miércoles, 12 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 11

Capítulo 11
Bella permaneció de pie, inmóvil, sintiéndose como si estuviese sujeta al suelo como una estatua viviente. Esto era exposición total ante un hombre. Y no era cualquier hombre, sino aquel a quien le entregaría su inocencia.
—Estás pálida como un fantasma —dijo Edward, con preocupación en el rostro mientras atraía a Bella hacia sus brazos—. Te lo he dicho, amor, no tienes que hacer esto.
—No —contestó ella, negando con un movimiento de cabeza—. No es eso.
—¿Qué es, entonces?
Bella extendió la mano y le tocó la herida con suavidad.
—¿Crees que James nos haya encontrado?
Edward la envolvió con los brazos por alrededor de los hombros y la trajo para sí en un abrazo.
—¿Es eso lo que te inquieta? ¿Crees que tu hermanastro se ha enterado de dónde estás?
Bella no estaba preocupada por ella misma.
—Puede haber sido él quien te lastimó.
—Confía en mí, amor, James no está ni a cien millas de aquí. Lo sabría.
—Pero…
Edward la acalló con un dedo sobre los labios.
—Él no está en el castillo Gray. No solo tendría que ser invisible, sino también un maldito mago. —La obligó a mirarlo a los ojos—. No te preocupes.
Edward podía ver que ella aún tenía dudas, y sintió una renovada determinación de protegerla, sin importar lo que implicase. El solo pensar en que alguien pudiera lastimarla le resultaba insoportable.
Nada lo había asustado antes. Había mirado a la muerte a los ojos en más de una oportunidad y había salido indemne.
Sin embargo, no se trataba de su vida, sino la de Bella. Se estaba convirtiendo en alguien muy importante para él. Cada día que pasaba, ella llenaba más y más el espacio vacío en su corazón.
Mucho tiempo atrás, se había reconciliado con la idea de que no existía tal cosa del alma gemela. Los hombres y las mujeres podían ser compañeros y amantes, pero no parecía haber más que eso.
El amor era un cuento de hadas que nunca lo encontraría, y él lo había aceptado. Existía, desde hacía mucho tiempo, un acuerdo implícito que algún día contraería matrimonio con Jessica Trelawny. Era joven y hermosa e inmune a las dificultades de vivir en las Tierras Altas, ya que había nacido y crecido allí.
Su clan y la familia Trelawny habían sido en el pasado enemigos mortales, pero eso había sucedido décadas atrás. La ruptura había sido reparada, aunque los recuerdos permanecían. Había parecido sensato unir a los dos clanes, asociando dos grupos fuertes de los habitantes de las Tierras Altas. La propiedad de los Trelawny bordeaba el castillo Gray. El matrimonio los haría aliados.
Pero, en el fondo, Edward sabía que lo que verdaderamente lo separaba de Bella era su herencia inglesa. Los extranjeros habían intentado y habían fallado en su país. Su madre había terminado triste y amargada, anhelando las celebraciones del país y los magníficos bailes, los hermosos atuendos y los correctos caballeros.
Eventualmente, Bella extrañaría eso también. El castillo Gray estaba aislado, un mundo en sí mismo, y mientras que él se regodeaba con mantener el mundo exterior a raya, Bella querría algo más. Algo que él no podía darle, como su padre no había podido dárselo a su madre.
Aun así, sabiendo todo eso, Edward hizo lo que había deseado hacer durante todo el día. La trajo para sí y la besó, con suavidad al principio, saboreando su dulce boca y encantado con su respuesta.
El beso rápidamente se volvió más apasionado mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos y lo abrazaba con más fuerza. Los senos eran un cálido y suave peso contra el pecho de Edward.
Él tomó con la mano un globo firme y la escuchó inspirar rápidamente cuando el pulgar le acarició el pezón, rozando el tenso pico.
—Eres muy hermosa —murmuró Edward, y le dio un beso fugaz sobre los labios antes de comenzar a bajar por el cuello, sintiendo el corazón de Bella batiendo como un colibrí.
Rozó la clavícula y la respiración de la mujer se aceleró con excitación. Quería ir lento con ella, dejar que se acostumbre a las caricias. Saboreó cada porción de la sedosa piel. Edward sentía el cuerpo tenso y explosivo. La deseaba tanto que le dolía todo el cuerpo.
Edward se deslizó hacia el exuberante valle entre los senos, lamiendo con lentitud los pechos voluptuosos, dolorido por el deseo de saborear los pezones.
Se regocijó con el gemido de Bella cuando se llevó el pezón a la boca y lo succionó con gentileza. Ella inclinó la cabeza hacia atrás y se aferró a la nuca de Edward.
Él lamió un sendero hasta el otro rígido pezón y le dio latigazos con la punta de lengua, incrementando la velocidad hasta que Bella se retorcía en sus brazos.
La recostó sobre la espalda y se colocó sobre ella con suavidad; los labios y las manos le masajeaban los pezones hasta convertirlos en puntos dilatados, hinchados por las caricias.
Deslizó la mano por el vientre de Bella, rozando la suave y plana superficie con la punta de los dedos, sintiéndola temblar cuando encontró el centro sensitivo.
Edward se tomó su tiempo afanándose inexorablemente hacia los sedosos rizos y la dulce perla allí escondida. Bella tenía las piernas cerradas con fuerza, pero él deslizó la mano entre los muslos y masajeó los tensos músculos hasta que ella se volvió flexible, abriéndose para él.
—No te lastimaré —le murmuró en la sien—. Nunca te lastimaría.
Bella giró, y por primera vez desde que Edward había comenzado con el acto amoroso, ella lo besó, los labios dulces sobre los de él, la mano internándose profunda por la abertura de la camisa para acariciarle el pecho.
Un gruñido primitivo rugió en el interior de Edward, y presionó los labios con más fuerza en el beso, con deseos de devorarla, a punto de perder el control.
Cuando él le abrió los labios inferiores, y los dedos se deslizaron dentro del húmedo calor, supo que ella estaba casi lista para él. Bella arqueó la espalda y presionó contra la mano al tiempo que él comenzó a masajear el nudo sensitivo. El gimoteo que emitió fue un sonido erótico al oído.
Bella tenía los ojos cerrados y él le besó los párpados, esperando a que posase la mirada en él. Los ojos se veían inocentes en la tenue luz, pero el deseo en las profundidades casi lo mata.
—Ven aquí —indicó él en voz baja, cambiando de posición para recostarse sobre la cabecera de la cama, llevando a Bella hasta sus piernas abiertas. Ella inclinó la cabeza hacia atrás sobre el pecho de él. Los duros pezones apuntaban hacia adelante. Este nuevo ángulo le permitía ver el completo panorama de su voluptuoso cuerpo, y dejaba que ella pudiese observar lo que él le hacía.
—¿Se siente bien esto?
—Mmm —ronroneó ella. El sonido lo enloqueció—. Quiero tocarte.
—Lo harás, amor. Esto es para ti ahora. Siente lo sensibles que están tus pezones.
Tal como él lo había esperado, las palabras la excitaron. Su humedad le empapó los dedos al tiempo que los deslizaba hacia adelante y atrás, incrementando la velocidad del movimiento, masajeando la punta del nudo caliente. La cadera de Bella se inclinaba hacia arriba y abajo. Los pechos presionaban contra las manos de Edward.
Ella no sentía nada más que el placer que le estaba dando. Las suaves súplicas le indicaban que ella estaba al borde. Cuando Edward le pellizcó los pezones con suavidad, ella gritó, ciñéndose alrededor del dedo que él deslizaba en su interior. Los ondulantes movimientos lo agarraban, lo que le provocaba el ardiente deseo de que ella lo ciñese otra parte del cuerpo.
Cuando ella suspiró y cerró los ojos, el cuerpo convertido en líquido sobre él, Edward la acomodó en otra posición, acunándola en el hueco del brazo y ubicándole la mejilla sobre el hombro.
Solo el sonido de las respiraciones llenaba la habitación mientras Edward le acariciaba el brazo con suavidad, sintiéndose invadido por una sensación de satisfacción y paz. No tenía que hacerle el amor para sentirse completo.
Creía que Bella se había quedado dormida, pero cuando giró para observarla, se encontró con su mirada clavada en él. La cabellera de ella enroscada en su mano. Parecía que los dedos se le habían ubicado ahí sin que él se hubiese dado cuenta.
Acarició las puntas sobre la barbilla de Bella.
—¿Cómo te sientes?
Ella suspiró y se estiró como una gatita satisfecha.
—Exquisita —murmuró—. Nunca creí que sería así. No tiene comparación con mis sueños.
—Eres una mujer sensual. Cualquier hombre se sentiría afortunado de decir que eres suya.
—¿Soy tuya, entonces?
Era una pregunta que no podía contestar. No tenía derecho a creer que Bella era suya.
No tenía derecho ni siquiera a tocarla, pero se había sentido tan consumido por ella que creyó que se volvería loco.
Edward no sabía cómo se sentiría cuando llegase el día en que ella se marchase. Y ella se marcharía, lo sabía. Extrañaba Cornwall, y su lugar era allí, con Jessica Trelawny.
—Tú no perteneces a ningún hombre, amor —le contestó suavemente.
Ella bajó la mirada, sin dejarle ver el efecto que había tenido en ella ese comentario. Pero era mejor para ambos no confundir la pasión con el resto de la vida, sin importar lo que él sentía por ella.
Ella cambió de posición, entonces, sorprendiéndolo al colocarse sobre él.
—¿Puedo tocarte ahora?
—Adelante.
Con el primer roce tentativo de ella, Edward luchó contra la hinchazón de su cuerpo. La punta del dedo planeó sobre el hoyuelo del mentón y la protuberancia de la barbilla antes de bajar por el cuello, cada músculo del cuerpo se volvía caliente y tenso.
—Eres adorable —murmuró Bella mientras desplazaba las manos por sobre los botones de la camisa, el corazón se le aceleraba con cada pedazo de piel que exponía hasta que el pecho de Edward quedó completamente desnudo ante ella. Acarició los músculos definidos, rozando con suavidad los guijarros satinados de las tetillas.
Se adhirió a uno con la lengua, primero con besos y después, succionando con suavidad.
Un silbido se escapó entre los dientes de Edward y Bella elevó la mirada hacia él.
—Puedo sentirte apenas, pero lo que haces me está volviendo loco.
Deslizó las manos por la cadera hasta el trasero de Bella, amasando la carne mientras la presionaba contra él.
Ella pudo sentir la erección, y el cuerpo le respondió, las caderas giraron lentamente, la mirada nunca abandonó los ojos de Edward, que de ser férreos y gris azulados se convirtieron en zafiro ahumado.
Bella se sintió más audaz: los dedos presionaron sobre la carne, las uñas rasgaron suavemente la piel. Con los labios, se ocupó de cada parte que podía alcanzar, tomándose su tiempo en algunas áreas y probando otras con rapidez.
Los músculos, duros como rocas, se movían bajo la punta de los dedos al tiempo que ella trazaba un camino, centímetro a centímetro, hacia arriba, besándole el cuello como él la había besado antes; el cuerpo de Edward se tensó cuando le recorrió el contorno de la oreja con la punta de la lengua. Ella no habría creído nunca lo exquisitamente sensible que esa parte del cuerpo podía ser, si él no se lo hubiese enseñado.
Bella se irguió y tiró de la camisa.
—Por favor… quítatela.
Los músculos de los muslos se flexionaron y los del estómago se tensaron cuando él se levantó para quitarse la camisa. Bella la arrojó al suelo y enroscó los brazos sobre los antebrazos de él. Nunca antes había visto brazos tan grandes, músculos tan desarrollados y firmes. Todo en él era espléndido.
Se inclinó hacia adelante y lo besó. El la tomó de la nuca para mantenerla en su lugar. Los pezones le rozaron suavemente el pecho, agitando esta sensación embriagadora que él había evocado hacía solo unos momentos.
Ella nunca había imaginado que algo tan poderoso podría controlarle el cuerpo; era como si él la controlara toda, y no había creído que podría volver a suceder tan pronto. Sin embargo, cuando Edward le tomó los pechos con las palmas de las manos, una creciente pasión se despertó en ella. Deseaba el placer que él podía darle desde lo más profundo de su ser.
Edward la hizo rodar hasta ponerla sobre la espalda. Le encantaba sentir el pesado cuerpo sobre ella, tan real y sólido. Qué segura se sentía en sus brazos.
Instintivamente, separó las piernas cuando se colocó sobre ella. Sabía lo que él podía hacer,
pero quería darle placer, también.
—¿Qué debo hacer?
—Nada —le dijo al oído con voz ronca mientras le besaba el cuello.
—Quiero hacerte el amor.
—No quiero que me odies en la mañana.
Bella posó la mano sobre la mejilla de Edward.
—Nunca podría odiarte. —Tampoco ella podía imaginarse dándole su inocencia a otro hombre.
Estiró la mano hasta el primer botón de sus pantalones. Cuando Edward le tomó la mano, Bella creyó que la rechazaría. En cambio, la miró a los ojos y le dijo:
—Si quieres que me detenga, lo haré. No haré nada que no quieras que haga. ¿Está bien?
—Sí.
—Bien. Cierra los ojos, entonces, y déjame mostrarte nuevos placeres.
En lugar de quitarse los pantalones, se irguió sobre ella, como si quisiese levantarse de la cama, pero luego giró para llevar la cabeza entre las piernas de ella.
—¿Qué vas a…? Oh —gimió ella, curvando la espalda mientras la lengua de él le atravesaba el centro de su ser, lamiéndole el hinchado nudo, con movimientos de adelante hacia atrás, hasta que Bella creyó que moriría de placer.
Tampoco se habría imaginado nunca algo así. Parecía tan decadente y tan pecaminoso; sin embargo, no quería que Edward se detuviese.
La respiración se le cortó de pronto cuando él introdujo el puntiagudo bulto en la boca.
Cada tironcito le provocaba relámpagos por las venas. Cuando ejerció más presión sobre ella y extendió la mano para juguetear con los pezones, las ondulantes convulsiones se alzaron en ella como una ola, dejándole el cuerpo lleno y los miembros lánguidos.
A través de párpados adormecidos vio a Edward levantarse de la cama. Los dedos desabrocharon con destreza los botones que faltaban en los pantalones hasta que cayeron al suelo. El foco de la visión de Bella se concentró en su saliente masculinidad, gruesa y larga, y los tensos sacos ajustados a la base.
Edward vio la mirada en los ojos de ella. Bella había dicho que no se arrepentiría de lo que pasara entre ellos, pero el ardor de la pasión podía mandar a volar la razón. La de él mismo incluida.
Y, al ver a Bella ahora, con los pezones erectos y rosados por el contacto con los labios, los brazos extendidos hacia él en anticipación, y los ojos pesados de deseo, Edward supo que no podría resistirse. Era así de simple. Y quizás, en el fondo, quería ser él el primer hombre que le hiciese el amor.
Edward la tomó en brazos, silenciándole las preguntas con los labios hasta que ella quedó blanda y obediente.
Luego, se acomodó en la cama con Bella sobre él. Los senos eran una presión burlona contra el pecho. La levantó apenas, llevándose un pezón a la boca mientras jugueteaba con el otro con los dedos. Ella se retorció; las caderas se movían instintivamente contra él.
Él se balanceó hacia arriba y el pene se deslizó por los sedosos dobleces. La cabeza tocaba la perla ardiente que se anidaba allí, haciendo contacto con cada pasada. Empezaba a comprender los sonidos eróticos que Bella hacía, qué le excitaba más, y se esforzó por darle placer.
Cuando pensó que estaba lista, la obligó a sentarse. Le corrió unos mechones del rostro y sonrió al ver lo hermosa que estaba ella.
—¿Ahora? —dijo ella con suavidad; la pasión presente en sus exuberantes ojos azules.
—En esta posición, puedes tener el control. Tú regulas lo rápido o lento que lo hacemos.
Solo siéntate sobre mí.
Ella se inclinó hacia adelante y lo tomó de los hombros con las manos. Desvió la mirada de los ojos de Edward hacia su pene mientras se deslizaba hacia abajo.
Se mordisqueó el labio y cerró los ojos.
—Me siento tan… plena.
Sabía que ella sentiría algo de dolor la primera vez.
—Si quieres detenerte…
—No —contestó rápidamente, y se elevó un poco para luego volver a bajar, acostumbrándose a él, ajustándose a su tamaño.
Nunca antes en la vida él se había acostado con una virgen; no había querido tener la responsabilidad de ser el primero. Siempre tendía a rodearse de mujeres que fueran tan versadas en el acto sexual como él.
Sin advertencia, se sentó completamente sobre él; una rápida inspiración fue el único sonido que emitió. Tenía los ojos cerrados con fuerza, y Edward supo que ella había sentido la punzada de dolor al romperse su feminidad.
Cuando Bella abrió los ojos, todo lo que sentía se le reflejaba en el rostro. Deseo, sorpresa, y un despertar a los placeres carnales. Pero odio, no. Disgusto, no. Ninguna de las cosas que él había temido. De verdad lo deseaba.
El pene, duro y latente en ella, se movía por reflejo.
Ella abrió los ojos grandes e instintivamente ciñó los labios internos. Estaba profunda y húmeda alrededor de él, y Edward se aferró con puños cerrados a las sábanas para evitar tomarle de la cintura y mostrarle sus movimientos.
Ella se inclinó hacia abajo y le lamió una tetilla. Susurró:
—Sabes tan bien.
Eso le hizo perder el control. Le envolvió la nuca con la mano y la empujó hacia abajo, hacia él, besándola con fervor mientras la penetraba.
Ella gimió y acompañó los movimientos de él, deslizándose hacia abajo, adentrándose tanto como podía y luego elevándose; los movimientos de Bella se volvieron más rápidos y frenéticos.
Cuando se irguió sentada sobre él, Edward le tomó los senos, acariciando los pezones con los pulgares y observando cómo lo cabalgaba. Tenía la cabeza echada hacia atrás, la larga y sedosa cabellera le rozaba los muslos con cada descenso del cuerpo, las delgadas piernas ceñidas a él, las manos detrás de la espalda para darse equilibrio al moverse.
Los dulces gemidos de Bella le resonaban en las venas. Solo a fuerza de pura voluntad pudo evitar su propio alivio; quería que ella acabase con el pene de un hombre en su interior, que experimentase todas las maneras en que una mujer podía encontrar placer.
Edward oyó que se le aceleraba la respiración, y el cuerpo comenzó a volvérsele tenso.
Estaba cerca. Frotó el dedo índice sobre la rosada perla tan exuberantemente expuesta ante él en la posición actual, y la observó caer en el abismo.
Arqueó la espalda al tiempo que una oleada de profundos y ceñidos espasmos lo apretaron como un puño, bombeándole la carne, llevándolo al límite. Se separó de ella y encontró su alivio.
Ella se desmoronó sobre su pecho y él le acarició la espalda hasta que Bella se quedó dormida en sus brazos.

4 comentarios:

Vianey dijo...

Por dios!! que capitulo tan intenso; lastima que ambos vayan a cabar enamoradisimos pero sin poder ser felices todo por el compromiso pactado de edward.

Ligia Rodríguez dijo...

Mi madre!!! Cuanta intensidad!!! Me dejaste con ganas de seguir leyendo!!

nydia dijo...

OMG que capitulo para apasionante e facinante,me encanto...........Sigue asi nena..Besos...

marissa dijo...

hay no se vale apenas empiezan y con tantos obstaculos,lo peor es que el ya se dio por vencido de antemano,asi que la dejara ir.que mal,buena historia repito.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina