miércoles, 20 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 17

Capítulo 17
Esta es la monstruosidad del amor
Que la voluntad es infinita y la
Ejecución confinada; que el deseo no tiene
Fronteras, y el acto es un esclavo del límite.
Shakespeare

El hogar de Jacob Black, Conde de Black, estaba en Mayfair, en la cúspide del distrito más elegante de Londres. Si la línea de demarcación se desplazara una simple manzana, se consideraría que la residencia cometía el grave delito de estar en un sitio impopular, lo que convertiría a Black a toda prisa en un paria social sí no se trasladase con toda urgencia a una dirección más aceptable.
En realidad, la casa era una construcción de ladrillo visto bastante insulsa que solo se alzaba dos pisos y con unos pocos escalones que llevaban a las dobles puertas de la entrada principal. 
Mientras Edward esperaba a que alguien respondiera a la llamada de sus puñetazos en la puerta, pensó en Bella, en lo que sentía por ella, y en lo que
Stratford, precisamente él, lo había obligado a ver: que a pesar de los aullidos de su estúpido orgullo masculino y de haber querido ser el primer amante de Bella, nada de eso tenía la menor puñetera importancia para su corazón.
La había tratado muy mal y tenía intención de compensarla por todo, en cuanto terminara de arrancarle la verdad al maldito Black y supiera por qué este la había humillado. Edward había levantado el puño para aporrear otra vez la puerta cuando se abrió el portalón y le permitió vislumbrar un rostro anciano y marchito.
— ¿Me permite ayudarlo en algo, señor? —dijo la voz llena de flemas del viejísimo mayordomo. —Estoy aquí para ver a Black. ¿Está en casa?
—Está cenando en este momento. Si tuviera la amabilidad de volver más tarde...
—No, no tengo la amabilidad de volver más tarde. —Edward pasó junto al hombre con un empujón y se metió en el vestíbulo.
Aturdido, el mayordomo corrió detrás de él.
—Esto es de lo más indecoroso. Si tuviera la bondad de...
—Dele esto. —Edward le entregó su tarjeta de visita.
El mayordomo se quedó mirándola y después volvió a levantar la cabeza para mirar a Edward con los ojos pitañosos muy abiertos.
—Mis más sinceras disculpas, excelencia. Iré a buscarlo de inmediato. Si es tan amable de esperar en el salón azul. —Y el hombre, arrastrando los pies, llevó a
Edward a la susodicha habitación y después se excusó.
Edward se quedó mirando el hogar frío de la chimenea, suponiendo que tendría que esperar medio día por Black, dada la velocidad a la que se movía su mayordomo.
Se preguntó si Bella lo estaría maldiciendo y mandándolo al infierno. La joven tenía mucho orgullo y su excelencia sospechaba que le iba a costar un gran esfuerzo volver a contar con su favor. Pero él haría todo lo que fuese necesario.
Sufrió un pequeño sobresalto cuando oyó una voz tras él unos minutos después. Se giró en redondo y se enfrentó al rostro del hombre al que había ido a ver, y al que con toda probabilidad le iba a dar un puñetazo.
—Black.
—Cullen—le contestó el otro con igual desagrado—. ¿A qué debo tan inesperada visita?
—Creo que ya lo sabe.
—Creo que sí. Pero dudo que haya venido al trote hasta aquí para que yo pueda decírselo. —Entró entonces en la habitación sin prisas y después se dirigió al aparador para servirse una copa—. ¿Le apetece algo? —dijo por encima del hombro.
—No.
—Como quiera.
Cuando Black le dio la espalda, Edward contempló al hombre con el que
Bella había estado a punto de casarse e intentó sin mucho éxito no pensar en lo que la joven había visto en él: ese aire de confianza, el porte seguro de sí mismo, el cuerpo musculoso que proclamaba su buena forma, los rasgos esculpidos y los ojos oscuros, el cabello espeso y negro, solo lo bastante largo para desafiar las convenciones. Un rebelde. Igual que Bella.
Y los celos que Edward había creído ya casi contenidos al salir de su residencia amenazaron con ahogarlo. Igual que la imagen de Bella yaciendo desnuda junto a ese malnacido hizo que a Edward le doliera la mandíbula de la presión de apretar los dientes.
No sabía que había apretado los puños hasta que Black se dio la vuelta y le habló con acento cansino.
— ¿Así que quiere pegarme? —Después se llevó la copa a los labios, parecía sentir una indiferencia monumental hacia el hecho de que Edward hubiera irrumpido prácticamente en su casa, hubiera interrumpido su cena y en ese momento daba la impresión de que quería producirle algún daño físico.
Edward se obligó a relajarse con cierto esfuerzo.
—Solo quiero advertírselo, aléjese de Isabella, Black. No quiere tener nada más que ver con usted.
—Y eso se lo ha dicho ella, ¿no?
—No ha hecho falta.
—Ya veo. ¿Y cuánto tiempo estuvo usted fuera, Wakefield? ¿Siete, ocho años?
Asombroso, demonios, lo bien que parece saber todavía lo que quiere Bella después de todo este tiempo.
—La conozco desde hace mucho más tiempo que usted, diablos.
—Las cosas cambian, amigo mío. Bella ya no es la misma niña que lo seguía a usted a
todas partes y creía que era su héroe, por muy deslustrado que fuera su brillo.
— ¿Y qué diablos sabe usted de eso?
—Mucho más de lo que usted cree. Bella y yo estábamos muy unidos.
— ¿Hasta qué punto?
—Eso no es asunto suyo. Pero ha de saber una cosa, ahora es una mujer, una mujer con apetencias y necesidades y usted no tiene ni…
Sin pensarlo, Edward cruzó disparado la habitación, cogió a Black por las solapas y lo empujó contra el aparador. Los celos lo consumían como nunca antes y arrasaban la fría racionalidad que lo había acompañado en el ejército. Nada lo había hecho sentir jamás una rabia tan cegadora.
—Quíteme las manos de encima —dijo Black con tono medido—, y quizá me plantee perdonar su impulsivo comportamiento en lugar de meterle una bala en el corazón mañana al amanecer; me doy cuenta que solo un hombre desesperadamente enamorado podría actuar sin un mínimo de cordura.
La sangre resonaba por las venas de Edward y todo su cuerpo palpitaba por la necesidad de golpear a alguien. Apretó los dientes y soltó a Black. Con un gesto despreocupado que puso a Edward de los nervios, el Conde se terminó lo que quedaba de su copa.
Edward dio un paso atrás con aire rígido.
— ¿Por qué la abandonó? —le preguntó.
— ¿Abandonarla?
—Sabe muy bien de qué estoy hablando, diablos. Iban a casarse. Quiero saber lo que le hizo. Y por qué, si la quería, la dejó plantada.
—Porque fui un imbécil —respondió el Conde sin dudarlo, la tensión le crispaba la boca—. Si pudiera volver atrás y cambiarlo todo, lo haría. Sé que ella habría seguido adelante y se habría casado conmigo. Pero también sabía que ella nunca sentiría por mí lo que yo sentía por ella. La amaba.
Edward hizo una mueca al oír las palabras de Black.
— ¿Y ahora?
El otro se encogió de hombros.
—Todavía me importa. Desde luego no la rechazaría si volviera conmigo. Pero no volverá. Quiere a otra persona.
En el interior de Edward se paralizó todo.
— ¿A quién? — ¿Podría haber habido otro hombre del que se hubiera enamorado Bella? Pero entonces, ¿por qué no estaba ya con él?
Black sacudió la cabeza, su expresión era hostil cuando miró a Edward directamente a los ojos.
— ¿Es que no lo sabe?
— ¡No, maldito sea! Si lo supiera, ¿estaría aquí?
— ¿Y por qué está aquí, con exactitud? Tengo la sensación de que esta visita es algo más que una simple misión de reconocimiento para medir el calibre de un supuesto rival.
—Usted no es rival.
— ¿Entonces por qué se preocupa?
— ¿Alguna vez, usted y ella...?
— ¿Si hicimos el amor? —La insinuación de una sonrisa crispó las comisuras de los labios de Black—. ¿Así que eso es lo que tanto le inquieta? No quiere que la pregunta flote sobre cabeza, ¿no?
—Si le arrebató a Bella su inocencia, entonces debería haberse comportado como un caballero en lugar de ser un puñetero cobarde.
Le tocó entonces a Black dar un paso hacia Edward, lo que los puso de nuevo frente a frente.
—Píenselo dos veces antes de poner en duda mi honor, Cullen.
La mandíbula del Conde se cuadró cuando los dos quedaron midiéndose con los ojos un momento más.
—No la he tocado jamás. ¿Es eso lo que quiere oír? Pero en este momento nada me gustaría más que decirle que me acosté con Bella, aunque solo fuera para que usted intentara darme un puñetazo y yo pudiera golpearle tranquilamente la cara.
Pero por el afecto que siento por ella y por el hecho de que, por alguna razón olvidada de la mano de Dios, ella está enamorada de usted, me abstendré de decirlo. — ¿Y cómo diablos sabe usted lo que siente por mí?
—Me contó bastantes cosas y ahora que he tenido tiempo de analizar mi relación con ella, creo que yo no hice más que sustituirlo.
—Bueno, pues ya no necesita ningún sustituto, así que no se acerque.
Black sacudió la cabeza.
—Cristo, es usted muy beligerante, ¿no le parece? No hace falta seguir machacando lo mismo, amigo. Entendí lo que quería decir a la primera. En cuanto a que no me acerque a Bella, eso será decisión de Bella. No pienso interponerme, pero tampoco pienso apartarme si me necesita.
—No lo necesitará —soltó Edward antes de dirigirse a la puerta, impaciente por ver a Bella y arreglar las cosas.
Las palabras de Black lo detuvieron en el umbral.
—Permítame un consejo antes de irse, Cullen.
Edward se dio la vuelta con aspereza.
— ¿Y cuál es?
—Esta vez mantenga los ojos abiertos.
— ¿Y qué diablos se supone que significa eso?
—La próxima vez que una mujer misteriosa vaya a seducirlo en un jardín, quizá debería preguntarse qué motivos la empujan.
Menos de media hora más tarde, acompañaban a Edward al interior de la casa de Park Lane y una vez más se encontraba aislado en otra habitación, en esa ocasión aguardando a Bella.
Por la mirada crispada que le había dedicado el mayordomo, Edward suponía que iba a tener que explicar muchas cosas. Le sorprendía que Bella no hubiera prohibido su entrada en la casa, cosa que lo habría obligado a decir que no se movería hasta que ella bajara o bien habría tenido que plantarse en la acera y gritar sus sentimientos para que lo oyera todo Londres, que muy bien podría ser lo que se merecía.
Dios, era un auténtico asno. Un asno estúpido, ignorante y ciego. ¿Cómo era posible que no supiera que era a Bella a la que le había hecho el amor en el jardín, con máscara o sin ella?
Jamás había sido capaz de unir con la persona de Victoria a aquella mujer sensual y prohibida. Victoria jamás había poseído tanta pasión, ese fuego que deja a un hombre con la sensación de que lo han cautivado.
Las imágenes invadieron a Edward, recuerdos de unos pechos respingones, las puntas rosadas, los gemidos entrecortados, incluso el modo en que se había aferrado a sus hombros al llegar a la culminación. Todo igual.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué le había dado el regalo de su virginidad y nunca se lo había dicho? ¿No esperaba que después se comportara como un caballero? ¿Por qué había dejado que se fuera? Cristo, se habría quedado, y se habría quedado encantado. Bella lo entendía, lo conocía de un modo que no lo conocía nadie más. Y pensar lo brusco que había sido con ella cuando le había hecho el amor en el sofá, había descargado toda su ira sobre ella... Dios, no soportaba ni pensarlo.
Al oír el crujido de unas faldas, Edward giró en redondo esperando ver a
Bella y se encontró a Victoria en su lugar.
—Excelencia —dijo con tono tímido la joven mientras se inclinaba con una reverencia que, como siempre, le proporcionó al Duque la oportunidad de contemplar sus senos, lo que no conmovió a Edward en absoluto. Cuando Victoria levantó la cabeza y lo notó, la ira resplandeció en sus ojos.
—Estoy aquí para ver a Bella —dijo con tono seco, sin que le importara que sus modales no fueran todo lo corteses que debieran. Quería verla, necesitaba verla.
Cuanto más tenía que esperar, más desesperado estaba.
—De eso he venido a hablarle. —Victoria cerró la puerta tras ella y después se deslizó por la habitación como si hiciese una entrada en un baile. Edward sintió una extraña sensación en la boca del estómago y se preguntó qué estaba tramando aquella mujer.
— ¿Dónde está Bella? —le exigió cuando Victoria se detuvo delante de él, muy cerca y mirándolo con unos ojos verdes como el mar que en otro tiempo él había pensado que eran candorosos. Pero ya la conocía mejor.
—Se ha ido.
— ¿Ido? ¿De qué estás hablando? ¿Adónde se ha ido?
—No puedo decírselo.
La mandíbula de Edward se tensó.
— ¿Qué clase de juego es este?
La joven abrió mucho los ojos con una expresión inocente bien practicada.
— ¿Juego? Qué ofensivo por su parte decir tal cosa. No fui yo la que huyó clamando contra usted con cada aliento y esperando no volver a verlo jamás.
— ¿Adónde se fue?
—Como ya le he dicho, mi hermana me ha hecho jurar que le guardaría el secreto y creo que es mejor que usted tenga en cuenta sus deseos. En estos momentos está muy crispada. La verdad es que no quiere saber nada más de usted. ¿Y quién puede culparla? Es usted un miserable, excelencia. ¿Es que no tenía bastante con arruinarle la vida a una Swan?
—A ti nadie te arruinó la vida salvo tú misma —replicó Edward—. No eras tú la que estaba aquella noche en el jardín. Al fin sé la verdad. Debería retorcerte ese maldito cuello.
Con el talento interpretativo de una auténtica profesional, Victoria se llevó una mano a la boca y se quedó mirándolo, horrorizada.
—Eso es mentira. Perdí mi virginidad con usted, esa noche.
—No sé cuándo perdiste la virginidad, pero por Dios que no fue conmigo. Con
James, seguramente. Vosotros dos parecíais conoceros muy bien la última vez que os vi. Te acuerdas de esa noche, ¿no? Estabas a gatas. —Victoria levantó la mano para darle una bofetada pero Edward la sujetó por la muñeca—. No te lo aconsejo.
—Eres un vil malnacido —siseó Victoria.
—Y tú una zorra vengativa. Y pensar que estuve a punto de caer en tu trampa.
Tu numerito se llevó ocho años de mi vida, maldita seas.
— ¡Tu vida! —Los ojos de la joven se endurecieron hasta convertirse en trozos de hielo—. ¡A quién le importa tu vida! Yo tuve que casarme con el primer hombre que apareció porque el cerdo de tu hermano se había llevado mi inocencia y me había dejado sin opciones.
—Quizá si hubieras mantenido las piernas cerradas, eso no habría pasado.
Victoria chilló y se levantó de un salto.
— ¡Has perdido a Bella y es lo que te mereces por lo que me hiciste!
Edward se cernió sobre ella.
— ¿Dónde está?
—Me lo contó todo, sabes.
—Bien. Entonces ya lo sabe todo el mundo.
— ¿Bien? —profirió Victoria con voz estrangulada—. ¡Has echado a perder a mi hermana y dices que bien!
—Voy a casarme con ella.
Victoria ahogó un grito y durante un minuto entero lo miró fijamente, sin parpadear mientras su rostro iba empalideciendo.
— ¿Casarte con ella? No... No puedes.
—Puedo y lo haré, si ella me acepta.
La burbuja de una carcajada histérica brotó de repente de los labios de Victoria.
—No te querrá. No después de lo que le he contado. ¡Antes me pudro en el infierno que consentir que se convierta en la próxima duquesa de Masen cuando debería haber sido yo!
Edward agarró a Victoria por los brazos.
— ¿Qué le dijiste?
La joven esbozó una extraña sonrisa.
—Se lo conté todo sobre nosotros.
—Nunca hubo ningún «nosotros», Victoria, y lo sabes muy bien, maldita sea.
—Oh, pero es que lo hubo. Me hiciste el amor. Te llevaste mi virginidad y por eso... ¡me lo debes!
Con una fuerza nacida de la histeria, la joven se soltó de las manos del Duque y se lanzó contra él, con las uñas casi rozándole la cara. Se abalanzó sobre él como una loca, agitando los puños y chillando que se lo iba a hacer pagar.
Edward no quería hacerle daño así que esperó una oportunidad y después se colocó detrás de ella, la sujetó por la cintura y le inmovilizó los brazos a los costados.
— ¿Qué le dijiste a Bella?
Victoria volvió a echarse a reír.
—Todo, que siempre venías a follarme.
Edward le dio la vuelta para que lo mirara.
— ¡Jamás te toqué!
—Sí, sí que me tocaste. Fuimos amantes durante años. Entonces me quedé embarazada y pediste mi mano, pero no fuiste capaz de mantener la polla en los pantalones. Bella ya lo sabe todo. —Su sonrisa estaba llena de malicia cuando añadió—: Y sabe que Philip es hijo tuyo.
Edward la apartó de un empujón y dio un par de tambaleantes pasos hacia atrás, como si le hubieran pegado de verdad.
—Estás loca.
— ¡No me llames eso! —Victoria se abalanzó a por un jarrón que había en un aparador y se lo lanzó. Edward se agachó y el jarrón voló por encima de su cabeza y se estrelló contra la puerta.
Un momento después se abrió esa misma puerta.
— ¿Mamá?
Edward giró en redondo y se encontró a Philip en el umbral, con expresión asustada y perpleja, su mirada se clavó en los cristales rotos a sus pies —con lirios esparcidos por todas partes— y después levantó la cabeza y miró a Edward con unos ojos llenos de miedo.
— ¿Qué le pasa a mamá? —preguntó con voz aterrorizada.
— ¡Este es tu padre, Philip! —vociferó Victoria con una voz aguda y medio perturbada—. ¡Tu padre, que te dejó porque no te quería!
— ¡Cállate ya, Victoria! —gruñó Edward mientras intentaba cogerla con la intención de tranquilizarla. Pero Victoria huyó por un lado del sofá, con los ojos vidriados por una expresión de triunfo.
—Philip —dijo Edward con tanta calma como pudo—. Vete a buscar a tu abuela y dile que llame al médico. Tu madre no se encuentra bien.
— ¡Cómo te atreves, malnacido! —chilló Victoria cogiendo un pisapapeles de mármol de una estantería y lanzándoselo.
El pisapapeles silbó al pasar junto a la oreja de Edward e hizo pedazos uno de los cristales de la ventana que tenía detrás.
— ¡Dios mío! —Exclamó una nueva voz—. ¿Qué está pasando aquí? —Edward vislumbró la expresión horrorizada de la Baronesa.
— ¡Se aprovechó de mí, madre! —Lo acuso Victoria con voz salvaje mientras señalaba a Edward con el dedo—. ¡Me robó mi inocencia y ahora se ha llevado también la de Bella!
La baronesa lo miró con ojos sobresaltados.
— ¿Edward? ¿Es eso cierto?
— ¡Acabo de decírtelo! —chilló Victoria. ¿Por qué nunca me crees?
— ¡Victoria, ya está bien! ¡Haz el favor de tranquilizarte!
—Tiene que casarse conmigo, madre, ¡Tiene que hacerlo! Philip es hijo suyo.
Su madre ahogó un grito y le tapó a su nieto los oídos con sus propias manos mientras miraba a su hija espantada.
—Dios mío, ¿pero qué te pasa, Victoria?
— ¡Ha arruinado mi vida, madre! ¡Me la ha arruinado!
La niñera de los niños llegó corriendo en ese momento y la Baronesa le dio instrucciones con tono urgente.
—Llévese a Philip arriba y que Timmons vaya a buscar al doctor Reynolds de inmediato.
Matilda hizo lo que le pedían y se llevó a Philip.
—Jamás he tocado a su hija —aseveró Edward.
— ¿A ninguna de las dos?
—Eso no puedo afirmarlo.
—Ya veo. ¿Y qué siente por Bella?
—La quiero.
Victoria chilló y le lanzó al Duque un cuenco de Limoges. El cuenco le dio en el hombro y se hizo pedazos tras él.
— ¡Te engañó, te sedujo y sin embargo sigues queriéndola! ¡A esa zorrita intrigante!
La Baronesa entró con paso rápido en la habitación, cogió a su hija por un brazo y le dio una bofetada. Victoria se quedó mirando a su madre con la boca abierta, aturdida.
—Lo siento, pero tenía que hacerlo. Estás histérica, Victoria. Y no pienso consentir que hables de tu hermana de un modo tan despreciable.
— ¡Siempre te has puesto de su lado antes que del mío!
—Eso no es cierto.
— ¡Sí que lo es! La quieres a ella más que a mí. ¡Siempre la has querido más! ¡Te odio! —siseó Victoria con tono viperino y después salió disparada de la habitación con un grito de rabia.
Su madre fue hasta la puerta y llamó al mayordomo.
—Timmons, vigile a mi hija, y asegúrese de que no se acerca a los niños hasta que se haya calmado.
—Sí, señora.
— ¿Han llamado al médico?
—Sí. Y he hecho hincapié en la urgencia de la situación.
—Gracias, Timmons. —El mayordomo asintió y se esfumó. Con un suspiro de cansancio, la Baronesa miró a Edward—. Siento que hayas tenido que presenciar ese estallido. No pretendo excusar el comportamiento de Victoria, ya que es censurable, pero su estado mental se ha ido deteriorando poco a poco desde que la dejó su marido.
—Tenía entendido que había fallecido.
—Y así es. Lo mataron en un desafortunado atraco a una diligencia, pero su muerte fue después de que hubiera dejado a mi hija. —Cruzó el saloncito y se sentó en el canapé, la tensión era evidente alrededor de sus ojos—. Ven, siéntate a mi lado. Tenemos que hablar.
Edward echó un vistazo a la puerta, pensaba en Bella, se preguntaba a dónde había ido y sentía un intenso deseo de encontrarla.
—No está aquí —dijo la Baronesa como si le leyera el pensamiento.
Edward se acercó al canapé y se sentó.
—Necesito saber dónde ha ido. Por favor.
—No creo que desee verte.
Edward se pasó la mano por el pelo.
—No la culpo. Lo he llevado todo de un modo miserable.
—Eso parece. La pregunta es, ¿qué has hecho para hacer que Bella se vaya? Mi hija nunca ha sido de las que huyen de un problema. Y lo sabes tan bien como yo.
—Lo sé. —La capacidad de Bella para hacer frente a las peores situaciones era una de las cualidades que Edward más admiraba en ella. Él parecía ser la única persona de la que ella huía.
—Me desespera pensar el dolor que debe de estar sufriendo para verse obligada a abandonar a su familia. Yo ya no sé qué hacer. La casa entera parece poseída por algún tipo de locura. Hasta Rosalie se pasa el rato lamentándose en su habitación.
A Edward no le parecía que los lamentos de Rosalie se debieran tanto a Bella como a Emmett, a quien Edward había dejado en su casa, espatarrado en un sillón con aspecto desdichado.
—Es que no entiendo lo que está pasando. —La Baronesa clavó sus ojos azules argentinos en Edward—. Y espero que me ilumines sobre el papel que hayas podido jugar en la decisión de mi hija.
¿Por dónde empezar? Su historia se remontaba a mucho tiempo atrás, mucho más que las pocas semanas que le había llevado a Edward convertir en un desastre la vida que esperaba tener con Bella.
—No estoy orgulloso de lo que he hecho —dijo su excelencia, al que le costaba mirar a la Baronesa a los ojos—. Al parecer poseo cierto talento para decepcionar a la persona que más significa para mí.
— ¿Eras sincero antes cuando dijiste que amabas a Bella?
—No podría vivir sin ella —le confesó el Duque, la confesión de aquella carga que hacía tanto tiempo que llevaba fue como si le quitaran un peso de encima.
Una ligera sonrisa bailó en los labios de la Baronesa.
—Sospecho que el sentimiento es mutuo —murmuró la dama.
—No me di cuenta de cuánto significaba para mí hasta que ya era demasiado tarde y ya no había vuelta atrás. Después de pedir la mano de Victoria, ¿cómo podría haber hecho creer a Bella que no amaba a su hermana?
—Podrías haber escrito, haberle dicho lo que sentías. Creo que el silencio fue peor que el delito.
—Le escribí... solo que no envié las cartas. —Salvo una, pensó Edward. Pero había sido demasiado cobarde para firmarla. Quizá si lo hubiera hecho, Bella no habría huido de él—. Necesito hablar con ella. Quiero arreglar las cosas.
— ¿Por qué no esperas un tiempo? Quizá cuando las cosas se hayan calmado, ambos veréis la situación con más claridad.
—Llevo toda la vida esperando por ella. Se lo ruego, no me haga esperar más.
Dígame dónde está. Tenemos que hablar de esto.
La Baronesa le lanzó una mirada de soslayo sin saber muy bien qué hacer.
—Se disgustaría mucho conmigo si te confiara su paradero.
—Por favor.
La dama dudó un momento más y después suspiró.
—Se fue a casa. A Kent. Volvió a enfrentarse a su pasado, según dijo. Para dejarlo atrás para siempre.


muchas gracias por el poyo en esta adaptacion casi llegamos al final solo le falta 3 capitulos para el final

5 comentarios:

lorenita dijo...

Pero conociendo a Victoria, como pudo creerle Bella!!! uff!..

Vianey dijo...

Una vez mas maldita Victoria, de verdad que odia a su hermana; pero sin duda Bella hizo mal en irse y aun mas en creerle pero a la vez es comprensible; ojala el tonto de edward pueda arreglar las cosas facilmente.

Quiero otro capitulo...

Ligia Rodríguez dijo...

Bella es una idiota por creerse toda la mierda que le dicen, Victoria es una perra fria y sin corazon que se merece la muerte mas torturosa y Edward es un imbecil por no haber descubierto todo esto antes... Me encanto el capitulo

nydia dijo...

dios pero que tonta Bella sabiendo como es su hermana y le creyo todo ....Siguan asi..Besos...

Unknown dijo...

ashhh!!! esa Bella!!! porque siempre es tan cabezota y credula!!!

que no ve que a Victoria ya la perdimos desde hace huuuuuuuuuuu....

anyway... voy con el siguiente

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina