jueves, 7 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 3

Capítulo 3
…el cielo se oscurece todavía más
Y se alza el mar.
G. K. Chesterton
Bella ni siquiera sabía a dónde iba mientras se abría camino entre la multitud.
Solo sabía que Edward se dirigía hacia ella y no quería hablar con él.
Verlo de aquella forma, tan inesperada, la había pillado desprevenida.
Necesitaba tiempo para prepararse, para ocultar su corazón y cubrir los restos de aquella niña que en otro tiempo lo había amado con desesperación.
Edward se había alistado en el ejército menos de una semana después de que Victoria anulara su compromiso y provocara un escándalo monumental. Su padre, el Duque, se había puesto furioso con él, pero no porque Edward no se hubiera casado con Victoria. El Duque nunca había querido estar emparentado de ningún modo con los Swan. No, su furia venía provocada por el hecho de que Edward lo había avergonzado delante de sus iguales.
Edward había abandonado la mansión Cullen esa misma noche; había dejado a su familia, a sus amigos, —a ella—, y había desaparecido en otro mundo en el que ella no supo nada de él, salvo algún que otro recorte de periódico que lo aclamaba como héroe de guerra. 
Dos años después del escándalo, el Duque había muerto y Edward ni siquiera había regresado para el funeral. Se había rumoreado que la ruptura entre padre e hijo había acabado con el anciano Duque. Una vez más, el comportamiento de Edward había sido pienso para el molino de los chismes, volviendo a sacarlo todo justo cuando Bella pensaba que quizá pudiera olvidarlo algún día. Costaba creer que hubiera aparecido allí aquella noche. La alta sociedad tenía una gran memoria y le encantaba resucitar cualquier pecado. Bellas lo sabía demasiado bien. Los había oído hablar y compararla con Victoria, decir que algo debía pasarles a las mujeres Swan, que nunca parecían inspirar amor y fidelidad en los hombres.
Sin aliento ya, Bella dejó al fin de correr. Miró a su alrededor y descubrió que estaba en pleno jardín. Le pareció un chiste cruel encontrarse en un lugar parecido a aquel en el que su vida había cambiado de modo absoluto e irrevocable ocho años antes.
Se preguntó lo que pensaría Rosalie sobre lo que había hecho su prima en aquella época. Bella hablaba pocas veces sobre la vida que había conocido antes de Londres.
Cuando su tío, el padre de Rosalie, había pedido que Bella fuera a la ciudad para que fuera la compañera de su única hija, Bellas no lo había dudado ni un segundo. Habría hecho lo que fuera para alejarse de los recuerdos que la acosaban en Kent.
En Rosalie había encontrado a la amiga que tanto necesitaba, alguien que había terminado por significar tanto para ella que Bella no había querido arriesgarse a contarle la verdad por miedo a que su prima la mirara de forma diferente.
Pero con la repentina aparición de Edward, el mundo metódico que con tanto esmero se había labrado se había trastornado por completo. Bella se llevó una mano al estómago, tenía la sensación de que se le habían hecho un centenar de nudos. Vio el cenador, apartado e iluminado solo por el rocío de las estrellas, y se apresuró hacia él.
Subió las pocas escaleras y se sentó, se recostó contra el poste y cerró los ojos mientras respiraba hondo para calmar sus agitados nervios.
Estaba empezando a relajarse, cuando oyó una voz profunda.
—Hola, Bella.
Bella abrió los ojos de repente y se quedó rígida. No se movió, en realidad no podía moverse. A lo largo de los años había oído esa voz tantas veces en su cabeza, tantas veces se había imaginado cómo sería el regreso a casa de Edward. Pero nada podría haberla preparado para la realidad.
Con el corazón palpitándole de un modo salvaje se levantó poco a poco, rezando para tener fuerzas para sobrevivir a los minutos siguientes. Respiró hondo para tranquilizarse y se volvió hacia él, y a punto estuvo de vacilar bajo la fuerza de aquella realidad de casi dos metros pecaminosamente atractiva que tenía casi al alcance de la mano.
Edward se fundía a la perfección con la noche, con una levita formal y tan negra como los pantalones que vestía; llevaba el sedoso cabello oscuro peinado hacia atrás y sujeto en una cola que realzaba un rostro que se había definido más y hecho más llamativo con el paso del tiempo.
Solo la camisa de un blanco prístino, con el cuello almidonado, y la corbata, destacaban contra el paisaje de su cuerpo, un atuendo que delineaba los hombros y el pecho, que se había ensanchado, los brazos musculosos que la chaqueta apenas era capaz de contener, las caderas delgadas y las largas piernas que transmitían una especial gracia masculina.
Era demasiado guapo para expresarlo con palabras, cosa que no podía ser más injusta y cruel. No se merecía ser tan perfecto, con aquella belleza divina e intachable.
Sus pecados deberían haber hecho estragos con él en lugar de hacerle parecer un ángel caído mientras la miraba con los ojos que habían acosado todos los sueños de Bella.
Bella quería volver atrás, a aquellos días en los que la vida era más sencilla y su amistad una certeza. Pero la mujer madura que necesitaba conservar su orgullo mantuvo las distancias y el aplomo.
—Bienvenido a casa, excelencia —murmuró con aire rígido mientras ejecutaba una ligera reverencia, una hazaña que a su desgarbado cuerpo le había llevado años realizar con cierta gracia.
Creyó ver que los ojos de Edward se entrecerraban y que se le tensaba la mandíbula, pero la expresión fue tan fugaz que quizá no fuera más que un truco de la luz de la luna.
—Así que así van a ser las cosas, ¿no? —dijo después.
Los dedos de Bella apretaron los pliegues de la falda y la joven se dio cuenta de que todavía la tenía un poco levantada. De repente soltó la tela arrugada.
— ¿Así, cómo? —respondió fingiendo una inocencia que para los dos resultaba transparente.
—Así que vamos a actuar como si no nos conociéramos. —Edward se inclinó sobre la barandilla que llevaba a las escaleras y la miró con unos ojos insondables, ojos que parecían tan negros como la noche pero que ella recordaba bien que eran del matiz más claro de castaño que ella se había encontrado jamás, como miel caliente.
—No estoy segura de entender lo que está sugiriendo, excelencia.
—Vamos a ser muy formales y correctos, y a seguir el protocolo que les corresponde a los viejos amigos que llevan mucho tiempo separados, como si en cierta ocasión yo no te hubiera curado los arañazos de las rodillas y tú no me hicieras reír cuando imitabas a James en sus momentos más pomposos. En otras palabras… como desconocidos. Pero nosotros no somos desconocidos, ¿verdad, Bells?
Que aquel hombre pudiera hacer semejante pregunta después de tantos años de separación reavivó la ira de Bella. No pensaba permitirle que volviera a entrar en su vida como si no hubieran transcurrido los últimos ocho años, como si en su momento él no hubiera pretendido casarse con su hermana, como si pudiera pensar que todo estaba perdonado y olvidado.
—Sí, excelencia. Somos desconocidos.
—Ya veo. —Edward seguía mirándola con una expresión observadora, impávida. Inquietante.
—Si me disculpa, debo regresar a la fiesta. Solo he salido aquí para respirar un poco de aire fresco.
—Has salido aquí para huir de mí.
El hecho de que hubiera leído sus actos con tanta precisión le dio donde más le dolía. Si alguien la hubiera advertido del regreso de Edward, nada habría quebrado su serenidad. Bella luchó por recuperar el equilibrio.
—Ha sobrestimado su atractivo, excelencia.
—Quizá. Pero eso no cambia los hechos, te estabas escondiendo.
Bella apretó los puños. Qué ganas tenía de abofetear aquel rostro atractivo y arrogante.
—Puede creer lo que quiera.
Edward sacudió la cabeza.
—Ya veo que sigues siendo una pequeña fiera. Y encima quieres ponerme un ojo morado, nada menos. ¿Son esas formas de tratar a un viejo amigo? Yo pensaba que la norma era dar un beso.
—Váyase al infierno… excelencia.
La insinuación de una sonrisa levantó las comisuras de los labios masculinos.
—Ya he estado allí y no lo recomiendo. —Después se encogió de hombros—.
Hay cosas que nunca cambian, ¿verdad? Todavía tienes un genio explosivo… por muy asombroso que sea el paquete que lo envuelve. —La mirada masculina dibujó sin prisas todo su cuerpo y a Bella le costó no moverse bajo semejante escrutinio.
— ¿Y eso fue lo que lo impulsó a seguirme? ¿Quería hacerme enfadar?
El fondo del color del ébano del cielo era un telón perfecto para aquella presencia oscura e inquietante, los diamantes de las estrellas no podían competir con el brillo de sus ojos.
—Quizá esperaba que me dieras la bienvenida a casa.
— ¿Con los brazos abiertos?
—Mucho mejor. —Después se puso serio y confesó—: Te he echado de menos, Bells.
Bella no quería que aquel hombre tuviera ese efecto sobre ella, no quería que su presencia la arrullara ni que sus palabras dulces y vacías trastocaran su equilibrio.
Pero Edward había conseguido hacer todo eso con total facilidad. Tenía que endurecer su corazón, o ese hombre, que en un tiempo había sido todo su mundo, podría acabar con ella.
— ¿Qué es lo que quiere, excelencia?
Edward se quedó mirando las estrellas antes de devolverle la mirada.
— ¿La absolución, quizá?
—Entonces hable con un vicario, porque eso es algo que yo no puedo dar.
— ¿Ah, no?
Bella se obligó a no decir nada, a mantenerse firme bajo la cortina de fuego de aquellos hermosos ojos que parecían jurar en silencio que no pararían hasta derribar todas sus defensas.
—Nunca me imaginé que el chicuelo que conocí en otro tiempo terminaría convirtiéndose en la mujer endurecida que veo hoy.
Bella se enfrentó a sus ojos de frente.
—Endurecida, no, excelencia. Segura de sí misma. Menos tendente a repetir las locuras de su juventud. Quizá eso era lo que no se esperaba.
El joven la miró durante un buen rato.
— ¿Ya no queda nada, Bella? ¿De nosotros? —murmuró después.
—Nunca hubo un «nosotros». Hubo un usted. Hubo un yo. —Un pozo de emociones se alzó de repente en su interior y estuvo a punto de ahogarla cuando dijo—: Y luego estaba Victoria.
Edward subió uno de los escalones y Bella dio un paso hacia atrás sin querer.
El joven se detuvo y un rayo de luz cruzó sus rasgos esculpidos en piedra.
— ¿Importaría si te dijera que nunca amé a Victoria?
En otra vida Bella habría dado lo que fuera por oír esas palabras. Pero ya no importaba. Edward se había ido sin mirar atrás. Había elegido y el espectro de
Victoria siempre se interpondría entre ellos.
—Ha desarrollado usted una vanidad considerable. ¿Por qué habría de importarme que amara alguna vez a mi hermana?
—Quizá porque todavía me quieres. ¿Te acuerdas cuando me dijiste que me amabas? Yo sí. Nunca lo he olvidado.
Bella se mantuvo en pie por pura fuerza de voluntad. ¿Qué le había hecho pensar que podría haberse preparado para eso? ¿Para él? Quería irse pero el enorme cuerpo masculino le bloqueaba las escaleras, como si supiera que ella estaba a punto de echar a correr.
—Era… era solo una niña.
—Una niña muy hermosa y sincera. —Subió un escalón más—. Una niña que yo siempre supe que se convertiría al crecer en una mujer encantadora. —Subió el tercer escalón—. Una mujer que obligaría a un hombre a echar la carrera de su vida antes de permitirle capturar su premio. —Subió el último escalón y quedó ante ella; el espacio del cenador pareció encogerse con su presencia. Edward le alzó la barbilla, su aliento era un susurro dulce en la mejilla femenina—. Una mujer que bien merecería el esfuerzo.
Bella tembló bajo aquella caricia y la mirada ardiente que había en los ojos masculinos. ¿Durante cuántos años había ansiado ver esa misma expresión sobre ella?
Pero le apartó los dedos de un tirón.
—No tengo por qué escuchar esto. —Intentó pasar junto a él, pero Edward estiró la mano y la cogió por la muñeca.
— ¿Te acuerdas cuando te saqué del estanque del Arquero?
Bella se sentía como un barco lanzado de una ola a otra, aquel hombre la mantenía constantemente en el filo y sus pies no conseguían encontrar tierra firme.
—Suélteme —le exigió mientras intentaba liberarse de sus dedos implacables.
—Trepaste a aquel viejo roble y te deslizaste por la rama —continuó él.
—Yo no recuerdo cosa semejante. —Edward le había rogado que bajara, le había advertido que podía hacerse daño. Pero ella no había escuchado su ruego.
En lugar de eso, se había equilibrado sobre la rama y había seguido alejándose hasta que la madera se meció bajo su peso. De repente, la rama se había roto y ella había caído de súbito al agua, sin aliento.
Edward se había plantado a su lado en un instante y la había sacado del agua, apretándola contra su pecho, con la camisa pegada a su cuerpo y demostrándole que toda aquella fuerza fibrosa que en otro tiempo había pertenecido a un muchacho se había convertido en los músculos fornidos y duros de un hombre. Y cuando Bella había alzado la cabeza y lo había mirado a los ojos, durante un solo instante había visto algo allí, algo a lo que su cuerpo de chiquilla había respondido.
—Jamás he conocido a nadie tan valiente como tú, picaruela —le había susurrado Edward al oído—. No cambies jamás.
Pero había cambiado. El mundo la había transformado, como había transformado el amor por un hombre que no la había correspondido, un hombre que había deseado a alguien como Victoria.
—Dios, cómo me gustaría recuperar a aquella chiquilla —dijo Edward, parecía casi angustiado.
Bella estuvo a punto de levantar la mano y acariciar con los dedos la mandíbula masculina, ansiaba aliviar su tensión. Pero en vez de hacerlo, permaneció inmóvil mientras que la noche se cerraba alrededor de los dos con un temblor de silencio y recuerdos.
— ¿Entendiste por qué tuve que irme, Bellas? —Su voz era una vibración profunda y sensual en la oscuridad, y Bella sintió que cada palabra la golpeaba como flechas lanzadas contra ella.
¿Lo había entendido? Sí. Y no. Edward la había abandonado, se había deshecho de su amistad. ¿Pero qué le quedaba, después de todo? Una chica a la que nunca había visto más que como un incordio divertido y Victoria, por la que al menos tenía que haber sentido algo, si había querido casarse con ella.
Quizá eso era lo que había destruido de verdad todo lo que quedaba en el corazón de Bella: Edward había sentido algo por Victoria que jamás había sentido por ella. Con el tiempo, quizá hubiera terminado por reconocer que su amigo se había sentido incómodo ante el fervor de una niña pequeña.
Si al menos no hubiera escogido a su hermana antes que a ella.
Bella contempló el cielo nocturno, abrumada por la tristeza que la embargaba al pensar en todo lo que había perdido: un amigo, un confidente. Un héroe.
Aquellos días ya hacía mucho tiempo que habían pasado y esos recuerdos habían quedado cerrados bajo llave. Tenía que concentrarse en el presente, en la vida que se había trazado y en hacer lo que hiciera falta para seguir adelante.
—Tengo que irme. —Las palabras parecieron un ruego.
Pero él no la soltó.
En lugar de eso la volvió hacia él; la mayor parte de su rostro estaba envuelto en sombras, salvo los ojos, iluminados por la luna que atravesaba el enrejado que ribeteaba el tejado del cenador.
De repente hubo tantas cosas que Bella quiso decir, tantas preguntas que quiso hacerle sobre su vida tras su partida, sobre el ejército: cómo era, si alguna vez había sentido miedo, soledad o nostalgia, si algunos de los relatos que había oído sobre las batallas en las que había intervenido eran verdad. Había habido un tiempo en el que podrían haber hablado de cualquier cosa. Pero las palabras ya no acudían a sus labios.
—Bells… —Los ojos de Edward capturaron los suyos mientras iba bajando poco a poco la cabeza, haciendo descender la mirada hacia los labios femeninos, enroscando el aliento en su garganta mientras la mente de Bella clamaba que protestara.
— ¿Isabella ?
A Bella la sobresaltó el sonido de una voz que la llamaba desde la casa, donde un rayo trémulo de luz dorada trazaba la figura de una mujer. Rosalie.
La mirada de Bella se clavó en la de Edward y algo intangible se desplazó entre los dos. El caballero la soltó de mala gana. A Bella le cosquilleaba la muñeca y le temblaba el cuerpo entero.
—Huye, Isabella. —La burla de su tono fue una herida inesperada—. Vamos, pequeña. Vuela a casa, donde estarás a salvo.
Bella lo odió en ese momento. Lo odió, pero también lo deseó. Ansiaba golpearlo, pero se moría por besarlo. Aquel hombre la ponía furiosa como no había hecho jamás hombre alguno, la había herido de un modo que había estado a punto de acabar con ella y sin embargo corría por sus venas como una droga de la que no podía deshacerse.
Sin otra palabra más, Bella se levantó la falda y bajó los escalones a toda prisa.
—Bella —la llamó él y la joven se detuvo a pesar de decirse que siguiera adelante, con el corazón latiéndole de forma salvaje al obligarse a darse la vuelta para mirarlo.
Edward permanecía delante de los escalones, sus ojos eran unos discos de obsidiana bajo el alero oscurecido.
—Voy a pasar por tu casa mañana por la mañana. Espero que estés allí.
—No. —La joven sacudió la cabeza—. No quiero que venga.
El siseo de una llama y un pequeño fulgor de luz iluminaron el rostro del
Duque cuando encendió un puro y le mostró la determinación acerada de su rostro.
—Espera mi visita.
—No está invitado.
—Siento tener que discrepar. Me han hecho una invitación formal.
— ¿Quién?
— ¿A ti qué te parece?
La respuesta la tuvo Bella en un instante: Victoria. Por supuesto. Bella había visto a su hermana con Edward en el salón de baile, coqueteando con él, y en ese breve espacio de tiempo fue como si todos aquellos años hubieran desaparecido y ella fuera una vez más la angustiada jovencita que veía cómo se llevaba Victoria lo único que ella había querido jamás.
Con sus viejas inseguridades brotando de nuevo en su interior, Bella se recogió la falda y huyó del jardín.
Edward la contempló hasta que la oscuridad se tragó a la joven al tiempo que se maldecía por su estupidez.
Maldita fuera. ¿Qué coño le había pasado a su sentido común? ¿O al menos a su sentido de la supervivencia? Lo último que debería ocurrírsele era hacer una visita al hogar de las Swan. Semejante maniobra solo provocaba especulaciones y rumores.
Tal y como estaban las cosas, ya había una buena parte de la alta sociedad que creía que él había contratado a alguien para que se cargara a James y así quedarse con el ducado.
Bueno, lo que estaba claro es que siempre se iba a hablar, las calumnias y los chismes cáusticos estaban destinados a abrirse camino por saloncitos y clubes por igual. Nadie era inmune a ellos.
Bella había sido lo bastante valiente como para enfrentarse a todo eso esa noche. Muchas mujeres se habrían ido al extranjero durante un tiempo y habrían esperado a que muriera el escándalo antes de regresar. Pero Bella no. Ella no era como las demás mujeres. Ella no era como él. Ella no huía.
¿Pero acaso no había huido de él esa noche? Desde el momento en que se había encontrado con ella —con los ojos cerrados y su piel rielando como una seda nacarada bajo la luz de la luna—, la joven se había mostrado enfadada y resentida, como si lo odiara. Cosa que Edward se merecía, aunque eso no hacía que
fuera más fácil de aceptar.
Quería a la Bella llena de vida que siempre estaba encantada de verlo, la que lo miraba como si él fuera su caballero con brillante armadura cuando ahuyentaba a James o cuando le decía que sería capaz de hacer lo que se propusiera… o cuando le aseguraba que algún día sería mucho más encantadora que su hermana.
Y lo era. Dios, vaya si lo era.
Su belleza se había vuelto contra él como un golpe en las tripas, fuerte e inesperado. El cuerpo delgado y las líneas masculinas de su primera juventud habían cambiado y se habían convertido en unas curvas lozanas y unos valles flexibles.
El canesú del vestido moldeaba sus senos, los suaves montículos que se alzaban bajo la tela y temblaban de indignación cuando él le robaba el espacio, la presionaba y la obligaba a reaccionar de algún modo, incitando todos y cada uno de los sentidos masculinos. Había ansiado besarla y había estado a punto de hacerlo cuando el destino, en forma de su prima, había intervenido.
Puñetero destino. ¿Cuándo le había hecho algún favor en lo que a Bella se refería?
La Bella de su juventud había desaparecido y en su lugar había una mujer formidable, acorazada por un vestido a la moda y un cabello peinado a la perfección, con una piel que parecía que no había visto una mancha de tierra en muchos años.
Edward se pasó una mano por el pelo y le dio una larga calada a su puro, intentando sin mucho éxito olvidar las imágenes de lo que había sucedido en un jardín muy parecido a aquel en otra vida, recuerdos de una seducción que todavía lo acosaba.
Y recuerdos de una vida que quería recuperar.
El trayecto de regreso a casa en el carruaje fue interminable.
Bella ansiaba escapar, huir a su dormitorio y cerrar la puerta. Necesitaba tiempo para pensar, para planear, para considerar las ventajas de visitar a unos parientes lejanos que tenía en América. Quizá entonces estuviera a salvo de Edward.
«A salvo de Edward».
Una idea que le parecía extraña. Había habido un tiempo en el que la única persona que la había hecho sentirse a salvo era precisamente Edward. Con qué facilidad su presencia había conseguido sumir todo su mundo en el caos.
Y al día siguiente iría a visitarla.
Victoria lo había invitado, así que seguro que aparecía. Bella se planteó la posibilidad de esfumarse. Solo porque él le hubiera ordenado que estuviera allí cuando llegara, eso no significaba que ella tuviera que ceder a sus exigencias. Ya era hora de que le dejara las cosas claras. Que viera que ya no era una niña a la que podía imponerle lo que tenía que hacer.
El carruaje se detuvo con un estrépito ante su residencia y Bella bajó los escalones con gran alivio antes de que el cochero se hubiera bajado del pescante. El hombre se apresuró a bajar a tiempo de tenderle la mano a su madre, a Rosalie y a Victoria, cuya expresión durante todo el viaje a casa no había distado mucho del engreimiento.
Bella quería estar sola y esperaba llegar arriba antes de que alguien le hiciera alguna pregunta, pero Rosalie le susurró algo al oído.
—Tengo que hablar contigo. Ven a mi habitación antes de retirarte.
Su prima no le dio tiempo para protestar antes de subir corriendo los escalones de la entrada y penetrar en el vestíbulo bien iluminado, donde el mayordomo la despojó de su capa.
No era la primera vez que Bella veía aquella luz en los ojos de su prima. Rosalie tenía intención de interrogarla. Llevaba a punto de estallar desde el regreso de Bella al salón de baile, donde todas las miradas la habían escudriñado, esperando verla, quizá, despeinada y sin aliento.
«Debe de tener una infinidad de amantes —habían murmurado los susurros que la habían seguido desde el día de su boda—. ¿Por qué otra razón la habría abandonado un hombre tan decente como Jacob?» Bella ya se imaginaba los chismorreos de las nobles matronas mientras ella cruzaba el salón de baile. «Allá va una de esas chicas Swan, a punto de provocar otro escándalo».
Bella suspiró. Se había enfrentado a muchas cosas en los últimos meses, pero no estaba segura de cómo iba a capear esa última crisis. Edward había regresado en un momento muy vulnerable de su vida y ella tenía muchas razones para creer que no tendría inconveniente en aprovechar esa debilidad. Sería mejor no darle la oportunidad.
Ya en el rellano, Bella se sobresaltó cuando una mano le cogió un hombro con suavidad. Se volvió y se encontró a su madre a su lado con una mirada de preocupación en la cara.
—¿Va todo bien, querida?
—Claro. —Bella probó a esbozar una pequeña sonrisa pero se dio cuenta de que no había convencido a su madre.
La Baronesa hizo una pausa como si estuviera sopesando sus palabras antes de continuar.
—Así que el duque de Masen ha asistido a la fiesta de esta noche.
—Así es. —Bella procuró mantener la voz serena.
—Estuvisteis juntos en el jardín. —No había ninguna acusación en la voz de su madre, solo inquietud.
—Sí.
—¿Ocurrió algo?
Más de lo que Bella querría admitir.
—No.
Los ojos de su madre estudiaron su rostro.
—Me doy cuenta de que eres una mujer adulta, pero todavía me preocupas.
—No hay necesidad de preocuparse, madre.
La Baronesa asintió y la siguiente pregunta la hizo con cierta vacilación.
—¿Ha vuelto a casa para siempre?
Una pregunta que también había pesado mucho en la mente de Bellas. Una cosa era quitarse a Edward de la cabeza cuando no estaba allí. ¿Pero qué iba a hacer si se veía obligada a vivir en las cercanías de aquel hombre? ¿A pasar a su lado en la calle?
¿A verlo en un baile?
¿A verlo con una mujer?
—No lo sé. Supongo. Ahora es duque y no puede hacer caso omiso de sus obligaciones.
—En otro tiempo estuvisteis muy unidos.
Más unidos de lo que Bella se había sentido con nadie, nunca. La joven no había encontrado jamás a alguien
que pudiera sustituirlo.
—Te quedaste destrozada cuando se fue —añadió su madre—. Creí que nunca saldrías de tu desesperación.
—No estaba… —La mirada de su madre cortó en seco la negativa de Bella.
—Me sentí tan impotente en aquel momento. No parecía haber nada que pudiera hacer para ayudarte. Sabes, siempre pensé que Edward y tú terminaríais casándoos.
—Él quería a Victoria —dijo Bella en lugar de negar que tal cosa pudiera haber ocurrido, en lugar de decir que ella jamás había pensado en lo que sería ser la mujer de Edward.
Su madre sacudió la cabeza.
—Si alguna vez sintió algo por tu hermana, fueron las emociones superficiales de un muchacho. Las emociones más profundas nunca estuvieron allí. Quiero mucho a tu hermana, pero ella jamás podría haberle dado a Edward lo que él necesitaba.
Me alegro de que no se casaran. Habría sido un desastre.
—Nunca me lo dijiste.
—No estoy segura de que me hubieras escuchado por aquel entonces y supongo que pensé que nada de ello aliviaría el dolor que estabas sintiendo.
Continuaba esperando que con el tiempo siguieras adelante, que encontraras a otra persona. Entonces apareció Jacob… —Una sonrisa triste cruzó su rostro—. Pero no habías puesto el corazón en eso. —Cogió la mano de Bella y le dio un ligero apretón—. Es que no quiero verte herida otra vez, ahora que Edward ha vuelto a casa.
Bella tampoco quería volver a pasar por eso. La primera vez ya había sido demasiado dolorosa. Había creído que había encontrado un lugar seguro en el que guardar los recuerdos de lo que en otro tiempo había compartido con él. Pero en cuanto lo había mirado a los ojos, se había dado cuenta de hasta qué punto la seguía afectando aquel hombre.
Bella colocó una mano sobre la de su madre.
—Estoy bien. Edward y yo fuimos amigos hace mucho tiempo. El escogió su vida y yo escogí la mía. Y a pesar de lo que ocurrió entre James y yo, soy muy feliz.
—¿De veras?
—Sí —mintió a su madre.
—Eso es todo lo que quiero, sabes. Que seas feliz.
Bella esbozó una sonrisa ligera.
—Entonces puedes quedarte tranquila.
Después de un momento de vacilación, su madre apretó por última vez la mano de Bella.
—Bueno, supongo que deberíamos dormir un poco. Ha sido una noche muy larga. —Su madre se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla—. Buenas noches, querida.
—Buenas noches. —Bella contempló a su madre hasta que esta desapareció, sabía que solo una de ellas podría descansar esa noche.

7 comentarios:

lorenita dijo...

ME ENCANTA!!!:)

joli cullen dijo...

xd me atrase hay diso massssssssssss

nydia dijo...

me encanta,me encanta es fascinante....Besos...

Aridna dijo...

me encata el cap!!! pero cuando edward se dara cuetna qeu ha sido ella la de la noceh en el ajrdin voy a seguir leyendo
besos
:)

Unknown dijo...

haaaaaaaaaaaa aqui de nuevo... Bien me gusta mucho!!! pero Bella no puede ser menos cabezota!!! jajaj lo sé soy una desesperada!! pero es que yo ya hubiera besado a nuestro Edward desde hace huuuu

Saludos

Ligia Rodríguez dijo...

El fic es muy bueno, aunque a veces me pierdo

karla dijo...

el mundo esta loko, dios bella ba a tener k aprender a mentir, pork es mas transparente k el agua, y ese edward desidido y apasionado lo amo!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina