sábado, 23 de abril de 2011

CAPITULO CATORCE LOS BUSCADORES DEL PLACER

CATORCE


Un placer tan exquisito casi equivalente al dolor.

Leigh Hunt

-¡Bella! -la voz de Edward sonaba angustiada, a ella le desgarró el alma. Siguió corriendo de todas formas, tropezando, buscando a ciegas algún refugio en medio de la oscuridad que la rodeaba.

Escuchaba los pasos de él retumbando a sus espaldas. Ella sabía que jamás podría correr más rápido que él, pero continuó igualmente, cayéndose de rodillas, raspándose las palmas de las manos, obligándose a ponerse de pie mientras escuchaba el bramido distante de las olas rompiendo contra las rocas cada vez más cerca...

Entonces el aire fue forzado a salir de sus pulmones cuando un brazo de acero la aferró de la cintura y la levantó del suelo, agitó los pies salvajemente, golpeó con los brazos el pecho de Edward, caliente, sólido, como un muro implacable contra su espalda, hasta que él la giró bruscamente para ponerla de frente. Lucía feroz, poderoso y catastrófico; abalanzó la boca para silenciar cualquier protesta.

Que Dios la perdonara, pero ella lo deseaba. El jadeo mutuo se confundió con el sonido de la creciente furia del mar cuando él la apretó contra una piedra plana, todavía caliente por el sol del día.

-Por Dios —dijo él con un gruñido, le echó la cabeza hacia atrás y la sedujo con besos en el cuello- no me rechaces, Bella. Por favor... te necesito.

Bella sacudió la cabeza salvajemente, mientras luchaba una batalla que ya había perdido en el instante en que la había tocado. No podía entregarse, rendirse como muchas mujeres lo habían hecho antes que ella, mujeres a quienes él había poseído.

Como lo hacía Tanya noche tras noche.

Un sonido doloroso le creció desde la garganta.

-¡No! -Lo empujó en el pecho, sólido como una roca e inamovible, y caliente y duro y masculino. Ella sentía deseos de cada centímetro suyo, de absorber el miembro ardiente por completo, de bajar y acariciarle la protuberancia que se meneaba íntimamente contra ella-. No seré una de tus mujeres, ¡maldición! Basta. Por favor, basta.

Él la asió por los hombros, la sacudió levemente, mezclando su aliento con el de ella mientras la miraba fijo, con los ojos tempestuosos ardientes de deseo y rencor.

-Tú eres la única mujer a quien deseo -le dijo con un gruñido-. Maldita seas por hacerme esto. Por hacer que te necesite tanto.

-Me marcho. Te lo dije.

-No. -rehusó a escucharla.

Cayó sobre ella causándole estragos en el cuello, con una mano desabrochaba los botones del canesú mientras que la otra se movía con desesperada urgencia debajo del vestido, el contacto de la palma de la mano caliente con la piel le resultaba erótico y enloquecedor.

Ella se retorció y abrió más las piernas para acomodar el tamaño macizo de él, aquella voluptuosa presencia que la inmovilizaba, calor contra calor.

-No me dejes, Bella. No me dejes -repetía una y otra vez mientras con la boca le encendía el cuerpo en llamas.

Los labios de ella soltaron un jadeo de placer cuando él sorbió el pezón y atrajo las puntas erectas, succionando, lamiendo, torturando las puntas sensibles mientras le arrancaba las bragas con la mano que tenía entre las piernas, dejándola desnuda, vulnerable y en llamas al deslizarle un dedo largo y calloso entre los pliegues mojados hasta encontrar el punto maduro de su sexo.

Gemidos interrumpidos brotaban de la garganta de ella, un sonido similar a los gemidos roncos que emitía Edward mientras movía los labios febrilmente entre los pechos, tironeando, mordisqueando, jugando hasta que los pezones se volvieron dos exuberantes puntos de placer, que se dilataban, que le rogaban que los acariciaran, mientras él masajeaba esa protuberancia sensible que tenía entre los labios inferiores, con los dedos empapados en las calientes humedades.

Ella lo asió de los cabellos cuando él le levantó las caderas para llevárselas a la boca y la tomó de la manera más carnal que un hombre podía tomar a una mujer, succionándole la diminuta protuberancia mientras le acariciaba los pezones, con esa lengua que trabajaba tan mágicamente como ella jamás había imaginado, que jugueteaba salvajemente, explorando su tamaño entero, deslizándose en su interior como una llama ardiente, entrando y saliendo, llevándola al borde y manteniéndola allí, torturándola con su experta seducción hasta que ella le rogaba que la penetrara. Lo quería adentro, para que la poseyera, para pertenecerle, aunque sólo fuera por esa noche.

-Bella... -gimió él al tiempo que se deslizaba por su cuerpo con el miembro erecto presionando profundamente contra ese dulce sitio que palpitaba por él.

Ella captó su mirada y la sostuvo mientras sus dedos temblorosos bajaron por el pecho hasta los botones del pantalón. Quería sentirlo, sostener todo ese poderío caliente y rígido entre sus manos, acariciarlo como él la había acariciado a ella.

-Bella -Intentó decir de nuevo, con la voz deshilachada, dolorida-. No aguanto más.

Tal confesión venida de un hombre como él la hizo sentirse poderosa, como si al menos en aquel momento ella lo poseyera como a un esclavo. Él le pertenecía.

El último botón se desabrochó. Entonces aquel trozo entero y sedoso quedó entre sus manos, quemándoselas mientras lo exploraba: el glande grueso, la vena latiendo, hasta las bolsas ceñidas que cubrió con las manos. El sonido discordante de la inspiración le demostró que le estaba dando placer y le dio más seguridad mientras lo masajeaba.

El se movía de arriba abajo en contacto con los dedos exploradores, con los ojos fuertemente cerrados. Un gruñido profundo y sensual se le escapó de los labios; el sonido rompió en ella como una marea erótica y la volvió más audaz. Jugaba con el dedo en la punta satinada, esparciendo la única perla húmeda alrededor del glande,

Entonces él abrió los ojos de golpe, y la pasión y el ardor de esa mirada a ella le arrancaron la respiración de los pulmones.

-Lucha conmigo -le dijo con voz ronca; las palabras sonaban como una ardiente súplica de salvación-. No me dejes hacerlo.

Bella se arqueó contra el cuerpo de él, apretó la erección masculina contra su valle húmedo y se deslizó suavemente, muy suavemente a lo largo de su miembro, como una invitación tentadora y desvergonzada.

-Te deseo.

-¿Por qué?

Porque ella sabía en su interior que eso era lo correcto Ningún hombre la había hecho sentirse tan mujer. Ningún hombre la había hecho sentir el poder de cada instinto que había en su interior. Ningún otro hombre merecía su virginidad

-Porque esa es mi elección... Y yo te elijo. No espero declaraciones de amor ni votos de fidelidad. Lo único que pido es que cuando estés conmigo seas mío y sólo mío. No te quiero pensando en ninguna otra mujer, Edward. Sólo en mí.

-No hay otra mujer. No existe nadie más que tú. -Le sujetó la cabeza entre ambas manos, con el pecho como un macizo bloque de calor encima de ella cuando bajó la cabeza y la rozó con los labios hasta darle un beso desgarrador-. Ayúdame... por favor.

-Lo haré -le prometió ella en un susurro.

Él cerró los ojos, con angustia, dividido entre los demonios del deseo y la negación.

-¿Es a mí a quien quieres? ¿O esto? -Dijo aumentando la fricción contra el cuerpo de ella.

-Es a ti. -Le respondió enroscándole los dedos entre los cabellos-. Te deseo a ti dentro de mí. Para que tú seas el primero -Él gimió y dejó caer la cabeza; los cabellos suaves como plumas le rozaban la piel. Ella le aferró la cara entre las manos, y le obligó a mirarla-. No sé qué es lo que me has hecho. Has acabado con todas mis creencias, y sin embargo no puedo dejar de pensar en ti, de morir de deseo por ti.

-Dios... -Él apoyó la frente en la suya, aún se frotaba contra ella, tanteaba con la punta del pene el clítoris tenso con cada meneo, le apretaba las caderas con furia, encendía un ardiente tumulto de deseo, con la respiración violenta junto a su oído- Estuve pensando en esto... en estar dentro de ti, en cómo lo sentirías. Cielos, quiero odiarte. ¿Por qué no puedo odiarte?

-¿Qué he hecho? -la pregunta sonó como un crudo ruego quebrado, como una necesidad de comprender la confusión interna que a él lo tenía angustiado-, Dime, Edward. ¿Es por Tanya?

Él agitó la cabeza bruscamente, un brillo salvaje se reflejó en sus ojos.

-No menciones su nombre. No ahora; sólo estamos tú y yo. No importa lo que suceda, recuerda que yo intenté rechazarte. Cielos, lo intenté, pero no puedo. -Él gimió, con los hombros temblorosos-. No puedo.

-Entonces no lo hagas -ella inspiró, atrajo la cabeza de el hacia sí, y le besó de la forma en que había querido besarlo toda la noche, todo el día. Siempre, se diría.

La unión de sus bocas era carnal, húmeda; él hundía la lengua mientras se meneaba más fuerte contra el cuerpo de ella, mas rápido, acariciándole apenas las puntas sensibles de los pezones, con un susurro erótico que describía sensaciones solamente de placer, atrayéndola hacia un laberinto oscuro y caliente de urgencia sexual donde él era su única salvación

Le pasó un brazo por la espalda para subirla y besarle el pezón; aquel simple contacto la dejó al borde del éxtasis con el cuerpo convulsionado, rompiéndose en millones de pedazos, como si la hubiesen empujado sobre un banco rocoso.

-Si... -El lamía el clítoris tenso, sin darle tregua al tumulto que le había generado en su interior, introduciéndole en el cuerpo el dedo más largo para probar su presteza, con una expresión dolorosa en el rostro, tratando de controlarse cuando ella se elevaba y empujaba la mano, hasta que la compuerta que refrenaba su control explotó.

Le cogió las muñecas con una sola mano y se las llevó arriba de la cabeza.

-Tú eres mía -dijo con un gruñido- Mientras las palpitaciones le seguían corriendo por las venas en una oleada de placer ardiente, hirviente, Edward la penetró de una sola embestida rápida y desgarradora; la penetración fue profunda, dolorosa y placentera, caliente como el fuego.

Bella soltó un grito, hundiéndole las uñas en la espalda cuando el empujaba más. Era tan grande, demasiado grande.

-Edward...

-Ssh... Haré que se sienta mejor, te lo prometo. -Se meneo lentamente al principio, entrando y saliendo, empujando cada vez un poco más, una dulce presión que terminaba en la unión de ambos cuando él la llenaba, profundo y ceñido levantándola en cada poderosa embestida.

Bella le besó la curva del cuello, probó la sal de su piel, saboreó su esencia y el almizcle y embriagador olor a sexo. De manera instintiva, ella alzó las piernas alrededor de sus caderas y elevó la pelvis, aumentando el placer que vibraba entre los cuerpos ardientes.

Oh, Dios, él era suyo, todo entero dentro de ella, caliente, duro y profundo. Y ella se sentía insaciable. En llamas.

Él había despertado algo en ella, algo que necesitaba con desesperación.

Algo que ella temía que ningún hombre le volvería a despertar jamás.

Y todo el tiempo él la miraba a los ojos mientras le hacía el amor. No la dejaba volver la mirada ni negarle ser testigo ni de una milésima de lo que ella estaba sintiendo: esa pasión desenfrenada y una emoción tan intensa que le inundaba cada uno de los sentidos.

Él se inclinó hacia delante y le humedeció el pezón, echándole su aliento en la punta fruncida y dolorida mientras le susurraba:

-Dame lo que no le has dado a ningún otro hombre.

Ella lo hizo, estallando una vez más, todo el placer y la presión le atravesó el centro de su ser. Endureció los músculos, apretando el miembro largo y tieso, atrayéndolo hacia su interior más y más profundo aún. Él la aferró de las caderas mientras la embestía emitiendo un sonido gutural que le desgarraba la garganta hasta que finalmente encontró su propio alivio.

Bella se deslizó hacia el suelo en una nube de saciedad.

La brisa fresca de la noche le recorrió el cuerpo cuando estaba echada allí, lánguida, repleta, mirando al cielo color índigo.

Una arrolladora sensación de felicidad se mezclaba con una agridulce desesperanza. Lo que acababa de suceder entre ellos había sido explosivo, increíble; sin embargo, nada había cambiado. Ella no podía estar con él en esas condiciones, con el fantasma de otra mujer rondando entre ellos.

Ella quería más, un compromiso que sabía que él jamás sería capaz de cumplir, y al percatarse de que lo que deseaba de Edward era algo estable y genuino se estremeció hasta la medula. Jamás hubiera imaginado que algún hombre significara tanto para ella.

Se sentó, haciendo una mueca por el dolor que sentía entre los muslos. Edward yacía de espaldas sobre la piedra con la mirada puesta en algún sitio lejano, una vez más perdido en el bramido del mar, como un atormentado Odiseo en busca de su lugar en el mundo.

Era tan apuesto que dolía mirarlo, con el cuerpo delineado por la luz de la luna; con todo ese semblante taciturno tranquilo, despojado de su habitual severidad. Lucía derrotado y tan impenetrable que parecía no ser más que una extensión de la piedra que tenía a sus espaldas.

-Edward...

-No lo digas.

-Lo que sucedió...

-Fue un error -aportó con tono impávido- Te dije que yo no era bueno. Te dije que me rechazaras. Ahora no me eches la culpa de arrepentirte por lo que ha sucedido.

-No me arrepiento. Ni un instante.

Debería. Tal vez a la larga lo haría, pero no es ese momento.

Ahora comprendía el verdadero significado de ser una mujer, cómo era sentirse libre. Se había estado perdiendo el elemento más esencial: el poder de su propio cuerpo. Ni todos los libros del mundo podrían haberle enseñado lo que Edward le había dado esa noche.

Se deslizó por la piedra y fue a pararse de frente Él tema la mirada puesta por encima del hombro de ella, y cuando se acomodó para tenerlo en su línea de visión, él desvió la vista hacia el otro hombro.

Ella posó una mano en su brazo.

-Mírame. Por favor.

Con renuencia, él lo hizo, pero Bella no logró verle los ojos, sólo la rígida protuberancia de la mandíbula, la tensión en el cuello, el aura apenas contenida de un hombre al borde de la anarquía.

-No usé ninguna protección -dijo en medio del silencio que siguió.

-Lo sé.

-¿Es que no lo entiendes? Podrías estar llevando mi hijo en tus entrañas. -Soltó una carcajada cruel al tiempo que se pasaba una mano por los cabellos-. Cielos, ¿qué es lo que me has hecho? Jamás me he descuidado. Tú me confundes.

-Yo lo deseaba tanto como tú. Yo también soy culpable. Pero era mi primera vez; seguramente no pasará nada. Realmente no lo creo...

-Sí, claro -la interrumpió crudamente-. No lo crees. Tú eres como un veneno. Y me estás matando. -Su tono de voz parecía cargar una condena de por vida-. Cielos, tú me estás matando.

Durante un instante eterno, él la miró fijamente como si fuera una extraña y él hubiera perdido el camino, como un viajero desorientado e inseguro que hubiera terminado en algún sitio donde no tenía intención de llegar. Ella sentía deseos de extender su mano y suavizar la feroz línea de su mandíbula, tranquilizar el gesto severo de la boca, pero el instante se esfumó.

-Maldición, eres tan lista y tan ingenua -le dijo con tono áspero-. Vete. Huye tan lejos como puedas. ¡Y déjame en paz, por mil demonios!

Se alejó de la piedra y le pasó rozando por el costado, rumbo a los acantilados... casi como si fuera a saltar.

-¡Edward! -Corrió detrás de él, lo cogió del brazo y se le puso enfrente.

Él tenía la mirada puesta en el mar; el agua azotaba con furia repentina debido a una ráfaga arrolladora, la tempestad se arremolinaba alrededor de ellos, dejándolos en el centro.

-¿Cómo crees que es? -dijo él, con la voz confundida con el viento que se levantaba-. Arrojarte a tu propia muerte, Sin camino de retorno. Sin posibilidad de arrepentimiento. Viendo imágenes del fracaso abismal que fue tu vida. -Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo-. ¿Crees que uno se siente libre?

-No. -Ella agitó la cabeza, con el viento que le batía los cabellos sobre la cara-. Eso no es libertad.

-¿No te haces preguntas acerca de la muerte? ¿Cómo sería tomar el destino con tus propias manos y luego simplemente soltarlo?

-No, porque quiero estar aquí mañana sin importar lo que suceda.

-¿Y qué si no hay esperanza alguna y el mañana no tiene importancia?

Ella lo miró seria, aterrorizada de haberse topado con algo que superara su habilidad de manejarlo.

-Siempre queda algo. Sólo tienes que conseguirlo.

-Tú tienes todas las respuestas, ¿verdad?

-Ni siquiera las suficientes -le respondió ella de manera impotente-, y ninguna en la que estés involucrado.

Finalmente, él la miró, estudiándole el rostro.

-¿Por qué te entregaste a mí? -le preguntó, con una intensidad en los ojos que ella no logró interpretar.

Podría mentirle, ahorrarse el daño que podría causarle la honestidad. Pero algo le decía que él necesitaba la verdad, que quizás eso podría marcar una diferencia.

-Cuando acababa de llegar me dijiste que yo estaba negando la atracción que había entre nosotros, y estabas en lo cierto. No quería pasar el resto de mi vida preguntándome cómo habría sido estar contigo.

La luz de la luna se reflejó en el brillo de la oscuridad de los ojos de él, y le advirtió a ella de que había malinterpretado sus palabras.

-¿Entonces satisfice tu curiosidad? ¿Acaricié los sitios correctos?

-Por favor -le rogó ella en un susurro-. No lo eches a perder.

Él se apartó de ella abruptamente.

-Regresa a la casa.

-No sin ti.

-No saltaré, por el amor de Dios -dejó bien claro con el rostro severo-. Ahora vete.

Bella no quería dejarlo. Él parecía nervioso. Y en ese momento ella pensó que él tenía más fortaleza de ánimo que ella. Ella se había mantenido a flote en la vida escudada en sus creencias, protegida de la mayor parte de la dura realidad de la vida simplemente porque era la hija de un duque... y una mujer.

Ella siempre había despreciado el papel que estaba destinada a jugar. Pero no había tenido en cuenta cómo podía llegar a ser estar del otro lado; cómo se podría sentir un hombre privado de todo lo que alguna vez había tenido.

Abrió la boca con intención de decir lago, pero serían palabras en vano que él no escucharía. ¿Y acaso cambiarían algo?

Ella no podía quedarse. No podía arriesgarse a abrirse y recibir el dolor que él fácilmente le infligía. "Vete", le había dicho. "O si no...", esas habían sido sus palabras silenciadas. Si no, la destruiría sistemáticamente.

Las lágrimas brotaron libremente cuando ella se estiró para besarle la mejilla.

-Adiós -le susurró, luego se dio vuelta y huyó en medio de la noche.

Edward quiso alcanzarla; un pánico mudo le oprimió la garganta y le obstruyó el paso de las palabras para llamarla, para pedirle que se quedara en sus brazos una hora más, sin nada más que sus cuerpos unidos en primitiva comunión.

Bajó el brazo y la maldijo por haberse cruzado en su vida y por poner en ridículo todo aquello en lo que él había creído firmemente, por provocarle el deseo de cosas que él había jurado jamás sentir.

El se había creído inmune, pensaba que el muro que había construido piedra a piedra, interminable, día tras día, era impenetrable. Pero solamente el hecho de escuchar su nombre susurrado en los labios de Bella y aquella simple rendición de su voluntad ante un deseo terrenal habían significado su perdición.

Gimió desde lo más profundo de la garganta, con el sonido azotado por el viento mientras una tormenta se abría paso por el paisaje.

El horizonte lejano desapareció cuando unas nubes negras se hincharon hacia la mansión, con los rayos que retumbaban y los relámpagos dentados bifurcándose sobre el mar. Pero el remolino que se aproximaba no era comparable a la irritante agitación que había en su interior.

Él trató de armarse de furia evocando imágenes del rostro sonriente del padre y luego del ataúd cerrado. De pronto, la cicatriz del rostro pareció quemarle. Él estaba marcado y todo el mundo estaba al tanto de su desgracia. No podía mirarse al espejo sin sentir aquel recuerdo permanente, el dolor, la rabia. La culpa.

Pero ya había tenido su revancha, ¿verdad? Había calmado su lujuria con la hija del enemigo. La había poseído exactamente como lo había imaginado, la había tenido debajo de él retorciéndose, jadeando su nombre, dándole la bienvenida dentro de su cavidad apretada y caliente, perforándole los hombros con las uñas cuando él la penetraba.

Había vencido.

¿Entonces por qué diablos no sentía satisfacción alguna?

¿Y por qué anhelaba lo único que ella no le había entregado?

Su corazón.

Bella entró en la casa silenciosa, con la mente plagada de dudas que se acumulaban acerca de haber abandonado a Edward con aquel estado de ánimo tan volátil. Si algo llegara a sucederle...

-¿Milady?

Bella se sobresaltó y el corazón le subió a la garganta al darse la vuelta y encontrar a Olivia emergiendo desde la penumbra.

-¿Te encuentras bien?

-Bien, gracias -mintió Bella.

-Es tarde para andar deambulando por los páramos. Pudiste haberte hecho daño, o peor aún, sufrir una caída mortal.

Edward la había salvado de esa suerte, y lo que había seguido a eso le había cambiado la vida.

-No podía dormir.

-Entiendo. Yo también tengo dificultades para dormir. Al parecer mi amante no se encuentra en la residencia. Tal vez tú lo hayas visto.

Su amante. Aquellas palabras sonaron como una provocación intencionada. ¿Qué era lo que Tanya sabía? Había un brillo en los ojos de la mujer, algo que a Bella la hizo pensar que estaba jugando con ella.

-¿Lady Isabella? -insistió al ver que Bella no emitía respuesta.

-Me temo que no sé dónde se encuentra su... el conde. Ahora, si me disculpa, estoy bastante agotada.

-Sí. Imagino que lo estarás.

Algo en el tono detuvo a Bella.

-¿Perdón?

La mujer caminó como deslizándose por el suelo hasta pararse frente a ella, recorrió a Bella con la mirada lentamente, con un alto grado de malicia.

-Hacer el amor con Edward puede resultar todo un ejercicio de resistencia -dijo con una sonrisa extraña que a Bella le provocó un escalofrío que le corrió hasta los huesos-. Él es capaz de darle placer a una mujer durante horas. Francamente, me sorprende verte de regreso tan pronto. Pensaba que iba a tenerte hasta el amanecer, ya que su obsesión por poseerte era tan fuerte... Supongo que su necesidad no era tan grande como pensé.

Palabras de negación brotaron automáticamente de los labios de Bella, aunque el temor se desenroscaba en su interior como un gusano.

-No sé de que está...

-Tus ojos te delatan, querida. No eres tan mundana ni tan sofisticada como nos has hecho creer, ¿verdad? Debo confesar que me sorprendió que Edward estuviera dispuesto a dejar de lado su repugnancia lo bastante como para cumplir con el trato. Sin embargo, tenía una motivación substancial (y yo sé con certeza lo devoto que puede llegar a ser por una causa cuando se lo propone). Muy delicioso.

En algún sitio de la casa un reloj sonaba marcando cada insoportable segundo.

-Casi te envidio -continuó Tanya con tranquilidad-Cuando está enfadado, Edward es un espécimen de primera clase, absolutamente soberbio. Sólo espero que no haya usado en tí toda esa encantadora frustración enjaulada. Estoy hambrienta por recibir su marca sexual en este instante. Después de todo es por eso que le permito tanta libertad.

-¿Usted sabía...? -articuló Bella, luchando desesperadamente por emitir una voz normal.

-Por supuesto. Sé todo lo que Edward hace. Hasta los estuve mirando un momento. Él es como una bestia en celo, ¿verdad?

La cara de Bella empezó a arder y el cuerpo a enfriarse.

-¿Usted nos vio?

-Sospecho que la mitad de la casa los vio. Como ya habrás notado, somos un grupo bastante pervertido. -Pasó un dedo por el cuello de Bella, y rió por lo bajo cuando ella retrocedió de un salto-. Mis amigas que pensaban que yo exageraba las extraordinarias habilidades de Edward, simplemente tuvieron que averiguarlo por su propia cuenta. A mi entender, ninguna de ellas lo encontró insuficiente. Yo no hubiera tolerado su malhumor tanto tiempo de no ser por el tamaño de su... ¿resistencia, diríamos?

La garganta de Bella apenas podía emitir palabras.

-No le creo.

-Ah pero deberías. Yo lo conozco mucho mas que tu. Dentro y fuera de la alcoba, aunque esto último ocurre con mucho menos frecuencia.

El rechazo ardía en los pulmones de Bella, pero no podía expresarlo.

-¿Por qué querría él lastimarme?

-Realmente no lo sabes, ¿verdad?

Bella sentía deseos de abofetear a la mujer y quitarle de la cara aquella expresión de regodeo, luego buscar a Edward y exigirle una explicación. Pero no le permitiría a Tanya el placer de verla desmoronarse.

-No, no lo sé -le respondió, manteniendo la compostura que pendía de un hilo-. Pero veo que se muere por contármelo. ¿Entonces de qué se trata? ¿Me consideraba un desafío demasiado grande como para resistirse? ¿O simplemente debía seducir a cualquier mujer que pusiera los pies en esta casa?

-Si fuese así de simple... Como ya sabrás, Edward es un hombre complicado. Pasa buena parte de su tiempo tramando venganza contra aquellos que lo perjudicaron. Y me temo que tú eras un objetivo irresistible.

Una vez Edward le había dicho que la odiaba, pero Bella jamás había creído en verdad que aquel odio fuese resultado del incidente con los caballos.

-¿Qué le he hecho?

-Nada, en concreto. Tiene más que ver con tu padre.

Tú sólo fuiste la desafortunada depositaría de la tremenda ira de Edward.

-¿Qué ha hecho mi padre?

-Estás sorprendentemente desinformada, ¿verdad?

Aunque yo ya me lo temía. De haber sabido a quién te enfrentabas, tal vez hubieras estado preparada para rechazar a Edward. Quizás debí haberte prevenido, pero, realmente, ¿cuál hubiera sido la gracia?

Por un instante, Bella no pudo más que mirar fijamente el bello y gélido rostro de la mujer.

-¿Usted lo incitó a que hiciera lo que sucedió esta noche?

-No, no, querida mía. Yo simplemente fui una espectadora de sus planes. Edward planeó esta escena absolutamente solo. Y no es de extrañar, considerando que tu padre fue el causante de la ruina de Edward.

Bella sacudió la cabeza.

-No le creo. Mi padre jamás podría lastimar a nadie.

-¿No? ¿Y entonces por qué no le preguntas qué es lo que sabe acerca de Anthony Masen? Pregúntale acerca de la deuda que el padre de Edward tenía con él y que llevó al conde a suicidarse.

-Está mintiendo.

-Pregúntale a Edward, si es que no me crees. Estoy segura que él estará contento de confirmar lo que acabo de decir. La deuda que lo llevó a una muerte trágica y prematura era hacia tu amado padre, a quien Edward odia con una ferocidad sin igual. Y mancillar a la hija del hombre que destruyó a su padre es una venganza apropiada, ¿no crees?

En ese momento, Bella veía todo con claridad. El enojo de Edward, su crueldad, la facilidad con la que había afirmado odiarla. El había rehusado a hablar de su padre abiertamente se había negado a bajar la guardia. Cada beso ardiente, cada caricia exploradora había sido un cruel preludio calculado que había culminado con su caída. Él le había jurado que sería su perdición.

Y ella se había entregado al sacrificio voluntariamente.
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HOLA NIÑAS AKI LES DEJO ESTE CAP DE LA ADAPTACION RECUERDEN QUE YO SOLO
LA ADAPTO CON LOS NOMBRES DE NUESTROS PERSONAJES FAVORITOS POR ESO ES MAS FACIL PARA MI ACTUALIZAR ESTA HISTORIA MAÑANA OTRO CAP
BESOS


7 comentarios:

lorenita dijo...

wow! este capitulo estuvo muy interesante e intenso... sigue así lizzy!!

nydia dijo...

Hola mi niña me encanto este capitulo te quedo genial y pobre Bella enterarse asi de la verdad que cruel fue Tanya...Sigue asi..Besos..

nany dijo...

hola me encanto tu cap
me cae muy mal tanya, ojala y bella que emarazada, seria muy malo para tanya ya q eso es lo que ella quiere de ed un hijo

Unknown dijo...

haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Porque pasan estas cosas?? Justo cuando lo habían echo viene Tanya a decirle todo haaaaaaaaaaaaa es tan triste y estoy tan molesta con Edward!!! haasssshhhh

Gracias por el cap me voy a leer el otro!!!

vyda dijo...

No puede ser!!! estoy hiperventilando con este capitulo, por fin!! el momento tan esperado y dentro de todo fue perfecto, sobre todo por Edward que ya se dió cuenta que lo que quiere es su corazón anis...

Pero es oficial... iniciemos una hoguera y quememos a la bruja de Tania, yo pido mano para quemarla en leña verde jejejeje, lo mejor sería que Bella quedará embarazada jojojojo así no sería ella la que obtendría un hijo de Edward...

Cammy dijo...

Tanya y su bocota!!! tenia que contarle todo a Bella ¬¬ y ahora ella se irá Arrggg!

Ana dijo...

Estaba claro que iba a contárselo. Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina