lunes, 5 de septiembre de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA CAPITULO 14




Capítulo 14

A fuerza de voluntad, Edward se las arregló para no acercarse a Bella durante toda la semana anterior al baile.

Quizás era por eso que todas las noches se había quedado levantado hasta tarde, con la mente atormentada por imágenes de Bella en compañía de otro hombre.


Que Dios lo ayudara, la echaba de menos. Ella tenía tanta pasión, tanta alegría de vivir. Demasiadas veces a lo largo de la última semana se había imaginado el rostro animado de la joven cuando jugaba con los gatitos o cuando andaba acompañada de Sadie, que lealmente correteaba a su lado.

O había pensado en la respuesta de ella a su contacto.

Mientras la miraba descender la escalinata llevando un vestido de seda amarillo pálido, con un canesú más recatado que la mayoría, pero que acentuaba la generosidad de sus pechos y la esbelta curva de su cintura, y que podía hacer a un hombre desear rodearla con sus manos y atraerla hacia sí, casi olvidó sus buenas intenciones. Quería esconderla y echársela al hombro, llevarla de regreso a Cornualles y a la aislada ensenada donde habían recogido ostras. Quería que ella fuera otra persona. Bella sin el título y la pompa, sin el hermano que había muerto a causa de Edward.

— ¿Por qué el gesto sombrío, amigo mío?

Volviendo la espalda al objeto de su obsesión, Edward se encontró con su amigo y compañero de Los Buscadores de Placer, Jasper Whitlock, de pie junto a él, cortés e impecable como siempre.

Mirándolo, nadie adivinaría que bajo esas ropas de corte perfecto se escondía un hombre peligroso, lord inglés y hacendado de las Highlands escocesas, mandatario con puño de hierro. «Pagano» era el apodo que le habían puesto a Derek, ganado de muy buena ley.

—Jesús, pero si estás menos feo que de costumbre.

Edward le extendió la mano a su amigo, quien, riendo, le dio una palmada en la espalda que le hubiese partido el espinazo a un hombre menos fuerte. Lo que a Jasper le faltaba en altura, con sólo un metro ochenta y cinco, lo compensaba con su fuerza física. Era una bestia musculosa.

Él y Jasper se conocían desde la época en que Edward había escapado de la India, antes de que hubiera regresado para librar una batalla que nada tenía que ver con los deseos de Inglaterra de aplastar el gobierno indio bajo sus pies. Jasper sabía lo que era la rivalidad entre dos países. Su madre había sido la heredera de una gran propiedad inglesa y su padre el hacendado de uno de los clanes más feroces de las Highlands.

—Si fuera tú, no diría nada, amigo —replicó Jasper de buen humor, inclinando la cabeza hacia una pelirroja menudita y bien formada, que pestañeaba ante él en descarada invitación—. Tu cara se ve como si la hubiesen aporreado demasiadas veces. Quizás uno de estos días alguien te rompa la nariz para que te veas normal de nuevo. Si no tuviese ya otros compromisos para esta noche, me vería tentado a intentarlo.

—Ponte a la cola.

—Veo que sigues cautivando a las masas —dijo Jasper arrastrando las palabras, dirigiendo la atención de Edward hacia las miradas vueltas en dirección a él, la mayoría de hombres a los que había despojado de su dinero en algún momento—. Nunca tuviste tacto.

—No necesitas tacto cuando ganas a los naipes como yo.

Pero la mirada de Jasper, como la de todos los demás, se había desviado hacia la visión de amarillo claro que había llegado a la línea de recepción, donde sus invitados esperaban ansiosamente serle presentados.

Un destello de maldad bailoteaba en los ojos de su amigo cuando miró de nuevo a Edward.

—Tu pupila, supongo.

A Edward no le gustaba la expresión en los ojos de su amigo.

—En persona —farfulló él.

—Y qué persona tan adorable. ¿Es posible que sea tan inocente como parece?

Edward recordaba con exactitud lo inocente que era Bella.

—Sí, y espero que permanezca así.

Jasper ladeó una de sus negras cejas.

—Pareces terriblemente posesivo, muchacho.

Maldita sea, ¿qué le había dado? Su objetivo era hallarle un marido a Bella y Jasper era tan buen partido como podía desearse. Sin embargo, algo en la idea de ver a Bella y a su amigo juntos sacaba de quicio a Edward.

—Nada de eso —respondió él, tomando un sorbo de su bebida—. Pero prometí a su hermano que cuidaría de ella.

Jasper se puso serio.

—Aún no te has perdonado por eso, ¿verdad?

El pecho de Edward se tensó.

—Yo era su comandante.

—Antes que nada eres humano.

Parecía haber perdido su humanidad hacía mucho tiempo. Había días en que olvidaba cómo había sido no sentir esa indiferencia, pero cuando observaba a Bella sonreír a una persona tras otra, su auténtica calidez, su risa contagiosa, deseaba poder hallar el camino de regreso hacia el hombre que podría haber sido.

—Entonces, ¿vas a presentármela? —preguntó Jasper—. ¿O vamos a limitarnos a quedarnos contemplándola el resto de la noche?

—Intenta no babear sobre ella, si es posible —dijo Edward mientras empezaba a cruzar el salón.

Jasper rió.

—Ni se me ocurriría, a menos que quisiera verte muy irritado. Lo cual es tentador, por supuesto, pero mis días de fuerza están llegando a su fin.

—Si tuvieras la suficiente suerte como para asestar un golpe —contraatacó Edward.

Jasper le dio una palmadita en el hombro.

—La suerte no tiene nada que ver en esto, muchacho.



* * *

Por el rabillo del ojo, Bella vislumbró a Edward que se aproximaba acompañado de otro hombre. Había estado preguntándose si él asistiría a su fiesta, ya que no se había interesado por ella en toda la semana.

Aunque Rosalie había hecho honor a su promesa de mantener a Bella y a Alice entretenidas con pruebas de vestidos y té, ella no había podido apartar por completo sus pensamientos de Edward. Parecía que su familia había desaparecido sin dejar rastro. Al menos ella sabía cuál había sido el destino de su propia familia. ¿Cómo sería ir por la vida lleno de preguntas sin respuesta?

Sintió un golpecito en el hombro y se volvió para encontrarse con Alice de pie a su lado, con una cálida sonrisa en el rostro. Su amiga no había querido bajar con ella la escalinata, argumentando que esa noche era Bella quien debía brillar, aunque la fiesta era para ambas.

Bella desearía poder convencer a Alice de que no era una carga, pero cada día que pasaba su amiga parecía recluirse más.

—Te ves irresistible —murmuró Alice, con ojos iluminados por la sinceridad, mientras contemplaba el vestido de Bella, que al principio se había negado a comprar por considerarlo demasiado caro y con un escote demasiado atrevido. Pero Rosalie había insistido, deleitándose en gastar el dinero de Edward.

—El pillo se lo merece —repetía durante los interminables paseos de compras, con un brillo travieso en los ojos mientras recorría las tiendas en busca de más adornos para el guardarropa de Bella, que iba en franco crecimiento.

—Tú estás irresistible —le dijo Bella a su amiga—. Ese color te sienta maravillosamente. —El vestido era de satén color melocotón con volantes de encaje a juego ribeteando el cuello y las mangas que colgaban de los hombros blancos y suaves de su amiga. Alice llevaba su dorada cabellera recogida, con suaves rizos enmarcando su rostro, estilo que acentuaba la gracia de su cuello de cisne.

— ¿Quién es el que está con el señor Cullen? —interrogó Alice, atrayendo nuevamente la atención de Bella hacia los dos hombres que con pasos largos y decididos se encaminaban hacia ellas. Ambos eran más altos que la mayoría de los caballeros presentes e irresistiblemente guapos, y atraían las miradas de todas las invitadas.

Al ver a Edward, Bella nunca hubiera creído que no era un aristócrata de cuna. Su porte exudaba una confiada arrogancia, y la gente se apartaba a su paso casi con deferencia. Además era difícil no notar su presencia, vestido de negro con ropa de gala que se ajustaba a la perfección a su musculatura.

— ¿Milady?

La voz profunda apenas llegó a la joven hasta que un codazo de Rosalie seguido por un movimiento de asentimiento de su cabeza, desviaron la atención de Bella hacia el hombre que estaba de pie ante ella en la línea de recepción.

—Perdone —murmuró ella, mientras su mirada se alzaba hacia un par de impactantes ojos ambarinos.

El hombre le sonreía con calidez.

—No es necesario que se disculpe. Imagino que todo esto es un poco abrumador.

—Sí —confesó ella, devolviéndole la sonrisa—. Realmente me siento un poco como pez fuera del agua.

—Mirándola, nadie lo notaría. —Tomando su mano en la de él, agregó—: Y si no le molesta que se lo diga, yo la he mirado bastante esta noche.

Bella se ruborizó.

—Vaya, que refrescante resulta tanta honestidad...

—Dios mío, qué negligencia la mía —intervino Rosalie, impactante en un vestido rosa oscuro que dejaba sus hombros al descubierto—. Lady Isabella Swan, permítame presentarle a su excelencia, Alec Vulturi, Conde de Vulturi, y a su encantadora hermana, Lady Jane.

Bella no había notado a la joven de pie un poco detrás del conde, una morena menuda que tenía algo de etéreo. El corazón le dio un vuelco al descubrir con quien estaba hablando. Su mirada fue directamente a Edward, cuya expresión era de un enojo feroz.

El conde había seguido su mirada y una expresión de disgusto transformó su rostro.

—Tal parece que su tutor desaprueba la compañía actual.

Edward no disimulaba su enojo y Bella temió que llegaran a las manos. Levantando la vista hacia el conde, se apresuró a preguntar:

— ¿No sería mejor que prosiguiéramos esta conversación en otro momento, milord?

—Aprecio su preocupación por mi bienestar, milady, pero nunca me retiro de una confrontación, que este exaltado claramente tiene ganas de tener. Espero que no piense mal de mí.

—No lo haré, pero no deseo que se desate una pelea.

—Prometo no atacar a su tutor. Lo último que deseo es arruinarle su fiesta, usted podría no perdonármelo nunca. —Llevándose a los labios la mano de ella, le dio un ligero beso en el dorso—. Detestaría perder la oportunidad de conocerla a usted mejor.

—Quítele las manos de encima, Vulturi —se oyó el gruñido de advertencia de Edward.

Enderezándose lentamente, el conde saludó con indiferencia al tutor de la joven.

—Vaya, Cullen. Qué sorpresa más desagradable. Pensé que desdeñaba usted las fiestas.

Los ojos de Edward centellearon peligrosamente.

—No cuando es una fiesta ofrecida para mi pupila, maldito cabrón.

— ¡Edward! —le regañó Rosalie—. El conde es mi invitado. No permitiré que le insultes.

La mirada de fuego de Edward se centró en Lady Dane.

—Sabías que yo no le quería aquí y aun así le invitaste.

—Esta fiesta es para Bella, no para ti.

—Ganó Blackthorne Manor, Cullen—intervino el conde—. Debería estar alardeando, sin embargo aquí está, bufando como un toro enojado. ¿No tiene usted nada mejor que hacer?

—Piénselo dos veces antes de usar conmigo ese tono condescendiente, Vulturi. No tengo ningún problema en machacarle la cabeza contra el suelo.

Sólo la mandíbula apretada del conde revelaba su enojo.

—Le prometí a Lady Isabella que no convertiría su baile en un espectáculo de lucha. Pero si quieres que dirimamos la cuestión fuera, me complacerá darte gusto.

—Bien. —Edward dio un paso, pero el grandote que estaba de pie a su lado le cogió del brazo.

—Piensa, hombre —le dijo secamente—. No es momento ni lugar para eso.

Bella rogaba que Edward escuchara a su amigo. Se le veía crispado y había algo salvaje en los ojos que clavó en su amigo, el cual ni pestañeó.

Transcurrieron unos momentos tensos y luego Edward liberó su brazo de un tirón. Al hacerlo, el reverso de su mano chocó con la barbilla de Bella, a quien el golpe hizo caer hacia atrás, sin llegar al suelo al ser rescatada por los brazos del conde.

— ¡Dios mío, Edward! —exclamó Lady Jane, corriendo hacia Bella—. ¿Qué te ha dado?

Apretándose el labio, donde una gota de sangre le manchó los dedos, Bella levantó la vista a tiempo para ver la mirada afligida de Edward. Aunque el golpe no había sido intencional, conmovía la culpa que reflejaban sus ojos.

Le dio la espalda a Bella, quien instintivamente alargó la mano hacia él, pero él giró sobre sus talones y se abrió paso a empujones entre la concurrencia, para desaparecer por una puerta lateral.

—No se preocupe —dijo su amigo, palabras que la mente de Bella apenas registró—. Él estará bien. A propósito, soy Jasper Whitlock.

—El Marqués de Manchester —se apresuró a completar Rosalie.

Jasper parecía un poco incómodo con el título.

—Desearía que nos hubiéramos conocido en mejores circunstancias —dijo con franqueza.

A Bella le llevó un momento darse cuenta de que le hablaba a ella.

—Sí —dijo distraídamente, volviendo a mirar hacia la puerta por la que había desaparecido Edward.

—Y usted es... —Miró inquisitivamente a Alice.

Haciendo una reverencia, su amiga respondió:

—Lady Alice Brandon, milord.

Él le cogió la mano.

—Un placer —murmuró, rozándole la piel con sus labios, contacto que se prolongó un momento más de lo que permitía el decoro—. Ansío volver a verla. Ahora, sin embargo, debo ir en busca del testarudo de mi amigo.

—Por favor, dígale a Edward que estoy bien —rogó Bella.

—Se lo diré —dijo él gentilmente, con una sonrisa tranquilizadora.

Luego inclinó la cabeza.

—Vulturi —dijo con voz inexpresiva—. Señoras. —Su mirada se demoró audazmente en Alice antes de volver la espalda y seguir el mismo camino que momentos antes había tomado Edward.



* * *



Dando grandes zancadas a ciegas, Edward echó a andar por las calles de Londres, oscuras y desiertas, mientras en su mente revivía la escena en el salón de baile y veía la sangre que un gesto suyo había hecho brotar del labio de Bella. Nunca antes había lastimado a una mujer. El enojo había eclipsado su sentido común. Y en ese breve flash, había reconocido en él mismo a un hombre como su padre y había sentido odio y repugnancia.

También miedo.

Miedo de la ira incontrolable. De los celos que seguramente bullían en su sangre. Su padre había tenido sólo un método para librarse de sus celos.

Y era golpear a su esposa.

Edward cerró los ojos apretándolos con fuerza. Jesús, él no podía dejarse dominar por sus emociones. Se decía a sí mismo que había sido la presencia de Vulturi lo que le había hecho explotar, no el hecho de que el desgraciado hubiera tocado a su Bella.

Se atragantó con una risa amarga. ¿Su Bella? Ella no era de él y jamás lo sería. Y si había que ser honesto, Rosalie había hecho exactamente lo que él le había pedido. Alec Vulturi era considerado un buen partido. Rico, guapo, privilegiado. Nada de lo que Edward había sido jamás.

Oyó el traqueteo de cascos y ruedas que se acercaban, retumbando en dirección a él. El cochero titubeó en ir más despacio al ver a Edward, cuyo aspecto en la oscuridad era amenazante, sin abrigo ni corbata y con la melena alborotada, pero éste le facilitó la decisión poniéndose delante del vehículo.

Los caballos frenaron ruidosamente a tan sólo un metro delante de Edward, mientras el cochero le miraba detenidamente y con recelo desde debajo de una gorra mugrienta.

— ¿A dónde, señor?

—Limehouse —gruñó Edward, metiéndose al coche—. Hay cinco libras extra si puedes llevarme rápido a La Gruta.

Con semejante incentivo, el cochero salió dando bandazos y Edward dejó caer la cabeza contra los cojines, tratando de borrar la imagen de Bella.



* * *

Mucho después de que el baile hubo terminado, Bella aún permanecía despierta e inquieta, mirando por la ventana hacia la calle donde la tenue luz de los faroles creaba extraños dibujos sobre el suelo. Un gato callejero deambulaba por el pasaje delante de la casa, metiendo la nariz entre las grietas en busca de algún roedor desprevenido.

Bella se apartó, rodeándose con los brazos. ¿Dónde estaría Edward ahora? ¿Habría podido encontrarlo Lord Manchester? De haber sido así, ¿le habría dicho que ella no le culpaba por lo que había sucedido?

Cerró los ojos y suspiró. El resto de la velada había transcurrido como un recuerdo borroso de rostros e interminables preguntas, la mayoría de las cuales Bella respondía de memoria. Durante ese tiempo, Alec Vulruti se había quedado cerca de ella. No estaba segura cómo, pero él se las había ingeniado para arrancarle la promesa de que a la mañana siguiente darían juntos un paseo a caballo por el parque. Decidió que a primera hora de la mañana le enviaría una nota para declinar cordialmente la invitación. No podía herir así a Edward.

Los ojos de Bella se abrieron lentamente cuando el sonido de su nombre pareció surgir de la oscuridad, susurrado persistentemente a través de los finos cabellos de su nuca.

Su corazón latía aceleradamente mientras daba media vuelta con lentitud, escudriñando cada rincón, cada lugar en penumbras. «No hay nadie aquí», se regañó.

Luego alguien repitió su nombre, en voz más alta, de un modo más insistente, y entonces se dio cuenta de que la voz venía desde afuera.

Miró hacia la noche apacible, deslizando la mirada por el patio de abajo, donde una silueta emergió desde detrás de un árbol y se quedó de pie iluminada por la luz de la luna.

—Edward —susurró la joven, mirándole ávidamente.

Luego vio la camisa hecha jirones, con un extremo del cuello manchado por algo que parecía sangre.

Bella giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta de su habitación, con la bata flotando detrás de ella mientras iba a la carrera por el corredor tenuemente iluminado hacia la escalera de servicio que conducía al patio.

Salió como una tromba por la puerta, con el aliento raspándole los pulmones y las mejillas escociéndole a causa del aire helado. Luego se detuvo abruptamente. Aunque Edward estaba de pie a no más de seis metros de ella, no podía moverse ni un centímetro más.

Antes de que ella pudiera hablar, él dijo:

—Tenía que verla.

— ¿Qué le sucedió?

Él sacudió la cabeza.

—No lo sé.

Bella finalmente halló las fuerzas para caminar hasta él, sin advertir que la luz de luna hacía su bata casi transparente, delineando su cuerpo y la sombra de sus pezones, así como también el oscuro delta entre sus muslos.

Se detuvo ante Edward y alzó la mano para alisarle el pelo y revisarle la herida, pero él dio un salto hacia atrás, gritándole algo en otro idioma y mirándola fijamente como si no la conociera.

—Déjeme ayudarle —murmuró ella, pensando que la confusión de él estaba relacionada con la herida que tenía en la cabeza.

Alargó la mano para hacer que él diera la vuelta a la cara y examinar el tajo que tenía en la sien, pero Edward le atenazó la muñeca, casi provocándole dolor.

—Vé a casa, Sanji.

Bella se quedó paralizada. Entonces se dio cuenta de que era como si Edward no estuviera allí, y cuando le miró a los ojos vislumbró una expresión glacial, carente de reconocimiento o sentimientos.

—Edward, soy yo, Bella.

—Te dije que no vinieras. ¿No comprendes los riesgos? Si tu familia se enterara de lo que estuviste haciendo...

Bella entendió entonces que él estaba reviviendo un hecho del pasado, y aunque no quería engañarle, algo le decía que era imperativo seguir escuchando lo que diría a continuación.

—Ellos no se enterarán.

Mascullando un juramento, soltó a la joven.

—Ellos me vigilan todo el tiempo. Tú no puedes liberarme. No puedes ayudar. Así que, por el amor de Dios, sólo márchate. —Se alejó de ella y apoyó su antebrazo contra el árbol, con la cabeza gacha.

Respirando profundo, Bella lo rodeó y se quedó de pie donde él pudiera verla, esperando hasta que alzó la mirada hacia ella.

— ¿Qué he hecho tan terrible como para que desees que me marche?

La mandíbula de él se puso rígida.

—Me amaste —dijo él en tono acusador—. ¿No comprendes que yo no puedo corresponder a tu amor? No puedo amar a mujer alguna.

La revelación pareció desgarrarlo, al igual que a Bella. Sanji era una mujer, una mujer que había amado a Edward.

— ¿Por qué no puedes amarme?

—Porque ambos moriremos si lo hago. Y no vale la pena morir por mí.

— ¿Y si yo creo que sí lo vale?

Él alargó las manos con un movimiento tan veloz que Bella apenas alcanzó a pestañear mientras la arrinconaba contra el árbol.

—Me han tenido en estas barracas por cuatro años —gruñó él—. Me matarán antes que dejarme ir. No tengo nada. —Cerró los ojos, con el rostro desfigurado por el dolor—. No quiero más sangre en mis manos.

—Edward —le rogó Bella, con el miedo palpitando en su interior—. Por favor, quiero ayudar.

Él la miró, finalmente viéndola con claridad a través del brillo húmedo que podían haber sido lágrimas. Tomó entre sus manos las mejillas de la joven.

—No dejes que te haga daño, Bella. No quiero hacerlo.

Ella apoyó la palma sobre la mano de él y reclinó la cara contra la tibieza de la piel de él.

—Tú no vas a hacerme daño. No creo que pudieras hacerlo.

—Podría. Lo he hecho.

—No.

—Ellos la desfiguraron —dijo él—. Le hicieron tajos en el rostro.

—Dios mío. —Bella estaba empezando a entender cuan profundas eran sus cicatrices. Había sido esclavo en la India. Una joven mujer se había enamorado de él, y lo había pagado caro—. ¿Quién le hizo daño a ella?

—Su padre y hermanos.

— ¿Porqué?

—Porque los había deshonrado.

— ¿Amándote?

—Tocándome. Siendo vista conmigo. Sólo respirando, yo había profanado su valor como mujer. —Hizo una pausa y añadió en un tono apenas audible—: Y cuando le hice el amor, provoqué su muerte. No fui lo suficientemente fuerte como para alejarla de mí. Jamás he sido lo suficientemente fuerte cuando era realmente importante que lo fuese.

El horror de lo que él había sido forzado a soportar brotó en el interior de Bella.

—Conmigo lo fuiste —murmuró ella, acomodándole el cuello de la camisa con suavidad y viendo un gran hematoma en su hombro. Le habían dado una paliza y no podía recordar dónde. Había algo que estaba terriblemente mal, pero no acertaba a darse cuenta de que podía ser.

—Tengo miedo de ti —dijo él en tono áspero—. Miedo de lo que me harás.

—No te haré nada —prometió ella, mirándole a los ojos—. Nunca fue mi intención herirte con mi mentira.

—Si todo lo que he hecho en mi vida fuera mentira... —Sacudió la cabeza. Luego, sin decir ni una palabra más, se dio la media vuelta, alejándose.

—No te vayas —le llamó Bella, pero obtuvo por toda respuesta el sonido de la puerta de metal al cerrarse.

5 comentarios:

joli cullen dijo...

xf

joli cullen dijo...

q dolor

lorenita dijo...

...pobre Edward...ha sufrido mucho!!! tiene un pasado muy muy triste....:( espero que Bella lo ayude a sanar sus heridas..

Vianey dijo...

Por dios!! Sin duda edward esta marcado por el dolor de un pasado muy triste y por las consecuencias de sus actos. Solo espero que deje que Bella lo ayude y no todo lo contrario pq habra mas de uno interesado en ella o no Vulturi??

Gracias por la actualizacion.

Ligia Rodríguez dijo...

Mierquinaaa cuanto sufrimiento, definitivamente sera muy dificil para los dos ser un "ellos", excelente cap querida Annel

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina