miércoles, 31 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 12


Capítulo 12

El océano se revolvía suavemente agitado mientras Bella miraba por la ventanilla del coche, a punto de iniciar su primer viaje fuera de Cornualles desde que hacía años sus padres la habían dejado a ella y a George al cuidado de la abuela.

La más pura calma se había apoderado del paisaje, en marcado contraste con los nervios que le anudaban el estómago. Ésta bien podía ser la última vez que viera Moor's End y a duras penas podía contener su desesperación. Quería protestar diciendo que no podía irse, que eso no estaba bien. Este era su hogar y nadie la obligaría a abandonarlo; sin embargo, Edward había afrontado la tarea con salvaje aplomo. Ella podría haberle contado acerca de los impuestos que se debían por la propiedad, pero el orgullo y la tozudez se lo habían impedido. Ése era un problema de ella y sería ella quien lo solucionaría... aun si para ello tuviera que casarse. La sola idea le entristecía el corazón y en ese momento odiaba a Edward.

Lo miraba a través de la cortina apenas entreabierta. El sol arrancaba reflejos de su cabello azabache y delineaba su cuerpo mientras de pie hablaba con Alice, quien la noche anterior había estado esperando a Bella en su habitación, llena de ansiedad.

Apenas Bella atravesó el umbral, Alice había corrido hacia ella.

— ¿Te golpeó? —preguntó, examinándola de la cabeza a los pies.

—No, no me golpeó. Ordenó que todos nos marchemos a Londres. Partimos en la mañana.

El rostro de Alice palideció.

—Oh.

—Tú vienes con nosotros —se apresuró a añadir Bella—. Edward te dará toda la protección que necesitas y enfrentarse a él sería una tontería de parte de James.

—No lo sé —dijo Alice en tono vacilante—. No quiero exponeros a peligro alguno.

Bella resopló.

—Como si yo no te hubiera puesto en situaciones precarias casi todos los días cuando éramos niñas. Pero tú siempre te quedaste a mi lado, ¿no es verdad? —Bella le rodeó los hombros en un abrazo—. Superaremos esto juntas. Ten fe. Todo va a estar bien.

Ahora, mientras observaba a una sonriente Alice deslizarse hacia el carruaje, Bella esperaba que su predicción se cumpliera.

—Te ves contenta —dijo Bella mientras le abría la puerta del coche a su amiga, quien subió y sentándose a su lado se arregló las faldas.

—Debo confesar que mi ánimo ha mejorado bastante —respondió Alice, quien lucía más relajada de lo que había estado en mucho tiempo—. El señor Kendall es realmente un hombre maravilloso, aunque sin duda terrible por alejarte de tu hogar —se apresuró a añadir, siempre una amiga.

— ¿Qué hizo? —preguntó Bella.

—Fue a Westcott Manor esta mañana para enfrentarse a James.

Por un momento Bella se quedó sin palabras. Aunque enfrentarse a James era exactamente lo que le cabía hacer a Edward, la aguijoneó una punzada de celos. El había hecho por Alice algo muy caballeroso y Bella se sentía fatal por sus propios sentimientos ante ese gesto. Su amiga necesitaba un protector y Edward había acudido al rescate. Sin duda no era culpa de Alice que los hombres se sintieran atraídos hacia ella como lobos hacia la luz de la luna.

—Como era de esperar, James no estaba allí —prosiguió Alice—. Pobre Harold. —Suspiró, refiriéndose al mayordomo de toda la vida de los Westcott—. Tuvo que soportar la ira de James, quien luego le ordenó que le preparara el equipaje. Mi hermanastro se marchó anoche.

—Cobarde —dijo Bella con expresión de repugnancia—. Sólo es valiente cuando se trata de aterrorizar a mujeres y a ancianos. Aunque Jaines y Olinda, quienes en ese momento supervisaban la carga de las últimas maletas que quedaban en el baúl del coche, se resistirían a ser considerados en otra etapa que no fuera la flor de la vida.

—Me pregunto dónde habrá ido —meditó Alice.

—Con un poco de suerte, al demonio.

En ese momento apareció Edward en la puerta del carruaje.

— ¿Están cómodas, señoras?

Todavía furiosa con él, Bella no contestó. Pero a él no pareció importarle, ya que su pregunta parecía dirigida a Alice.

—Muy cómodas —respondió su amiga, dedicándole una radiante sonrisa, que él devolvió—. ¿Le importaría a alguno de vosotros si yo viajara con Tahj en el pescante por un rato? —Lanzó una mirada en medio de ellos—. Me estaba contando acerca de los seis reinos del ser. Verdaderamente fascinante.

Bella estuvo a punto de rogarle a Alice que se quedara. No quería estar atrapada en el coche con Edward y su presencia molesta, aunque Olinda y Jaines viajarían con ellos, de modo que podría ignorarle a gusto.

—Adelante —dijo Bella—, pero ten cuidado ahí arriba.

—Lo tendré —gorjeó Alice, descendiendo del coche con la ayuda de Edward, quien se ganó como recompensa otra sonrisa.

La expresión caballerosa desapareció de su rostro al volverse hacia Bella.

—Parece que sólo seremos usted y yo.

El pánico brotó en las venas de Bella.

—Olinda y Jaines también viajarán con nosotros, por supuesto.

—Irán en otro vehículo.

Entonces el pánico floreció en todo su esplendor.

— ¿En otro? ¿Pero por qué?

—Creen que los criados deben viajar separados de sus patrones.

—Eso es completamente ridículo.

Ella nunca les había tratado como a criados. « ¿Qué están tramando?»

—Lo mismo les dije yo, pero se mantuvieron inflexibles.

—Hablaré con ellos.

Bella se levantó de su asiento y se encaminó hacia la portezuela, pero Edward estaba en el medio.

—Déjelos. Tenemos que salir ya.

Él entró, obligándola a retroceder hasta volver a sentarse sobre los cojines de terciopelo.

—Pero...

—Esta situación me hace la misma gracia que a usted, pero lo mejor es que nos acostumbremos.

—Sadie...

—Está muy contenta con Jaines.

Dio un golpecito en el techo y el coche dio unos tumbos hacia delante.

Bella abrió la boca, pero la cerró ante la mirada de advertencia que él le lanzó. Bien. Le ignoraría, como tenía planeado. No se preocuparía por Jaines, cuya piel al final del viaje iba a parecer un pergamino después de horas de ser lamido por Sadie. Y tampoco se preocuparía por la pobre Sassy y los gatitos, a los que habían tenido que dejar, aunque Edward había contratado a una mujer recomendada por Olinda para que los cuidara. Pero esto no aquietaba el temor de Bella por sus destinos, ni por el suyo propio. ¿Qué tendría Londres reservado para ella? ¿Realmente volvería con un marido? Era demasiado para ponerse a pensar. Quizás tomara una siesta; sería un viaje largo. De todas maneras, no parecía haber en su compañero de viaje una gran disposición a hablar con ella. ¿Tendría la intención de mirarla enojado durante todo el trayecto hasta Londres?

La joven acababa de arrellanarse en un ángulo, lo cual no parecía evitar que las largas piernas de Edward le rozaran las faldas, cuando vio con el rabillo del ojo un caballo y un jinete.

— ¡Jacob!

Se enderezó de golpe al ver a su última esperanza de salvación. Si tan sólo hubiera aceptado su proposición de matrimonio no estaría en este aprieto. Pero mientras lo pensaba, sabía que nunca podría haberse casado con él por motivos tan egoístas.

Rápidamente Bella se echó hacia delante para abrir la ventanilla, pero Edward la asió de la muñeca.

—Vuelva a sentarse, señorita —gruñó en tono amenazante—. Black no le será de ninguna ayuda.

— ¡Pero debe usted dejarme hablar con él! No sabe dónde me estoy yendo.

—Tanto mejor. No quiero en la puerta de mi casa a un pretendiente enfermo de amor.

Mirando por la ventanilla, Bella vio que Jacob aún cabalgaba hacia ellos, con la confusión reflejada en el rostro, la cual cedió paso al enojo al ver que el coche continuaba su marcha sin detenerse.

—Por favor —dijo ella, pese a que se había prometido no rogar—. Por lo menos déjeme decirle que preste un poco de atención a Jimmy y a su hermana.

—Yo ya me he ocupado de eso.

Su respuesta acalló las protestas de la joven. Él había tenido la previsión de encargarse del bienestar de una familia que sufría, así como también de defender a Alice. Una vez más la sorprendía. Aun así, ella necesitaba hablar con Jacob.

— ¿Pero y si la madre de Jimmy empeora?

—Ella sabe cómo ponerse en contacto conmigo. Relájese, señorita, el muchacho y su familia recibirán los cuidados que necesitan.

Bella le echó una mirada nostálgica a Jacob y luego se dejó caer otra vez sobre los mullidos cojines, con los brazos cruzados sobre el pecho, sintiendo una oleada de impotente furia.

—Ha pensado usted en todo, ¿no es verdad?

—En casi todo.

La joven se obligó a contener las lágrimas que quemaban sus ojos mientras observaba cómo la silueta de Jacob se desdibujaba en la distancia.

— ¿Casi? ¿Y qué detalle puede habérsele pasado?

—Usted —respondió él simplemente, contemplándola de un modo que transformó los latidos del corazón de Bella en lentos ruidos sordos.

— ¿En mí?

—Usted se ha convertido en una pieza rota que impide el avance de mi vida.

Bella dejó escapar un bufido. ¿Por qué había esperado que él dijese algo conciliador?

—Como si usted fuera el Príncipe Azul.

Este último comentario le arrancó una sonrisa que le quitó hosquedad a su mirada e hizo que un anhelo traicionero volviera a la vida en el interior de ella. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente guapo? No era justo, especialmente cuando había resultado ser exactamente el ogro que ella había temido al principio.

—Parece que ninguno de los dos está entre los favoritos del otro. —Él cambió de posición y otra vez le rozó el muslo con la rodilla, provocándole un cálido estremecimiento—. Aunque era usted una encantadora criada —murmuró, con un brillo ardiente en los ojos que en un instante había desaparecido.

—Soy la misma que era ayer.

Pero no lo era. Ayer aún no conocía el contacto de este hombre, ni anhelaba sentirlo de nuevo. Casi deseaba poder volver a ser simplemente Mary en vez de Lady Isabella.

—Es usted totalmente diferente —dijo él—. Y sería sensato no volver a olvidarlo.

Antes de que ella pudiera decirle que estaba equivocado, él cerró los ojos y reclinó la cabeza contra la parte superior del asiento, dejando a Bella la opción de mirarle o de desviar la vista.

Ella eligió mirarlo. Era sencillamente demasiado grande como para hacer cuenta de que no le veía, su masculinidad era demasiado poderosa como para ignorarla. Tenía las pestañas más espesas que ella hubiera visto jamás en un hombre, impactante marco para esos ojos excepcionales con los que ningún simple mortal debería haber sido bendecido.

En reposo, su expresión era juvenil aunque dura, libre de desprecio, sus labios carnosos y suaves provocaban en la joven el deseo de inclinarse y cubrirlos con su boca. Él besaba de un modo exquisito, y qué cosas sabía hacer con la lengua...

—Si está pensando en clavarme una daga en el corazón —dijo él en un tono profundo, abriendo de golpe un ojo y mirándola—, piénselo mejor. Hoy me he preparado para defenderme de usted. Llevo puesto un chaleco de metal debajo de la ropa.

¿Cómo se había dado cuenta de que ella estaba mirándole? Pues no le daría la satisfacción de saber que la había irritado.

Concentró la mirada en el exterior. Era difícil de creer que el invierno se estuviese aproximando tan rápido. También la Navidad, una de las épocas del año que a Bella más le gustaba, llegaría pronto y sería la primera que iba a pasarla sin su familia.

Una punzada de desesperación la atravesó ante la soledad de la imagen. Cómo amaba su abuela la Navidad, decorar la casa con brillantes bolas, invitar a su casa a los vecinos de la aldea a beber sidra caliente. Recuerdos agridulces brotaron y Bella se obligó a pensar sólo en los buenos tiempos mientras el coche traqueteaba bajando hacia Loe Bar por un angosto y empinado sendero. La repentina aparición del mar le levanto el ánimo. Una amplia extensión de bahía se dejaba llevar adentrándose en las aguas oscuras e inmóviles de un lago interior una ancha lengua de arena servía de puente entre ambos.

El efecto del límpido cielo azul y la dorada luz del sol sobre el agua eran deslumbrante. Sobre la franja, que relucía blanca, rompían una tras otra susurrantes olas color cobalto. Del otro lado, el lago de agua dulce besaba suavemente la arena movediza.

Bella casi podía imaginar a Moisés de pie sobre la costa cuando la marea se desbordaba tras una tormenta, enviando el agua por sobre la franja de modo que océano y lago se volvían uno y luego el agua se retiraba abriendo un sendero, como el Mar Rojo cuando las carrozas del faraón se acercaban.

Cuando sus ojos se cerraron lentamente, Bella imaginó que era ella quien estaba de pie en la divisoria y que el temible guerrero que bramaba abalanzándose sobre ella, cubierto con poco más que una franja oscura de tela anudada ajustadamente alrededor de la cintura y serpenteantes tiras enrolladas alrededor de sus musculosos brazos, era Edward preparándose para el combate.


* * *

Del mismo modo que Edward se había dado cuenta cuando Bella le observaba, se dio cuenta ahora de que ella se había dejado llevar por el sueño. La deseaba hoy tanto como ayer. Quizás más.

La había estudiado mientras la joven miraba por la ventanilla, y era como si la expresión melancólica de su hermoso rostro estuviera tironeando incesantemente del corazón de él. Estaba alejándola de todo aquello que le era familiar, y dudaba que ella pudiera perdonarle alguna vez. Podía sumar un error más a toda una vida repleta de ellos.

La joven necesitaba un protector. Qué ironía, en realidad; aquello mismo de lo que George había deseado resguardarla desde ahora viviría con ella bajo el mismo techo.

Pero todo eso cambiaría en Londres. Él se quedaría en Blackthorne Manor y hurgaría en la herida del conde de Redding, en tanto que Bella y el resto de su séquito se alojarían en casa de Lady Dane.

Rosalie no sólo era una mujer respetable, sino que tenía contactos en un mundo del que Edward nunca había sido parte y en el que tampoco sería aceptado jamás.

Él podía haber acumulado grandes riquezas, pero eso nunca le compraría linaje. Eso nunca antes le había molestado... no hasta que hubo descubierto la identidad de una descarada muchacha que golpeaba a la gente en la cabeza. Ahora casi deseaba haber nacido en ese mundo, no haber crecido en las calles o conocido la tragedia de la ignorancia.

Edward apretó los ojos, pero sin poder escapar de los recuerdos: el sonido de los gritos apagados de su madre, rogándole con la mirada que no hiciera nada y prometiéndole callar después, y los alaridos de una mujer cuyo único error había sido amarle cuando el hacerlo la hacía desgraciada.

Él siempre había sido una maldición para las mujeres. Había prometido protegerlas (a su madre, a sus hermanas, a Sanji) y sin embargo les había fallado a todas ellas. ¿En qué había estado pensando para aceptar ser el tutor de una jovencita? Jesús, no podía hacerlo.

Al sentir la leve presión de una mano sobre la mejilla, Edward se incorporó de un salto. Se abalanzó para capturar a alguien, una respuesta nacida de las largas noches que había pasado en el desierto de la India, esperando a un enemigo sin rostro.

Pero el rostro que ahora le miraba fijamente, con ojos dilatados, no era el de un extraño sino el de su pupila, contemplándole con una mezcla de miedo y preocupación.

— ¿Está usted bien? —preguntó ella suavemente.

Edward sabía que debería soltarla, pero aún no quería hacerlo.

— ¿Qué sucedió? —quiso saber él, enderezándose, con la mente nublada.

—Tuve una pesadilla.

Él frunció el ceño. Se había quedado dormido sin darse cuenta. Jesús ¿habría dicho algo? Nunca se había preocupado por eso antes, porque siempre dormía solo, nunca bajaba la guardia. Estaba decayendo.

Dejó caer las manos que aprisionaban los brazos de la muchacha y se pasó los dedos por el pelo.

—Lo siento.

Tenía que escapar de ella antes de revelar todos sus oscuros secretos; cualquiera de ellos haría que le despreciara para siempre.

Miró por la ventanilla y al ver que estaban a una media hora de Londres, su tensión cedió.

— ¿Está seguro de que se siente bien?

La mirada de Edward volvió a penetrar en esos ojos color verde musgo en los que un hombre podría perderse.

—Bien —dijo con más fuerza de la que hubiera querido, haciendo retroceder a la joven hasta su asiento—. Pronto llegaremos —añadió, moderando su tono.

Se daba cuenta del miedo que despertaba en ella lo que la esperaba en una nueva ciudad. Pronto estaría ataviada con vestidos a la moda, asistiendo a fastuosos bailes y los hombres estarían jadeando a sus pies. Ahí es donde estaría él si pudiera, pero no tenía derecho. Ella le había hecho un regalo, permitiéndole conocer en parte su cuerpo voluptuoso, un cuerpo que otro hombre algún día reclamaría como suyo para tocarlo del modo en que lo había tocado Edward, para quemarse en su fuego de un modo en que él no había podido hacerlo.

Ella le lanzó una mirada y luego desvió la vista, mordisqueando la comisura de sus labios mientras se miraba las manos apretadas nerviosamente sobre su regazo.

— ¿Dónde nos alojaremos?

—He hecho arreglos para que os hospedéis en casa de Lady Dane, una buena amiga mía. Rosalie es viuda, aunque no es mucho mayor que usted. Su marido murió en un duelo el año pasado.

—Qué tragedia —murmuró Bella.

Edward soltó un bufido.

—Era un maldito idiota. Dejó sola a una buena mujer.

Bella se preguntó cuáles serían los sentimientos de Edward hacia la tal Rosalie. ¿Podría ser ella la mujer que se había metido bajo su piel y ganado su corazón? ¿Sería quizás su amante?

Se sobresaltó cuando los dedos de Edward le rodearon la barbilla, haciéndole volver la cara hacia él.

—No se preocupe —dijo en un tono suave que casi dio por tierra con su resolución de no llorar—. Todo va a estar bien. Creo que Rosalie y usted van a tener mucho en común.

Bella lo miró a los ojos y vio en ellos una expresión alentadora. Y algo más. Algo que le encogió el corazón. Deseaba desesperadamente que la besara.

Como adivinándole el pensamiento, Edward se inclinó hacia ella envolviéndola con la calidez de su leve perfume. El cabello sedoso le cayó sobre la frente y Bella sintió un fuerte impulso de acomodárselo.

Entonces el coche dio un bandazo al meterse en un bache trayéndoles de vuelta a la realidad de una sacudida y la mirada apasionada desapareció de los ojos de Edward. Aunque este no era el momento de preguntarle nada, en la mente de ella surgían interrogantes que necesitaban respuesta, pero que nunca se habían planteado a causa de la confusión que los había sumido en un torbellino a ambos. Esta podía ser la última oportunidad de la joven para aclarar sus dudas:

— ¿Edward?

Su mirada glacial se deslizó hacia ella.

— ¿Si?

Su tono le aconsejaba pensarlo dos veces antes de proseguir, pero echarse atrás ahora significaba admitir ante él que había logrado intimidarla.

— ¿Podría hablarme usted de George?

El cuerpo de él pareció tensarse bajo la chaqueta azul de buen corte.

— ¿Qué le gustaría saber?

Bella tiró de su falda.

— ¿El tuvo miedo?

—No —respondió él suavemente—. Al menos yo nunca lo noté. Se comportó como un soldado hasta el último instante. Su única preocupación era que la dejaría sola a usted.

Las lágrimas que ella tan valientemente había tratado de contener se derramaron ahora temblando en sus pestañas para luego rodar por sus mejillas.

—George era todavía muy joven cuando perdimos a nuestros padres, pero lo forzaron a crecer de golpe. Fue como si de la noche a la mañana la alegría de su juventud le hubiera abandonado. Se graduó como oficial apenas unas semanas antes de que nuestros padres murieran. Mi padre había sido militar de carrera y quería que George siguiera sus pasos. No creo que él quisiera ir, pero aceptó su deber, como esperaba mi padre. En una de sus cartas me decía que quería que yo estuviera orgullosa de él. Nunca entendió que yo habría estado igual de orgullosa si él se hubiera dedicado a criar ovejas... con tal de que aún estuviera aquí.

Bella cerró los ojos, apretándolos con fuerza, pero las lágrimas se filtraron igual. Oyó a Edward moverse y sintió un pañuelo enjugándole las lágrimas con suavidad.

—Él la adoraba, ¿sabe? —Murmuró, su contacto hizo desear a Bella recostar la mejilla contra su palma—. Creo que la mitad de los hombres de mi compañía querían ser el elegido para hacerse cargo de usted. Todos se pusieron celosos cuando se me otorgó ese honor a mí.

Bella sorbió ruidosamente y abrió los ojos.

— ¿De verdad?

Él asintió con la cabeza.

—Todos los hombres querían ver a la hermanita de George, la angelical Bella. Todos estábamos seguros de que tenía usted pecas de polvo de estrellas y el cielo en la mirada. Estábamos convencidos de que podía redimirnos a todos.

—Pero usted dijo...

—Yo digo muchas cosas cuando estoy enojado. No siempre las digo en serio.

A su manera, él estaba ofreciéndole una disculpa y el corazón de Bella se ablandó un poquito más hacia él.

—Gracias —susurró—. Necesitaba oír eso. —Dejó caer la mirada hacia donde descansaba la mano de él, muy cerca de la suya, tanto que los dedos de ambos se tocaban—. Durante tanto tiempo extrañé tan terriblemente a George que pensé que jamás podría recuperarme de su pérdida. Él era todo lo que me quedaba, y yo... yo estaba tan sola.

—Ya no estará sola nunca más —prometió Edward suavemente.

Sin detenerse a pensarlo, Bella se inclinó hacia delante y apretó sus labios contra los de él. Edward se puso rígido; advirtiendo su error, ella se separó al instante, pero él la cogió de los brazos sin permitirle alejarse. Un feroz gruñido retumbó en su garganta mientras inclinaba su boca sobre la de ella, provocando y mordisqueando hasta que esa boca se abrió para él y pudo deslizar la lengua dentro.

Bella se aferró a él, asiendo con fuerza las solapas de su chaqueta, tironeándole para que se acercara más hasta tenerle prácticamente encima de ella. No le importaba lo libertina que pudiera ser su conducta, ni tampoco que se suponía que una dama no debía besar primero a un caballero. «Impetuosa», susurraba su mente. «Temeraria,» decía más alto aún. Pero ella no prestaba atención alguna mientras el cuerpo de Edward empezaba a apretarla contra el asiento.

Abruptamente, él se detuvo y cerró los ojos; un músculo se movía en su mandíbula. Cuando volvió a abrirlos, el fuego se había apagado. Contempló largamente y con fijeza a la muchacha, la conexión entre ellos era demasiado palpable como para pretender que desapareciera de repente, pero ella percibió el arrepentimiento en sus ojos.

Él volvió a sentarse, con expresión resuelta.

—Ya llegamos —dijo ayudándole a enderezarse. Su contacto era impersonal. Mientras, el coche empezaba a disminuir la velocidad, retumbando al bajar por un camino de guijarros bordeado con la tenue luz de las primeras horas de la noche.

Bella intentó concentrarse en su nuevo entorno más que en lo que acababa de ocurrir. Se repetía que había sido un error y que nunca más volvería a suceder, pero el pensamiento no le servía de consuelo.

— ¿Dónde estamos? —preguntó, fingiendo estar fascinada por las pintorescas casas frente a las cuales pasaban, algunas realmente majestuosas, con setos perfectamente podados y grandes árboles frondosos.

—Mayfair —respondió él, mientras el coche se detenía delante de una hermosa casa de ladrillo rojo con tejado a dos aguas y con una cerca negra de metal que rodeaba un bien cuidado patio.

Bella lo miró.

— ¿Está usted seguro de que no molestaremos a Lady Dane? Quizás le tenga miedo a Sadie.

—Son muy pocas las cosas que asustan a Rosalie —dijo él con familiaridad y calidez, despertando en Bella unos celos que ésta trató de aplastar.

Mientras miraba fijamente esa casa de ciudad, los nervios se apoderaron de ella. ¿Realmente ella había vivido alguna vez en esta ciudad? No tenía recuerdos de esa época, sólo una sensación de estar abrumada y rodeada de tierra, sin salida al mar. Ya extrañaba los amplios espacios abiertos de Cornualles.

— ¿Viene?

Bella parpadeó y se dio cuenta de que Edward ya había bajado del coche y estaba de pie en el camino de entrada a la casa, alargándole una mano y esperando pacientemente.

Vacilante, colocó su palma dentro de la de él. Quedó atrapada por la expresión de sus ojos mientras la ayudaba a bajar, él dejó vagar su mirada sobre ella en una sensual apreciación que le hizo correr un calor por la espalda.

La joven se había puesto para el viaje su mejor vestido, de tul rosa pálido con el dobladillo ribeteado en encaje, canesú alto ribeteado de prímulas y corte sesgado con una fina cinta de satén rosa más oscuro. Un colgante regalo de su abuela pendía sobre el hueco de la base del cuello, convirtiéndose en un prisma para el sol moribundo, cuyos rayos dorados carmesí se desvanecían en un cobre ardiente a medida que se ocultaba en el horizonte.

De pie delante de Edward, Bella comprendió el verdadero significado de sentirse abrumada.

Hasta hoy sólo le había visto vestido con ropa informal. Ahora parecía un aristócrata con su chaqueta gris azulado y sus pantalones color pizarra, debajo una camisa blanca de linón y una corbata de seda blanca alrededor del cuello, acentuando el ángulo de su mandíbula y el matiz oscuro de su tez. Estaban en su territorio, en el mundo que él entendía, y Bella supo en ese momento que las cosas habían cambiado irrevocablemente.


7 comentarios:

lorenita dijo...

me gusto mucho el cap!...ojala Edward deje de atormentarse por el pasado...estoy segura de que la persona que lo ayudaría a curar su corazón es Bella!:)

Ligia Rodríguez dijo...

Buenisimo el capitulo! Me gusto mucho aunque espero que no falte mucho para que estos dos se perdonen todo y esten juntos!

nydia dijo...

me encanto estubo fascinante ,espero que la relacion entre ellos cambie....Besitos...

vsotobianchi dijo...

muy buen capi, me gusto mucho, ya quiero leer el próximo saludos :-)

joli cullen dijo...

omg xd y el la dejara que pasar con este par
gracias

Anónimo dijo...

Me encanta esta historia esta genial

MARISSA dijo...

pobre bella SEPARADA DEL HOGAR Y DE PILON LA QUIERE CASARA VER COMO SE LAS ARREGLA PARA SALIR DE ESTO,NO CREO QUE JACOB SE QUEDE QUIETO CREO QUE VA A IR POR ELLA,T EDWARD SE DEBERIA DE DEJAR DE HACER EL INMUNE A BELLA.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina