lunes, 3 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 2


Capítulo 2
Bella se irguió de repente en la cama, abrió los ojos súbitamente y un grito se le gestó en la garganta. Miró como loca por toda la habitación, segura de que una mano le había estado cubriendo la boca, y que ese aliento caliente y fétido le había soplado en el cuello. Sin embargo, estaba completamente sola.
Lo único que le había rozado era el sol de la mañana que se derramaba a través de las cortinas. Había tenido una pesadilla.
Finalmente, había amanecido, pero solo había dormido por intervalos mientras los pensamientos acerca de lo que casi le había sucedido la noche anterior le zumbaban en la mente.
Debía hacer algo acerca del apuro en que se encontraba. Y rápido.
No se había permitido creer lo lejos que llegaría su hermanastro, pero ahora sabía lo decidido que estaba James. No se rendiría hasta lograr su cometido con ella.
Contraer matrimonio. Y matarla.
Bella se levantó de la cama. Nunca se había sentido tan sola como en ese momento.
Atravesó la habitación y se detuvo junto a la ventana para observar la ya bulliciosa calle. Londres, con todos sus misterios y placeres, había resultado ser una grata sorpresa, y parecía que Cornwall existía en otro tiempo y lugar.
Una idea comenzó a nacer en la mente de Bella. De seguro, podría perderse en una ciudad de tal magnitud. ¡Vaya, debía de haber infinitos lugares en los que una muchacha podría esconderse! Podría funcionar. Debía funcionar.
Se negó a escuchar la vocecita que le recordaba que una dama de buena cuna no viajaba sola y decidió verlo como una aventura. Una historia de proezas que les contaría a sus pequeños hijos en las frías noches de invierno.
Se desplomó en el borde de la cama con un suspiro. No tendría niños propios para contarles esas historias. Era infecunda. Estéril.
Un virulento caso de escarlatina durante la niñez resultó en que no habría un niñito o niñita que pudiese llamar propio. Pero ese no era el momento de revolcarse en la auto-compasión; necesitaba pensar un plan.
James se encontraría con algo muy diferente si esperaba que ella fuese un cordero en camino al matadero; tenía intenciones de ganar esa lucha.
Bella se apresuró a ponerse el vestido de día y arrastró el baúl fuera del armario, arrojando dentro con prisa las prendas sin el cuidado que había procurado tener cuando las empacó. Arrugó el entrecejo al ver que la tapa no cerraba.
—¡Caray! —Se dejó caer sobre la tapa y rebotó, pero fue en vano. Echó una mirada iracunda al baúl, desconcertada.
—Pues bien —suspiró—, el vestido de fiesta de gasa deberá irse. No lo necesitaré, de todos modos.
Abrió la tapa de un tirón y arrojó el costoso vestido de noche por sobre el hombro, complacida por haber conseguido más espacio libre.
Dando un saltito, regresó a su posición sobre la tapa, pero el baúl aún se resistía a sus esfuerzos. Resopló, se arrodilló y se inclinó sobre el baúl, con el trasero en el aire y la cabellera colgándole sobre el rostro, mientras forcejeaba con la cerradura.
Cuando la puerta se abrió de repente, la sorprendió de tal manera que perdió el precario equilibrio y se desplomó en el suelo mientras metros de delicados volados y encajes amenazaban con asfixiarle.
Bella escupió un lazo que se le había metido en la boca y se preparó para cantarle las cuarenta a la criada. Sin embargo, todos los pensamientos de ira se desvanecieron y la mortificación tomó su lugar. Puesto que mirándola desde arriba, estaba la última persona que habría deseado que la viera con la falda amontonada en el cuello y las bragas a la vista.
¡Dios, la falda!
Bella se puso de pie de un salto y sacudió la tela indisciplinada hacia abajo mientras la vergüenza le quemaba desde las mejillas hasta la punta de los pies, y observaba con mirada estúpida unas botas perfectamente pulidas que, sin duda, revelarían su humillación si miraba en el brillo espejado.

No sabía qué era peor: casi ser secuestrada, o ser vista con el trasero arriba en el suelo por el hombre más maravilloso que el Señor había puesto sobre la Tierra.

—¿Miladi? —El brazo extendido de Edward apareció en el ángulo de visión de Bella, y el primer impulso que sintió fue alejarlo de una cachetada. Si a la grosera criatura se le hubiera ocurrido golpear a la puerta, no la habría encontrado en su estado actual.

Con toda la dignidad que logró reunir, se puso de pie. Cuando Bella se encontró con los ojos más que azules de lord Manchester, estuvo a punto de olvidar lo que tenía intenciones de decir. No era normal sentirse tan embobada. Era simplemente un hombre —se comportaba como lo hacían los otros de su sexo, hablaba con los mismos tonos cultos, podía ingeniárselas con un solo par de pantalones en cualquier ocasión, y no poseía ninguna cualidad en especial que ella pudiese discernir. Sin embargo…

No era como ningún otro hombre que hubiese conocido antes. Era el que podía cumplir sus fantasías, hacer realidad los acalorados y sensuales sueños que la atormentaban noche tras noche agitada.

—Perdóneme por mi inexcusable violación a las normas de etiqueta, miladi —dijo él, aunque el tono de voz y la actitud implicaban que entraría sin llamar de nuevo, si le entraba en gana—. Me temo que no pude controlar mi preocupación por su seguridad.

Bella levantó la mirada.

—¿Mi seguridad? ¡Qué ironía! Considerando que casi me provoca una apoplejía con tal irrupción inesperada.

—Por favor, acepte mis disculpas. Escuché varios golpes cuando me vestía.

—¿Cuando se vestía? —Bella arrugó el entrecejo. ¿Por qué habría de estar vistiéndose?

Luego, le azotó un terrible pensamiento. ¿Había dormido él con lady Rosalie? Rosalie era una mujer hermosa. Los hombres la adoraban. Quizás, Edward también.

—Sí, me quedé aquí a pasar la noche. Estuve en la habitación contigua.

La habitación de Rosalie estaba al final del pasillo.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Quería asegurarme de que durmiese en paz. —La voz de Edward estaba cargada de una extraña calidez.

Bella parpadeó.

—Ah. —Claro, «ah». Se había quedado por ella. Era un gesto casi insoportablemente dulce, y ella sintió un deseo de lo más extraño: ponerse en puntillas de pie y besarlo en la mejilla. Tuvo que desviar la mirada para poner una distancia segura entre ellos.

¿La habría escuchado dar vueltas en la cama durante toda la noche? ¿Qué habría sucedido si ella hubiese salido corriendo de allí a los gritos y se hubiera precipitado directamente hasta él vestida con nada más que el camisón? ¿Pensaría que estaba loca?

¿O la abrazaría fuerte y susurraría palabras tranquilizadoras al oído? De algún modo, supo que lo haría. Ella se derretiría, sin duda, y luego, llevaría adelante sus deseos, lo arrastraría de regreso a la habitación tirándole de la solapa de la camisa y lo llevaría hasta la cama y lo ubicaría sobre su cuerpo. Él le espolvorearía cálidos besos por el cuello mientras la mano viajaba hacia arriba, desde la pantorrilla, sobre el muslo, y entre las piernas. Y, oh… sí, la tocaría allí, le rozaría la húmeda grieta con un dedo y se abriría camino, le acariciaría la cima hinchada, llevándola sin esfuerzo hasta el éxtasis.

—¿Se encuentra bien, miladi?

La voz de Edward la trajo al presente de un tirón. Con un abrupto movimiento, quitó la vista de él, con las mejillas de color escarlata.

—Perfectamente bien —respondió sin aliento, apoyando una mano en el pecho mientras el corazón le golpeaba como el martillo de un hojalatero.

¡Cómo deseaba poder volver el tiempo atrás para poder estar de pie junto a la ventana, bañada por la luz del sol matutino, viéndose inocente y serena en lugar de alborotada y desenfrenada por los pensamientos lujuriosos!

Como era habitual, Edward estaba ataviado a la perfección, siempre el lord inglés y el terrateniente de las tierras altas de Escocia, un hombre que impartía órdenes y que, indudablemente, no conocía ningún temor. Lo cual no era una sorpresa, con esa contextura alta y fuerte. Si el hombre tenía treinta gramos de grasa, Bella desafiaría a cualquiera a encontrarlos.
—¿Miladi?

Bella dejó de inspeccionarle y levantó la cabeza sobresaltada. Sintió ese maldito calor florecerle en las mejillas. Él debía pensar que estaba completamente loca.

Si ella hubiese sabido que, en realidad, Edward estaba pensando que era la más maravillosa criatura que había conocido en sus treinta y un años de vida, sus preocupaciones se habrían disipado.

Él nunca había visto antes una cabellera así: eran como hilos de oro, ahora enmarañados por haberse caído del baúl y hechos un halo alrededor de la cabeza; el sol le iluminaba desde atrás, y le traía a la memoria una imagen en un vitral de colores que le había cautivado cuando era niño.

El vitral estaba colocado sobre el altar de la capilla en Glen Cairn, que estaba situada a lo alto de un peñasco en la propiedad del castillo Gray.

La obra de vidrio trabajado había provenido de un maestro artesano en Bélgica y se la había cuidado como si se tratara del mismo Santo Grial. Derek había observado cómo la pesada pieza de vidrio, con su caleidoscopio de colores, era levantada en el aire y ubicada con gentileza en su puesto, encajando en el lugar como si siempre hubiese pertenecido allí.

Mucho después de que su padre y los trabajadores se hubieron ido, Edward aún permanecía de pie mirando a la mujer grabada por siempre en el cristal.

Tenía la cabeza ladeada sutilmente sobre un hombro de porcelana, el cabello rubio le fluía por la espalda como un río de oro. El sol, en un ángulo superior del marco, brillaba sobre ella; el inflado vestido blanco brillaba con una luz tenue al ella desplegar las alas para atrapar la calidez del sol.

El perfil de la mujer era tan perfecto como una moneda griega; sin embargo, una ínfima sonrisa traviesa le incitaba los labios. Era un ángel con un costado pícaro, enviado desde los cielos para traer luz en la oscuridad.

Edward había siempre encontrado consuelo con ella cuando sus padres discutían, como lo hacían a menudo cuando era niño, y ella le había dado fortaleza durante los conflictos entre los clanes, conflictos que parecían no tener fin. Esa era justamente la razón de su apresurado viaje a Londres: para arreglar el asunto de la propiedad de su madre y olvidarse de Inglaterra para siempre. Su lealtad con Escocia había sido cuestionada desde el mismo momento de su nacimiento puesto que su madre era una dama inglesa. Ahora que él gobernaba el clan, tenía que demostrarles, de una vez por todas, dónde estaba su lealtad.

—¿Milord? —Bella preguntó con vacilación, preguntándose qué pensamientos atravesaban la mente de Edward, ya que tenía la mirada clavada con ferocidad en ella. Ser el único foco de toda esa firme atención era desconcertante.

La observó durante un brevísimo instante más y luego, abruptamente, fijó la vista en sus pies y cerró la puerta de la habitación, dejándolos aislados del resto del mundo.

Bella sintió la boca seca, y el corazón le latía como las alas de un colibrí. Estaba completamente sola con él, a casi dos metros como mínimo de una gloriosa virilidad que ni siquiera una santa podría ignorar.

Bella levantó la mirada.

—Supongo que desea hablar conmigo en privado, ¿no es verdad, milord?

—Edward. —Apoyó un hombro sobre el pilar de la cama—. No habrá formalidades entre nosotros.

Él había dicho eso antes, justo después de que ella lo había besado descaradamente en el jardín de la familia Senhaven, detrás de un rosal crecido por demás cuya exuberante fragancia la recordaría cada noche en sus sueños, junto con el sabor y la textura de los labios de Edward, donde la mirada se le volvía a posar una y otra vez.

—Debemos discutir acerca del visitante de ayer por la noche.

—¿Qué debemos discutir? Como puedes ver, estoy perfectamente bien. —No lograría nada bueno preocupando a otra persona. Ya había tomado la decisión y se mantendría firme.

Edward la recorrió lentamente con la mirada, lo que le provocó un calor inesperado en esos lugares.

—No estoy seguro. Quizás debería comprobarlo.

El corazón de Bella dio un vuelco mientras intentaba encontrar la voz para responder.

—Aprecio mucho tu diligencia, sin embargo…

—¿Vas a algún lado? —interrumpió él, desviando la mirada hacia el baúl, donde un par de calzones de encaje se derramaba hacia afuera con la tapa abierta. Bella se apresuró a guardarlos dentro y rogó que el rostro no le delate la mortificación que sentía.

Lo miró a los ojos y contestó:

—Tengo intenciones de hacer un viaje.

Él arqueó una ceja negra.

—¿De verdad? ¿Ya dónde habías planeado ir?

Bella arrugó el entrecejo. No le complacía el dejo de diversión que le iluminaba la mirada, lo que indicaba que él sabía que ella no tenía ningún lugar dónde ir.

—No lo sé con exactitud. Pero no debes preocuparte. Tengo varias ideas.

—¿Como por ejemplo…? —contestó presuroso, acercándose tanto que ella pudo notar cuan perfectamente afeitado estaba, aunque de seguro una sombra le oscurecería la barbilla al anochecer.

Había algo enigmático en él. Una cualidad que ella no podía describir. ¿Peligroso, quizás?

Sin embargo, eso parecía inadecuado. Tal vez, era su aire agitado. Le recordaba a un tigre enjaulado, y cuando ella estaba con él, se sentía como una tigresa.

Bella se sobresaltó cuando una mano gentil la tomó de la quijada. Había una extraña expresión tierna en el rostro de Edward.

—Nadie va a lastimarte —le murmuró—. No lo permitiré. —La sostuvo así durante un momento, luego, quitó la mano, arrugó el entrecejo y la voz se le volvió brusca—. Recoge todo lo que necesites, luego, nos reuniremos en la planta baja.

Se encaminó hacia la puerta, pero la pregunta de Bella le detuvo en el umbral.

—¿Dónde vamos?

La miró por sobre el hombro.

—A Escocia.

—¿A Escocia? Debes estar confundido. No puedo ir a Escocia.

—Según parece, no tienes otra opción. —Salió de la habitación.

Bella se encaminó tras él, pero Rosalie apareció de repente y le tomó del brazo.

—No lo contradigas, querida. Obtendrá lo que desea. Siempre lo hace.

Bella permaneció inmóvil, confundida.

—No puedo ir a Escocia. ¿En qué está pensando?

—En tu seguridad.

—¡Si apenas lo conozco!

—No por lo que pude ver. Hay suficiente calor entre ustedes dos como para encender esta casa en llamas. Desde tu llegada a Londres, has pasado más tiempo con Edward que con cualquiera de los otros hombres que han intentado con desesperación captar tu atención; lo que, en caso de que no lo hayas notado, se ha visto bastante reducido al estar Edward a tu lado todo el tiempo. Se ha corrido la voz de que ya has sido reclamada, mi querida.

Bella respiró profundo. Eso era lo que ella había temido. Se sentía atraída por él de una manera inquietante, pero no podía permitir que eso le empañe el juicio ni que lo ponga a Edward en peligro.

—No puedo ir. ¿No lo ves? No involucraré a nadie más en mi problema.

Rosalie apoyó una mano sobre el hombro de Bella y la hizo girar.

—Si hay alguien quien me hace sentir segura de confiarle tu cuidado, esa persona es Edward.

No permitirá que nada te suceda. Encontrará a tu hermanastro y terminará con sus maquinaciones. Puedes tomar este viaje como una nueva experiencia. Las Tierras Altas escocesas son realmente hermosas en esta época del año.

La sensación de verse atrapada presionaba a Bella.

—Es un hombre soltero, y yo soy una dama soltera. Eso descarta la posibilidad de viajar juntos.

—¿Crees que Edward habría propuesto semejante invitación sin estar preparado para proveerte de una carabina apropiada?

—¿Una invitación? —Bella carraspeó —. Se oyó más como una orden para mí.

—Edward nunca ha sido un hombre que acepte un «no» como respuesta —admitió Rosalie encogiéndose de hombros.

Una sensación de desesperación se apoderó de Bella al tiempo que caminó hasta el extremo opuesto de la habitación y giró.

—Estoy segura que debe de haber otra solución. Algo que se nos está pasando por alto. —

Sin embargo, sabía que había agotado todas las posibilidades durante la pasada larga noche de insomnio.

Era cuestión de ir a Escocia con el señor y rogar que él pueda convencer a James de dejarla en paz, o mudarse de un lado a otro, con la esperanza de dejar a su hermanastro detrás, una perspectiva que no le hacía ninguna gracia.

Rosalie la tomó de la mano, con compasión en el rostro.

—Confía en mí —dijo suavemente—. Necesitas más protección de la que yo puedo darte, como quedó demostrado con el desastre de ayer por la noche. El hogar de Edward es una fortaleza. Cuenta con cientos de hombres a sus órdenes. Ni siquiera un ratón puede escabullirse dentro sin que él lo note. Por favor, mi querida, dime que irás. Ni mi corazón ni mi calma quedarán en paz hasta que sepa que estás a salvo.

Bella se mordisqueó el extremo del labio, completamente conflictuada. No quería cargar con más preocupaciones a Rosalie. ¿Y en cuanto a Edward? ¿Se daba cuenta él de en qué se estaba metiendo? Edward no se detendría hasta ver concretado su plan.

Bella cerró los ojos, agotada hasta la médula por la confusión que su hermanastro estaba sembrando en su vida. Ella parecía moverse en círculos cada vez más pequeños para mantenerse fuera de su alcance, y no podía continuar de ese modo.

Con el corazón en los pies, cayó en la cuenta de que tenía que ir. ¿Qué otra opción tenía?

James la había encontrado, y ni lady Rosalie ni nadie del personal de la casa estarían a salvo hasta que Bella se hubiese ido.

Bella suspiró.

—Tienes razón, por supuesto. El señor me ha ofrecido refugio; sería estúpido de mi parte no aceptar tal gesto de bondad. —Por el momento—. Terminaré de empacar mis cosas. Por favor, dile a lord Manchester que bajaré enseguida.

Rosalie le dedicó una cálida sonrisa.

—Estás tomando la decisión correcta, mi querida. Edward cuidará bien de ti. No dejará que te suceda nada malo.

Bella observó a Rosalie marcharse, quien caminaba con paso optimista ahora que creía que el problema se había solucionado. Pero Bella sabía que no era así. Y, al girar para terminar de empacar sus pertenencias, se preguntó quién protegería a Edward mientras él la protegía a ella
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Bueno se preguntaran k la historia es conocida por lo lugares bueno es como la segunda parte de Seducir a la dondella se acuerdan del papel de alice en esa historia donde su hermano la keria asesinar pues esta historia relata lo k paso si desean pueden volver en un capitulo de seducir a la doncella donde bella recibe una carta de lady rosalie diciendo k su amiga sufrio un percanse pero jasper la salvo... asi k es la historia de segun de alice en seducir a la doncella pero la adapte con Edward y Bella espero no se revulvan por eso menciona los mismo lugares k seducir a la doncella y bueno el aki aparece alice como su amiga de ella solo intercambie papaeles acuerdense k rosalie tambien salio en seducir en la doncella y sigue siendo la misma.. espero me entiendad lo k explike jejejejejejejeje pero bueno alguna duda k tengan pues me dicen y les explico bien  :D

5 comentarios:

Vianey dijo...

Ups solo era un capitulo, ni modo igual lo disfrute y sin duda ahora que se van juntos las cosas se pondran aun mas interesantes.

Ligia Rodríguez dijo...

Ohhhh se van juntos, esto va a ser bien divertido!!! Besos

nydia dijo...

dios ellos juntos es un peligro,me encanta....Besos....

marissa dijo...

esta historia son de las que me gustan contemporaneas,ojala subas mas de este tipo,me afisione a tu blog tienes buenas historias o adaptacionesmgracias por tomarte tiempo para disfrute de nosotras.

karla dijo...

o k historia, me encanta, y si yo fuera ella no dudaria en irme con el, y si no se siente segura me amarro de su cadera :)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina