martes, 12 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 8

Capítulo 8
Mi alma, como un navío en una negra
Tormenta, va impulsada, no sé yo con qué destino.
John Webster
La realidad golpeó a Edward como un dardo envenenado en el cuello, rápido y discordante. Bella. Dios bendito. La mujer que se ocultaba bajo la peluca, la máscara y el acento fingido que la había traicionado en cuanto las palabras habían caído de esos labios pintados —labios que habían estado a punto de llevarlo a la locura cuando había sucumbido a la tentación y había saboreado su dulzura— era Bella. Santísimo Jesucristo... ese beso.Jamás un hombre había estado tan confuso como lo estaba él en esos momentos.
Los pensamientos eran un torrente en su cabeza y, sin embargo, el breve contacto que había compartido con Bella en la taberna era el punto de fricción que destacaba en su mente. Tantos años de atormentarse, de preguntarse qué sentiría al tenerla en sus brazos, a qué sabrían sus labios, cómo sería su primer beso, y se lo había perdido todo. Salvo que ella le había devuelto el beso. Y ella sí que sabía quién era él. Darse cuenta de eso le produjo otra sacudida interna llena de violencia, pero casi igual de placentera. Durante mucho tiempo se había conformado con ser su protector y su amigo, contento solo con formar parte de su vida. Pero en el fondo de su ser yacía latente la necesidad de ser su protector, su amigo, y su amante, sentirla bajo él, arqueando el cuerpo para recibir el suyo, con sus suaves gemidos llevándolo al límite al deslizarse en su sedoso calor...
Por el amor de Dios, ¿pero qué le había hecho aquella chica? Con un solo beso había hecho añicos todas sus buenas intenciones, había devastado sus planes de cortejarla como un caballero y le había impedido cumplir lo prometido, renovar primero su vieja amistad. Un beso. Un único beso profundo, erótico, infernal.
Aunque él no le había dejado mucha elección, Bella podría haberle dado una bofetada, haber intentado empujarlo, haber gritado de indignación... y, sin embargo, no había hecho nada de eso.
Su asombro no tardó en convertirse en especulación cuando se le ocurrió otra cosa más. ¿Más que excitarla, acaso su comportamiento la había conmocionado y asustado? ¿Se había sentido atrapada en una situación de la que no sabía cómo zafarse? ¿Quizá temía demasiado que él la reconociese para hacer algo que no fuese someterse a la arremetida de sus exigencias? Cristo, ¿qué estaría pensando bella sobre su agresivo comportamiento, le preocuparía lo que iba a hacer a continuación? La joven lo miraba con cautela, lo que le indicaba que o bien quería echar a correr o estaba inquieta por si él la desenmascaraba, de forma literal o figurada. Una idea que hizo preguntarse a Edward algo que debería haberle preocupado desde un principio, si no se hubiera obsesionado con aquel beso, claro. ¿Qué estaba haciendo Bella allí, en aquella destartalada tabernucha, y con un disfraz que estaba desesperada por que él no descubriera?
¡Aquella pequeña tonta! Podría haberle hecho mucho daño, tanto dentro de la taberna como fuera. Si no hubiera llegado él... La imagen mental de lo que le podría haber pasado hizo que se le encogieran las tripas.
La furia se alzó en su interior como un ser vivo y su mirada cayó como un rayo sobre el atacante caído, apretó los puños por pura necesidad de convertir en pulpa la cara de aquel malnacido. Lo detuvo un ligero roce en el antebrazo.
—¿Ta usté bien ? —preguntó Bella con un matiz de preocupación en la voz.
Diablos, no. Edward quería exigir respuestas, sacárselas a rastras si hacía falta. Le dolió la mandíbula de tanto apretar los dientes para no decir nada hasta haber recuperado el control. ¿De dónde había sacado aquella desastrada forma de hablar? ¿Y por qué, incluso cuando pronunciaba palabras que destrozaban el idioma, todavía parecía cantar como un ángel?
—Estoy bien —dijo con voz áspera mientras clavaba los ojos en la mano delicada que se había apoyado en su brazo y todos sus músculos se tensaban al notar aquel simple roce. Al notar la dirección de su mirada, la joven dejó caer la mano de inmediato. —Gracias por la ayuda, oiga. —Las palabras eran casi un susurro y no se atrevía a mirarlo directamente a los ojos—. Tengo que irme a buscar a mi amiga. Así que tenga usté buenas noches.
Edward se puso delante cuando Bella intentó pasar a su lado. No se iba a escapar con tanta facilidad. Desde que había vuelto a casa, aquella chica había estado intentando manipularlo a cada paso. Bueno, pues eso se había acabado.
—No le pasará nada. Stratford cuidará de ella. —Edward se preguntó quién era la amiga misteriosa que la había acompañado. Y acto seguido tuvo una sorprendente revelación. Lady Escrúpulos.
Por eso estaba Bella en la taberna esa noche. Estaba siguiendo a Emmett. No podía haber otra razón porque desde luego no lo estaba siguiendo a él, por mucho que a él le hubiera gustado creer lo contrario.
Recordó lo mucho que se había sorprendido cuando él había aparecido de repente ante la mesa de Mike y el modo en que había huido de él.
No esperaba su presencia allí. De hecho, Edward sospechaba que esa misma presencia había supuesto un problema en sus planes y que por eso se había escabullido por el callejón. ¡Maldita fuera aquella mocosa obstinada!
Desde que Edward la conocía, Bella siempre había estado metida en un lío u otro. Un rasgo que, combinado con el hecho de que siempre había luchado por aquellos que no podían luchar por sí mismos, convertía a lady Escrúpulos en un papel irresistible para ella. ¿Cómo era posible que no hubiera encajado antes todas las piezas? Ninguna mujer que él conociese era tan audaz ni se quedaba tan impávida ante los posibles daños como Bella. Bueno, pues allí se terminaba el juego. Ya se había divertido bastante atormentando a la población masculina y había llegado el momento de retirar a lady Escrúpulos. Edward sólo tendría que encontrar un modo de ocupar las veladas de la joven para que no se sintiera inclinada a ir en busca de problemas. Dado que era obvio que a la chica se le daba bien salir de su casa sin que nadie la viera, la idea de protegerla por su propio bien era una perspectiva desalentadora. Pero él había estado en el ejército. Las perspectivas desalentadoras eran su especialidad. Edward estaba tan concentrado en ella que Bella contuvo el aliento anticipándose algo, no sabía muy bien qué. Si la hubiera descubierto, sin duda ya la estaría reprendiendo por su temerario comportamiento. Con todo, no conseguía calmar sus agitados nervios.
Allí estaba, delante de ella, y estaban solos... y antes la había besado. ¿Estaba pensando en aquel beso? ¿Quizá quería volver a besarla? ¿Y lo alentaría ella? ¿Estaría bien que lo hiciera? Cada momento que ella le ocultaba la verdad sobre su identidad no hacía más que aumentar el abismo que se abría entre ellos. Bella no quería poner otra mentira más en su camino, se encontraría de vuelta donde había empezado y el único modo que tendría de estar con él sería si se envolvía en una capa de fingimiento. La mirada de Edward era fiera y sin embargo, extrañamente tierna al mirarla, al caer sus ojos de repente hacía su boca. Bella se tocó el corte que tenía allí con la punta de la lengua, sabía que solo una cosa podría aliviar el dolor: los labios de Edward sobre los de ella.
El roce de un dedo cálido y un poco calloso en su barbilla hizo que Bella se estremeciera. —Shhh —murmuró el Duque, su voz era un gruñido ronco cuando le levantó la cabeza—. No voy a hacerte daño. Solo quiero ver si estás muy malherida. Bella se estremeció al sentir su caricia. Quería preguntarle por qué no la veía, por qué no la reconocía y por qué había estado dispuesto a besar a la tabernera pero no a ella. Por qué había apretado a la tabernera contra sí, pero no quería tocar a Bella más que como un hermano. Su cuerpo vibró con solo pensar que así, disfrazada, podía hacer lo que quisiera con él, como había hecho una noche en cierto jardín. Podía recorrer con sus manos aquellos hombros anchos, desabrocharle la camisa y sentir los contornos de su pecho, posar los labios sobre el pulso que latía, fuerte y firme, en la base de su cuello.
—Hay que mirar ese labio —murmuró Edward—. Puede que necesite un punto o dos. Sacó del bolsillo de la chaqueta un pañuelo de un color blanco prístino con las iníciales E.C. bordadas con hilo de oro en una esquina y después le limpió con mucho cuidado el pequeño corte que tenía la joven en el labio. Bella jamás habría creído que un hombre tan grande podía ser tan infinitamente delicado. La dulzura de su gesto estuvo a punto de acabar con ella, estuvo a punto de confesar todos sus pecados, que parecían multiplicarse con cada segundo que pasaba. Pero que el cielo la ayudara, no quería que se detuviera aquella sensación.
De algún modo habían conseguido acercarse todavía más el uno al otro, los muslos de Edward le rozaban la falda y ella se quedaba sin aliento al ver el modo en que el Duque clavaba los ojos en sus labios.
Un momento después, Edward la soltó y dio un paso atrás, murmurando una maldición. Después la cogió de la mano y la sacó del callejón. Había un coche de alquiler bajo la luz parpadeante de una farola de gas. El cochero parecía haberse quedado dormido. Bella pensó que Edward pretendía meterla en aquel vehículo pero, en su lugar, el Duque la guió hacia un carruaje negro que se materializó de repente, como si la noche lo hubiera conjurado por arte de magia. —Buenas noches, excelencia —dijo el cochero ataviado con librea desde el pescante al tiempo que saludaba a Bella inclinando el sombrero—. ¿Y dónde podría llevarlos a usted y a la encantadora dama, señor? —A casa, Benson —fue la viva respuesta de Edward mientras levantaba la mano para evitar que su cochero se bajara para abrirle la puerta. Si el hombre pensaba que había algo extraño en el hecho de que su jefe se llevara a una moza de taberna a su casa, su expresión no lo traicionó. Bella tuvo entonces un ataque de pánico y se detuvo en seco cuando Edward le puso la mano en el codo para ayudarla a subir al carruaje.
—Que muchas gracias por todo, señoría, pero que ya estoy bien.
—Tonterías, muchachita. No se me ocurriría dejarte aquí sola.
—Pero... —Lo considero mi obligación. —Aunque el tono era de auténtica cortesía, la determinación acerada de sus ojos le dijo a Bella que pretendía salirse con la suya. Siempre había sido la única persona que había conseguido que ella hiciera lo que él quería. Bella hizo un último intento.
—Mi amiga...
—Está en buenas manos. No temas nada.
El giro brusco e irónico de los labios masculinos le recordó a Bella con un toque discordante quién había ido en busca de Rosalie. ¡El Conde! Aquel hombre estaba perdido. Si había algo que lady Rosalie Hale no toleraba bajo ningún concepto era a un mujeriego, el rasgo que personificaba el mismísimo Emmett McCarty. Su prima quizá estuviera en buenas manos pero lord Stratford no se imaginaba el pedazo de mujer que se iba a encontrar en Rosalie. Edward debió de pensar que su titubeo surgía de la preocupación porque le habló con dulzura.
—Te prometo que a tu amiga no le ocurrirá nada.
Bella se vio obligada a mirarlo a los ojos una vez más y lo que vio allí le dijo lo importante que era para él que confiara en él.
—De acuerdo —murmuró—. Si lo promete.
La sonrisa sesgada que le dedicó el Duque fue irresistible.
—Te lo prometo. Ahora sube.
Bella se volvió hacia el carruaje diciéndose que si había llegado hasta allí, bien podría superar la próxima prueba. Dejaría que Edward le curara el corte si con eso el Duque se sentía mejor, después tomaría su propio camino. Si era lo bastante valiente como para enfrentarse a los parroquianos del Tormento y la Ruina, por supuesto que era capaz de manejar a un duque errado y bien intencionado, aunque demasiado molesto. Entones percibió un movimiento por el rabillo del ojo y el corazón le dio un vuelco cuando vio a su cochero, Travers, que corría hacia ella. ¡Se había olvidado de él por completo! Bueno, solo quedaba una cosa que pudiera salvarla. Se giró en redondo, abrió los brazos y se lanzó contra el pecho de Edward haciendo que el Duque se tambaleara un par de pasos. Le rodeó el cuello con los brazos y empezó a darle las gracias efusivamente por toda la amabilidad que mostraba hacia ella sin dejar de intentar alejar a Travers con gestos de las manos. —Tu gratitud es admirable, mi niña —murmuró Edward junto a su oído, su cabello sedoso le hacía cosquillas en la mejilla y su voz ronca y su aliento cálido hacían temblar su cuerpo. Estaban tan apretados como podían estarlo dos personas, con los pechos de ella aplastados contra el torso masculino y la región inferior de él acunada en íntimo contacto por el vientre de la joven. Y cuando Edward se apartó, solo lo suficiente para bajar la cabeza y mirarla a los ojos, Bella supo que allí mismo, en la calle, bajo la farola de gas, justo delante de su cochero y cualquiera que anduviera por allí... iba a besarla.
Y ella iba a dejar que la besara. El contacto fue breve, apenas un roce ligero de sus labios que pasaron sobre los de ella, tan suave como las alas de una mariposa, pero no menos poderoso que el beso anterior. Y la reacción de la joven fue igual de intensa, algo atizó un calor entre sus muslos y lo envió a extenderse y calentar cada lugar de su cuerpo que rozaba el de él. —¿Por qué ha sido eso? —La voz de la joven no era más que un susurro sin aliento. Edward le cubrió la mejilla con la palma de la mano y le pasó la punta del pulgar por el labio inferior.
—Solo intentaba conseguir que dejaras de hablar. —La voz del Duque no parecía demasiado firme.
—Oh. —Una oleada de desilusión inundó a Bella. Había pensado...
—Será mejor que nos vayamos.
Con la mano de Edward en su codo, Bella trepó al interior del carruaje esmaltado con
el emblema ducal, después se acomodó entre los cojines de terciopelo azul oscuro, sorprendida por los suntuosos detalles del vehículo.
Edward siempre había desdeñado el boato y las riquezas, que era una de las razones por las que los dos siempre se habían llevado tan bien de niños. A él no le importaba que ella fuera pobre y le importaba todavía menos ser rico. A los ojos de Edward, ambos eran iguales. El carruaje se inclinó un poco cuando entró el Duque y se sentó justo enfrente de ella, atrapándole las piernas entre las suyas tan largas y rozándole el exterior de los muslos, lo que hacía que el espacioso compartimento pareciera tan pequeño como un dedal. —¿Cómoda? —le preguntó él; su voz era una cadencia seductora en la oscuridad. Bella asintió, no se fiaba de su propia voz. Le costaba pensar en Edward como uno de los nobles de más alto rango del reino, con un título solo superado por el de príncipe. Aunque, de niña, ella ya lo había colocado en una posición incluso más elevada: el príncipe Edward, que había llegado para salvarla de un padre poco cariñoso y una hermana odiosa. En algunos sentidos todavía le parecía aquel antiguo Edward, sencillo y despreocupado, que seguía tomándole el pelo. Pero en otros sentidos el nuevo duque había cambiado, había madurado, había desarrollado un matiz acerado que no estaba allí antes, una faceta que lo hacía parecer en ocasiones peligroso y mucho más excitante. Mucho más deseable. Y allí estaba ella, la misma Bella de siempre, provinciana, falta de gracia, y siempre encontrándose a dos pasos del desastre.
Qué irónico que Edward hubiera tenido que acudir en su auxilio una vez más, aunque no supiera a quién había salvado. Se preguntó entonces a qué otras mujeres habría socorrido a lo largo de los años y cómo le habrían mostrado todas ellas su gratitud. Pensar en Edward con otras mujeres, besándolas, acariciándolas, amándolas con su cuerpo, era casi demasiado doloroso, casi insoportable. Pero no tan destructivo como la imagen de Victoria y él juntos.
¿Por qué la había herido así? De todas las mujeres a las que podría haber amado, ¿por qué había tenido que ser su hermana? ¿Y por qué, en el lugar más secreto de su corazón, quería ella perdonarle lo que había hecho cuando no se merecía su perdón? La había abandonado, la había destruido con su silencio y, sin embargo, Bella no podía odiarlo como debería. Cuando lo había visto en la gala de los Vulturi, había querido correr hacia él, abrazarlo con fuerza y decirle cuánto lo había echado de menos, que nunca lo había tenido lejos de sus pensamientos, que había rezado todos los días para que volviera sano y salvo... y después había querido recriminárselo todo, golpearlo, jurar que nunca más le daría la oportunidad de volver a hacerle daño. Y siempre deseando en vano poder regresar a aquellos días en los que la vida era más sencilla y lo que sentía por él no era tan complicado. —¿Qué es tan fascinante?
Su voz profunda la arrancó de sus desazonados pensamientos. Edward la miraba desde las sombras., sus ojos del color de la miel atravesaban la oscuridad y la contemplaban como si pudiera verle el alma. Bella parpadeó y el mundo de ensueño desapareció. —¿Qué? —Te preguntaba qué era tan fascinante. Me estabas mirando fijamente, como sí me hubieran salido cuernos.
El calor invadió las mejillas de Bella. ¿Qué debía de estar pensando aquel hombre? ¿Quizá que se estaba planteando cuánto pesaba su bolsa con la intención de robarle hasta el último penique? ¿O era más bien lo contrario y estaba pensando que estaba tan enamorada de él que no podía dejar de mirarlo?
La joven desvió la mirada y se preguntó por qué no había encendido las lámparas que iluminarían el interior. Aquella oscuridad era demasiado... íntima. —Mis disculpas, señoría —dijo con la esperanza de parecer displicente en lugar de culpable—. Es solo que toy cansa. Llevo todo el día de pie. Estoy que me caigo.
—Sí, me imagino que tener que acarrear esas jarras de cerveza durante horas enteras y esquivar a todos esos hombres con las manos tan largas debe de ser un trabajo muy duro. —Oh, lo es, señor. Muy duro, como usté dice. Que es por lo que me tengo que ir a casa en cuanto me haya mirado el labio. Directamente —enfatizó Bella. —Entiendo. —Había una nota extraña en su voz. ¿Se estaba riendo de ella?— ¿Y dónde está tu casa, si me permites preguntar? —¿M-mi casa? —¡Oh, maldito fuera por ser tan curioso, el muy bestia! ¿Por qué tenía que importarle dónde vivía una simple moza de taberna?
—No te preocupes. No pienso aparecer delante de tu puerta y dar lugar a todo tipo de desenfrenadas especulaciones si eso es lo que te preocupa.
Como si un hombre de su posición fuera a visitar la casa de una sirvienta.
Pero... ¿era posible que quisiera volver a verla? ¿Acaso deseaba llevar las cosas más allá de un simple beso? ¿Y si era así? Hizo pedazos todas sus especulaciones cuando volvió a hablar.
—Solo quería decirle a mi cochero dónde podía dejarte después de que mi ama de llaves te hubiera mirado el labio.
Justo cuando Bella pensaba que empezaba a entenderlo, él se escabullía en otra
dirección. —Oh, bueno, yo... vivo en Southwark. —Y ella desaparecería mucho antes, se deslizaría por una puerta trasera, o incluso por una ventana si era necesario, antes de ir a cualquier parte con su cochero. —¿Southwark, eh? Una zona peligrosa.
Fue el único lugar que se le ocurrió a Bella que fuera lo bastante pobre, que era donde sospechaba que viviría una moza de taberna. Pero la posibilidad de encontrarse otra vez en el carruaje de Edward y depositada en el East End de
Londres la hizo estremecerse. —¿Tienes frío? —le preguntó el Duque. —¿Frío? —No. De hecho, tenía hasta calor. Tenía la sensación de que el aire estaba muy cargado y una fina capa de sudor hacía que la blusa se le pegara a la piel.
—Estás temblando. —Estoy bien.
No obstante, Edward se quitó la chaqueta a la vez que se encogía de hombros que reveló toda la anchura de su pecho y lo musculosos que eran sus brazos, ambos resaltados a la perfección por la camisa de lino hecha a medida.
Después se inclinó hacia ella y llenó el poco espacio que quedaba entre ellos para rodearle los hombros con su chaqueta; su calor la envolvió como si la hubiera ceñido con sus brazos, con un toque de colonia de ron de laurel impregnando el aire. La joven esperaba que él volviera a acomodarse en su asiento aunque no sabía por qué pensaba que podía predecir los movimientos de Edward cuando este le había demostrado de sobra que no era así. En su lugar, el Duque se quedó donde estaba, contemplándola con unos ojos que parecían casi negros.
Bella se apretó contra los cojines cuando Edward alzó la mano y un suave jadeo se escapó de sus labios cuando él le pasó los nudillos por la mejilla con una caricia suave como una pluma. —Un cardenal —murmuró el Duque recordándole a Bella el golpe que le había dado Mike—. ¿Te duele? —No —dijo ella con la voz entrecortada y el corazón palpitándole contra las costillas.
Edward estudió su mandíbula como si allí hubiera algo que lo fascinaba.
—¿Creo que no he oído tu nombre?
¿Su nombre? Aturdida, Bella dijo el primero que se le ocurrió. —Meg.
Como no huyese pronto de él, el peso de tanta invención iba a terminar por asfixiarla. —Meg. —La palabra rodó por la lengua masculina de un modo que una ola de calor barrió la piel de Bella—. Yo tenía una prima que se llamaba Meg. Era una niña de lo más dulce con una carita como la de un ángel. Dios, la echo de menos —dijo Edward con un tono que mostraba que se había conmovido.
Siguió acariciándole la mejilla con los nudillos, con aire ausente, sin darse cuenta de que a Bella le dolía el corazón al recordar a la primita de la que él hablaba con tanto cariño. ¿Cómo podía haberse olvidado de la pequeña Meg?
—Le encantaba vivir —continuó él—. Pero la vida le asestó un golpe cruel al darle unos pulmones y un corazón muy débiles. —Una sonrisa agridulce acarició las comisuras de la boca masculina—. Me llamaba primo Eddi porque no sabía pronunciar Edward. «¡Más alto, primo Eddi!» chillaba cuando yo la lanzaba al aire. Siempre más alto. —Edward sacudió la cabeza—. El día que murió, acababa de terminarle una cometa. Bella sintió que las lágrimas le quemaban los ojos al revivir también con toda claridad ese día. Edward había quedado destrozado tras la muerte de Meg. Meg solo tenía cuatro años, demasiado joven para que semejante tragedia tocara su vida. Y el hecho de que la pequeña supiera que iba a morir les había dado a todos una lección de valentía. Edward la había llamado su ángel y eso fue lo que Meg le había prometido que sería cuando se encontrara con su mamá en el cielo. El ángel de Edward. El Duque estaba con ella cuando la pequeña exhaló su último aliento y cuando Meg se fue, Edward había salido disparado de la casa. Bella lo estaba esperando cuando él cruzó corriendo a toda velocidad el campo que separaba su casa del estanque del Arquero, donde ella siempre lo aguardaba. Aquel era su rincón. Y por primera y única vez en su vida, que Bella recordara, Edward había llorado, había caído de rodillas ante ella y la había abrazado con fuerza, permitiendo que fuera ella la que lo consolara a él cuando siempre había sido al revés. Y quería volver a consolarlo en aquel momento, desterrar todos aquellos tristes recuerdos y darle esperanzas renovadas. Acariciarlo e infundirle las pocas fuerzas que ella poseyera. Le posó la mano en la mandíbula, una fina capa de duro vello le raspó las yemas de los dedos cuando rozó los duros contornos de un rostro que había madurado y se había definido durante su larga ausencia. El se apoyó en la palma de esa mano mientras los dedos de Bella se deslizaban por su cabello y sus labios susurraban el nombre de Edward como una bendición, mientras gravitaba hacia él ansiando depositar un beso en su frente, rozar con sus labios los párpados cerrados, pasar como una pluma por su mejilla y saborear con la lengua el hoyuelo de su mejilla antes de poco a poco, con ternura, reclamar su boca. La realidad se inmiscuyó entre los dos cuando el carruaje tropezó con un surco y obligó a Edward a regresar al asiento contrario... y a Bella a caer en sus brazos. —Lo siento, excelencia —exclamó Benson desde el pescante, pero ninguno de los dos le estaba prestando atención. Bella intentó escabullirse, pero Edward le rodeó la cintura con un brazo y la subió a su regazo. A Bella se le disparó la temperatura cuando sintió la dureza que se apretaba contra su trasero. La certeza de que había despertado el deseo de Edward era embriagadora... y aterradora a la vez. Aquello no estaba bien. Era imposible. La vida estable que ella había conocido solo una semana antes se había vuelto del revés. Pero no sabía cómo devolver las cosas a su estado natural. —Llegaremos a casa en cualquier momento —les dijo el cochero.A casa. La casa de Edward. Bella intentó bajarse de su regazo pero él se mantuvo firme. —Quítate esto —le murmuró Edward mientras que con el dedo índice le acariciaba el ribete de encaje de la máscara, que Bella había olvidado que todavía llevaba. A la joven le picaron los dedos por la necesidad de arrancarse la frágil barrera y dejar que se supiera la verdad, quería enfrentarse a lo que ocurriera a continuación, fuera lo que fuera y sin importarle las recriminaciones que él pudiera acumular sobre ella. Pero mientras seguía allí sentada, a salvo entre sus brazos, Bella se preguntó cómo podría volver a ser su vida la misma, una vez que tuviera nuevos recuerdos de las caricias de Edward para sostenerla, imágenes que la mantendrían dando vueltas en la cama sin descanso durante toda la noche. ¿Qué daría Bella por poder aferrarse a él? La respuesta le pareció muy clara: lo que hiciera falta y durante todo el tiempo que el buen Dios se lo permitiera. Poco a poco le apartó la mano. —La máscara se queda. —Rezó para que el Duque no protestara aunque durante un intenso momento pareció que lo iba a hacer. Quizá, en el fondo, Bella esperaba que lo hiciera. Edward dejó caer la mano. —Tú eliges, mi dulce Meg. —Su voz era un sordo ronroneo que se extendió por toda la piel de Bella—. Resulta que disfruto con un poco de misterio. Así que quédate con la máscara si eso te complace. El alivio la hizo hundirse contra él. Creyó oírlo reír, pero la voz del cochero cubrió el sonido.
—Hemos llegado, señor.
Envuelta en una sensación de languidez, Bella estuvo a punto de no captar las palabras, y cuando lo hizo, intentó bajarse del regazo de Edward antes de que Benson los descubriera en semejante postura.
Edward la sostenía con fuerza, reticente ante la idea de soltarla. La mirada de
Bella se encontró con la del Duque. Ambos rostros estaban tan cerca... y las bocas más cerca todavía...
Con una maldición apenas susurrada, el Duque la volvió a colocar en el asiento de enfrente y le arregló el enredo de faldas antes de que su cochero abriera la puerta del carruaje y bajara los escalones para que ellos pudieran descender. Edward bajó primero y le tendió la mano para ayudarla. Las piernas de Bella no estaban del todo firmes cuando se levantó y posó la mano en la palma extendida, unos dedos cálidos envolvieron los suyos y les dieron un suave apretón como si quisieran alentar sus decaídos nervios. Una vez que se encontró en suelo firme, Bella levantó la mirada y contempló la elegante residencia que ocupaba una manzana entera de Grosvenor Square; sus ojos fueron subiendo por los amplios escalones de ladrillo que llevaban a la entrada con sus puertas dobles y sus paneles oscuros. Habían encendido las dos lámparas de gas de oro y cristal que flanqueaban el portal y un par de altas ventanas con parteluces adornaban tanto el nivel superior como el inferior; una luz suave se derramaba por una de las habitaciones a la acera empedrada, bañándolos a los dos en su brumosa iluminación. Estaba allí. Estaba allí de verdad. Sola con Edward, salvo por los sirvientes que empleaba. Sin haberle soltado la mano el Duque la guió por los escalones y, al llegar a la cima, se inclinó sobre ella. —Sé valiente, mi niña. Ya has llegado hasta aquí —le murmuró al oído. Y cuando se abrió la puerta de la calle, Bella solo se pudo preguntar por qué tenía la sensación de que aquellas palabras albergaban un doble significado.

10 comentarios:

Vianey dijo...

Por dios!! No pense que edward fuera a descubrir que era Bella, sin duda esto se pone aun mas interesante; pero no seas malita regalanos otro si?? pq se quedo en lo mejor...

Anónimo dijo...

OMG... que pasara???

lorenita dijo...

wow! por fin edward descubrío la identidad de bella...esta emocionante!! Y Edward es taan tierno!!:)

Anónimo dijo...

waaaaoo!!!!q astuto la descubrio..ahora tiene el control de todo...xfis actualiza pronto...esta super interesante!!!

paty dijo...

Hola omg ahora que va a pasar espero que Bella se deje llevar por que no creo que Edward la va a dejar que se vaya asi como asi en espera del siguiente capi
saludos y abrazos desde Mexico

Ligia Rodríguez dijo...

Ohh que pena que quedara justo ahi, me alegro que Ed sepa que es a su Bella que le hara el amor, de verdad estuvo buenisimo el cap! Besos!!!

nydia dijo...

dios la descubrio muy pronto y lo peor que ella no lo sabe jajajaja esto esta cada vez mejor...Besos...

joli cullen dijo...

mujer en lo mejor nos dejas xd

Unknown dijo...

hooooooo porque yo no encontre el link de tu blog

estoy triste....

bueno este capi me gusto porque Edward descubrio quien era... no se que mas decir...

saludos

karla dijo...

ohooo creo k estamos en problemas, y unos problemas muy calientes

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina