Rosalie Hale consigue lo que quiere en
los negocios y en privado.
Lo que ella quiere es Emmet Cullen, su
entrenador personal, y tiene la intención de que sea suyo.
Emmet se siente atraído por la confiada e
inteligente Rosalie.
A pesar de las vibraciones sexuales entre ellos,
hasta el momento ha mantenido sus sesiones
de entrenamiento en lo
profesional. Durante
una sesión de
entrenamiento privada, Emmet
rompe un tabú, llevando a Rosalie a alturas sexuales en una habitación donde podrían ser
interrumpidos
en cualquier momento.
Él la deja queriendo más...
y desorientada por su respuesta
a su dominio. Un regalo con una nota atrevida la convence
para ir a su casa donde le enseña la libertad y
la fuerza que vienen de entregarle a él el control sexual.
Sin embargo, Emmet no ha terminado.
Lo que sigue es el control del corazón
de Rosalie.
CAPÍTULO 1
Emmet Cullen guió su elegante Corvette
negro
a lo largo de
la autopista hacia el
centro de salud donde pasaba parte de su tiempo como entrenador personal. Era entrenador de varios atletas profesionales, y estaba saliendo tarde de su cita con el actual campeón de
boxeo
de peso ligero que tenía su propio gimnasio personal.
Una sonrisa inclinó la comisura
de los labios de Emmet. Rosalie Hale iba a estar molesta por su retraso… y eso era exactamente lo que quería. Era necesario que la tensa ejecutiva perdiera el
equilibrio antes de comenzar el entrenamiento de hoy. Ella había estado emitiendo vibraciones sexuales en las
últimas sesiones de
entrenamiento… abrasadoras ondas calientes que deliberadamente
había ignorado. Ella lo quería y maldito si no se
sentía atraído por ella más que por cualquier
mujer con la que hubiera estado en mucho tiempo.
Se frotó
su erección
a través de sus pantalones de gimnasia y se imaginó a
Rosalie de rodillas, las manos atadas a la espalda
mientras chupaba su
polla.
¡Oh! iba a darle lo que ella quería... y
más, mucho más. Rosalie
Hale iba a aprender algunas
lecciones si
quería jugar
con él. Tal vez estaba acostumbrada a dominar el
mundo
de los negocios, pero cuando se trataba de él, estaría de rodillas pidiéndole
que tome el control. Control que iba a entregar
libremente una vez que él la introdujera en su mundo.
*****
Como CEO, era exigente
y conocida en el mundo de los negocios como una mujer con ovarios
de metal. No tenía reparos en hacer lo que tenía que hacer con el fin de conseguir lo que quería.
En este caso,
quería
a Emmet Cullen. Una aventura con
su atractivo
preparador físico era exactamente lo que necesitaba para
liberar las frustraciones de tratar
con personas incompetentes en todos los niveles en
el mundo de
los negocios. Apretó
los dientes ante la idea de su último encuentro
con el CEO y
presidente de una empresa competidora. El bastardo había intentado tratarla como si fuera un peón de bajo rango. Seguro como el infierno que había puesto al hijo de puta
en su lugar y le bajó los humos.
Rosalie salió
del cuarto de baño que olía a
desinfectante de limón que no
ocultaba el olor de calcetines sudados. No había absolutamente ninguna excusa para el
mal
olor. Si ella
dirigiera el club, pondría
a todos en su
lugar
y se aseguraría de
que el club estuviera en perfecta forma en
todos los sentidos.
Los
sonidos de voces y el ruido de pasos eran fuertes en el piso
del
gimnasio y el lugar olía a testosterona.
Maldita sea, había algunos pedazos de hombres de buen aspecto levantando pesas, pero ella hoy tenía sus ojos puestos en un
solo hombre.
Cuando llegó a la oficina de Emmet se
sorprendió al ver que él no estaba allí. Él siempre llegaba
a tiempo para las citas de entrenamiento. Rosalieh frunció los
labios. Ella no toleraba tardanzas. Se sentó en una de las sillas de plástico azul frente a su escritorio, cruzó las rodillas y calmó su
pie
para evitar que se balanceara. Sin importar la situación, ella siempre mantenía
el control. Su nivel de
irritación creció a medida que pasaban los minutos en
el gran reloj redondo con borde negro, que le recordaba a esos relojes
que siempre habían estado en las aulas durante sus años escolares. Como estudiante
sólo había estado impaciente por pasar a la siguiente clase,
porque siempre terminaba su trabajo antes que los demás. Incluso entonces había sido una triunfadora,
una personalidad de
tipo-A.
Seis minutos pasaron antes
de que Emmet atravesara la puerta. A pesar de que estaba molesta como el infierno, casi le corta la respiración
mientras lo miraba. Pelo rubio largo hasta los hombros y ojos marrones del
color del chocolate caliente. Era la perfección muscular,
con su piel bronceada, sus bíceps y tríceps tallados
revelados por su camiseta sin mangas. Sus hombros y el pecho eran poderosos por debajo de esa camiseta, y se moría de ganas de correr las manos por los ondulados abdominales a sus elegantes
caderas y más allá. El bulto en sus pantalones
de gimnasia le había dicho desde el principio que definitivamente valía la pena su
tiempo.
—Hey, Rosalie. —Tiró abriendo de un cajón del escritorio y lanzó dentro el conjunto de llaves de su coche—.
Tengo una nueva
rutina con la que me gustaría comenzar.
¿Sin disculpa por llegar tarde y hacerla esperar? ¿Sin explicación?
—Llegas tarde, — dijo ella, con palabras que salieron cortadas mientras se
ponía
de pie. No era exactamente la forma en
que había tenido la intención de comenzar sus planes para meterlo en su cama.
—Vamos a empezar. —Tomó
un portapapeles de
su escritorio y esperó a que ella saliera de la sala delante
de él. Un gesto de caballerosidad que no
era inusual en él. Sorprendente en el mundo actual y, ciertamente, no necesario.
Caminaron uno junto al otro a la sala de entrenamiento privada utilizada para entrenadores personales y sus clientes. Una vez más, Emmet mantuvo la
puerta abierta para ella
hasta que entró y la cerró tras ellos.
Sólo una pequeña ventana rectangular vertical en la puerta,
impedía la total privacidad y la puerta no tenía cerradura. Lamentablemente.
Como siempre, Emmet empezó con los ejercicios de calentamiento. Ambos estaban en las colchonetas frente a la pared de espejos.
—Tengo algunos ejercicios
nuevos que me gustaría que intentes.
¿Estaba equivocada o
su voz era más cálida, más profunda? Se estiró de lado a lado y
luego
se enderezó.
—Estoy lista para cualquier cosa.
—¿Lo estás? —Sus manos rozaron por encima de su cintura desnuda mientras él la colocaba delante del espejo.
Rosalie contuvo el aliento por el
contacto íntimo inesperado. Sus pezones se endurecieron contra su corto top y eran grandes y visibles en el espejo. La insinuación de una sonrisa curvó la comisura de los labios
de Emmet mientras miraba sus magníficos rasgos. Fácilmente podría haber
pasado por un dios
griego.
La idea romántica casi le hizo sacudir la
cabeza. Por primera vez desde que se había convertido en su entrenador personal
hacía unas semanas, Emmet la había posicionado con las manos en lugar de decirle qué hacer.
El movimiento sensual causó que la humedad mojara su tanga. Sus ojos se
encontraron en el espejo
y
le
dio una sonrisa lenta y sensual.
Él lo sabía.
Él sabía exactamente cuánto lo deseaba.
Las últimas semanas había
dejado salir algunas ondas, pero él no las había reconocido. Hoy, sin embargo, hoy
la estaba tocando
de una forma que la
excitaba. Movimientos pequeños e
íntimos, pero que la encendían más de lo que lo había estado en mucho tiempo.
Después de terminar el estiramiento en las colchonetas, Emmet tomó su mano y la ayudó a ponerse de pie. Miró su cuerpo de pies a cabeza de una manera que hacía a
sus pezones apretarse más y su coño ponerse aún más húmedo.
—Estás en perfecto estado, Rosalie. — La forma en que dijo su nombre envió un hormigueo por su
vientre.
Ridículo. Ella
no era una principiante sexual.
Pero todo lo que
decía y hacía estaba haciéndola poner
caliente como
el
infierno.
No pudo evitar la exclamación que se
le escapó cuando corrió con los nudillos desde debajo de sus pechos a sus abdominales.
—Perfecto, —dijo otra vez—.
Como
te dije, voy a
cambiar tu rutina de hoy.
—¿Qué vamos a hacer diferente? —Rosalie se encontraba casi temblando por las corrientes de tensión sexual entre ella y Emmet. Levantó la barbilla, contuvo el aliento
y luchó para conseguir poner sus hormonas bajo control. Ella no dejaba que
un hombre le afectara de esta manera. Incluso si
quería
follarlo.
—Vamos a trabajar en la parte superior e inferior del cuerpo, en
lugar de concentrarse en un solo área.
—Él le dio una mirada intensa antes de irse, llevándola al banco de ejercicios.
Bueno, eso era lo que quería, ¿no?
Cuando quedó sobre su espalda por debajo de la barra, Emmet le acarició los senos con su mirada. Respiró hondo y trató de calmarse para controlar el latido ahora rápido de su corazón. En lugar de caminar detrás de ella a su lugar, él se sentó a horcajadas de su cintura por lo que su entrepierna estaba lo suficientemente cerca como para tocarla.
Y a través de sus pantalones
cortos ajustados, era obvio que estaba tan excitado como ella.
Quería correr sus dedos
a lo largo de la longitud de su pene pero se resistió… apenas. En cambio, levantó los brazos y agarró la barra, empujado hacia arriba para levantar la
barra
de su descanso
y comenzó sus ejercicios. Que la aspen si los brazos no le temblaban un poco, haciéndoselo más difícil. Cuando hubo llegado a
la cuenta de quince, levantó la barra hacia arriba y
Emmet le ayudó a ponerla de nuevo en su descanso.
Después de tres series,
terminó con ellos. Emmet tomó su mano y la ayudó a sentarse. Sólo la forma en que retuvo
sus dedos un poco de tiempo más del necesario, envió emociones a través
de su cuerpo. En lugar de ayudarla a ponerse en pie, se sentó en el banco frente a ella, levantó la mano y pasó sus dedos por sus tríceps, lo que la hizo temblar.
—¿Lo has sentido aquí?, —preguntó mientras acariciaba lentamente.
Miró a sus pechos—. Debes sentirlo en tus tríceps, pecho y hombros.
La cara
de
Rosalie estaba
caliente, no sólo
de
estar acostada y levantando la barra, sino por la manera en que él la estaba
tocando, ahora deslizando los dedos
de sus tríceps a su hombro ida y vuelta, mientras sostenía su mirada.
Tenía que tomar el control
de esta situación y tenía que hacerlo rápido.
—Me gusta la forma en
que dices mi nombre. —Él pasó rozando con los dedos desde
su hombro hasta el esternón, peligrosamente cerca de sus pechos—. ¿Qué tipo de entrenamiento quieres, Rosalie?
—Creo que esto es algo que debemos discutir en tu oficina. —Ella habló con un tono de voz fuerte y firme. Oh, sí, quería tomar esto en un lugar privado, ahora.
—No. —Él sacudió la cabeza—. Vamos a continuar con tu entrenamiento justo aquí—. Antes de que
pudiera responder, él
arrastró sus dedos
todo el camino a uno de sus pezones y apretó.
Abrió la boca y sus ojos se abrieron en estado de shock por su movimiento descarado.
—Emmet…
Las palabras le fallaron mientras levantaba su
mano
libre y le pellizcaba el otro pezón y
después retorcía los dos, duro. Rosalie dio un grito de sorpresa y llevó las manos a cubrir las suyas. En lugar de
tratar de obligarlo a
quitar
las manos de sus pechos, ella gimió y
apretó sus palmas con
más fuerza contra sus globos e
inclinó la cabeza hacia atrás.
—Tócame. — Su voz fue un comando que hizo saltar su atención hacia él—. Coge mi polla con esa pequeña y
bonita mano tuya.
El calor la inundó y ella lo miró.
—Nadie me dice…
Emmet tomó su mano y
lo colocó en su erección firme antes de que pudiera
terminar la frase. Él devolvió la mano a
su pezón y retorció los dos duro de nuevo. Contuvo un grito de sorpresa y dolor. Una sensación salvaje rasgó a través de ella, como si hubiera sido sorprendida, seguido de un escalofrío. Después de un segundo
de aturdimiento, la ira se levantó como una ola de
calor.
Bueno, dos pueden jugar el juego de retorcer y embromar.
Su mirada se bloqueó con la suya y apretó su erección, pasando los dedos
a lo largo de la misma. ¡Dios!
¡Dios!, él era grande. Llevó los dedos hacia abajo hasta sus bolas y las acunó con firmeza, sus ojos todavía fijos en los suyos. Sería tan fácil apretar y
ponerlo de rodillas.
No parecía en lo más mínimo
preocupado. En cambio, sus ojos se ahumaron, con la mirada más intensa.
Podía
imaginarlo colocándola sobre su espalda en el banco
y follándola, esa gran polla
entrando y saliendo...
Rosalie pensó que se estaba derritiendo, como si estuviera lanzando una especie de hechizo sobre ella. Él movió una de sus manos para abarcar
su coño y su dominio sobre sus bolas
se tambaleó. El material entre sus
muslos estaba húmedo y se puso más húmedo mientras
frotaba sus dedos arriba y
abajo del material
elástico que cubría sus pliegues.
Casi sin pensarlo, ella comenzó a
acariciar la longitud de su pene cada vez
más rápido. Los dedos de Emmet hacían
juego con su ritmo,
y se sintió realmente cerca del orgasmo por como la tocaba a través de su ropa. Deslizó
la otra mano hasta la parte posterior de su cabeza, tomó su boca en un beso tan duro
que la dejó sin
aliento. Olía a aire libre y testosterona,
una
combinación
que se añadía a
la lujuria construyéndose en su interior.
Y su sabor, dulce como si
acabara de beber un refresco, sin embargo, todo hombre. Vagamente se daba cuenta de que había perdido totalmente el control sobre la
situación. Emmet estaba controlándola, dominándola. Eso puso su cuerpo en llamas. Nunca se había sentido así. Nunca.
Y ella quería más.
Vértigo. Se sentía
mareada por el beso. Fuera
de control y volando, planeando más y más alto. Su cuerpo zumbaba
y corría hacia su
clímax…
Emmet se detuvo.
Se apartó de su beso y quitó la mano de
su coño. Todavía cubría la parte posterior
de su cabeza y la miraba
con sus ojos marrones intensos.
—¿Por qué…? Ella parpadeó y sacudió
la cabeza para tratar de lograr algo de sentido
de nuevo—. ¿Por qué diablos
te detuviste?
Su expresión era oscura, ardiente.
—Tienes que esperar
por tu orgasmo. Hasta que te lo hayas ganado.
—Hasta que yo, ¿qué? —Trató de sacudirse lejos de donde su mano
ahuecaba la parte posterior de la cabeza, pero se
aferró
a la trenza en su pelo.
Cuando intentó dar marcha atrás, el movimiento tiró de su pelo en el cráneo y
terminó con lágrimas
punzantes en la parte posterior de sus ojos por
el dolor.
—Suéltame, hijo de
puta, —susurró con su mejor voz
de bruja de hielo. La mirada de
Emmet
sólo se hizo más oscura, como si él estuviera
disgustado con ella. De alguna manera, decepcionarlo la hacía sentirse arrepentida y tenía el deseo insano de hacer algo que le plazca. ¿Qué mierda es lo que me pasa?
—Rosalie, —dijo en un tono
plano, casi enojado—, si quieres jugar, jugaremos a mi manera.
Ella parpadeó. La había tomado por sorpresa otra vez.
Sin siquiera mirar a
ver si alguien estaba cerca de la pequeña
ventana en la puerta, Emmet tiró su camiseta
de entrenamiento sobre sus
pechos. La parte superior tenía un sujetador incorporado, por lo que cuando él la levantó, la desnudó por completo. No tuvo tiempo de reaccionar antes de que su boca caliente estuviera lamiendo y chupando uno de
sus pezones. Emmet mantuvo la cabeza en el hueco de una mano, mientras trayendo la otra a su coño comenzó
a frotar en serio.
Se quedó sin aliento al sentir su boca sobre el pezón y la mano en
el coño. Cuando mudó su boca a
su otra protuberancia, el
pezón húmedo sintió el frío de
la habitación, pero ella estaba ardiendo por dentro. Agarró con las manos su
pelo
mientras él amamantaba.
—Dios, Emmet…
—No alcances el clímax sin que yo lo permita, Rosalie. —Frotó su clítoris duro y lamió el pezón entre palabras—. ¿Entiendes?
—Yo… —empezó a responder, pero trajo su
boca
a la suya en otro beso duro. Sus pezones
ya húmedos por su boca, se estrellaron contra su pecho
mientras mantenía su
control sobre la trenza en su pelo y
frotaba su clítoris. Vértigo. Cristo, que estaba mareada de nuevo. Y volando. ¿Por qué sentía como si estuviera volando?
¿A quién diablos
le importa? Ve por ello, Rosalie.
En realidad estaba
lloriqueando. Ella. Lloriqueando.
Un dominante, controlador, mandón hijo de puta, la estaba
llevando a alturas en las que
nunca había estado. Haciéndola querer cosas que nunca había
querido antes. Pero, ¿quién diablos era él para decir cuando se le permitía venirse? ¿Qué
pensaba que iba a hacer si ella llegara al
clímax, sin su así-llamado permiso? Otro gemido se alzó en su interior, que no pudo contener mientras la besaba, literalmente, sin sentido. Sus pezones desnudos raspaban contra
su camiseta y estaba frotando su clítoris más duro, más rápido, más rudo y sabía
que estaba a punto de perderse. Sus muslos empezaron a vibrar y sus gemidos se hicieron más fuertes mientras se
preparaba para
correrse. Estaba en el borde. Lista para caerse.
Se detuvo. Una vez más.
El hijo de puta se detuvo. Su respiración era pesada mientras
apartaba la mano de su coño y rompía el beso. El calor sofocaba cada parte suya y quería darle un puñetazo. Estaba tan al límite, tan
cerca de llegar que quería
gritar.
—¿Quieres que te folle, Rosalie? —La agarró por el pelo ajustando más—. ¿Quieres mi polla dentro de ti?
Tendría que haber dicho que no. Todo esto estaba
equivocado. Se suponía que debía estar
en control.
Ella
estaba siempre en control. Ningún hombre
podría dominarla… era algo que nunca se permitió.
Pero lo que salió de su boca fue:
—Sí. Quiero que me folles.
Emmet le dirigió una mirada larga y dura.
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muchas gracias por leer esta es la ultima adaptacion de la saga de taboo.
nos vemos mañana en otro capitul
1 comentario:
Muy candente y eso que recién empieza. Me encanto!
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