miércoles, 4 de mayo de 2011

CAPITULO XVIII DE LOS BUSCADORES DEL PLACER

DIECIOCHO


Asumo que eres mortal y puedes errar.

James Shirley
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El Cimetiére du Pére Lachaise era el cementerio más grande e impresionante de París, de imponente arquitectura gótica y tumbas ornamentadas con extraordinarias estatuas, erguidas desde lechos de granito como si hubieran escuchado un ruido o se hubieran convertido en piedra en medio de un baile, sin previo aviso.

La imagen melancólica de Jacob Robles miró a Bella detenidamente cuando ella pasaba caminando por la Rué du Repos, con la cara y el gesto del dedo en los labios invocando un silencio reverente.
La compañía más fiel de los residentes eran los cientos de gatos que hacían de Lachaise su hogar, y que descansaban tranquilamente bajo la sombra de los árboles o encima de las lápidas.

Bella inspiró profundamente el aire fresco y seco mientras caminaba, con esa serenidad que era como un bálsamo para su alma. Los franceses no consideraban a los cementerios deprimentes; tampoco sentían una fascinación morbosa o anormal hacia ellos, sino más bien los veían como una prolongación de la vida misma.

Y Lachaise era uno de los lugares de sepultura más hermosos, en especial en ese momento, al caer el crepúsculo que pintaba el cielo con vetas de color ciruela claro y zafiro os-curo, con listones de color dorado acarminado que esparcían pintas rojo fuego en medio de las lápidas de color gris plata, y unos dedos de bruma que crecían desde el césped cubierto de rocío, vestigios de una llovizna de las primeras horas de la tarde.

Aquel día ella necesitaba sentir la presencia de sus abuelos, escuchar los consejos que le impartirían en medio de la quietud y el silencio, tal vez con la esperanza de que fuesen ellos los que atenuaran la culpa que sentía por su papel en la disolución del matrimonio de sus padres y para que la ayudaran a aclarar la confusión que sentía por Edward.

Al marcharse la noche anterior, ella había creído que él regresaría, que se materializaría de aquel modo suyo tan sorprendente y le volvería a decir que la había extrañado. Se había quedado todo el día en casa con el pretexto de tener trabajo, pero él no volvió a aparecer.

Tal vez había regresado a Devon; cualquiera que fuese el motivo que lo trajo hasta París, se había esfumado al verla. ¿Y no era eso lo que ella quería? ¿Que él se fuera? En primer lugar, ojalá que ni hubiese aparecido para reabrir la herida y obligarla a pensar en él, a desearlo.

Durante toda la noche Bella se había dicho que no sucumbiría ante sus besos, pero él se las había ingeniado para llevarla hasta la cama a una velocidad devastadora.

De no haber llegado la madre en aquel momento, Bella no sabía lo que podría haber sucedido (cosa que la asustaba muchísimo). Ella temía que la madre estuviese en lo cierto, y que Edward fuera el hombre que no podría quitarse de la cabeza.

"Ten fe", le había dicho. Tal vez eso era lo que Bella esperaba encontrar allí.

Con estos pensamientos opresivos, dobló por el último sendero bordeado de árboles, con los pasos haciendo un débil eco sobre las lajas. Se detuvo frente a dos tumbas ubicadas juntas, con una silueta masculina esculpida encima de la primera y la de una mujer en la otra, capturados en la plenitud de su juventud y vitalidad, con los cuerpos uno frente al otro para toda la eternidad.

Bella apoyó la mano en la piedra, con un repentino y doloroso arranque de emoción que le estremeció el corazón.

-Bonsoir, abuela y abuelo -murmuró mientras quitaba las flores marchitas de su última visita y las reemplazaba por unas clavelinas y unas espuelas de caballero frescas.

Se sentó en el pequeño banco de mármol que había a los pies de las tumbas. La última vez que los había visto con vida tenía diez años y Francia estaba en medio de una revolución de la construcción que conduciría a la Segunda República.

Su abuelo había estado gravemente enfermo y la madre había decidido ir a visitarlo, temiendo que, una vez clausuradas las fronteras, no podría verlo antes de morir. Bella estaba decidida a ir con ella a Francia. El padre había protestado porque era demasiado peligroso, pero la madre había desafiado su autoridad y se habían marchado, viajando clandestinamente para mantenerse a distancia de los bandos insurrectos.

Lo sucedido aquel diciembre le había cambiado la vida para siempre. Había perdido a sus dos abuelos al cabo de una semana, y luego el perdurable amor que se tenían sus padres había comenzado a desmoronarse irrevocablemente.

Si ella hubiera escuchado al padre y se hubiera queda-do en su hogar, adonde pertenecía... Si no hubiese sido tan obstinada, tal vez el padre no habría culpado a la madre de arriesgar su vida y la de su única hija casi hasta la muerte.

Una lágrima le corrió por la mejilla y cayó sobre el bloc de dibujo, la húmeda marcha florecía al mezclarse con otras lágrimas. Parecía no poder detenerlas. Ella no quería terminar como sus padres (sola, infeliz, llena de un orgullo que no les permitía a ninguno curar viejas heridas). Aunque temía estar siguiendo el mismo camino.

Una sensación de estar siendo observada la hizo alzar la cabeza y una percepción intensa la impulsó a ponerse de Pie. Con el corazón tamborileando en el pecho giró en redondo para enfrentar al intruso.

Y allí, a uno pocos metros, estaba Edward, con el cuerpo cubierto de sombras claras y oscuras que se movían, una silueta elegante con el telón de fondo de la caída del sol tan quieto como una de las estatuas y contemplándola con ojos indescifrables.

-M... me asustaste -le dijo, con las lágrimas que le picaban en los ojos y las emociones que amenazaban con brotar a borbotones.

-Lo siento -dijo con tono bajo-. No quise asustarte. Creí que me habías escuchado acercarme.

Ella no quería que la viera en ese estado, aunque se moría por apoyar su cabeza en el hombro y dejar que las lágrimas rodaran.

Desvió la mirada un instante y parpadeó.

-¿Qué estás haciendo aquí?

-Te vi salir de la casa cuando estaba llegando y te seguí.

-¿Porqué?

-Quiero disculparme contigo. -Las sombras envolvieron las curvas lisas y las cavidades de su rostro, la luz que se iba desvaneciendo creaba figuras que bailaban en el suelo entre ambos-. No es mi fuerte -admitió con una sonrisa incómoda-. No he tenido demasiada práctica. Sé que ayer estropeé las cosas. Es sólo que cuando te vi ahí con el franchute...

-Se llama Jacob.

Su fastidio casi le arranca una sonrisa a Bella. Él hundió las manos en los bolsillos.

-Me volví un poco loco. Lo siento. -La miró a través de aquellas pestañas indecentemente largas, con ojos arrepentidos cuando añadió con tono suave- Por todo.

En aquel momento, a ella le hubiera resultado fácil perdonarlo. En parte quería creer que lo que había comenzado como un golpe para el padre de ella, en el camino se había convertido en algo diferente.

Realmente la asustaba lo mucho que lo deseaba. Nada en la vida la había preparado para Edward, y nada la había hecho sentir jamás tanto temor.

Se alejó de él, sin que le salieran las palabras apropiadas para echarlo. Pasó un instante y luego él se le acercó por detrás, con el cuerpo como un muro sólido de calor contra la espalda de ella. Podía sentirle el pecho subiendo y bajando, ese perfume tan masculino y evocador la envolvía.

-Cuéntame por qué estabas llorando cuando llegué -murmuró en un tono difícil de resistir.

Bella meneó la cabeza sintiendo el dolor que resurgía al recordarlo.

-¿De quiénes son estas tumbas?

Ella cerró los ojos brevemente y trató de respirar para aliviar el nudo que le apretaba el pecho.

-De mis abuelos.

-¿Los extrañas?

-Mucho -dijo ella con una congoja que iba aumento en su voz-. Sólo pude verlos unas pocas veces el año anterior a que... -Ella se mordió el labio para evitar que temblara-. El año anterior a su muerte -terminó.

Edward le acarició levemente la sien con los dedos.

-Pero aún conservas muchos recuerdos de ellos, ¿verdad?

-Sí.

-Cuéntame qué es lo que más recuerdas.

Bella vaciló y bajó la vista a sus manos.

-A mi abuela le gustaba cantar -se oyó decir-: Tenía una voz maravillosa, era soprano. Siempre estaba sonriendo. Siempre feliz.

Una imagen de sus abuelos se desplegó en su memoria y trajo consigo una ola de emociones. ¡Cuánto los extrañaba!

Esta vez ella haría las cosas de otra manera. No cometería tantos errores.

-Mi abuelo tenía un modo particular de cautivar a las personas con sus historias. Relataba las leyendas y batallas de; la Primera República con tal pasión... Él me enseñó el compromiso con los necesitados.

-Suena como si hubiesen sido personas maravillosas.

-Lo fueron. Se interesaban profundamente por muchos temas y odiaban la injusticia de todo tipo. Fue a través de su mirada que yo comencé a apreciar el mundo de un modo diferente, aunque yo expreso mis sentimientos a través del arte.

-Anoche vi parte de tu trabajo. Tienes mucho talento. -El se detuvo un instante-. ¿Puedo? -Le hizo un gesto indicándole el bloc de dibujo que yacía sobre el banco de mármol.

Bella vaciló. Rara vez había compartido su trabajo personal con alguien.

-Sí -murmuró finalmente.

Él se apartó y tomó el bloc, su diario privado de la vida que existía fuera del refugio de los muros del cementerio. Al abrir la primera página, estudió los dibujos y luego la miró con una expresión que Bella jamás había visto en sus ojos. Pena y compasión.

-Su nombre era Fantine -respondió a la pregunta muda-. Era zapatera. Me la crucé cuando estaba rogándole al carnicero que le diera un crédito. El dueño la echó.

-¿Qué le había pasado en la cara?

-El esposo la golpeaba -respondió Bella con voz monótona por el sabor repugnante que dejaban las palabras-. Él se gastaba el poco dinero que tenían en la taberna y luego aparecía tambaleándose en la puerta esperando que la comida estuviera en la mesa. Cuando no estaba allí, le echaba la culpa, como si ella hubiera tenido algo que ver con su despilfarro. A él parecía no importarle que sus hijos casi no tuvieran para comer.

Edward maldijo entre dientes.

-El hijo de perra debería ser colgado de los testículos -dijo con ferocidad-, Bella deseaba que la solución hubiera sido tan sencilla-. ¿Y adonde está la mujer ahora? -preguntó.

Bella cerró los ojos.

-Está muerta. Tenía que encontrar un modo de alimentar a su familia y comenzó a vender su cuerpo en Faubourgs. Uno de los hombres se puso muy violento y la estranguló.

-Cielos.

-Ahora sus hijos están en el reformatorio. -Ella abrió los ojos y se encontró con la mirada preocupada de Edward-. ¿Sabes algo sobre los reformatorios?

-No demasiado.

-Son horribles. La mayoría de las personas prefieren alcanzar lo que sea que encuentran en las calles antes de someterse a la casi inanición y humillación que este tipo de lugares fomenta. -Bella jamás olvidaría la agobiante sensación de desasosiego que había invadido los muros húmedos y esos rostros sucios cuando ella había ido con el vicario a visitar a los niños-. Son como prisioneros, con algunas visitas permitidas y a menudo sujetos a estrictas disciplinas, y muchos son separados de sus familiares.

-¿Y el gobierno no puede hacer nada al respecto?

-El gobierno lo avala. E incluso cuando hay quejas, se niega a escuchar. -Bella pasó la página siguiente del bloc y le mostró el retrato de una niña con un rostro que alguna vez había sido angelical, congelado como una máscara pintada-. Ella sufre de necrosis fosforada del maxilar. Es un tipo de necrosis causada por el fósforo. Algunos hacen trabajar a los niños de siete y ocho años al igual que los adultos, encerrados en talleres insalubres, donde no llega ni el aire ni la luz del sol.

edward se frotó los ojos, como si la imagen fuera demasiado hasta para él. Los dibujos restantes eran similares: rostros de mujeres y niños hambrientos, muchos trabajando bajo la luz de una sola vela, con las manos agrietadas y en carne viva.

-¿Hay algo que se pueda hacer al respecto?

-Interesarse -respondió Bella-. Nuestra sociedad castiga a los pobres, como si la pobreza fuera sólo el resultado de la vagancia, no de la adversidad debido a los tiempos difíciles o a otras circunstancias que van más allá del control de las personas.

-Está claro que te preocupas bastante por su condición.

-Yo los retrato, ¿pero qué es lo que realmente he hecho por ellos?

-También has hablado en representación suya.

-Pero mi voz no es suficiente. Soy mujer: yo no puedo cambiar las leyes. Y no poseo la misma fortaleza que mis abuelos. Si ellos creían en algo, luchaban por ello incondicionalmente.

-Tú te pareces bastante a ellos.

Ella meneó la cabeza y alzó la vista al cielo nocturno: las estrellas comenzaban a brillar en la bóveda de terciopelo.

-Trato de ser tan firme como lo fueron ellos con sus convicciones, pero yo soy una espectadora: capturo emociones y sentimientos en el lienzo, pero jamás las expreso desde el corazón.

Edward le acarició levemente el cuello con un dedo, casi con la contención de un abrazo.

-Jamás conocí a una mujer tan apasionada por lo que cree. Me aceptaste a mí, ¿verdad? Si eres capaz de eso, eres capaz de lo que sea. Deberías mostrar tu arte para que el mundo vea esta crueldad con sus propios ojos.

Bella bajó la vista y se abrazó la cintura con los brazos.

-No lo sé.

Edward le tendió la mano, con la palma hacia arriba, en un tierno ofrecimiento de apoyo.

La incertidumbre del gesto casi la hizo llorar. Ella posó su mano encima. Él deslizó las yemas de los dedos, provocándole un estremecimiento reconfortante y luego la aferró con aquella mano morena, firme y fuerte, quitándole con su calidez la frialdad que a ella parecía calarle hasta los huesos.

-¿Qué es lo que dice la inscripción? -le preguntó con discreción, indicándole con un gesto el epitafio de la lápida de la abuela.

Bella leyó las palabras grabadas en el mármol: "ILS FLORENT ÉMERVEILLÉS DU BEAU VOYAGE QUI LES MENA JUSQU'AU BOUT DE LA VIE".

-Se maravillaron ante el hermoso viaje que los llevó al final de sus vidas -recitó ella en tono suave.

-Es un sentimiento maravilloso.

-Sí. Se amaban mucho el uno al otro. -Le tembló la voz y Edward le apretó los dedos con gesto reconfortante, apoyando la mejilla en sus cabellos-. Fallecieron con una semana de diferencia. Mi abuelo ya estaba enfermo, pero yo creo que la inesperada muerte de mi abuela lo hizo abandonar la batalla y dejarse ir. Había perdido la razón más importante para mantenerse vivo.

-Debió de haber sido devastador para ti perder tan de repente a dos personas que amabas.

-Lo fue.

-¿Cómo falleció tu abuela?

-A ella la asesinaron.

-Lo siento -murmuró él, al tiempo que la besaba levemente en la sien.

Las lágrimas que Bella había estado tratando de contener comenzaron a rodar por sus mejillas.

-Ese día fue tan tranquilo -dijo-. Pero mirándolo retrospectivamente, me doy cuenta de que era más un silencio inquietante.

-¿Quieres contarme qué sucedió?

Ella vaciló, pero los recuerdos brotaron.

-La tensión que estaba creciendo entre el gobierno y la gente se había agravado. El distrito de los alrededores de Rué Montmartre y de la Rué du Temple estaba convulsionado por el creciente malestar. De repente se levantaron decenas de barricadas; algunas ocupadas por más de un centenar de guardias armados. Yo alcanzaba a ver a los soldados desde la ventana de la casa de mis abuelos. -Se estremeció al recordarlo.

Edward la abrazó por la cintura y la aferró aún más.

-Debiste de estar aterrorizada.

-Creo que yo no comprendía lo que estaba sucediendo. Recuerdo haberme sentido extrañamente ajena, como si estuviera viendo la escena desde afuera. Mi madre me había prohibido ir cuando ella y mi abuela salieron a la calle, pero yo las seguí igual, manteniendo la distancia para que no me vieran.

En la cima del monte había una mujer parada leyendo un manifiesto escrito por Víctor Hugo. Cientos de personas reunidas escuchaban y había cerca de miles de guardias reales apostados.

-¿Y luego qué sucedió? -insistió sutilmente.

-Escuché las campanas de la catedral de Notre Dame que dieron la hora. Eran las tres en punto. Un momento después, alguien exclamó: ¡Viva la República!" Y luego se escuchó un disparo; nadie supo de dónde vino. Mientras la multitud se abalanzaba, los soldados disparaban.

El incidente completo no duró más de cinco minutos, pero al final, una decena de personas yacía muerta en las calles. Todavía me parece ver la mirada fija de un anciano tendido en el borde de la acera sujetando aún su sombrilla, y a un joven con el cuerpo acribillado por los disparos... y a mi abuela.

Las lágrimas comenzaron a rodar en serio.

-Parecía algo imposible. Yo creía que era una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Me quedé allí, inmóvil, mi madre arrodillada a su lado, emitiendo un terrible lamento. Yo estaba paralizada ahí, mirando cómo la luz se iba desvaneciendo de los ojos de mi abuela. Recuerdo que pensaba que la pesadilla terminaría y ella volvería. Sólo tenía una pequeña mancha de sangre en el pecho, seguramente no suficiente para derribar a una mujer que había sobrevivido a tanto.

Ella me extendió la mano pero yo no pude tomársela. Sabía que se estaba despidiendo y yo no quería que se fuera. -Un sollozo brotó de sus labios-. Era mi última oportunidad y yo... yola dejé pasar,

Edward la giró y la abrazó con fuerza, dejándola llorar. Enroscó los dedos en los cabellos sueltos y con la otra mano le acarició la nuca.

Permanecieron en esa posición largo rato. Cuando las lágrimas comenzaron a menguar, él se trasladó hasta el banco de mármol y la hizo sentarse en su regazo.

-¿Te sientes mejor? -murmuró.

Ella asintió con la cabeza, secándose los ojos con un pañuelo que él le había puesto en su mano.

-Eras sólo una niña -le dijo con tono consolador-. No puedes culparte por temerle a algo que no comprendías.

-Debí de haberles rogado que no fueran.

-¿Cómo ibas a hacer para detenerlas?

-No lo sé -dijo ella medio sollozando-. Pero debí haberlo intentado. Debí decirle a mi madre que se quedara en casa cuando mi padre le prohibió venir aquí. Él sabía que era demasiado peligroso. Tal vez si yo le hubiera implorado nos hubiéramos quedado y entonces ni ella ni mi abuela jamás hubieran salido a la calle, y mi madre y mi padre aún seguirían amándose.

Edward le acunó la cabeza contra el pecho, acariciándole los cabellos rítmicamente. Cuando se calmó el último sollozo, él le levantó el mentón y la besó ligeramente en los labios.

El amor floreció en el corazón de Bella, frágil y aterrado. En algún momento ella se había enamorado del desprestigiado conde de Masen. ¿Quién lo hubiera dicho? La acérrima defensora inglesa de las mujeres se había enamorado del acérrimo corruptor inglés de mujeres.

-Si pudieras pintar algún lugar del mundo -dijo Edward con tono suave, con el crepúsculo resplandeciendo alrededor de ambos-, ¿cuál sería?

La mirada de Bella se desvió hacia los hermosos ángeles alados encaramados en lo alto de las tumbas que había detrás de ellos: el ojo del arcángel de piedra parecía posarse en ella con cierta curiosidad.

-No lo sé - respondió ella-. Supongo que aquí todos los aspirantes a artistas parecen encontrar su camino en París.

-¿Lo supones? ¿O estás segura? -Al mirarla, sus o se veían oscuros y profundos como el cielo sobre sus cabezas-. ¿A dónde más te gustaría ir?

La respuesta le surgió al instante.

-De nuevo a casa. A Exmoor.

-¿Por qué?

-Porque allí fui feliz.

-¿Y ahora no eres feliz?

-Lo suficiente -murmuró ella, al tiempo que le acá ciaba la corbata del cuello, tan perfectamente anudada, y bien presentada, como si él hubiera erradicado a la bestia que había sido en Devon, que tomaba lo que deseaba y hasta mismo diablo con todo lo que ello implicaba. Y sin embargo, tras la apariencia de esplendor, Bella sospechaba que existí ambos hombres, y esa posibilidad la debilitaba.

-¿Qué es lo que más extrañas? -le preguntó él.

-Una verdadera familia -le respondió ella desde el corazón-. Parece que hubiera formado parte de una en otra u vida. -Al escuchar su anhelo absurdo, ella desvió la vista él-. Esto te debe de sonar tonto. Ya soy una mujer adulta, una niña.

-La familia es la familia, no importa la edad que tenga -Él le acarició la línea del mentón instándola a que lo mirara.- Sólo fuimos mi padre y yo hasta donde recuerdo. -El echó una mirada breve a las luces titilantes del bulevar, donde los salones de baile estaban abriendo las puertas-. Jamás conocí a mi madre de verdad. Ella murió cuando yo tenía cuatro años.

-Lo siento.

Había cierta frustración en sus ojos cuando se dio la vuelta para mirarla.

-No hay por qué apenarse. No puedes extrañar lo que nunca tuviste,

-Yo creo que sí.

La expresión de su rostro cobró determinación.

-Dime qué es lo que ves cuando me miras.

Esa era la pregunta más sencilla que jamás le había hecho.

-Veo a un hombre que ha sido devastado -le respondió con tono suave-. Que está obsesionado. Apenado. Que me debilita pero que también me fortalece. Que es compasivo cuan-do nadie lo mira. Cruel cuando hiere. Amable cuando quiere ser severo.

Él la miró fijamente durante largo rato, como si ella hubiera triunfado al dejarlo sin habla. Luego le acarició la comisura de los labios.

-Una vez me acusaste de no pedir lo que deseaba.

El pulso de Bella se aceleró y con la voz sin aliento le dijo:

-¿Y qué es lo que deseas?

-Un beso, para empezar -murmuró él, al tiempo que le deslizaba una mano por la nuca y le levantaba la boca-. Y después deseo tener tu corazón.

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AKI LES DEJO OTRO CAP EN FACEBOOK HAY UNA ENCUESTA PLEASE RESPONDANLA PORFISS
EL SABADO NUEVO CAP DE LOS BUSCADORES DEL PLACER Y LA LISTA FINAL DE LAS INVITACIONES AL BLOG ESTEN AL PENDIENTE.
A LAS NIÑAS QUE ME PIDIERON INVITACION YA ESTUVE CHEKANDO Y HAY MUCHAS POSIBILIDADES DE QUE SI LES DE POR LO MENOS A ALGUNAS.
BESOS

10 comentarios:

lorenita dijo...

wow! me quede sin palabras, este cap. estuvo muy emotivo y romántico,Bella realmente sufrío con la pérdida de sus abuelitos y la separación de sus padres y al fin pudo desahogar su corazón, lo hermoso es que fue con Edward, una prueba más de que se aman...ojalá Edward y Bella sean felices!! saludos!!:)

Cammy dijo...

awww! que hermoso! me encantó! ninguno de los dos siendo crueles con el otro (:
Me gustó que Edward la escuchara, se nota que van por buen camino!

nos leemos!
Besitos

Silvinha dijo...

Foi um cap. muito lindo!!!!!!me emocionou!!!!! bjs.

nydia dijo...

dios me encanto y que emocion que el estubiera hay para consolarla....Me encanto por cierto linda como te encuantro en el facebook y disculpa.....Besos...

RooCh .... (Yop) dijo...

Una de las cosas más lindas y reconfortantes, que te sanan y te ayudan a encontrar las respuestas y el camino, es compartir las penas y miedos con la persona que amas, mientras esta te escucha y te mima en señal de apoyo... Me encanto el capitulo... Detrás de esa mascara de "me importa muy poco todo", Edward es un hombre con todas las letras... Suspiro sin cesar :)
Lizzy me encanto el capitulo!!
Besotes!!

nany dijo...

hay ed me encanta, ojala y bella le de una oportunidad

Unknown dijo...

hooo lizzy!!! Este capi ha sido uno de mis favoritos!! Bella se abrió hacia Edward (en el buen sentido...) y él la reconfortó y le brindió apoyo!!

es muy triste lo que les paso a sus abuelitos T_T pero como que me dio mas tristeza lo de sus dibujos. Todas esas personas con tantas penas y lo peor es que aun en estos tiempos las cosas crean que son aun mas devastadoras.

Muy bien capi y muy emotivo

Gracias por actualizar

Saludos

Caresme dijo...

O por dios se me salieron las de cocodrilo q emotivo capitulo el dolor de las perdidas de Bella la separacion de sus papis.
Increible ....

vyda dijo...

HAAAAA!!!! Ame este capitulo, desde la historia de los abuelos de Bella, hasta la separacion de sus padres, pero lo que literalmente me mato fue la ternura y paciencia de Edward al escucharla, ya comenzamos a leer a un Edward completamente diferente al que estabamos acostumbradas, y la frase final que dice :

Un beso para empezar y después tu corazón!!!, awww ya esta igual de enamorado que ella, amo esta historia, un beso enorme Lizzy, sigo leyendo...

Ana dijo...

Ohhhh qué bonito

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina