martes, 6 de septiembre de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA CAPITULO 15



Capítulo 15

Dos semanas pasaron sin noticias de Edward.

Bella creía que él había entendido que podía contar con ella, sin importar lo que pasara. Pero debería haber recordado que él había levantado las barreras más formidables y no permitiría que nadie las atravesara.

La joven no conseguía recuperarse aún del horror que le habían causado las tragedias que le había confiado. La brutalidad de la vida que él había llevado era algo que ella apenas alcanzaba a comprender. Quería verle, hablar con él, pero sus misivas a Charring House habían sido devueltas.

Unos días atrás ella le había visto en una elegante reunión en casa de Lady Chatterley. Él estaba con Lord Manchester, quien había flirteado descaradamente con Alice, llegando incluso a robarle un beso. Esto había dejado aturdida a la generalmente serena Alice, más aún cuando Ethan, el granuja del hermano de Jasper, tan guapo como éste, había aparecido y comenzado a competir por la atención de la joven. Eso había enfrentado a los hermanos, situación en la cual parecían haber pasado buena parte de sus vidas.

Pese al esfuerzo de Bella por escuchar con atención a su confundida amiga, había estado constantemente mirando a Edward, y al ver que él no se le acercaba había decidido ir hacia él. Pero justo cuando había empezado a atravesar el salón, una mujer se había aproximado a él y él le había sonreído de un modo que había hecho que la joven se detuviera en seco.

La mujer en cuestión era Jane Vulruti.

Bella había oído rumores acerca de que él había empezado a cortejar a Lady Jane, pero no había prestado atención, sabiendo cuánto detestaba Edward al hermano de la dama. Pero aunque conocía a Jane desde hacía poco tiempo, Bella podía ver qué era lo que atraería a un hombre como Edward.

La mujer exudaba una coqueta feminidad, cada uno de sus airosos movimientos parecía parte de una coreografía, sus palabras eran suaves y reflexivas. Una mujer como Jane nunca andaría dando brincos por ahí, vestida con pantalones, ni le dispararía a persona alguna.

Bella lanzó un suspiro y se volvió para enfrentar su imagen en el espejo. Desde el día siguiente al baile les habían llovido las invitaciones y Rosalie parecía inclinada a aceptar todas y cada una de ellas. Bella no se había quejado. Habría hecho lo que fuera por dejar de pensar en Edward.

Sonó un golpe en la puerta.

—Adelante —dijo, dando media vuelta para ver entrar a Alice, cuyas oscuras manchas debajo de los ojos eran lo único que delataba que no había pasado una noche perfecta.

— ¿Lista para irnos? —preguntó.

—Tan lista como puedo estarlo —respondió Bella, alisando la falda de brocado y seda que Rosalie afirmaba sería la envidia de todas las mujeres en la gala de Fordham.

Alice se paró delante de Bella.

— ¿Está todo bien?

—Sí —se apresuró a contestar Bella. No quería cargar con problemas a su amiga, quien aún estaba preocupada por James, aparentemente con razón.

Alice estaba segura de haberle visto una noche, una semana atrás. Y en esos días algo sospechoso había sucedido después de regresar de casa de Lady Chatterley. La ventana del dormitorio de Alice había aparecido rota, pero el incidente fue considerado un accidente causado por las ramas de un árbol de la casa vecina y una fuerte ráfaga de viento. Bella no estaba convencida de esto, y Alice estaba aterrada.

Desde aquella noche se había trasladado a Alice a otra habitación y todo había estado en calma, pero Bella no se sentiría tranquila hasta que no hubiesen encontrado a James. Según las cartas que habían recibido del mayordomo de los Westcott, quien le tenía mucho cariño a Alice, nadie había visto a James o tenido noticias de él desde aquella noche, hacía varias semanas, en que se había escabullido en mitad de la noche.

— ¿Asistirá Lord Manchester a la reunión de esta noche? —inquirió Bella, mientras ambas caminaban por el corredor.

—No lo sé, ni me importa.

Bella se volvió a mirarle al percibir la dureza de su voz.

—Eso no suena prometedor. ¿Ha intentado algo indecoroso?

—El hombre vive para hacer cosas indecorosas.

— ¿Está molestándote? Puedo hablar del tema con Edward. —Si lograba retenerlo unos minutos a su lado para hablarle.

Alice hizo una mueca de disgusto.

—No, no está molestándome, pero realmente hace las cosas más descaradas. Yo debería estar horrorizada, o cuando menos mostrarme distante. Pero él es tan...

— ¿Persuasivo? —sugirió Bella.

— ¡Exacto!

Bella sabía de eso. Sin importar cuán a menudo la aguijoneara su conciencia, parecía ser incapaz de comportarse prudentemente cuando Edward estaba cerca.

—Sospecho que el problema tiene algo que ver con su hermano Ethan —adivinó Bella.

Alice asintió con la cabeza.

— ¡El muy bobo se atreve a pensar que estoy intentando atraer la atención de su hermano! Me llamó coqueta. ¿Puedes creerlo? ¡Yo! Cuando él sonríe a cualquier mujer que pasa delante de sus ojos. —Dejó caer los hombros, agobiada—. No sé por qué me atrae tanto. Sólo está divirtiéndose conmigo. Ni siquiera va a quedarse mucho tiempo más por aquí. Simplemente vino a arreglar algunos asuntos relacionados con el patrimonio de su madre y después regresará a Escocia. Es un auténtico jefe de las Highlands, ¿sabes? Usa kilts y escuché decir a Lady Treadwell —bajó la voz— que los hombres escoceses no llevan ropa interior debajo de esas faldas. No creo que sea verdad. Es decir, imagínate lo que sucedería si se levantara viento. —Frunció el entrecejo y por un momento pareció perder el hilo de sus pensamientos—. Bueno, me imagino que nada de eso importa. Se marchará y ése será el final de la historia.

Para entonces, habían llegado al vestíbulo y Rosalie se volvió para dirigirles una sonrisa.

—¡Pero si ambas lucís impactantes! Los hombres enloquecerán esta noche. —Parándose en el medio de las dos, las rodeó con sus brazos para conducirlas hasta la puerta principal—. Os tengo una sorpresa.

El mayordomo abrió la puerta y de pie allí fuera estaban Edward y Jasper, vestidos de negro, con trajes de gala.


* * *

El viaje en carruaje hasta la casa de los Foldham en Grosvenor Square fue una tortura. Con la presencia de los hombres, el interior del coche pareció encogerse hasta tener el tamaño de una tabaquera. Jasper se sentó junto a Alice, Edward al lado de Bella. Aunque no hablaron más de dos palabras, se vio obligada a sentir la proximidad de su cuerpo, su pierna rozándole el muslo, la fricción constante de su hombro. Sus manos grandes descansaban sobre sus muslos, y parecía inexplicablemente interesado en sus uñas cortas.

La tensión del ambiente era tan densa como la niebla de Cornualles. Bella dejó escapar un suspiro de alivio cuando el carruaje se detuvo delante de la casa de los Fordham, apartada de la calle y ocupando prácticamente toda la manzana. Todas las ventanas resplandecían iluminadas y Bella podía ver la multitud que había dentro. No le entusiasmaba la perspectiva de otra noche de relacionarse y sonreír.

Se sobresaltó al sentir una mano en el codo. Se volvió y vio a Edward contemplándola con expresión inescrutable.

—¿Lista para entrar?

No lo estaba, pero asintió y le permitió ayudarla a apearse del coche. Del brazo de Jasper, Alice ya se había adelantado y ahora estaba de pie en la entrada, mientras el lacayo la ayudaba a quitarse el abrigo. Así que Bella se encontraba a solas con Edward en un incómodo silencio. Él le tomó la mano y la colocó en el hueco de su brazo, su manga suave contra la puntas de los dedos de ella, la carne debajo tan firme como ella recordaba.

Antes de llegar a la puerta, él se detuvo volviéndose hacia ella.

—Lo lamento —dijo.

—¿Qué lamenta?

Bella notó la delgadez de su cara, el pronunciado ángulo de sus facciones, su mirada resignada, un brillo enfermizo en los ojos. Algo le sucedía a Edward y ella no podía ni remediarlo ni hacer que él le contase qué era.

—Es una disculpa general. Le he hecho demasiadas cosas indebidas, comenzando con besarla.

—¿Y lamenta haberme besado?

—¿No debería lamentarlo?

—¿Lo lamenta?

Él la miró mientras una ligera brisa jugueteaba con la cabellera de la joven, el perfume de cera de abeja flotaba a través de la puerta abierta junto a la cual el mayordomo aguardaba la entrada de ambos.

—No —admitió finalmente—. No lo lamento. Pero no puede volver a suceder. Lo que sea que hay entre nosotros es un error.

—¿Por qué?

—Hay demasiadas razones. Nunca fue mi intención que esto sucediera. Espero que lo sepa.

Ella le apretó la manga.

—Por favor, Edward, habla conmigo. Dime lo que te pasa.

Pero el rostro de él adoptó de nuevo una expresión hosca, haciéndole saber a Bella que ya era demasiado tarde. Él la acompañó a subir la escalinata y entraron juntos al vestíbulo brillantemente iluminado, donde las copas de cristal llenas de champaña resplandecían como pequeñas antorchas sobre la miríada de bandejas que surcaban el salón.

Mientras estaban de pie en la cima de las escaleras que llevaban al salón de baile, por un fugaz instante Bella se permitió imaginar cómo sería la vida con Edward.

Se permitió creer que él la amaba.

El sueño se desvaneció cuando él le besó gentilmente la mano y se alejó. La mirada de la joven siguió la silueta que se marchaba hasta que ésta desapareció en el salón de juego.

—Milady.

Alec Vulturi estaba de pie dos escalones por debajo de ella, resplandeciente en azul marino y gris claro, con una rosa en la mano que alargó en dirección a Bella.

—Gracias —murmuró ella, bajando los ojos hacia la rosa mientras el dolor crecía en su corazón.

—¿Me haría el honor de concederme la primera pieza?

Alargó la mano y Bella vaciló antes de tomarla.

El salón de baile era un refulgente diamante, la araña reflejaba un centenar de pequeños puntitos de luz, la puertaventana, abierta de par en par, hacía que el cálido resplandor se derramara sobre el balcón y más allá.

Alec la hizo girar en un vals, envueltos por el suave brillo de las luces como por una vaporosa gasa. En el conde confluían todas las virtudes que una mujer podría desear en un potencial compañero. Era sincero, inteligente, encantador e increíblemente guapo. Pero no era Edward. Nunca la necesitaría como Edward. Y no fue sino hasta ese momento que Bella comprendió cuánto había llegado a importarle su tutor, hasta qué punto ella creía poder ayudarle a dejar atrás su sufrimiento, fuera cual fuera la causa de éste.

Le llevó varios segundos darse cuenta de que la pieza había terminado.

Alec le preguntó:

—¿Le apetece algo de beber?

Ella asintió y se dejó conducir hasta la mesa donde había un gran bol lleno de ponche de champaña con rodajas de naranja flotando encima.

Él le alcanzó un vaso.

—¿Está pasándolo bien?

—Sin duda —respondió Bella, bebiendo un sorbo.

Al otro lado del salón vio de refilón a Alice intercambiando unas palabras con Lord Manchester, luego se alejó de él sólo para que le saliera al paso el hermano del marqués, quien la condujo majestuosamente hasta la pista de baile, jugada que, a juzgar por la mirada furibunda en el rostro de Jasper Whitlock, haría que éste la emprendiera a puñetazos con su hermano.

—¿Prefiere que me vaya? —dijo el conde, atrayendo de golpe la atención de Bella.

—¿Qué? Oh, no. —Le apoyó una mano sobre el brazo—. Lo siento. Últimamente he tenido muchas preocupaciones.

—Lo he notado. ¿Su preocupación tiene algo que ver con Cullen?

El primer impulso de la joven fue negarlo, pero el modo en que la miraba el conde, le impidió hacerlo.

—Quizás tenga algo que ver —confesó.

—¿Es por mi culpa? Sé lo mucho que le desagrado. —Una semisonrisa irónica le elevó una de las comisuras de sus labios—. Creo que «desagrado» es una palabra demasiado suave en este caso. Ha estado empeñado en molestarme desde que volvió a Londres hace un año.

—¿Puede decirme por qué? —Al verle cambiar de posición, incómodo, añadió—. Por favor. Necesito saber.

Tras titubear un momento, él dijo:

—Vayamos a un lugar más privado.

Bella asintió y le siguió fuera del salón de baile.

De pie en un rincón penumbroso, Edward observaba a la pareja que cruzaba el salón, con las cabezas inclinadas y juntas. Hacían una pareja perfecta. Su pupila y Alec Vulturi. Una reacción violenta empezó a abrirse paso en su interior, se sentía como un horno a punto de explotar.

Obligó a su mente a concentrarse de nuevo. Tenía oportunidades de sobra para ejercer su encanto con la hermana de Vulturi. La joven en cuestión estaba cerca de las escaleras con dos matronas y varios admiradores. Una partida perfecta.

Sentía sus ojos sobre él, sabía que debería invitarla a bailar, luego contarle más historias sobre su vida en la infantería, restando importancia a los horrores de la guerra para satisfacer la necesidad de ella de verlo como a un héroe.

Una vez se había imaginado a sí mismo como un héroe que salvaba a su familia de la pobreza y del abuso. Pero, llegado el momento, había jugado la carta equivocada y perdido la mano.

Ése era un patrón que se había repetido a lo largo de toda su vida; siempre estaba perdiendo aquello que era más importante para él.

Nunca podía sacar el as cuando lo necesitaba. Ahora iba a perder a la única persona que significaba algo para él.

Se dijo que únicamente la idea de Vulturi ganando la mano de Bella le producía ira. Le molestaría que cualquier hombre dirigiera su atención hacia ella, pero Vulturi era su enemigo. Un enemigo que él había jurado aplastar.

Sin embargo, nada de lo que había hecho hasta ahora había significado más que una abolladura en la armadura de aquel desgraciado. Hasta ahora. El tipo había mantenido a su hermana cuidadosamente escondida en un internado para señoritas en Suiza, pero no podía mantenerla allí para siempre. Había cumplido la mayoría de edad.

Edward había encontrado el arma que necesitaba.

Pero nada de eso importaba mientras su mirada insistía en volver hacia Bella y Vulturi. Su autocontrol pendía de un hilo, quería partirle la cara a ese hijo de perra.

—¡Como que vivo y respiro! —gritó de repente una voz en tono jovial—. Si es el «Renegado» en persona.

Frunciendo el ceño, Edward se volvió y se encontró con el hermano de Jasper, Ethan, que caminaba sin prisa hacia él. Pese a los cuatro años que los separaban, los dos hermanos eran asombrosamente parecidos en altura, peso y aspecto. Lo sorprendente era que Ethan era hijo ilegítimo, el producto de una infidelidad de su madre. Un hecho que nunca permitía que su medio-hermano olvidara, como si Jasper tuviera alguna culpa de su ilegitimidad.

Ethan albergaba un gran resentimiento porque todo había sido para Jasper (los títulos, tanto el inglés como el escocés, las propiedades y el dinero) mientras que él había quedado relegado a un pequeño estipendio y a vivir de la generosidad de Jasper.

—Hace mucho tiempo que nadie me llama Renegado —le informó Edward con tono cortante, mientras el otro se detenía delante de él, sosteniendo un vaso largo de whisky, ya medio vacío, que inevitablemente llevaría a una pelea o a algún otro despliegue en público para humillar a su hermano.

Ostentando una sonrisa engreída, Ethan respondió:

—Podría ser porque estás en decadencia, viejo. Ya no estás a la altura de tus antiguos trucos, según me enteré. Difícil de creer, considerando que eres uno de los miembros fundadores de Los Buscadores de Placer.

—¿Aún le guardas rencor a Caine porque no permitió que te unieras? —preguntó Edward, la cuenta regresiva en marcha en su mente mientras observaba las maniobras de Vulturi para acercarse a Bella.

—¡Este Caine! —dijo Ethan en tono burlón—. Oí que se ha metido en un buen lío. Es una lástima, aunque no me extraña. Siempre fue un engreído.

—Tú sí que sabes de eso, ¿no es verdad?

—No confundas confianza con engreimiento. —Ethan sonrió con suficiencia mientras se llevaba el vaso a los labios, y engullía un generoso trago—. Por cierto, viejo, las damas de la casa de Madame Fourche te mandan cariños. Oí que hace tiempo que no andas por ahí, que ya no puedes levantarla. ¿Es verdad?

Ante el silencio de Edward, Ethan rió entre dientes y levantó el vaso en señal de saludo.

—Siempre fuiste un desgraciado cara de piedra, Cullen. Supongo que eso es lo que te hace correr con ventaja en los juegos de naipes. —Bebió otro trago de whisky y luego hizo un gesto hacia la multitud—. ¡Vaya, mira quien viene! Mi querido hermano mayor al rescate. ¿Qué lo demoró tanto, Rey Manchester? —se mofó cuando Jasper estuvo lo suficientemente cerca para oírle—. ¿Aún tratando de acorralar a esa dulce potra? Qué desgracia para ti que las damas me prefieran. Ese semblante amenazador no inspira sentimientos amorosos en las mujeres. Podría serte útil recordarlo.

Un músculo se movió en la mandíbula de Jasper.

—Creí que te había dicho que no vinieras por aquí.

—Y yo pensé que te había dicho que iba a hacer lo que me diera la real gana. Puede que esos bobalicones de Escocia te tengan miedo, hermano, pero a mí no me impresionas.

—¿Nunca te cansas de ti mismo?

—Mientras tenga a mi hermano mayor para admirarle, lo tengo todo. Ahora tendréis que disculparme. Veo por allá a Lady Alice y parece necesitar un poco de compañía.

Haciendo una reverencia burlona, Ethan se marchó.

Edward cogió a Jasper del brazo, arrastrándole de vuelta cuando éste arremetió contra su hermano.

—No vale la pena.

—Maldito sea —gruñó Jasper, apretando los dientes—. Es mi hermano, por el amor de Dios.

—Lo sé, pero Ethan está enojado, y tú eres el único sobre quien puede descargar su enojo. No ayudó que vuestro padre apenas le reconociera.

—Tenía una muy buena razón. Mi madre era una perdida infiel.

Lady Manchester había sido conocida por sus escandalosos amoríos, restregándoselos en la cara a su marido, convirtiéndole con el tiempo en un hazmerreír por no haber hecho jamás nada al respecto.

Edward reconoció que en un área de su vida había sido afortunado. Podía no haber tenido todas las ventajas que había tenido Jasper (dinero, un título, una posición garantizada en la vida), pero su madre siempre había sido una bendición.

Él nunca entendería qué había visto su madre en un pescador bruto con poca educación y aún menos futuro. Una vez ella le había contado a Edward que su padre solía ser diferente. Que había sido amable y amoroso, pero que el fracaso constante le había desgastado, y luego el alcohol le había convertido en un hombre completamente distinto. Al casarse, ella había prometido permanecer a su lado, y todos los ruegos de Edward no bastaron para convencerla, aun cuando el marido la golpeaba y el muchacho tenía que quedarse levantado la mitad de la noche curándole otro labio partido y otro ojo morado. Y a veces más que eso.

Recordó aquella vez que le había rogado al médico local que fuera a verla después de una terrible paliza que la había dejado con un brazo roto. Pero el hombre no se aventuraba a salir si no le pagaban por adelantado y Edward no tenía dinero alguno que darle. Se había visto obligado a asistir él mismo a su madre, haciendo un entablillado con pedazos viejos de madera y fijándolo lo mejor que pudo con unos trozos de sábana. El brazo había sanado, pero no había quedado del todo bien.

Durante las siguientes tres semanas ella había dormido en la misma habitación que Edward y sus hermanos. En cuatro ocasiones su padre había ido a buscarla para tener sexo, pero Edward se le había enfrentado. En esa época ya era lo suficientemente grande como para que el desgraciado lo pensara dos veces. Después de eso, el cerdo no había vuelto a ponerle un dedo encima, a menos que Edward no estuviera en casa, entonces regresaba y la encontraba acurrucada en el suelo, llorando.

Ya no recordaba cuántas veces había jurado que hallaría un trabajo estable y cuidaría de su madre y hermanos. Podrían irse, partir hacia otro lugar mejor. Su madre le sonreía y le hacía creer que algún día eso podía ser posible, pero en el fondo ambos sabían que nunca sucedería.

—¿Por qué no vas para allá? —le dijo Jasper, recordándole que él estaba allí.

—¿Qué?

—Dije que vayas y hables con tu pupila. Por si no lo has notado, casi todos los ojos están fijos en ti. Sospecho que se están haciendo apuestas acerca de cuánto tiempo va a pasar hasta que arrojes a Vulturi por la ventana. ¿No fue así como terminó la última vez que vuestros caminos se cruzaron?

—Fue una puerta de vidrio y el cerdo se la buscó.

—Sólo por ser el hijo del Conde de Vulturi, supongo.

—¿Tiene que haber alguna otra razón?

—¿No crees que ya es hora de dar por terminada con esa historia?

Edward miró oblicuamente a su amigo.

—¿Tú lo harías?

Jasper suspiró y reclinó la cabeza contra la pared.

—Probablemente no. —Miró de reojo a Edward—. Entonces, ¿qué vas a hacer?

—Disecarlo parte por parte.

—No con Vulturi, sino con tu pupila. Quieres que se case, pero no creo que haya un solo hombre que se atreva a acercársele contigo lanzando furibundas miradas a quien lo hace. Reconócelo, amigo mío, sientes algo por ella.

Edward se puso tenso.

—Estás malinterpretando mi determinación por asegurarme de que llegue virgen a su lecho matrimonial.

—A menos que ese lecho matrimonial sea el tuyo —replicó su amigo—. ¿Cómo estás tan seguro de que aún es virgen?

—Lo sé.

Jasper arqueó una ceja, con un destello risueño en la mirada.

—¿Lo sabes? Qué interesante. ¿Quieres comentarme acerca del método con el cual obtuviste esa información?

—Vete al infierno.

Jasper rompió a reír a carcajadas, lo cual hizo que varias cabezas (muchas de las cuales eran mujeres que deseaban poder atraer su atención) se volvieran para ver qué tramaba el infame par. Pero ambos ya estaban preocupados por otras mujeres, que a su vez ya estaban con otros hombres. Esto hizo que poco después Jasper soltara unas palabrotas, desviando la atención de Edward, que siguió la mirada de su amigo.

—Maldito cachorro —masculló Jasper.

Ethan se las había arreglado para alejar a Lady Alice de las mujeres con las que había estado conversando y ahora la conducía hacia el balcón, pero no antes de lanzar en dirección a Jasper una mirada triunfante por encima del hombro.

—Ese cabrón está empezando a enojarme de verdad —gruñó Edward mientras se separaba de la pared.

Una mano le sujetó el hombro con firmeza, haciéndole detenerse.

—Esta pelea es mía— dijo Jasper dirigiéndose hacia su presa.

Cuando Edward finalmente volvió a mirar hacia el lugar donde hacía sólo unos minutos habían estado Bella y Vulturi, ninguno de los dos estaba a la vista.


* * *

Mientras seguía a Alec afuera del salón, Bella lanzó una mirada hacia atrás a Edward, pero su iracundo tutor se dirigía en dirección opuesta, con toda su atención concentrada en Alice e Ethan Whitlock.

Alec la condujo hacia un hermoso jardín de invierno, lleno de exuberante vegetación y flores de invernadero, una fuente con una ninfa que retozaba ocupaba el centro del lugar.

Bella se sentó en el borde de la fuente, metiendo perezosamente los dedos en el agua para crear pequeñas ondas.

Christian se paseó algunos segundos delante de ella antes de decidirse a mirarla de frente.

—He mantenido esta información en secreto durante mucho tiempo. No por el bien de Cullen, sino por el de mi padre. Y ahora por el de mi hermana. El escándalo podría muy bien arruinar el nombre de nuestra familia.

Bella se enderezó.

—¿Qué escándalo?

—Él que involucra a su tutor y a mi madre.

Sus palabras hicieron un profundo impacto en Bella, quien levantó la vista para mirarle durante algunos segundos antes de recuperar la voz.

—¿Edward y la madre de usted... tuvieron un romance?

Christian se pasó una mano por el cabello.

—No fue un romance. Fue solamente una noche. Una noche que cambió la vida de todos nosotros. Cullen me culpa por su pérdida. Pues yo le culpo por la mía. Al enterarse de lo que había sucedido, mi padre expulsó a mi madre de casa y la envió a nuestra casa de campo en Hampshire y durante diez años apenas si se me permitió verla. Estuve siempre en internados, uno después de otro. A veces pensaba que mi padre se preguntaba si yo sería su legítimo heredero o un producto de alguno de los numerosos romances de mi madre. —Hundió las manos en los bolsillos—. Había veces en que también yo me lo preguntaba.

Bella no sabía qué decir.

—Lo siento.

Él le lanzó una mirada por encima del hombro.

—Todo esto sucedió hace mucho tiempo.

—Pero el dolor no ha pasado. ¿Su hermana lo sabe?

La expresión de él se endureció.

—No. Jane no tiene idea de lo que sucedió; era demasiado pequeña para entenderlo. Cuando tuvo edad suficiente para sentir la ausencia de una madre, nuestro padre le dijo que mamá sufría una enfermedad mental y que era mejor si no pasaban demasiado tiempo juntas. Jane creció aterrada de heredar la enfermedad mental de nuestra madre. Me llevó mucho tiempo ayudarle a superar ese temor. Y por Dios que no permitiré que Cullen lo arruine. Antes le mato —prometió apretando los dientes.

Alarmada, Bella se levantó y fue a pararse frente a él.

—Comprendo su enojo, pero la violencia no resolverá nada. ¿Cómo se siente su hermana?

—Discute conmigo acerca del asunto. No entiende por qué me niego a aprobar una relación entre ellos. Pero me escuchará.

—¿Y si no lo hace?

—Entonces Cullen sufrirá las consecuencias —dijo en tono profético—. Lo único que él quieres es vengarse de mí. Él sabía que perder Blackthorne apenas afectaba mi patrimonio. —Suspiró y sacudió la cabeza—. Yo tenía la esperanza de que eso le pondría punto final a todo este asunto.

—¿Usted se dejó ganar?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. Cullen es realmente un muy buen jugador de cartas. Eso se lo concedo. Pero yo tampoco soy malo. Ambos estábamos con muchas copas encima y jugando fuerte. —Clavó la vista en el suelo—. Yo sólo quiero olvidarme de este asunto y continuar con mi vida. A veces odio a mi padre por lo que hizo, por todas las vidas que se destruyeron. Pero no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

—¿Qué le sucedió a Edward después de que el padre de usted se enteró de lo que estaba pasando?

Alec miró por la ventana hacia la calle, donde una caravana de carruajes iba y venía.

—Yo no supe la verdad por muchos años. Quizás podría haber hecho algo si hubiera sido mayor, pero mi padre siempre había sido una figura intimidatoria... y yo un cobarde.

Bella le apoyó una mano en el hombro.

—Usted y Edward tienen en común la tendencia a culparse a sí mismos. Hay cosas que no podemos controlar. No importa lo que haya hecho su padre, usted se ha transformado en un hombre maravilloso. Su hermana lo adora.

Él la miró con ojos cálidos.

—También siente mucha simpatía hacia usted. Piensa que usted y yo seríamos una pareja perfecta. —Mirándola a los ojos, dijo con sentimiento—: Y yo he llegado a la conclusión de que ella tiene razón.

Bella advirtió que la conversación había dado un giro inesperado.

—Milord...

—Alec —murmuró él, rodeándole suavemente la cintura con los brazos y atrayéndola hacia sí—. No soy tan malo. Usted misma lo dijo.

Cuando ella abrió la boca para responder, él se inclinó y apretó sus labios contra los de la joven en un suave beso. Levantando la cabeza, dijo:

—Sólo piénselo.

Antes de que Bella pudiera decirle que ya lo había catalogado como un amigo y que otro hombre se había metido en su corazón, se oyó una voz que arrastrando las palabras burlonamente dijo:

—Si cree que porque la ha colocado usted en una situación comprometedora le permitiré casarse con ella, Vulturi, mejor piénselo otra vez.

La mirada de Bella voló hacia la puerta para encontrarse con Edward apoyando un hombro contra la jamba, su pose relajada en clara contraposición con el fuego asesino que ardía en sus ojos.




6 comentarios:

lorenita dijo...

....cada que leo un nuevo cap..me quedo en shock al leer el pasado de Edward..realmente todo ha sido doloroso para él...y la verdad Alec Vulturi no me da buena espina...

joli cullen dijo...

celos malditos celos jajs

V dijo...

Sin duda la historia entro en su mejor momento y edward no podra con los celos, que desgraciadamente lastimaran a Bella.

Anónimo dijo...

hola me encanta esta historia y esta dando un giro bueno con los celos verdad para que vea que se la pueda enamorar que bien me gusta sabes tambien me gustaria que asi le hicieras en apuesta por un amor para que le diera celos pero no con jacob uno diferente como el doctor que salio bueno es un comentario tu ees la escritora y soy tu fan de todos los fics saludos y un abrazo hasta pronto

Ligia Rodríguez dijo...

Y como diria la canción, celos los malditos celos, me encanto el capitulo Annel de mi vida, de verdad, muy bueno!

MARISSA dijo...

bueno por lo visto las cOSAS QUE LE HAN SUSITADO A ESWARD LAS PEORES CONSECUENCIAS EN SU VIDA, HAN SIDO POR NO MANTENER EN CONTROL SU LUJURIA,PUES PARESE QUE NO NLAS AMO, OH SI,

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina