lunes, 11 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 7

Capítulo 7
La profundidad y el sueño de mi deseo,
Las amargas sendas en las que me pierdo.
Rudyard Kipling
Con el corazón interpretando una retreta salvaje en su pecho, Bella se metió en la trastienda de la taberna. Oculta entre las sombras, observó de forma subrepticia a
Edward. Este permanecía en la esquina donde lo había dejado pero se había hecho con una jarra y parecía estar trasegándola a buen ritmo.
¿Era posible que aquel beso lo hubiera afectado a él tanto como a ella? ¿O sólo se estaba castigando por sus impulsivas acciones, pensando que ojalá nunca la hubiera tocado? Afirmaba que había bebido demasiado. Eso le había dolido aunque eran palabras que pretendían explicar su conducta, no herirla a ella. Bella pensó que ojalá ella pudiera dar una excusa parecida para su comportamiento, que ojalá pudiera racionalizar su reacción y dar un buen motivo para haber permitido que la besara. Pero no lo había. Aquellos escasos segundos en los brazos de Edward y el sabor de sus labios habían sido como una potente droga que había confundido sus sentidos y sofocado su sentido común. Con todo, no podía evitar preguntarse qué habría hecho Edward si ella no hubiera huido como una virgen temblorosa. ¿Y qué haría si a ella se le ocurriese volver a su lado, quitarle la jarra de la mano y llevárselo a una de las habitaciones que había encima de la taberna? ¿Iría con ella? Era mejor no saberlo. Ya se había atrevido a seducirlo una vez y al final había terminado con el corazón roto en mil pedazos. 
Saber que todavía estaba ahí fuera impedía a Bella reanudar sus obligaciones, le preocupaba que él volviera a acercarse y la próxima vez quizá la reconociera.
Y la próxima vez ella quizá no se apartase. Tendría que esperar a ver si Rosalie había conseguido averiguar qué estaba tramando lord Stratford para que al fin pudieran partir las dos sin más demora. ¿Y dónde podía encontrar a Rosalie?
La mirada de Bella se posó en las escaleras de la parte de atrás de la sala, junto a una puerta que llevaba a un callejón que había detrás de la taberna. Por allí podrían irse Rosalie y ella sin que nadie las viera. Bella le echó un último vistazo a Edward, le ardían los dedos de deseos de quitarle aquel sedoso mechón de cabello que le había caído una vez más sobre la frente. Antes de que el impulso la dominara se apresuró a subir corriendo las escaleras. Acababa de coronar el tramo que llevaba al piso de arriba cuando vio a Rosalie.
Aunque la cara de su prima estaba oculta en parte por la máscara, Bella se dio cuenta de inmediato de que algo ocurría. —¿Qué pasa?
Rosalie la cogió del brazo y le dio la vuelta para regresar a las escaleras. La tensión vibraba en las puntas de los dedos de su prima. En cuanto llegaron abajo, Bella se volvió y la miró.
—Ha ocurrido algo. Dime lo que es. ¿Te ha sorprendido el Conde? ¿Sabe que lo están vigilando? —Después, sus pensamientos fueron un poco más allá—. Oh,
Señor... No te habrá hecho daño, ¿verdad? Te juro que si lo ha hecho, le...
—No. No es nada de eso. —Rosalie apartó la mirada—. Bueno... más o menos.
— ¿A qué te refieres?
Las mejillas de Rosalie se arrebolaron y sus ojos evitaron los de Bella, cosa que alarmó a su prima todavía más, dado que había muy pocas cosas que alteraran a aquella joven.
—He cometido un error.
—¿Qué clase de error?
—Me vio.
—¿Te vio? ¿Cómo...?
—No. —La joven sacudió la cabeza con vehemencia—. En ningún momento descubrió mi disfraz. Pero me... me arrinconó fuera de su habitación. —Después lo soltó todo de golpe—. ¡No pensé que fuera a abrir la puerta de golpe! —Sus mejillas ya ruborizadas se inflamaron de color—. Estaba intentando escuchar, levanté la cabeza... y allí estaba.
—¿Qué hizo ?
—Nada, al principio. Pero no... no llevaba camisa, sólo los pantalones, ¡y el botón de arriba estaba desabrochado! Mostrando toda esa... esa...
—¿Piel?
—¡Sí! Una cantidad obscena de piel ancha y musculosa. —Rosalie respiró muy hondo. Si Bella no la conociera, habría pensado que su prima estaba totalmente encaprichada con Emmett MacCarty , pero Rosalie era una chica sensata y era imposible que se hubiera enamorado de semejante calavera.
—¡Y su estómago! —continuó su prima—. Era como si se hubiera tragado una tabla de lavar. Con un poco de jabón y agua podría haber lavado mi blusa y haberla colgado del brazo que había apoyado en la jamba de la puerta. —Se abanicó la cara con la maño, parecía un poco aturdida—. Y lo que es peor, ni siquiera le preocupó estar medio desnudo. Se quedó allí, muy satisfecho consigo mismo, ya sabes, como un gato que acabara de hacer una incursión en la lechería. Bella conocía bien aquella mirada porque Edward había lucido la misma expresión esa misma tarde, cuando la había vencido en su simulacro de duelo. —¿Y qué pasó luego? —la alentó Bella. —Bueno, salió al pasillo, como si me siguiera los pasos. Yo no podía apartar la mirada, no podía correr. Era como si me hubiera hechizado. Esos ojos azules... —
Rosalie parpadeó como si todavía estuviese bajo la influencia de aquel extraño encantamiento—. Después sentí que tenía la espalda contra la pared. Estaba atrapada... —¿Y?
—Y... —Rosalie bajó la voz con una expresión de vergüenza en la cara y algo más que Bella no pudo definir al terminar—. Me besó.
—¿Que hizo qué?
—Me besó. —Después soltó de golpe—. Le di una bofetada, por supuesto. —¿Y qué hizo él?
Su prima frunció el ceño.
—Se rió. —¿Se rió? —Fue Bella la que frunció el ceño entonces.
—El muy bruto pensaba que todo aquello tenía mucha gracia. Sonreía como un sátiro mientras me apretaba contra la pared y tuve miedo... pero luego... bueno, no fue en absoluto como pensé que sería. Tenía los labios cálidos y sabía a coñac. —La joven se miró las manos—. Después volvió a desaparecer en su habitación... para reunirse con la amiguita que lo estaba esperando.
—¿Te refieres a una dama de la noche?
El encogimiento de hombros de Rosalie tenía algo de malhumorado.
—Eso fue lo que me pareció, con el pecho desbordándole prácticamente el canesú. ¡Era escandaloso!
Aunque tanto ella como Rosalie se habían enfrentado a complicaciones inesperadas, unos dos metros y cien kilos de complicaciones, para ser exactos, se las habían arreglado para obtener la información que buscaban: el Conde no se había encontrado con lady Claire.
—Creo que será mejor que nos vayamos. —abogó Bella—. Cuanto menos tiempo pasemos aquí, mejor. —Sobre todo con Edward y el Conde demasiado cerca para su gusto—. Travers ha aparcado el carruaje al otro lado del edificio y nos estará esperando en la esquina. Rosalie asintió, era obvio que estaba pensando en otra cosa cuando Bella la condujo a la puerta de atrás y salieron juntas al callejón.
Edward miraba furioso la puerta del dormitorio cuando esta se abrió y salió sin prisas un muy saciado y aparentemente satisfecho Stratford. Edward había estado esperando en aquel sórdido pasillo casi diez minutos y la cabeza empezaba a palpitarle tras haber ingerido varias jarras de cerveza de más en rápida sucesión. Ya se imaginaba al puñetero de Hastings hablando con aquel chirrido de voz que ponía de los nervios a Edward incluso cuando estaba sobrio.
—Un duque jamás pierde el control de sus sentidos. Debe comportarse con el máximo decoro en todo momento. —Y después continuaría zumbando que un duque jamás se asociaba con gentuza ni con personas que no tenían la costumbre de bañarse. Como respuesta, Edward informaría a aquel pequeño y entrometido amante del rigor que si tantas puñeteras cosas sabía sobre lo que debía y no debía hacer un duque, bien podía asumir él el ducado en lugar de Edward, diablos, y dejar de comportarse como un inmenso grano en el trasero. Era un círculo vicioso y, por alguna razón, Edward nunca llevaba las de ganar.
—¿Llevas mucho esperando, viejo amigo? —inquirió Stratford con aire divertido mientras salía al pasillo, llevaba el botón de arriba de los pantalones desabrochado y la camisa arrugada le colgaba de un hombro.
—Vuelve pronto, mi amante —canturreó una voz desde el interior. Edward miró por encima del hombro de Stratford y vislumbró a una joven fulana apoyada en las almohadas de la cama, una sábana envolvía su cuerpo desnudo y seguía con la mirada cada movimiento de Emmett.
—No te me enfríes, dulce mía —dijo Emmett con una sonrisa lasciva—. Volveré para repetir al momento. —Cerró la puerta y se apoyó en ella con una sonrisa lobuna. —Ya veo que no es lady Irina. ¿Así que has recuperado el sentido común? ¿O quizá temes las posibles represalias de cierta lady Escrúpulos!
—En primer lugar, no temo a mujer alguna. Y en segundo, lady Claire habría venido si no hubiera tenido un compromiso anterior. — ¿Y qué compromiso podría ser ese? ¿Evitarte? Ememtt esbozó una sonrisa engreída.
—Eso te gustaría pensar, ¿verdad? Siempre has envidiado la facilidad que tengo para conquistar a las mujeres.
—Es un milagro que ese cabezón que tienes no te parta el cuello.
—Búrlate de mí si quieres, viejo amigo. Pero sabes que te gustaría ser ese arrogante don nadie que eras en aquellos tiempos sagrados de Eton y Cambridge.
Entonces eras el mismísimo diablo. Hubo momentos en los que llegué a admirar de verdad el modo en que podías hacer juegos malabares con tus mujeres. Deberían haber encargado bustos de mármol de los dos y haberlos exhibido con orgullo en la plaza. Y después tuviste que irte y estropearlo todo convirtiéndote en una persona responsable. —Emmett sacudió la cabeza, disgustado—. La caída al abismo de otro buen hombre. Edward no sabía si le gustaba la idea de haberse convertido en una persona responsable, teniendo en cuenta que era un destino que había evitado a toda costa cuando era más joven y la causa de muchos de los problemas que había tenido con su padre. — ¿Y tú cuándo piensas hacer que tus mayores se sientan orgullosos al ver cómo te conviertes en un ejemplo de virtudes en lugar de la encarnación de todos los vicios, Stratford?
—¡Quítate de la cabeza tal idea, viejo amigo! Estoy en la flor de la vida. No pienso desperdiciar un bien tan preciado encerrándome detrás de las puertas de una oficina. Edward sacudió la cabeza y volvió al punto que lo había llevado allí.
—Yo me voy ya, así que vigila por si aparecen mujeres empuñando cartas de amenaza.
—Estás muy gracioso esta noche, ¿no? Bueno, no pasa nada. Vete a casa y que
Hastings te meta en la cama. Quizá te cante una nana. Yo, por otro lado, tengo intención de buscar a la rubia que vi cuando llegamos, una vez que haya terminado aquí.
La última parte cayó sobre Edward como un derechazo inesperado.
— ¿Qué rubia? —Stratford no se estaría refiriendo a su rubia, ¿verdad?
Su amigo asintió. —La sorprendí aquí mismo hace un momento, escuchando tras la puerta. — ¿Y por qué iba a estar escuchando esa chica tras la puerta?
—Sentiría curiosidad por mis muchas habilidades sexuales, supongo. Fue como un estallido de fuego en la ingle, encontrármela ahí. Después me puso esos ojitos de cervatillo. Ya sabes, intentando aparentar inocencia. No pude evitarlo. La besé.
Edward se apartó de repente de la pared en la que se había apoyado.
— ¿Qué hiciste qué?
—La besé. Y además lo disfruté bastante. Si no tuviera otras ocupaciones, habría tentado mi buena suerte. Pero con una dama esperando... Bueno, ya sabes. Tenía que ser un caballero y todo eso. Cristo, Edward no podía creerlo. Era imposible. ¿La chica había besado a Emmett? No, Emmett la había besado a ella, según había dicho. ¿Pero había deseado ella las atenciones de Stratford? ¿Por eso había huido de Edward? Solo pensarlo era como un puñetazo de hierro en las entrañas. No sabía por qué no se podía quitar a aquella chica de la cabeza. Había algo en aquella muchacha, en el sabor de sus labios... como un potente elixir que lo tuviera hechizado. —En fin, buenas noches, viejo amigo —se burló Emmett con un tono alegre que hizo que a Edward le apeteciera enterrar el puño en la cara de su amigo—. Intenta no hacerte daño al bajar las escaleras. Quizá quieras plantearte invertir algo de tu fortuna en un bastón.
Edward apretó los dientes pero decidió dejar que el canalla pensara que sus burlas lo habían hecho cambiar de opinión. —De hecho, viejo amigo, creo que tienes razón. Es demasiado temprano para irse a casa. ¿Qué te parece si nos vamos a mi club y abrimos unas cuantas botellas de coñac? A ver quién termina viendo al otro debajo de la mesa. Si la memoria no me engaña, nunca has sido capaz de aguantar el licor un tiempo que mereciera la pena. Los ojos de Stratford adquirieron un brillo nuevo, y picó el anzuelo.
—¿De tus reservas privadas?
—¿Le daría a mi amigo algo inferior?
—Bueno, si te apetece...
—Oh, vaya si me apetece. —Lo que fuera con tal de impedir que Stratford persiguiera a la joven tabernera. Porque Edward tenía toda la intención del mundo de perseguirla en persona.

Bella se tapó la nariz cuando Rosalie y ella salieron de la taberna al oscuro callejón. El olor fétido de la basura podrida y la tierra húmeda flotaba alrededor de las jóvenes haciendo que Bella se alegrara de no haber comido nada en un buen rato. Las botellas vacías traqueteaban a sus pies. Las quitó de su camino de una patada con la punta de las botas de cordones y el duro cuero le pellizcó los dedos. Bella estaba deseando quitárselas y meter sus pobres pies en agua.
—El paraíso de cualquier rata —declaró Rosalie con la misma expresión de asco mientras miraba a su alrededor. Las náuseas de Bella se redoblaron al oír el comentario de su prima. Se las había arreglado para no pensar en las bigotudas criaturas hasta que Bella las había mencionado.
Sus ojos bordearon la zona, segura ya que cada botella ocultaba un roedor de ojos como cuentas que solo estaba esperando para saltar sobre el siguiente transeúnte incauto.
—Estoy deseando llegar a casa —dijo Rosalie expresando con palabras lo que pensaba Bella—. Entre el humo y la cerveza de ahí dentro y el hedor de aquí fuera, voy a necesitar horas de baños antes de volver a sentirme limpia otra vez.
Bella estuvo a punto de gemir en voz alta. Su cansado cuerpo le dolía de ganas de hundirse en un baño de agua caliente y vaporosa, con el aroma del aceite de rosas perfumando el aire mientras ella cerraba los ojos, respiraba profundamente y se fundía en un olvido dichoso. Tan extasiada estaba por la imagen que Rosalie tuvo que sacudirla un poco para devolverla al presente.
Comenzaron a bajar por el callejón pero apenas habían avanzado seis metros cuando un ruido a sus espaldas hizo que a Bella se le pusiera de punta el vello de la nuca. —Vaya, vaya... mira lo que tenemos aquí. Pero si es la verdulera de esa zorrita que me rompió la nariz. Bella se detuvo e intercambió una rápida mirada con Rosalie antes de volverse poco a poco para enfrentarse al hombre. Pero no solo era Mike el que estaba detrás de ella, con la nariz hinchada y ladeada en un ángulo antinatural, sino también los otros tres hombres que estaban dentro con él. El hombre al que Edward le había dado un puñetazo lucía una enorme marca amoratada en la mejilla derecha y en la mandíbula. —¿Qué quieren? —preguntó Bella con bastante más bravura de la que sentía en realidad. Sabía que mostrar miedo ante aquellos hombres sería darles exactamente lo que querían.
—Con que ahora nos ponemos chulas, ¿eh? ¿Demasiado buenas para los chicos y yo? —Hizo un gesto brusco con el pulgar y lo sacudió por encima del hombro para señalar a los hombres que les sonreían con lascivia a Rosalie y a ella; uno de los babosos se lamió los labios al tiempo que su mirada lujuriosa barría el cuerpo entero de su prima—. Creo que no me hace mucha gracia. No, no me gusta nada.
—Déjennos en paz —le dijo Bella echándose hacia atrás al ver avanzar a Mike al tiempo que se aferraba a la mano de Rosalie.
Después miró un momento por encima del hombro y calculó la distancia que faltaba para llegar a la calle. No estaba lejos, podían conseguirlo. Estaban en condiciones mucho mejores que Mike y su cohorte de borrachos.
Pero, ¿y luego qué? ¿Estaría Travers esperando en la esquina para ayudarlas?
—Ni se te ocurra —le advirtió Mike, que tras haber comprendido sus intenciones y haber aumentado la zancada, ya solo estaba a escasos metros de ellas—. Tú y yo tenemos que terminar un par de cositas, niña. Antes te me escapaste por culpa de esa señorona empingorotada. Pero no va a volver a pasar. En esta panda no te va a ayudar nadie, así que más te vale que me trates bien... muy, pero que muy bien.
Antes de que Bella tuviera un momento para reaccionar a la sonrisa que se deslizaba por aquella cara grasienta, Mike levantó la mano y la golpeó con fuerza, haciéndola caer de rodillas y rasgándole la tela de la falda. La joven sintió el sabor de la sangre en la lengua. —¡Bella! —exclamó Rosalie, alarmada, al tiempo que se dejaba caer a su lado e intentaba ayudarla a levantarse.
—Eso es lo que te pasa por meterte conmigo —gruñó Mike. Después chasqueó los dedos y el hombre de la mandíbula hinchada sujetó a Rosalie con un abrazo de oso, la apartó de un tirón y la levantó del suelo. Rosalie se retorció e intentó darle varias patadas. —¡Suéltame, canalla asqueroso! —Eres muy belicosa —dijo el hombre con un gruñido—. Eso me gusta. — Intentó lamer la mejilla de Rosalie pero su prima apartó la cabeza de un tirón. El hombre se echó a reír—. Vamos a conocernos un poco mejor, cielito. Rosalie soltó un chillido que reverberó por las paredes enmohecidas de ladrillo y que desde luego tuvo que oírse en varias manzanas a la redonda. —¡Ciérrale la boca! —ladró Mike.
El hombre tapó la boca de Rosalie con la mano y le gruñó algo al oído que Bella no pudo oír pero que hizo que su prima abriera mucho los ojos de miedo.
—Y ahora sácala de aquí —ordenó Mike mandando al bruto que sujetaba a
Rosalie corriendo callejón abajo. Bella se levantó de un salto para ir tras su prima pero Mike la sujetó de malos modos por la cintura. —¿Dónde te crees que vas, eh? Tú y yo tenemos cosas que hacer. —¡No me toques! —Bella luchó por soltarse el brazo pero sus acciones solo sirvieron para hacer que las manos de Mike la castigaran todavía más. —No me pongas más furioso de lo que ya estoy. No soy muy agradable cuando me enfado. —Empezó a arrastrarla en la dirección contraria de la que su compañero se había llevado a Rosalie. Bella volvió la vista y vio a su prima todavía envuelta en los brazos musculosos del hombre, luchando como una loca... y después desapareciendo de su vista tras un montón de cajas de madera. El pánico se deslizó por las venas de Bella y corrió por su sangre como un fuego salvaje. «¡Grita!» insistía su mente. Y lo hizo, como si su vida dependiera de ello.

Edward bajaba por las escaleras de la taberna con Emmett, envuelto en un silencio malhumorado. La idea de Stratford sin dientes le iba pareciendo más atractiva con cada segundo que pasaba. Pero golpear a Emmett sólo sería una medida temporal, aunque divertida, desde luego. Si por alguna razón insondable la chica prefería a Stratford, ¿qué podía hacer él? «¿Matar a Stratford?» le sugirió una vocecita interior. Por reacio que fuera a admitirlo, el zoquete tenía sus virtudes, aunque en ese momento a él no se le ocurriera ninguna.De acuerdo, así que matar a Stratford no era una opción. Lo que significaba que Edward tendría que mostrarse más encantador y persuasivo que nunca la próxima vez que viera a la moza de servicio. Para evitarla, llevó a Emmett por la puerta de atrás en lugar de cruzar el bar. Regresaría al día siguiente por la noche, para ver cómo estaban las cosas. Estaba absorto en sus planes cuando un olor pútrido asaltó sus sentidos al salir al callejón y empezar a pisar cristales con las botas. Después, un chillido desgarrador resonó en el aire, clavándole una pica de miedo en las entrañas.
Su mirada se volvió hacia el sonido y vio a una mujer luchando como una salvaje con un hombre que la tenía atrapada contra una pared y había levantado la mano para golpearla. Edward se lanzó hacia ella a toda velocidad con Emmett a pocos pasos tras él. —¡Zorra! —siseó Jalee, la saliva le caía por la comisura de la barbilla mientras tapaba la boca de Bella con una mano—. Tú no aprendes la lección, ¿eh? Bueno, pues ya verás cómo aprendes lo que significa la obediencia antes de que se acabe la noche. Levantó el brazo y Bella se encogió al anticiparse al golpe. Pero un momento después algo giró a Mike de golpe y salió un puño de la nada que chocó con violencia contra la cara de Mike, mandándolo volando al suelo con la cabeza caída hacia un lado y la nariz manando sangre otra vez mientras yacía allí, inconsciente. —Malnacido —escupió una voz furiosa de hombre que hizo volver a Bella la mirada de repente, su corazón estuvo a punto de detenerse cuando vio la figura imponente y colérica del hombre que había sido su protector cuando era niña y que una vez más acudía en su rescate.
La furia hervía en los ojos de Edward cuando su mirada se posó sobre ella.
—¿Te encuentras bien?
Bella asintió pero se le cerró la garganta. Ansiaba despojarse de su disfraz y caer en sus brazos, como hacía cuando era más pequeña, para que él la calmara y le jurara que todo iría bien.
Aquel momento de debilidad pasó tan pronto como vino, por suerte. Se distrajo un momento cuando vio al hombre que estaba junto a Edward, lucía la misma expresión de asco mientras miraba desde su altura a Mike, un hombre casi tan alto y ancho de hombros como Edward, con el cabello igual de largo y poco convencional pero cuyos ojos, cuando los levantó para mirarla, eran del tono más resplandeciente de azul que Bella había visto jamás. Lord Stratford. El hombre por el que Rosalie y ella habían arriesgado el cuello para espiarlo. ¡Oh, Dios, Rosalie!
Bella dio media vuelta, necesitaba encontrar a su prima, salvarla antes de que aquella detestable babosa le hiciera daño. Una mano fuerte como un torno le envolvió la muñeca y la detuvo de golpe. —¿Dónde vas?
Bella tuvo el sentido común suficiente como para disfrazar la voz y no decir el nombre de Rosalie. —¡Mi amiga! Se lan llevao unos hombres. ¡Por favor, tien que ayudarla! —¿Dónde se la llevaron? —preguntó lord Stratford con las facciones endurecidas. —Por el callejón, ahí detrás. —Bella señaló el punto por el que había desaparecido Rosalie.
—Ya voy yo —le dijo el Conde a Edward—. Quédate aquí con ella. Está a punto de haber un baño de sangre. —Una sonrisa lúgubre le cruzó la cara y partió a toda velocidad. Parris se estremeció, sabía que el matón que se había llevado a Rosalie iba a lamentar mucho sus acciones cuando Emmett MacCarty terminara con él. Aquel hombre quizá fuera un mujeriego pero también era un púgil de primera clase.
Por desgracia, su partida la había dejado completamente a solas con Edward, que la miraba de un modo que hacía vacilar su corazón.

espero lo disfruten jejejejeje:P
*annel*

9 comentarios:

paty dijo...

Hola me encanto el capi sobre todo yo quiero a un Edward asi que me rescate cada vez que me meta en problemas ojala Emmett salve tambien a Rosalie ya quiero saber como le va a hacer Bella para que Edward no la descubra en espera del siguiente capi
saludos y abrazos desde México

Unknown dijo...

hoooooooooo!!! Esto se pone cada vez mas cardiaco!!! jajaja

No puedo creer que Edward no reconozca a Bella!!!

Bien por nuestro Edward que aparece en el momento indicado!!!

Gracias por actualizar

Aridna dijo...

ohhhhh esta emocioannte ya quiero el prox cap bueno nos vemos actualiza pronto :)

Vianey dijo...

Por dios!! en lo que se han metido, ojala que a Rose no le pase nada; sin duda a cada capitulo la historia se pone mas interesante.

lorenita dijo...

wow! que lindo edward y muy valiente! que bueno que llego a tiempo sino no se que le hubiera pasado a bella....ya quiero leer el sig. cap!:)

Ligia Rodríguez dijo...

Muy buen capitulo, pero una pregunta, cuantos capitulos, son en total??

nydia dijo...

uuuuyyyy dios de la que se salvo Isabella menos mal llego a tiempo su salvador....Besos...

joli cullen dijo...

se entera x q se entera xd

karla dijo...

oooo creo k se viene lo bueno, dios kieero k la reconosca para ver como reacciona, k ara, si yo fuera el , la pondria en mis piernas y unas buenas nalgadas le daria jajaja

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina