viernes, 7 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 6

Capítulo 6
Bella estuvo muy consciente de la presencia de Edward a medida que los kilómetros se sucedían bajo las ruedas del carruaje.
Era un hombre lleno de contradicciones. La mayor parte del tiempo, se mostraba muy reservado; sin embargo, en la taberna, había sido muy gentil, muy tierno. De hecho, Bella creyó que había estado a punto de besarla, y ella lo habría recibido de buena gana.
Estaba confundida en cuanto a sus propios sentimientos. A pesar de que lo deseaba, involucrarse sentimentalmente con él solo la dejaría herida al final, puesto que nunca podría contraer matrimonio con él.
Un pensamiento radical le cruzó por la mente. Ya que no podría nunca contraer nupcias, quizás debería considerar la idea de ser su amante. Nunca había cuestionado su propia erotismo, que constituía una parte importante de su ser, y ningún hombre excepto Edward había despertado en ella esa pasión.
Pero, ¿lo querría él?
Le lanzó una mirada. Tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados; dormido, se veía aun más apuesto.
Bella se obligó a sí misma a desviar la mirada y detener las escandalosas fantasías. En cambio, escudriñó los alrededores y se maravilló por el paisaje que le brindaba la ventana del carruaje.
El terreno era sorprendentemente exuberante y la hierva verde. Picos de roca irregulares se abrían camino hacia la superficie a esporádicos intervalos, pero esas escarpadas caras solo eran un agregado a la belleza misteriosa.
Encontró muchas similitudes entre Escocia y Cornwall. Ambos lugares tenían elementos intransigentes y desoladas vistas del mar, una intensa hermosura y panoramas inhóspitos. Y ambos podían resultar solitarios y aislados para aquellos que necesitaban muchas personas a su alrededor para sentirse confortables.
Unas nubes negras habían aparecido en el cielo; el aire saturado de humedad auguraba un chaparrón inesperado. Pero el fuerte viento que soplaba hacia el Atlántico limpiaría los cielos rápidamente para revelar los verdes y brillantes páramos y las mesetas cubiertas de brezos.
Edward le había dicho que el castillo Gray estaba ubicado entre dos cadenas montañosas, las
Tierras Altas del Noroeste y los Montes Grampianos. Un valle llamado Glen More —o el Gran Glen— dividía las dos. Las montañas más elevadas de las Tierras Altas se extendían a lo largo del
Atlántico, con profundas cañadas entre los inhóspitos picos, con árboles aquí y allá y la maleza perenne.
El hogar de Edward estaba ubicado sobre una meseta que daba a la isla de Mull, parte de las Hébridas Interiores, donde grandes rebaños de ovejas pastaban peligrosamente cerca del borde del acantilado, protegidas solo por los perros entrenados para cuidarlas y reunir la manada.
Bella tenía ansias de ver todo eso. Pero lo que más quería era algo que no había tenido por mucho tiempo: paz. Tranquilidad para su corazón y su mente. No había sentido ninguna de ellas desde que sus padres fallecieron.
Una repentina sacudida del carruaje casi la hace caer del asiento. Dos fuertes manos sobre su cintura la mantuvieron erguida, ya que Edward se lanzó hacia adelante, despertándose instantáneamente.
El carruaje se escoró hacia la izquierda, pero no disminuyó la velocidad. Podía escuchar los resoplidos de los caballos. El miedo les impulsaba a acelerar el paso aun más.
—¿Qué sucedió? —gritó ella sobre el chillido del metal al destrozarse. Tan pronto como las palabras salieron de su boca, un terrible pensamiento se le coló en la mente.
James.
Edward la tomó de los brazos con más fuerza.
—Quédate tranquila. Estaremos bien. —Levantó la mano hasta una cinta de cuero que estaba sobre la portezuela derecha—. Sujétate fuerte. No te sueltes.
Bella asintió con un movimiento de cabeza y sostuvo la cinta con todas sus fuerzas mientras Edward se deslizó por el lado opuesto y sacó la cabeza por la ventanilla.
—La rueda está rota —dijo por sobre el alboroto. Retiró el tablón detrás del asiento del conductor y gritó—: ¡Controla esos malditos caballos!
—Eso intento, milord —bramó el conductor. Bella pudo escuchar el terror en la voz del hombre—. Un trozo de madera salió volando por el aire y golpeó al primer caballo en el flanco trasero y ahora está descontrolado.
Edward extendió el brazo por la abertura y tomó las riendas. Los músculos le forzaban las costuras de la chaqueta mientras luchaba por controlar a los animales.
Emitió un agudo silbido, uno largo y dos cortos. Instantes después, los caballos comenzaron a disminuir la marcha, y finalmente, el carruaje se detuvo con un traqueteo, el lado izquierdo aún inclinado peligrosamente.
Cuando Bella se atrevió a echar una mirada afuera, sintió que el corazón se le bajó al estómago. Habían estado muy cerca de caer por un acantilado.
Cerró los ojos y agradeció a Dios y a cualesquiera que hayan sido los poderes que les habían evitado la muerte a todos. Se sobresaltó al sentir una mano sobre la mejilla. Abrió los ojos de golpe y vio a Edward que la observaba fijo, con la preocupación impresa en el rostro.
—¿Estás bien?
Bella parpadeó y se enderezó.
—Estoy bien. ¿Qué sucedió?
—Parece que el compartimiento de las ruedas se quebró y luego, rompió la rueda misma.
—¿Cómo?
—No estoy seguro, pero tengo intenciones de encontrar la respuesta. —Apoyó el hombro sobre la portezuela, que estaba atascada, y luego la abrió sobre las bisagras con un chasquido, golpeando con fuerza el costado del carruaje. Edward bajó de un salto y desapareció por detrás del maletero.
Bella podía escucharlo conversar con el conductor. Se deslizó por el asiento e intentó entender lo que los hombres decían. Solo una palabra le llegó a los oídos.
Sabotaje.
Un temblor le corrió por la espalda. Era James. Tenía que ser él. Pero, ¿cómo había descubierto su paradero tan rápidamente? Estaba segura de que había borrado sus huellas muy bien esta vez.
Bella cerró los ojos. Nunca se libraría de él. Era un hombre resuelto. Conseguiría su dinero sin importar lo que tuviese que hacer para lograrlo. ¿Y si simplemente se lo daba? Quizás, entonces, la dejaría en paz.
Una vez más, se las había ingeniado para involucrar a otra persona en sus problemas. Si algo le sucediese a Edward, ella no podría soportarlo; lo que le dejaba una sola opción: debía marcharse.
Esa misma noche, luego de que todos se hubiesen retirado a dormir, se escabulliría. No se permitiría pensar lo peligroso que podría ser el terreno. Tampoco se preocuparía por el hecho de que no sabía adonde debía ir.
Lo único que sabía era que no podía seguir poniendo en peligro a los otros para salvarse ella misma. De allí en más, tendría que hacer eso sola. Pero no debía dejar que Edward entreviera que algo había cambiado. Si tenía la más mínima sospecha de lo que ella estaba tramando, de seguro, la detendría; aunque ahora sospechaba que él deseaba nunca haberle conocido.
—s–
Edward se culpaba por haber involucrado a Bella en sus problemas cuando ella tenía suficiente con los propios.
Sabía que la rotura en el compartimiento de las ruedas no había sido un accidente. Alguien había causado el daño a propósito, y estaba bastante seguro de quién se trataba.
Mike.
No había nadie más que tuviese una razón u oportunidad para hacerlo. Y nadie odiaba más a Edward que su medio hermano. Mike había estado intentando deshacerse de él desde que eran jóvenes, y era evidente que aún seguía con su plan. Bastardo.
—No digas nada acerca de esto —Edward le dijo a su conductor con firmeza—. ¿Entiendes?
—Sí, mi señor. Mis labios están sellados.
—Bien, ahora, fíjate si puedes reparar esto. Solo estamos a unos kilómetros del castillo Gray. Desengancharé dos de los caballos para cabalgar hasta allí, y enviar a alguien aquí para ayudar.
—Sí, señor. —Jessup se agachó junto a la rueda para comenzar con los arreglos.
Cuando Edward rodeó el carruaje para ver cómo estaba Bella, notó la rigidez en la postura de la muchacha. Debía de estar asustada. Él también lo estaba, aunque más por ella que por él mismo.
—Jessup está trabajando en el problema —le dijo—. ¿Estás en condiciones de cabalgar? Mi hogar está a solo unos kilómetros de aquí. Podríamos llegar allí antes del anochecer y darte un agradable baño. Suena bien, ¿no es así?
—Suena muy bien —dijo ella, con voz contenida—. Gracias.
Cuando Edward extendió el brazo para ayudarla a bajar, una emoción destelló en los ojos de Bella tan fugazmente que él no pudo comprender de qué se trataba.
—¿Estás segura que todo va bien?
—Sí.
Definitivamente, algo la estaba molestando. Pero Edward sabía que con presionarla solo obtendría el resultado contrario. Era una muchacha terca, llena de un fuego contenido que lo volvía loco de deseo.
Cuando los largos y delgados dedos de Bella se aferraron a los suyos, Edward les dio un pequeño apretón. Actuar como un caballero se estaba volviendo realmente difícil. Durante todo el viaje, se había encontrado a sí mismo estudiándola en secreto: la manera en que caía su cabellera, la sutil onda en la punta de los cabellos, los diferentes tonos dorados; la forma de los labios, su turgencia, lo suaves que se veían; la curva de los ojos que le daba esa apariencia tan exótica, y el aura pecaminosa que parecía ocultar su exterior inocencia.
Inevitablemente, la mirada había descendido. Estaba embelesado por cómo su pecho subía y bajaba, la manera en que cada inhalación le elevaba los pechos, cómo se hinchaban ligeramente sobre el extremo superior del canesú. Se había dado cuenta, en ese momento, que necesitaba encontrar una válvula de escape para su creciente pasión.
Los pensamientos de Edward se desviaron hacia Caroline Trainor, su ama de llaves. Habían sido amantes por intervalos durante los últimos cinco años, y se habían hecho amigos. Le confiaba cosas que no diría a la mayoría de las personas; sabía que ella no las repetiría.
Tenían un arreglo conveniente, pero él notó que lo había estado utilizando cada vez menos durante los últimos tiempos, ya que se dio cuenta de que las cosas habían cambiado un poco. En algún momento, él se había transformado en algo más para Caroline; ella tenía sentimientos por él que Edward no podía corresponder.
Al principio, no había tenido el valor para decirle que esa relación no tenía futuro, pero tampoco quería que ella perdiese la oportunidad de amar al hombre correcto. Por lo que, finalmente, le dijo que habían terminado justo antes de marcharse a Londres. Aún podían ser amigos, y él esperaba que eso no cambiase, pero no podría pasar nada más.
Ella aceptó la novedad sin llorar ni recriminarle nada. En cambio, sonrió y se marchó de la habitación sin decir palabra. Edward no sabía qué esperar a su regreso, pero esperaba que no incluyese un arma apuntándole a sus partes privadas.
—¿Milord?
Edward notó que estaba de pie junto a los caballos, pero no los estaba desatando. Sacudió la cabeza y giró hacia Bella, quien se veía demasiado tentadora de pie bajo los rayos del sol menguante.
—Puedes montar a Gypsy —le dijo mientras le quitaba el arnés—. Es más dócil que Minotaur.
—Cualquiera de ellos estará bien. Cabalgo desde los tres años.
Edward llevó a Gypsy hasta ella.
—Creo que debería haber aclarado que Gypsy prefiere jinetes mujeres. No puedo culparle.
—Le extendió las riendas a Bella y sonrió, animado al ver que ella le devolvía la sonrisa.
Ella acarició el hocico del animal.
—Pues bien, Gypsy, creo que somos tú y yo. —Gypsy relinchó e inclinó la cabeza. Bella rió. El sonido musical de la risa hechizó a Derek. Una luz danzaba en la mirada de ella cuando levantó la vista y dijo: —¿Vamos?
Edward tuvo que sacudirse mentalmente para romper el embrujo de su sonrisa.
—Sí.
Ahuecó las manos y se las ofreció para ayudarle a montar. Una vez que estuvo ubicada cómodamente, él montó a Minotaur. El caballo brincó hacia el costado ya que no estaba acostumbrado a tener un jinete sobre el lomo.
—¿Hacia dónde queda el castillo? —preguntó Bella.
Edward señaló hacia el noreste.
—Bordeando esa cadena de montañas bajas y luego, derecho.
—Muy bien, entonces —dijo ella con una sonrisa—. El último debe cepillar el caballo del otro.
Ella le dio un empujoncito a Gypsy en las ijadas y salieron disparados. Edward giró a Minotaur y arrancó tras ella.
Estaba maravillado ante la habilidad de experta que tenía con el caballo, aunque casi se le detiene el corazón cuando ella hizo que el animal saltara sobre unos extensos matorrales, llegando al otro lado con facilidad.
Podía escucharla reír al cabalgar ruidosamente tras ella. El cabello se había escapado de las hebillas que lo sujetaban en tal elegante arreglo. Ahora se agitaba sobre la espalda como un estandarte de sedosa luz de sol. Unos mechones le azotaron el rostro cuando giró para ver que él estaba alcanzándola. Ella espoleó la monta y Edward le gritó para que aminorase la marcha, pero ella no pudo escucharlo por el sonido que emitían los cascos al galopar.
Él le dio un pinchazo a Minotaur, pero el semental no era tan joven como Gypsy y no podía mantener el ritmo. Bella se adelantó aun más, y luego el sonido de su grito partió a Edward en dos. La pata trasera de Gypsy se había enredado en unas parras rastreras, y el caballo dobló las rodillas delanteras y envió a Bella volando sobre su cabeza. Edward la perdió de vista durante un momento; luego la vio tendida sobre un lecho de brezos.
Bajó del lomo de Minotaur de un salto antes de que el caballo se detuviera por completo y corrió junto a Bella. Le acunó la cabeza con las manos.
—¿Isabella?
Ella gimió y se agitó un poco antes de finalmente abrir los ojos con un parpadeo, intentando enfocar la vista.
—¿Qué sucedió?
—Has caído del caballo. ¿Cómo te sientes?
Se movió un poco e hizo un gesto de dolor.
—Como un viejo saco de patatas. —Intentó sonreír, la imagen escurrió el miedo de Edward.
Lentamente, se sentó, y Edward le colocó el brazo alrededor de la espalda; luego, con cuidado, la movió hasta su regazo. La cabeza de ella quedó acunada sobre el hombro de Edward.
—¿Mejor?
—Sí —murmuró ella—. No tienes por qué preocuparte.
—¿Te duele algún lugar del cuerpo?
A Bella le dolía todo, pero no quería decírselo. Había sufrido el accidente por su propia estupidez. Si no hubiese actuado como una niña estúpida, nada de eso habría ocurrido.
—¿Está bien Gypsy?
—Gypsy está bien. Tiene una distensión en la pata derecha, pero se recuperará en un par de días.
—Lo siento —dijo ella.
—Shh —indicó Edward, retirándole unos mechones sueltos del rostro y acariciándole la larga cabellera.
—Fui descuidada.
—Estabas disfrutando. Debería haberte advertido lo impredecible que puede ser el terreno.
Un tramo está liso, y al siguiente, aparecen hondonadas. Deberás cabalgar conmigo el resto del viaje. No te molesta, ¿verdad?
—No. —Aunque se lamentaba por lo sucedido, no podía arrepentirse del resultado. Quería estar entre los brazos de Edward. No los había sentido a su alrededor desde la noche de la reunión de la familia Senhaven, cuando se abrió camino a través del grupo de hombres que rodeaban a
Bella y le extendió la mano, una silenciosa invitación a bailar juntos esa pieza. Sin decir palabra, ella lo había tomado de la mano y él la sacó de allí. Se había sentido como una princesa de un cuento de hadas esa noche.
Como si estuviese hecha de cristal, Edward la ayudó a incorporarse. Cuando estuvo de pie frente a él, el mundo a su alrededor pareció derretirse. Como si le hubiese leído los pensamientos y sabido qué era lo que quería más que nada en ese momento, se inclinó y le dio un suave beso en los labios.
Se alejó suavemente y Bella gimió en protesta. No quería que ese momento concluyera.
Edward no necesitó más incentivo, y la atrajo apretándola fuerte contra su pecho.
Le dio un beso más profundo. La lengua arremetió en el interior de la boca para encontrarse con su par, saboreándola; con la mano, acunó la parte de atrás de la cabeza de Bella, manteniéndola cerca, como si creyera que se escaparía. Sin embargo, eso era lo último que tenía en mente al enredar los dedos en los cabellos de Edward.
Con la otra mano, la tomó de la cintura. La apretó suavemente allí y luego, movió la mano inquieta hacia arriba y hacia abajo por el costado hasta que finalmente la ubicó en el borde externo del seno, la imagen que había mantenido a Bella dando vueltas en la cama cada noche, esperando que la mano de Edward se deslizara por su sedosa piel y le acariciara los pezones con suavidad.
—Edward —susurró con una voz afligida al tiempo que los labios de él le rozaban la barbilla con fervor y descendían por el cuello. Las sensaciones se disparaban directo hasta el centro de su ser.
Ella se arqueó en puntas de pie y siguió el ejemplo de él, besándole el cuello, deleitándose con el ronco gemido de Edward y volviéndose más y más audaz. Ella giró de manera que la mano de él le cubrió el seno por completo. Tenía el pezón erecto y le atravesaba el canesú, presionado por la palma de la mano del hombre.
Un instante después, él se apartó.
Ella extendió los brazos para alcanzarlo, pero él dio un paso hacia atrás.
—Eso no debería haber sucedido.
¿Por qué?
Él desvió la mirada, fijando la vista en el sol poniente.
—Debemos irnos o quedaremos atascados aquí afuera, en la oscuridad.
Bella sabía que él estaba haciendo lo que creía era mejor para ambos. Y que no debería desear que la besase de nuevo. Pero sí lo deseaba, y cuanto más la hacía desear, más se convencía de que ser su amante no sería tan terrible, tal vez.
Su reputación se arruinaría, si alguien se llegara a enterar. Pero, ¿qué importaba? Nunca podría contraer matrimonio, y en su interior, hospedaba demasiada pasión como para considerar la vida en un convento o ser una solterona. Edward le había hecho ver que ella quería ser una mujer en el completo sentido de la palabra.
—Toma mi mano —dijo él, y Bella levantó la vista para encontrarle sentado a horcajadas sobre el lomo de Minotaur, mirándola desde arriba, con el rostro libre de toda expresión.
Bella levantó la mano hacia él, y en un instante, estuvo sentada sobre el regazo de
Edward, quien tenía el cuerpo tenso debajo de ella.
Cabalgaron en silencio durante un largo rato. Bella intentaba permanecer rígida en los brazos de él, cuando lo que quería en realidad era apoyar la cabeza sobre su hombro y cerrar lo ojos.
—¿Has vendido la propiedad de tu madre? —preguntó cuando no pudo soportar más el silencio.
—Sí —le respondió—. Transferí la posesión de todas las propiedades a manos del último hermano vivo de mi madre; todas menos una.
—¿No las querías?
—Tengo más de lo que necesito aquí.
—Pero no has renunciado a tu título.
—Le habría roto el corazón a mi madre. Soy, de hecho, inglés en parte. No es algo que pueda cambiar.
—¿Lo harías, si fuese posible?
Permaneció en silencio durante tanto tiempo que Bella pensó que lo había ofendido.
Pero, finalmente, habló.
—Hubo momentos en que pensé que lo haría, cuando creía que sería más simple no tener descendencia mixta, sangre impura, como mucha gente por aquí lo ve. Pero fue mi madre tanto como mi padre quienes me hicieron quién soy hoy. No hay muchas personas que puedan viajar entre dos mundos diferentes. Algunos me miran como si fuera un bárbaro, mientras que otros me ven como un caballero sofisticado.
—¿Y cuál de los dos crees que eres?
—Un poco de ambos, aunque no se espera que sea tan perfecto aquí como en Inglaterra.
Además, me necesitan más aquí. El título y las propiedades se cuidarán solos.
—Es importante para ti sentir que te necesitan. —Ella sabía que era cierto. Era un hombre de honor y fortaleza; un líder en todo sentido de la palabra.
Ella podía ver el fuego arder en su mirada, una pasión por el país que era su hogar.
—Sentir que me necesitan es lo que le da sentido a mi vida. ¿No quieres sentirlo tú?
—Por supuesto.
—Entonces, dime, ¿qué le da sentido a tu vida?
Bella echó una mirada sobre los páramos hacia los promontorios distantes, cuyas masivas dimensiones mantenían el impetuoso mar a raya.
—Allá en Cornwall, había un pequeño orfanato manejado por el párroco local. El cura solo contaba con la ayuda de dos monjas, ninguna de ellas en la flor de la juventud, y los niños eran puros diablillos. Pasé muchas horas jugando con ellos.
—¿Te agradaría tener niños algún día?
Un anhelo maternal creció en ella, pero lo sofocó de inmediato.
—Decidí hace mucho tiempo que hay suficientes niños en el mundo que necesitan amor y atenciones, y me agradaría dedicarles mis días a ellos.
—¿No querrías tener hijos propios que criar?
Bella oyó el tono de sorpresa en la voz de Edward. Sabía que su deseo de no tener hijos debía de sonar extraño. Pero esa posibilidad había muerto años atrás, y se negaba a permitir que el dolor le controlase la vida.
—No necesito hijos propios para sentirme completa. Estoy feliz con ayudar a otros.
Edward observó el perfil de Bella cuando ella desvió la mirada. Nunca se había imaginado que sería del tipo de mujer que no querría tener niños. Era una dama muy gentil. No tenía sentido.
El repentino grito ahogado que emitió ella lo obligó a focalizar la mirada hacia donde ella concentraba la atención.
Sobre la cresta de una colina, el castillo Gray se dejó ver.
—Oh, Dios mío, ¿es ese tu hogar?
—Sí.
—¡Nunca imaginé que sería tan grande! ¿Es eso un foso?
—Sí, pero hace cerca de diez años que quitaron los cocodrilos de allí.
Le clavó la mirada con los ojos abiertos de par en par.
—¿Cocodrilos?
Él rió por la expresión en el rostro de Bella.
—Bienvenida al castillo Gray, miladi.

chikas espero me regalen un coemntario ultimamente no veo mucho y la verdad nose si le gusta la historia o como vamos jejejejejeje no importa si son anonimos....
gracias por la k dejar y son relamente fieles y les gusta.... :D

3 comentarios:

Belu dijo...

Me encanta encanta la historia...
espero la prox actu :)
saludos

nydia dijo...

jajajaja que impresion se llevara ella del castillo....Me encanta y gracias por publicar..Besos nena...

V dijo...

A mi tambien me gusta mucho la historia y a cada capitulo se pone mas interesante.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina