sábado, 27 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 9


Capítulo 9



¿Qué tenía la pasión, que podía nublar por completo el juicio a una persona?


Bella miraba fijamente el cielo de la media tarde, donde nubes semejantes a penachos de algodón flotaban impulsadas por la brisa, mientras Edward le acomodaba con suavidad la ropa, haciéndola luego cambiar de posición de modo que su cabeza descansara sobre el hombro de él.


Todos los sutiles contactos y las caricias la habían llevado a cometer un error irreversible. No era que ella no le hubiera deseado, al contrario. Y si él no la hubiese seducido, muy bien podría haberlo hecho ella.



Una vez más, su precipitación la había metido en problemas.


— ¿En qué piensas? —preguntó Edward, acariciándole el brazo con aire ausente.


—En que es necesario que regrese a la casa —respondió ella, lo cual era verdad, pero no era lo que más la preocupaba en ese momento—. Ya habrán notado mi ausencia. —Y ya se imaginaba el sermón que tendría que escuchar si alguien llegaba a enterarse de que había estado a solas con Edward. Olinda castraría a Edward y luego, espada en mano, lo obligaría a decir «Acepto». Las repercusiones eran demasiado terribles para considerarlas.


Él le levantó la barbilla.


—Espero no haberte metido en problemas con tu señora. Si se molesta contigo, yo asumiré la culpa.


Bella no había esperado que él se preocupara por las consecuencias que tuviera que enfrentar una simple criada.


— ¿Y qué le dirá usted? —preguntó ella.


—Que te pedí que me guiaras en un recorrido por la propiedad —dijo él, deslizando el pulgar por el labio inferior de la joven—. No dejaré que nada te suceda. Lo prometo.


Bella desvió la mirada. Él estaba consiguiendo gustarle más de lo que podía permitirse, ella necesitaba aferrarse a la imagen de Edward como un tahúr y un mujeriego. Ambas eran sus características distintivas y no podía olvidar eso.


Librándose de su abrazo, ella se levantó. Sin decir palabra, emprendió el regreso subiendo por el sendero, pensando en la facilidad con que cada decisión, aun la más simple, podía conducir al desastre.


— ¡Hola! —gritó una voz a la distancia mientras Bella subía la cuesta, haciéndola bajar de las nubes y alzar la mirada de golpe.


Vio una figura que se acercaba. Un hombre. Su mente pensaba a toda prisa. ¿Podía ser James? Señor, ¿cómo podía haberse olvidado de él siquiera por un momento? Su traición había sido lo que la había llevado a la taberna y al fatídico primer encuentro con Edward.


Pero no se trataba de James, advirtió aliviada mientras el hombre se acercaba, sino de Jacob. Su cuerpo alto y delgado se materializó de entre los juncos, moviéndose con ese paso largo tan familiar, mientras su cabello rubio resplandecía con los últimos rayos del sol.


Los Black aseguraban ser descendientes de reyes de Cornualles y todo el mundo los había tratado siempre con un respeto especial. Todas las jóvenes casaderas de la región abrigaban la esperanza de atrapar a Jacob y convertirse en la afortunada mujer que se ganara un lugar en tan ilustre familia.


El muchacho saludó con la mano y Bella instintivamente le contestó el saludo. Entonces la joven se detuvo abruptamente, sintiendo que el corazón le daba un vuelco. Hoy ella no era Lady Isabella Marie Swan, sino una impostora y tenía que poner sobre aviso a Jacob antes de que éste le dijera a Edward algo que pudiera echar por tierra todos sus planes.


—Regreso enseguida —se apresuró a decirle a Edward, rogando que éste no la siguiera mientras iba a detener a Jacob.


Cuando se juntaron en medio del campo, Jacob repentinamente la cogió de la cintura haciéndola dar vueltas antes de darle un beso fraternal en la boca, con un brillo travieso en los ojos castaños, mientras la depositaba nuevamente sobre sus pies y retrocedía un paso para observarla.


— ¡Dios mío, Bella, muchacha, qué asombrosamente bien llenas esos pantalones! Date una vuelta para echarte un vistazo. —Antes de que ella pudiese protestar, la cogió de los hombros y la hizo girar, lanzando un pequeño silbido de aprobación—. Los muchachos caerán a tus pies si continúas vistiéndote así. —Riendo, le dio una palmada en el trasero como si fuera todavía una niñita.


Bella le dio un golpe en las manos y lo miró con el ceño fruncido.


—Deja de hacer eso.


— ¿Que deje de hacer el qué? —Replicó él, todo inocencia—. Sólo estaba divirtiéndome un poco.


—No es momento para divertirse. Tengo algo que discutir contigo. —Bella le lanzó una mirada a Edward que ahora estaba de pie en lo alto de la cuesta, echando chispas por los ojos. En cualquier momento llegaría hasta ellos, lo cual significaba que no había un segundo que perder.


Desafortunadamente, Jacob había seguido su mirada y ahora fruncía el ceño.


— ¿Quién es ése? —preguntó.


Bella suspiró.


—Es mi tutor, Edward Cullen.


Por un segundo, Jacob la miró aturdido.


— ¿El Coronel Edward Cullen? ¿El comandante de George?


Jacob sabía todo sobre Edward. Bella había estado tan segura de que el hombre jamás se dignaría a poner un pie en Cornualles que le había confiado todo. Hasta ayer, nunca hubiera creído tener motivos para preocuparse.


—El mismo —dijo ella.


— ¿Qué está haciendo aquí? Pensé que su preocupación llegaba sólo hasta contratar una nueva institutriz para ti.


—Supongo que ahuyenté a demasiadas. —Y su comportamiento inconsciente podía muy bien ser el vendaval que diera por tierra con su precario castillo de naipes—. No tengo tiempo para explicarte todo ahora, excepto que él no sabe quién soy.


Jacob la miró con el entrecejo fruncido.


— ¿No lo sabe?


—Por favor, sólo escucha. No pude decirle la verdad. Dijo que tiene la intención de casarme.


El joven la contempló con expresión reflexiva.


—Eso no sería tan malo —dijo, suavizando el tono mientras tocaba ligeramente la mejilla de Bella—. Sabes que siempre te queda el recurso de casarte conmigo. Yo cuidaré de ti.


—Sí, lo sé. —Y también sabía que se harían infelices el uno al otro. Jacob no la amaba ni ella a él—. Pero tengo que hacer esto yo sola. No puedo perder Moor's End.


—No estoy tan seguro, chica. Creo que tu tutor debería estar al tanto del problema al que te estás enfrentando.


—No. —Bella sacudió la cabeza enérgicamente—. Moor's End ha pertenecido a mi familia por más de un siglo. No seré yo quien la pierda. Pertenece a las futuras generaciones.


— ¿Qué futuras generaciones? —preguntó Jacob, sin ánimo de ser cruel, pero aún así sus palabras provocaron una punzada de dolor al corazón de la joven.


No habría futuro sin niños. Sin un marido. No era que ella no quisiera casarse, al contrario. Pero a su debido tiempo. Con un hombre que la amara.


—Lo siento —murmuró él, abrazándola—. Sé que todo esto te duele terriblemente. Si tan sólo me dejaras cuidarte.


Por un momento, Bella permitió que la consolara. Luego retrocedió, echando una ojeada a Edward para hallarse con su ceño fruncido, al borde de la ira. Se dirigió hacia ellos y el pánico se apoderó de Bella.


—Ay, Dios, viene hacia aquí. Por favor, Jacob, no le digas quién soy.


—Bella...


—Él cree que soy Mary Purdy, una criada —se apresuró a contarle—. Prometo que le diré la verdad. Pero no ahora. Te lo ruego, Jacob. Ayúdame.


—Tengo algo que decirte.


—Bien. Sólo que no ahora.


— ¿Y cuándo entonces?


—Te veré esta noche en El Rincón del Marinero. Puedes decírmelo entonces. Por ahora, te ruego que no me delates.


En ese momento se acabó el tiempo y Edward se detuvo junto a ella, con una mirada posesiva que revelaba mucho más de lo que Bella hubiese querido. Lo único que podía hacer era rezar.


—Jacob —dijo, esperando no demostrar al hablar lo nerviosa que se sentía—, él es Edward Cullen, el tutor de Lady Isabella. Llegó de Londres apenas ayer. Señor Cullen, permítame presentarle a Jacob Black, vecino de Lady Isabella.


Edward inclinó la cabeza.


—Black —dijo fríamente.


Jacob le devolvió el gesto.


—Cullen.


Con las palmas frías y húmedas, Bella los observó estudiarse mutuamente. Jacob era algunos años más joven que Edward, pero su tutor lo superaba en altura por varios centímetros además de tener unos seis kilos más de músculo bien firme.


Ansiosa, Bella tomó del brazo a Edward, tironeándole.


—El señor Cullen estaba acompañándome a casa.


Edward bajó la mirada hacia ella, con las cejas fruncidas. No parecía complacido.


—Así es —murmuró ásperamente.


La tensión era palpable y lo único que Bella quería era irse de allí.


—Que tenga buen día, señor Black —dijo, sin dejar de notar la mirada glacial de Jacob, cuyo disgusto era notable.


—Buenos días, señorita Purdy. Quizás pronto volvamos a encontrarnos. —Su mirada expresaba exactamente lo que había querido decir.


—Estoy segura de que así será.


Saludando a ambos con una inclinación de cabeza, Jacob giró sobre sus talones. Bella lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista. Tan pronto como Jacob desapareció por el sendero que llevaba a casa de los Blacks, Bella exhaló un suspiro de alivio.


Entonces advirtió que sus dedos estaban aferrados a la manga de Edward. Se soltó de inmediato. Pero él le sujetó firmemente la mano.


—No tan rápido.


—Deberíamos regresar a la casa.


— ¿Quién es él?


Dios, ¿acaso ella había sido tan obvia? ¿Se había dado cuenta él de que ella ocultaba algo? Se las arregló para devolverle una mirada calma.


—Un vecino, como dije.


—Sabes muy bien lo que te estoy preguntando. ¿Qué es él para ti?


—Un amigo.


— ¿Un amigo muy íntimo?


Por un momento Bella sólo pudo mirarlo fijamente; luego sintió una oleada de enojo por lo que él estaba insinuando. Liberó su brazo del de él.


—Eso no es asunto suyo.


Se volvió para alejarse caminando, pero él le cerró el paso.


—Es asunto mío mientras yo permanezca aquí.


—Pues márchese. Para empezar, nadie le pidió a usted que viniese. —Le dió un codazo en el pecho y se soltó, rozándole al pasar y dejándolo atrás.


Él la alcanzó en dos zancadas, cogió con fuerza su brazo y la hizo girar.


—No comparto lo que es mío y hasta que me marche, tú eres mía.


Bella jadeó enojada.


—Gigante arrogante y testarudo. Yo no le pertenezco a ningún hombre.


Pero en el momento mismo en que pronunciaba estas palabras, la idea de pertenecer a Edward, de entrar en su abrazo protector y permanecer allí, era tentadora. ¿Sería tan posesivo una vez que supiera la verdad?


La rodeó con sus brazos, su cuerpo era un muro cálido y sólido que la calmaba, y ella sintió un fuerte deseo de recostar la cabeza sobre su hombro. Aunque entendía lo que él estaba haciendo, reclamando posesión, no podía obligar a su cuerpo a oponerse.


Se daba cuenta con más claridad que nunca de que tenía que decirle la verdad, y cuanto antes lo mejor. Ya se había sorprendido deseando estar cerca de él y preguntándose cuándo la besaría otra vez. Era demasiado peligroso.


Tenía sólo una opción para conseguir más rápido el dinero que debía, algo que hasta ahora había evitado resueltamente. Pero ahora no tenía otra salida. Le daría a Bodie el antiguo broche de madreperla que su abuela le había regalado poco antes de morir para que lo vendiera por ella. La sola idea hizo que las lágrimas se agolparan en sus ojos y desvió la mirada.


Edward la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo.


—No llores. —Deslizó suavemente el pulgar a través del surco de una lágrima solitaria—. No fue mi intención gritar —dijo, confundiendo el motivo de sus lágrimas—. Simplemente te deseo. No sé cómo, pero me has hechizado por completo.


Inclinó la cabeza hacia ella y Bella no tuvo fuerzas para rechazarle.


Suspirando, cerró los ojos mientras la boca de Edward se apretaba contra sus labios, delineándolos suavemente. El beso fue una comunión de deseo mutuo. Al recordar el contacto de su cuerpo, Bella se estremeció.


Edward interrumpió el beso y ella soltó un sonido de protesta. Luego su mirada siguió la de él y advirtió el motivo. Tenían compañía. Sonrió.


El gatito negro se había alejado de Sassy una vez más y ahora estaba echado junto a la bota de Edward, sin despegar la mirada de él.


— ¿Qué le sucede a esta condenada bola de pelo? —refunfuñó, frunciendo el ceño al mirar al gatito, que era completamente indiferente a la ferocidad de su semblante.


—Creo que piensa que usted es su madre.


Edward levantó la cabeza de golpe y la miró enojado.


Bella tuvo que morderse los labios para no reír.


—Te parece gracioso, ¿no es verdad?


Ella asintió con la cabeza.


—Usted lo salvó, después de todo. Y dicen que si uno salva una vida, los destinos de ambos están ligados para siempre.


—Yo te salvé —murmuró, tomando suavemente su mejilla entre las manos—. ¿Eso hace que estemos ligados para siempre?


Bella apenas podía mirarle a causa del anhelo que sentía recorriéndole el cuerpo.


—Mejor recojamos a los gatitos. Es demasiado peligroso para ellos quedarse aquí a la intemperie. —Agachándose cogió en el hueco de sus manos al animalito dormido junto a la bota de él—. Extienda la mano.


— ¡Demonios! No vas a hacerme sostener esa cosa, ¿verdad?


—Sí. —Se apresuró a colocar el gatito sobre la palma de él; la diferencia de tamaño entre el hombre y el felino resultaba simpática.


Él parecía increíblemente incómodo, especialmente cuando el gatito empezó a lamerle el pulgar con una lengua áspera y rosada. Fruncía el ceño y Bella disfrutaba cada minuto del espectáculo mientras reunía a los otros tres gatitos. Los bultos de pelo, retorciéndose todo el tiempo, mantenían ocupado a Edward mientras caminaban de regreso a la casa.


Acababan de salir del bosque cuando oyó que Edward decía:


—Sal de ahí detrás.


Al volverse, Bella vio un arbusto que susurraba. Un minuto después, aparecieron una cabeza rizada y un par de asustados ojos castaños.


— ¿Jimmy? —dijo ella.


Él salió de su escondite.


—Sí, señora.


— ¿Qué estás haciendo? —Luego se le ocurrió un terrible pensamiento—. ¿Le sucedió algo a tu madre?


Él meneó brevemente la cabeza.


—No, señora. Está mucho mejor ahora con la cataplasma que usted le dio. Sólo vine a... pues... —Tragó saliva y observó a Edward, intimidante en su monumental estatura, incluso con gatitos trepando por su camisa.


—Tenía que ver si estaba usted bien.


—No comprendo.


—Yo sí —comentó Edward atrayendo la mirada de Bella—. Jimmy y yo ya nos hemos visto antes.


— ¿Ya os habéis visto?


—Anoche.


A Bella le llevó tan sólo un minuto imaginarse dónde. En la taberna.


—De modo que la conoces, ¿eh chaval? —No había rencor en la voz de Edward, quien hablaba con tono risueño—. ¿Te preocupaba que le hiciera daño?


Jimmy tenía los ojos bajos, fijos en sus manos, mientras hacía girar nerviosamente su gorra.


—No quise ser deshonesto con usted, señor. Le dije casi toda la verdad.


—Pero necesitabas el dinero.


Él asintió, con un aspecto completamente abatido, mirando inquisitivamente a Bella con ojos que habían visto demasiado dolor.


—Lo siento, señorita. No quise delatarla.


Bella se compadeció de él. Los padres de Jimmy los habían traído a él, y a su hermana Lizbeth a Cornualles desde Londres con la esperanza de tener una vida mejor. Pero el padre había muerto seis meses atrás en un accidente minero en Wheal Rose y la madre había contraído una infección pulmonar el mes pasado. Estaba mejorando, pero lentamente, agobiando a sus hijos con una pesada carga. Bella hacía cuanto le era posible, llevándoles comida y leyéndoles a los niños un cuento para dormir, pero a menudo le parecía demasiado poco.


—Ven aquí, Jimmy. —Arrastrando los pies, el muchachito se acercó a ella, e inclinó la cabeza al detenerse ante la joven. Bella le acarició el pelo—. Olinda está haciendo bollitos dulces esta mañana. ¿Por qué no entras y ves si están listos?


—Entonces, ¿me perdona usted? —preguntó él con una débil vocecita.


—Por supuesto —aseguró Bella besándole la frente. —Ahora ve y consíguete un bollito mientras estén calientes. Y llévate algunos a casa —le gritó Bella mientras el niño salía disparado hacia la puerta de la cocina.


Cuando se hubo marchado, Bella se volvió hacia Edward, quien estaba intentando capturar a un gatito de patas blancas mientras éste trepaba por su hombro.


— ¿Por qué esa mirada? —se quejó él, obviamente contrariado mientras como premio a sus esfuerzos los gatitos le clavaban las diminutas uñas en el pecho.


— ¿Sobornó usted al pobre niño para sacarle información?


Él frunció el ceño.


—No, él se ofreció a dármela.


—Jimmy es el muchachito más honesto que he conocido jamás.


—Entonces, ¿quieres decir que yo soy deshonesto?


Ella le dirigió una mirada que expresaba su opinión y giró sobre sus talones.


—Espera sólo un maldito minuto. —Pero ella no esperó, maldita sea, y él se quedó allí plantado haciendo malabares con los gatitos.


Apenas Edward traspasó la puerta de la cocina, Sadie fue trotando a su encuentro y por poco lo derribó al suelo.


— ¡Fuera de aquí, condenado chucho! —Al igual que su ama, el perro le ignoró, olfateando a los gatitos que le golpeaban el hocico con las patitas—. Sólo espera a que los baje —masculló Edward—. Entonces te esconderás temblando metido en el armario del corredor.


Se inclinó con la intención de llevar a cabo su amenaza, cuando oyó.


— ¡Por el amor de Dios, ahí no! Van a pisotearlos. Aquí. Les he preparado una cama.


Rezongando por lo bajo, Edward levantó la vista para encontrarse con el «ama de llaves» Mary Purdy ahogando una risita, mientras Jimmy se comía sus dulces, demasiado absorto para interesarse por la difícil situación de Edward. Lady Imperiosa estaba de pie impaciente, señalando con el dedo un cajón puesto de lado, revestido con una manta mullida.


Edward caminó rígidamente hacia el cajón, se puso en cuclillas y depositó su carga, uno por uno, más que dispuesto a dar por terminada esta situación ridícula.


De pie, lanzó una mirada enojada hacia el rostro altanero de la joven, vuelto hacia arriba en dirección a él, y sintió un deseo incontenible de besarla. Que Dios lo asistiera, ella le había hechizado.


— ¿Satisfecha?


—Sí.


—Excelente.


—Bien.


Intercambiaron miradas de enojo y acto seguido Edward salió a grandes zancadas de la habitación. Bella se hubiera dado de tortas por permitir a sus ojos seguir la retirada de él; sus magníficas formas no dejaban de ser una belleza, sin importar lo enojado que estuviera.


—Buenas tardes, señor Cullen —gorjeó Alice en tono alegre al cruzarse con él en el corredor, recibiendo un gruñido como respuesta. Entrando a la cocina con expresión perpleja, la joven preguntó:


— ¿Qué le pasa?


Bella observó a Edward hasta que éste desapareció en un área del vestíbulo bañada por la luz de los últimos rayos del sol. Luego dijo con brusquedad:


—Es hombre.


Mientras se alejaba en dirección contraria a Edward, Olinda y Alice intercambiaron miradas desconcertadas.


5 comentarios:

lorenita dijo...

en serio adoro a este Edward!!!!...solo espero que no surgan complicaciones cuando el sepa sobre la doble identidad de Bella...

Ligia Rodríguez dijo...

Me encanta Edward!! Y ansio el dia en que Bella le diga quien es!

vsotobianchi dijo...

wow me encanta Edward :D

joli cullen dijo...

ese hombre la tiene caliente

Cristina dijo...

Pobre edward siempre se esta llevando todos los palos, bella es injusta con él.

me gusto mucho el cap

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina