lunes, 15 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 4

Capítulo 4
Sadie ladraba enloquecida, mientras la voz de Alice se quebró en un alarido de alarma. Hasta Sassy, que a duras penas había conseguido salir de un oscuro armarito, siseó, con el pelo marrón anaranjado erizado como púas.

«Dios santo», pensó Bella, ¡le había disparado a un intruso! Por lo menos eso creía. No podía ver nada a través del denso humo gris que le nublaba la visión. ¡El arma de fuego tenía por lo menos veinte años y nunca hubiera esperado que estuviese cargada! 
Moviendo la mano para apartar el humo de su rostro, Bella jadeó al ver la figura boca abajo sobre el suelo. Voló escaleras abajo, el cabello húmedo adherido al albornoz, cayendo como un riachuelo negro por sobre sus hombros. Se arrodilló junto al hombre y por primera vez lo miró bien. La sorpresa la dejó boquiabierta cuando unos ojos color aguamarina se posaron sobre ella.

—Todavía no estoy muerto —gruñó él—, pero sospecho que tendrás éxito en acabar conmigo antes de que amanezca. —Cerró los ojos e hizo una mueca de dolor, sacando a Bella de su aturdimiento.

La mirada de la joven se topó con el tobillo de él y vio la fea herida que el roce de la bala le había causado.

—Necesitará unas puntadas.

Alice se arrodilló al otro costado del hombre, pensando con más claridad que Bella en ese momento, mientras arrancaba una tira de su combinación y la ataba en el tobillo de él con la habilidad de una enfermera entrenada.

—Enviaré a Jaines a buscar al doctor —dijo Alice, empezando a ponerse de pie, pero el hombre alargó rápidamente la mano y la tomó de la muñeca.

—Nada de doctor. Sólo... cósame. —Se volvió hacia Bella—. Tú. —La palabra era una orden.

Antes de que Bella pudiera protestar, aparecieron Jaines y Olinda.

—Ay, Señor, ¿qué sucedió? —gimió Jaines.

—Atrapamos a un merodeador dando vueltas por la casa —respondió Alice.

—No es ningún merodeador, señorita. Es el señor Cullen.

Bella parpadeó y lentamente llevó la mirada al bulto que yacía junto a ella en el suelo.

— ¿Edward Cullen? —preguntó, rogando que no fuera así. No su tutor. No aquí. No ahora. ¡No así!

—En persona —respondió su víctima—. O al menos lo que queda de mi persona.

Bella cerró los ojos, deseando poder desaparecer. De entre todos los hombres del mundo, ¿por qué tenía que ser este hombre el que su hermano había designado como su tutor? Ella había besado a este hombre, y lo había disfrutado.

En ese momento un gemido que venía desde el suelo la hizo reaccionar. Preocupada, se inclinó sobre él.

— ¿Qué le sucede?

Él abrió un ojo.

— ¿Quieres decir aparte del hecho de que me han disparado? —Enroscó en un dedo una larga hebra de cabello de la joven y tironeándola la hizo bajar la cabeza hasta poder susurrarle al oído—. Otro beso sería de gran ayuda para calmar el dolor.

Bella casi perdió una madeja de pelo por el modo abrupto en que se incorporó, sobresaltada por el estremecimiento en su interior al sentir el cálido aliento sobre su mejilla. Lo miró enojada y él sonrió. Luego su sonrisa se fue desvaneciendo y empezó a temblar.

Dios, ¿qué pasaba con ella? El hombre estaba herido. Se volvió hacia Jaines.

— ¿Aún tenemos el láudano que usamos cuando Bevil se rompió el brazo?

—Creo que sí —dijo él, y salió en busca de la medicina a toda prisa.

—Deberíamos llevarlo a alguna de las camas arriba —sugirió Olinda.

Bella asintió, observando su contextura grande y musculosa.

—Tú cógele el brazo derecho —le dijo a Alice—. Yo me ocuparé del izquierdo.

Con gran esfuerzo lo pusieron de pie. Bella tenía una leve sospecha de que él estaba dificultando deliberadamente la tarea y también disfrutando mucho de recargar sobre ella la mayor parte de su peso.

La mano grande y morena que descansaba sobre el hombro de la joven le rozó el pecho. Para acabar de mortificarla, el pezón se irguió ante el contacto. Buscó rápidamente la mirada de él, lista para tirarle de las orejas, pero sus ojos estaban completamente cerrados y apretaba la mandíbula.

La primera habitación a la que llegaron era la de ella. Bella dudó, sintiéndose extrañamente nerviosa ante la idea de acostarlo en su cama. Pero los otros tres cuartos de huéspedes estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo y en ninguno de ellos había sábanas. Ella tendría que dormir en el escritorio. Por la mañana haría que lo trasladasen a algún otro lugar.

Se las arreglaron para llevarlo a la cama. Tan pronto como Alice se fue, el hombre se reclinó pesadamente sobre las almohadas, arrastrando a Bella con él, y encima de la parte superior de su cuerpo, sin nada que se interpusiera entre ella y el cuerpo masculino macizo y duro que tenía debajo.

—Así está mejor.

Aunque parecía enfermo, sonreía maliciosamente, y esta vez ella estaba segura de que él había actuado deliberadamente.

—Va a soltarme usted —siseó ella, en voz lo suficientemente alta como para que él la oyera—, o se encontrará con que tiene los pantalones cosidos a la herida.

Él rió suavemente entre dientes ante la amenaza, aunque sin soltarla inmediatamente, y luego abrió los brazos. Ella se alejó rápidamente, sintiendo cómo se había elevado la temperatura en la zona de su cuerpo que acababa de estar en estrecho contacto con él.

Entonces entró Jaines, con un vaso en una mano y la botella de láudano en la otra. Cuando se disponía a verter en el vaso la potente medicina, el paciente le arrebató la botella y bebió un generoso trago.

Bella le sujetó la muñeca.

—No vaya a beber demasiado.

— ¿Preocupada por mí? —Alzó burlonamente una ceja y luego apuró otra dosis, seguramente excesiva, hasta para un hombre de su tamaño.

Ella le hizo bajar la mano.

—Si usted muere, me culparán a mí.

—Y el asesinato es un crimen que se castiga con la horca —dijo él, complaciéndose en repetir las palabras que había usado antes para burlarse de ella.

Bella hizo un esfuerzo por no contestar y miró hacia atrás.

—Voy a necesitar algunos suministros médicos para curarlo.

—Aquí los tengo —dijo Olinda, alcanzándole la desteñida cartera negra que contenía una aguja, hilo, pomada balsámica, vendas y una selección de hierbas curativas que su abuela le había enseñado a usar.

Bella notó que su paciente estaba desabotonándose los pantalones.

— ¿Qué está haciendo? —preguntó con voz indignada, la voz de una mujer que nunca antes ha visto un hombre desnudo.

Cuando él la miró, un brillo travieso bailoteaba en sus ojos, aunque la joven podía ver que la droga estaba empezando a apagarlos.

—Al parecer estoy desvistiéndome. Necesitas llegar hasta mi herida, ¿no?

—Puedo cortar la mitad inferior de sus pantalones —le dijo ella en tono serio y desaprobador, rogando que no empezara a desabrochar el próximo botón.

— ¿Estás segura? —preguntó él con un tono provocador.

—Totalmente.

Olinda se adelantó desde detrás de la joven.

—Yo debería hacer esto, muchacha. Tú no estás casada. —A lo cual agregó, dirigiéndose al herido—: Nunca antes ha tocado siquiera a un hombre, ni los ha dejado tocarla, es una buena chica, nuestra muchacha.

Bella se sentía completamente mortificada, sensación que se agudizó cuando el pillo la miró arqueando una de sus oscuras cejas, recordándole descaradamente que no sólo había tocado a un hombre, sino que además había gemido mientras él la besaba. ¡El muy canalla!

Le lanzó una mirada llena de enojo, pero el canalla simplemente rió. Luego sus párpados empezaron a cerrarse a medida que la droga hacía efecto, lo cual a ella le vino de maravilla. Lo último que necesitaba era que él le hiciera esto más difícil de lo que iba a ser.

—No os aprovechéis de mí mientras esté imposibilitado de defender mi honor, señoras.

Luego su cabeza cayó hacia el costado.

Alice se paró junto a su hombro.

—Dormirá por un buen rato, considerando la cantidad de láudano que bebió.

Bella bajó los ojos para fijarlos en ese cuerpo grande tendido largo a largo en su cama y se le presentó una imagen de él envuelto en un lazo navideño (un lazo colocado en un lugar estratégico, por supuesto). Cualquier otro hombre se vería ridículo tendido sobre un cubrecama blanco plisado, pero a él eso sólo lo hacía verse más grande e impresionante.

Suspiró y echó una breve ojeada a Alice, notando la mirada inquisitiva que ésta le dirigió. Evitándola, se volvió hacia Jaines y Olinda, quienes estaban parados a los pies de la cama, con los dedos suavemente entrelazados, aún enamorados tras casi cincuenta años de matrimonio.

— ¿Por qué no os vais a dormir ambos? Alice y yo ya podemos manejar este asunto.

Jaines apenas podía sostenerle la mirada.

—Lo lamento, señorita. Todo esto es sólo culpa mía. Pensé que usted y Lady Alice se habían ido a dormir. Oí el ruido de un caballo viniendo por el camino de entrada a la casa y me preocupé porque pensé que podía ser Lord Westcott que venía a llevarse a Lady Alice. Me temo que salí a la puerta principal a recibir al señor Cullen con el viejo trabuco que colgaba de la pared del estudio de su abuelo. Claro que me sentí muy mal al darme cuenta de quién se trataba. No estaba enterado de que él iba a venir, sabe.

—Ninguno de nosotros lo sabía, Jaines. —Y Bella sospechaba que ésa había sido la intención del hombre, sorprenderlos con la guardia baja. Simplemente era así de tramposo.

—Le dije que todos ya se habían retirado a dormir y que no teníamos una habitación preparada para él, pero dijo que por esta noche se acostaría en el estudio. Me pareció bastante complacido al encontrar el armario de los licores bien provisto, y parecía ansioso por estar a solas. Me dijo que me fuera a descansar. No se le veía muy bien, ahora que lo pienso.

Probablemente debido al golpe que ella le había propinado. De nuevo afloró en ella ese remordimiento constante.

—No considero que nada de esto sea tu culpa, Jaines. El señor Cullen no debió haber aparecido en mitad de la noche. Ahora, ¿por qué no os vais a dormir un poco? Ha sido una larga noche.

Y no parecía que fuera a terminar pronto.

— ¿Estás segura querida?—preguntó Olinda y agregó—: Es un hombre grandote (como si fuera posible que Bella no lo hubiera notado). Tiene un aspecto bastante peligroso... y es guapo, además. Las muchachas lo pasarán bien con éste.

Seguramente, las muchachas lo pasarían bien. En un paraje tan remoto de Cornualles, sería como un ángel enviado desde el cielo. Y era obvio que él no sentía compunción alguna acerca de a quién o en qué circunstancias otorgaba sus favores.

—Vamos a estar bien —le aseguró Bella, intentando convencerse de eso.

Finalmente Olinda se encogió de hombros.

—Ven, esposo mío. Tenemos algo pendiente. Si mal no recuerdo, estabas tratando de hacer que me desvaneciera de emoción por tus declaraciones de amor.

— ¡Olinda! —la regañó Jaines con tono avergonzado, al tiempo que cruzaban la puerta y sus voces suaves de ancianos se apagaban en la distancia.

—Realmente hacen una pareja adorable —comentó Alice.

—Sí —dijo Bella.

Si tan sólo todos pudieran encontrar la clase de amor que compartían Jaines y Olinda...

Suspirando, bajó la vista hacia su tutor. Edward Cullen. Lucifer sería un nombre mucho más adecuado, ya que seguramente era el diablo, en un envase increíblemente atractivo.

Abriendo la cartera sacó un par de tijeras de costura y procedió a cortarle los pantalones por debajo de la rodilla. Una fina sombra de vello oscuro salpicaba la musculosa pantorrilla. Antes de que la joven pudiera contenerse sus dedos dibujaron sobre la piel de él.

Cuidadosamente retiró el trozo de lino en el que Alice había envuelto la herida. Ésta no era tan grave como había temido, pero era desagradable de ver, un corte largo y profundo que formaba una media luna sobre el tobillo. Unas pocos centímetros más y podría haberle dado en el pie.

— ¿Quisieras contarme ahora toda la historia? —dijo Alice mientras le alcanzaba un trozo limpio de algodón y una botella de antiséptico para lavar la herida.

Sin levantar la vista, Bella respondió:

—Me encontré con él en la taberna. Me sorprendió cuando yo estaba registrando los bolsillos de uno de los hombres.

—Dios mío, ¿y qué hizo al verte?

—Nada. —Sólo desearía que hubiese hecho algo, pues entonces quizás tendría una mejor excusa para el modo en que había actuado—. Fue más lo que hice yo.

—Ay, no ¿Qué hiciste? —«Esta vez», fueron las palabras que faltó decir.

Bella miró directamente a su amiga.

— ¿Cómo podía saber yo que él era mi tutor? De repente estaba ahí de pie, sonriéndome. Yo no sabía qué hacer. Pensé que si él mandaba a llamar a las autoridades, te llevarían de nuevo con James y yo... bueno, no sé qué hubiese sucedido. Pero dudo que hubiera sido algo inspirador.

— ¿Qué hiciste? —insistió Alice.

—No fue mi intención «hacer» cosa alguna. Honestamente, simplemente pensé que si él veía el arma...

Alice gruñó.

—No es posible.

— ¡Sólo estaba tratando de hacer que saliera de mi camino! El arma no estaba cargada, o al menos yo pensaba que no lo estaba.

—No le disparaste también allí, ¿verdad?

La exasperación se abrió paso en el interior de Bella.

— ¡No quería dispararle esta vez! Fue un accidente.

— ¿Entonces, simplemente dejó que te marcharas?

—Bueno, sí...

—Algo me dice que hay un «pero».

Bella desvió la mirada, hurgando el bolso en busca de una aguja e hilo.

—Temía que él fuera a seguirme. Así que... lo golpeé en la cabeza con una piedra. Alice se hundió en la cama.

— ¡Ay, Dios mío! —dijo, en tono calamitoso.

—Lo mismo digo. —Bella enhebró la aguja y empezó a cerrar la herida, sintiendo bajo las yemas de sus dedos la piel resistente de él—. ¿Qué voy a hacer?

—Tal vez él despierte de un humor más inclinado al perdón. —Pero mientras se miraban, Bella sabía que aquello era muy poco probable. Estaba además el pequeño detalle de que ella había amenazado su virilidad con un atizador.

Y que lo había besado.

— ¿Por qué no podía haberse limitado a enviar otra institutriz? —se lamentó—. En el año que ha transcurrido desde la muerte de George, no se ha dignado a venir de visita, lo cual para mí fue conveniente. La culpa es suya, por elegir el peor de los peores momentos para aparecer.

—Pues yo no puedo culparlo del todo.

La mano de Bella se detuvo en mitad de una puntada.

— ¿Y por qué no?

—Ahuyentaste a todas las institutrices que él envió.

—Todas ellas me trataban como si fuera una niñita: «No levante el meñique al beber el té, Lady Isabella» —imitó perfectamente—. «La espalda derecha, Lady Isabella», «No arrastre los pies al caminar, Lady Isabella». —Lanzó un bufido—. Era ridículo. ¿A quién va a importarle si levanto o no el meñique mientras bebo el té?

—Podría importarte a ti, si alguna vez desearas ser presentada en la sociedad bien educada.

—Lo único que deseo es que me dejen en paz.

—Eso es algo que puedo comprender muy bien. —Transcurrió un momento de pensativo silencio antes de que Alice dijera—: ¿Y ahora qué vamos a hacer?

Bella lanzó un suspiro.

—No lo sé.

Por más que se empeñaba en que aquel hombre le desagradara, pues sólo había venido a trastornarle la vida, en el fondo el tenerlo allí le provocaba una extraña excitación.

Al dejarlo en la taberna, una extraña tristeza se había apoderado de ella ante la perspectiva de no volver a verlo jamás. Quizás hasta había albergado la absurda esperanza de que la siguiera. En el instante mismo en que lo vio tendido en el vestíbulo, había sentido una secreta emoción.

Sentía emociones desordenadas mientras ataba la última puntada y la asaltó la repentina urgencia de alejarse corriendo a toda prisa. Algo le decía que su vida ya no sería la misma a partir de este momento.

— ¿Crees que nos causará problemas? —preguntó Alice.

Bella bajó la vista hacia su tutor dormido y suspiró.

—Creo que no nos causará más que problemas.

Cuando Alice se retiró a dormir, Bella se sentó en una silla en un rincón de la habitación, con Sadie tumbada a sus pies, mirando subir y bajar el pecho de su tutor. El sueño había despojado a su rostro de toda picardía y tenía el aspecto de un ángel caído. Demasiado turbada para desvestirlo, sólo le había quitado la chaqueta. Lo que alguna vez había sido una prístina camisa blanca con el cuello almidonado estaba ahora sucia de polvo y pequeñas manchas de sangre. Sus pantalones estaban arruinados. No traía corbata, lo cual en la mayoría de los lugares hubiera sido considerado inapropiado. Pero no parecía el tipo de hombre a quien le importaba lo que era o no inapropiado. Era una persona muy inusual en muchos aspectos. Había sido militar. «Coronel condecorado», había alardeado George en sus cartas. Su hermano parecía creer que el sol salía y se ponía a los pies de este hombre. «Es la persona más valiente que he conocido», le había escrito repetidas veces George, que evidentemente idolatraba a su superior. «Creo que te gustaría».

Bella dudaba de que su hermano hubiera querido que sus palabras fueran tan proféticas. Sí que le gustaba su coronel, en el peor de los sentidos. Pero su comportamiento impulsivo la había puesto en un camino sin retorno. Lo había besado, a él, que era un hombre que para todo propósito práctico iba a hacerse cargo de la vida de ella. Eso sólo podía provocar una catástrofe. Pero con sólo mirar a Edward se le anudaba el estómago, y sus dedos ardían por tocarlo. Se puso de pie abruptamente, disgustada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Si continuaba mirándolo podía muy bien ceder a la imperiosa necesidad de tocarlo para asegurarse de que su corazón latía fuerte y regularmente bajo los dedos de ella.

Caminó lenta y sigilosamente hasta la ventana, donde se quedó contemplando la noche eterna. La luna resplandecía sobre los suaves bordes del océano, con fulgor diamantino, arrancando reflejos de prismas de las ventanas polvorientas del jardín de invierno.

Moor's End había sido una vez una magnífica finca que le daba trabajo a la mitad de los lugareños. Ahora la gran caballeriza estaba casi vacía, la vegetación de los jardines demasiado crecida, los ciruelos silvestres necesitaban ser podados...

Dentro de tres días iba a reunirse con Bodie en el Mariner's Nook para liar el cargamento que, esperaba, la acercaría a saldar la deuda de su abuela. La inesperada vigilancia de su tutor dificultaría mucho las cosas.

Un suave gemido trajo a Bella de vuelta a la realidad. Se volvió, esperando ver fija en ella la mirada acusadora de unos ojos de color verde azulado, pero Edward aún dormía, aunque inquieto. Mientras se acercaba, él comenzó a debatirse en los espasmos de una pesadilla que ella sospechaba había sido provocada por el exceso de láudano.

Ella se sentó pesadamente sobre la cama, junto a él, que musitaba palabras en un idioma irreconocible para ella, salvo por algunas frases inteligibles.

—No —farfullaba él, moviendo la cabeza de un lado a otro sobre la almohada—. ¡No lo hagas! ¡No! —De repente sus manos se cerraron con fiereza alrededor de los brazos de ella.

La joven retrocedió bruscamente, sobresaltada. Pero él no le hizo daño, simplemente siguió aferrado a ella, que sabía que él no era consciente de lo que estaba haciendo.

—Shh —murmuró, tratando de calmarlo—. Está bien. Todo está bien.

—Sanji —dijo él con voz gutural, el rostro contraído de dolor—. Lo siento. Lo siento.

Bella podía oír el encendido arrepentimiento en la voz de él y se preguntó quién sería Sanji. ¿Tal vez uno de sus soldados, a quien no había podido salvar, como había sucedido con el hermano de ella?

—Estás perdonado. Ahora descansa.

Al aflojar él la presión, ella liberó sus brazos de un tirón, pero no se alejó. En cambio, tomó entre sus manos la mejilla de él, y pudo sentir la tensión del músculo. Él pareció calmarse mientras ella lo acariciaba, deslizando sus dedos a través del sedoso cabello de él mientras le susurraba suavemente. Luego le empapó la frente con un paño frío, y la piel estaba tan caliente que temió una infección.

Cuando estaba enjuagando el paño se volvió para encontrar fija en ella una mirada de ojos nublados por la droga.

—Ahora duerme —le dijo ella en voz baja—. Te sentirás mejor en la mañana.

La mano de él le rodeó la parte superior del brazo, tironeándola hacia delante hasta que estuvieron cara a cara, los senos de ella ruborizados contra el pecho de él. Luego, tomándola de la parte de atrás de la cabeza, atrajo hacia sí la boca de la joven. Ella no se resistió, no podía. Deseaba saber si lo que había sentido la primera vez había sido real, aun si él no se daba cuenta de lo que estaba haciendo.

Cerrando los ojos, se dejó llevar. La boca masculina se amoldó a la de ella, fuerte y suave a un tiempo, y la lengua se deslizó dentro para saborearla, para persuadirla.

El beso fue todo lo que ella había esperado, y más. Pero terminó demasiado pronto, cuando los dedos de él se deslizaron soltando el cabello de la joven y sus ojos se cerraron lentamente. Al minuto siguiente, estaba nuevamente dormido.

Bella dudaba que al llegar la mañana él recordara algo de lo que había sucedido. Pero ella tardaría en olvidarlo.

viejo trabuco  A usada en el siglo XVII, que se cargaba por la boca del cañón y se disparaba mediante una chispa. Esta arma es la predecesora de la escopeta.
Mariner's Nook  Traducible como «El Escondrijo del Marinero». (N. de la T.)

ahhh espero les guste enserio con mucho cariño para ustedes y espero me regalen un comentario

10 comentarios:

Vianey dijo...

Menos mal que no paso a mayores y solo fue una leve herida; sin duda las cosas se pondran mas interesantes ahora que sabe q es su tutor por las cosas que han pasado entre ellos y lo que se viene no??

lorenita dijo...

uff! que bueno que no fue una herida mayor...pero wiiii se nota el amor!!! Qué beso!!!

brigitteluna dijo...

que recibimiento mas particular...pobrecillo pero ese beso uffff va a traer mas de un problema

joli cullen dijo...

xd muje rmueor xd mas me encanta

Ligia Rodríguez dijo...

me alegro de que todo haya salido bien, de verdad que me gusta mucho la historia!!

ELIANA dijo...

o.0 nuevos sentimientos para ambos... quien sera sanji?? que habra pasado....
blog abierto!!! wii XD

nany dijo...

me encanto tu cap

vsotobianchi dijo...

wow que beso, yo me derrito, con un tutor así :-)

Cristina dijo...

Me encanto el cap, gracias. Un beso

MARISSA dijo...

BUENO LO QUE ESTOS DOS VAN A SEGUIR PASANDO, BELLA LE VA A SACAR CANAS VERDES POR LO QUE SE VE ES TREMENDA,ASI ME GUSTA LA PERSONALIDAD DE BELLA ,ODIO QUE SEAN DEBILES HE INSEGURAS,COMO ME GUSTO TU PAG SE LAS VOY A RECOMENDAR A MIS AMIGAS,OJALA SIGAS ACTUALIZANDO,POR LO QUE VEO TAL V EZ NO LO HAS ECHO PUES TODAS LOS COMENTARIOS QUE EH VISTO DATAN DEL AÑO PASADO.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina