jueves, 11 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capirulo 2

Capítulo 2

La falta de planificación siempre había sido su perdición, pensó Bella mientras retrocedía, alejándose del hombre desnudo que la acechaba, con los ojos encendidos a partes iguales de furia y deseo. Lo último le preocupaba mucho más que lo primero.
Puede que fuera imprudente, impetuosa y (como había oído demasiadas veces de las institutrices que su odioso tutor continuaba endosándole) testaruda, rebelde y completamente inútil para un estilo de vida que implicara contacto con el mundo. 
Podía sentirse inclinada a estar de acuerdo con que era imprudente. Realmente, entrar a hurtadillas en la habitación de un hombre mientras éste tomaba un baño, con tan sólo una cortina de seda entre ella y verse descubierta, no entraba en la categoría de planificación cuidadosa. Pero le había parecido la mejor opción, ya que la ropa de él, esparcida por el suelo, parecía pedir a gritos que la revolvieran. No se le presentaría una oportunidad mejor.
—Conque habías entrado para robarme todo, ¿no es verdad? Bien, pues tendrás mucho más que la golpiza que mereces.
El brillo en los ojos del hombre prometía que éste iba a disfrutar tanto de la golpiza como de sus lujuriosos planes.
Aunque la reconocía como mujer, no se daba cuenta de quién era ella. Pero nada de eso importaba mientras él avanzaba hacia ella hasta dejarla con la espalda pegada a la pared contra la chimenea, donde una pequeña hoguera pugnaba por protegerlos del frío.
Bella levantó su arma por segunda vez en esa noche, sabiendo que no tenía salida si él la desafiaba a llevar a cabo su amenaza.
Él le sonrió con suficiencia.
—No vas a dispararle a un hombre desarmado, ¿verdad?
—Lo haré, si te acercas más.
—Mírame, muchacha. Estoy desnudo.
Su mano se movió hacia sus partes íntimas con un repugnante floreo, distrayendo momentáneamente a Bella y dándole a él la oportunidad que necesitaba.
Se lanzó hacia ella, dejándola sin aire al arrojarla con fuerza contra el manto de la chimenea y haciendo volar de su mano el arma, que cayó a mitad de la habitación.
Intentó luchar contra el hombre, pero él era demasiado fuerte. Un punzante golpe en la mejilla la derribó al suelo. Él se acercó amenazador, con un brillo malvado en los ojos mientras alargaba el brazo hacia ella.
Su mirada aterrorizada se encontró con el atizador y, sin detenerse a pensarlo un segundo, lo descargó haciéndolo restallar contra el costado de la cabeza del hombre. Este pestañeó una vez y luego se desplomó junto a ella, dejando caer como un tablón de madera su brazo izquierdo sobre el pecho de la muchacha.
Sofocando un alarido, Bella apartó el fornido brazo y se alejó gateando, con todo el cuerpo tembloroso, asiendo con tal fuerza el atizador que sus nudillos palidecieron hasta ponerse blancos.
Antes de ese día, ella no hubiera sido capaz de tender una trampa para el ratón que se había metido en su habitación. ¡Y ahora se había lanzado campo través y había golpeado a dos hombres en la cabeza!
—Me alegra ver que no es sólo a mí a quien se siente inclinada a herir —dijo desde la puerta una voz que arrastraba las palabras, haciendo levantar la vista a Bella para encontrarse con una bota que empujaba la puerta y la abría por completo. El musculoso gigantón de los penetrantes ojos azules entró a la habitación, sonriendo mientras cerraba la puerta tras de sí.
Cielos, a la luz era aún más atractivo. Su presencia llenaba el cuarto, sus hombros eran casi tan anchos como la puerta. Mientras sus ojos estudiaban a la joven, parecían arder tan intensamente como el candelabro de pared que brillaba detrás de él.
—Debo decirle que en este momento las palpitaciones de mi cráneo no me inclinan a la benevolencia.
Bella levantó la barbilla, aunque asomaba en ella el remordimiento por haberle golpeado tan duro:
—Sobrevivió, ¿no es así? Obviamente su cabeza es demasiado dura para romperse.
—Considérese afortunada, mi querida muchacha. El asesinato se paga con la horca. Y sería una verdadera lástima estirar ese lindo cuello que tiene usted.
Bella se llevó una mano al cuello. Dios misericordioso, ¿qué les sucedería a Jaines, Olinda, Alice y a Moor's End si a ella la colgaran del extremo de una soga? Su mirada voló hacia el matón que yacía en el suelo.
—Está vivo —dijo el otro hombre, leyéndole asombrosamente el pensamiento—. Lo sé por experiencia. —Se frotó la parte de atrás de la cabeza—. Así que, dime, cariño, ¿hace cuánto que odias a los hombres?
Bella estaba demasiado agotada como para tener en cuenta el peligro que él representaba.
—Yo no odio a los hombres.
— ¿Entonces, le gustan los hombres?
—Sí... es decir, no... —Sacudió la cabeza, nerviosa por la persistencia de él—. ¿Qué es lo que quiere?
—Una disculpa podría ser un buen comienzo. Luego podemos continuar avanzando desde allí.
—Lo siento. Ahora, márchese.
Él le sonrió como si ella fuese un juguete que le divertía.
—Realmente debería elegir sus clientes con más cuidado. Así no llegaría a verse en situaciones tan precarias.
Le tomó un momento llegar a comprender lo que él quería decir.
—Usted no puede pensar de verdad que...
Él la miró con una amplia sonrisa.
—Sólo puedo tener la esperanza de ser tan afortunado. —Cruzando los brazos sobre el pecho se reclinó otra vez contra la puerta—. Entonces, ¿limita sus actividades delictivas sólo al robo?
— ¡Le he dicho que no soy una ladrona!
—Por lo menos no una demasiado buena.
—No soy... Oh, ¿por qué me molesto en hablar con usted?
—Tal vez porque yo exudo una abundancia de encanto y usted se siente extrañamente atraída hacia mí.
—Me atraería más el avance de un caracol sobre una piedra resbaladiza.
Su risotada fue interrumpida por unos resonantes golpes en la puerta, seguidos de la voz ronca del propietario.
— ¿Qué está sucediendo allí dentro?
—Parece que estamos a punto de tener una audiencia —dijo el granuja, con la diversión reflejada en los ojos—. Mi compañera de esta noche debe haber pensado que aquí dentro estaban ocurriendo crímenes pasionales.
Bella lo miró con los ojos entrecerrados.
— ¿Quiere decir que su amante le está esperando fuera?
Cuando él sonrió, ella le dijo:
—Es usted despreciable.
—Puede que sea despreciable, pero en este momento soy su salvador.
La puerta de madera tembló.
— ¡Abrid o entro!
—Decídase, cariño. Un beso comprará mi caballerosidad.
— ¡Eso es chantaje!
La amplia sonrisa de él se volvió maliciosa.
—Lo sé.
Al otro lado de la puerta alguien hizo sonar unas llaves. En cualquier momento el propietario (una gran bestia de ojos pequeños y brillantes) estaría dentro de la habitación y la vería de pie encima de un hombre, con un atizador. ¡Dios mío, todavía lo tenía en la mano! Lo arrojó tras su espalda y oyó a su «salvador» reír entre dientes.
—Quizás debería dejarlo entrar —dijo, volviéndose hacia la puerta.
—De acuerdo. Usted gana. Lo besaré. ¡Pero sólo una vez! —se apresuró a agregar.
—Trato hecho. —Él le guiñó un ojo, y luego apoyó el hombro contra la puerta cuando el dueño comenzó a empujar para abrirla, diciendo con un perfecto acento cockney :
— ¡Vete a la mierda, maldito, estoy ocupado aquí dentro!
El ruido cesó.
—Entonces, ¿todo está bien? —preguntó el posadero.
El descarado tuvo la desfachatez de mirarla de nuevo, mientras levantaba una ceja de un modo inequívocamente lascivo. ¡Ay! ¿En qué se había metido ahora?
El hombre le dijo al dueño:
—Me interrumpiste, gordo gamberro. Aléjate de la puerta o juro que te mataré a patadas.
Del otro lado de la puerta vino un indignado bufido. Luego el que se había autoproclamado como su «salvador» dijo con una voz cargada de intenciones pecaminosas:
—Bien, acerca de ese beso...
Bella dio un paso atrás y halló una sólida pared impidiéndole la retirada y al sólido hombre delante de ella dispuesto a no dejarla escapar. Las llamas que danzaban en la chimenea le daban al rostro de la joven un aspecto triste y dejaban entrever la determinación en sus ojos. Realmente estaba atrapada.
Ella aplastó las palmas contra la pared mientras él avanzaba sin prisa, como si tuviesen todo el tiempo del mundo.
—Un beso —le recordó, la boca más seca con cada paso que él se daba.
—Un beso —repitió Edward con calma, para evitar que ella se asustara y saliera corriendo. Luchaba contra su propia necesidad, un calor que iba en aumento invadiéndole la sangre, a un tiempo reconfortante por lo familiar y temido por su intensidad, teñido como estaba por sus recuerdos.
Él lo dejó de lado y se concentró solamente en esos ojos dulces que lo contemplaban con una mezcla de alarma y excitación, abriéndose con cada paso que lo acercaba a ella, hasta que ella estuvo mirándolo fijo, con la barbilla en alto, un desafiante duendecillo con un sombrero flexible. Él le quitó esa cosa ridícula, arrojándola al suelo.
— ¿Qué está usted hacien...?
Él la hizo callar presionándole los labios con un dedo y luego le sostuvo la mirada mientras trazaba los suaves contornos de su boca. Qué boca, de labios llenos y lozanos, del color de un capullo de rosa. Una boca hecha para ser besada. Asidua y completamente.
Él se movió hacia adelante hasta poder sentir las puntas de los pechos de ella contra el suyo, su cuerpo adaptándose a cada sutil inflexión, a cada suave aliento. Dios, ella era tan pequeña que lo hacía sentirse un gigante. La aplastaría si alguna vez estuviera encima cuando hicieran el amor, y esperaba que se le concediera ese honor, aun si implicara tener que salvarla de cada problema en el que ella se metiera desde ahora hasta el día del Juicio Final, obteniendo recompensas por cada acto de galantería.
Entonces se le ocurrió una idea, algo que nunca antes le había preocupado.
— ¿Eres casada?
Había tenido su ración de esa clase particular de mujeres, lo cual sólo había fortalecido su decisión de seguir soltero.
—No —respondió ella, y luego frunció el ceño, como advirtiendo demasiado tarde que él acababa de darle una escapatoria perfecta.
Edward se sintió extrañamente aliviado al oír su respuesta.
— ¿Vives por aquí? —Eso haría su estadía mucho más grata; sospechaba que la muchacha era una diablilla tanto en la cama como fuera de ella.
Ella levantó la barbilla.
—No.
Podía notar que ella estaba mintiendo y, por Dios, eso le hacía desearla aún más. ¿Hacia dónde iba el mundo si una mujer mentirosa y ladrona le resultaba tan endiabladamente fascinante a un hombre? Quizás encontrara la respuesta cuando ella lo besara.
—Por favor —dijo la joven, casi sin aliento—. Sólo terminemos ya con esto.
¿Temería el contacto o lo anhelaría tanto como él?
—Un anticipo, paloma mía. —Presionó ligeramente el pulgar contra la unión de los labios de ella hasta que los abrió para él, la superficie satinada brillando como una baya madura.
Podía sentirla temblar y se preguntaba si ella sería tan inocente como aparentaba. Una chica que frecuentaba esa clase de establecimiento debía de tener algo de experiencia. Nadie tan audaz y hermosa podía ser casto. Iba a disfrutar borrando el recuerdo de quienquiera que fuese el que había venido antes.
Inclinándose, Edward capturó con su boca el jadeo entrecortado de la joven y fue como si el deseo le diera un golpe de puño en pleno pecho. Tomó el rostro de ella entre las manos y le hizo el amor con la boca, persuadiéndola suavemente para que aceptara su lengua, deslizándose dentro, probando su dulzura y sintiendo una oleada de calor en la sangre al percibir la respuesta de ella.
Deslizó los dedos entre los cabellos de la muchacha, soltando el pesado moño y dejando que la sedosa cascada cayera en sus manos. Enroscó un puñado de ella en la mano y tironeó, haciéndole inclinar la cabeza más hacia atrás para poder explorar más a fondo las profundidades calientes y húmedas de su boca.
Él se movió para raspar con la camisa las endurecidas puntas de los pezones de ella, pequeños capullos erguidos que revelaban que él no le era indiferente, a punto de perder el control al oírla gemir suavemente.
Sus manos descendieron rozando los costados de la suave curva de las caderas para luego rodearle el trasero, haciendo realidad la fantasía que había comenzado en la caballeriza. Los firmes globos cabían perfectamente en sus palmas y la levantó contra su erección, olvidándose de sí mismo mientras se balanceaba suavemente contra ella.
Al principio ella se movió junto con él, pero luego separó bruscamente su boca y esas pequeñas manos que se habían apoyado en sus hombros lo empujaron.
— ¡Deje de hacer eso! Bájeme.
El cuerpo de Edward se resistía, pero su mente tomó el mando tras un momentáneo lapso. Obedeció a regañadientes, pero se torturó bajándola lentamente, dejándola deslizarse a lo largo de su cuerpo, y esa fricción hizo su efecto en ambos.
Pese al enojo que ahora brillaba en los ojos de ella, el deseo no desaparecía, y le costaba mantener el equilibrio, por lo que apoyó las palmas contra la pared.
—Dijo un beso, cerdo malvado.
Edward no podía confiar en sí mismo para reprimir las ganas de tocarla estando tan cerca de ella, de modo que retrocedió y se sentó en la única silla de la habitación, sintiéndose al borde de un ataque cardíaco, tan dispuesto para la acción como estaba. Dios, necesitaba otro trago.
—Eso fue un beso, muchacha.
—Eso no tuvo nada que ver con un beso.
—Si mis labios no se separaron de los tuyos, entonces fue sólo un beso.
Parecía que ella quería golpearlo de nuevo en la cabeza.
—Ya consiguió lo que quería; ahora me marcho.
—Si crees que debes hacerlo. Pero dime donde vives y te buscaré. O puedes buscarme tú a mí. Como prefieras.
—No pienso acercarme a usted —dijo ella enojada y estaba casi convencida de que lo decía en serio.
El hombre que yacía en el suelo comenzó a moverse. Edward vislumbró la preocupación en los ojos de la muchacha mientras ésta le echaba una ojeada a su segunda, no, tercera víctima de la noche. Ella era un enigma. Primero le rompía la crisma a un pobre infeliz y luego sentía remordimiento. Se preguntaba si habría demostrado alguna compasión hacia él. Si había sido así, lamentaba habérselo perdido.
Se levantó de la silla, resuelto a acompañarla fuera del establecimiento y de paso averiguar dónde vivía, pero ella se volvió bruscamente para enfrentarlo, el atizador apuntando certeramente hacia su masculinidad. El as de espadas y los muchachos retrocedieron instantáneamente.
—Tú sí que sabes cómo hacer para que un hombre se detenga en seco, cielo.
—Quiero que se quede lejos.
—Dado que tienes en la mira mis más preciadas posesiones, no tengo más opción que cumplir. Podría desear procrear algún día.
Ella bufó:
—Como si no hubiera dejado ya su progenie por todo el globo.
A duras penas él logró reprimir una sonrisa.
—Qué calumnia hacia mi carácter. Déjame decirte que no tengo ni un sólo bastardo. Los niños, igual que sus madres, tienden a obstaculizar la libertad de espíritu de un hombre. Pero si te preocupa el embarazo...
—Practique sus habilidades con la mujerzuela que dejó allá fuera —dijo ella con un tono gélido—. Ahora, que tenga buenas noches.
El pensamiento de volver a perderla no le sentó bien a Edward. Se movió hacia ella, que levantó el atizador entre los muslos de él, haciendo que la punta en espiral presionase directamente entre sus testículos.
Él alzó las manos, rindiéndose.
—Tú ganas.
Ella retrocedió hacia la puerta, sin despegar los ojos de él mientras se inclinaba para recuperar su arma. Era todo un espectáculo verla de pie allí con un arma en cada mano.
— ¿Siempre defiendes tu virtud con tanto ardor? —preguntó él. Si así fuera, indudablemente ella sería un desafío. Pero él era un hombre que disfrutaba de los desafíos.
En vez de responder, ella entreabrió la puerta y echó un vistazo al pasillo. Desgraciadamente para él, estaba desierto. Lanzando en dirección a él una mirada que distaba de ser acogedora, ella se escabulló fuera.
Edward salió detrás de ella, pero algo capturó su tobillo. Miró hacia abajo para ver una mano fornida envuelta alrededor de su bota y dos ojos inyectados en sangre que se elevaban hacia él, mirándole fijo.
— ¿Qué sucedió? —farfulló el baboso golpeador de mujeres.
—Sucedió esto. —El puño derecho de Edward golpeó la mandíbula del canalla, derribándole nuevamente—. Quizás la próxima vez lo pienses dos veces antes de maltratar a mi futura amante.
Luego se dirigió hacia la puerta y corrió escaleras abajo, donde notó un leve aroma del perfume a vainilla de ella flotando en el aire mientras él irrumpía en el patio de la taberna.
Maldijo con fiereza. Lo había esquivado. Otra vez. Si aquel condenado infeliz no le hubiera detenido no la habría perdido. Edward se sentía lo suficientemente volátil como para volver a subir y golpearlo otra vez sólo por diversión.
Al oír el crujido de unos pies detrás de él, Edward se giró bruscamente, haciendo retroceder de un salto al mozo de cuadra, con el rostro pálido bajo las greñas rizadas.
—Lo siento, señor.
— ¿Qué sucede? —dijo bruscamente Edward, arrepintiéndose enseguida del tono duro que había usado. El chaval no había hecho nada malo. Suspiró y le revolvió el pelo—. ¿Algún problema?
El chico dudó.
—Bueno, cuando lo vi a usted salir corriendo, pensé que quizás podía estar persiguiendo al muchacho que había salido disparado un minuto antes.
— ¿Lo viste? —preguntó Edward ansiosamente.
Asintió.
—Me acordé de lo que usted me había dicho antes. Ya sabe, sobre ver cualquier cosa rara.
— ¿Sabes quién es él?
—No pude verle la cara por el sombrero que llevaba, pero vi para dónde se fue. —Señaló hacia el Este—. Tenía un jamelgo viejo atado a un árbol.
Edward echó una ojeada a la oscuridad, pensando que la muchacha podía estar en cualquier lugar en ese momento. Pero había una buena posibilidad de que ella viviera en la zona. Al menos, eso ya era algo.Hurgó en el bolsillo y le ofreció al chaval otro billete de una libra, reconociendo el temblor revelador de su mano al darle el dinero al chico. El dolor estaba empezando a subir sus entrañas, a partir de ahora el demonio lo tendría a su merced en cualquier momento.
—Si le vieras otra vez, ve a avisarme. —Edward se dirigió de regreso hacia la taberna, sintiendo la necesidad de retirarse tras las puertas cerradas de su habitación.
—Yo... Yo sé donde fue.
Edward giró en redondo para mirar de frente al chaval.
— ¿Dónde?
—A Moor's End.
El hombre frunció el ceño. Ese era el hogar de su pupila. ¿Era posible que la chica fuese una de los sirvientes de los Swan? ¿Podía ser tan fácil?
Si él la hallaba, quizás también hallara la paz por unas horas y se deshiciera del apetito que aparecía dentro de él en lo más profundo de la noche. Tal vez esta noche fuera capaz de dejar atrás las ansias.
—Ensilla mi caballo —dijo, y caminó majestuosamente hacia la caballeriza.

cockney [1] El término cockney se refiere a la clase trabajadora de Londres, particularmente de East London, y al acento y argot usado allí. (N. de la T.)

se que los personaes de la historia son distintos de los libros de Twilight pero si cambio todo el libro original  de esta adaptacion perderia la escencia pero weno repeto los comentarios de cada una y enserio muchas gracias y que sigan leyendo.

10 comentarios:

Vianey dijo...

Ups creo que Bella no se librara tan facil de edward por mas que quiera y el sin duda se tendra que quedar con las ganas por algun tiempo.

Hasta la proxima...

Vianey dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
lorenita dijo...

me encanto! se esta poniendo muuuy interesante!!

brigitteluna dijo...

me encanto y me muero por verles la cara cuando sepan quien es quien ahi

vsotobianchi dijo...

ajjaj Edward se quedo con las ganas, ahora cuando se encuentren y el sepa que Bella es su pupila ajajaj esto se pone muy interesante, ya quiero leer el próximo capi, saludos :-)

RooCh .... (Yop) dijo...

Me encanta!! Amo a Edward y sus pensamientos lujuriosos jijiji yo quisiera ser su Bella ;)
Lizzy me fascinan tus adaptaciones, gracias!!
Besotes!

Ligia Rodríguez dijo...

A mi me encanto y me importa poco si se parecen o no al los Twilight originales en las descripciones porque los rasgos del caracter si los tienen! Asi que sigue adelante nena! Un beso!!!

joli cullen dijo...

xd santo jajjajaja

ELIANA dijo...

me encanta "seduciendo a la doncella" espero poder seguir leyendolo..ojala dejes el blog abierto..besos xD

Cristina dijo...

Wow k interesante me muero por saber k caras pondran los dos cuando se entere kien es cada uno jajajaja

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina