sábado, 18 de junio de 2011

PERDONAME MI AMOR CAPITULO VII




Capítulo Siete

-¡Vaya, vaya! Tenemos visita -rió entre dientes Mike mientras aparcaba delante de la casa de Bella.

Bella vio el Volvo plateado y se le revolvió el estómago.

-¡Por el amor de Dios! -rezongó.

-¿Dijiste que no está interesado? -bromeó Mike-. Pues a mí me parece una auténtica persecución.

-¿Te importa entrar a tomar un café?

-Me encantaría, pero papá regresa de Grecia y tengo que estar en el aeropuerto a las cinco. Siento que no hayas podido conocerle. Esperábamos que estuviera de vuelta para la fiesta.

-Otra vez será -comentó ella. Hizo una mueca-. No quiero entrar ahí.

-¡Ánimo, chica! Recuerda que en esta ocasión la víctima es él, no tú. Ahora entra ahí y cuéntale que soy maravilloso y lo mucho que te ha gustado mi familia. ¡Y que estoy a punto de pedirte en matrimonio! Exagera todo lo que te apetezca.

Ella le observó atentamente.

-¿Has pensado en hacerte entrenador de un equipo de fútbol profesional?

-Alguna vez, pero primero resolveré tu asunto. Ven aquí. Se han movido las cortinas -murmuró sonriendo.

La acercó y la besó en los labios.

-Estupendo.

Se echó a reír.

-Como comer algodón dulce. Ahora, entra ahí y dale una ración de su propia medicina.

-Sí, señor.

Le devolvió el beso y salió del coche.

-¿Estoy lo bastante despeinada?

-Tienes un aspecto delicioso -dijo él con añoranza-. Bueno, tengo que irme. Mañana te llamo.

-Buenas noches. Gracias por la invitación. Lo he pasado muy bien.

-Yo también, encanto. ¡Adiós!

Le vio alejarse con cierta nostalgia. Era un hombre estupen¬do. Era una lástima que su corazón perteneciera a aquel cobrizo que la esperaba en la casa.

Se volvió con el bolso en la mano y entró. Su padre y Edward estaban sentados en el cuarto de estar hablando. Edward aún llevaba su ropa de trabajo. Debía haber estado con los caballos. Le gustaba ayudar al entrenador de vez en cuando. En su pri¬mera juventud, había participado en competiciones de polo y salto de vallas, y era un experto jinete.

-Hola, cariño. ¿Qué tal la fiesta? -preguntó charlie, son¬riendo cuando su hija entró en la habitación.

-Maravillosa -dijo con un exagerado suspiro-. Me en¬cantan la madre y la hermana de Mike. Son muy agradables.

-¿Te refieres a Gladys, la gladiadora, y a Sandra, la ser¬piente? -preguntó Edward.

-Debería darte vergüenza llamarlas así. Son gente es¬tupenda.

Edward se recostó en el asiento.

-Michael debe haberlas amenazado con escribir su autobio¬grafía -murmuró.

Sus ojos azules recorrieron la esbelta figura cubierta por el favorecedor vestido blanco y morado.

-Me gusta -comentó-. El diseño es muy favorecedor.

-Eso es lo que piensa Mike -dijo ella con una recatada sonrisa-. Voy a cambiarme para hacer la cena, papá.

Miró a Edward de reojo.

-¿Te quedas?

-¿Me invitas?

-Tú eres el jefe -le recordó ella, viendo cómo cambiaba su expresión-. No puedo ordenarte que salgas de una casa que es tuya, ¿verdad?

-¡Isabella! -exclamó Charlie.

-¿No vas a dejarlo nunca? -rezongó Edward.

-Está bien. Nos gustaría que te quedaras a cenar, querido Edward -dijo ella con una tenue sonrisa-. Espero que te gusten el brécol y el hígado, porque es lo que voy a preparar.

-Cariño, ya sabes que Edward detesta el brécol y el hígado.

-Me estoy reformando -dijo Edward entre dientes-. Me encantan el brécol y el hígado.

Bella fue a su habitación con una sonrisa en los labios. Se puso unos vaqueros viejos y una blusa que había conocido días mejores. Se quitó los zapatos y no se molestó ni en peinarse ni en retocarse el maquillaje. Así se enteraría Edward Maen de que a ella no le importaba lo que él pensara de su aspecto. Cruzando el cuarto de estar en donde hablaban los hombres, fue directamente a la cocina y comenzó a hacer la cena. ¿De qué hablarían Edward y su padre durante todo el tiempo que pasa-ban juntos?

Tardó media hora en tener lista la cena. Avisó a los hombres y sirvió té helado en tres vasos.

Edward se mostró silencioso y reservado en la mesa. Pero sus ojos Verdes no dejaron de seguirla cada vez que se movía por la cocina sirviendo más té, cambiando los platos y dejándolos en el fregadero. Su escrutadora mirada comenzó a ponerla nerviosa. Se sintió feliz de que la cena terminara y los hombres se fueran al cuarto de estar a jugar al ajedrez.

Después de fregar los platos, se puso unos mocasines viejos y salió a pasear por detrás de la casa. Desde el pequeño patio se veía la inmensa extensión de la granja. Apoyada en la valla de madera, bajo los robles, podía ver a los caballos de carreras haciendo cabriolas en la dehesa. Le encantaban sus gráciles movimientos. Le recordaban su infancia. Como aquella casa, en la que había nacido y vivido toda su vida. Como... Edward.

Oyó sus pisadas. No necesitaba volverse para saber quién era. Conocía sus pisadas tan bien como las suyas propias. Llegó junto a ella y se detuvo.

-¿Por qué te escondes aquí?

Ella se encogió de hombros, cruzó los brazos sobre el pecho y sonrió débilmente.

-No sabía que me estuviera escondiendo.

El suspiro de Edward fue sonoro. Se acercó a ella con una mano metida en el cinturón. En la otra llevaba un cigarrillo.

-Es lo que parece a veces.

-Creía que lo habías dejado -comentó ella señalando el cigarrillo.

Él se encogió de hombros.

-Sigo intentándolo.

Se llevó el cigarrillo a los delgados labios.

-¿Te gustó la fiesta?

-Fue muy agradable. Mucha gente, mucha comida... In¬cluso había una orquesta.

-A Gladys le gusta dar fiestas.- Edward observó el aspecto descuidado de Bella.

-¿Te has vestido así para mí?

-En realidad, pensé que podría despertar tu pasión... ¡Edward!

La había cogido del brazo y había tirado de ella con tanta rapidez que no pudo reaccionar antes de caer contra su cuerpo.

-Pues la has despertado -dijo Edward.

Estaba tan cerca que sintió su aliento en los labios cuando se inclinó hacia ella.

-¡Suéltame! -protestó.

El corazón le latía descontrolado. Sus pechos quedaron apre¬tados contra el duro tórax masculino.

-Convénceme de que quieres que te suelte, Bella.

El sol salpicaba de sombras el suelo y la brisa movía sus cabellos. A lo lejos, relinchó un caballo.

-No soy una mujer libre. ¿No lo has oído?

-Lo he oído. Pero no me lo creo. Bésame.

Ella retiró la cara. Pero él tiró el cigarrillo y, cogiéndola por el pelo, le volvió la cara hacia él.

-Ahora, lucha... -musitó contra sus labios antes de apo¬derarse de su boca en un beso que la llenó de deseo, dejándola indefensa.

Conocía muy bien el poder que ejercía sobre ella y sabía cómo despertar sus más profundos anhelos.

-No luches conmigo, pequeña -susurró Edward cuando apartó la cara ligeramente-. ¿Qué podría hacerte aquí, con tu padre en casa?

-No quiero que me beses -susurró ella entrecortadamente.

-¿De verdad?

Sus dedos se movieron sobre su pecho. Luego lo apretaron suavemente hasta sentir los latidos del corazón.

-Tu corazón late alocadamente, pequeña Bells. Como el mío. Aquí. Siéntelo.

Le cogió una mano y la deslizó bajo la camisa entreabierta. Ella contuvo la respiración y sus dedos se crisparon sobre la carne.

-Aquí.

Él la obligó a estirar los dedos y a moverlos sobre la espesa mata de vello rojizo sin dejar de mirarla a la cara mientras ella sentía los lentos e involuntarios movimientos de sus dedos. El corazón de Edward latía violentamente. Ella le excitaba como no lo había hecho ninguna otra mujer.

-Bells… -susurró.

La besó en la frente mientras se estremecía. Bella no sabía muy bien qué hacer y Edward se dio cuenta.

Tras un momento de vacilación, apoyó ambas manos sobre su pecho. Se sentía débil. Apenas podía tenerse en pie. Deseaba apoyarse en él, pero sabía lo que ocurriría si lo hacía. A pesar de sus dudas y suspicacias, no quería hacerle pasar tan mal rato. Su cuerpo era sólido y musculoso. bajo sus manos. Recordó el roce de su vello contra sus pechos desnudos la noche que hicieron el amor. La intimidad de los recuerdos era tal que apenas pudo soportarlo. Él se estremecía y su corazón latía como la noche en que la poseyó.

-Edward... -comenzó a protestar.

-Shh...

La besaba en las cejas, en los párpados cerrados.

-No pienses. Acaríciame más.

Guió las manos hasta el liso estómago. Se estremeció cuando ella le acarició. Pero Bella titubeó cuando él quiso que siguiera bajando las manos. Entonces la besó y le acarició los labios con la lengua.

-Todo está bien -susurró-. Todo está bien, pequeña. No te avergüences.

Ella le permitió que le bajara las manos. Edward gimió cuando le acarició. Isabella se echó hacia atrás inmediatamente, asustada de su propia audacia.

-¡No puedo!

-Está bien -murmuró él.

La abrazó manteniendo la mitad inferior de su cuerpo cui¬dadosamente apartada de ella.

-Eres muy inocente en algunos aspectos, pequeña. No de¬bes avergonzarte de nada. Me gusta tu manera de ser.

-No debes hacer estas cosas -dijo ella con firmeza Pero le temblaba la voz.

-¿No sientes curiosidad por mi cuerpo? -preguntó él-. Yo sí la siento por el tuyo.

-Ya conoces todo lo que hay que conocer. –

-No. Conozco muy poco.-Edward levantó la cabeza y buscó su mirada.



-Me gustaría verte como te vi aquella noche, Bells Ardien¬do de pasión.

Ella se sonrojó e intentó librarse de su abrazo. Pero él se lo impidió.

-Aquella noche te defraudé. Quiero resarcirte.

-No quiero volver a acostarme contigo.

-Quiero hacerte el amor. No es sexo solamente.

-Contigo, sí. Quieres que vuelva a bailar al son que tú toques, Edward Masen. No me quieres. Lo que te molesta es que Mike me quiera. Como verás, ahora te conozco. Sé cómo fun¬ciona tu cerebro. Y no quiero lo que puedas ofrecerme. ¿Está lo bastante claro? Ahora, ¡suéltame!

Él percibió su miedo y se detestó por provocarlo. La soltó.

-Tengo cosas que hacer -musitó ella, turbada.

Se volvió y se alejó de él. Sabía que más tarde estaría muy enfadada consigo misma por aquel momento de debilidad. ¿Por qué no conseguía rechazarle?

-¿Por qué no quieres escucharme? -gritó él-. Siempre das por supuesto que conoces mis sentimientos y mis deseos. ¡Pero nunca puedo explicártelos porque no quieres oírme!

Se volvió para mirarle.

-Si te escuchara, acabaría como hace cuatro años. Ya no soy tan estúpida, Edward.

-No. Sólo estás sorda y ciega. Tú serás muy testaruda, encanto, pero yo lo soy más. Y, a pesar de todas esas bonitas palabras sobre lo que siento y lo que no sientes, me basta con tocarte para que te deshagas.

Ella se puso como la grana, pero no apartó la mirada.

-Estoy segura de que causas ese efecto en otras mujeres.

-No me interesa lo que sientan otras mujeres. Sólo me interesas tú.

La recorrió con la mirada lentamente, absorbiendo cada detalle.

-Si pudiéramos pasar unas horas solos en algún sitio tran¬quilo, te diría exactamente lo que siento.

Ella hizo un esfuerzo por sonreír. Se encogió de hombros con aparente indiferencia.

-Lo siento, jefe. Tengo un fuerte instinto de supervivencia. ¡Y pienso ponerlo en funcionamiento!

Le miró desafiante antes de volverse y dirigirse hacia la casa casi corriendo.

Viéndola alejarse, deseó que la tierra se lo tragara. Siempre pasaba lo mismo. No volvería a confiar en él nunca más. Y la culpa era suya solamente. Si pudiera explicarle cuánto lamentaba aquella noche de hacía cuatro años... Victoria le había dejado un amargo recuerdo. Y todo se debía a Bella. Bella le había embrujado con su cuerpo inocente y su ardiente anhelo de entregarle todo lo que él deseara.

Bella le había amado. Era lo que más le dolía, y él había ignorado sus sentimientos. Haría cualquier cosa por lograr que volviera a susurrarle que le amaba, pero nunca lo haría. Estaba ilusionada con Mike. Lo único que podía hacer era esperar que Mike no le pusiera un anillo en el dedo antes de que él consi¬guiera recuperarla, si es que podía lograrlo.

Suspiró y la siguió al interior de la casa. No esperaba que ella se rindiera sin luchar. Tenía que salvaguardar su orgullo. No se lo iba a poner fácil. Sonrió con tristeza. Iba a tener que hallar un modo de neutralizar a Mike Newton.

Bella irrumpió en la cocina y la emprendió con los platos. Edward entró tras ella y cerró la puerta.

Ella le miró.

-¿No tienes nada que hacer?

-Voy a jugar otra partida de ajedrez con tu padre dentro de unos minutos. Está hablando por teléfono con el viejo Jenkins.

-¡Oh!

-¿Por qué no quieres salir conmigo? -preguntó Edward inesperadamente.

Él tiró de una silla y se sentó a horcajadas. Luego, encendió un cigarrillo.

-El domingo pasado hablamos. Hablamos de verdad. Me gustó mucho.

A ella también, pero no podía arriesgarse a estar a solas con él. Era demasiado vulnerable.

-Aún me deseas, Bella-observó él en voz baja-. Sí, lo sé, aunque a ti te desagrade que lo sepa -añadió cuando ella se volvió bruscamente para negarlo-. Pero es la verdad. Y yo siento lo mismo.

-No quiero tener una aventura contigo -dijo ella, volvién¬dose a mirarle fijamente con ojos atormentados.

-Me alegra oír eso. Yo tampoco busco una aventura.

-A ti te gustan más los revolcones de una noche, ¿verdad?

-Si quieres saber la verdad...

Pero antes de que pudiera continuar, Charlie entró en la cocina sonriendo de oreja a oreja.

-El viejo Jenkins se ha decidido por fin a venderme la prensa que quería para mi taller -dijo alegremente-. Ha de¬cidido que su artritis le impide seguir trabajando. Ahora podré tirar ese trasto viejo que he estado usando y hacer un trabajo decente.

-¿Cuándo tienes que recogerla? Puedo llevarte yo -se ofre¬ció Edward.

-¿No te importa? Entonces podemos ir ahora mismo, antes de que ese viejo chivo cambie de opinión.

-¡Qué manera de hablar de tu mejor amigo! -1e reprendió Bella.

-¿Por qué no? Deberías oír lo que me llamó él a mí cuando gané aquella apuesta sobre el campeonato mundial.

Ella levantó las manos.

-Abandono.

-Sólo después del décimo -dijo Edward cuando su padre salió.

Sonrió al ver su expresión.

-El décimo niño, ¿recuerdas? Le llamaremos Quits. Ella se sonrojó.

-¿Le llamaremos?

-Mi esposa y yo, desde luego.

¿Esposa? ¿La joven irlandesa estaría haciendo progresos?

-Volveré -dijo él-, así que no salgas con ese Don Juan.

-Me tiene sin cuidado si vuelves o no -replicó desafiante, apartando la mirada.

-Conseguiré que te importe. Ya lo verás -dijo él. Cuando ella levantó la vista, se había marchado.

Los dos hombres tardaron solamente una hora en recoger la prensa y llevarla a casa. Luego pasaron otras dos horas en el taller instalándola y probándola.

Bella no sabía que a Edward le interesara la carpintería. Pero, cuando fue a ver la prensa, lo encontró torneando la pata de una mesa con movimientos rápidos y precisos. Lo hacía bien.

Bella pensó que todo lo hacía bien. Excepto, tal vez, una cosa... pero incluso entonces había sido la respuesta de su cuerpo la causante de sus molestias. Puede que hubiera sido molesto con cualquier hombre, pero su temeraria pasión podía haber provocado la brusquedad de Edward. Además, él ignoraba que fuera virgen.

No quería seguir recordando. Dejó a los hombres trabajando y charlando y volvió a la casa. Preparó la cafetera y la dejó en la cocina junto con un plato con bizcocho y una nota. Luego se acostó. No podía soportar a Edward ni un minuto más. Había tenido suficiente por aquel día.

11 comentarios:

monikcullen009 dijo...

buen capitulo lizzy t mando un saludin y nos seguimos leyendo besos!!!!

lorenita dijo...

gran cap. lizzy!! si el amor es un poquito complicado...pero es hermosisimo!!!:) ya quiero leer el que sigue!!:)

vsotobianchi dijo...

buen capi, ya quiero leer el próximo, esta historia se pone cada día mas buena, saludos.

brigitteluna dijo...

gran capitulo ..sera capaz de recuperar su confianza ..se le ve digçficil

Silvinha dijo...

Bem, acho que Eduard merece sofrer um pouco mais, a ponto de estar raivoso de ciúmes, vai ser divertido. ahahah!!!!

Maria dijo...

ME ENCANTO EL CAPI LIZZY GENIAL SALUDITOS EXITOS Y NOS LEEMOS EN en proximo jejejej =)
maria torrealba

nydia dijo...

jajajaja me encanta y este Edward si que sabe sacar de pasiencia a Bella no por lo visto no se va a rendir asi de facil...Me encanto..Besitos mi niña...

Caresme dijo...

Que tentacion mas grande en verdad , que fuerte Bella ..

Anónimo dijo...

muy lindo capitulo, que sufra un poco mas Edward!!!!!!

Ligia Rodríguez dijo...

Ojala la mensa esta no se de por vencida tan rapido! Sinceramente....

EdithCullen71283 dijo...

Me encanto el capitulo
BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina