jueves, 6 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 5

Capítulo 5
Edward caminaba de aquí para allá sobre las deterioradas maderas del piso de la taberna oscura la mañana siguiente. Varios clientes roncaban alejando la indulgencia excesiva, mientras el reloj que colgaba torcido sobre el muro marcaba el tiempo con el rítmico taconeo de las botas de Edward. Volvía la mirada una y otra vez hacia las escaleras que daban a las habitaciones superiores, desde donde Bella aún no había aparecido. 
Había tenido una noche agitada, deambulando en los confines de su habitación, atento a cualquier ruido que pudiese provenir del lado de la puerta de Bella. Su seguridad no había sido el único asunto que tenía en mente: la dulzura del beso lo había atormentado.
El creciente deseo que sentía por ella lo había atrapado en una tensión sexual sin salida, y finalmente, se había obligado a sí mismo a ir a la cama hasta que el sol trepase por el horizonte.
Había estado muy seguro de que podría vencer con la mente su atracción por ella hasta la sumisión. No sabía cuan difícil sería.
—¿Un trago para calmar los nervios, milord?
El posadero sostenía una bandeja con una gran jarra de cerveza sobre ella. Edward la tomó y arrojó un manojo de monedas sobre la bandeja.
Con una sonrisa ambiciosa, el propietario contó sus ganancias mientras caminaba pesadamente hacia la cocina para ladrarles órdenes a sus empleados.
Edward bebió un sorbo del brebaje que sabía a mil demonios e hizo una mueca. Orina de oveja. ¿Qué más podía esperar? Nadie hacía la cerveza como los de las Tierras Altas, y su clan producía la mejor de toda Escocia.
Opulentos, oscuros lúpulos eran añejados en gruesos barriles de roble hasta que llegaban a su punto justo de madurez. La gente viajaba largas distancias simplemente para probarla. La cerveza era parte del plan que había implementado para recuperar los fondos del clan, que su padre había reducido en gran medida haciendo la guerra con las familias rivales.
Su padre había sido un buen líder, pero demasiada sangre caliente le había corrido por las venas. Solía agradarle decirle a Edward que nunca sería realmente un gran terrateniente dado su linaje inglés.
Edward había resistido la urgencia de recordarle a su padre que no había sido suya la elección de su origen. Su padre tenía memoria selectiva y prefería creer que Edward había sido concebido por otro medio diferente del usual; y cuando estaba ebrio, iba un paso más allá y acusaba a su mujer de haberle sido infiel.
Edward recordaba cuánto tiempo había pasado en su niñez odiándose a sí mismo y preguntándose cómo dos personas que se desagradaban tanto habían terminado siendo marido y mujer.
Con esfuerzo, retrajo ese recuerdo y giró hacia las escaleras al escuchar pasos que descendían. Una figura emergió de las sombras, pero no era la persona que él había estado esperando.
La espalda de la mujer tenía una leve joroba y el rostro estaba muy avejentado y aparentaba más años de los que tenía. La había contratado en un pueblo cercano esa mañana y le había ofrecido una muy buena cantidad de dinero para asistir a Bella.
—La muchacha bajará en un momento, milord —le dijo respirando con dificultad—. Permítame decirle que la niña es muy adorable. Si solo mis propias hijas fuesen tan bellas, quizás podrían encontrar candidatos adecuados. —Suspiró, resignada a su destino—. Si eso es todo lo que necesita…
—Sí —contestó Edward distraído. La mirada insistía en desviarse hacia las escaleras.
—Pues, que tenga buenos días, entonces. Recuerde a la vieja Martha la próxima vez que estén en el pueblo.
Edward apenas si escuchó una palabra de la mujer ya que unos delicados pasos hacían una lenta progresión por las escaleras. Cada músculo de su cuerpo se tensó, y una agitación inusitada lo poseyó. Desde el día que había conocido a Bella, parecía no poder liberarse del efecto que ella causaba en él.
—Bueno, bueno. Si no es otro que el rey Manchester —dijo una voz tras él arrastrando las palabras.
Las manos de Edward se cerraron en puños a ambos lados del cuerpo al girar sobre sus talones para enfrentar a la persona que le estaba hablando, un hombre que apenas podía tolerar la mayor parte del tiempo, y con quien a menudo había contemplado la idea de cortar toda relación.
Tal tarea habría sido más fácil si el hombre no hubiese sido su hermano, o medio hermano, en realidad. Su padre se había descarriado a menudo, si lo que las historias contaban era cierto, pero ninguna de las mujeres había ofrecido un hijo, excepto una.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Edward, tenso, haciendo el esfuerzo por mantener su ira bajo control. Su hermano tenía la extraña costumbre de aparecerse en las más inoportunas circunstancias. Parecía que el único propósito en la vida de Mike era molestarlo, y lo lograba mucho más de lo que Edward admitiría jamás.
—¿Qué manera de recibir a tu amado hermano es esta? De seguro, estarás encantado de verme, ¿no es así?
Edward se negó a dejarse enrollar. Mike disfrutaba de incitarle hasta que estuviesen a un centímetro de distancia de comenzar a los puñetazos, siempre haciéndolo ver como que había sido Edward quien había perdido los estribos primero, o que Edward sentía envidia por su hermano por lo que Mike consideraba su legítima herencia.
Algunos de su clan eran de hecho comprensivos con Mike. Era un bastardo, no reconocido nunca por su padre; e irónicamente, la única persona con una razón para rechazarle había sido la que se aseguró de que tuviese educación y que recibiese una pequeña porción de la herencia: la madre de Edward.
Lady Elizabeth se había negado a que sintiesen lástima por ella o a mostrarse como el hazmerreír porque su esposo había hecho ostentación de sus pecados. En cambio, había utilizado esas transgresiones, echándoselas en cara en cada oportunidad que se le presentaba. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que criar al hijo que se negaba a reconocer?
Para acrecentar la ironía, Mike era en verdad más merecedor de ser el señor de las tierras que Edward. Mike era el primogénito, bastardo o no. Y la madre de Mike había sido una princesa escocesa, aunque su clan había perdido todo tiempo de prosperidad cuando ella era una niña.
En los quince años posteriores al nacimiento de Mike, el clan de su madre se había convertido en un grupo nómade, principalmente carroñeros, buhoneros y vagabundos. La mayoría de los escoceses pensaban que eran la peste, y a menudo, los trataban como si fuesen lo más bajo de la humanidad.
Cuando Mike llegó para vivir con ellos, Edward había sentido pena por su medio hermano, había querido conocerlo y compartir un lazo con él. Tenían un enemigo común, su padre, quien no los consideraba bueno a ninguno de los dos. Y habían sido ambos títeres en la guerra entre los padres de Edward.
Sin embargo, Mike había elegido mantener distancia, y odiar a su medio hermano con cada fibra de su ser, hasta que Edward no tuvo más remedio que también odiarlo a él en retribución.
—Repito —dijo Edward—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Mike apoyó el hombro sobre un pilar de madera y sonrió con aire burlón.
—Nunca cambias, ¿verdad, hermano? Siempre piensas que el mundo te pertenece a ti y a nadie más. Odio ser el que haga trizas tu castillo de cristal, pero el resto de nosotros tenemos tanto derecho como tú de estar aquí. Por lo que mejor será que te acostumbres.
—El resto del mundo puede quedarse. Tú, en cambio, puedes mandarte a mudar de aquí.
Mike chasqueó la lengua.
—Esa no es una actitud cariñosa. Sabes lo que solía decir nuestra madre: Es mejor dejar la venganza a nuestro Señor. No hagas oídos sordos de ese consejo si sabes lo que es bueno para ti.
Aunque nunca has sido muy bueno en eso, ¿no es verdad?
Edward sintió un nudo familiar que le tensó la quijada.
—¿Nuestra madre? ¿De seguro no te estarás refiriendo a mi madre? Tu madre era una prostituta que eligió abrir las piernas y después abandonarte con mi familia.
La leve tensión sobre los hombros de su medio hermano fue la única evidencia externa de que Edward le había dado en el blanco. Mike siempre había podido controlar mejor sus emociones, y eso, quizás mucho más que ninguna otra cosa, avivaba la ira de Edward al máximo.
—¿Cómo he podido olvidarlo? —respondió Mike con una sonrisa de burla—. Tú y nuestro difunto padre no perdían oportunidad de recordarme mi ilegitimidad. Pero lady Elizabeth, bendito sea su corazón inglés, me amó como no lo pudo hacer mi propia madre. Me tomó bajo su ala y me crió como un pollito, y mírame ahora. Bastante formidable, ¿no lo crees? No soy más el desaliñado pilluelo que puede ser intimado.
—No te engañes. Debajo del acento refinado y las prendas elegantes, aún eres el golfillo flacucho y sucio que fue dejado en el umbral de nuestra puerta. Y nunca has sido intimidado; siempre eras tú el instigador. Atormentabas a los niños de la aldea, les tirabas rocas a los granjeros, les disparabas a las gallinas por pura diversión; y luego, sucedieron esos «accidentes» que tuve, como la caída de mi caballo cuando tenía quince años de edad y me rompí la pierna, o aquella vez que me quedé encerrado en la bóveda. Nadie me encontró por tres días. Podría haber muerto.
—Sin embargo, aquí estás, vivito y coleando, y por desgracia, sigues siendo el mismo.
—No gracias a ti —dijo Edward, energético, sentía los puños latir por apretarlos con tanta fuerza.
—Siempre lo has dicho. Te las has ingeniado para volver a todo el clan en mi contra y tuve que partir hacia América para vivir con la hermana piadosa de lady Elizabeth.
—Ese año sin ti valió la pena todo el sufrimiento.
—Me imagino que has pasado cada momento de vigilia rezando para que mi barco se hundiera.
La vida de Edward habría sido mucho más fácil si Mike se hubiese marchado para no regresar jamás. Sin embargo, por mucho que había odiado a su hermano, nunca le había deseado la muerte.
—¿Por qué hemos de hablar de lo que podría haber sido, hermano? —respondió Edward—.
Por alguna razón, mi madre te ha dejado un estipendio. Eres independiente en materia financiera, ¿por qué, entonces, no utilizas tus alijos para desaparecer en los vastos confines de la civilización?
Quizás puedas explorar el mundo de los pigmeos albinos o viajar a Francia y socializar con los otros traseros pomposos.
Mike se dio golpecitos en la barbilla con el dedo índice.
—Tu sugerencia suena interesante; sin embargo, hay dos cosas que me detienen. La primera es que tu difunta madre amaba más a su propia sangre, o me hubiera dejado las propiedades.
—Van junto con el título —Edward le recordó con frialdad.
—El cual tú has rechazado, para vivir entre escoceses que nunca te aceptarán del todo. Sin importar lo que hagas, nunca serás uno de ellos, a diferencia de mí. Mi sangre es pura. Qué interesante ironía del destino.
Edward se obligó a sí mismo a relajar los puños.
—¿Y la segunda razón que te impide desaparecer? —preguntó Edward.
—Eso debería ser fácilmente reconocible —dijo Mike encogiéndose de hombros—. Vivo para molestarte. En verdad, ¿qué otro placer tengo? ¿Por qué negarme los placeres simples de la vida?
Edward dio un paso en dirección a su hermano, quien imitó el movimiento, hasta que solo centímetros los separaban.
—Te podría excluir del clan de forma permanente.
—Pero no lo harás, porque parecería que no has podido manejarme. Anímate, hermano.
Hay otras maneras de deshacerse de mí. Podrías ponerme una máscara y encerrarme en una mazmorra con grilletes y decirle a la gente que simplemente un día me marché, y que no has vuelto a verme o a saber de mí desde entonces.
—Sin embargo —continuó con una sonrisa de suficiencia—, no creo que puedas vivir con tu conciencia. Ese siempre fue tu problema, ¿no es verdad? Nunca fuiste capaz de permitir que recibiera mi merecido, incluso cuando nuestro padre se enteró de que debía de haber sido yo quien aparentemente casi asesinaba al heredero en la bóveda. No le permitiste que me golpease; tuviste que decir que quizás te habías encerrado allí por accidente, o que el viento podría haber cerrado la puerta.
Mike negó con un movimiento de cabeza y sonrió benévolamente.
—La conciencia es, a las claras, una carga, y me alegra no tener una. Puesto que, sin importar lo que cueste, estoy dispuesto a demostrarle al clan que tú no eres la persona que ellos creen. Mi misión es destronarte, y lo haré, pronto.
Antes de que Edward pudiera arremeter contra su hermano, un grueso brazo apareció entre ellos.
—¿Ustedes dos nunca se cansan de estar atrás de la garganta del otro? —Edward echó a Carlisle una mirada de odio, quien negó con un movimiento de cabeza lleno de reproche antes de dirigir la vista hacia Mike—. ¿Qué sucede contigo, muchacho? ¿Por qué albergas tanta ira y resentimiento hacia la única familia que te queda? No debes vomitar tu veneno sobre él.
—¿Y sobre quién, entonces? —preguntó Mike en un tono salvaje y con el músculo de la quijada en tensión—. ¿Sobre ti?
—No. Mi alma adora la paz, como bien sabes. Pero esta contienda entre tú y tu hermano…
—Medio hermano —interrumpió Edward—. Y tengo mis dudas acerca de eso, teniendo en cuenta quién era su madre.
La mano de Mike salió disparada hacia el cuello de Edward, pero Carlisle lo empujó hacia atrás.
—¡Basta! Dos adultos comportándose como niños. —Carlisle elevó las manos y se quitó del medio de ellos—. Tú —apuntó a Derek con el dedo— tienes alguien que necesita de ti en este momento. La pequeña muchacha no tiene a nadie más que la ayude. Si estás decidido a matarlo, o a que él te mate a ti, pues que así sea. Pero no digas que no te avisé.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Mike.
—Hablando de la pequeña muchacha… —Empujó a Edward para pasar junto a él y caminó hacia las escaleras con largos pasos—. Buenos días, lady Isabella. No puedo expresar todo lo feliz que estoy de volverte a ver.
Edward giró sobre los talones. Dios, se había olvidado de Bella, y MIke le sacó todo el provecho, abalanzándose sobre ella como un tiburón, como hacía cada vez que Edward había estado junto a ella en Londres. En esos momentos, como ahora, cambiaba su actitud petulante y se volvía encantador.
Edward tuvo deseos de causarle daño físico al tiempo que Mike levantó la mano de Bella y dejó un beso sobre el dorso, permaneciendo allí más tiempo del necesario, lo que, por supuesto, era su intención.
—Eres un placer para la vista, mi querida —dijo Mike—. Permítenos verte mejor. —La tomó de la mano y la acompañó hasta el último escalón—. Adorable, como siempre.
—Gracias —murmuró ella. Con la mirada, se encontró con los ojos de Edward. La expresión de preocupación en los ojos de la muchacha confirmaban que había escuchado la contienda con su hermano.
Mike colocó la mano de Bella sobre el hueco del brazo y la escoltó hacia el salón.
—¡Qué maravillosa sorpresa verte! Me entristecí tanto cuando me enteré de tu partida de
Londres. Lady Rosalie no dijo ni pío acerca de tu pronta despedida. —Echó una mirada a Edward y dijo—: Ahora veo el por qué. Sin embargo, —continuó con tono suave—, te he vuelto a encontrar, y no tengo intenciones de perderte de vista esta vez. Seremos compañeros inseparables. Sé que amas cabalgar, y si lo deseas, te permitiré tomar mi caballo, Sabbath. No tengo dudas de que estará muy contento de que estés sobre él. —Se inclinó cerca del oído de Bella y con una voz lo suficientemente fuerte como para que Derek escuchase, dijo—: Sé que yo lo estaría.
La furia consumió a Edward, y le dio un golpe violento a Mike en el pecho con el talón de la mano, empujándolo hacia atrás. Lo apuntó al rostro con el dedo y dijo entre dientes:
—Te mantendrás alejado de ella. ¿Lo comprendes?
Mike se enderezó y se sacudió el polvo del hombro.
—¿Intentas decirme lo que tengo que hacer? Creo que hemos descubierto que haré lo que quiera.
—Una vez que te haya desalojado, veremos entonces qué harás.
—Milord, por favor… —Bella suplicó, no quería causar problemas—. Estoy segura de que no tenía intención de lastimarte. —-La furiosa mirada que le dedicó Edward le advirtió que no debía involucrarse.
Mike sonrió mostrando todos los dientes.
—Has oído a la dama, hermano. Sé amable conmigo. He tenido una vida difícil, ¿o no te has enterado?
—Ya es suficiente, muchacho —dijo Carlisle en tono de advertencia—. Termina con esto de una vez.
—Yo ni siquiera lo he comenzado, tío.
—No me hagas repetir las cosas —dijo Edward con una voz tensa—. No te agradará el resultado.
—Entonces, estás finalmente derramando tu cobardía. Bravo, nunca creí que llegaría el día.
De seguro hay algo detrás de esta sorprendente transformación. ¿Qué podrá ser?
Se inclinó hacia adelante y el aliento cálido de Mike resopló sobre la mejilla de Bella al decir:
—Creo que eres tú, miladi. Parece que has logrado un cambio milagroso en el muchacho.
Al rey Manchester se lo conoce por su corazón de hielo que ni siquiera el sol tropical puede derretir. Pues bien, esto contribuirá a una estadía fascinante. Ahora, si me disculpan, Sabbath está esperando por mí, y me agradaría hacerle saber que quizás tenga una visita. —Con una sonrisa maléfica, Mike inclinó la cabeza hacia Bella—. Que tengas buenos días, mi querida. —Giró y dijo en un tono de burla—: Siempre un gusto, hermano. Y Carlisle, por favor, deja ya de andar rondando. Pareces una mosca latosa.
Mientras Mike se marchaba, Carlisle dijo:
—Si ese muchacho no tuviese la mitad de mi edad, ni el doble de mi tamaño, le patearía la entrepierna. Y fuerte. —Se marchó de la taberna a paso cansino, murmurando algo acerca de ir a controlar los caballos, que tenían las riendas puestas y estaban ansiosos por partir.
Edward vaciló y luego, giró hacia Bella. Bajo la débil luz, se veía muy joven. Le habían cepillado el cabello hasta sacarle brillo; era una masa dorada y brillante que él deseaba acariciar con los dedos.
Solo lo había visto suelto en una oportunidad, cuando irrumpió en su habitación y la descubrió rebotando sobre el baúl de viaje.
Normalmente, tenía la cabellera sujeta en una gruesa trenza que le colgaba por la espalda o enroscada sobre la cabeza y sujeta con peinetas, como estaba esa mañana. Las peinetas eran de un color blanquecino delicado que combinaba con el brillo de la piel y con el color cremoso del vestido de día.
—Te ves cansada —dijo él al notar los oscuros círculos bajo los ojos de ella, que solo les hacían verse más grandes y luminosos—. ¿No has dormido bien?
Ella bajó la mirada.
—El alojamiento estaba bien.
Un momento de silencio descendió entre ellos, luego, Edward dijo:
—Lamento lo que acaba de suceder. Mike puede ser…
Ella lo detuvo al colocar la mano sobre la de él.
—No tienes nada que explicar. Tengo una familia que tampoco siente cariño por mí.
Sin pensarlo, Edward le tomó ambas manos entre las propias y la atrajo para sí. El aroma cálido y dulce que emanaba de la piel le provocó un doloroso deseo de abrazarla.
—No dejaré que nada te suceda.
—Lo sé —murmuró ella—. Pero no puedo evitar sentir temor por ti.
—Déjame a mí preocuparme por mí mismo. Solo concéntrate en relajarte. No puedo decir que encontrarás en el castillo Gray tanto entretenimiento como en Londres, pero haré lo posible.
—Nunca me encariñé demasiado con Londres. Siempre preferí la serenidad de Cornwall, los largos tramos de espacios abiertos y la belleza calma de la costa. ¿Es Escocia así?
—En algunos aspectos. Mi hogar da al océano desde la cima de un acantilado, pero es muy peligroso para que cualquiera lo atraviese, excepto para los que conocen los peligros.
—Como tú.
Él sonrió.
—Sí, he subido y bajado esos acantilados desde que llevaba pantalones cortos. El paisaje puede parecer severo para algunos.
—Pero es tu hogar, y eso lo hace especial.
—No puedo imaginarme viviendo en ningún otro lado.
—Así es como me siento respecto a Cornwall —dijo ella con añoranza.
Edward deseaba tomarla entre sus brazos y decirle que todo iba a ir bien.
—Extrañas tu hogar.
—Por momentos, lo extraño terriblemente. Pasé algunos de los mejores días de mi vida paseando por las playas y explorando las cuevas con Ali.
—¿Lady Alice, quieres decir?
Una sonrisa se filtró en los labios de Bella.
—Nadie la llama lady Alice. Es simplemente Ali. Nos hicimos amigas cuando llegué a Cornwall con mi madre y mi padrastro. Es inteligente, divertida y generosa. No sé cómo habría sido mi vida sin ella.
—La conocí en lo de lady Rosalie. Me pareció… problemática.
Los ojos de Bella brillaron.
—Así es Ali. No sé cómo el señor Withlock se las ingeniará con ella. Ali no está acostumbrada a que le digan qué hacer. Es muy independiente.
Edward rió.
—Lo he percibido. Pero yo no me preocuparía por Jasper. Ha superado batallas con combatientes más feroces. Estoy seguro de que puede ingeniárselas.
—No lo sé. Ali puede ser muy testaruda, pero nunca malvada. Es la persona más dulce y más adorable que he conocido en la vida. Sin dudarlo, arriesgó su vida y su hogar para hospedarme cuando Jasper me amenazó.
—Es una buena amiga.
—La mejor —contestó Bella, mordiéndose el extremo del labio, pensativa.
—Estará bien, Isabella. Conozco a Jasper. Es un buen hombre. Dondequiera que estén ahora, Ali está en manos capaces.
—Lo sé —murmuró ella—. Y debo decir que el señor Withlock tiene una gran fortaleza.
—Definitivamente, sí —remarcó Edward, reprimiendo el deseo de reír. Jasper se habría deleitado si hubiese escuchado la opinión que Bella tenía de él. De todos lo hombres del club de los Buscadores de Placer, Jasper era el más terco. Fortaleza era una manera agradable de decirlo—. Me da la sensación de que admiras bastante a tu amiga.
—¡Claro que sí! Ali siempre ha sido muy fuerte. No había nada que ella no pudiese hacer si se lo proponía.
Distraídamente, Edward le acarició la mejilla con el pulgar.
—Tú también eres muy fuerte, ¿sabes?
Un rubor manchó las mejillas de la muchacha, y Bella bajó la vista a las manos, negando con un movimiento de cabeza.
—Es muy amable de tu parte pero…
Edward la obligó a levantar la vista.
—No digo las cosas solo para ser amable. Mira qué bien has sobrellevado todos los problemas que te ha hecho pasar tu hermano. —Bella se entristeció, y Edward quiso darse una golpiza a sí mismo por hacerle recordar.
—Él nunca se dará por vencido, ¿sabes? Es muy tenaz.
—Eso está bien, porque yo tampoco me rindo.
La manera en que lo miró a los ojos le indicó lo inocente que era ella, y se encontró dando un paso hacia adelante, observando cómo esos hermosos ojos se volvían de un tono verdoso más oscuro, con la necesidad urgente de besarla creciendo más y más en sus entrañas.
El suave aliento le sopló en el cuello cuando ella le murmuró:
—Si no hubieses llegado en ese preciso momento…
Edward se inclinó hacia adelante y apoyó la frente sobre la de ella.
—Pero lo hice, y estoy muy complacido. Quiero que te sientas bienvenida en mi hogar. Lo que es mío es tuyo. —Levantó la cabeza una fracción con la mirada centrada en los labios de Bella. El pensamiento dio paso a la acción y los labios de Derek descendieron sobre ella.
—Dios santo, hombre. —La voz de Carlisle los sacudió, provocando en Edward el deseo de estrujar el cuello de su tío—. ¿Van a estar dando vueltas aquí todo el día? No llegaremos a tiempo para la cena a este paso, y si me veo obligado a perderme otra comida del cocinero, los culparé a ustedes dos.
A pesar de que la interrupción repentina de su tío era el agua fría que necesitaba para detener lo que estaba a punto de hacer, no se sentía aliviado en lo más mínimo. Un instante más, y habría devorado a Bella.
Sin embargo, cuanto ella más confiaba en él, menos podía Edward permitirse la atracción que sentía por ella. Era su protector; y sin embargo, era su peor amenaza. Solo el hecho de llevarla consigo podía dañar la reputación de la muchacha, si alguien se enterase.
Edward la tomó del hombro y la condujo fuera de la taberna. Un aire fresco flotaba en el ambiente, pero el sol de la mañana pronto lo haría desaparecer.
El viaje sería menos confortable, ya que el terreno era severo por partes. Había enviado a Carlisle primero para preparar todo para la llegada de Bella; ella estaría agotada para cuando llegaran a su hogar.
Edward abrió la portezuela del carruaje y ayudo a Bella a entrar. Antes de entrar del todo, la muchacha giró para observarlo.
—Milord, nunca te pregunté si mi arribo a tu hogar te traerá problemas. ¿Habrá alguien que se moleste cuando aparezca allí contigo?
Sin pensar demasiado, a Derek se le podían ocurrir al menos doce nombres. Para algunos, los ingleses siempre serían el enemigo. Pero se encargaría de cualquiera que no la hiciera sentir bienvenida, y no sería agradable.
—No tienes nada de qué preocuparte. Todos te adorarán.
La sonrisa que le iluminó el rostro era la recompensa que él necesitaba; estaba decidido a que todo esté bien para ella.

2 comentarios:

Vianey dijo...

Que odioso es Mike, sin duda traera muchos problemas a edward y estos dos no pueden evitar sentirse atraidos.

nydia dijo...

dios como detesto a ese Mike creo que ese será la piedra en el camino .....Besos nena....

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina