lunes, 11 de abril de 2011

LOS BUSCADORES DEL PLACER CAPITULO IX

CAPITULO NUEVE


Bella siguió el sendero que serpenteaba por el borde ti acantilado sintiéndose como si estuviese suspendida en lo alto del mar; la idea de estar suspendida por encima del agua («daba una sensación aterradora aunque curiosamente excitante.

Abajo, el agua turquesa brillaba como una joya reluciente con el sol de entrada la mañana; la espuma salpicaba las rocas dentadas y los cabos, que uno tras otro, se encumbraban hacia el oeste, proyectaban enormes sombras que se desplazaban formando extrañas figuras en medio del paisaje enriscado. Los bordes duros quedaban suavizados por una bruma gris, la tierra, el mar y el cielo, todo cubierto con un velo de tono rosa pálido, y las espesas nubes empañaban las puntas escarpadas de protuberancias lejanas.

Ella inspiró profundamente el aire con aroma de mar, con el viento fresco como una seda contra su piel que le agitaba los sentidos, la mente nebulosa y los miembros pesados volvían a la vida gradualmente, castigo de su excesiva indulgencia.

¿Qué le había sucedido esa noche que había bebido tanto?

Una sola palabra respondió esa pregunta: Edward.

Su mirada fija le había puesto los nervios de punta. Por mucho que lo intentara parecía que no lograba quitárselo de la cabeza.

Ni en sueños lograba estar en paz. Tenía imágenes vividas de él tocándola, de la mano sobre su mejilla, la palma cálida y grande descansando sobre su muslo, el deseo ardiente de su cuerpo queriendo arquearse contra el suyo, pero incapaz de hacerlo por tener los miembros adormecidos.

El aullido solitario de un halcón perforó la quietud que la rodeaba; cual mancha obsidiana contra la palidez del cielo azul, el pájaro quedaba suspendido en una ráfaga de aire invisible, y sus alas extendidas y encorvadas azotaban la brisa.

El extremo oeste del valle la atraía -las pendientes pronunciadas cubiertas de pasto bajo, genciana y tomillo, coronadas con una enorme mole de canto rodado -hacia el interior, donde las cordilleras áridas cedían paso a la exuberancia de los bosquecillos y matorrales, había varios valles estrechos muy hendidos rebosantes de árboles y flores color rojo carmesí.

Y en el medio emergía el chapitel de una iglesia, como un largo dedo cónico apuntando hacia el impecable firma- Comentó. Bella se encaminó en esa dirección, quizás pensando en que allí encontraría las respuestas a las preguntas que la asediaban.

Un leve movimiento en la cima de la pendiente le llamó la atención. Una silueta alta estaba parada peligrosamente cerca del borde del precipicio, mirando fija y completamente absorta hacia la furia que se agitaba abajo.

Bella disminuyó el paso al acercarse a Edward, ya que temía que un movimiento brusco lo sobresaltara y lo hiciera caer. Él parecía abstraído, distante. Tal vez era por la desolación que provocaba su pose, o la soledad de los alrededores, pero había algo en él que parecía diferente.

El perfil dibujado por el sol matinal era desapacible, angustiado. No llevaba chaqueta puesta, tenía las mangas de la camisa enrolladas, unos pantalones de color beige que le marcaban los muslos y unas botas de montar gastadas de color marrón oscuro.

Tenía los cabellos cobrizos fustigados por la brisa y pintados como con vetas rojas. Un hombre viril en todos los sentidos, aunque ella nunca hasta entonces lo había visto parecerse más a un niño perdido y solo.

Las piedras se desmoronaron a sus pies y le alertaron de su presencia.

Giró la cabeza bruscamente y su mirada cortó el aire en dirección a ella.

-¿Qué diablos quieres? -La expresión de él fue poco grata, un sabor de desesperanza le acentuaba los rasgos.

Ella le devolvió la mirada fijamente, con el corazón que le latía errante. Era un hombre de una belleza asombrosa, tan salvaje como aquel sitio indómito y peligroso, e igualmente temible. Parecía balancearse al borde de la destrucción. Se le notaba en los ojos, tan tumultuosos como las olas rompiendo contra la costa.

No la quería allí. Y en ese instante, Bella realmente creía que él la odiaba. Sabía que debía marcharse, dejarlo con aquellos pensamientos que lo afligían, pero la angustia grabada en ese rostro la hizo permanecer inmóvil.

-No quise importunar.

Él le dio la espalda y volvió a mirar las aguas turbulentas. El mar reflejaba su propio estado de ánimo, poniendo en peligro a cualquiera que fuera lo bastante irracional como para acercarse demasiado. Pero lo que realmente era irracional era que ella lo creyera capaz de sentir alguna emoción más allá del egoísmo. En muchas ocasiones él había demostrado que actuaba sólo por su propio interés, y que haría lo que fuera para obtener lo que quería.

Igualmente ella se le acercó.

-¿Qué es lo que quieres? -le gruñó cuando ella se paró al lado.

Bella miró hacia el horizonte. El débil fulgor de las primeras horas de la mañana le había cedido paso al rojo vivo de un sol cálido alimonado que se esparcía en el paisaje como oro derretido.

-Hermoso, ¿verdad?

-Te agrada la vista, ¿no es cierto? -Las palabras sonaban punzantes como un vez el verdadero motivo por el que estás aquí es para repetir la escaramuza de ayer en el pasto. ¿Es eso, milady? ¿Ya decidió que le agrada sentir mi boca en su...?

-Basta. -Ella giró para quedar de frente-. ¿Por qué tienes que ponerlo todo en términos sexuales? No todas las mujeres desean que las lleves a la cama.

-¿Ah, no? -Alzó la ceja con gesto sardónico-. ¿Y qué es lo que deseas tú? ¿Amistad? ¿Compañía? ¿Un hombre que ni piense en ponerte un dedo encima? ¿Un hombre que no se atreva a mancillar a la vasija sagrada que eres arremetiendo con su miembro entre tus virginales muslos? ¿Es que acaso deseas algo? ¿O es que siempre has sido frígida?

El dardo penetró como había sido su intención, pero era como si él estuviera tratando de alejarla a propósito, detestando el hecho de que cualquiera, y especialmente ella, lo hubiera encontrado en ese momento vulnerable.

-Hay muchas cosas que deseo, milord -replicó Bella con tono acallado-. Tal vez si se tomara un instante para hablar realmente conmigo, en lugar de abusar de mí, lo sabría.

-Sé más de lo que imaginas.

-¿Y qué es lo que crees que sabes? ¿Que soy una frígida, bruja detesta caballos, capaz de crucificar a cualquier hombre que no esté de acuerdo con mi modo de pensar?

-No. Que eres testaruda, problemática y una condenada descarada. -Apretó los dientes y agregó-: Fuerte, segura y valiente -dijo como si le arrancaran las palabras.

El inesperado cumplido le agradó. Entonces él se dio la vuelta abruptamente:

-Vete al maldito infierno, ¿quieres?

Bella vaciló y se preguntó por qué. El había dejado bien claro sus deseos. Sería una tonta si creyera que Edward necesitaba a alguien, en especial a ella.

Se dio la vuelta para marcharse, pero él la alcanzó y la cogió de un brazo para detenerla.

-¿Qué estás...?

-Quédate. -La frustración le brilló en los ojos, y algo más. Algo oscuro y especulativo. Isabella se propuso rechazarlo, no podía tratarse de alguien confiable. Pero él la forzaba.

-¿Qué es lo que quieres de mí? -le preguntó ella.

-No lo sé.

-¿Siempre eres tan complicado?

-Sí.

La respuesta honesta la ablandó y sus labios renuentes sonrieron. Él bajó la vista a la boca, pero por primera vez, ninguna intención oculta le afectó ese rostro hermoso, sino más bien una expresión que como siempre era... de deseo.

-¿Me tienes miedo? -le preguntó él, buscando la verdad en los ojos de ella.

-A veces.

El se detuvo y luego dijo:

-Tal vez deberías ser más precavida.

-¿Me está poniendo sobre aviso, milord?

-¿Te sientes advertida?

-No.

Con esa respuesta se ganó una leve sonrisa a regañadientes.

-Sí que eres bien diferente a las demás mujeres, ¿verdad?

-Me temo que no -dijo ella, preguntándose si esa verdad le causaría rechazo como a la mayoría de los hombres-. Mi padre desespera con ese hecho. Lo intenta, pero no alcanza a comprenderme. A menudo me mira como si yo fuera un problema desconcertante y sin solución posible.

La cara de Edward de pronto se eclipsó y volvieron a aparecer los ojos punzantes, furiosos,

-Vámonos -le dijo bruscamente al tiempo que la cogió de una mano y se la llevó,

-¿Adónde?

El no le respondió, sólo siguió caminando, devorándose el suelo con cada paso, forzándola a hacer dos pasos por cada uno de los suyos. Bella tuvo que clavar los talones para captar su atención.

-Detente. Por favor.

Aquella mirada penetrante se fijó en ella de aquel modo desconcertante habitual.

-¿Qué sucede?

A ella el corazón le latía salvajemente, pero poco tenía que ver con el paso rápido.

-¿A dónde vamos?

-¿Acaso importa?

A esa altura, ella no estaba segura de ello. Le agradaba el modo en que sentía la mano de Edward, y aquel brillo posesivo en sus ojos. Y también le agradaba su modo tosco y descortés el modo en que él no se reprimía de nada. Eso era lo que mas le agradaba.

Sabía que no estaba bien pasar el tiempo con él Había otra mujer que tener en cuenta, y Bella jamás había sabido compartir. Quizás se debía a que era hija única. Si algo era suyo, era sólo de ella.

Pero Edward jamás pertenecería a ninguna mujer. El ser fiel no estaba en su naturaleza. Aunque un hombre de su tipo contrajera matrimonio, generalmente sólo para obtener una herencia, tendría una amante al lado.

Pero eso no tenía importancia. Ella tenía una vida completa y no esperaba que el ser esposa y madre formara parte de su vida. Ella existía más allá de los límites, que era lo mismo que intimidaba a la mayoría de los hombres. Sin embargo, una vocecita en su interior le decía que Edward no era la clase de hombre que se intimidaba fácilmente, si es que alguna vez lo había sido.

-Creo que será mejor que siga sola desde aquí. -Trató de tirar la mano para soltarse, pero él la aferró más fuerte, negándose a soltarla.

-Estás caliente.

-¿Perdón?

Él sacó un pañuelo del bolsillo y acortó la distancia que había entre ambos. El corazón de ella se detuvo como un motor cuando lo miró a los ojos.

-Estás transpirando -murmuró él.

-Ah. -Se ruborizó ella-. Bueno, prácticamente he tenido que correr...

-Ssh... -Se le acercó más y con delicadeza comenzó a secarle el rostro, que sólo ardió aún más bajo su escrutinio, el pequeño retazo de tela no se interponía en el contacto de su mano, la calidez de los dedos, el calor de la palma.

Todas esas sensaciones se deslizaron hasta la garganta.

Y luego al pecho.

Allí se demoró, con mirada casi diligente, la tarea se convirtió en una caricia que le dificultaba la respiración.

Finalmente, ella se apartó vacilante.

-Será mejor que me marche.

Él bajó el brazo lentamente.

-¿Por qué? ¿Es que te disgusto tanto así?

Ella no logró decir sí; tal vez eso lo hubiera alejado. Pero las palabras no le salían.

-Esto no está bien.

-Simplemente estamos dando un paseo. -Se detuvo y luego continuó-. ¿Crees que te obligaría a hacer algo que tú no quisieras?

Bella deseaba sinceramente decir que sí. Decirle que él era lo bastante despreciable como para forzarla. Pero cuando él la había tocado antes, ella había respondido al instante: su cuerpo se manifestaba bajo sus labios, lo deseaba con cada fibra de su ser. Bajo ningún punto de vista él la había forzado a hacer nada que ella no quisiera.

-No -le respondió bajo.

-¿Entonces de qué hay que preocuparse?

De más cosas de las que ella era capaz de empezar a enumerar.

-Quizás es que simplemente deseo estar a solas. -Para salvar lo que le quedaba de amor propio y valor antes de qué él los demoliera.

-Ya veo. -Endureció la mandíbula-. Bien, siento que es mi deber asegurarme que llegues a salvo a tu destino. Los acantilados son peligrosos. Un resbalón y te convertirías en carne de tiburones. Seguramente me afligiría si te sucediera eso.

El sarcasmo de él en contraste con la honestidad de ella la enojó.

-¿De veras? Cualquiera pensaría que acelerarías mi partida de este mundo.

-Qué mal me juzgas.

-Disculpa mi impertinencia. Olvidé que te iban a canonizar. Edward Masen, Santo Patrono de los Groseros y Descarriados.

La sonrisa divertida que se dibujó en la comisura de su boca no llegó a verla.

-Deberías ser un hombre, querida mía. Guardas rencor como cualquiera de nosotros.

-Rencor no, milord. Opiniones.

-También tienes muchas de ésas. ¿Anoche tu objetivo era desollar vivo a Lynford con tu propia lengua? Si era así, hiciste un trabajo admirable.

-Me sorprende que lo notaras, considerando lo preocupado que estabas. -¡Maldita lengua impulsiva! Ahora pensaría que a ella le importaba que él no dejara de mirar a Lady Fairfax.

Él alzó una ceja, torciendo los labios sensuales en un gesto de diabólica provocación.

-Estabas atenta, ¿verdad? Me pregunto por qué.

-Quizás porque estabas sentado justo enfrente de mí. Uno tiende a darse cuenta cuando un hombre tiene los ojos fijos en el escote de una mujer. Uno pensaría que serías más discreto.

-¿En serio? ¿Y por qué?

-¿Por respeto, tal vez?

-Ah, ahora comienza mi sermón sobre los derechos de la mujer. Ya me preguntaba yo cuando sería sometido a una larga disertación sobre el tema. Bien, estoy listo. Máteme, milady.

-Si creyera que serviría de algo, tal vez intentaría tal hercúlea misión.

-Ah, pero sí servirá. Estoy absolutamente encaprichado con tu cerebro, ya ves. Funciona de maneras tan intrigantes. Disfruto en particular de tus puntos de vista sobre la prostitución. -Se mofó de ella con brillo en los ojos al decirle- Entonces dime, amor, ¿abrirías las piernas si yo te pagara?

Aquel comentario tajante había sido muy desubicado, y antes de pensar en nada ella levantó la mano para abofetearlo. Edward le aferró la muñeca, deteniéndola a pocos centímetros de la cara y tiró de ella con fuerza hacia sí, aplastándole los senos contra el pecho musculoso.

-Ya he sido tratado con ese remedio en particular.

Esta vez preferiría algo más original.

El cuerpo de Isabella hervía de la furia incluso cuando un curioso escalofrío la recorrió al estar tan cerca de él. ¿Cómo podía desagradarle y a la vez querer estar apretada contra el?

Se soltó la mano de un tirón.

-¿Qué fue lo que me hizo pensar que habría algún hueso redimible en tu cuerpo?

Algo centelleó en los ojos de él antes de que la emoción quedara aplacada.

-Redimible, ¿yo? Creo que debería sentirme halagado de que pienses que soy alguien respetable. Sin embargo, no lo soy. -Antes de que Isabella pudiera invocar una réplica, el continuó- Ahora, por favor, ¿qué es lo que te irrita tanto de los hombres? Me encuentro fascinado por ti, a mi pesar. Bajo el hechizo de este extraño encaprichamiento estoy experimentando un inesperado deseo de conocerte mejor. -Le rozó la mejilla con un dedo; el gesto parecía una señal de inminente posesión y a ella la recorrió un impulso fugaz de recostarse sobre la calidez de la palma de su mano.

-Para ti no soy más que un desafío. Nada más.

-Eres un desafío, es cierto. Y en cuanto a eso de nada más, das demasiado por sentado. -El ardor de ella reflejado en la mirada de él le sacó un punto de ventaja-. Y dime, ¿qué opinas acerca del matrimonio?

Isabella no emitió respuesta, segura de que él sólo se estaba divirtiendo a su costa.

-Vamos -insistió-. Debes tener una opinión formada con respecto a este tema en particular. Después de todo eres tan extrovertida...

-Para que lo sepas -empezó ella levantando el mentón-, encuentro al concepto erróneo, a la institución tendenciosa y a las expectativas sofocantes.

-Ahora sí nos estamos conociendo. Continúa.

Esa era una invitación que Isabella no pudo resistir.

-El matrimonio no tiene beneficios para las mujeres mientras los hombres estén gobernados por la idea de sumisión como valor supremo. La existencia misma de ella se torna inútil ya que es impulsada a pasar sus días cual inútil adorno decorativo. Se espera que las mujeres vivan bajo una cúpula de cristal en lugar de llevar algún tipo de vida que tenga sentido.

Los labios de Edward formaron algo pareado a una sonrisa.

-Un relato impresionante. -Luego citó-: "Las mujeres están destinadas a ser esclavas o juguetes debajo de los hombres, o una especie de ángeles si están encima de ellos". Thomas Henry Huxley, creo.

-¿Y eso es lo que usted piensa, milord?

-Creo que una declaración como esa omite un elemento primordial.

-¿Y cuál es?

Él se inclinó hacia adelante, acariciándole la mejilla con el aliento cálido.

-La pasión.

Isabella trató de no pensar en las imágenes que esa palabra evocaba o en lo extraña que la hacía sentir su cercanía.

-Se supone que las mujeres no son apasionadas, milord. Es más, nuestra falta de pasión es una idea universalmente aceptada como un hecho. Asumir lo contrario sería indecente.

-Entonces, supongo que tú quedarías excluida de esa conjetura.

Isabella no quiso responder a aquel cumplido inesperado, ni a su mirada, pero definitivamente sintió flojearle las piernas cuando dijo:

-Creí que me encontrabas frígida.

A él parecía fascinarle la curva de su cuello.

-Tal vez sencillamente pienso que posees mucha más pasión de la que te permites expresar. Quizás no seas tan libre como te crees.

-Tonterías -se burló ella y sin embargo ese comentario quedó sonando en su mente. ¿Es que ella temía dar rienda suelta a su deseo?- Sólo porque te permito seducirme -al margen- no quiere decir que me hubiera contenido de haberme interesado...

-¿Qué? -la apuró él cuando ella vaciló.

Se vio forzada a mirarlo de frente.

-En hacer el amor contigo -le respondió.

-Déjame aclararte algo -le dijo con tono ronco de modo perturbador-. Tú no me permitiste seducirte; tú tenías deseos de que te sedujeran. Hay una diferencia. Y aún no lo han hecho debidamente. Pero no por falta de intento, te lo aseguro. -Antes de que ella pudiera disentir ante su arrogante suposición, él continuó-: Entonces, con este débil punto de vista que tienes acerca de la población masculina, ¿debo asumir que no tienes intención de casarte jamás?

-Me he resignado a ser soltera.

-Hábilmente expresado, mi amor. Pero no responde a la pregunta.

-¿Por qué una mujer inteligente querría casarse? -argumentó ella en contra, mientras observaba un zarapito que alzó el vuelo desde un árbol a lo lejos, pensando en todos lo sueños que había tenido acerca del hombre con el que alguna vez se casaría, y en cómo esos sueños habían comenzado a desmoronarse al darse cuenta de que ella no poseía las cualidades que un hombre apreciaría en una esposa.

Edward la asió del mentón para mirarla de frente, con los dedos cálidos en contacto con la piel de ella.

-Por el mismo motivo que un hombre querría casarse -murmuró al tiempo que le acariciaba la mejilla con un dedo-. Amor, compañerismo. Hijos.

Hijos. La sola idea a ella le hacía doler el corazón. Se alejó de él.

-El esposo goza de todos los derechos. Puede llevarse a los niños si quiere. Puede negar el dinero y los bienes, tener una amante abiertamente. Pero si la esposa demuestra ser desobediente, o peor, infiel, un divorcio fácilmente lo beneficiaría a él. De modo que la palabra "esposa" simplemente es sinónimo de "esclava".

-No todos los hombres son como los describes.

-Pero eludes el tema -la presionó implacablemente para obtener una respuesta.

Isabella apartó la vista de él, observando cómo la brisa agitaba los pastos altos.

-Quizás me casaría si encontrara al hombre indicado. Aunque dudo que exista.

-¡Cuánta desfachatez viniendo de una joven! Aunque sospecho que tienes razón; los hombres somos unos patanes. Sin embargo, mi curiosidad necesita saciarse. ¿Qué tipo de hombre se ganaría tu corazón?

Isabella se inclinó para coger una florecilla salvaje y acarició los pétalos.

-Alguien afectuoso que se preocupe por los demás. Alguien con quien se pueda hablar, que piense que mi opinión es importante. -Ella alzó la vista y quedó capturada por la intensidad con la que él la miraba-. Y principalmente, quiero a un hombre que jamás piense en mirar a otra mujer en busca de consuelo. Y deseo honestidad, porque sin ella no existe nada más.

El la miró largo rato, a través de aquellas pestañas espesas, con el viento alborotándole los sedosos cabellos oscuros, y ella se descubrió curiosamente impaciente por escuchar la respuesta.

-Al parecer requieres todo lo que yo no soy. Supongo que no me puedo considerar un candidato favorable. -Un momento de silencio los envolvió hasta que él dijo con tono sorprendentemente amable-: ¿Me creerías si te dijera que estoy decepcionado?

Ella quería hacerlo. Y cuánto lo quería.

-No, no lo creería.

Él hundió las manos en los bolsillos, y la observó con mirada indescifrable. Isabella no entendía por qué su silencio le dolía... Pero así era.

Aterrizó de las emociones extrañas en busca del confort de las conocidas:

-¿Hay algún motivo por el que estés levantado tan temprano esta mañana? -Quizás queriendo provocarlo añadió-: No te consideraba un hombre que se levante antes de la hora en que sirven los tragos.

Una leve expresión sardónica le suavizó las líneas severas del rostro.

-Tu tendencia a hablar sin rodeos es renovadora, dulce, pero mis heridas sanarían más rápido si no me encontrara tan a menudo del lado contrario, recibiendo tus proyectiles verbales.

-Quizás entonces no deberías provocarme.

Él arrugó apenas los ojos con gesto divertido.

-Lo tendré en cuenta. Aunque debo confesar que te encuentro un verdadero espectáculo cuando tus pasiones te excitan.

Isabella sintió la cara ardiendo, la invadían imágenes de la boca de él presionando íntimamente la suya y otros lugares del cuerpo.

-Si ese fue un comentario solapado...

La sonrisa que de repente se le dibujó en la comisura de los labios al adelantarse un paso hacia ella era carnal.

-Tenías la mente en los bajos fondos, ¿verdad?

-No, yo... -Ella retrocedió un poco, tratando de poner distancia entre ambos, pero su pie chocó con una roca sobresaliente y se tambaleó.

Edward arrojó el brazo como una faja de hierro y la cogió por la cintura mientras tiraba de ella hacia delante, las faldas de ella le rozaron las piernas.

-Cuidado -murmuró él mirándole fijamente los labios como si quisiera besarla. A ella la recorrió un estremecimiento, con la esperanza de que él no lo hiciera, y sabiendo que no debería hacerlo.

-No. -Ella lo empujó del pecho, con las palmas marcadas por el calor del cuerpo masculino.

El pareció no escucharla. Tenía la atención demasiado fija en la boca. Inclinó la cabeza y un instante después, la rozó con los labios como si fueran las alas de una mariposa, suave e increíblemente tierna. Antes de que ella tuviera la oportunidad de saborear el beso, él se apartó y la soltó.

Isabella se tocó los labios tratando de calmar el hormigueo provocado por la cálida presión de su boca.

-¿Es que nunca piensas en pedir primero?

-No cuando veo algo que quiero. -La miró a los ojos con firmeza y siguió-: ¿Querías que te lo pidiera?

Ella no sabía ni lo que quería. Jamás un hombre la había aturdido tanto, ni causado emociones que se agitaban con tanta turbulencia.

-No creo que debas andar besándome.

-¿No crees?

-No deberías.

-Bien, me alegra que uno de los dos esté seguro. -Enroscó una mano en la suya. Parecía ser algo de su propiedad por el modo en que la tomaba, pero a ella no le importaba. Ya no quería seguir peleando.

Caminaron uno junto al otro, alejándose de la casa y adentrándose más hacia la frondosa campiña. El chapitel de la iglesia que había visto más temprano apareció a la vista.

Ella se detuvo en la cima de la pendiente para mirar hacia abajo la vicaría gregoriana asentada en la base de la colina. Estaba cubierta de hiedra y unos árboles altos asomaban por encima de una pared desmoronada; suponía que alguna vez se habría usado como muralla para evitar la entrada del enemigo. Ahora una exuberancia de vividas flores silvestres suavizaban los bordes.

-Es preciosa -murmuró ella-. ¿Cómo se llama?

-San Nectan.

-¿Podemos bajar? -Al no recibir respuesta, lo miró. Su perfil parecía esculpido en piedra cuando miraba la iglesia, le aferró la mano con más fuerza, de manera casi imperceptible.

Finalmente, hizo un gesto abrupto con la cabeza y bajaron la colina. Una sensación de incomodidad invadió a Isabella: una sensación de estar descendiendo hacia un destino del que no habría retorno.
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WIII OJALA LES GUSTE MAÑANA EL MIERCOLES OTRO CAP

11 comentarios:

Angeles dijo...

buenas noches Lizzy. Acabo de darme cuenta de que no funciona FF, pensaba que te habría ocurrido algo que te impedía actualizar. Me encanta este capitulo de LBDP, la dialectica de los protagonistas, el juego de palabras, de emociones, es un capitulo largo, solo aparecen dos personajes y aun así te mantiene pegada a la pantalla hasta el final. Está muy bien, muy conseguido.Sabes? aún tengo que entender lo que piensa Edward, què se supone que pretende? conquistar a Bella hasta proponerle matrimonio? Porqué es tan redomadamente grosero? qué evolución ha seguido en su vida, la muerte de su padre y la busqueda del placer en sí mismo le han llevado a ser así? había otro Edward antes? Ese mismo Edward se supone que va a renacer en algun momento? porque esa es la sensación que yo tengo. No me quiero meter en tu historia, tienes habilidad de sobra para desarrollarla tu sola, pero he visto que aprecias que te digan lo que pensamos. Espero con impaciencia el prox capi. Quiero saber más. Un saludo

lorenita dijo...

interesante capítulo lizzy, a mi me pareció ver a un edward distinto del que habitualmente es, sobre todo por la aparición de bella, espero que ella lo ayude a cambiar por que en el fondo el ha sufrido bastante y esto lo hace ser así....ya quiero leer el sig. capitulo....saludos!

vyda dijo...

Haaaaa!!! me encanta este Edward, por dios si yo fuera Bella desde cuando me hubiera dejado arrastar por mis malas pasiones jojojojo, no se por que pero falta poco para que caiga.... Un beso Lizzy y espero el proximo capitulo, u.u. y por fis espero que pueda seguir entrando al blog, por que si no ya no voy a poder leer esta historia... por fis, un besote!!!

Unknown dijo...

Haaaaaaaa este capi fue... no sé como decirlo, solo sé que al principio el personaje de edward fue diferente, siempre lo hemos leído en esta historia como el tonto patán lujurioso (mi perspectiva claro) pero leerlo ahi parado en el acantilado... tan pensativo y melancolico claro después volvió a la suyo pero me gusto ese lapso

Aunque el beso del final me gustó creo que ambos ya se estan enterando de sus sentimientos. Me muero por leer el siguiente capi =)

Bueno pues... Saludos!!!

joli cullen dijo...

me encanta esta historia

nydia dijo...

dios me encanta cada vez mas esta historia y que bien escribes ...Sigue asi..Besos...

nany dijo...

me encanto tu cap

Cammy dijo...

"una sensación de estar descendiendo hacia un destino del que no habría retorno" a que se refiere esto?? ay ya quiero saber!!!
me encantó! por lo menos hablaron como personas civilizadas

Ana dijo...

Madre mía, son electrizantes cuando se juntan. Gracias

Ana dijo...

Madre mía, son electrizantes cuando se juntan... Gracias

Ana dijo...

Madre mía, son electrizantes cuando se juntan... Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

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