Capitulo
8
El maullido de un gato
Isabella
Una semana había
pasado sin que Edward y yo habláramos o nos viéramos, para el caso. Después de
esa noche, hicimos lo mejor para evitarnos. Llovía casi todos los días, y era
simplemente más sencillo colocarme la capucha o esconderme bajo el paraguas
hasta que estaba segura en los confines de mi apartamento. No estaba segura por
qué seguía pensando en él. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía: riéndose de
mí, o ayudándome, o sólo escuchando. Lo que más echaba de menos era que sólo
estuviera ahí y escucharme. Me sentía mal, a pesar que no tenía la intención de
ser tan crítica, generalmente no lo decía. No pude evitarlo, pero esa tampoco
era una excusa.
Podré verlo hoy.
¿Por qué me importa?
Porque necesito
disculparme.
―Isabella, aquí
estás.
La voz de la Sra. Cullen
me sacó de mi batalla mental. Llevaba un lindo y simple vestido beige bajo su
bata blanca, con su cabello gris rojizo recogido.
―Lo siento, me llevó
mucho tiempo responder sobre el mural…
―Está bien, no estaba
esperando que dejaras todo y vinieras directo a mí. ¿Cómo estás, querida?
―Bien, gracias. ¿Me
preguntaba si debería llamarla Sra. Cullen o Dra. Cullen? ―Era la jefa después
de todo, y llevaba una bata blanca.
―Como sea más cómodo para
ti. Por favor, déjame mostrarte dónde me gustaría el mural. ―Me volteó para
mostrarme el camino.
La seguí, acercándonos mientras caminábamos. Mis ojos iban
desde los enfermeros, doctores y pacientes, a los pisos y paredes, de
diferentes tonos de azul, blanco y gris.
Como el apartamento de Eli. Reí por eso. Tenía razón; él había
ambientado su apartamento parecido al hospital. Me pregunto si se dio cuenta
de eso. ¿Por qué me importa?
―Isabella, ¿me escuchaste?
Mierda.
―No, lo siento, ¿qué estaba diciendo? Y por favor, llámeme Bella.
Asintiendo, repitió:
―Pregunté, ¿has pensado en alguna idea? ¿O has hecho un mural
antes?
―Sí, he hecho unos cuantos, pero nunca para un hospital. Mi
primer trabajo fue pintar un mural para mi secundaria; creo todavía sigue allí.
Probablemente no sabré qué pintar por un tiempo, y mis ideas incluso puede que
cambien, ¿a menos que haya pensado en algo?
―Lamentablemente, no. ―Frunció el ceño, cruzando sus brazos
mientras nos deteníamos ante una gran pared blanca y limpia con un el logo del
hospital―. Por años, siempre he pasado por aquí sintiendo que algo faltaba. Es
tan frío, pero nunca pensé qué debería estar aquí. Así que, si tienes cualquier
idea, te lo dejaré todo a ti.
Que un cliente te diga “haz lo que quieras” era tanto un
sueño y la peor pesadilla de un artista. Sí, le daba libertad a mi creatividad,
pero, ¿qué si lo odiaban? Dando un paso adelante, pasé mi mano por la pared
antes de levantar la mirada.
―¿Es demasiado grande? No tienes que cubrir toda la pared…
―No, está bien. Creo que me las puedo arreglas, pero
realmente tendré que pensar sobre esto por un par de días y hacer bocetos. Y
tengo dos peticiones.
―De acuerdo.
―La primera: ¿le importa si camino alrededor del hospital por
un tiempo, sólo para tener ideas? Haré lo mejor que pueda para quedarme fuera
del camino de todos. Generalmente tomo fotos, pero me doy cuenta que eso puede
que sea un problema.
Pensó por un momento antes de asentir.
―Está bien, pero, por favor, presta atención. ¿Y tu segunda
petición?
―¿Sería posible poder colocar una manta o algo?
Frunció el ceño.
―¿Una manta?
―Cuando comienzo a trabajar, prefiero que la gente no me esté
viendo, y me ayuda a mantenerlos alejados. A menudo, las personas sienten una
tentación de tocar. No tengo idea del porqué, pero lo hacen. ―Y me volvía loca.
―Sí, está bien. ¿Cuándo puedes empezar?
―Mañana, pero ahora, sólo tomaré las medidas y pensaré. ―Saqué
mi cuaderno de dibujo.
―Bueno, por favor, hazme saber si necesitas algo, ¿de
acuerdo? Tienes mi número, y estaré pasando por aquí…
―Quiere decir, espiar.
Ambos nos volteamos hacia Edward mientras se acercaba con su
uniforme azul oscuro y bata blanca. Le tendió una taza de lo que olía a té a su
madre antes de beber de la otra taza.
―Nunca espiaría…
―Oh, por favor, odias las sorpresas. Apuesto que ella estará
aquí día de por medio, tratando de echarle un vistazo a lo que estás haciendo.
―Tu falta de fe en mí me hiere. ―Frunció el ceño, mirándome―.
Puede que venga algunas veces, pero no diré nada…
―Sólo sentirás sus ojos quemando un agujero en la parte
posterior de tu cabeza, ouch. ―Se detuvo cuando ella tomó su brazo.
―Voy a irme antes de que le haga daño a uno de mis más
preciados doctores. Gracias de nuevo, Bella.
―¡Sigo pensando que no necesitamos un mural! ―gritó mientras
sus tacones daban golpecitos por el pasillo del hospital.
―Tú piensa en tus pacientes, yo me preocuparé del hospital. ―Se
despidió, pero no se volteó mientras bebía su té.
Él negó.
―Ni siquiera agradeció el té.
―¿Las madres realmente tienen que decir gracias? ―La
respuesta de mi madre siempre era que se lo merecía por darme a luz.
―Haz un decente… ―Se detuvo
cuando su beeper sonó. Tomándolo, sus ojos se agrandaron, luego, empezó a
correr. No sólo él. Todos los doctores alrededor fueron avisados, uno por uno,
y todos corrieron en la misma dirección que Edward.
Era difícil no entrar en pánico al ver todo eso. Una parte de
mí quería irse, pero la otra parte de mí, la parte que controlaba mis pies,
lentamente caminó por la línea azul oscura que habían formado, tomando mi
bolso.
Al final de la fila vi “Urgencias” escrito sobre la entrada.
Manteniéndome en la esquina, observé mientras hombres, mujeres y niños eran
rodeados por los paramédicos.
―¿Cuántas víctimas? ―Una enfermera llevando bolsas de
banditas y gasa pasó corriendo a mi lado como si ni siquiera estuviese allí.
―No lo saben ―respondió la otra enfermera―. Aparentemente,
los neumáticos del camión cayeron en un pozo y provocó un efecto dominó en la
carretera, pero no fue lo único. Un autobús de campamento de verano intentó
esquivar…
―¡Cabeza de moño! ―gritó Edward, levantando un niño pequeño a
la cama.
La chica, que, efectivamente, tenía su cabello rubio recogido
en un moño, corrió hacia él.
―¿Lo revisaste? ―cuestionó Edward, revisando los oídos del
niño.
―Me dijo que estaba bien. Su nariz estaba herida, pero revisé
y estaba bien. Su hermana estaba peor…
―Deja de hablar.
Se sobresaltó, cerrando su boca.
―Respira. Dijiste que su nariz estaba herida. Presión
sinusal. Sus tímpanos están rotos, necesitas…
―Darle etilmorfina y administra antibióticos para los cortes,
y comprobar cada treinta…
Le dio una mirada severa.
―Quince minutos para asegurarme que esté todo.
―¡Dr. Cullen! ―llamó otro doctor desde la puerta.
―Cabeza de moño, mantén un ojo en él ―ordenó, ya caminando al
otro lado de la habitación. Él y el resto de los doctores estaban por todas
partes, moviéndose entre un paciente y otro. Algunos que estaban en condiciones
mucho peores los llevaban rápidamente de la habitación a cirugía. Edward se
mantuvo al tanto de la mayoría de eso.
Incluso en el caos, me concentré en él, corriendo de un lado
a otro mientras traían rondas y rondas de nuevos pacientes sangrando, llorando
y gritando. Era como si estuviese en piloto automático. Tenía que estarlo. Nada
lo inmutaba, ni siquiera cuando una mujer mayor vomitó sobre sus zapatillas
de tenis. En lugar de apartarse, sostuvo la cabeza gris hasta que alguien llevó
un pequeño cubo.
―Lo siento. Estoy tan…
―No hay necesidad de disculparse, Sra. Miller. ¿Todavía
siente que la habitación está girando?
No creo que le admitiría esto a él, pero ese día pensé que
era bastante asombroso. Todos ellos. No hacía falta decirlo, pero verlo con mis
propios ojos, y aunque amaba lo que hacía para vivir, en ese momento, de alguna
forma deseé ser un jodido doctor también.
Por los menos, ahora puedo pensar en una manera de
disculparme con él, y un boceto.
Edward
Arrojé mis zapatillas a la basura, junto a mis calcetines y
guantes que todavía llevaba, antes de tumbarme en el sofá del salón de
servicio. Todo mi cuerpo dolía, y no de la forma que me gustaba. Había sido uno
de esos días que sólo seguían dándote patadas cuando ya estabas derribado. Me
había estado sintiendo como la mierda por una semana y no tenía idea por qué.
―Dios, ¿qué es ese olor? ―Escuché a alguien decir mientras
entraban.
No levanté mi brazo de mis ojos.
―Eso es la basura y mis zapatos. ―Más mis zapatos que la
basura, pero, lo que sea.
―Síp. ―Debe haber olido―. ¿Consecuencias del accidente de la
carretera?
Asintiendo, intenté callar la voz del Dr. Ian Seo, un
cirujano plástico atendiendo tanto a coreanos como americanos, quien tenía una
voz tranquila y relajada que me frustraba interminablemente. Todos los días
disfrutaba de comida fresca y hecha en casa que tenía tiempo de preparar…
porque, bueno, es un cirujano plástico. Se tomaba su tiempo, caminando por el
hospital como si nada estuviese sucediendo, sacándole grasa a las mujeres que, para empezar,
ni siquiera tenían, levantando algunos
pechos y traseros antes de tomarse el día. Todos los días que lo veía, me
preguntaba por qué no había elegido también, el camino de la serenidad de
cirujano plástico.
Porque me sacaría los ojos de aburrimiento, esa es la razón. Me reí de eso,
enderezándome, luego, le puse los ojos en blanco al verlo comer su yogur de
plátano, su cabello negro recogido en una pequeña cola de caballo y su
mirada con sus ojos oscuros en mí.
―¿Por qué sigues aquí de todas formas? Generalmente te vas a
las cinco.
―Aw, ¿lo notaste?
―¿Cómo no? Ahí es cuando mi dolor de cabeza se detiene. ―Me
levanté y me dirigí a mi casillero.
―Me hieres.
―Lo sé. ―Sonreí, abriendo la puerta. Ya no le prestaba
atención a él, estaba sorprendido de encontrar un par de zapatillas de tenis
Nike, azules y blancas, esperando por mí.
¿Qué demonios? La nota en los cordones dice:
Dr. Cullen,
Esto. Lamento juzgarte.
Si los zapatos no son de tu talla, lo siento de nuevo,
adiviné, el recibo está en la caja.
Adiós,
Bella.
No puede decirlo en serio. ¿Siquiera había pensado en esto antes
de escribirlo? Oh, querido Dios, ¿por qué no uso un nuevo trozo de papel?
―¿Qué es tan divertido? ―dijo el Dr. Seo cuando levanté la
mirada.
―¿Qué?
Me apuntó con su cuchara.
―La sonrisa en tu rostro en este momento, me está cegando.
¿Qué es tan gracioso?
―No estoy sonriendo, porque nada es gracioso…
―Tomé una fotografía. ―Levantó su teléfono, la foto mostrando
mi perfil.
―¡Tú qué!
―¡Y acabo de enviarla a todos en el hospital! ―Hizo clic en
un botón.
Estaba tentado a hacer daño corporal.
―¿Tienes doce años? ¿Qué sucede contigo?
―Nadie me creería si decía que sonreíste. ―Se encogió de
hombros―. Tenía que probarlo. ¿Qué es esto, secundaria?
―Sonrío todo el tiempo, idiota ―dije, tomando los zapatos y
deshaciendo los cordones.
Resopló, lamiendo la tapa de su segundo yogur.
―Esa cosa que haces con tu rostro a tus pacientes no cuenta
como sonrisa.
―Eres un… ―Me detuve cuando me las coloqué en los pies, y por
supuesto, los zapatos se ajustaban perfectamente. Mis pies se relajaron en la
espuma suave. ¿Cómo demonios supo mi talla de zapato?
Clic. Levantando la mirada, vi que el idiota había tomado otra
foto de mí.
―¡Lo estás haciendo de nuevo! Ahora debes contarme.
Colocándome el otro zapato, me enderecé y le quité su
estúpido teléfono de sus pequeños dedos sucios, me acerqué al cesto de basura,
y lo arrojé dentro.
―¡Oye! ¡Acabo de comprarlo!
―No es mi problema ―respondí, volteándome para salir, pero
deteniéndome cuando se acercó a la basura―. Toma más fotos de mí, y voy a
decirle a la jefa lo que hiciste en el cuarto piso del laboratorio.
―¿Esa es tu gran amenaza? ¿Le dirás a mami?
Saqué mi celular y comencé a marcar.
Él suspiró.
―Bien.
―Buenas noches, Ian.
Saliendo de la sala, hice todo lo posible para no hacer
contacto visual con cualquiera de los empleados que sabía que habían recibido
su maldita foto. Ellos rieron, y me provocó deseos de ir allí y agarrarlos a
todos.
Llegando a la entrada, me
detuve cuando la vi, seguía llevando sus jeans oscuros gastados, camisa
amarilla con cuello en V, botas de combate y sombrero. Estaba apoyada contra la
pared bajo el logo del hospital, moviendo la cabeza al ritmo de lo que sea que
estaba escuchando mientras dibujaba.
Está ocupada. Pero, debería agradecerle por los zapatos. Sin darme cuenta,
ya había caminado hacia ella. Estaba en su pequeño mundo, no me notó hasta que
me puse en cuclillas delante de ella mientras agitaba mi mano.
―Jesucristo de Nazareth, me asustaste. ―Se sobresaltó,
abrazando su dibujo contra su pecho. No podía negar que mis ojos estuvieron
pegados a sus pechos por medio segundo mientras se quitaba los auriculares.
―¿Te asusté? ―respondí, sentándome a su lado.
―Todo el día, nadie me ha visto. ―Rió, cerrando su cuaderno.
―¿Qué eres, un fantasma? ¿A qué te refieres con que nadie te
vio? ―Era de alguna forma difícil de pasar por alto.
Se encogió de hombros.
―La población de doctores estaban concentrados. Pasé
la mayoría de mi tiempo vagando, buscando ideas para el mural de tu madre.
―No es el mural de mi madre, así que, no vayas a pintar un
gran retrato de ella sólo porque te está pagando.
Puso los ojos en blanco.
―No te preocupes, se me ocurrieron algunas ideas bastante
buenas. Llegaron mucho más rápido de lo que imaginaba.
―¿Puedo ver? ―Me incliné hacia su cuaderno.
Lo abrazó de nuevo.
―¿Qué?
―Nadie va a verlo hasta que esté terminado. Tengo un proceso.
―Dios, ustedes artistas son tan emocionales. ―Retrocedí.
Dio una patada con su pie al mío.
―Cuidado, acabo de ponérmelas.
―Oye. ―Se apoyó en la pared, sonriendo―. ¡Las estás usando!
¿Te quedaron?
―No las estaría usando si no me quedaran. ¿Cómo rayos sabías
mi talla, de todos modos?
―Era muy varonil al crecer…
―Sorpresa desagradable.
Me dio una mirada.
―Estoy segura que eras encantador cuando eras adolescente.
―Por supuesto. Sólo mírame.
―De todas formas, ¿eras varonil? ―insistí, antes de
que olvidara lo que originalmente estaba diciendo.
―Oh, sí. Pasé la mayoría de mi tiempo en un grupo de chicos
de mi vecindario. Básicamente crecimos juntos, y siempre íbamos descalzos a los
ríos. Como que puedo adivinar la talla de un chico cuando los comparo a los de
ellos en mi cabeza.
¿En los ríos?
―¿De dónde eres?
―Cypress, Alaska, casa de los mejores salmones salvajes del
país. ―Levantó la barbilla y asintió.
―Wow. ―No podía dejar de reír―. ¿Realmente es un lugar?
¿Cypress? ¿Alaska? ¿Tú?
―En un lugar verdadero, y es más hermoso que cualquier chico
de ciudad como tú puede resistir. ―Hizo pucheros.
―Es la casa de los mejores salmones salvajes del país…
estoy seguro que puedo lidiar con eso bien ―repetí con una sonrisa.
Se levantó.
―Eres tan…
La interrumpí, poniéndome de pie.
―Gracias por los zapatos. No tenías que disculparte por nada,
aunque tu nota fue divertida.
―Urgh. Me quedé sin papel, y no quería molestar a las
enfermeras más de lo que ya había hecho al decirles que los coloquen en tu
casillero ―murmuró.
―Así que, así es como… ―Hice una pausa cuando la vi a ella
pasar por las puertas del hospital de vidrio. Su cabello rubio estaba arreglado
y llevaba una falda recta y una blusa rosa pálido. Ya que su turno era opuesto
al mío, probablemente estaba llegando para empezar el suyo. Había esperado
demasiado.
―¿Qué estás mirando? ―Isabella intentó voltearse.
La tomé por los costados, manteniéndola frente a mí.
―¿Qué estás haciendo?
―¿Tienes todas tus cosas?
―Sí, ¿por qué…?
Tomándola de la mano,
mantuve mi cabeza gacha, tratando de salir por la puerta antes de cruzarnos con
Charlotte.
Casi lo logré.
―Ella es… ―Isabella se detuvo.
Maldita sea.
―Isabella ―le dije, esperando que Charlotte sólo siguiera
caminando, pero la suerte nunca estaba de mi lado.
Echó su cabello a un lado mientras nos enfrentó.
―Vamos ―respondió Isabella, permitiéndome llevarla afuera de
nuevo. No nos detuvimos hasta que sólo podíamos ver la luz del hospital
distante, desapareciendo detrás de nosotros mientras entrabamos al
estacionamiento. Ninguno de nosotros dijo nada, y me tomó segundos darme cuenta
que seguía tomando su mano. La solté.
―¿Te sientes de dieciséis? ―susurró, levantando la mirada al
cielo.
Pensé en su pregunta por un segundo.
―Correr probablemente era la última cosa madura que podríamos
haber hecho.
―A la mierda ser maduros, es un dolor en el culo de todas
formas ―murmuró―. Olvidé que ese era su hospital también. Me lo dijiste. Lo sé,
pero lo olvidé. ¿Qué si la veo?
―Arrójale pintura ―bromeé.
Rió.
―Probablemente la haría sentir mejor… pensaría que estamos a
mano o algo así. Creo que sería mejor hacer lo que has estado haciendo…
―¿Evitarla? ¿Huir? No, estoy cansado de hacer eso. ―De verdad
lo estaba, pero lo que me parecía más extraño era el hecho de que estaba más
preocupado en que ella hiciera una escena más que nada. Sería simplemente un
lío para mi madre y el hospital.
Mientras caminábamos en silencio, sentí como si hubiese algo
entre nosotros. Por primera vez, realmente la consideré como una amiga.
―¿Qué pasa ahora? ―Se movió para enfrentarme.
―¿Qué?
―Tienes esa extraña expresión en tu rostro.
―Muévete. No tengo idea de
lo que estás hablando.
9 comentarios:
Te gusta Bella t hace sentir bien igual t hace sonreír y no dejas d pensar en ella si supieran los dos q están igual d bobos uno del otro esto me esta gustando 😝😘❤ gracias
Jajjajajaja estos se sacarán los ojos porque si jajaajajaaj son un par de tontos sin darse cuenta tan ya hay afinidad entre ellos pero se niegan a verlo jajjaja graciasssss graciasssss
Ah ya van avanzando!!! Será un mural donde aparezca Edward?!!! Hummm estaré esperando
Me encanta esta adaptación 😍 cuando actializas todo el día ando revisando si ya actualizaste haha Nos vemis en los sig caps
Me super encantó esga historia a la espera de nuevo cap!!!
Me encanta la historia y el cómo se va desarrollando los sentimientos entre los dos.
Siii!!! Ya la ve como una amiga!! Aww!!! /*w*\
xD si me imaginé tomándole foto y enviándoselo a todo xD pobre de mi edward.
Pero bueno!!! Ya quiero que empiecen a juntarse más y más 7u7
Gracias
xD creo que fallo eso de leer 1 por día.
Aún no están los capós!!! ^o^
Pero ya mañana como a esta hora espero que estén, por qué es a la única hora que puedo leer
xD Gracias!!!
Q bonito gesto el de Bella al regalarle esas zapatillas.
Hola me gusta la historia .
Nos seguimos leyendo
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