jueves, 7 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 4


Capítulo 4
Dos caminos se bifurcaron en un bosque,
Y yo tomé el menos transitado.
Robert Frost
—Anoche no viniste a verme.
Sobresaltada, Bella levantó la vista de las rosas que estaba podando y se encontró a Rosalie en el umbral que llevaba del saloncito del desayuno a la pequeña terraza. Estaba encantadora, como siempre, con un recatado vestido de muselina espigada, todo lo contrario al masculino atavío de Bella, que lucía uno de sus viejos
Calzones favoritos y una camisa con una mancha de tierra.
Pero Bella no tenía intención de recibir ninguna visita ese día, a pesar de lo que hubiera ordenado cierto autócrata. Que Victoria se dedicara a adular a su excelencia. Bella permanecería allí, en el jardín.
—Lo siento. Me quedé dormida. —Bella ocultó la mentira concentrándose en volver a podar la misma rama llena de espinas.
Por mucho que hubiera intentando quitarse a Edward de la cabeza, las visiones de aquel cuerpo duro e inflexible y el modo en que sus ojos la habían atravesado entera, y el tacto de su mano sobre su muñeca, todo conspiró para mantenerla despierta y dando vueltas en la cama toda la noche. Un agravio más que añadir a todos los que tenía contra él.
Bella se había planteado ir al centro con las primeras luces para evitar a su inoportuno visitante, pero después decidió que esconderse a plena vista era la mejor opción.
Edward tenía una capacidad de rastreo que rivalizaba con la de cualquier sabueso. Si quisiera encontrarla, lo haría y después la acusaría de huir otra vez, lo que solo haría que se aferrara a esa ridícula noción de que a ella todavía le importaba su persona. No sentía por él más que irritación por tanta insistencia.
—Estás mutilando a esas pobres rosas, prima.
Bella miró los rosales. Había despojado de sus rosas a casi todos los tallos, las flores yacían en un triste montón en el suelo, con los pétalos desprendidos y esparcidos a sus pies.
Por Dios, era la pesadilla de cualquier horticultor. Suspiró y se apartó de la frente, con el dorso de la mano, los zarcillos del pelo, con lo que se manchó sin querer la mejilla de tierra.
El cabello se le iba desprendiendo del apretado moño y los rizos se le alborotaban alrededor de la cara mientras un ligero lustre de sudor le cubría la garganta y la parte superior del pecho.
La sensación era maravillosa.
Desde que había llegado a Londres la habían embutido en vestidos y peinados hasta casi dejarla sin vida, con doncellas armando alboroto y cloqueando como gallinas a su alrededor.
A veces había hasta dos o tres al mismo tiempo estudiando su espesa y rebelde mata de cabello como si el destino del país dependiera de encontrar el estilo perfecto.
—Si no te conociera tan bien —comentó Rosalie con tono medido mientras cogía el último capullo de rosa del rosal y se lo llevaba a la nariz—, podría pensar que estás intentando evitarme de forma deliberada, prima.
Lo cierto era que Bella estaba evitando a todo el mundo. Cuantas menos personas supieran su paradero, mejor. Además, Rosalie estaba deseando arrancarle todos los detalles de su conversación con Edward, el único asunto del que no deseaba hablar.
Bella dejó las tijeras de podar y se quitó los guantes.
—No estaba evitándote. Solo estaba exhausta y no era capaz de mantener los ojos abiertos ni un momento más.
—Hmm. —Rosalie se colocó delante de ella y estudió a Bella como si pudiera leer la verdad en su rostro—. Hoy vamos a tener visita, si no recuerdo mal.
—Sí. —Victoria le había contado la noticia con un gorjeo a todo bicho viviente la noche anterior. Esa mañana su hermana se había levantado casi tan temprano como Bella, una hazaña de proporciones bíblicas, ya que Victoria por lo general no se dignaba a aparecer antes del mediodía.
—Tenemos que encontrarnos con Honoria Prescott y algunas de las otras damas esta tarde para hablar de las próximas proezas de lady Escrúpulos —dijo Bella con la esperanza de distraer a su prima.
Rosalie arrugó la nariz. Lady Prescott y ella no siempre estaban de acuerdo en cuestión de hombres y en los últimos tiempos se habían picado por el asunto de
Emmett McCarty y si era necesario que se ocuparan de él con tanta urgencia.
Rosalie se colocó la rosa detrás de la oreja y miro a Bella sin dejarse desviar del camino que se había marcado.
—El Duque es muy atractivo, ¿verdad?
Demasiado atractivo.
Cuando se había colocado delante de ella en el cenador, con su figura alta y ancha envuelta en unas sombras que lo hacían parecer peligroso e intimidante, a
Bella le había costado respirar. Era el epítome de la masculinidad y la autoridad.
Rasgos ambos que tenía de nacimiento y que lo convertían en el candidato perfecto para el ejército. Y después para su papel de duque.
—Me imagino que algunas mujeres podrían pensarlo —dijo Bella con un encogimiento de hombros mientras se obligaba a mirar a las pobres rosas mutiladas.
—¿Te imaginas? Yo no creo haber visto un hombre más bello en mi vida. Con unos ojos tan penetrantes y unos hombros tan anchos. Dudo que su sastre tenga que utilizar ni una onza de relleno en sus chaquetas. Y es tan alto y moreno. Tiene un aspecto tan misterioso y excitante.
—Para algunas, supongo. —Dado que Bella estaba estudiando los tallos descabezados como si fueran lo más fascinante del mundo, no advirtió la expresión picada de la cara de Rosalie.
—Tengo entendido que está en el ejército.
—Lo estuvo. Se retiró para asumir las obligaciones que le dejaron cuando murió su hermano.
—Ah, sí. JamesCullen. Menudo sapo. —Las mentiras piadosas nunca habían sido el fuerte de Rosalie.
—No está bien hablar mal de los muertos. —Aunque Bella había pensado lo mismo de James mientras crecían. Era un auténtico sapo y siempre hacía alarde delante de todos, incluso de su propio hermano, de que algún día sería duque.
—Bueno, supongo que todo pasa por una razón —comentó Rosalie con tono filosófico—. Pero ya sabes lo que eso significa, ¿no?
Bella le lanzó una mirada de soslayo a su prima.
—¿Significa?—Este giro de los acontecimientos. Su excelencia ya no es solo un encantador espécimen masculino, sino un espécimen masculino increíblemente rico y además con título. Las féminas más deseables van a intentar pescarlo. Ese hombre no estará a salvo hasta que le ponga el anillo a alguna afortunada.
Rosalie tenía razón, por supuesto. Cualquier joven que anduviera intentando atrapar marido, a Edward lo consideraría un ejemplar más que adecuado.
Un diminuto ruido arañó el estómago de Bella. Si no estuviera segura de que el problema provenía de haberse saltado el desayuno, quizá hubiera pensado que le molestaba la idea de que Edward se casara. Pero ella ya no era la jovencita de dieciséis años que estaba locamente enamorada de él. Y Edward ya no tenía ningún control sobre los sentimientos de Bella.
Y sin embargo, ¿por qué no se había casado aquel hombre en todos aquellos años? ¿Era solo porque estaba en el ejército y no quería abrumar a su mujer con sus frecuentes ausencias y la posibilidad de que nunca regresase? ¿O era que todavía no había encontrado la mujer adecuada para él?
¿Qué clase de mujer sería la más adecuada para él?
Hace ocho años, Bella había creído conocer la respuesta a esa pregunta. Pero ya había pasado mucho tiempo. Edward había cambiado. Ella había cambiado.
¿Cómo iba a entender siquiera lo que quería su antiguo amigo?
El ruido de su estómago se incrementó.
—¿Y qué hay de ti, prima? ¿Vas a intentar pujar por la mano del Duque?
Una sonrisa caprichosa rizó los labios de Rosalie.
—Es una idea muy atractiva, lo admito. Después de todo, es un hombre espléndido. Sospecho que muchas mujeres lo querrían incluso sin el dinero y el título. —Se inclinó hacia delante y añadió con tono confidencial—. He oído que es un amante excelente.
—¡Rosalie! —La indignación de la voz de Bella era mucho más de lo que la situación exigía, pero que Rosalie comentara algo así… y que Bella sintiera que su cuerpo estallaba en llamas… pero es que ella sabía de primera mano lo maravilloso que era Edward como amante.
Pero era obvio que había otras mujeres que también lo sabían. Al parecer, el chico se había labrado cierta fama. ¿De dónde había sacado el tiempo? Entre destruir las esperanzas de Bella y arruinar a su hermana, debía de haber estado de lo más ocupado.
—Vaya, prima —dijo Rosalie con una carcajada—. No sabía que fueras tan mojigata sobre tales asuntos.
—Yo no… —Bella se detuvo al advertir el brillo burlón en los ojos de Rosalie. Su prima la estaba azuzando a propósito, suponía que si no conseguía respuestas de un modo, bien podría conseguirlas de otro.
Bella devolvió su atención al amputado rosal.
—Tu plan no va a funcionar —dijo mientras se preguntaba si su madre creería que un animal había destrozado sus queridas flores.
—¿Pero qué quieres decir?
—Sabes muy bien lo que quiero decir. Estás intentando hacer que confiese mis sentimientos por el Duque, que te cuente todos los detalles sórdidos de nuestra juventud, quizá que te confíe que en otro tiempo estuve locamente enamorada de él.
—¿Por qué había dicho eso?—. Bueno, pues tus desvelos son en vano. Mis labios están sellados.
—Vaya, pues eso sí que es una pena —dijo con tono cansino una nueva voz—.
Con lo bonitos que son esos labios.
Bella se quedó inmóvil. Edward. ¿Cómo la había encontrado? Por lo general los invitados llegaban por la puerta principal, no se arrastraban por el costado de la casa ni entraban por la terraza cerrada. ¡Maldito fuera!
Giró en redondo para mirarlo. El Duque se encontraba al borde de la terraza, resplandeciente con un traje de paño fino de color azul marino y un chaleco de brocado de color crema sobre una camisa blanca y limpia con unos cuellos perfectamente almidonados. Un zafiro cegador le hacía guiños desde los pliegues de la corbata. La chaqueta perfilaba los hombros generosos de los que Rosalie había hablado con admiración y los pantalones delineaban el poder musculoso de sus piernas.
El calor bañó las mejillas de Bella cuando se dio cuenta de hacia dónde se dirigía su mirada. Cuando alzó los ojos y se encontró con los del Duque, la sonrisa de este era maliciosa, al igual que el modo en que su mirada estudiaba con lentitud perezosa su cuerpo, como si quisiera decirle que también le tocaba a él. Y sin embargo, el modo que tenía de hacerlo él era mucho más… íntimo.
Cada lugar que acariciaba aquella mirada arrancaba una llamarada. Bella intentó permanecer serena con la esperanza de que el hielo de sus ojos le transmitiera lo que pensaba de su comportamiento tan falto de escrúpulos cuando su mirada al fin regresara a los ojos femeninos. Pero lo cierto es que la irritación de Bella solo lo divirtió e hizo que sus labios se alzaran en una medio sonrisa provocadora.
A modo de contestación, Bella hizo una profunda reverenda plagada de burla.
—Buenos días, excelencia —murmuró.
La había sorprendido con el peor aspecto posible, manchada de tierra y vestida con calzones. Y no era que quisiera estar guapa para él, por supuesto que no. Pero sabía que el Duque estaría pensando que la había ganado por la mano.
Bellas se irguió y lo miró furiosa.
—No lo esperábamos aquí atrás.
—¿Escondiéndote otra vez?
Bellas se ruborizó y le lanzó una mirada a Rosalie, que esbozaba una amplia sonrisa contumaz. Era obvio que su prima no solo estaba disfrutando con los apuros de Bellas sino que podía haberla advertido de la llegada del Duque y había decidido no hacerlo a propósito. Su prima estaba desarrollando una propensión terrible a hacer fechorías.
Bella le lanzó a Edward una mirada gélida.
—¿Escondiéndome? ¿Por qué habría de hacer eso? —Para cambiar de tema señaló a Rosalie con un gesto—. ¿Conoce ya a mi prima, lady Rosalie Hale
Edward dirigió aquella sonrisa suntuosa hacia Rosalie.
—No, no nos han presentado formalmente. Pero desde luego que no podría olvidar una sonrisa tan cautivadora. Estaba usted en la gala de los Vulturi anoche, según creo.
—Así es. Una reunión encantadora.
—Desde luego —murmuró él.
Una repentina punzada de celos brotó en el interior de Bella mientras miraba a su prima con Edward, hacían una pareja asombrosa. La figura ágil de Rosalie complementaba a la perfección el tipo musculoso de Edward. Y allí estaba ella, que parecía algo recién pescado del fondo de un pantano.
Sabía que debería estar orgullosa de haberle demostrado a Edward lo poco que le importaba su visita y que no había tenido ninguna intención de arreglarse para él.
Sin embargo, ansiaba salir de allí corriendo y entrar como una tromba en su habitación maldiciendo a Edward con todo su aliento.
Edward se inclinó y le dijo algo a Rosalie que la hizo ruborizarse, haciendo que a Bella se le cayeran las tijeras de podar con un tañido estrepitoso que atrajo las miradas de la pareja.
Edward alzó una ceja arrogante e inquisitiva, el muy bestia insufrible, mientras Rosalie ocultaba una gran sonrisa con la mano. Bella deseó que se abriera un agujero a sus pies y se la tragara la tierra.
—Rosalie, ¿serías tan amable de acompañar a su excelencia al saloncito mientras yo informo a Victoria y a mi madre de su llegada?
La expresión traviesa de los ojos de Rosalie le dijo a Bella que su prima no tenía intención de ayudarla en semejante brete.
—Oh, prima, me encantaría pero ya llego tarde para una prueba con mi modista. Debo irme corriendo ahora mismo.
Rosalie se volvió hacia Edward e hizo una pequeña reverencia.
—Encantada, excelencia —dijo—. Espero que vuelva a visitarnos para que yo pueda tener la oportunidad de oír el relato de todas sus heroicas hazañas para proteger a nuestra amada Inglaterra.
—No tan heroicas, se lo aseguro. —Edward alzó la mano de Rosalie y depositó un ligero beso en el dorso—. Pero sería un placer visitarlas de nuevo, mi señora.
—Hasta entonces, pues. —Un instante después, Rosalie desapareció tras un alto arbusto en forma de animal… dejando a Bella totalmente a solas con Edward, un hecho que era obvio que él pensaba aprovechar todo lo posible.
—Parece que ya solo quedamos usted y yo, señorita Sutherland. ¿Debo llamarla señorita Swan? ¿O… —Edward empezó a salvar la brecha que quedaba entre ellos hasta que se plantó a solo unos centímetros de ella—… me dará permiso para usar algo más… personal?
El hecho de que su cercanía la intimidara de algún modo y que sus palabras le pusieran la carne de gallina, solo sirvió para hacer enfadar todavía más a Bella.
—Creo que le pedí que no viniera hoy, excelencia.
—Y yo creo que te dije que iba a venir tanto si te gustaba como si no. —Se quedó mirándola desde su altura con una expresión resuelta en aquellos ojos moteados de puntos dorados—. Me invitó tu hermana, ¿recuerdas?
¿Cómo lo iba a olvidar?
—Entonces iré a buscarla para que la vea. Estoy segura de que los dos tienen mucho de que hablar. —Y esperaba que los dos se atragantaran con lo que fuera.
Furiosa, Bella se encaminó a las puertaventanas que llevaban a la casa pero
Edward le bloqueó el camino.
—Muévase —le ordenó ella.
—Oblígame.
Bella apretó los puños a los costados para contener el impulso de hacer exactamente eso mientras las palabras masculinas vibraban por todo su cuerpo.
—Déjeme. En. Paz.
Edward le pasó un dedo por la mandíbula.
—No puedo. Irritarte es demasiado divertido. Hay algo en ti cuando te enfadas capaz de cegar a un hombre. Además, no me gusta que no me hagan caso.
Así que de eso se trataba. Le picaba el orgullo.
—Bueno, excelencia, pues será mejor que se acostumbre.
—Edward.
— ¿Qué?
—Sabes cómo me llamo, Bella. Deja de intentar hacerme enfadar con tanta formalidad. —Invadió el espacio de la joven y se acercó mucho más con la intención de abrumarla. Y lo consiguió—. Y ahora déjame oírte decir mi nombre.
—No quiero.
Edward se hizo con un mechón de su cabello y acarició las hebras entre sus dedos mientras la mantenía cautiva con su mirada.
— ¿Sabes cuántas veces he oído tu voz en mi cabeza durante los últimos ocho años? ¿Tu risa? ¿El sonido que haces cuando intentas no llorar? ¿O el modo que tienes de emitir un gritito entrecortado cuando algo te sorprende? ¿Sabes cuántas noches me sostuvo tu recuerdo? ¿Cuando estaba metido en medio de ninguna parte esperando a un enemigo sin rostro? ¿Es que no te importa en absoluto, Bella? —Dio otro paso más y las solapas de su chaqueta rozaron los pechos de Bella—. Antes te importaba.
A Bella le temblaban tanto las piernas que no sabía cómo seguía en pie.
—Sí… antes, excelencia. Antes.
Un músculo se crispó en la mandíbula del Duque.
—Tú sí que sabes cómo bajarle los humos a alguien, cielo. ¿Así fue como trataste a tu prometido? Pues deja mucho que desear.
—Jacob no es asunto suyo. —Se volvió para irse. ¡Que se quedara allí todo el día y que se pudriera; para lo que le importaba a ella!
Edward la sujetó por un brazo y la detuvo de repente.
—¿Entonces qué pasó? ¿De verdad te dejó ante el altar? Fue un mentecato si lo hizo.
Bella oyó la calidez en la voz de Edward, vio la calidez reflejada en sus ojos junto con una disculpa y se odió por responder a ella.
—No quiero hablar de ello.
Bella pensó que el Duque insistiría. Era muy aficionado a hacerlo, después de todo. Pero en lugar de eso, la soltó un poco sin liberarla del todo. Deslizó la mano por su brazo y entrelazó sus dedos largos y finos con los de Bella, fríos y rígidos.
La joven miró las manos entrelazadas y se preguntó por qué no se apartaba, por qué la sensación de la piel de Edward contra la suya era tan reconfortante, cuando era lo último que quería de aquel hombre.
Bella dio una sacudida hacia atrás cuando él le frotó la mejilla con el otro pulgar.
—Pero qué está…
—Una mancha —respondió él.
—Oh. —Por alguna razón no le dijo que parara. El suave movimiento de aquel dedo la hipnotizaba, incluso aunque su mente le dijo que la mancha de tierra ya tendría que haber desaparecido.
Y el resto del Duque tampoco dejaba de distraerla, la anchura de su pecho y el modo en que los músculos de su brazo forzaban las costuras de la chaqueta cuando le acariciaba a ella la cara.
Por Dios, tenía unos brazos enormes. ¿Qué había estado haciendo en el ejército para echar tanto músculo? Ningún caballero que ella conociera tenía un cuerpo como el de Edward.
—¿Te acuerdas de cuando me salvaste la vida? —dijo, extrayendo a Bella de la contemplación de su físico, un lugar muy peligroso para la mente de la joven.
—¿Qué?
—En el antiguo camino del correo. Nos encontramos con aquel comerciante
golpeando a su caballo y tú le arrancaste el látigo de las manos antes de que el hombre se diera cuenta de lo que estaba pasando. Después golpeaste a aquella babosa y le preguntaste si le gustaba la sensación del látigo sobre su piel. No dudaste en ningún momento, ni un segundo. Creo que solo tenías unos catorce años por aquel entonces, pero que me aspen si no eras la chica más valiente que había conocido, incluso entonces.
Habían estado paseando juntos por el camino de tierra que rodeaba la parte posterior de los terrenos de los Cullen y se encontraron con un vendedor mugriento con un carro que estaba golpeando a su caballo. El animal intentaba encogerse y evitar el mordisco del látigo, pero el hombre sostenía las riendas con fuerza.
Incluso desde lejos, Bella ya había visto los verdugones que tenía el lomo del caballo y se había puesto furiosa. Se había lanzado volando contra el hombre y le había arrancado el látigo de las manos, el miedo y la rabia le habían dado la fuerza necesaria para tirarlo al suelo y dejar caer el látigo sobre su muslo con tal fuerza que le hizo sangre.
Por desgracia, después había cometido el error de volverle la espalda para tranquilizar al asustado animal. El hombre la había cogido por el pelo, le había dado la vuelta para que lo mirara y estaba a punto de golpearla cuando Edward se abalanzó sobre él y lo golpeó en el estómago con la cabeza, quitándole con un sonoro silbido el aliento al comerciante y cayendo los dos de cabeza al suelo.
El hombre resultó ser más nervudo de lo que Bella imaginaba y consiguió salir
de debajo de Edward y estirar la mano hacia la pistola que llevaba metida en la bota.
Cuando el hombre apuntó a Edward con el arma, Bella ya había reaccionado y había cogido una gran roca que lanzó contra la cabeza del hombre cuando este amartilló el arma para disparar.
Bella todavía recordaba el ruido seco que había hecho la roca al alcanzar la cabeza del comerciante, y la sangre que le chorreaba por la frente cuando la miró perplejo, sin poder creérselo, antes de caerse de cara al suelo.
Al principio, la chiquilla pensó que lo había matado pero Edward había comprobado el pulso y le dijo que solo estaba inconsciente. Bella jamás se había sentido tan aliviada, aparte de cuando había visto que Edward estaba ileso.
Este había tirado unas monedas al suelo, junto al buhonero, para compensarlo por la pérdida y después habían cogido el caballo y se habían alejado de inmediato.
—Mi recuerdo de la situación es un poco diferente —dijo Bella mientras intentaba no hacer caso del calor que irradiaba el cuerpo de Edward. —Usted me salvó a mí. No al revés.
—Cuestión de opiniones, desde luego. Si no hubieras tirado esa roca, quizá estarías poniendo ahora flores sobre mi tumba. —Edward ladeó un poco la cabeza—. ¿Lo harías Isabella? ¿Poner flores sobre mi tumba, quizá incluso derramar unas cuantas lágrimas por mi prematuro fallecimiento?
—No hable así.
—Te molesta, ¿no? Pensar que podría estar muerto.
—Me molesta pensar en la muerte de cualquiera.
—¿Es que yo soy cualquiera, Bella?
No, no lo era. Pero ojalá lo fuera.
—Victoria ha estado esperando con impaciencia para verlo. —Cuando Bella se desprendió de la mano del Duque, este le acarició la palma de la mano con las puntas de los dedos.
La joven se estremeció y Edward lo notó.
—¿Con impaciencia, dices? Se diría que no querría volver a verme.
—Es posible que mi hermana sea un alma compasiva.
—¿Y tú, Bella ?
—¿Qué hay de mí?
—¿Tú eres un alma compasiva ?
—No le deseo ningún mal, si es a eso a lo que se refiere. —No —dijo él—. No es a eso a lo que me refiero. —Lo tenía tan cerca que podía ver las motas tostadas de sus ojos y la perfección con la que su ayuda de cámara lo había afeitado, y el modo en que el pulso tocaba una retreta firme en el cuello masculino.
Que Dios la ayudara, seguía allí, el calor, el ritmo apresurado de su sangre que se había convertido en su constante compañero desde un año antes de que Edward se alistara en el ejército. La sensación no se había mitigado. Si acaso, solo había aumentado.
El ardor golpeó a Edward con la fuerza de una cañería de plomo en las tripas cuando se quedó mirando los turbulentos ojos azules de Bella, aquellos ojos que en otro tiempo lo miraban con adoración juvenil.
Lo habían tentado algunas de las mujeres más hermosas del mundo: las jóvenes de un harén de Turquía, las hijas de un jeque de Arabia, una voluptuosa princesa española. Pero jamás había experimentado el ansia que lo inundaba en ese instante.
Quería tocarla, alisar el motín de rizos que intentaban liberarse del moño suelto que llevaba en la nuca, oírla susurrar con pasión su nombre.
Ocho años era lo que llevaba fuera. Un abismo de ocho años entre ellos, labrado con la esperanza de superar la necesidad constante que lo había acosado desde que la niña se había convertido en una jovencita que lo había atrapado en aquellos lazos de deseo y confusión.
Había habido varias ocasiones en las que casi se había lanzado, en las que casi había arriesgado su amistad para sofocar la lujuria que lo embargaba como un volcán.
Durante años se dijo que se había alistado en el ejército para alejarse de
Victoria y James y de la constante desaprobación de su padre.
Pero Edward comprendía al fin que la verdadera razón la tenía ante él, enfadada, indignada y tan preciosa la muy puñetera, que le dolía el esfuerzo de contenerse.
Le habían dado otra oportunidad y no tenía ninguna intención de estropearla.
Por mucho que quisiera darle una paliza al malnacido que había hecho daño a Bella anulando el compromiso el mismo día de su boda, no podía evitar alegrarse de que aquel hombre se hubiera ido.
No había pretendido de ser tan cerdo como para lanzarle el incidente a la cara, pero maldita fuera, no había mujer que tuviera tanta capacidad de hacerlo enfadar como Bella.
Necesitaba hablar con ella sobre lo que había pasado, pero no era el momento ni el lugar. Tenía que encontrar el modo de recuperar el favor de aquella mujer, y aunque la noche anterior no lo había reconocido, eso era lo que lo había inducido a ir allí esa mañana.
—Hay un abismo entre nosotros —murmuró Edward adorando el modo en que Bella parecía absorberlo. Todavía le importaba, lo sabía—. Y tengo intención de reparar esa brecha.
—¿Y si yo no quiero que lo haga ?
Edward se inclinó un poco más hacia ella.
—Entonces supongo que tendré que esforzarme más, para hacer que lo desees tanto como yo.
—No. —Las emociones que Edward creyó que nunca oiría en ella resonaron en aquella única palabra—. Sólo… déjelo todo en el pasado.
—No puedo. —Quería besarla. Lo estaba deseando. Saborear aquellos labios suaves y suntuosos contra los suyos, saciar solo un poco del ansia que aquella joven despertaba en él sin esfuerzo.
El deseo venció al sentido común y bajó la cabeza hacia ella. Observó que los ojos femeninos se abrían todavía más, que abría un poco la boca, un sonido coqueto se escapó de sus labios, removiéndole la sangre y envolviendo en llamas cada uno de los instintos masculinos que anhelaban poseerla…

Loprometido dos capitulos espero lo disfruten saludos *Annel*

6 comentarios:

lorenita dijo...

ESTUVO GENIAL..QUE TESTARUDA ES BELLA...JEJE, CLARO QUE EDWARD TAMBIÉN TIENE LO SUYO..PERO LO ADORO!!

joli cullen dijo...

xd santo hay dios l quieor pero queiro massssssssss somos glotonas jajaja

nydia dijo...

dios fue genial y que terca que es Bella menos mal que el no se rinde no.....Besos...

Unknown dijo...

bien este estuvo mas desesperante!!! jajaja me voy a leer el otro!!!

Saludos!!!

me encanta!

Ligia Rodríguez dijo...

Ay Dios pero que terca esta chica, es que nunca va a dejar que la felicidad le toque desde el principio :S

karla dijo...

juro k me da algo si los interrumpen, y esa bella tan terca como siempre, es encantadora peromas lo es mi edward :)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina