una sirvienta rubia con unos pechos que harían babear a cualquier hombre. Si no tuviera otros compromisos esta noche, tendría que probar sus muchas delicias. Ah, bueno, en otra ocasión.
Stratford se fue a cumplir sus compromisos y dejó a Edward preguntándose si la sirvienta en cuestión era la misma a la que al parecer él no le podía quitar los ojos de encima. Por lo que él veía, la chica tenía unos pechos preciosos. Pequeños, pero unos puñaditos de lo más agradables, sin duda.
Cristo, ¿dónde tenía la cabeza? No estaba actuando mucho mejor que aquel puñetero de Stratford, que parecía andar por la vida con el cerebro en los pantalones. Sin embargo, la agitación de sus ingles le recordó a Edward que había pasado mucho tiempo desde que se había perdido en una piel perfumada o desde que había sentido el cuerpo de una mujer avivarse de deseo, desde que había oído sus gemidos, sus ruegos de que no parase, desde que había sentido luego esa dulce calidez enguantada que se ceñía a su alrededor cuando llegaba al climax.
Le empezaron a sudar las palmas de las manos y le dio otro trago a la bebida mientras sus pensamientos se deslizaban hacia Bella, como había venido ocurriendo con molesta frecuencia desde que la había visto en el baile de los Vulturi. Había sido una visión, allí de pie, en el jardín iluminado por la luna, adulta y más hermosa de lo que ninguna mujer tenía derecho a ser.
Dios, qué sacudida había sufrido al verla esa mañana ataviada con unos calzones que ceñían cada una de sus curvas, poderoso recordatorio de que era toda una mujer. El cuerpo de Bella se había henchido, madurado, y Edward se había quedado maravillado y sí, lo había embargado la lujuria. Ver aquellas nalgas tan redondeadas moldeadas por los calzones había estado a punto de acabar con él, su reacción había sido inmediata y casi dolorosa. Por fortuna, ella le daba la espalda cuando llegó, lo que le permitió tener un momento para recuperar la compostura. Su prima, por otro lado, no se había perdido el brillo elogioso de sus ojos. Lady Rosalie quizá fuera joven pero no era ninguna ingenua. Emmett iba a estar muy ocupado si intentaba perseguir a aquella dama concreta.
Le haría echar una buena carrera tras ella, que era exactamente lo que se merecía aquel mentecato.
A Edward lo devolvió al mundo real con una sacudida el sonido de unas voces que se alzaban sobre el tumulto. Sabía lo que iba a pasar incluso antes de que ocurriera y su cuerpo se dirigió hacia la moza incluso antes de que esta emitiera un chillido de indignación cuando el más grande de los cuatro hombres le dio un pellizco en las nalgas.
—Vamos, pequeñina. Dáselo al viejo Mike —balbuceó el desgraciado de aquel viejo verde, con los ojos encendidos por el exceso de alcohol y la creciente lujuria.
— ¡No me toque! —dijo Bella echando pestes e intentando defenderse de las manos que acosaban su cuerpo desde todas direcciones.
Los hombres se rieron a carcajadas.
—Eso es, cariño. Resístete. Es lo que nos gusta —dijo después el compañero de Mike.
— ¡Déjenme en paz o juro que se arrepentirán, demonios!
Mike lanzó un alarido de victoria y una sonrisa estúpida le partió la fea cara.
—Haz que me arrepienta, chiquilla. Haz que me arrepienta de verdad.
—Muy bien, usted lo ha querido. —Y estrelló el canto de la mano contra la nariz de Mike haciendo que brotara un chorro de sangre.
Aturdido, el hombre se limpió la nariz con el dorso de la mano y se quedó mirando la mancha roja que dejaba. Cuando levantó la cabeza, sus ojos ardían de furia.
—Lo vas a lamentar.
La silla arañó el suelo al apartarse y cayó con estrépito cuando el hombre se cernió sobre ella. Echó el brazo hacia atrás para golpearla pero el golpe no llegó a caer sobre Bella. Una mano enorme se cerró alrededor de la muñeca de Mike y la inmovilizó. —Toque a la dama —dijo una voz llena de lúgubres amenazas—, y es posible que tenga que matarlo. —Con una fuerza que hizo temblar la mesa, alguien sentó a Mike de un tirón en la silla.
Bella fue incapaz de moverse.
Conocía aquella voz pero no podía ser. Allí no.
Su mirada abandonó poco a poco la cara ensangrentada de Mike y subió hasta el hombre que lo mantenía cautivo en la silla, después se clavó en unos ojos que parecían casi negros bajo aquella luz apagada y llena de humo.
Oh, Dios, estaba allí, grande, sólido y furioso. ¿La habría reconocido bajo la peluca y la máscara? Si era así, ¿traicionaría su identidad? ¿Le exigiría que le dijera por qué estaba disfrazada y en una taberna del barrio de peor fama de la ciudad? Entonces cayó en la cuenta de algo. Debía de haber ido con el Conde. Había visto a Edward hablando con él en el baile, pero no había tenido en cuenta esa posibilidad. — ¿Te encuentras bien?
A Bella le llevó un momento darse cuenta de que estaba hablando con ella.
Asintió, temerosa de pronunciar una sola sílaba. Aunque había perfeccionado el acento de la clase baja del este de Londres, —lo había oído con frecuencia más que suficiente en boca de varias de las doncellas que empleaba su tío—, quizá no pudiera engañar a Edward.
Jamás lo había visto con un aspecto tan peligroso, su mirada examinó por un instante a los espectadores y advirtió a todos los demás que no se acercaran. Ni un solo hombre hizo ademán de intervenir.
Después su mirada regresó a la joven y le dedicó una mirada que le acarició el cuerpo de arriba abajo antes de regresar a sus ojos. Y cuando la mirada de Edward se encontró una vez más con la suya, Bella contuvo el aliento ante la expresión ardiente que se reflejaba en aquel rostro. Jamás le habían dirigida una mirada así, el deseo y el autodominio se enfrentaban en los ojos masculinos.
El Duque la deseaba.
El descubrimiento hizo que el corazón casi se le detuviera en el pecho y adoptara un ritmo errático. ¿Cuántos años había esperado para ver a Edward mirarla así? Quizá lo hubiera disfrutado un poco más si hubiera pensado que el
Duque la estaba viendo en realidad a ella y no a una moza de taberna muy ligerita de ropa. El hombre llamado Mike miró furioso a Edward. — ¿Quién diablos es usted? —preguntó, mientras intentaba volver a levantarse pero era incapaz de moverse un solo milímetro, y eso que Edward solo le había puesto encima una mano.
—No se preocupe por quién soy —tronó Edward con tono amenazador—.
Preocúpese por cómo va a masticar la comida sin dientes.
El hombre que estaba sentado enfrente de Mike lo desafió con voz de borracho.
—No nos das miedo. —Y empezó a levantarse con un tambaleo—. Vamos a limpiar el suelo con…
El puño derecho de Edward salió disparado y crujió contra la mandíbula del hombre con el impacto resonante del hueso al chocar con el hueso. Bella hizo una mueca cuando el hombre cayó girando al suelo. Desde tan innoble posición, se quedó mirando a su atacante con una expresión aturdida mientras se frotaba la cara herida. —¿Pa qué hizo eso? — preguntó un cohorte—. Oiga, que él no le hizo na. —Tómenselo como una advertencia —les dijo Edward—. Vuelvan a tocar a la dama y no seré tan agradable. ¿Nos entendemos, señores?
Los hombres, que daba la sensación de que estaban a punto de clavarle un cuchillo por la espalda en cuanto se diera la vuelta, asintieron de mala gana y gruñeron entre ellos. Sin decir otra palabra, Edward rodeó la mesa y sobresaltó a
Bella cuando la cogió de la mano y se la llevó de allí.
Por alguna extraña razón, Bella lo siguió con bastante docilidad. Aunque quizá no fuera tanto docilidad como una curiosidad desmesurada, y cierta inquietud, por lo que Edward pensaba hacer a continuación. ¿Pensaba denunciarla? ¿Exigir que le explicara lo que estaba haciendo? ¿Recriminarle que hubiera hecho algo tan insensato como acudir a un lugar tan peligroso como aquel? ¿O pretendía cumplir con lo prometido en aquella ardiente mirada? ¿La iba a besar? ¿Acariciar? ¿Se lo permitiría ella incluso aunque él pensara que ella era otra persona? Bella sabía que estaba jugando con fuego, que el Duque bien podría arruinar todos sus planes, pero no podía, por más que quisiera, apartarse. Aquella mano grande y cálida que sujetaba la suya con firmeza estaba tan tibia, la sensación era… demasiado agradable. Antes de saber siquiera qué pensaba hacer Edward, Bella se encontró en una esquina oscura de la taberna con Edward alzándose delante de ella, como un pagano bello y salvaje, con su sedoso y negro cabello, desafiantemente largo, rozándole los hombros de la chaqueta. Pero lo peor era aquel calor, aquella cercanía, el modo en que irradiaba hasta el último gramo de su casi arrolladora virilidad en su dirección sin hacer el menor esfuerzo. El Duque no dijo nada. Se limitó a mirarla desde su altura con aquellos ojos insondables, y los primeros jirones de pánico se alzaron en el interior de Bella. ¿A qué estaba esperando aquel hombre? ¿La había reconocido o no? ¿Esperaba acaso que ella se derrumbara y confesara bajo su intenso escrutinio? Bella tenía que hacer algo o se iba a poner a gritar. Apartó la mirada y fingió cierto interés por una mancha que tenía en la falda. La sobresaltó el roce suave de unos dedos cálidos bajo la mandíbula que le levantaron la cabeza y sin darse cuenta dio un paso hacia atrás. La pared la contuvo y se dio cuenta de que estaba atrapada.
Pero fue lo que vio en los ojos de Edward lo que estuvo a punto de ser su perdición. El deseo que había vislumbrado poco antes no solo no había mitigado sino que se había intensificado. Bella no se dio cuenta de que tenía metido el labio inferior entre los dientes hasta que la mirada masculina se deslizó hasta su boca… y la cabeza del Duque descendió. Ni una sola palabra cruzó sus labios. Ni una sola palabra de protesta cruzó los de Bella. La joven ansiaba aquello, lo había ansiado desde que había tenido edad suficiente para entender que deseaba a Edward y durante todas aquellas largas noches solitarias en las que había soñado con él.
Unos labios dulces y cálidos presionaron los suyos, tentándola, saboreándola, convenciéndola para que abriera la boca de modo que él pudiera introducir la lengua y unirla a la suya. Un gemido quedo se alzó en la garganta femenina, un gemido que hizo gruñir al Duque a modo de respuesta y apretar su cuerpo contra el de ella al tiempo que su beso se hacía más ardiente, más exigente.
Bella apretó los puños contra los costados, cuando lo que en realidad querían era introducirse en el cabello de Edward, pero todavía le quedaba un pequeño jirón de cordura que le recordó que no era quién él creía que era y que con toda probabilidad Edward se odiaría a sí mismo, y a ella, si descubría el engaño.
Durante un momento de locura, Bella quiso continuar en su papel de moza de taberna si eso significaba que Edward seguiría besándola.
Pero aquello no estaba bien y al final terminó retirándose un poco y colocándole las manos en el pecho, aunque sin apartarlo. Eso era incapaz de hacerlo.
En lugar de eso disfrutó del latido pesado del corazón masculino bajo la palma de su mano, tan fuerte y fiero, podía sentirlo incluso a través de la chaqueta y verlo palpitar en una vena del cuello. Un mechón sedoso de cabello le cayó al Duque en la frente. Impulsiva, Bella se puso de puntillas y lo apartó, soplándolo con suavidad. Aturdida por lo que acababa de hacer, la mirada de la joven se clavó en los ojos del Duque y las manos que él le había puesto en la cintura la apretaron un poco. Edward parecía luchar consigo mismo y en ese momento su belleza le pareció desgarradora a Bella. Ojalá pudiera quitarse la máscara y revelar quién era, decir todo lo que llevaba deseando decir desde que tenía recuerdo. Parecía que siempre había habido una máscara u otra entre los dos.
Bella comprendió que incluso después de tanto tiempo, nada había cambiado: ni su corazón ni su mente. Todavía le importaba aquel hombre, pero no podía revelar quién era. Una vez más había tomado un camino del que era imposible regresar.
—Disculpa —murmuró Edward, que parecía reticente cuando la soltó y dio un paso atrás—. Supongo que he bebido más de lo que pensaba. Mis más sinceras disculpas. Había bebido demasiado. No era deseo. Bella sintió una opresión en el pecho y quiso rebelarse contra la injusticia de todo aquello, siempre parecía condenada a amar a un hombre que jamás había correspondido a sus sentimientos. Si Edward hubiera sentido algo por ella alguna vez, no la habría abandonado, no habría elegido a su hermana. A punto de que la desbordaran las lágrimas, Bella se agachó para esquivar su brazo y huyó entre la multitud. Edward estiró el brazo para sujetarla pero después lo bajó y la miró, mientras la joven cruzaba la habitación a toda prisa y desaparecía tras unas puertas dobles. Era lo mejor. No necesitaba complicarse más la vida y algo le decía que aquella tabernerita sería toda una complicación.
Su humor empeoró, levantó una jarra de cerveza de una bandeja que pasaba y se permitió echar un buen trago con la esperanza de que le devolviera el sentido común. Dios, la había besado, no había pedido permiso, no la había advertido, no había dicho nada. Había visto lo que quería y lo había cogido, obedeciendo a una sensación que le desgarraba las tripas, necesitaba sentir aquellos suaves labios en los suyos, cuando lo único que pretendía era asegurarse de que la chica estaba bien. Pero una sola mirada a aquellos labios frescos y todas sus buenas intenciones se habían ido disparadas al mismísimo infierno.
Asqueado consigo mismo, Edward se terminó la cerveza que quedaba. Una buena juerga quizá fuera precisamente lo que necesitaba. El alcohol entumecería su capacidad de preocuparse por lo que estaba haciendo y por qué, o a quién, estaba persiguiendo y Dios sabía que no podía quitarse de la cabeza la idea de ir detrás de aquella moza de taberna.
¿Dónde había aprendido el movimiento que había usado contra aquel pedazo de basura que le había metido mano?
Jamás había encontrado a mujer alguna tan temeraria, tan capaz de defenderse sola. La única mujer que quizá hubiera sido capaz de hacer semejante maniobra era Bella. Él le había enseñado un movimiento parecido poco después de que un mozo de cuadra la hubiera arrinconado y hubiera intentado robarle un beso cuando ella tenía trece años. Bella había jurado que nunca más volvería a sentirse tan indefensa, y tampoco se podía decir que el muchacho se hubiera ido de rositas, ni de lejos. Bella había cogido el rastrillo que se utilizaba para limpiar los establos y le había dado un buen golpe en la cabeza al muy cretino. Mal sabía la niña que Edward había añadido un buen derechazo a la mandíbula del joven ese mismo día. Se preguntó si había sido el inteligente movimiento que había hecho la moza el catalizador del beso. ¿O había sido la máscara? Había algo en aquella chica que le había hecho perder el control.
¿O había algo más de lo que veía en realidad? Algo lo reconcomía y su instinto pocas veces se equivocaba. Ese mismo instinto lo había hecho sobrevivir a la guerra, a las intrigas políticas e incluso a la hija de un maharajá.
Como mínimo, se lo debía a Stratford, tenía que escarbar un poco más, quedarse por allí hasta que su instinto quedara satisfecho por completo.
Y si resultaba que por el camino se despojaba de tanta irritante nobleza…
Que así fuera.

8 comentarios:

paty dijo...

Hola buenisimo el capi por un momento pense que Edward iba a descubrir a Bella cuando la beso no entiendo por que no le dijo quien era y asi acabar con todos los malos entendidos y en cuanto al duelo que bueno que gano Edward aunque haya sido con trampas en espera del siguiente capi
saludos y abrazos desde México

lorenita dijo...

Definitivo la historia ya me atrapó..ya quiero leer el sig. cap...no se por que siento que edward ya sospecha algo raro sobre la doble identidad de bella....:)

nydia dijo...

OMG fantastico capitulo ,pero el ya esta sacando sus conclusiones y creerá que es Isabella la de la mascara,espero con ansias el siguiente capitulo....Besitos....

Ligia Rodríguez dijo...

Espero que puedas subir otro cap pronto, y que Ed descubra a Bella

joli cullen dijo...

no la descubrio jjajjaj

Unknown dijo...

haaaa!!! se besaron!!!! heeeeeeeeeeee pero no supo quien era waaaaaa...

En fin esta historia me encanta!!!

Gracias por el capi!!!

Saluditos!!!

fabiola León dijo...

XD XD XD!!!! pero donde se va a meter bella!!!! y justo encontrarse con él!!! algo profundo esconden estos dos ajajaj....
bess

karla dijo...

oooo creo k eguante la respiracion mas de lo debido... pense k todo habia acabado aki., pero no, edward le fallo ahora su instinto acerce de bella...muy buen capi

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina