miércoles, 20 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 16

Capítulo 16
El insondable y profundo
Bosque donde todos deben perder
Su rumbo, por recto
O tortuoso que sea, antes o después,
Edward Thomas
Edward no fue a ver a Bella al día siguiente, ni siquiera dos días después.
Se limitó a ponerse a beber, sin prisas pero sin pausas, alternándose entre sisear contra el puñetero de Hastings por entrometerse en sus excesos, o maldecir su propia estupidez por dejar a Bella en primer lugar y permitir que fuera víctima de un malnacido sin escrúpulos que se había llevado su virginidad y luego la había abandonado. ¿Había sido ese paleto de ex prometido? se preguntó Edward por milésima vez. ¿Había sido él el que se había llevado ese regalo que debería haber sido para Edward? ¿El que había acariciado ese valle ceñido, el que había oído los dulces gemidos de Bella y había sabido que él era el primero? 
Por Dios, ¿por qué le importaba siquiera? La amaba hasta el punto de la obsesión y estaba atrapado en el interior de ese brumoso reino en el que el resto del mundo dejaba de existir. De ahí su empeño en emborracharse hasta ese punto inhumano del que ya no había regreso. Era culpa suya. Si no la hubiese abandonado, si no hubiera huido de sus sentimientos, Bella habría sido suya. Durante toda su vida, Edward se había permitido creer como un estúpido que Bella siempre le pertenecería. Quizá había llegado a creer de verdad que la joven esperaría a que él volviera en sí, que esperaría a que sacara la cabeza de la arena y dejara de luchar. ¿Todavía lo amaba? Después de lo que habían compartido, del modo en que ella había estado entre sus brazos, Edward habría dicho que sí. Se había entregado a él con gran generosidad, con mucha pasión.
Era una locura. Todo. Él. Ella. El incesante torbellino del amor. Era suficiente para hacer que un hombre quisiera tirarse de cabeza en una barrica de whisky y dejar que todos sus poros fueran absorbiendo el licor hasta quedar sin sentido.
—Cristo, yo me encuentro mal, pero tú estás peor.
La cabeza de Edward no estaba del todo en su sitio cuando levantó la mirada de la botella de whisky escocés que tenía en las manos y vio a una persona enmarcada en el umbral. El puñetero de Stratford. Y detrás de él se encontraba un más que inquieto Hastings. —Le dije que no recibía a nadie, excelencia —zumbó el mayordomo. —Y yo le dije que me dejara en paz —respondió Emmett lanzándole a Hastings una mirada de advertencia antes de entrar a grandes zancadas en la habitación y dirigirse directamente al rincón favorito de Edward, el mueble bar.
—Eso es todo, Hastings —consiguió decir Edward. Deshacerse de su mayordomo siempre era más fácil que deshacerse de Stratford.
—Ya has oído al tipo —lanzó Emmett por encima del hombro—. Escabúllete ya.
Con un sorbidito desdeñoso de la nariz, Hastings levantó el campamento de mala gana. Con la copa llena hasta el borde, Emmett se dejó caer en el sillón que había enfrente de Edward y se repantigó con las piernas estiradas y los tobillos cruzados. Levantó el vaso y se quedó mirándolo mientras murmuraba.
—Mujeres. Capaces de acabar con la existencia tranquila y ordenada de cualquier hombre. —Engulló medio vaso, hizo una mueca y después clavó la mirada en Edward— ¿Ya ti qué te pasa, viejo amigo? ¿Alguien se ha cargado a tu perro?
—No tengo perro. —Estaba hablando de forma metafórica, o figurativa, una de las dos cosas, y además no te pongas difícil. Es demasiado temprano para una pelea y en mi estado actual, me apetece demasiado pegarle a alguien. Y no me importaría soltarte un puñetazo solo por principios, dado que, de todos modos, mis desgracias son culpa tuya, muchas puñeteras gracias. — ¿De qué diablos estás hablando? ¿Y, en primer lugar, por qué estás hablando?
¿Por qué estás aquí siquiera, si a eso vamos? ¿No ves que me estoy revolcando en un momento de autocompasión y trabajando en lo que bien podría terminar siendo mí mejor resaca hasta el momento? ¿Por qué tienes que estropearlo todo?
Emmett se irguió en la silla. — ¿Que de qué estoy hablando? Si no hubiera sido por ti y tu «Ve tras ella, Stratford» cuando estuvimos en el Tormento y la Ruina, yo no habría conocido a la mujer que va a ser mi futura marquesa, le guste a ella o no, demonios, y que en lo sucesivo me llevará con una correa, me dará un montón de mocosos chillones que me llamarán papá —cosa que sin duda encontraré entrañable, de la forma más renuente imaginable— y que no me dejará ni un solo sirviente que preste atención a ninguna de mis exigencias puesto que preferirán diferir a la opinión de la señora. En pocas palabras, va a ponerme los grilletes una mujer que me hará arrastrarme durante el resto de mis días por la menor de las infracciones y que me expulsará de mi propio dormitorio cuando la disguste, y a mí no me hace mucha gracia el sofá ni dormir solo, así que andaré a la deriva como un alma en pena hasta que haya recuperado el favor de mi esposa. Y de eso, amigo mío, tienes tú toda la culpa. Espero que estés contento. Malnacido.
Edward se quedó mirando al hombre que, por alguna razón incomprensible, había llamado amigo durante diecisiete años.
—Creo que te has vuelto majareta. No tengo ni puñetera idea de lo que me estás hablando.
—De la dulce tabernerita, la rubia, ¿o debería decir la falsa rubia? Veo que al findeduces a lo que me refiero.
Le tocaba a Edward erguirse en su sillón. — ¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que amo a esa chica y ahora voy a tener que ser puñeteramente respetable. Renunciar a todas mis amantes. De todos modos, resulta que ya han perdido la gracia. Esa chica me ha estropeado para todas las demás.
Tengo que ponerle un anillo en el dedo aunque se me resista todo el camino hasta el altar, cosa que hará, te lo juro. Jamás he conocido una beldad más obstinada en toda mi ilustre vida. —El Conde sacudió la cabeza, era obvio que estaba muy disgustado consigo mismo.
Edward se levantó poco a poco del sillón, las tripas se le revolvían con solo pensar en Stratford y Bella. ¿Podría ser Emmett el hombre con el que Bella había perdido su virginidad? Edward recordó con toda claridad que Stratford le había dicho que le había echado el ojo a la rubia esa noche en la taberna. Bella no habría… no con Emmett… no con su mejor amigo. —Te voy a matar —dijo Edward entre dientes y una bruma de rabia descendió sobre él.
— ¿Disculpa, viejo amigo? —Emmett se levantó del sillón y los dos hombres quedaron uno frente al otro—. ¿Qué has dicho? —Ni te acerques a ella, diablos —gruñó Edward—. O te juro por todo lo que es sagrado que me reuniré contigo en el cruce de Guilford al amanecer.
— ¿Me estás retando a un duelo?
—Si no dejas de ver a la mujer con la que me voy a casar.
—Que te vas a… ¡Por encima de mi cadáver!
—Eso se puede arreglar.
—Dios bendito, no puedo creer que haya llegado a esto, demonios. Queriendo asesinar a mi mejor amigo, y por una mujer, nada menos.
—Jamás pensé que fueras tan noble, Strafford. Las mujeres siempre han sido un deporte para ti. Mi consejo es que continúes así. Te resultará más sano.
—Y a ti, viejo amigo. La chica me quiere a mí. Lo admito, no está poniendo nada fácil todo este asunto. No sería una mujer si no volviera loco a algún pobre hombre indefenso. No obstante, la quiero para mí.
—Bueno, pues no puede ser para ti.
—Puede ser para mí y lo será, aunque te tenga que romper las dos piernas para conseguirla. Demonios, ahí estaba yo comportándome como un caballero cuando intentó seducirme hace dos noches, cosa que no me resultó nada fácil, que conste, diablos.
— ¿Seducirte?
—Asombroso, puñeta, lo admito, y lo más erótico que me haya pasado jamás, sin duda. Pero no podía tomarla así. Maldito sea mi condado, pero la quiero para algo más que una noche.
Edward sintió que las venas del cuello le palpitaban y apretó la mano con el inconfundible deseo de atravesar con el puño la cara de Stratford.
—Yo le hice el amor hace dos noches. —Después señaló un punto que tenía detrás de él—. En ese mismo sofá.
— ¡Eso es imposible, demonios! —Emmett dio un paso amenazante que los dejó a milímetros de distancia—. Estuvo conmigo hasta que mi cochero la llevó a casa.
—Mientes, viejo amigo. Estuvo conmigo. —Edward bramó entonces—: ¡Hastings!
En menos de un santiamén, Hastings, con el rostro muy pálido, metió la cabeza por la puerta.
— ¿Ha vociferado, excelencia?
— ¿Benson llevó a una joven a casa por mí la otra noche?
—Así es, excelencia.
— ¿Directamente a casa? —ladró Stratford.
—No estoy seguro.
—Que venga aquí —ordenó Edward.
En unos instantes un confuso Benson, sombrero en mano, entró en la habitación y evaluó a los dos combatientes mientras su nuez bajaba y subía convulsivamente.
— ¿Me ha llamado, señor?
—Sí, Benson. Quiero que le diga al bufón este que llevó a mi invitada directamente a casa la otra noche.
—Eso hice, excelencia. Directamente. Y si me permite decirlo, no tenía muy buen aspecto. Estaba muy pálida y parecía que había estado llorando.
Aquella pequeña información preocupó a Edward. ¿Por qué había estado llorando Bella? A él le había parecido cansada, más que otra cosa. Ya era bastante tarde cuando se fue y los dos habían compartido una velada de pasión, junto con unas cuantas revelaciones bastante sorprendentes.
— ¿Le dijo algo, Benson?
—Solo «gracias», señor. En voz muy baja, como si le costara hablar. La observé hasta que entró en la casa sana y salva.
—Gracias, Benson. Eso es todo.
El hombre inclinó la cabeza y se fue, dejando a Edward preguntándose por qué estaba disgustada Bella. Cierto era que él no le había dicho mucho cuando se había ido. Sospechaba que a la joven le había parecido bastante intimidante en esos momentos, pero es que se encontraba inmerso en una maraña de celos, unos celos que él no sabía que tenía hasta que se había enamorado de Bella.
—Bueno, esto no tiene ningún sentido, demonios —murmuró Stratford con tono amargo—. Ningún puñetero sentido.
Y de repente todo adquirió sentido para Edward, que estuvo a punto de echarse a reír de alivio.
—Pero qué burro eres, Stratford. Estabas con lady Rosalie. — ¿No crees que sé con quién estaba? —Se quejó Emmett—. Aunque lo cierto es que la chica intentó mantener en secreto su identidad con esa horrible peluca que le cubría el cabello de color rubio más espeso que he tenido la buena fortuna de ver jamás. Y debo decir que estoy encantado de que el resto de su persona sea totalmente auténtico. —Su sonrisa era lobuna y la cólera de Edward terminó de desinflarse—.
¿Con quién creías que estaba?
—Con Isabella. — ¿La señorita Swan? Por Dios, hombre, ¿por qué ibas a pensar que estaba con ella?
—Porque ella también estaba disfrazada. Aunque yo la reconocí desde el primer momento.
—Por Cristo bendito, es para morirse. —Emmett sacudió la cabeza y cogió la copa que había abandonado—. Era la otra tabernerita, ¿no?
Edward asintió.
—Increíble. ¿Qué posibilidades había de que termináramos con las dos mujeres más testarudas de toda Inglaterra?
—Yo he tenido más tiempo que tú para acostumbrarme a la idea. Crecí con Bella. —Y que la joven hubiera sucumbido a la tentación ya no parecía importar tanto. Debía de haberle importado aquel hombre, no se habría entregado a él de otro modo. De eso al menos Edward estaba seguro.
Pero en ese momento lo único que le importaba era que Bella ya no sintiera nada por ese hombre. Edward borraría a quien fuera de su corazón.
La había dejado escapar una vez. No volvería a hacerlo. Pero eso no significaba que no tuviera intención de enfrentarse al ex prometido. Ese hombre tenía que explicarle unas cuantas cosas. Y cuando terminase, Edward le daría un buen mamporro en la mandíbula por hacer daño a Bella, y después le daría las gracias por salir con viento fresco de su vida. Y aquel era tan buen momento como cualquier otro.

Bella miraba con aire ausente por una de las ventanas que cubrían el comedor, observando a una familia de golondrinas que se acomodaba en el nido que tenían en el viejo olmo que había al borde de la terraza mientras se iba desvaneciendo la luz del cielo, que de azul pasaba al negro y señalaba el paso de un día más sin saber nada de Edward. En la mesa, tras ella, se alzaban los aromas de su solitaria cena, pato con salsa de albaricoque, puerros estofados, corazones de alcachofas y una ensalada de envidias, y fruta fresca de postre. Todo intacto. No tenía apetito. La había abandonado desde la noche que había pasado con Edward. Había permanecido dos días en su habitación, incapaz de dormir, de comer, negándose a recibir visitas. Solo quería estar sola. Fingió estar enferma para mantener a todo el mundo a raya. Su doncella había rechazado la visita de Victoria más de una vez. Bella sospechaba que su hermana no acudía a interesarse por su bienestar sino a mofarse de ella por algo, con toda probabilidad Edward, cuyo desinterés la había hecho hervir de furia desde la feria.
Y como si los pensamientos de Bella la conjuraran, la voz burlona de contralto de Victoria resonó en la puerta.
—Vaya, vaya, mi querida hermanita ha superado su enfermedad y ha decidido unirse una vez más al resto del mundo.
Bella se dio la vuelta de mala gana para mirar a Victoria. No estaba de humor para discutir.
—Ya me iba. He de decir que hoy no tengo apetito así que prefiero desearte buenas noches. —Bella se dirigió a la salida más cercana pero las siguientes palabras de su hermana la detuvieron en seco.
—Me imaginaba que no tendrías hambre, después de actuar como una puta con Masen.
Si Victoria la hubiera golpeado con un objeto contundente, Bella no se habría tambaleado más. Se volvió poco a poco.
— ¿Qué acabas de decir?
—Ya me has oído.
—Entonces no te habré entendido bien, sin duda.
—Me has entendido muy bien. —La sonrisa de su hermana no era más que una mueca que dejaba los dientes al descubierto—. Lo sé todo sobre tu cita con Edward, que fuiste a su casa en plena noche y te abriste de piernas para él como una pequeña fulana.
Bella apretó los puños a los lados.
—Será mejor que retires esas palabras, Victoria.
— ¿O qué? Ponme un dedo encima y la casa entera sabrá lo zorra que eres. —Su hermana cerró las puertas dobles que llevaban al pasillo—. ¿Qué pensará entonces mamá de su preciosa hijita? Has cumplido de sobra todas las profecías que hizo papá sobre tu destino.
Por alguna razón, aquel comentario le supuso un golpe más fuerte que todos los demás de Victoria.
—Tú no sabes nada de mi relación con Edward.
—Sé más de lo que crees —respondió su hermana con una sonrisa de satisfacción—. Las puertas de esta casa no son muy gruesas.
Bella se quedó mirando a su hermana con la boca abierta.
— ¿Escuchaste detrás de mi puerta?
Sin un solo gramo de arrepentimiento, Victoria asintió.
—Mary estaba enferma, ¿recuerdas? Y sus gimoteos no me dejaron dormir en casi toda la noche. Por una vez tener a esos mocosos llorones mereció la pena.
— ¿Qué oíste?
—Todo. Sé cómo me robaste a Edward.
—Yo no te lo robé.
— ¡Sí que lo hiciste! Detestabas que fuera a mí a quien amara. Que me mirara como nunca te miraría a ti. Cuando estábamos juntos, nos reíamos de cómo lo seguías a todas partes y lo mirabas como una ternerita chiflada.
— ¿Qué estás insinuando?
—Dios, ¿tan ciega estás? Edward y yo ya éramos amantes mucho antes de que me
pidiera que me casara con él. No creerás que no me tomó primero, ¿verdad? ¡Oh, Dios, lo creías! ¿Cómo puedes ser tan ingenua? Incluso ahora no eres más que una sustituta. Siempre he sido yo la mujer a la que él ha adorado.
A Bella le temblaban las manos.
— ¡No soy ninguna sustituta!
—Eso es lo que te gustaría pensar, estoy segura. Siempre quisiste creer que
Edward te pertenecía solo a ti. Bueno, odio tener que desengañarte, hermanita querida, pero no es así. Disfruté de sus manos en mi cuerpo, de su boca en mis lugares más íntimos, antes de que tú entendieras siquiera cómo puede complacer un hombre a una mujer.
Victoria lanzó una carcajada, un espantoso sonido lleno de odio dirigido a Bella.
— ¿Te acuerdas de esa pequeña isla en el centro del estanque del Arquero?
Hacía que me llevara allí solo porque sabía lo mucho que te encantaba ese sitio.
Hubo veces en las que te vi en la orilla, esperándolo, mientras él me estaba haciendo el amor.
—No te creo. Victoria tensó la mandíbula.
—Bueno, pues puedes creerlo. Y ahora voy a hacer lo que me hiciste tú a mí; te voy a robar a Edward.
— ¡Él no te quiere, Victoria! Pasara lo que pasara entre vosotros dos, eso ya pertenece al pasado. Se acabó.
— ¡No se acabó! —Victoria cruzó el comedor hecha una furia con el rostro teñido de rabia—. Voy a recuperarlo.
— ¡No lo harás!
La bofetada fue inesperada y mandó a Bella tambaleándose contra la pared, donde quedó apoyada con la mano en la mejilla y mirando horrorizada a su hermana.
—Eres idiota —siseó Victoria—. Si te quisiera, ¿dónde ha estado entonces estos últimos tres días? Esa ansia de atrapar a un hombre que nunca te quiso lo ha apartado de ti.
—No. —Bella sacudió la cabeza, la mejilla le ardía.
—Sí. Y en caso de que todavía te quedara alguna falsa esperanza de que lo que estoy diciendo no es verdad, tienes que saber una cosa. Estuve con él la misma noche que vino a visitar a mamá. Lamí cada milímetro de esa serpiente que se retuerce en su pecho mientras me hacía el amor.



5 comentarios:

Vianey dijo...

Maldita Victoria siempre metiendose donde no le importa, pero lo peor es que logra lastimar y hacer dudar a Bella.

Sin duda las cosas se ponen aun mas interesantes.

lorenita dijo...

grrrrr!! Victoria es de lo peor!!!! necesita que alguien le de su merecido......ya quiero leer el sig. cap!

Ligia Rodríguez dijo...

Coomo siempre, tiene que haber una perra en el medio fastidiandolo todo

Unknown dijo...

haaa mugre Victoria!!! no tiene nada mejor que hacer??? que se pomga a educar a sus niños!!!

Grax por el capi

fabiola León dijo...

Será cierto lo que dice victoria!?!! no me la creo mucho, pero si es mentira, porque es tan mala con bella...será que de verdad estaba enamorada de edward???Y edward buscará a bella?? muchas preguntas!!!
nena muy buena la historia!!!
besos

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
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Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina