sábado, 27 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 10

Capítulo 10

La casa aprisionaba a Edward como una tumba. Las cuatro paredes parecían cernirse sobre él mientras permanecía de pie en medio de la biblioteca. Rodeado por el olor de cuero antiguo y en desuso, trataba de no pensar en el continuo aumento de la agitación que le provocaba una insufrible muchachita de temperamento explosivo y sonrisa más radiante que el sol.

Rodeó con una mano la desgastada repisa de la chimenea, mientras el reloj anunciaba que faltaba un cuarto de hora para la medianoche. Bajó los ojos, fijándolos en la madera que ardía crepitando sobre los deslustrados morillos de la chimenea y luchando contra el deseo que crecía en lo profundo de su ser. Sabía que pronto su cuerpo se vería atormentado por temblores si no satisfacía su necesidad. Alargó una mano hacia las llamas, pero no sintió el calor, sólo un terrible frío cada vez más intenso.

Se esforzaba por concentrarse en el repiqueteo de la lluvia contra los cristales, en el aullido del viento que castigaba una persiana haciéndola golpear contra la casa.

Inquieto, caminó hasta la vitrina de los licores y sacó una botella de coñac añejo, su paso aún no era el tambaleo de un ebrio, aunque ya había bebido bastante, incluso había terminado lo que quedaba de una botella de bourbon .

¿Por qué había venido a este lugar olvidado de Dios? Debería estar en Londres, haciendo lo que mejor hacía, apostar, y no meterse en enredos. Y el aceptar hacerse responsable de Lady Isabella Marie Swan era un enorme enredo. La mayoría de los días la coherencia de su vida pendía del hilo más fino.

Pero, ¿qué le esperaba en Londres? ¿Una residencia urbana vacía? ¿Recuerdos que habían empezado a acosar su mente, dejándole cada vez menos lugares donde ocultarse?

Echó una ojeada hacia atrás, a la delgada caja negra sobre la mesa opuesta al sofá, encaramada allí como un ave de presa, sólo esperando que él levantase la tapa. Había creído tener la fuerza suficiente como para conquistar el enorme vacío en su interior y al principio había dejado la caja bajo llave en Charring House. Pero apenas había viajado durante una hora antes de verse forzado a regresar y llevarla consigo. Su vida estaba amarrada a esa caja, en cuerpo y alma.

Terminó el vaso de coñac y se sirvió otro, caminando más allá de la mesa una vez más y apoyando la mano sobre la ventana para mirar fuera, hacia la noche tormentosa, los truenos entre las nubes negras, los relámpagos iluminando los cabos, desolados y sombríos, las hojas tiritando en medio de las ráfagas heladas.

Con cada momento que pasaba, más profundamente se clavaba la guillotina en su cuello.

Necesitaba a Mary. La necesitaba tanto como a las cosas que guardaba en aquella caja. Había algo en la joven que lo calmaba, que le hacía olvidar por un momento las imágenes de un hombre joven que había agonizado tres días antes de morir a causa de una bala que estaba destinada a Edward. Los sollozos de una mujer cuyo único error había sido amarle, y los asustados ojos de su madre mientras se sometía a la brutalidad de su marido... y una vergüenza inexpresable.

Dios, cómo odiaba la noche.


* * *


De pie ante la ventana, Bella miraba la densa cortina de lluvia deslizarse sobre los cristales. Las tormentas eran frecuentes durante las noches otoñales. Se presentaban del modo más intimidante y cesaban antes del amanecer.

Hubo un tiempo en el que ella solía amar la lluvia, cuando se sentaba en esta misma ventana, la nariz apretada contra el vidrio, mirando las gruesas gotas caer como chelines de plata sobre el camino, convirtiéndolo en un turbio lago.

Si tan sólo las gotas de lluvia fuesen chelines, sus problemas se resolverían. Pero ni siquiera eso cambiaría el hecho de que ahora las tormentas le provocaban terrores nocturnos .

Sus padres habían muerto en una tormenta en alta mar. Su abuela había fallecido en una noche en que la lluvia azotaba la tierra. La noticia de la muerte de su hermano había llegado durante un inesperado temporal.

Nunca olvidaría el rostro sombrío del joven militar que le había contado sobre la valiente lucha de George por sobrevivir, sobre sus heroicas hazañas por el país. Sobre su amor y devoción por ella. Durante los primeros momentos, Bella sólo había sido capaz de pensar, egoístamente, que ahora se quedaba sola. Luego le había llorado y durante meses apenas había conseguido seguir con su rutina.

Sadie chocó contra uno de sus muslos y al bajar la mirada Bella vio fijos en ella aquellos ojazos castaños que comprendían su pena.

Le dio una palmadita en la cabeza.

—Lo sé —la consoló—. Pero debemos ser valientes. Todo esto terminará pronto.

Alejándose de la ventana, la joven clavó la vista en su cama. Edward había desalojado la habitación de ella esa mañana, Olinda lo acomodó en un cuarto al otro extremo del corredor. Sin embargo, su huella aún no se borraba, las imágenes de su cuerpo tendido atravesando el cubrecama, sus labios carnosos curvados en una sonrisa provocativa mientras la acariciaba con la mirada.

Bella cerró los ojos y se puso una mano sobre el pecho, deslizando suavemente un dedo sobre uno de sus pezones y sintiéndolo responder al contacto. Edward había despertado dentro de ella algo que no podía simplemente revertirse o ser encerrado nuevamente.

Dejó caer la mano, desechando ese pensamiento y le vino a la mente Jacob. ¿Qué querría decirle que fuera tan importante como para tener que reunirse en un lugar aislado a la medianoche? ¿Estaría esperándola en la ensenada en una noche tan desapacible?

La mente racional de Bella le decía que nada malo le sucedería, ella conocía bien el terreno. Era la tormenta lo que la inmovilizaba.

Decidió que iría a ver cómo estaban los gatitos, para asegurarse de que Sassy no se había cansado de sus nuevos deberes y abandonado a los bebés para que se las arreglaran solos.

Había uno en particular que era de menor tamaño que el resto, un pequeño gatito manchado que no había querido mamar. No sobreviviría si no comía pronto.

Bella salió de su habitación y caminó hacia el final del oscuro corredor, rodeada por el aullido del viento y el chirrido de la casa.

¿Cuántas noches esos mismos sonidos la habían arrullado? ¿Y con qué frecuencia se había metido en la cama de su abuela para escuchar sus relatos acerca del pasado de Cornualles, repleto de leyendas, de cómo había sido crecer siendo la única niña en una familia con cinco hermanos mayores, hojalateros y mineros de toda la vida, todos los cuales, con el tiempo, habían muerto por envenenamiento pulmonar? Aquéllos habían sido tiempos difíciles que habían sobrellevado merced a la fuerza del amor que los unía. Había momentos, tarde por la noche, en que a Bella le parecía oír sus risas y el ruido de pies corriendo. Los sonidos de una casa que tenía alma.

Entró a la cocina desde el corredor de servicio. Se oía el clic de las uñas de Sadie contra el piso de madera dura. Después de apoyar el candelero sobre un tarro de harina, Bella se arrodilló delante del cajón.

El espectáculo con el que se encontró la hizo sonreír. Los gatitos estaban acurrucados contra la panza de Sassy, profundamente dormidos, y ruidosos ronroneos de satisfacción llenaban la silenciosa habitación. Ella había bautizado a tres de los gatitos como Winkin', Blinkin' y Nod . Al negro, que ella consideraba como el gato de Edward, lo había llamado Inkwell.

Tras una segunda ojeada a los gatitos, Bella frunció el ceño. Contaba sólo tres. Faltaba Inkwell. Sabía que el pequeño felino tenía ansias de conocer mundo, ¿pero a la medianoche? La casa tenía muchos recovecos y grietas en los que podía meterse y lugares donde podía caer y hacerse daño.

Levantando la vela, Bella se propuso encontrar al gatito, aunque localizar a un gato negro en la oscuridad sería una empresa difícil. Sólo esperaba que el pequeño Inkwell se hubiese acurrucado en algún lugar para pasar la noche.

A mitad del corredor paralelo al hueco de la escalera, un sonido hizo que Bella se parara en seco. Una sola nota triste flotaba atravesando el aire, seguida un momento más tarde por un acorde ligeramente desafinado.

Alguien estaba tocando el piano en la biblioteca.

Mientras se acercaba, Bella notó un delgado haz de luz filtrándose por debajo de la puerta cerrada. Desechó la posibilidad de que se tratara de un intruso. Los matones de James no se detendrían a acariciar las teclas o a producir un sonido nostálgico que fuera directo al corazón de Bella.

El picaporte hizo sólo un ligero clic cuando ella lo hizo girar, abriendo la puerta apenas para espiar dentro. En la penumbra interior, lo único que podía verse con claridad era el perfil de afilados ángulos y el cabello oscuro de Edward rozándole los hombros, ligeramente teñido por el resplandor del fuego.

Algo en él daba la impresión de que estaba herido, había una cierta vulnerabilidad en esa pose austera. Sintió que por fin estaba viéndole tal cual era. Bajo esa imagen de bribón encantador parecía esconderse un dolor que venía desde lo más profundo, desde un lugar que nadie había curado o que quizás nadie podía curar.

Acunaba a Inkwell contra el pecho, acariciando suavemente al gato dormido, con tal angustia en el rostro que a Bella casi se le partió el corazón. Había protestado tanto por tener que cuidar a los gatitos, pero ahora sus acciones desmentían su descontento de esa tarde.

Al notar la presencia de su nuevo amigo, Sadie comenzó a mover la cola en serio, aporreando de lleno la pared antes de que Bella pudiese retroceder para salir de la habitación.

Edward levantó bruscamente la cabeza y atravesó a la joven con la mirada, haciendo que permaneciera clavada donde estaba. Tenía los ojos vidriosos y era obvio que había estado bebiendo. Parecía estar al borde de una reacción violenta, no era el mismo hombre que esa tarde había recogido ostras con ella.

—Lo siento —murmuró ella—. No era mi intención molestarlo. —Vio la botella de bourbon vacía y la de coñac a medio beber.

Luego la joven notó otras cosas, como la camisa de él, abierta y suelta fuera de la pretina dejando el pecho al descubierto, y el primer botón de sus pantalones de talle bajo negligentemente desabrochado.

Su torso era liso, firme, sin un solo vello que estropeara su perfección, sólo músculo, sólido, rígido, cubierto por una piel tensa y glaseada por el sol.

—Has estado molestándome desde que te conocí —dijo él en voz baja, en un tono ligeramente áspero—. ¿Por qué debería ser diferente ahora? Depositó al gatito sobre una desgastada butaca de orejas y le hizo señas a Bella—. Adelante, señorita Purdy.

—Sólo estaba buscando al gatito.

—Pues acabas de encontrarlo.

Su mirada no se apartó de Bella ni por un momento mientras se llevaba el vaso hacia los labios.

Algo en la expresión de sus ojos hizo estremecer a la joven.

—Debería devolvérselo a Sassy.

—Ah, pero no puedes.

Bella se paró en seco.

— ¿Por qué no?

—Porque lo he tomado como rehén. El precio de su liberación es tu compañía. Bebe algo conmigo.

—Creo que usted ya ha bebido lo suficiente.

— ¿Te parece? Lo consultaré con expertos. A ver, ¿qué te apetece? —Fue hacia la vitrina y sacó otro vaso—. ¿Jerez? ¿Oporto, tal vez?

Bella dudó, su voz interior emitía una advertencia que por una vez estuvo a punto de tomar en cuenta.

—Jerez —dijo, prometiendo para sí quedarse solamente unos minutos.

Una vez hubo servido la bebida, él se dio media vuelta, reclinándose contra el borde de la vitrina.

—Deja de rondar la puerta, muchacha. Ven por tu bebida.

Había algo provocativo en la manera en que él estudiaba a la joven mientras ésta se acercaba, un cierto brillo fiero que ella no alcanzaba a comprender mientras él le tendía el vaso con una mano que temblaba.

—Gracias —murmuró ella, tratando de no fijar la vista en el pecho de él, aun cuando la escultural belleza de esta parte de su cuerpo hacía que sus dedos ardieran de deseos de tocarlo.

— ¿No podías dormir? —preguntó él.

Los dedos de la joven apretaron con más fuerza el vaso.

—La tormenta... me mantuvo despierta. ¿Y usted?

—Diferentes cosas. —Ninguna de las cuales parecía tener intención de compartir con ella—. Supongo que esta noche ambos pertenecemos a las filas de los insomnes.

Bella no hacía más que preguntarse cuáles serían los motivos del insomnio de él. En ese momento vio una extraña caja negra sobre la mesa detrás de él.

— ¿Qué es eso?

—Eres curiosa, ¿verdad? —Él cambió ligeramente la posición de su cuerpo para tapar con él la mayor parte de la caja—. Termina tu bebida —dijo, inclinando el vaso hacia los labios de ella.

Tras una breve pausa, ella tomó un sorbo. El licor añejo y suave le transmitió una sensación de calor mientras bajaba por su garganta, quitándole un poco el frío. Su mirada se deslizó otra vez hacia la caja.

Bella dio un respingo cuando la mano de Edward le envolvió la muñeca atrayéndola hacia delante hasta tenerla de pie entre sus muslos.

— ¿Qué es lo que hay en usted señorita Purdy, que puede enloquecer así a un hombre? —Su voz era un susurro suave e increíblemente seductor.

—Usted parece ser el único hombre sobre el cual tengo ese efecto.

—Por algún motivo, me cuesta creerlo.

—No me cabe duda. De otro modo su comportamiento escandaloso quedaría en evidencia.

La sonrisa que de repente le dirigió él era irresistible.

—Si la memoria no me falla, yo fui el caballero andante que luchó para salvarte.

—Usted me besó.

—Permíteme que disienta. Hicimos un trato. Te besé con tu consentimiento.

—Usted me chantajeó para que lo hiciera.

—Chantaje es una palabra dura. Prefiero tomarlo como una prenda para obtener ayuda en el futuro.

—Es decir, que espera usted un beso cada vez que necesite su ayuda.

—Un beso, o cualquier cosa con la que quieras negociar. —Deslizó un dedo hacia abajo por el brazo de Bella, haciéndole poner la carne de gallina—. Verás que soy un tipo muy conciliador.

El calor empezó a inundar el cuerpo de Bella y si él la hubiese besado en ese momento, se hubiera rendido a él. Levantando la barbilla, dijo:

—No conseguirá usted nada más de mí.

— ¿No?

Por el modo en que chispeaban sus ojos, Bella advirtió que se sentía obligado a intentarlo mientras se inclinaba y apretaba sus labios contra la curva de su cuello.

Instintivamente, ladeó la cabeza y cerró los ojos, deleitándose en la cálida presión de la boca de Edward, mientras sus labios se deslizaban bajando por la garganta, para sumergirse en el hueco de la base y regresar luego hasta el centro, sembrando delicados besos sobre la barbilla hasta que las bocas quedaron muy cerca una de la otra y el azul líquido de sus ojos penetro en los de ella.

—Tus pezones están duros —murmuró él con voz ronca.

Bella se quedó boquiabierta ante el descaro del comentario y retrocedió bruscamente, pero las manos de él le esposaron las muñecas tironeándola hacia delante.

—Puede que tú quieras rechazarme, pero tu cuerpo no puede.

—Basta ya.

— ¿Me desean, cariño? ¿Quieren mi boca de nuevo?

Sí, quería gritar Bella. Su cuerpo desleal estaba traicionándola.

Él movió las caderas contra ella, dejándola sentir lo excitado que estaba.

—Si supieras cuánto hacía que no sentía algo así.

Bella lanzó la cabeza hacia atrás y lo miró enojada, aunque se apretó más contra su miembro firme.

— ¿Una semana?

—Qué tal si te digo que seis meses. Más, si tengo que ser honesto conmigo mismo. Y ahora apareces tú. —Suavemente le acarició con el pulgar la parte interna de la muñeca—. ¿Qué voy a hacer?

— ¿Respirar profundo, quizás?

—Te necesito.

—Ni siquiera me conoce.

—Pero te conozco. Aunque detesto admitirlo, sí que asimilé algunas de las enseñanzas de Tahj y una parte de mí te conoce, te comprende.

Bella sentía lo mismo. Era como si toda la vida hubiese estado esperando a este hombre y aunque su mente se resistía a aceptarlo, su corazón lo sabía.

Entonces él la besó, de ese modo suave aunque implacable que ella estaba empezando a añorar. Intentó decir las palabras que podían terminar con ese maravilloso tormento, pero éstas no acudieron a sus labios.

Edward embriagaba de tal manera sus sentidos, era tan difícil resistirse a él. Era un conocido mujeriego, sus hazañas estaban muy bien documentadas. Con frecuencia se le veía en compañía de otros granujas y bribones. Aun así Bella le creía cuando afirmaba que ella lo había hechizado, porque también él la había hecho presa de un encantamiento parecido.

Apelando a toda su fuerza de voluntad, la joven se liberó de su abrazo. Se llevó prendido en el cuerpo el perfume de él, esa combinación única de madera de sándalo y almizcle, mientras se dirigía a la butaca de orejas y se ponía a acariciar el suave pelo de Inkwell.

Sabía que Edward iba tras ella. Percibía su presencia detrás de ella, casi podía sentir su aliento en la nuca y sabía a lo que se había arriesgado al entrar en su guarida.

Un relámpago brilló atravesando la noche con la brevedad de su luz blanquísima y el estruendo del trueno hizo temblar toda la casa. Ella se rodeó el cuerpo en un abrazo asustado.

— ¿Te da miedo la tormenta?

Ella se volvió de golpe, por un momento había olvidado que Edward estaba allí. De pie, a escasos treinta centímetros de ella, con una mano hundida en el bolsillo del pantalón, y uno de los faldones de la camisa levantado detrás de aquella mano, dejando ver su cintura delgada.

— ¿Suele pasearse usted a medio vestir delante de las mujeres? —preguntó ella, con un tono tremendamente santurrón.

— ¿Es una ofensa para sus sentidos, señorita Purdy?

Sus sentidos estaban indignados, pero sólo porque él despertaba en ella el deseo de tocarlo.

—No es decoroso.

— ¿Como tampoco era decoroso que besara tu cuerpo en la playa?

Bella palideció, escandalizada ante su audacia del comentario.

—Un caballero no sacaría a relucir eso. —Parecía más una doncella beata que una criada, pero ya era demasiado tarde para retractarse.

—Nunca he pretendido ser un caballero. —Dio un paso hacia ella, quien corrió a guarecerse detrás de la butaca orejera, con lo que sólo consiguió divertirle—. ¿Voy a tener que perseguirte por la habitación? Sabes que lo haré.

— ¿Y sería usted capaz de forzarme?

Un destello de enojo chispeó en los ojos de él.

— ¿Acaso te forcé esta tarde?

De haberlo hecho, la pregunta realmente le habría dado argumentos a Bella, pero no, no la había forzado.

—No —dijo ella—. Pero no está bien.

— ¿Por qué? ¿Hay alguien más? —Lentamente avanzaba hacia ella—. ¿Tal vez el tonto de esta tarde?

— ¡Jacob no es ningún tonto! —dijo ella echando humo—. Es un buen amigo.

—Y te desea. Estás ciega si no te das cuenta.

—Somos amigos, nada más. Pero aun si no fuera así, no es asunto suyo.

—Estoy haciéndolo asunto mío.

Él era el más exasperante y arrogante patán que había conocido en su vida. Así y todo, había abierto una puerta que ella audazmente pretendía atravesar.

—Entonces, espero igual cortesía de parte de usted.

Él acarició su vaso.

— ¿Exactamente qué es lo que estás pensando en conseguir, cielo?

Ella elevó la barbilla.

—Quiero que me cuente usted sobre su familia.

Él se quedó inmóvil, estudiando el rostro de ella con la mirada. Luego sacudió la cabeza.

—Lo que hay entre nosotros no tiene nada que ver con mi familia.

—Si usted va a entrometerse en mi vida, debe estar dispuesto a ofrecer algo a cambio.

— ¿Es eso lo que estoy haciendo, entrometiéndome en tu vida?

—Siempre está usted creando problemas a propósito.

—Es lo que mejor sé hacer.

—No le facilitaré las cosas.

—No sé por qué, pero dudaba que fueras a facilitármelas. —La contempló largamente y luego dijo—: Bueno ¿y qué vas a darme por compartir estas confidencias contigo?

— ¿Dar?

— ¿Qué parte de ti? —Al ver su expresión escandalizada, él sonrió—. Tengo la intención de explotar esta oportunidad, amor, que no quepa la menor duda.

— ¡Eso es pecaminoso y despreciable!

Él rió.

—Entre los atizadores y esa lengua tuya tan reprobatoria, no me extraña que aún seas una doncella. Sospecho que la mayoría de los hombres te temen demasiado para acercarse.

—Pero no usted.

—No. Yo no. Eres como el fuego. —Alargó la mano hacia las llamas, acercándola cada vez más hasta que ella pensó que seguramente su carne se chamuscaría—. Dejas que te miren, pero no que te toquen. Chisporroteas, silbas y adviertes a los incautos, pero si se arroja algo volátil en la mezcla... —Arrojó el resto de su bebida al fuego, encendiendo una ardiente explosión de calor, haciendo que las llamas se elevasen— ardes descontrolada. Yo, mi querida muchachita, soy ese elemento volátil. —Se movió para quedar delante de la silla tras la cual ella se había refugiado—. Y tú arderás por mí. Entonces, vuelvo a preguntar: ¿qué me darás?

La perspectiva la emocionaba y atemorizaba al mismo tiempo.

— ¿Qué es lo que quiere?

—Igual compensación por cada revelación.

—Eso es demasiado vago. —Oyendo el sonido de la capitulación en su propia voz, ella añadió—: E inescrupuloso.

—Lo es, ¿no es verdad? —Sonrió con picardía—. Ahora que hemos llegado a un acuerdo, ¿por dónde empezamos?

—Yo no he acordado nada.

—Pero lo harás. Tienes una curiosidad innata que necesita ser aplacada, no puedes evitarlo.

¿Acaso ella era tan transparente?

—Quizás lo haga, pero primero tendrá usted que decirme su precio.

—Bien. ¿Qué es lo que quieres saber?

Bella meditó acerca de su pregunta por un momento y luego dijo:

—Quiero que me cuente usted sobre su vida y su familia.

Una extraña tensión se apoderó de él mientras bajaba la mirada hacia Inkwell, que se estiró mientras dormía y se dejó caer sobre el otro lado del cuerpo. Bella se alarmó al ver la repentina palidez de su rostro.

— ¿Se siente mal? —preguntó, preocupada de que su herida fuera peor de lo que él había revelado.

— ¿Qué? —Él le clavó la mirada, con una expresión de confusión en sus ojos que luego se aclaró, llevando a la joven a preguntarse si las sombras estarían engañando sus sentidos.

—Estoy bien —dijo él, en un tono ligeramente brusco—. Y ya he decidido cuál será el precio. — ¿Y cuál es?

—Abrazarte.

Bella parpadeó, sorprendida por el pedido.

— ¿Eso es todo lo que quiere? ¿Sólo abrazarme? —Había temido que él pidiera mucho más... y aun así acceder a sus condiciones.

—Sí. Eso es todo lo que quiero. ¿Estamos de acuerdo?

La joven dudó, luego asintió lentamente con la cabeza.

La mirada de él se alejó de Bella y caminó hacia la vitrina de los licores, cogió su vaso vacío e inclinó la botella para servirse coñac.

—No beba más —se oyó diciendo, sin saber bien por qué se lo pedía; sólo sabía que lo quería sobrio. Se daba cuenta de que algo estaba molestándolo y estaba usando el licor como un bálsamo.

Él miró fijamente la botella, luego volvió a colocarle el tapón de vidrio y apartó la licorera.

El silencio invadió el cuarto y Bella se preguntó si él estaría arrepintiéndose del trato que habían hecho.

Entonces Edward empezó a hablar.

—Tengo un vivido recuerdo de Church Lane, en St. Giles. Mi padre me llevó a un burdel allí cuando yo tenía trece años. Le parecía que ya era hora de que me hiciera hombre, así que me hizo mirarle mientras se follaba a una prostituta llamada Blythe.

Bella se quedó como petrificada y la invadió un frío interno.

—Pero no era más que un niño.

Él no despegaba los ojos de la pared.

—En esos barrios miserables trece años es edad suficiente para ser padre de un bastardo, ni qué decir tiene fornicar con una puta. No era raro ver a una jovencita, poco más que una niña, cargando a un bebé chillón sobre las caderas. El East End es un mundo aparte y lo que se consideraría inconcebible en el resto de la sociedad no es raro dentro de sus límites.

Bella nunca hubiera imaginado acciones tan deplorables por parte de un padre. Aunque los suyos no habían sido los más dedicados, jamás la habían sometido a prácticas depravadas.

— ¿Su madre ya no estaba viva? —preguntó la joven, dándose cuenta por la tensión en los hombros de cuál sería la respuesta.

—Estaba bien viva. Nunca se lo conté.

—Lo siento.

Él se volvió a mirarla.

—No te conté la historia para que te compadecieras de mí. Pero si lo haces, tanto mejor. Quizás me tengas lástima.

—No creo que lo que usted quiera sea lástima.

—Me conoces tan bien, ¿verdad?

Ella enfrentó su mirada sin inmutarse.

— ¿Por qué me contó esa historia?

Él se encogió de hombros.

—Fue lo primero que se me vino a la mente.

—Es muy curioso que haya pensado en una cosa así después de tantos años.

—Tengo una memoria de largo alcance.

Bella se preguntaba si serían esos recuerdos los que le impedían dormir por la noche.

— ¿Y qué hizo usted?

— ¿Qué hice? ¿Con qué?

—Con la prostituta. ¿La compartió con su padre?

Sus ojos se tornaron sin vida y adquirió una expresión glacial.

—No se permiten más preguntas.

—Pero su historia está incompleta —protestó ella—. No puedo respetar nuestro acuerdo sin oír el principio y fin del relato.

Dio un paso hacia ella, con un semblante que recordaba a una nube de tormenta.

—Crees poder manipularme, ¿no es verdad?

—Deseo saber qué sucedió. No podría ser más espantoso que lo que me contó. Yo diría que lo peor ya pasó.

Bella aguardó, preguntándose qué haría él a continuación. Estaba presionándole, pero quizás era necesario que alguien lo hiciera. Sentía que él quería hablar y no encontraba las palabras.

—No —dijo él.

— ¿No qué?

—No, no la toqué.

—Eso pensé.

Su mirada capturó la de ella y preguntó agresivamente:

— ¿Piensas que tenía miedo?

—Pienso que estaba aterrado y que tenía todo el derecho de estarlo. Si era sólo un muchachito.

—Sabes mucho para ser una muchacha inocente.

—Uno no necesita mundo para comprender la naturaleza humana. Lo que hizo su padre fue reprensible. Si lo tuviera delante, le daría una paliza.

Edward se frotó la barbilla y contempló a la joven con una reticente media sonrisa abriéndose paso en sus labios.

— ¿Siempre has tenido esa veta violenta?

Bella se irguió.

—Si protegerme y proteger a mi familia es violencia, entonces, sí. No voy a permitir que se haga daño a lo que amo.

—Semejante devoción es admirable.

Bella percibió amargura en la voz de él y también algo más, nostalgia, quizás. ¿Es que jamás nadie habría sentido devoción hacia él? ¿Nunca él había sentido devoción hacia otra persona? Volvió a preguntarse quién sería Sanji y por qué la sola mención del nombre le provocaba semejante angustia.

—Por favor, continúe con su historia.

—Por si no lo has notado, le he puesto punto final a esa historia y ahora espero mi paga. —Rodeó el sofá y se sentó—. Venga aquí, señorita Purdy.

A Bella el corazón le dio un vuelco. La avergonzaba el desear tanto sentir los brazos de él rodeándola.

—Solamente me ha contado algo acerca de un miembro de su familia pero no sé nada de la vida de usted.

—Te he hablado de ambas cosas y bien que lo sabes. Vamos, deja de esconderte detrás de esa silla.

Técnicamente él había respondido su pregunta, pero ella quería más.

—Haré lo que me pide usted, si...

—No acepto más condiciones, cariño. Ven aquí ahora.

Con un suspiro, Bella aceptó su destino. En realidad no era tan malo. Aún así, de pie, delante de Edward, su conciencia no cesaba de aguijonearla. Tenía que contarle la verdad. La prueba era lo que había ocurrido entre ellos la tarde anterior.

Pero ella quería robarle este tiempo. Sólo rogaba que cuando ella finalmente confesara, él fuera capaz de entender lo difícil de su situación y quizás si llegaban a llevarse bien, él le permitiera hacer lo que era necesario para salvar la casa de su abuela.

Respiró profundo y se sentó junto a Edward. Entonces dejó escapar un atónito jadeo cuando él la levantó para acomodarla luego sobre su regazo.

—Qué está ha...

—Abrazándote. No dijiste cómo o dónde debía hacerlo. No eres la única que sabe jugar este juego.

Bella clavó la mirada en sus ojos ardientes y sintió que se quedaba sin aliento cuando él se estiró y empezó a soltarle el pelo.

—Ssh —murmuró él cuando la oyó empezar a protestar—. Sólo quiero verlo suelto. Lo enrollas en un moño tan tirante que me sorprende que aún tengas cabello. —Con dedos hábiles deshizo el moño y dejó que la cabellera se derramase sobre los hombros de la joven. Cogió un mechón y lo abrió entre los dedos.

—El contraste es increíble.

— ¿Qué contraste?

—Entre la muchacha casta que pareces cuando lo llevas recogido y la seductora en que te transformas cuando lo dejas suelto. Casi me enamoré cuando te vi por primera vez en las caballerizas.

—Usted debe estar loco. Ese día iba vestida como el peor golfillo.

—La ropa de muchacho jamás podría camuflar tu belleza.

— ¿Suele echar piropos a las mujeres?

—Casi nunca, aunque la mayoría de las mujeres espera que lo haga.

—Y supongo que usted, por ser hombre, es inmune a los piropos.

— ¿Por qué? —preguntó con un brillo diabólico en los ojos—. ¿Tienes algún piropo que hacerme?

Sí.

— ¿Es que no toma usted en serio cosa alguna?

—Trato de no hacerlo. La vida es en verdad lo suficientemente dura sin necesidad de complicar más las cosas.

— ¿Y hacerse cargo de su pupila es una de esas complicaciones? —Apenas las palabras salieron de su boca, Bella maldijo a su lengua.

—Sí que presenta problemas —dijo él, poniéndose serio.

—Entonces, ¿por qué aceptó la responsabilidad?

—Porque se lo debía al hermano de la dama.

El modo en que se quedó con la mirada perdida, como si hubiese olvidado que ella estaba allí, revelaba que estaba recordando esos últimos días con George. Se esforzaba en aparentar indiferencia, pero debajo de su exterior en calma latía un corazón.

— ¿Sufrió mucho? —se oyó preguntar en voz baja. Sabía que George había vivido durante casi tres días tras recibir un disparo en el estómago y que por momentos habían pensado que sobreviviría. Pero al final había sucumbido.

La mano de Edward yacía inmóvil sobre uno de los muslos de la joven y él tenía la vista clavada en esa mano.

—Él decía que no sentía nada, pero siempre había sido más fuerte que el resto de nosotros. En ese momento lo supe. Era un oficial excelente.

Las lágrimas quemaban los ojos de Bella, quien luchaba por no dejarlas salir.

—Estoy segura de que le haría feliz saber que usted tenía tan buena opinión de él.

—Swan era el que nos impulsaba a seguir. Siempre tenía una palabra amable en la boca. Siempre sacaba de la manga un mal chiste o una historia extravagante para hacernos reír.

Una emoción agridulce fluía a través de las venas de Bella.

—Ése era George —murmuró.

— ¿Le conocías bien? —preguntó Edward.

—Igual que le conocían los demás.

Alzó los ojos hacia ella y luego desvió la mirada, concentrándose en el hombro de la joven.

— ¿Y su hermana estuvo... ella tomó muy mal la noticia de su muerte?

—Estaba destrozada —respondió Bella con franqueza, sintiendo que resurgían los recuerdos que ya creía superados de todos esos meses de lucha por aceptar la idea de la muerte de George, amenazando con liberar todo el dolor que ella creía haber dejado salir durante todo el tiempo que había llorado a su hermano.

—Creo que eso fue parte de la razón por la que no vine antes —dijo él, alisando distraídamente la tela del vestido entre sus dedos—. No podía soportar enfrentarme a ella.

Al oír esta emotiva confesión, Bella sintió que se le encogía el corazón. Todo este tiempo había pensado que a él no le importaba, que estaba demasiado ocupado apostando y divirtiéndose para dedicarle siquiera un pensamiento. Ahora se daba cuenta de que Edward también se había sentido desolado por la muerte de George. Percibió que él se sentía agobiado por la culpa. ¿Lloraría a todos los hombres que había perdido? ¿Sentiría acaso que podría haber evitado sus muertes de alguna manera? Quizás de allí emanaba la tristeza que había en él.

—Estoy segura de que ella hubiese comprendido, si lo hubiera sabido —susurró Bella, mientras a sus espaldas se oía el suave crepitar de los leños de la chimenea.

Él sacudió la cabeza.

—No pude. Nunca he sido bueno con las palabras. —Suspiró y se frotó la nuca—. Le escribí.

—Lo sé.

Cuando él la miró, la joven pudo ver el dolor en sus ojos.

— ¿Te mostró la carta?

—Sí. —Bella deseaba echarle los brazos al cuello y consolarle. Le diría la verdad. Él no era el hombre indiferente que ella alguna vez le había creído; simplemente no había sabido qué hacer.

—Edward, tengo que...

—Dilo otra vez.

— ¿Que diga qué?

—Mi nombre. Dilo de nuevo.

Sin entender del todo los sentimientos que se arremolinaban en su interior, Bella audazmente le apoyó una mano en la mejilla y susurró.

—Edward.

Él la tomo de la barbilla, inmovilizándola mientras le cubría la boca con la suya, moviendo con insistencia los labios en un beso que la dejó sin aliento, el aire alrededor de ellos repentinamente cargado de emoción. Él olía a coñac y a calor carnal.

Bella se apretó más contra él, aferrada a la pechera de su camisa, los músculos firmes, duros y flexibles moviéndose mientras él le rodeaba con sus manos la parte de atrás de la cabeza, abrazándola como si no pensara soltarla jamás.

Sus manos bajaron por el cuello de la joven, mientras sus dedos se deslizaban por su piel en una suave caricia. Bella contenía el aliento, y él continuaba bajando, hasta que la sensual exploración fue entorpecida por el borde de encaje de su blusa. Sabía que debía detenerle, sabía que debería aprisionar esa mano que lentamente desabrochaba los botones, pero no podía.

En cambio cerró los ojos, gimiendo mientras las callosas palmas se deslizaban a través de su piel caliente para sostenerle los pechos, los pulgares dando leves golpecitos deliberadamente seductores a los sensibles pezones hasta que su mente se nubló casi por completo. Y cuando él se inclinó hacia delante y envolvió con los labios uno de los delicados picos, todo su universo se centró en la dulzura de esa presión contra su pecho, la delicia de la succión sobre su pezón, el masaje de esos dedos expertos.

Asiendo a Edward del cabello, lo sostuvo contra sí, mientras la lengua de él recorría lentamente el húmedo surco entre los pezones ardientes de deseo, golpeando suavemente, trazando círculos, lamiendo, hasta que el sonido del aliento entrecortado de ella llenó la habitación.

Con la lluvia como telón de fondo, Bella sentía que se ahogaba, inmersa en su propia necesidad, cuando el sonido de la voz de Edward la arrancó de su nebuloso placer.

—Mírame.

Esforzándose por mantener los ojos abiertos, Bella observó a Edward meter la mano en un pequeño balde de plata que había sobre la mesilla y sacando un cubito de hielo. Lo lamió y, cautivando la mirada de Bella, lo deslizó por uno de sus pezones. La piel del pezón se arrugó por efecto del frío y un estremecimiento recorrió la espalda de la joven. Luego apoyó la boca sobre el turgente pico realzando la sensación, caliente a frío, una y otra vez hasta que el dulce tormento llevó a Bella a creer que se desvanecería.

En ese momento sintió la mano de él debajo de la falda y se puso tensa.

—No te haré daño —murmuró mientras su palma subía deslizándose por uno de sus muslos y sus dedos le estrujaban suavemente la carne al empujar delicadamente para abrirle las piernas—. Sólo quiero tocarte. —Sus dedos rozaron ligeramente el monte de la joven—. Si quieres que me detenga, lo haré. No voy a hacer nada que tú no desees. —Quedándose quieto, la miró a los ojos—. ¿Quieres que me detenga?

Bella sabía que debía decir «sí», pero su sed interna, unida al deseo que sentía por Edward, la hicieron sacudir la cabeza. Quería esta nueva experiencia y aun así instintivamente intentaba cerrar los muslos al tiempo que los dedos de él encontraron la abertura de sus bragas y audazmente empezaban a acariciar la protuberancia caliente anidada allí dentro.

Su caricia experta la calmó enseguida y abrió más las piernas para él, gimiendo y retorciéndose mientras él chupaba y lamía uno de sus pezones, deslizando al mismo tiempo un dedo entre sus otros labios, llevándola al éxtasis, hasta que su cuerpo se puso rígido, recorrido por intensas pulsaciones, dejándole al fin caer saciada contra el pecho de Edward, quien la abrazó fuerte, besándole el cabello.

Durante largos minutos Bella se quedó entre sus brazos, sin querer abrir los ojos cuando la realidad volvió a filtrarse en su cerebro para reprenderla. La primera vez que Edward la había tocado, podía haber justificado sus acciones como un error que no volvería a repetirse. Pero, ¿dos veces?

Cuando juntó el coraje suficiente para alzar la vista hacia él, estuvo a punto de deshacerse bajo la mirada fija de esos lánguidos ojos. Abrió la boca, pero él habló primero.

—No sé por qué no puedo evitar tocarte. Pienso que soy lo suficientemente fuerte como para resistir, pero luego te veo y mi resolución se desvanece.

Ante semejante franqueza, Bella se dio cuenta de que ya no podía seguir ocultándole la verdad.

—Edward, hay algo que debo...

El repentino estrépito de algo que se astillaba rasgó el aire, haciendo que ambos saltaran sobre sus pies.

Tomándola de los brazos, Edward le ordenó con expresión decidida:

—Quédate aquí.

Luego se dirigió hacia la puerta, deteniéndose a escuchar por un momento, el cuerpo alerta, sacando a relucir el militar que había en él.

Bella apenas podía respirar mientras él giraba el picaporte, sin hacer el más mínimo ruido. Más allá de la puerta, el corredor se extendía negro como boca de lobo. Al instante Edward desapareció internándose en la oscuridad.

Un segundo más tarde, Bella lo siguió, tragada por el aterrador laberinto de lo desconocido.

































































































































































































































































































































































































































































































































































































































6 comentarios:

brigitteluna dijo...

que pasara ahora,le akcanzara a contar quien es o alguien se adelantara

Ligia Rodríguez dijo...

Buehh, la niña quiere hablar pero no le han dado la oportunidad, me imagino que ardera troya! Me encanta este Ed!!

lorenita dijo...

ahora que pasará?? espero que Bella le pueda decir aEdward la verdad...

Vianey dijo...

Las cosas s ponen aun mas interesante y calientes entre Bella y edward, ojala alcanse a decirle la verdad pq sino ardera troya.

vsotobianchi dijo...

wow que pasara ahora, yo me derrito con un tutor así,ya muero por leer el próximo capitulo,actualiza pronto Annel, me encanta esta historia,saludos.

joli cullen dijo...

mujer nos matas hay diso que pasara mueroooooooooooooooo

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina