domingo, 9 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 8

Capítulo 8
Un silencio ensordecedor se ciñó sobre ellas cuando la puerta se cerró con un chasquido.
Bella se acomodó sobre el montículo de cojines que Edward le había colocado tras la espalda e intentó pensar en algo para decirle al ama de llaves.
Sospechaba que Caroline se encargaba de algo más que simplemente del orden de la casa de Edward; había visto antes esa luz de posesión en los ojos de una mujer. Conocía los signos del amor.
Si Edward tenía un amorío con la mujer, Bella no podía imaginar cómo su presencia haría sentir a Caroline. Intentó encontrar una manera de reconfortarla, pero no estaba segura de si podría. Después de todo, aunque le agradara o no, se sentía atraída a él.
—Sos inglesa —dijo la mujer sin rodeos y Bella no pudo distinguir si era una recriminación o una simple observación.
—Sí, pero considero que Cornwall es mi hogar.
—No hay lugar en esta tierra como Escocia —expuso Caroline con orgullo.
—Comienzo a estar de acuerdo contigo.
Bella no había olvidado su promesa de marcharse esa noche una vez que todos estuvieran acostados. Solo deseaba poder sacarle a Edward una buena ventaja. No era tan estúpida como para pensar que no iría tras ella.
Debería alejarse lo suficiente de los alrededores como para que él abandonase la búsqueda.
No le dejaría ninguna nota explicando las razones de su partida.
Incluso mientras ella estaba allí sentada, James muy bien podía estar acechando los límites del castillo Gray. Edward podía pensar que su fortaleza era segura, pero James era astuto.
Encontraría una grieta en algún lado y se escabulliría dentro sin ser detectado. Edward se estremeció.
—¿Se encuentra mal, señorita?
—No —mintió—. Simplemente estoy ansiosa por levantarme. ¿Me delatarías si lo hago?
Su aliada en la conspiración se mordisqueó el labio.
—Supongo que estará bien. Pero el señor se enfada muchísimo cuando no se obedecen sus órdenes.
Bella sonrió y retiró las mantas.
—No diré nada si tú no lo haces. —Se puso de pie con indecisión, probando el peso de su cuerpo en las piernas. A pesar de que uno de los tobillos estaba un poco hinchado y dolorido, y la espalda le molestaba un tanto, en general, se sentía bien. Dio unos pasos y se detuvo junto a los pilares de la cama para admirar una pintura en el muro.
—¿Quién es?
—Oh, es la madre del señor, lady Elizabeth. Falleció hace unos meses. —El ama de llaves suspiró y negó con la cabeza—. Trágico.
Bella giró hacia ella.
—¿Porqué?
Caroline vaciló, dándose tironcitos de la falda.
—Imagino que no debo decir nada…
Bella sintió curiosidad. No había sido capaz de obtener ninguna información acerca de Edward aparte de lo que él mismo le había contado. La gente parecía saber muy poco de él o de su vida.
—Por favor, dime lo que quieras —incitó Bella a la joven mujer—. Estamos unidas por un voto de silencio, ¿recuerdas? Todo lo que se diga aquí, quedará aquí.
—Sí, estamos unidas. —Ella se acercó, mirando a hurtadillas hacia la puerta. Bella dirigió la vista hacia donde había mirado ella, tanto secreto le parecía muy dramático.
Los chismes parecían abundar en el hogar de Edward. Primero Nathaniel; ahora, Caroline. El castillo Gray parecía ser un refugio de chismorreos. Bella nunca había sido chismosa, pero le urgía saber más acerca de Edward.
¿Quizás preferiría él contarle acerca de su vida y no que se enterase por los sirvientes? Pero mientras que Bella debatía con su conciencia, la oportunidad de detener a Caroline llegó y se fue.
—Pues bien —comenzó la mujer, bajando la voz e inclinándose—, quizás «trágico» no es la palabra que estaba buscando. Triste es mejor. No había dos personas en el mundo que parecieran estar más enamoradas que la madre y el padre del señor, pero eran lo peor el uno para el otro.
—¿Por qué?
—El padre del antiguo señor —el abuelo de Edward— no quería que su hijo contrajese matrimonio con una inglesa. Él había vivido lo suficiente como para recordar la opresión de la reina a los escoceses. Pero el antiguo señor estaba decidido. Quería a la muchacha inglesa de los cabellos rubios con sus formas delicadas y sus elegantes vestidos. Supongo que creyó que llevarla del brazo lo haría verse más aceptable ante los elevados y poderosos tíos ingleses con esas narices apuntando al cielo. Pero nunca lo logró.
Ella negó con un movimiento de cabeza, triste.
—Era una pena ver a la señora tan deprimida por eso. Esos mismos tíos estirados la rechazaban a ella también, luego de que contrajese matrimonio con un modesto escocés, sin importarles que fuese un terrateniente. Un bárbaro siempre era un bárbaro, decían ellos.
Era la palabra que había utilizado Edward, y cuanto más la escuchaba Bella, más desagradable le parecía. Edward era muy refinado, y le resultaba difícil de creer que hubiese gente que considerara que su sangre estaba contaminada. Él se asemejaba más a un caballero que muchos de los ingleses que había conocido en Londres.
Incluso así, quedaba claro que él gozaba de más aceptación que su propio padre. Los tiempos habían cambiado, aunque no tanto como Bella creía.
—Entonces, ¿qué pasó con la relación de los padres de Edward? —preguntó Bella.
Caroline suspiró.
—No fue una sorpresa cuando todo flaqueó y eventualmente se desplomó. No ayudó el hecho de que el señor Mike se apareciera en la puerta, diciendo que era el hijo bastardo del antiguo señor, y que hubiese algunos que lo afirmaran. Fue la gota que rebasó el vaso de lady Elizabeth. Si me pregunta a mí, yo nunca estuve muy segura. Al padre del señor se le iban los ojos tras las mujeres, pero parecía amar a su esposa. Al menos hasta que ella lo dejó para regresar a Inglaterra. ¡Su orgullo quedó destruido! —continuó Caroline con dramatismo—. Se juró a sí mismo que nunca iría tras ella, y nunca lo hizo. Pero no fue el mismo desde que ella se marchó.
Era extraño… Hubo muchos silencios entre el antiguo señor y su dama; sin embargo, cuando ella se fue, el silencio era… —arrugó el entrecejo, buscando la palabra adecuada.
—¿Ensordecedor? —completó Bella, quien entendía la profundidad del silencio después de la muerte de su madre.
Caroline asintió con un movimiento de cabeza.
—Sí. Nunca he visto nada parecido. Pobre Edward. —Un rubor encendió por las mejillas de la mujer al tiempo que echó una mirada rápida hacia Bella y se apresuró a corregir—: Quiero decir, pobre señor. Sufrió lo peor de la amarga disposición del conde. El hombre miraba a su hijo como si fuese el culpable de todo. Frente al muchacho, trataba mucho mejor al señor Mike, a pesar de odiar al niño con pasión. Era lo peor. Uno era el verdadero heredero y el otro, era un bastardo, pero los roles parecían estar invertidos. ¿Entiende lo que quiero decirle?
—Sí —murmuró Bella—. Lo entiendo. —Podía verlo tan claramente, y comprendía
mejor las profundidades de la ira y el rencor entre los hermanos.
—Pues bien, es por eso que lord Edward nunca contraerá matrimonio con una inglesa.
Muchos malos recuerdos asociados con el fatídico matrimonio de su padre.
A Bella le tomó un momento digerir tal revelación del ama de llaves. Notó la mirada calculadora en los ojos de la mujer, como si todo lo que le acababa de comunicar tuviera por intención decirle a Bella que Edward nunca estaría interesado en ella debido a sus raíces inglesas.
—Ya veo —dijo Bella, pensativa.
—Yo también —entonó una voz profunda, lo que obligó a Bella a girar sobre los talones para encontrar a Edward en el umbral de la puerta; Carlisle estaba unos pasos más atrás con uno de sus baúles. Edward ingresó en la habitación. Nunca dejó de tener contacto visual con ella al decir—: Espero que este pequeño tâte à tête haya sido edificante para ambas.
Bella se sentía avergonzada; no era correcto hablar sobre él bajo su propio techo. Él levantó una mano para detener la disculpa.
—Encárgate de tus tareas, Caroline —dijo de manera brusca, arrugando el entrecejo mientras ella pasaba junto a él para salir presurosa hacia el pasillo. Regresó la atención a Bella y dijo: —¿Dónde colocamos tus baúles?
Bella indicó el rincón más alejado.
—Allí está bien. Gracias.
Carlisle ingresó con un baúl; Nathaniel arrastrando el otro. El niño la miró con preocupación en los ojos marrones; era evidente que creía que ella estaba en graves problemas.
Carlisle negó con un movimiento de cabeza pero se marchó de la habitación sin pronunciar una sola palabra. Nathaniel permaneció allí, con obvia renuencia a partir.
—¿Debo ir en busca de algo más para la dama, señor? —le preguntó a Edward, quien aún mantenía la penetrante mirada clavada en ella.
—No. Eso será todo.
—Pero, ¿y el baño de la señora?
Como si hubiera estado esperando el momento indicado, la tina de cobre llegó, seguida de varios sirvientes que cargaban cubetas de humeante agua caliente, y otros más con cubos de agua fría; hasta que la tina estuvo llena hasta el borde y se veía muy tentadora. Lo único que Bella quería era darse un baño de inmersión durante una hora; las piernas comenzaban a dolerle.
Sin embargo, no creía que le darían mucho tiempo para disfrutar del baño; parecía que recibiría un sermón.
—¿Quizás a la señora le agradaría un poco de comida? —insistió Nathaniel, mirando a Edward esperanzado.
—Nada le sucederá a lady Isabella, muchacho; no tienes por qué preocuparte.
—No me preocupo, señor —se apresuró a decir Nathaniel, rechazando la posibilidad de que no estaba absolutamente seguro de las intenciones de su héroe—. Sé que nunca lastimarías ni a una mosca y que solo le agrada verse malo cuando en realidad no lo es.
Edward enarcó una ceja.
—¿No lo soy?
Bella vio una mínima sonrisa cuando Edward cruzó los brazos sobre el pecho. Un pecho bastante imponente, como había notado demasiado a menudo para su tranquilidad mental.
—No —respondió Nathaniel—. Solo le agrada refunfuñar mucho.
Bella se llevó la mano a la boca para cubrir la risa.
—Nunca lastimarías a nadie, a menos que deba hacerlo. Pero nunca herirías a una dama, especialmente a una tan bella como la señorita. —El muchacho se dirigió a Bella—: El piensa que sos bella, señorita. La mira gracioso, de la misma manera que Janie me mira a mí. —Hizo una mueca al recordar a su no deseada enamorada.
—Eres un hombre bueno, Nathaniel —le dijo Bella—. Un día harás muy feliz a una afortunada muchacha.
Él ladeó la cabeza, confuso.
—¿Cómo voy a hacerla feliz?
—No importa —contestó Edward, tomando al niño de los delgados hombros y girándolo hacia la puerta—. Ahora, vete. Has dicho más que suficiente por un día.
—Pues bien, me iré. Pero si me necesita, señorita, estaré en las caballerizas. —Comenzó a caminar hacia la puerta y luego, dio medio giro—. Solo pensé que la señorita debería saber que vos no mordés, eso es todo. Se ve preocupada y no creo que esté bien, ya que está herida y todo.
¿Cree que está bien eso, señor?
—Comprendido —concedió Edward—. La dama será mimada hasta que se encuentre bien.
¿Te deja eso más tranquilo?
Nathaniel sonrió.
—Sí, señor. —Dirigió la mirada hacia Bella y dijo—: Adiós, señorita. Estará bien ahora.
El señor siempre mantiene su palabra. —Habiendo hecho tal declaración, se fue dando saltitos; y Bella se quedó sola con Edward.
Él extendió el brazo hacia atrás y cerró la puerta, lo que provocó en Bella una conciencia mucho mayor del dolor expansivo en su interior que cobraba vida cada vez que estaba con Edward.
La mente le zumbaba con fantasías secretas; imaginaba a Edward llevándola a la cama, quitándole las prendas y humedeciéndole la piel con los labios y la lengua, llevándola hasta el borde antes de deslizarse y entrar en ella sin decirle palabra.
—Creo que el joven Nathaniel está enamorado de ti —dijo Edward, trayéndola al presente al tiempo que dio unos pasos sin prisa hacia la tina, donde el vapor humeaba en el aire.
Bella luchó por recobrar el aliento.
—Es un niño dulce.
Edward asintió con un movimiento de cabeza, rozando la superficie del agua con la punta de los dedos, lo que hizo a Rosalyn desear que fuese su propia piel lo que él tocaba.
—Sí que produces un efecto en los hombres de todas las edades.
—No lo había notado.
—No lo habías notado, ¿verdad? —Lentamente, caminó hacia ella, con un ritmo sensual en cada paso; Bella se sentía atrapada al tiempo que él se detuvo frente a ella—. Si quieres saber algo acerca de mí, lo único que tienes que hacer es preguntármelo. Si creo que es algo que debes saber, entonces, te daré mi mejor respuesta.
La cercanía era inquietante y Bella intentó respirar para aplacar el pulso palpitante.
—No estaba curioseando. Solo que advertí la pintura. —La señaló, necesitaba desviar el tema de conversación—. Tu madre era muy hermosa.
Edward observó el retrato.
—Sí; ella estaba orgullosa de su apariencia. Recuerdo cuando posó para el artista. Mi padre acababa de obsequiarle ese collar.
Bella había notado la magnífica gargantilla de esmeraldas y diamantes que colgaba en el hueco del cuello de la madre.
—Es hermoso.
—Una reliquia familiar. Mi madre insistía en ser enterrada con él. Era más un símbolo de triunfo que una preciada joya. Fue la última ofrenda de paz que mi padre intentó con mi madre.
Lamentablemente, fue un poco tiempo antes de que Mike llegase. Esa es una sórdida historia completamente diferente, aunque sospecho que ya habrás escuchado bastante sobre eso.
—He escuchado un poco de esa historia, pero preferiría oírla de ti.
Distraído, corrió un mechón de cabello del hombro de Bella.
—Es, mi querida, es un relato largo y aburrido. Mejor será que lo dejemos para la tercera edad. Ahora, se enfría tu baño. ¿Necesitas ayuda para desvestirte?
Era la segunda vez que le preguntaba lo mismo, y si había una tercera, ella cedería ante la tentación, sin duda.
—No; estoy segura de que puedo ingeniármelas sola.
—Supongo que los botones de la espalda se abrirán solos ante tus órdenes, ¿no es verdad?
Bella había pensado que podría desabrochar algunos y luego quitarse el vestido por sobre la cabeza. Aunque habría preferido la ayuda de Edward, sentirle tan cerca con los dedos rozándole la piel sería más de lo que podría soportar.
—Quizás puedas enviarme una sirvienta.
—Seguro —contestó él—. Pero estoy yo aquí y ahora y tengo dos manos. Te darás cuenta que aquí no nos regimos por las formalidades. Entonces, si confías en que solo desabrocharé algunos botones con la promesa de que no albergo segundas intenciones, estaré más que dispuesto a ayudar.
Bella sabía cuándo estaba acorralada. Si decía que no, iba a parecer que no confiaba en él, cuando era en ella misma en quien no confiaba.
—Agradeceré tu asistencia.
Bella cerró los ojos mientras Edward distraídamente desabrochaba un botón tras otro; un temblor le recorría el cuerpo cuando los dedos de él le rozaban suavemente la piel; cada susurro de caricia se sentía hecho a propósito en lugar de accidental.
Casi no notó cuando las mangas del vestido se deslizaron de los hombros, o cuando las manos de Edward dejaron de moverse y se ubicaron sobre su cintura para hacerla girar.
La voz fue un oscuro susurro cuando dijo:
—Estás libre.
—Gracias —murmuró ella, mirando fijamente los profundos ojos azules que la estudiaban con mucha intensidad.
—De nada. —El dirigió la mirada hacia abajo, hacia las caderas de Bella, y ella sintió un hormigueo de anticipación allí—. ¿Quizás debería quedarme aquí y asegurarme de que no tengas ningún inconveniente al entrar y salir de la tina? Prometo mantener los ojos cerrados.
Ella hubiese preferido que Edward la acompañase en la cálida y sedosa agua, y la idea de susurrarle una proposición indecente le bailó en la mente. Él respondería con un grave gemido de anticipación mientras se quitaba las prendas con avidez y la alzara en brazos y la colocara dentro del agua. Voltearía hacia él y, con la habilidad del experto, la guiaría sobre su lanza, empujándola hacia abajo mientas la sujetaba de las caderas y la llevaba lentamente hacia arriba una vez más.
Durante un largo rato, no se oiría sonido más que la respiración profunda de él y la agitación del agua alrededor de los enroscados cuerpos. Ella se abriría a él, lo llevaría profundo hasta la empuñadura y lo volvería a hundir; la carne de ella temblaría de placer, cabalgarían lenta y tortuosamente, hasta que los espasmos cobraran vida alrededor de él, ciñendo torrentes deliciosos hasta que él inclinara la cabeza hacia atrás y gimiera.
—Gracias por la oferta —murmuró ella sin aliento—, pero estoy segura de que estaré bien.
Una picara sonrisa curvó los labios de Edward.
—¿Has notado cuánto tiempo pasamos agradeciéndonos el uno al otro?
Bella no pudo evitar sonreír también.
—Bastante tiempo, creo.
—Uno bien podría pensar que estamos tratando de evitar otra cosa.
—¿Como qué?
Pero ella lo sabía. La conexión sexual entre ellos los había quemado como llamaradas desde el principio.
—Se me ocurren muchas cosas, pero no me siento dispuesto a discutir ninguna de ellas en este momento —respondió con un tono áspero.
El corazón de Bella dio un vuelco al ver la expresión en los ojos de Edward, y la respiración se le volvió superficial cuando él se acercó.
—Quizás deba tomar mi baño.
Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo muy junto a su pecho.
—Sé que he dicho que no lo volvería a hacer —murmuró contra los labios de ella—, pero parece que no puedo contenerme.
Sus labios se posaron sobre los de ella, con suavidad al principio, pero luego más demandantes. Era insistente, y las manos de Bella instintivamente se dirigieron a los hombros de él para aferrarse a la rígida banda de músculos y sostenerse con todas sus fuerzas.
El vestido se deslizó sin que nadie lo notase y formó un charco a los pies de ella. Edward lo quitó del medio con una patada y la abrazó muy fuerte, de manera que todo lo que ella pudiese sentir y saborear fuera él.
Bella gimoteó cuando los labios de Edward le saquearon los propios. Él era del tipo caliente y duro, quemándole con su calor. Se sentía asaltada, deseada y en llamas, y no quería que él se detuviese.
Se aferró a la camisa con los puños cerrados mientras los labios y la lengua de Edward se movían por el cuello, enviando remolinos de sensaciones al fondo de su vientre. Nunca antes había sentido algo parecido.
Luego, se encontró tropezando hacia atrás, cayendo sobre la suave cama mientras Edward se desparramaba sobre ella, inmovilizándola allí con el peso de su cuerpo, pesado y divino.
Bella enroscó los dedos en su sedosa cabellera, aferrándose a los mechones negros como el carbón mientras él salpicaba besos sobre las suaves esferas de sus senos. Tenía la piel cubierta por nada más que la camisola; un lazo rosado era lo único que le separaba los inquisitivos labios de él de sus hinchados pezones.
Bella sentía que le latía todo el cuerpo por la excitación. Las sensaciones se elevaban hasta el punto de ebullición mientras los labios de Edward le recorrían el cuello hacia abajo, por la clavícula… y más abajo hacia el valle entre sus pechos.
—Edward —gimió, sabiendo lo que estaba pidiendo con esa simple palabra. No le importó…
El ruego pareció arrojar agua fría sobre su pasión, ya que, de repente, se detuvo y la observó.
—Jesús —dijo entre dientes, cerrando los ojos.
Bella le posó la mano en la mejilla, sintió el cosquilleo de la barba. Intentó hacer que la mirase, pero él no quería. En cambio, rodó de lado y quedó junto a ella en la cama, fijando la mirada en el dosel sobre sus cabezas.
Estuvo en silencio durante un largo rato antes de decir, finalmente:
—La culpa es toda mía. Dije que esto no volvería a suceder, y parece ser que soy un mentiroso. Quiero decirte que esta será la última vez, pero ¡Dios!… no estoy seguro.
Deslizó la mirada hacia ella.
—La pura verdad es que te deseo. Quizás, mis motivos no eran tan altruistas como creía cuando fui en tu ayuda en Londres.
Negó con un movimiento de cabeza y se sentó.
—Comprenderé si te quieres marchar. Puedo disponer lo necesario en la mañana. Quizás debería haber hecho esto desde el principio. —Cuando se puso de pie, Bella extendió el brazo para detenerlo, pero él dio un paso más allá—. Enviaré a Caroline en una hora para que le comuniques tu decisión. —Luego, se marchó, cerrando la puerta con suavidad tras él.
Bella se recostó y se abrazó a sí misma. Tenía tanta culpa como Edward creía tener.
Debería haberlo rechazado cuando se ofreció a desabrocharle los botones, pero no había tenido la fortaleza como para hacerlo.
Estaba cansada de sentirse como se sentía: hambrienta por él. Sus necesidades solo se satisfacían en los sueños más profundos. Deseaba a Edward, y él acababa de dejar bien en claro que la deseaba.
Quizás, era tiempo de explicar sus sentimientos con mayor claridad. Por más honorable que Edward fuese, ella sospechaba que él no quería encontrarse con un grillete en la pierna simplemente porque la deseaba. Bella no era tan inocente como para no comprender que se podía armar un gran revuelo por las cuatro letras antes de su nombre.
Lady.
Ella era lady Isabella. No era la lechera de la aldea, ni la hija del vicario, sino la hija de un conde. El coqueteo de la clase que casi había experimentado con Edward terminaba, en general, con un anillo en el dedo de la muchacha. Pero ella no quería contraer matrimonio, y sospechaba que Edward tampoco estaba listo para eso.
Bella se puso de pie y caminó por la habitación, analizando las opciones que tenía. Debía comunicarle a Edward que partiría a la mañana siguiente. Su ofrecimiento significaba que no necesitaba escapar de la casa en medio de la noche; lo cual, si era honesta con ella misma, no le había parecido particularmente atractivo.
El camino a seguir, de repente, le resultó demasiado obvio: ¡Se convertiría en amante de Edward! ¿Por qué negarse? Su futuro, en el mejor de los casos, era turbio, y si James tenía éxito en sus planes, ella no tendría por qué preocuparse por su futuro. ¿De qué le serviría su virtud si estaba muerta?
Si James se imponía y Edward huía con el rabo entre las patas, entonces tendría el recuerdo de los momentos vividos con Edward para atesorar.
Sí; todo estaba muy claro. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía dudas que la atormentasen.
Bella llamó a la criada. Cuando la muchacha se presentó, ella le dijo:
—¿Podrías decirle al señor Manchester que debo hablar con él?
—¿Le digo que lo veréis en el estudio, señorita?
Pensando que sería mejor no dar lugar a habladurías, en especial si Edward prefería mantener
su amorío en secreto, Bella contestó:
—¿Hay un patio? Es una noche tan bella que creo que me agradaría dar un paseo.
—Sí, señorita. Salga derecho por las puertas francesas. —Señaló hacia el muro más alejado y Bella notó las puertas enmarcadas por unas hermosas telas adamascadas color bordó y unas cortinas muy finas color marfil.
Caminó hacia allí, corrió las cortinas y miró afuera. El cielo estaba completamente negro, con solo el brillo de la luna llena que cortaba la oscuridad. Brillaba sobre un camino de adoquines que serpenteaba alrededor de gruesos setos y arbustos de rosales desperdigados hasta desaparecer de la vista detrás de un espino.
Era perfecto.
Bella le dijo a la criada por sobre el hombro:
—Por favor, dile al señor que me vea en el patio en media hora. Luego, si eres tan amable, regresa aquí a ayudarme a vestirme.
—Sí, señorita. —La muchacha hizo una reverencia y se marchó.
Bella volvió a girar y miró hacía el cielo de medianoche mientras un lento calor comenzaba a gestarse en su interior. Con una sonrisa dibujada en el rostro, se apresuró hasta los baúles y puso manos a la obra.

4 comentarios:

V dijo...

Muero por saber la respuesta a la propocision que Bella le hara a edward.

Anónimo dijo...

quiero seguir leyendo!!!, pero no sé porqué empiezo a sospechar que el hermano de edward y el de bella se conocen!!

nydia dijo...

dios y ahora que se le ocurrio a Bella espero todo le salga bien....Sigue asi, besos.....

Silvinha dijo...

Olá,li todos os capitulos hoje e estou adorando,a história é muito boa!!! bjs

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina