domingo, 9 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 7

Capítulo 7
—Tiene más de quinientos años. Fue construido por mis ancestros sajones —recitó Edward con orgullo, contándole a Bella un poco de la historia de su hogar mientras cabalgaban—. El adarve superior tiene una vista circular completa por lo que los enemigos pueden ser descubiertos tanto si vienen por tierra o por mar. Está totalmente fortificado, con dos puentes levadizos, ocho puestos de centinelas equipados con cañones, seis torrecillas perfectas para encerrar a damiselas en apuros, y un calabozo completamente funcional para alguna tortura esporádica. —Cuando la mirada de Bella  se dirigió rápida hacia él, Edward rió—. Nadie ha sido torturado, al menos desde que me he convertido en el señor de las tierras.
—Eres incorregible.
—Me lo han dicho antes. —Rió ampliamente—. Pero, continuando, la mayoría del pueblo habita dentro de la muralla del castillo. Los vendedores ambulantes ofrecen de todo, desde pescado fresco hasta madera o seda oriental. En definitiva, somos como una ciudad independiente.
—Sorprendente.
—Sí —asintió Edward, observando cómo la luz del atardecer lanzaba prismas rojos y dorados sobre la piedra caliza de los muros del castillo. Un sentimiento familiar de paz le inundó el cuerpo.
Bella lo miró.
—Es realmente hermoso —dijo, apoyando la mano sobre la de él—. Gracias por invitarme aquí.
Sin pensarlo, Edward le acarició la mejilla.
—Ya me has agradecido.
—Lo sé. —Miró hacia abajo, hacia las manos entrelazadas juntas; le provocaba dolor el deseo de saber cómo se sentiría esa mano cubriéndole el seno—. Pero quería volver a hacerlo.
Algo en la conducta de Bella lo inquietó. Tenía algo en mente, pero Edward no podía precisar de qué se trataba. Habría sido todo más fácil si se hubieran conocido en otras circunstancias. Quizás entonces, podría permitirse el creciente deseo que sentía por ella. La presión que ejercía el suave trasero contra su entrepierna era casi insoportable. Deseaba levantarle la falda por detrás y entrar en ella, empujar hasta la empuñadura y permitir que su dulce y ceñido calor lo abrace; sentirla aferrándose a él; el frenesí de ella volviéndolo más y más excitado, bombear más fuerte, balanceándose en su interior hasta sentir el clímax de Bella en todo su alrededor.
Edward apretó los puños y agradeció a los poderes superiores que la larga chaqueta le ocultara la erección.
Solo deseaba que, ahora que estaba en su hogar, pudiese mantenerse alejado de ella. Había enviado a Carlisle delante para instruir al personal que preparase una habitación para ella en el ala oeste. Su propia suite estaba en el ala este. Los guardias residían en el medio. Ni un ratón podía pasar entre ellos, por lo que no había razón para que la habitación de Bella y la de él debieran estar juntas para garantizar su seguridad. Esa disposición solo traería desastres, de todos modos.
Edward dudaba si tendría la fortaleza para contenerse si ella estaba demasiado cerca.
En las presentes circunstancias, apenas si podía quitarle las manos de encima. Se sentía tan bien entre sus brazos. Y la manera en que lo miraba, con completa confianza, era una sensación embriagadora.
No podía decepcionarla. Ya había enviado una brigada de agentes de policía de Bow Street en búsqueda de su hermanastro.
Además, sus compañeros Buscadores de Placer se habían enterado de la situación difícil que Edward estaba atravesando y estaban atentos para encontrar a Westcott. Incluso Jasper, con sus propios problemas, le había enviado una misiva para ofrecerle su apoyo. Edward sabía que su amigo tenía preocupaciones personales que atender. Pero por primera vez desde que se enteró del predicamento de Jasper, sentía que su amigo podría finalmente liberarse, con la ayuda de Alice.
—¡Milord! —gritó una voz.
Edward dirigió la mirada hacia el puente levadizo y vio a Nathaniel corriendo hacia él. El hijo de Caroline tenía casi ocho años y estaba lleno de veneración. El niño nunca había conocido a su padre. A pedido de Caroline, Edward había tomado la tarea de enseñarle esgrima, ya que el niño se estaba volviendo más y más solitario; pasaba las horas con sus palomas en lugar de jugar con los otros pequeños de la aldea.
Edward le había tomado mucho cariño al muchacho; sin embargo, le preocupaba que Nate se estuviese apegando mucho a él. Aun así, el niño necesitaba un hombre que lo guiase. Si Edward hubiese podido sonsacarle a Caroline el nombre, habría encontrado al sinvergüenza que engendró al muchacho.
Nate corrió hasta el caballo, con los ojos llenos de vida y el rostro arrebatado por el esfuerzo. La mata de cabello marrón rojizo era una maraña incontrolable, lo que le daba al niño todo el aspecto de ser un pilluelo. Tomó las riendas del caballo con avidez.
—¡Bienvenido a casa, señor!
Edward se inclinó hacia adelante y alborotó el cabello del muchacho.
—Gracias, Nate. Es bueno estar en casa. ¿Ha ido todo bien por aquí?
—Sí, señor, bien. Todo excepto Janie.
—¿Qué ha hecho esta vez?
—Dejó salir a todas las gallinas del corral, y tuve que perseguirlas a todas. Belinda me picó.
¿Ves?
Levantó la mano para mostrarle a Edward la pequeña marca del picotazo.
—¿Quién es Belinda? —preguntó Bella.
—Belinda es una gallina enorme —explicó Edward—. Ella lleva la voz cantante y tiene un carácter tremendamente explosivo.
—Creía que el gallo llevaba la voz cantante.
—En general, eso es verdad. Pero no conoces a Henry.
—¿Henry? ¿Así se llama el gallo?
EDdard rió ampliamente.
—No fue mi elección, pero le quedó ese nombre.
—Creo que no está bien del coco —dijo Nathaniel, poniendo los ojos bizcos—. Uno de los caballos lo pateó en la cabeza, ¿sabes? Nunca ha vuelto a ser el mismo.
—Quizás un nuevo gallo podría hacer la diferencia —observó Bella.
—Oh, no, señorita —intervino Nathaniel—. No servirá. Las gallinas de aquí no se parecen a ninguna otra.
—Tampoco las mujeres de la aldea —dijo Edward con una sonrisa que mostraba todos los dientes.
—Sí —el muchacho asintió con un pronunciado movimiento de cabeza—. Son todas muy severas, y miran a los hombres con el rostro arrugado, así. —Arrugó las mejillas y Bella rió—.
Los hombres están siempre gruñendo y escondiéndose en el granero de atrás.
—¿Qué hacen en el granero de atrás? —preguntó ella con curiosidad.
Nate se encogió de hombros.
—Juegan a las cartas, la mayoría del tiempo, y se quejan de cosas. Pero, ¿sabes qué? — continuó con un tono conspirador, bajando la voz.
Bella se inclinó hacia adelante y le siguió el juego.
—¿Qué cosa?
—Creo que les agradan las mujeres más de lo que dicen. Los veo abrazándose y besándose cuando nadie los ve. —El niño hizo una mueca, y Bella sonrió.
Edward rió.
—Te vas a ganar una mala reputación, muchacho. A nadie le agrada tener un mirón a su alrededor.
—Yo no miro, señor. Lo hacen a la luz del día. ¡Puaj! ¿Quién quiere besar a una muchacha?
Preferiría besar a una rana.
—Te garantizo que cambiarás de parecer algún día, mi niño. Y te darás cuenta de que querrás besar a muchas damas. Quizás, incluso a una en particular —agregó, capturando la mirada de Bella.
Se aclaró la garganta y giró hacia el niño.
—¿Te encargarías de Gypsy, Nate? Y dile a Liam que le aplique una cataplasma en la pata y la mantenga vendada durante la noche.
—Sí, señor. Enseguida. —Con gentileza, tomó las riendas de Gypsy y, hablándole suavemente, la llevó hacia las caballerizas.
—Es un niño adorable —dijo Bella.
—Sí, es un buen muchacho. Sin embargo, está desesperado por un padre.
—Y quiere que tú seas ese padre, puedo imaginarlo. —No tenía duda de que Edward sería un buen padre.
—Creo que prefiere al propio padre.
—Puedo entenderlo. Mi padre murió cuando tenía seis años, y lo eché de menos. Incluso ahora, lo extraño. Algunos días, me resulta difícil evocar cómo se veía, pero recuerdo que siempre olía a tabaco. —Ella sonrió para sí—. Le encantaba una buena pipa.
—Al menos has llegado a estar con tu padre durante un tiempo.
—Sí. Pero lo que más recuerdo es lo triste que estaba mi madre cuando murió. Me dijo que mi padre había ido al cielo. Le pregunté si podía ir también. Lloró y me abrazó y me dijo que el cielo quedaba muy lejos. Yo no quería que fuera así, quería volver a ver a mi padre. Luego, mi madre conoció a lord Westcott, y un poco de felicidad regresó a sus ojos. Quería eso para ella. Se lo merecía.
—¿Y tú? ¿Eras feliz?
Bella asintió con un movimiento de cabeza.
—El conde era muy bueno conmigo; me trataba como a una hija. Siempre me decía que le hubiese encantado ser bendecido con una niña. Su esposa había muerto poco tiempo después de nacer James. Él estuvo desolado durante muchos años. Pero decía que la luz del sol había vuelto a iluminar su vida cuando conoció a mi madre. Se hacían mutuo bien. Creo que el conde no quería vivir después de morir mi madre. —Bella levantó la mirada hacia Edward—. Opino que una persona puede morir por una pena de amor. ¿No lo crees tú?
Edward nunca había sentido tal desesperación, pero al ver a Bella, supo cómo se sentiría si algo le sucediese a ella.
—Sí, lo creo.
Minotaur caminó lenta y pesadamente hasta las puertas de la caballeriza y Edward se bajó del lomo del animal de un salto. Extendió las manos hacia Bella, y ella se deslizó sobre sus brazos.
—¿Cuándo has dejado de creer que tu padre regresaría? —preguntó él.
Ella miró por sobre el hombro, intentando detener las lágrimas que de repente le inundaron los ojos.
—Cuando James me dijo que él estaba muerto y enterrado y que nadie nunca regresaba de allí.
Maldito sea el bastardo por romperle el corazón a una pequeña niña.
Edward extendió las riendas de Minotaur a Nathaniel y le dio al muchacho una palmada en la espalda.
—Dale una buena fregada.
—Sí, señor.
Bella los observó a los dos irse tranquilamente.
—¿Estará bien Gypsy?
—Gypsy estará bien. Preocupémonos por ti ahora. —Antes de que Bella supiese cuáles eran sus intenciones, Edward la alzó en brazos.
—¿Qué estás haciendo?
—Parece que te llevo en brazos.
—Puedo caminar.
—Piensa en mí como tu caballo de tiro personal.
—Pero…
—Silencio.
Bella cerró la boca ante la mirada que le echó Edward y se resignó a su destino, sabiendo que estaba exactamente donde quería estar. Cuando estaba con él, todo el cuerpo le vibraba con una excitación voluptuosa.
Al cabalgar sobre el regazo de Edward, había notado una hinchazón sospechosa en los pantalones de él, y se preguntaba si ella había sido la causa. Apenas si había resistido la tentación de bajar la mano y tocarle la erección, de desabrocharle los botones y tomarla entre las manos.
Bella se esforzó por focalizar los pensamientos en el momento presente.
—¿Quién es Janie? —preguntó mientras Edward la llevaba a través del patio interior.
—Es la hija del cocinero, y la duendecilla más adorable que he conocido. Tiene siete años y dice que está enamorada de Nathaniel.
—Qué dulce.
—Nate no lo ve así. —Edward rió entre dientes, pensaba en el cambio de opinión que daría el muchacho algún día en relación a las mujeres—. Piensa que Janie es un clavo en las nalgas, como dice él. Ella lo persigue por todos lados y le pestañea con coquetería.
Antes de que Bella pudiese responder, se oyó una voz gritar:
—Ah, hermano. ¿De regreso tan pronto?
La sonrisa desapareció del rostro de Edward al ver a Mike de pie en la entrada principal, reclinado con negligencia sobre el marco.
Mike enfocó la mirada en Bella.
—¿Has cometido el peor error de tu vida, miladi?
Bella lo miró, confundida. Luego cayó en la cuenta de que podría parecer que Edward estaba cargando a su esposa a través del umbral.
—Me lastimé cabalgando. Edward está siendo cortés.
Mike dejó salir una risotada socarrona.
—Pues, sin duda es la primera vez que lo escucho.
—No te importa una pizca qué sucedió —gruñó Edward—. Ahora, quítate del medio antes de que te tire al piso.
Mike chasqueó la lengua.
—Hermano, ¿es esa una manera adecuada de hablar frente a una dama? Además, si no recuerdo mal, en nuestra última pequeña pelea, te dejé el rostro bastante ensangrentado.
—Me golpeaste mientras miraba para otro lado, comadreja. Ahora, hazte a un lado.
Mike se enderezó abruptamente, y Bella temió que los hombres empezaran a darse puñetazos.
—¡Oh! —dijo ella en un gemido, y apoyó la mano sobre el vientre, esperando que la actuación funcionara.
De inmediato, Edward giró hacia ella.
—¿Qué sucede? ¿Te sientes enferma?
—Estoy mareada. ¿Podría recostarme?
—Claro que sí.
Edward salió presuroso pasando junto a Mike. Bella tuvo una rápida vista de la belleza del vestíbulo, con sus altos y abovedados cielos rasos y los magníficos tapices flamencos sobre los muros.
Desde la entrada principal, Mike gritó:
—Bien hecho, miladi. Sin embargo, quizás la próxima vez podrías mecer la cabeza si te sientes mareada. Mi querido hermano está tan enamorado que no lo nota, pero yo te digo:
«Bravo». —Le guiñó un ojo y desapareció por la puerta.
—Cretino —masculló Edward al tiempo que la cargaba por un largo pasillo donde espadas y hachas de armas y viejos escudos maltrechos evidenciaban años más oscuros.
Al final del pasillo, Bella vio una puerta entreabierta. Edward se detuvo frente a ella y la abrió de un empujón con el pie.
Un grito ahogado de sorpresa se escuchó en el rincón de la habitación. Cuando Edward ingresó, Bella vio a una hermosa mujer joven.
Tenía el cabello negro como la medianoche y se derramaba en suaves ondas hasta la mitad de la espalda. Los sedosos mechones estaban sujetos por un simple moño azul que hacía juego con el vestido, que se veía desgastado en algunos lugares pero aun así, le resaltaba la figura.
—Milord —dijo la mujer que sostenía un lienzo en una mano—. No sabía que habías regresado. Bienvenido a casa.
—Gracias, Caroline. Déjame presentarte a lady Isabella, quien se hospedará con nosotros durante un tiempo. Espero que la hagas sentir como en casa.
—Por supuesto, milord. —Sin embargo, cuando la mirada de la mujer se posó sobre ella, Bella sintió que su presencia allí no era de su agrado—. Bienvenida al castillo Gray, miladi — murmuró ella, haciendo una reverencia—. Espero que disfrute su estadía con nosotros.
—Gracias, de seguro lo haré.
Caroline regresó su atención a Edward y dijo:
—Solo estaba aireando la habitación de la señora. ¿Necesitan algo más?
—Un baño —respondió Edward—. Lady Isabella ha tenido un largo viaje. También necesito que Cyril vaya en busca del doctor Latham; nuestra invitada ha sufrido una caída.
Unos ojos color ámbar se posaron en Bella.
—¿Está herida, señora?
—Apenas. —Mirando a Edward, Bella dijo—: No necesito un doctor.
—Dejaré que Latham lo decida. Por ahora, debes ir a la cama. —Bella podía sentir los ojos de Caroline fijos en ella mientras Edward levantaba el edredón y la colocaba bajo él.
—Esto es innecesario —le dijo, incómoda por las atenciones—. Estoy bien ahora. —Su protesta fue desatendida mientras Edward la arropaba.
Él giró hacia Caroline y dijo:
—Quiero que te asegures de que se quede en cama hasta que llegue su baño. —Se dirigió hasta la puerta. En el umbral ordenó—: No te muevas de allí. Volveré a ver cómo estás.
Luego, se fue.



2 comentarios:

V dijo...

Ups Bella va buscando paz y sin duda encontrara todo lo contrario con las "enamoradas" de edward.

MARISSA dijo...

QUE TRISTE QUE BELLA NO PUEDA TENER HIJOS,ME ENCANTA LA HISTORIA GRACIAS POR LAS ADAPTACIONES

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina