martes, 19 de diciembre de 2017

Dulce Arrogante Capitulo 7

Capitulo 7
Isabella

Isabella: ¿A dónde vamos?

Había dejado el trabajo una hora antes para prepararme. Más de la mitad de la ropa que poseía estaba en una pila apilada en mi cama. Normalmente, cualquier estado de ánimo dictaba mi atuendo. No era melindrosa. Para mí, el estilo era una expresión de mi propia personalidad individual, no seguía las últimas tendencias o la de las Kardashian. Por lo tanto, me estaba volviendo loca encontrarme en mi décima combinación.

Edward: A un restaurante, por desgracia. A menos que hayas cambiado de opinión. Seré más que complaciente si prefieres que te deleite en mi casa.

Si fuera alguien más, todos sus pequeños comentarios perversos me molestarían. Pero por alguna razón... Edward me hacía sonreír. Mi respuesta a su invitación siempre lo arruinaba.

Isabella: En realidad, tal vez cambié de opinión.

Edward: Dame tu dirección. Todavía estoy en la oficina, pero puedo estar allí en diez minutos, donde quiera que vivas.


Me reí de su desesperación. Por mucho que creyera que estaba llena de mí misma, había algo muy entrañable en la honestidad que mostraba deseando estar conmigo. Normalmente, para un tipo como él, mostrar desesperación era un signo de debilidad. Casi me hacía sentir mal por jugar así con él. Casi.

Isabella: Quería decir sobre cenar esta noche. No estoy segura de que sea una buena idea.

Edward: Mierda. Si no te presentas, espera un golpe en tu puerta.

Isabella: Ni siquiera sabes dónde vivo.

Edward: Soy un hombre muy ingenioso. Pruébame.

Isabella: Bien. Estaré allí. Pero solo me diste una dirección. ¿A dónde iremos? Necesito saber qué ponerme.

Edward: Usa lo que tengas puesto ahora mismo.

Miré hacia abajo.

Isabella: ¿Un sostén de encaje y una tanga? ¿A dónde me llevarás, a un club de striptease?

Pasaron unos sólidos cinco minutos antes de que respondiera.

Edward: No me digas mierda como esa.

Isabella: ¿No eres fanático del rosa caliente?

Edward: Oh, lo soy. El tono se verá tan encantador como la huella de una mano en tu trasero si no dejas de jugar conmigo.

Las nalgadas no eran algo que me gustara. No era la palabra clave. Sin embargo, el pensamiento de él golpeando mi trasero tuvo a mi cuerpo tarareando. Estaba excitada por un texto. Jesús. Este hombre era peligroso. Necesitaba descansar, tiré el teléfono en mi cama y volví a meterme en mi armario. Un pequeño vestido negro sobre saliendo de la parte trasera me llamó la atención. Lo había comprado para un funeral. Me arrepentí pensando que debería haberlo usado la otra noche para mi cita con James. Cuando lo saqué de la percha, mi teléfono estaba parpadeando con un nuevo mensaje de texto entrante.

Edward: Dejaste de responder. Voy a tomar eso como que estás ocupada fantaseando con mi mano golpeando ese trasero fino.

Tenía una extraña habilidad para convertir una simple pregunta en algo sucio.

Isabella: Estoy ocupada tratando de averiguar qué usar. Lo que me lleva de nuevo a la pregunta original que te envié, ¿a dónde iremos?

Edward: Hice una reserva en Zenkichi.

Isabella: ¿En Brooklyn?

Edward: Sí, en Brooklyn. Solo hay uno. Dijiste que vivías allí, y como te niegas a dejar que te recoja, escogí un lugar cercano a ti.

Isabella: Vaya. Genial. He querido probar ese lugar. Es una especie de dolor en el trasero el llegar desde tu oficina, sin embargo.

Edward: Sin problema. Ya que eres un dolor en mi trasero. Nos vemos a las siete

La estación de metro estaba a una cuadra y media del restaurante.
Cuando doblé la esquina, había un auto negro de la ciudad estacionándose.
No tengo idea de porqué, pero me agaché en una puerta para ver a la persona salir. Mi estómago me dijo que era Edward. Mi intestino no estuvo mal. Un chofer uniformado salió y abrió la puerta trasera, y Edward salió a la acera. Dios, el hombre rezumaba poder. Estaba vestido con un traje caro diferente del que había llevado esta mañana. Por la forma en que le quedaban los trajes, no había duda que los mandaba hacer a la medida. Aunque no era el traje de fantasía que llevaba puesto lo que le daba el aire de supremacía; era la forma en que lo usaba. De pie frente al restaurante, se detuvo erguido y confiado. Tenía el pecho abierto y ancho, los hombros hacia atrás, las piernas separadas y firmemente plantadas. Miraba hacia delante, sin tocar su teléfono ni mirar sus pies para evitar el contacto visual. Una mano estaba en el bolsillo de sus pantalones, con el pulgar fuera. Me gustaba el pulgar enganchado en el exterior.

Esperé unos minutos, y cuando finalmente miró en otra dirección, salí por la puerta. Cuando se volvió y me vio, me volví consciente de mi andar. La forma en que observaba cada paso que daba, hacía que una parte de mí quisiera correr hacia otro lado, pero a la otra parte le gustaba la intensidad de su mirada. Mucho. Así que bajé mis nervios, agregué un poco de movimiento a mis caderas y decidí que no sería un ratón para su gato. Sería el perro.

—Edward. —Asentí mientras me detenía delante de él.

—Isabella. —Imitó mi tono de negocios y asintió.

Nos quedamos mirándonos uno al otro en la acera, a una distancia segura entre nosotros, por el minuto más largo en la historia de los minutos.
Luego gruñó:

—Al diablo esto. —Caminando hacia delante en mi espacio, tomó un puñado de mi cabello alrededor de su mano, lo usó para inclinar mi cabeza donde la quería, y entonces su boca devoró la mía.

Por una fracción de segundo, traté de resistirme. Pero era un cubo de hielo tratando de luchar contra el calor del sol. Fue imposible. En vez de eso, me derretí en la cegadora luz. Si no hubiera envuelto su otra mano alrededor de mi cintura, habría una buena posibilidad de que hubiera quedado en el hormigón. Mi mente quería pelear contra él a cada paso, pero mi cuerpo no pudo resistirse a ceder. Traidor.

Habló sobre mis labios cuando finalmente soltó mi boca.

—Pelea todo lo que quieras, algún día estarás rogándome. Grábate mis palabras.

Su arrogancia me trajo a mis sentidos.

—Estás tan lleno de ti mismo.

—Preferiría estar llenándote a ti.

—Cerdo.

—¿Qué dice eso de ti? Estás mojada por un cerdo.

Traté de apartarme del puño que había envuelto alrededor de mi cintura. Pero solo lo hizo apretarme más fuerte.

—No estoy mojada.

Arqueó una ceja.

—Solo hay una manera de verificar eso.

—Retrocede, Cullen.

Edward dio un paso hacia atrás y levantó ambas manos en rendición.
En sus ojos había un brillo de diversión.

Dentro, Zenkichi estaba oscuro y no era lo que esperaba. Una mujer japonesa vestida tradicionalmente nos llevó por un largo pasillo que me hizo sentir como si estuviéramos saliendo. La pasarela estaba llena de rocas y piedras de pizarra, como si estuviéramos caminando por un sendero a través de un jardín asiático al aire libre. Ambas partes estaban alineadas con bambú alto y linternas encendidas. Pasamos una apertura a una gran zona de asientos, pero la anfitriona siguió. Al final del pasillo, nos acomodó en una cabina privada, rodeada con lujosas y gruesas cortinas. Después de que tomó nuestra orden de bebidas, señaló el timbre en la mesa y nos dijo que no molestaría a menos que la llamáramos. Luego desapareció, cerrando las cortinas. Se sentía como si fuéramos las únicas dos personas en el mundo, en vez de dentro de un concurrido y elegante restaurante.

—Esto es hermoso. Pero extraño —dije.

Edward se quitó la chaqueta y se acomodó en su lado de la mesa, con un brazo en la parte superior de la cabina.

—Adecuado.

—¿Estás diciendo que soy extraña?

—¿Vamos a pelear si digo que sí?

—Probablemente.

—Entonces sí.

Mi frente se arrugó.

—¿Quieres pelear conmigo?

Edward tiró de su corbata, aflojándola.

—Me parece que me excita.

Me reí.

—Creo que necesitas terapia.

—Después de los pasados días, creo que puedes tener razón.

La camarera regresó con nuestras bebidas. Colocó un vaso alto delante de él y un vaso de vino delante de mí.

Edward había ordenado Hendrick y tónica.

—Esa es la bebida de un viejo, ginebra y tónica —dije mientras bebía un sorbo de vino.

Rodó el hielo en su vaso, luego lo llevó a sus labios y me miró por encima del borde antes de beber.

—Recuerda lo que me hace el que discutas conmigo. Tal vez quieras mirar debajo de la mesa.

Mis ojos se abrieron.

—No lo estás.

Sonrió y arqueó una ceja.

—Adelante. Pon tu cabeza debajo. Sé que te mueres por echar un vistazo de todos modos.

Después de que ambos terminamos nuestras bebidas, y algunos de mis nervios habían comenzado a calmarse, finalmente tuvimos nuestra primera conversación verdadera. Una que no era sobre sexo o anillos en la lengua.

—¿Cuántas horas trabajas por día en esa gran oficina de lujo?

—Normalmente llego a las ocho y trato de irme a las ocho.

—¿Doce horas al día? Son sesenta horas a la semana.

—Sin contar los fines de semana.

—¿También trabajas los fines de semana?

—Los sábados.

—¿Entonces tu único día libre es el domingo?

—A veces también trabajo la noche del domingo.

—Eso es una locura. ¿Cuándo encuentras tiempo para divertirte?

—Me gusta mi trabajo.

Me burlé.

—No sonó así cuando me detuve el otro día. Todo el mundo parece tenerte miedo, y te negaste a abrir la puerta.

—Estaba ocupado. —Cruzó los brazos sobre su pecho.

Yo hice lo mismo.

—Yo también. Tomé dos trenes para entregarte el teléfono personalmente, ¿sabes? Y no tuviste la decencia de salir y darme las gracias.

—No sabía lo que estaba detrás de la puerta esperando por mí, o habría salido.

—Una persona. Una persona estaba detrás de la puerta. Una que salió de su camino por ti. Si fuera una mujer casada de sesenta años con el cabello azul, deberías haber salido a darme las gracias.

Suspiró.

—Soy un hombre ocupado, Isabella.

—Sin embargo, aquí estás en una noche de semana a apenas las siete p.m. ¿No deberías estar trabajando hasta las ocho si estás tan ocupado?

—Hago excepciones cuando es necesario.

—Qué considerado de tu parte.

Arqueó una ceja.

—Quieres mirar debajo de la mesa, ¿verdad?

No pude evitar reírme.

—Cuéntame algo más sobre ti. Aparte de que eres un adicto al trabajo con un complejo de superioridad que toma bebidas de lujo. Todo eso, podría haberlo adivinado de mis observaciones en el tren.

—¿Qué te gustaría saber?

—¿Tienes hermanos o hermanas?

—No. Soy hijo único.

Rayos, nunca lo hubiera imaginado —murmuré en voz baja.

—¿Qué dijiste?

—Nada.

—¿Qué hay de ti?

—Una hermana. Pero no nos hablamos en este momento.

—¿Y por qué?

—Mala cita a ciegas.

—¿Te arregló una?

—Sí.

—¿Con el tipo que te llevó al funeral? ¿Cómo se llamaba, Dallas?

—James. No, no me arregló con James. Escogí ese desastre por mi cuenta. Me arregló con un tipo con el que solía trabajar. Mitch.

—Y no te fue bien, ¿verdad?

Lo fijé con una mirada.

—Lo apodé Estridente Mitch.

Soltó una risa con eso.

—No suena muy bien.

—No lo fue.

Entrecerró los ojos.

—¿Y voy a tener un apodo mañana?

—¿Te gustaría uno?

—No si es algo como Estridente Mitch.

—Bueno, ¿qué tenías en mente?

Las ruedas giraron en su cabeza durante unos treinta segundos.

—¿Cullen con el órgano grande?

Puse los ojos en blanco.

—Puedes comprobar bajo la mesa en cualquier momento. —Hizo un guiño.

Seguí tratando de llegar a conocerlo, a pesar de que todos los caminos llevaban a entre sus piernas.

—¿Alguna mascota?

—Tengo un perro.

Recordando al pequeño perro que vi en su celular, dije:

—¿Qué clase de perro? Pareces ser de la clase de gente que tiene uno grande y da miedo. Como un gran danés o un mastín napolitano. Algo representativo de lo que me sigues incitando a mirar bajo la mesa. Ya sabes, perro grande, gran...

—El tamaño de un perro no es un símbolo fálico —me interrumpió.

Entonces, era el lindo perrito de las fotos.

—¿En serio? Creo que leí un estudio una vez que decía que los hombres, sin saberlo, compraban perros que representaban el verdadero tamaño de su pene.

—Mi perro era de mi madre. Falleció cuando era un cachorrito, hace doce años.

—Lo siento.

Asintió.

—Gracias. Blackie es un terrier de West Highland.

—¿Blackie? ¿Es negro? —El perrito de la foto había sido blanco.

—En realidad, es blanco.

—¿Y por qué Blackie? ¿Por llevar la contraria? ¿O hay otra razón para el nombre?

Su respuesta fue recortada.

—No hay otra razón.

Justo en ese momento, la camarera vino con nuestra cena. Pedí el  de pescado de Bonito Shut, básicamente solo porque el menú decía que era para comedores aventureros. Y Edward ordenó Sashimi. Ambos platos parecían arte cuando llegaron.

—Odio comerlo, es tan hermoso.

—Tengo el problema opuesto. Es tan hermoso que no puedo esperar a comerlo. —Su sonrisa me dijo que su comentario no tenía nada que ver con su elegante cena.

Me moví en mi asiento.

Ambos cavamos en nuestras comidas. La mía era increíble. El pescado literalmente se derretía en mi boca.

—Mmm...esto es tan bueno.

Edward me sorprendió al estirarse y cortar un pedazo de mi plato. No parecía de los que compartía la cena. Lo miré tragar, y dio un pequeño gesto de aprobación. Luego me acerqué y tomé un trozo de su comida. Sonrió.

—Entonces. Me hablaste de Mitch el Estridente y del funeral. ¿Sales mucho en citas?

—No diría que mucho. Pero he conocido mi parte justa de Imbéciles.

—¿Todos fueron imbéciles?

—No todos. Algunos fueron buenos chicos, pero no funcionó para mí.

—¿No funcionó para ti? ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Simplemente no me sentí así por ellos. Ya sabes. Como nada más que un amigo.

—¿Y tienes más citas próximas en tu calendario?

—¿Próximas en mi calendario? —Dejé escapar un resoplido de dama— . Vas de una charla sucia a sonar como un profesor de colegio estirado con bastante facilidad.

—¿Eso te molesta?

Pensé en mi respuesta por un momento.

—No diría que me molesta. Es más como que me divierte.

—¿Soy divertido?

—Sí. Sí lo eres.

—Estoy bastante seguro de que nunca me han llamado divertido antes.

—Apostaría a que es porque la mayoría de la gente solo ve el Imbécil que muestras en el exterior.

—Eso implica que soy más que un imbécil por dentro.

Nuestros ojos se encontraron cuando respondí.

—Por alguna razón, creo que lo eres. Que hay más en ti que un Imbécil con exterior sexy.

—Crees que soy sexy. —Sonrió, lleno de sí mismo.

—Por supuesto que sí. Quiero decir, mírate. Tienes espejo. Supongo que ya lo sabías. No debe ser difícil llenar las tardes de tu próximo calendario.

—¿Siempre eres tan sabia?

—Bastante.

Sacudió la cabeza y gruñó algo.

—Hablando de los próximos calendarios. Quisiera que lo limpiaras de otras citas. Aparte de mí, por supuesto.

—Estamos a mitad de nuestra primera cita, ¿y me estás diciendo, no pidiéndome, que no salga con otras personas?

Se enderezó en su asiento.

—Me dijiste que no te ibas a acostar conmigo. Que íbamos a salir y a conocernos. ¿Sigues en eso?

—Sí.

—Bueno, si no te estoy follando, tampoco debería hacerlo nadie más.

—Qué romántico.

—Es un trato para mí.

—¿Y eso iría en ambos sentidos? ¿No estarías viendo a nadie más?

—Por supuesto.

—Déjame pensar en ello.

Sus cejas saltaron con sorpresa.

—¿Necesitas pensar en ello?

—Sí. Te contestaré más tarde. —Era, sin lugar a dudas, la primera vez que Edward A. Cullen no estaba logrando su camino con una mujer.

Horas más tarde, mi teléfono zumbó en mi bolsa. Era Rosalie cuidándome debido a que sabía que estaba fuera en una primera cita. Le envié un texto rápido para decirle que estaba a salvo y eché un vistazo a la hora en mi teléfono. Habíamos estado sentados en el restaurante por más de tres horas. No me perdí el hecho de que era la primera vez que había pensado en mi teléfono.

—Bueno, tenías razón en una cosa.

—Tendrás que ser más específica. Tengo razón en la mayoría de las cosas.

Sacudí la cabeza.

—Y aquí estaba a punto de hacerte un cumplido, y lo arruinaste con tu arrogancia.

—Creo que arrogancia es cuando tienes un sentido exagerado de tus propias habilidades. No exagero. Era realista.

—Arrogante Trajeado es realmente un nombre apropiado para ti, ¿no?

Ignorándome, preguntó:

—¿Cuál fue el cumplido?

—Cuando estuvimos enviándonos mensajes de texto durante mi cita fúnebre la otra noche, dijiste que, si estuviera contigo, no me importaría dónde estuviera mi teléfono. Hasta que empezó a zumbar en este momento, ni siquiera me había dado cuenta de que nunca lo había sacado.

Eso lo complació. Un poco más tarde, Edward pagó la cuenta, e hice una parada rápida en el cuarto de señoritas. Refrescándome, me pareció que realmente no quería que nuestra cita terminara. El pensamiento trajo un sentimiento casi melancólico que me sorprendió. Fuera del restaurante, el auto negro de Edward ya estaba en la acera. Debió llamar al chofer cuando fui al baño.

—Si no vas a venir a casa conmigo, insisto en por lo menos darte un viaje hasta tu casa.

—El metro está a la vuelta de la esquina. Estoy bien.

Me lanzó una mirada molesta.

—Cede un poco, Isabella. Es un viaje a casa, no un paseo en mi pene. Y creo que ya sabes que no soy un asesino en serie.

—Eres muy grosero.

Me puso la mano en la parte más baja de la espalda y me condujo hacia la puerta abierta del auto. No peleé. Edward tenía razón, estaba siendo testaruda mientras él había aceptado casi todo lo que exigí. Algo me dijo que era rara la ocasión en que el hombre era tan flexible.

Cuando llegamos a mi apartamento, Edward me acompañó hasta la puerta.

— ¿Cuándo voy a verte de nuevo?

—Bueno, mañana es sábado, así que supongo que quizás el lunes en el tren.

— ¿Cenas conmigo de nuevo mañana?

—Tengo planes.

Su mandíbula se tensó.

— ¿Con quién?

Nos embarcamos en una larga mirada. Su mirada era dura. Cuando ninguno cedió por unos minutos, murmuró un Cristo en voz baja, y antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, mi espalda estaba contra la puerta, y su boca estaba en la mía.

Me besó como si quisiera comerme viva. Antes de soltar mi boca, tomó mi labio inferior entre sus dientes y tiró. Duro. Con sus labios vibrando contra los míos, habló.

—No me empujes hasta el límite, Isabella.

—¿Por qué? ¿Qué sucederá?

—Voy a presionarte también. Y estoy tratando de no hacer eso contigo.

Estaba siendo honesto, y me di cuenta de que debía apreciarlo.

—A la casa de mi hermana. Es la fiesta de cumpleaños de mi sobrina.

Ahí es donde iré mañana por la noche.

Asintió.

—Gracias.

Tomó cada pedazo de mi fuerza de voluntad entrar y cerrar la puerta detrás de mí. Incliné mi espalda contra la puerta, incapaz de recordar la última vez que había estado tan excitada y molesta. Tal vez nunca. Su boca era pecaminosa; El pensamiento de lo que podía hacer con esa malvada lengua en otros lugares de mi cuerpo me mantenía en un estado de excitación que bordeaba lo frenético. Pero era más que eso. La forma en que dominaba y controlaba, y sin embargo ejercía moderación por respetar mis deseos, era lo más sexy que había visto. El hombre estimulaba algo que había estado dormido dentro de mí. Necesitaba una copa de vino y un orgasmo. No necesariamente en ese orden. Si iba a ser firme en mi postura y no tener sexo, entonces tomar las cosas por mis propias manos era absolutamente esencial.

En mi dormitorio, me quité la ropa. No dormía desnuda cada noche, pero esta noche era definitivamente una noche desnuda. Cuando me metí en la cama, mi celular sonó.

—¿El sexo telefónico está sobre la mesa? —La voz de Edward era un gruñido necesitado. Lo poco que se me enfrió el cuerpo desde que lo dejé al otro lado de la puerta fue instantáneamente recalentado. Su voz definitivamente podía acelerar las cosas para mí. Pero…

—El sexo está fuera de la mesa. Eso debería incluir probablemente todos los tipos de sexo. Coita, oral, telefónico.

Gimió.

Oral. Dios, quiero probarte. Y sentir el anillo de metal de tu lengua en mi pene. No tienes ni idea de lo difícil que fue controlarme esta noche cada vez que vislumbré ese metal cuando hablabas. Es como si te estuvieras burlando con cada palabra. ¿Qué llevas puesto, Isabella?

Esa voz. Necesitaba grabarla diciendo ¿Qué llevas puesto, Isabella? Así podría reproducirla una y otra vez en un bucle cuando necesitara satisfacer mis propias necesidades.

—En realidad no estoy usando nada. Me desnudé y me metí en la cama.

—¿Duermes desnuda?

—A veces.

Él realmente gruñó.

—Tócate a ti misma.

—Eso planeo. Pero creo que voy a necesitar ambas manos esta noche.
Así que voy a colgar primero.

—¿Cuánto tiempo planeas volverme loco, Isabella?

—Buenas noches, Edward. —Colgué sin esperar a que respondiera. A pesar de que el cuerpo me dolía físicamente por el hombre, no estaba dispuesta a abrir esa puerta con él todavía. Aunque mientras deslizaba mi mano por mi cuerpo sola en mi cama, en lo único que pude pensar fue Dios, ojalá fuera su mano.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Aaa!!! OMG!!!
Pff... como que hace calor
Donde puedo conseguir un sexy arogante trajeado??? 7u7
Por el me pondría un pircing donde quisiera
xD
Muchas gracias :D

Kar dijo...

Por Dios ese hombre me tiene muy ca...
Quisiera uno para mi
Saludos y besos 😘😘😘

cari dijo...

😅😋🔥🔥🔥🔥🔥🔥 gracias 😘❤😎

Laura Natalia dijo...

La forma en q Edward obtiene informacion d Bella es muy candente.😚😎

Dess Cullen dijo...

Diossss!!!!!
Ese beso en el portal, y ese... "No me lleves al límite"!!!!!
Madre mía!!!! No sé cómo no se derritió y se lo comió en el portal... Jajajaja!!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina