lunes, 29 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 11


Capítulo 11

—Edward —llamó Bella en un susurro mientras se guiaba tanteando la pared, envuelta por la oscuridad más absoluta.

Un estremecimiento le recorrió la columna. Le pareció sentir el aliento de alguien sobre la nuca. Desechó esa idea por parecerle ridícula, pero aun así buscó con la mano la cabeza de Sadie, pues la compañía del gran perro le daba seguridad.
El estrépito le había parecido el sonido de una ventana que se rompía, y el pensamiento que había estado agitándose en el fondo de su mente se abrió paso hasta la superficie.

James. O sus matones. O todos juntos.

¿Qué la había llevado a creer que él no vendría detrás de Alice en la primera oportunidad que se le presentara? Aún no podía estar enterado de la llegada de su tutor, por lo cual seguramente suponía que sólo había en la casa dos ancianos criados y dos mujeres. Es decir, una disparidad total de fuerzas.

Bella oyó el crujido de la tabla del suelo un instante demasiado tarde. El miedo le atenazó los músculos, enlenteciendo sus movimientos mientras se volvió y una mano le cubría firmemente la boca.

—No te muevas —susurró en su oído una voz que ella reconoció al instante. James.

Al lado de la joven, Sadie empezó a ladrar estrepitosamente.

— ¡Cállate, chucho! —refunfuñó él, y Sadie dio un gañido.

Bella reaccionó furiosa, incrustando con fuerza el tacón de su bota en el pie de James, regodeándose en su gruñido de dolor.

—Perra —replicó él con ira, y apretó con más fuerza su cintura, de tal modo que apenas le permitía respirar.

Ella intentó gritar, pero todo lo que salió de su boca fue un alarido ahogado que se abrió paso a través de los dedos carnosos dolorosamente apretados contra su rostro.

—Ahora sí que te atrapé, brujilla metiche. ¿Dónde está mi querida hermanastra?

El corazón de Bella latía a toda prisa. ¡Estaba asfixiándola!

Empezó a sentirse mareada, en peligro de desvanecerse. Pero se rehusaba a rendirse sin luchar.

Con la lección de Edward aún fresca en su mente, Bella echó bruscamente la cabeza hacia atrás contra la cara de James, quien, tomado por sorpresa, lanzó un aullido.

Él aflojó la presión, oportunidad que ella aprovechó para inclinarse hacia delante y hundirle el talón en la ingle, haciendo que él se doblara de dolor y liberándose de este modo de su brazo.

— ¡Corre, Sadie!

Mientras Bella corría a toda prisa detrás del perro, su raudo paso por el corredor fue abruptamente interrumpido por algo sólido con lo que chocó la joven. Ay, Dios, ¿cuántos eran?

— ¡Suélteme! —Se debatió salvajemente contra el extraño que la sujetaba con fuerza, lanzando un puntapié que le dio en la espinilla.

— ¡Maldita sea! —gruñó él—. Ese era mi condenado tobillo herido.

— ¿Edward? ¡Gracias a Dios! —Le echó los brazos al cuello, apretándole con fuerza al mismo tiempo que los brazos de él la rodeaban para atraerla contra sí.

—Oí ladrar a Sadie.

—El intruso me atacó.

— ¿Dónde está? —inquirió él.

—Al final del pasillo. Creo que le rompí la nariz.

—Esta vez te arrancaré el pellejo si te mueves.

Desapareció una vez más adentrándose en la oscuridad.

— ¿Bella? —Era Alice, que venía hacia ella desde la dirección contraria.

—Aquí —respondió Bella.

Un fugitivo rayo de luna que se filtraba a través de la ventana iluminó el pálido rostro de Alice, cuyo cuerpo alto y delgado estaba ataviado sólo con un camisón, confirmando que acababa de saltar de la cama. Dos figuras familiares aparecieron detrás de ella.

—Vaya, muchacha —la regañó Olinda—, en nombre del cielo, ¿qué está sucediendo aquí?

—Alguien se metió en la casa.

—Oh, Dios mío —jadeó Alice—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. Sadie se llevó un golpe.

—Mi dulce y valiente Sadie —murmuró Alice, acariciando al perro antes de volver sus preocupados ojos a Bella—. Fue James ¿no es verdad?

—Sí.

Alice le tocó la cara golpeada.

—Todo esto es por mi culpa. Nunca debí haberte involucrado en mi problema.

—Nuestro problema —recalcó Bella—. Eres mi amiga, y mientras me quede aliento no permitiré que te suceda nada.

— ¿Le hizo daño, señorita? —preguntó Jaines.

—No. —Sólo había sido un susto. La lección de Edward le había dado el poder de defenderse y estaba radiante por ese logro.

—Quienquiera que fuese, ya se ha marchado —comentó Edward, materializándose de entre las sombras del corredor, atrayendo hacia sí cuatro atentas miradas—. Sin duda le asestaste un buen golpe —le dijo a Bella—. Había una mancha de sangre en el suelo.

— ¿Lo golpeaste? —exclamó Alice, con los ojos muy abiertos—. ¡Ay, qué tontería de tu parte! Sabes cómo es James. Nunca te perdonará.

Bella hizo una mueca de dolor, advirtiendo antes que los demás el impacto que tendrían las palabras que acababa de decir su amiga.

Edward frunció el ceño.

— ¿Quién demonios es James? —Concentrando su mirada únicamente en Bella, inquirió—: ¿Conocías a la persona que te atacó?

Bella suspiró, reconociendo el final del camino. Había planeado contarle la verdad a Edward, pero no así, rodeada de gente que sólo había estado haciendo lo que ella les había pedido que hicieran. Si en el fondo había pensado que podía arreglárselas para salir de esto, había llegado el momento.

—Sí —dijo, con tono resignado—. Le conocía.

La mirada atemorizante de Edward se intensificó mientras la contemplaba.

— ¿Y quién es él, para meterse en la casa en mitad de la noche?

—Un vecino.

La mandíbula de Edward se tensó.

—Otro vecino. ¿Y éste también está enamorado de ti?

— ¿Quién está enamorado de ti? —quiso saber Alice, volviéndose hacia Bella—. ¿Alguien está enamorado de ti?

Bella lanzó una mirada exasperada a Edward antes de volver su atención a Alice.

—Nadie está enamorado de mí. Él está hablando de Jacob.

—Ah. Bueno, Jacob está enamorado de ti, o al menos él cree estarlo.

¿Por qué, se preguntaba Bella, nunca había imaginado tener esta conversación en medio de un corredor, a altas horas de la noche, después de ser atacada por el hermanastro enloquecido de una amiga? Debería haberlo esperado, considerando que su vida nunca había seguido un curso normal.

—Cariño, sabes que ese muchacho ha estado suspirando por ti desde que tu cuerpo se transformó en el de una mujer —interpuso Olinda.

Bella cerró los ojos y se sonrojó hasta las orejas.

—Es un bribón —dijo Jaines sin inflexión alguna en la voz, las cejas hirsutas moviéndose nerviosamente.

—Tú dirías lo mismo acerca de cualquier hombre que mirara con ojos de enamorado a nuestra muchacha —protestó su esposa.

—Jacob es como una gran incógnita —interpuso Alice, los tres reunidos en corrillo discutiendo acerca de la vida de Bella como si ella no estuviese allí—. No estoy muy segura de sus intenciones.

—En eso tiene usted razón —respondió Olinda asintiendo con la cabeza—. Pero es un muchacho guapo, debe admitirlo usted.

—Es verdad —concedió Alice—. Y aún así, yo...

— ¡Suficiente! —bramó Edward, haciéndoles callar con una mirada que finalmente recayó sobre Bella—. Veamos... te lo preguntaré sólo una vez: ¿Quién es, en nombre de los infiernos, el hombre que te atacó?

Bella vaciló, pero finalmente dijo:

—James Westcott.

— ¿Y por qué ese James Westcott andaría tras de ti?

—Él no vino aquí por ella. Era a mí a quien buscaba.

Edward alzó los ojos al techo.

— ¿Qué me hizo creer que podía obtener una respuesta simple? —Bajando la cabeza, atravesó a Alice con su mirada áspera—. Espero que esté usted a punto de contarme por qué la persigue este vecino demente.

Alice parpadeó, deslizando hacia Bella una mirada inquisitiva, antes de volver a enfrentar los ojos de Edward.

—Yo... Bueno, pues... James es...

Bella se compadeció de su amiga. La mirada enojada de Edward bastaba para intimidar al hombre más duro, ni qué decir tiene a una joven bien criada.

—James es su hermanastro.

Su respuesta hizo que el semblante furibundo de él se dirigiera hacia ella una vez más.

—Lady Isabella no tiene ningún hermanastro.

—Ella no es Lady Isabella.

—Ella no es Lady Isabella —repitió él, mientras comenzaba a acusar un tic en la mandíbula—. ¿Y quién es ella, si puede saberse?

Bella respiró profundo y dijo:

—Edward Cullen, permítame presentarle a Lady Alice Brandon.

—Lady Alice.

El resto de sus palabras parecían haberse atorado en su garganta y ella observó cómo el enojo iba lentamente tiñéndole de rubor el cuello. Luego él rugió:

— ¿Y dónde demonios está Lady Isabella?

Con las palmas pegajosas por el sudor frío, Bella se recogió las faldas inclinándose en una reverencia un poco torpe:

—Para servirle.

Antes de que ella pudiera volver a respirar, sintió la muñeca atrapada en la mano firme de Edward, quien la arrastró a lo largo del corredor, seguidos por las protestas de quienes probablemente iban a ser las últimas personas en verla con vida.

* * *

La mataría, pensaba Edward mientras sus botas castigaban con la violencia de sus pisadas el suelo de madera. Caminaba en compañía de la verdadera Lady Isabella, que avanzaba dando traspiés para no quedarse atrás. Le retorcería ese pescuezo blanco y delgado con sus propias manos y luego se mataría por ser tan estúpido.

Brujilla embustera.

Pero bueno, por Dios, ¿qué esperaba? ¿Acaso no le habían advertido repetidas veces acerca del campo minado en el que estaba adentrándose? Debería haberse imaginado que algo se estaba tramando cuando le habían presentado a aquella etérea criatura rubia que parecía incapaz de levantar la voz y menos aún de hacer las cosas estrambóticas de las que había sido acusada su pupila.

Dejando de lado toda gentileza, Edward empujó con brusquedad a la muchacha hacia dentro de la biblioteca, dio un portazo y la hizo sentarse en el mismo sofá donde hacía tan sólo media hora la había tenido sobre su regazo, contándole secretos que nunca antes había revelado.

Ni siquiera podía aplacar su conciencia atribuyendo su comportamiento al alcohol. Nunca antes había cometido ese tipo de deslices. No, ella le había hecho algo, alguna clase de hechizo que lo mantenía en un estado de demente esclavitud.

Jesús, su pupila. La hermana de George.

El muchacho probablemente estaría revolviéndose en su tumba y Edward no lo culpaba. George podía haberlo elegido para ser el tutor, pero no lo hubiera elegido para ser el amante de su hermana. Y maldita sea, ella nunca sabría cuan cerca había estado de hacerle el amor esta noche.

Durante más de cinco meses creyó haber perdido sus instintos sexuales; que su impulso sexual era cosa del pasado. Pero en tan sólo una tarde, Lady Isabella Swan Swan había cambiado todo eso.

Y él no iba a poder volver a tocarla.

—Puedo explicarlo todo —se apresuró a anticipar Bella, con el corazón latiendo como un martillo pilón, mientras Edward la miraba con fijeza desde su enorme altura y con los ojos oscurecidos por la furia. Parecía como si estuviera decidiendo el destino de ella y la balanza no estuviera inclinada a su favor.

— ¿Puede explicarlo, señorita? Me muero por oírla.

—Tuve que engañarlo.

— ¿Eh? ¿Y tenía que continuar engañándome al retorcerse entre mis brazos bajo su propio techo?

Bella se estremeció. Podría haberle dicho entonces quién era ella. O por lo menos, haberle rechazado. Pero en vez de eso había elegido el silencio.

—No sabía que las cosas llegarían tan lejos.

Incluso en sus propios oídos esa respuesta sonó patética.

—Puede estar segura de que nunca hubieran llegado hasta ese punto de haber sabido yo quién era usted.

Esta afirmación confirmaba lo que Bella había pensado. Él no le habría puesto un dedo encima si hubiera conocido su verdadera identidad y ella había deseado tanto que la tocara. «Arrebatada», le regañaba su voz interior.

—Qué embustera más talentosa es usted —prosiguió él, alejándose dos pasos y dándole la espalda—. Es capaz de mirar a un hombre a los ojos y hacerle creer que es usted sincera y auténtica.

— ¡Soy sincera y auténtica! —protestó ella, y luego frunciendo el ceño, añadió—: La mayor parte del tiempo. Pero usted no me dejó demasiadas opciones.

— ¿De modo que ahora el culpable soy yo? No sé por qué pero no me sorprende. Entonces dígame, señora mía, ¿debería incluir ser ligera de cascos entre sus talentos?

Bella se quedó sin aire.

— ¿Cómo se atreve a echarme la culpa a mí? Usted fue el que no pudo controlar sus instintos animales.

—Sí, pero yo creía que estaba flirteando con una criada. Agachándose para quedar cara a cara, le espetó:

— ¿Cuáles su excusa?

Bella se rebeló.

—No quiero seguir hablando de esto.

—Sospecho que no, pero no va a zafarse tan fácilmente de todo este asunto.

—Lo siento. ¿Qué más puedo decir?

—Por empezar, la verdad. ¿O acaso eso va más allá de sus habilidades?

Como si ya no pudiera soportar mirarla, él se alejó y se sirvió otro trago.

Por el rabillo del ojo, Bella vio que una de sus manos se cernía sobre la caja negra que había llamado su atención antes. Luego cerró los puños y se volvió hacia ella.

—Hable —exigió él.

Bella estaba deseando mandarle al demonio, pero eso no iba a mejorar su situación.

—James Westcott es un canalla inescrupuloso.

—Bien, eso me lo aclara todo, ¿no es verdad? —dijo él arrastrando las palabras.

—Está tratando de casarse con Alice.

—Si ella es tan indomable como usted, quizás le vendría bien casarse.

Bella lo miró enojada.

— ¿Por qué debería esperar comprensión alguna por parte de un hombre? Todos sois iguales.

—Oh no, querida mía. Otro hombre no estaría contemplando los aspectos positivos de cogerle a usted el cuello entre las manos o de colocarla boca abajo sobre su regazo para darle la golpiza que con creces se ha ganado.

—Me defendería hasta morir.

—Eso lo he oído antes. Alejándose del borde de la vitrina empezó a caminar lentamente hacia la joven.

Bella se arrinconó en el sofá.

—Si me pone usted un solo dedo encima...

—Nada más alejado de mis intenciones —dijo él secamente, dejándose caer en una butaca orejera de cuero resquebrajado—. A ver, ¿y por qué este tal James está tratando de casarse con su hermanastra?

—Porque el padrastro de Alice, Lord Westcott, le dejó una fortuna considerable al morir hace algunas semanas.

— ¿Y supongo el inescrupuloso James quiere apoderarse de esa fortuna?

Bella asintió con la cabeza.

—Él también heredó una buena cantidad, pero Alice descubrió que su hermanastro ha contraído una deuda enorme, en su mayoría con tipos más despreciables que él mismo. Alice escuchó por casualidad a James diciéndole a uno de sus matones que su intención era casarse y luego deshacerse de ella. Esa misma noche se escapó de su casa y vino aquí. Yo no sabía qué hacer, a quién acudir. James es el nuevo juez de distrito y dueño de las tierras en las que se asienta la aldea. Pocos se enfrentarían a él, y aun si algunos estuviesen dispuestos a ayudarnos, no quisiera atraer sobre ellos la ira de ese tipo.

—Todo un dilema —murmuró Edward, con el rostro parcialmente oscurecido por las sombras.

—Se me ocurrió que si yo podía encontrar alguna prueba de sus fechorías, él dejaría en paz a Alice.

—Lo dudo —dijo él—. Una vez que la mente de un hombre se obsesiona con una mujer, ya tiene la soga al cuello.

Se echó un trago de su bebida, dejando a Bella con la duda de si alguna vez la mente de él habría estado obsesionada con una mujer.

Recordó la pesadilla que lo había acosado y el nombre que había gritado. Sanji. ¿Sería una mujer? ¿La habría conocido durante su estancia en la India? Quizás Tahj lo supiera. Se lo preguntaría al día siguiente.

Su tutor la contempló fijamente por un momento, con semblante inexpresivo, como un extraño reservado.

—Temo preguntar, pero ¿qué estaba haciendo usted en la taberna?

—Dos de los hombres de James trataron de secuestrar a Alice ayer mientras estábamos dando un paseo a caballo. Habíamos pensado que James no intentaría nada estando Alice conmigo, ni durante el día con potenciales testigos. Pero estábamos equivocadas.

Los dedos de Edward apretaron con más fuerza el vaso.

—Déjeme adivinar... usted se las arregló para rastrear a esos hombres y los siguió hasta la taberna.

—Sí —respondió Bella, impresionada—. ¿Cómo lo supo usted?

Él apretó la mandíbula.

—Porque es usted una atolondrada que arriesga su vida de la forma más idiota.

Bella se enfureció.

— ¿Y supongo que a usted se le hubiera ocurrido un plan mejor?

—Sí. Yo me hubiera mandado a llamar.

— ¡Claro! ¿Ya qué burdel o antro de juego tendría que haberme dirigido? —La expresión de la cara de Edward podría haber congelado el agua, pero a Bella no le prestó atención—. Usted no se ha interesado en absoluto en las cosas que sucedieron aquí durante este último año. Estaba muy ocupado con su harén o flameando su dedo imperioso en dirección a alguna institutriz de labios fruncidos y joroba que lo relevara de su obligación. No acierto a imaginar qué pudo haber estado pensando George cuando lo puso a usted a cargo de mi vida.

—Ni yo. Usted, mi querida Lady Isabella, significa nada más que problemas.

—Bella.

— ¿Qué?

—Nadie me llama Lady Isabella.

—Bien, mejor que vaya acostumbrándose. Mañana partimos para Londres.

— ¿Londres? —Bella se levantó de un salto del sofá—. ¡Pero no puedo!

—Puede y lo hará, aunque tenga que amarrarla de pies y manos y cargármela al hombro. Parecía disfrutar con la idea de acarrearla por ahí como a un saco.

—Usted no puede decidir sobre mi vida. Yo tengo responsabilidades aquí.

—Ahora esas son mis responsabilidades. Su única responsabilidad es sonreír y verse bonita. Quizás si no habla, un hombre hasta podría pedir su mano.

Bella lo miró fijamente, incrédula.

— ¿Es por eso que va a llevarme a Londres? ¿Para casarme?

— ¿Qué pensaba, querida? ¿Qué tenía intenciones de tenerla atada al cuello durante el resto de mi vida? Le recuerdo que soy un hombre soltero.

—Y por supuesto tiene que regresar a sus amantes —replicó ella mordazmente, detestaba descubrir que esa imagen la molestaba.

Él se limitó a contemplarla con esos ojos indescifrables.

—No le importo en absoluto, ¿verdad? —le dolía darse cuenta.

—Me importa casarla. Entonces se convertirá usted en una carga para su marido en vez de serlo para mí.

— ¿De modo que me entregaría usted al primer hombre que apareciera?

—No sea ridícula. Buscaré a alguien de su misma condición social, que pueda cubrir todas sus necesidades. Tanto mejor si siente usted algo de afecto por el pobre idiota.

La frustración se abría paso en el interior de Bella.

—Tengo que quedarme aquí.

—No.

—Por favor. —Fin de la discusión.

La desesperación desbordaba a Bella.

—Jacob se casará conmigo.

—Black no es una opción.

— ¿Porqué?

—Porque yo lo digo.

—Está siendo usted poco razonable.

—Estoy en todo mi derecho.

Antes de detenerse a pensarlo mejor, Bella cogió el pequeño jarrón de cristal de la mesa junto a ella y lo arrojó por el aire en dirección a él. Dado que su puntería era pésima el florero fue a parar más allá de la butaca. Pero no tuvo tiempo ni de maldecir por no dar en el blanco ni de buscar otro objeto para arrojar ya que él saltó de la silla en un abrir y cerrar de ojos y dio la vuelta al sofá.

Bella retrocedía mientras él la acechaba.

—No me toque. Se lo advierto.

Un músculo se movió en la barbilla de Edward.

—Ya es hora de que alguien le enseñe que sus actos tienen consecuencias, mucosita egoísta.

—Si me pone una mano encima voy a...

— ¿Qué va a hacer? —se mofó él, sin dejar de avanzar hacia ella.

La mirada de Bella se movía desesperadamente de izquierda a derecha. La tenía acorralada. En cualquier dirección que intentase escapar, lo tendría encima de ella al instante. Continuó retrocediendo hasta sentir su espalda apretada contra la pared, con el pecho oprimido y respirando apenas cuando Edward se detuvo delante de ella.

Alzando la barbilla, Bella le miró con enojo. Temblaba cuando él alargó el brazo y le rodeó la cara con los dedos, sin dejar de mirarla a los ojos.

—Es usted una muchachita impetuosa —dijo él, pero hablaba con suavidad, mientras con el pulgar le acariciaba ligeramente el contorno de la cara.

Un anhelo empezó a arder en el interior de la joven, una necesidad que él había despertado. Debía haberse asomado a sus ojos, porque él dejó caer la mano y nuevamente la miró desapasionadamente.

—Dejaré que su marido la meta en cintura. —Se alejó de ella—. Pero prestará atención a lo que digo y hará lo que se le manda. Si se siente impulsada a desobedecer, la encerraré en su cuarto.

— ¡Ya no soy una niña!

—Entonces no se comporte como tal. Puede retirarse.

« ¡Puede retirarse! ¡Qué atrevimiento!»

—Me iré, pero sólo porque deseo librarme de su odiosa presencia.

Los ojos de él centellearon.

—Más le valdría ir acostumbrándose a mi odiosa presencia y trabajar diligentemente para mantenerme contento. De lo contrario, las cuatro paredes de su cuarto se parecerán a una prisión.

— ¡No serán más parecidas a una prisión que el matrimonio en el que usted ha decidido atraparme!

—Ya es hora de que crezca usted, señora mía. No puede pasarse la vida campando como un marimacho mal criado; es usted la hija de un conde. Y si sus padres vivieran aún, haría por lo menos tres años que hubiera tenido usted su temporada. A estas alturas muy bien podría estar casada y con un hijo. Piénselo.

Bella recordaba lo suficiente acerca de sus padres como para saber que nunca le hubiesen permitido vagabundear por el campo vestida con pantalones de hombre. Probablemente estaría llevando una vida muy decorosa en el campo, asistiendo a tomar el té, a reuniones elegantes y a bailes locales. Ya hubiera sido acicalada, atormentada y peinada por doncellas y modistas hasta casi enloquecerla.

¿Cómo se las habría arreglado para soportar una vida sin los páramos, las ensenadas, los acantilados?

¿Cómo sobreviviría ahora sin todo eso?

Alzó la vista hacia el rostro de Edward, todavía implacable, y se dio cuenta de que nada de lo que ella dijera le conmovería. El corazón le pesaba. No podía perder Moor's End; no la perdería. Si debía seguirle el juego a Edward, al menos se llevaría algo que fuera de ella. Si tenía que casarse, encontraría un hombre que la dejara regresar a Cornualles y le diera tanta libertad como ella deseara. Un hombre amable. Gentil. Un hombre que fuera el polo opuesto de su tutor.

—Bien —dijo ella—. Con gusto iré a Londres. Pero Alice debe venir conmigo, y también Jaines y Olinda.

Él la estudiaba con una expresión casi triste en los ojos.

—Pueden venir, pero si te ayudaran en cualquier plan poco sensato, los consideraré responsables. ¿Comprendes?

Su advertencia era clara. Sus amigos conocerían su ira si se le oponían. Bella jamás se había sentido tan sola.

—Comprendo.

—Bien. Entonces la veré por la mañana.

Le dio la espalda y caminó rígidamente hacia la ventana para mirar hacia fuera. La lluvia había disminuido hasta convertirse en un hilo de agua, y a través de los cristales ya eran visibles las formas oscuras de los árboles arqueados bajo el peso del agua.

Bella se demoró un instante más mirando la figura solitaria de Edward, temerosa, por primera vez, del futuro y de lo que le tenía reservado.

Obligó a sus pies a moverse. Acababa de abrir la puerta, cuando las palabras de Edward la detuvieron.

—Espero que se quede en su cuarto —dijo sin mirarla—. No vuelva a bajar.

Bella salió sin hacer ruido.

Edward se quedó de pie inmóvil, escuchando el ruido de los pasos de ella perderse en la distancia. Luego dejó caer la cabeza sobre una de sus manos y cerró los ojos, el desprecio que sentía por sí mismo amenazaba con estallar de un momento a otro. Si ella se hubiera quedado un minuto más...

Giró abruptamente, atravesó enojado la habitación y cogió la caja negra de encima de la mesa. Hundiéndose en el sofá, la apoyó en su regazo, mientras le temblaban las manos.

La imagen de los ojos tristes de ella lo acosaría toda la noche. Bella, el nombre iba con ella. Era tan incorregible como habían proclamado las institutrices y no se comportaba en absoluto como la dama que se suponía que era.

Y aún así Edward sentía su pérdida. Deseaba a la ladronzuela enfundada en pantalones que rescataba gatitos y amenazaba a los libertinos con hacerles daño físico. Al demonio con ella por ser la única mujer en el mundo que él no podía tener.

Olvidaría lo que fuera que sentía por ella, desterraría cualquier culpa que lo agobiara porque había aprendido hacía mucho tiempo que una conciencia era un estorbo. Se las había arreglado para pasar la mayor parte de su vida sin acordarse demasiado de la posible bondad del corazón humano, y no quería empezar ahora.

Con manos bañadas de sudor levantó la tapa de la caja. Dentro estaba la panacea para cualquier dolor, una alegría efímera que podía comprarse por apenas un chelín y llevarse despreocupadamente en un bolsillo del chaleco.

Bajó los ojos, clavándolos en un familiar infierno, un infierno en el que había vivido por casi diez años, desde sus primeros días en la India.

Durante los años que siguieron sólo había logrado escapar del tormento por períodos cortos. Pero los fantasmas de su pasado se filtraban a través del muro cuidadosamente construido y arrasaban con su fuerza de voluntad.

Estaba dominado por su adicción al opio.

Hurgó en la caja y cogió la larga punta de metal, haciéndola girar una y otra vez sobre su palma, tratando de luchar contra la necesidad de soltar la aguja y cerrar la tapa de un golpe. Pero había seguido esta rutina muchas veces antes y la ejecutaba de memoria.

Abrió un paquetito y ensartó una de las píldoras en el extremo de la aguja. Estaba demasiado húmeda y habría que secarla. Extrajo una pequeña lamparilla de alcohol y la encendió, produciendo un punto de intenso calor encima de la campana de vidrio templado.

Cuando hubo logrado la consistencia deseada, untó la píldora sobre la base del recipiente. Luego invirtió la lamparilla hasta que la píldora se derritió y vaporizó, y el olor saturó el aire.

Cerró los ojos y rogó por la salvación, pero ésta no llegó. Entonces respiró profundo, inhalando los intensos vapores de la droga a través del tubo principal de la pipa de bambú, odiándose por todo aquello en lo que se había convertido.

—Veo que has dejado entrar al demonio.

A través de la brumosa euforia que se filtraba en su torrente sanguíneo, Edward reconoció la voz.

—Vete de aquí —le dijo a Tahj.

No podía soportar que su amigo le viera en este estado, cuando se quedaba allí de pie, como el centinela de una vida fracasada.

Pero como siempre sucedía, Tahj se quedó.

—Has sufrido una recaída. Ya se revertirá.

— ¡No he sufrido una maldita recaída! —refunfuñó Edward, asiendo con más fuerza el narguile , una parte de él queriendo liberarse mientras otra parte decía nunca—. Esta es mi vida; ¿cuándo vas a empezar a entender eso? —Apretó los dientes y miró fijamente el techo—. Jesús, sólo regresa a la India. Nadie te pidió que me siguieras, en primer lugar.

—Buda me lo pidió. Y yo cumplo la voluntad de Buda.

La droga estaba adormeciendo a Edward, quitándole su habilidad para luchar. Chupó otra vez y esperó. Esperó por la paz. Esperó por una iluminación que nunca vendría.

Recordó todos los meses que había pasado en Limehouse, en el Barrio Chino del East End londinense, tras su regreso de la India
 . Había llegado a internarse una semana entera en un fumadero de opio, rodeado de un nimbo de humo, espeso y sensual que se elevaba y caía como una ola sobre las pequeñas lámparas dispersas para disipar la penumbra.

—Para vivir una vida libre de dolor y sufrimiento, uno debe deshacerse del apego a los bienes terrenales —recitó Tahj. Una cantinela exasperante por resultar tan familiar—. Los hombres deben librarse de la codicia, el odio y la ignorancia. Sólo entonces alcanzarán la paz y la felicidad. Luego Tahj dijo, muy sagazmente—: Has dejado que la muchacha te afecte.

—La única cosa que ella ha afectado es mi humor. Es una mentirosa consumada.

—Has descubierto su engaño.

La categórica afirmación hizo levantar la vista a Edward.

— ¿Tú lo sabías?

Tahj inclinó la cabeza.

—De no haber tenido los ojos tan llenos de lujuria, tú habrías visto la verdad.

Edward apretó los dientes, sabiendo que había estado cegado por el deseo que la muchacha provocaba en él.

— ¿Por qué no me lo dijiste, maldita sea?

—Porque la deseabas, y no me hubieras prestado atención. Aún la deseas —observó, contemplando a Edward con esa mirada omnisciente tan característica.

—Tal vez ella es lo que tú necesitas. 

—Ella es la última cosa que necesito. ¡Dios, es la maldita hermana de George!

—Antes que nada es una mujer. Y tú eres un hombre que necesita de alguien que lo ayude a sanar.

Edward se llevó una mano a la cabeza y se dejó caer deslizándose sobre el brazo del sofá.

—Jesús, estuve a punto de contarle todo.

—Deberías haberlo hecho. Sería una carga menos para tu alma. No puedes continuar culpándote por lo que estaba más allá de tu control.

Edward mecía la cabeza de acá para allá.

—Yo estaba a cargo y no estaba preparado. Soy el único que puede ser considerado responsable.

—Cuéntale lo que sucedió. Habla desde el corazón y confía en que ella te escuchará.

Edward cerró los ojos apretándolos con fuerza.

—No puedo. —Se obligó a dejar el narguile sobre la mesa—. Mañana partimos para Londres. Prepárate para el viaje.

—No deberías regresar aún. Soluciona primero este problema.

—No hay nada que solucionar. Voy a cumplir mis obligaciones hacia la dama y ése será el final de toda esta historia.

— ¿Lo será?

Dios, tenía la esperanza de que lo fuera.

—Ella quedará felizmente en el olvido —afirmó Edward, sabiendo que olvidar a Bella no sería tan sencillo—. Ahora vete de aquí y déjame en paz. Cuando salgas, cierra con llave la maldita puerta.

—La paz que buscas nunca la encontrarás en esa pipa. Necesitas mirar en tu interior.

Luego, haciendo honor al apelativo de fantasma que Edward siempre le había dirigido, se deslizó fuera de la habitación y el susurro de la llave en la cerradura pareció llenar el silencio




































































































































































































































































































































































































































































































































































5 comentarios:

vsotobianchi dijo...

wow jamas me imagine que Edward fuera un adicto, pobre debe de haber sufrido mucho, aaaaaa y ahora obligara a Bella a casarse, esto se pone cada vez mejor, me encanta.

nydia dijo...

dios pobre Bella y el me sorprendio saber que es adicto a las drogas espero lo piense mejor y se arregle con ella....Besos....

joli cullen dijo...

pense que era algo de su familia fotos pero que diablos drogas!!!!!
omg

lorenita dijo...

WOW! me sorprendi con el secreto de Edward!! en serio se iran a Londres? que hara´Bella?? ya quiero leer el sig. cap!

Ligia Rodríguez dijo...

Asi que Ed es adicto! Demasiado para mi!!! Ansio leer el proximo cap!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina