sábado, 13 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 3

Capítulo 3
Una vez que estuvo lo suficientemente alejada de la taberna, Bella tiró de las riendas para que Clover dejara de galopar, aunque no eran los matones de James quienes le preocupaban, sino el extraño cuyo beso casi la había derretido.
Las cosas que la lengua de él había hecho, qué boca tan suave aunque exigente contra la de ella, qué cuerpo tan duro y caliente... Nunca había imaginado que pudiese ser así, como un narcótico, algo que le embotara la mente, haciéndole olvidar la racionalidad. De lo contrario, jamás hubiera accedido a besarlo. 
Pero había sido mucho más que un beso. Se había apretado contra ella de un modo muy íntimo y las sensaciones que eso había provocado habían inmerso sus sentidos en un torbellino, hasta que el miedo a la propia lujuria la había llevado a resistirse.
Consiguió calmarse cuando la vieja yegua se detuvo al extremo del largo camino de tierra que conducía a Moor's End. Esa mansión gris venida a menos, con sus gabletes simétricos y sus techos inclinados, era el único lugar que alguna vez había llamado de verdad «hogar». Se erguía como un orgulloso monumento gótico, los acantilados y el cielo como telón de fondo, rodeada por una profusión de rododendros silvestres, y el aire le traía el olor familiar del agua de mar.
La inundaron los recuerdos de aquellos días que pasaban bañándose desnudos en las ensenadas desiertas, caminando por las ciénagas del páramo, aprendiendo a limpiar un pescado, a remar con espadilla o a manejar un remo, trepando a los cascos podridos de navíos que habían naufragado, metiéndose sin permiso en fincas abandonadas, para luego deslizarse sigilosamente dentro de las casas y explorar los fantasmales interiores.
Cuando era una niña pequeña, antes de que sus padres murieran mientras viajaban a China en una de las expediciones militares de su padre, Bella y su hermano habían pasado meses con su abuela y habían llegado a amar este lugar.
Muchas veces ella y George, en cuclillas entre las dunas, habían mirado hacia el mar, imaginándose grandes líneas de embarcaciones de proa alta entrando, velas al viento, en los bajíos con la marea creciente. Los capitanes que carecían de la habilidad necesaria para pilotear sus barcos no podían evitar chocar contra los bancos rocosos, atrayendo a los contrabandistas que se hacían el festín con el botín que el agua llevaba hacia la costa.
Pero siempre había sido lo mejor llegar por mar, viniendo desde Irlanda hasta el estuario del Hayle, como hacían los primeros comerciantes, para vislumbrar la garra de Cornualles clavándose desafiante en el océano, la imponente grandeza de Land's End asombrando hasta al más hastiado marinero, con su interior de colinas de granito abruptas y rocosas, y la aparición de la bahía de St. Ives, con sus brazos protectores en forma de herradura.
Bella respiró profundo. Su hogar. Llevaba este lugar en la sangre y haría cualquier cosa para preservarlo.
Dándole a Clover un suave empujoncito se dirigió hacia la caballeriza. Una de las puertas colgaba ladeada, los goznes sueltos hundidos profundamente en la madera podrida. Lo repararía al día siguiente, estaba demasiado escasa de dinero como para contratar a alguien que hiciera la tarea.
Una vez que Clover estuvo cepillada y alimentada, Bella puso una manta sobre el lomo de la yegua y la besó en el hocico.
—Te comportaste bien esta noche, chica —murmuró, y luego salió a la oscuridad helada.
Al echar un vistazo hacia arriba, vio la luz parpadeando a través de los vidrios de la ventana de su dormitorio. Sospechaba que Alice estaba esperándola ansiosamente. Su amiga se había opuesto a que Bella persiguiese a los hombres, pero considerando lo que había sucedido aquella mañana, Bella sabía que James no cejaría en sus intentos por ponerle las manos encima a Alice a menos que ellas encontrasen algo que fuera posible usar en contra de él.
Apenas había atravesado la puerta principal cuando Jaines surgió de entre la penumbra del largo corredor. Llevaba un solo mechón de cabello blanco adherido a la parte trasera de la cabeza, mientras hebras tan finas como telarañas se entrecruzaban por el resto de su cabeza, que se estaba quedando calva. La miró con expresión preocupada, entrecerrando sus ojos castaños a través de las gruesas gafas.
—Gracias a Dios que regresó usted.
— ¿Todo tranquilo esta noche, Jaines?
—Sí, señorita. Pero estábamos preocupados por usted.
—Como puedes ver, estoy bien.
Luego apareció Olinda, una mujer activa, cuyo cabello plateado enmarcaba un rostro perfectamente ovalado y la belleza de sus ojos grises claros. Parecía mucho más joven que su marido, aunque entre ellos hubiera apenas cinco años de diferencia. Ella afirmaba que era el resultado del fuerte linaje escocés.
— ¡Alabado sea San Ninian , ahí está usted! Estaba a punto de llamar a la caballería. ¿Dónde ha estado, querida mía? Nos tenía preocupados a todos.
—Eso he oído.
—Siempre ha sido usted una niña preocupante. —dijo Olinda.
Bella le abrazó los delgados hombros.
—Pero tú de todos modos me quieres, ¿verdad?
Pese a la brusquedad de su tono, Olinda le dio una suave palmadita en el brazo.
—Sí, muchacha. Claro que la quiero. Usted es como una hija para mí.
Bella no sabía qué hubiera sido de ella el último año de no haber tenido a Olinda y Jaines. Tras la de la muerte de sus padres y de su hermano, había días en los que había pensado que no sobreviviría, pero ellos la habían animado a seguir. Ahora era su turno de asumir la responsabilidad que otros le habían ahorrado durante todo ese tiempo.
¡Guau! El eco del inconfundible ladrido se oyó en el vestíbulo abovedado haciendo temblar el techo.
Bella miró hacia la cima de la escalera, donde apareció una cabeza peluda con manchas marrones y blancas. Sadie bajó torpemente a la carrera y sus enormes patas lo llevaron a través del piso encerado, haciéndola chocar contra el pobre Jaines, que se desplomó en el suelo, donde el peso prodigioso de Sadie lo mantuvo inmóvil mientras ella le obsequiaba una lamida babosa que le ladeó las gafas.
— ¡Fuera, condenada bestia! —le exigió él con tono de mando.
Considerando su enorme tamaño (era un cruce de lebrel irlandés y alguna otra raza igualmente gigantesca), Sadie era tan dulce como un corderito. La pobrecilla ni siquiera se daba cuenta de cuán grande era. Un trueno la hizo esconderse, temblando, detrás de las piernas de Bella. Y estaba completamente aterrorizada por Sassy, una traviesa gata atigrada que adoraba tomar por sorpresa a la gente saltándoles encima y que disfrutaba especialmente de acechar la cola de Sadie. Siempre conseguía que la pobre perra se escabullera yendo a ocultarse en el regazo de Bella, cargándola con más de sesenta y siete kilos de aplastante peso muerto.
—Ven, Sadie —la engatusó Bella—. Deja en paz al pobre Jaines. Estás asfixiándolo.
Los ojos castaños se volvieron rápidamente hacia Bella, mirándola con adoración, mientras saltaba sobre sus patas y empujaba con su cabezota la mano de la joven, deseosa de que ésta le rascase detrás de las orejas.
Bella se arrodilló y acarició el grueso pelo de la perra.
— ¿Le hiciste compañía a nuestro huésped esta noche? —le preguntó, a lo cual una voz femenina respondió:
—Me acompañó maravillosamente.
Una visión etérea, ataviada con un vestido de peau de soie azul oscuro los contemplaba de pie en la cima de las escaleras.
Sin importar cuántas veces uno viera a Lady Alice Brandon, no podía evitar sentirse conmovido cada vez por su belleza.
Era una criatura impactante, grácil, con facciones angelicales y cabello rubio claro que le llegaba hasta la cintura. La espesa cabellera era ahora una larga cuerda trenzada que le caía por la espalda, con finos rizos escapando para enmarcar su cara ovalada y sus ojos de un azul profundo.
Bella era morena, Alice rubia. Bella era baja, Alice alta, con las piernas más largas que Bella había visto jamás. Si alguna vez había existido una imagen del encanto femenino, Alice lo encarnaba.
—Gracias a Dios que has regresado —dijo ella mientras se deslizaba escaleras abajo, deteniéndose delante de Bella y tomándola de las manos—. Estaba tan preocupada.
Bella sonrió para darle confianza a su amiga:
—Un simple hombre no va a detener a una Swan. —Incluso antes de terminar de pronunciar esas palabras, una imagen de cabello oscuro y ojos del color de una joya se alzó delante de ella. Él no era un simple hombre. Bella no estaba segura de qué era él.
—No lo dudé ni por un minuto. —La sonrisa de Alice la transformó de angelical a arrebatadora, con un deje pecaminoso en esa expresión celestial que hacía a los hombres, jóvenes y viejos, rendirse a sus pies.
Todas las muchachas habían odiado instantáneamente a Alice cuando ésta había llegado al pueblo con su madre. Pero Bella había sentido hacia ella una inmediata camaradería, sabiendo cómo era ser la nueva en un lugar donde generaciones de familias habían vivido y muerto, profundamente enraizadas en la marga arenosa.
La primera vez que vio a Alice sentada sola en Meadow's Cove, la muchachita parecía tan triste y perdida... El corazón de Bella se había compadecido profundamente de ella y en aquel momento y lugar había prometido que se convertirían en grandes amigas. Y así había sido.
— ¿Qué le sucedió a tu mejilla? —preguntó Alice, mirando el rostro de Bella con ojos entrecerrados por la sospecha.
Bella desvió la cabeza, pues había olvidado el golpe que aquel horrible matón se las había arreglado para propinarle.
—No es nada, me llevé por delante una rama baja mientras cabalgaba de regreso a casa. No iba prestando atención al camino.
Su amiga arqueó una ceja, obviamente sin creerse esa historia. Pero Bella sabía que no diría nada más. No quería enojar a Jaines y Olinda.
—Vamos a quitarte esa ropa húmeda y a meterte en un agradable baño caliente. —Alice tiró de ella hasta el cuarto de baño.
Bella subió las escaleras de buena gana, con Sadie pegada a los talones. Asegurándoles a Jaines y Olinda que estaba bien logró enviarlos a dormir a regañadientes.
Tan pronto se hubieron marchado, Alice volvió a la carga.
— ¿Quién te golpeó? —Antes de que Bella pudiera responder, agregó—: Ay, ¿por qué te dejé ir sola? Nunca podría perdonarme si te hubiese sucedido algo. —Mientras hablaba le dio un rápido tirón a la camisa a Bella para quitársela, como si ésta de repente se hubiese vuelto incapaz de desvestirse sola—. Sabía que esos hombres despreciables te harían daño. Ir tras ellos fue una verdadera tontería de tu parte. James no se rendirá, lo sabes. No importa lo que hagamos. —Empujó a Bella hacia la cama y le arrancó las botas raspadas—. Tendré que marcharme a América o a algún otro lugar así de rudo para esconderme.
—No tendrás que hacer...
—No sé cómo dejé que me convencieras de hacer estas cosas. Éste es un problema mío, no tuyo.
—Es nuestro probl...
—Tendré que cortarme el cabello y usar una peluca. Hacerme pasar por una institutriz o una sirvienta.
—Eso es un poco exag... —Alice no le permitía terminar ninguna de sus frases.
—Pero no volveremos a hacer esto. —Empujó a Bella dentro de la tina de cobre que previsoramente había llenado y mantenido caliente para ella—. Si algo te hubiese sucedido...
Los ojos de Alice brillaban por las lágrimas contenidas.
Bella le tomó las manos.
—Soy más dura de lo que parezco.
—Pero tu cara...
—Ya ni lo recuerdo.
Pero probablemente por la mañana tendría un cardenal, lo cual haría sentir aún peor a Alice.
La verdad sea dicha, el beso que había seguido a la bofetada la había afectado mucho más. ¿Estaría aún en la taberna el guapo chantajista? ¿La habría buscado, pese a que ella le había dicho que no lo hiciera? Ay, ¿pero por qué le importaba?
—Si te sirve de consuelo —dijo Bella—, a los dos matones de James se les partirá la cabeza de dolor por la mañana.
La risa iluminó los ojos de su amiga.
—Realmente eres la mujer más extraordinaria que conozco. Los hombres te adorarían... si tan sólo pudiesen llegar hasta aquí para conocerte.
—Lo mismo digo con respecto a ti. A estas alturas ya deberías estar casada y manejando una casa llena de niños.
Alice frotó los mechones enredados de Bella.
—Menudo par somos, ¿verdad?
—Una fuerza temible. —Con un guiño, Bella sumergió la cabeza en el agua y se enjuagó el jabón del cabello.
Salió de la tina y se envolvió en una gruesa toalla; olía como un jardín en primavera por el jabón preferido de Alice.
Su amiga le secó el cabello con otra toalla.
—Entonces, ¿pudiste encontrar algo?
—No —respondió Bella con un suspiro, cogiendo su viejo albornoz de encima de su cama—. Pero algo se me va a ocurrir.
—No deberías estar haciendo esto. Ya tienes suficientes preocupaciones propias. ¿No falta
poco para que se venzan los impuestos de esta casa?
Ese recordatorio instaló un profundo pesar en el corazón de Bella mientras caminaba hacia la ventana y echaba un vistazo hacia fuera, mirando fijamente a la distancia, donde sobresalían del suelo las tumbas de granito con figuras de antiguas diosas de la tierra y sacerdotes, cuyas superficies mostraban huellas de las inclemencias del tiempo. Las piedras estaban inclinadas formando un techo en lo alto de las colinas, entre tojos y matorrales, despojadas hacía mucho de los tesoros que alguna vez habían guardado, convertidas tan sólo en un recordatorio de un modo de vida olvidado... como pronto lo sería el suyo si no lograba revertir su situación.
Cuanto más deseaba que las cosas no cambiaran, más inestables parecían volverse bajo sus pies las arenas del destino. El peso de la responsabilidad la agobiaba. A menos que las circunstancias cambiaran, y pronto, perdería Moor's End.
No había advertido cuán atrasada estaba su abuela en los impuestos hasta poco después de su muerte, cuando el cobrador golpeó a su puerta para comunicarle las malas nuevas. Le había dado a Bella tres meses para saldar toda la deuda, caso contrario la casa sería expropiada y vendida.
Moor's End había pertenecido a la familia de su abuela por generaciones. Cada piedra desgastada y cada gozne chirriante había sido especial para ella, al igual que para Bella. Esta casa había sido su refugio durante todos los años difíciles, nada existía para ella más allá de sus muros. Después de todo lo que su abuela había hecho por ella, le debía al menos tratar de salvar la casa que ella había amado. Sólo le quedaban dos meses para hacerlo.
Forzando una sonrisa en su rostro, se volvió a Alice.
—Te preocupas demasiado. Ya tengo la mitad del dinero. —Apenas tenía un tercio. Se había hecho prácticamente imposible traer cosas desde la ensenada debido al control que hubo durante los meses pasados para hacer respetar las nuevas disposiciones.
—El contrabando es demasiado arriesgado. Si te atrapan...
—No lo harán.
—Las rocas son traicioneras, especialmente de noche.
—Conozco cada grieta.
Alice frunció el ceño.
—Aun así...
Bella atravesó la habitación caminando trabajosamente, hasta llegar delante de su amiga.
—Prometo tener cuidado. Ahora, lo mejor sería dormir un poco. Quién sabe qué diabluras nos tendrá preparadas James para mañana. —Tendrían que estar aún más atentas desde ahora—. ¿Quieres que Sadie duerma contigo?
—No, estaré bien. —Alice se detuvo en la puerta—. ¿Te he dicho últimamente lo maravillosa que eres como amiga?
—Me lo has dicho mil veces. No te preocupes. Le ganaremos a James con sus propias armas. —Con la esperanza de verse tan confiada como parecía al hablar, Bella cogió una pequeña lámpara de aceite—. Te acompaño hasta tu cuarto.
Mientras salían a la oscuridad del pasillo, Bella se halló pensando en su tutor. Sólo podía dar gracias de que no se hubiese dignado a aparecer por Cornualles. Lo último que necesitaba era un ex militar controlando cada uno de sus movimientos.
Se preguntaba qué habría estado pensando su hermano para cargarla con un guarda, como si ella no fuese capaz de cuidarse sola. Y peor aún, un guarda cuyas diabluras a menudo aparecían en las páginas de escándalos. George debía de estar delirando. Pero mientras su misterioso guarda se mantuviese lejos de ella, todo estaría bien. O al menos eso esperaba.
— ¿Qué fue eso? —susurró Alice de repente.
— ¿Qué fue el qué?
—Oí algo abajo.
Bella volvió la cabeza hacia el descansillo y escuchó. Hasta ella sólo llegaron la respiración jadeante de Sadie y el susurro del viento atravesando las grietas de las piedras.
Luego lo oyó. Los ruidos apagados que hacía alguien al moverse en el viejo salón de fumar de su abuelo. Un frío le subió por los brazos erizándole los vellos de la nuca.
—Tal vez sea Jaines —respondió en un susurro, mientras Alice y ella se movían lentamente hacia las escaleras. Pero Jaines no tenía motivo para estar en el salón de fumar. El abuelo había sido el último ocupante habitual de aquel cuarto. Viejas botellas de licor aún se alineaban en la vitrina, bien añejadas y ahora muy fuertes, sospechaba. Pero nadie en la casa bebía.
Bella se aferró a la barandilla, espiando la luz que resplandecía por debajo de la puerta al pie de la escalera.
—Quédate aquí —le dijo a Alice, a quien tenía apretada contra su espalda.
—No voy a dejarte bajar sola. Podría ser James.
Bella no quería pensar que nuevamente había subestimado la determinación de James.
—Probablemente no sea más que un animal que entró por la chimenea. —Lo cual no explicaba la luz, pero eso lo guardó para sí—. Regreso en un minuto.
Alice la cogió del brazo con fuerza.
—Llamemos a Jaines.
Bella no deseaba alarmar a su amiga, pero Alice parecía creer que porque Jaines era un hombre podía manejar cualquier situación. Lo que no recordaba era que el hombre tenía setenta años mínimo y sufría de reumatismo.
—Aun si quisiera levantar al pobre, sabes que Jaines duerme como un tronco.
Alice se mordió ansiosamente el labio inferior. Luego sus ojos se iluminaron.
—Espera aquí. —En menos de un minuto estuvo de vuelta y apretó algo frío en la mano de Bella, quien bajó la vista para encontrarse con el arma de su abuelo. Hasta esta noche nunca antes la había sostenido—. Vamos —le urgió Alice a continuación con expresión decidida mientras cogía un pesado candelabro de latón.
Bella sabía reconocer una derrota. Respirando profundamente, exhaló el aire lentamente. Luego ambas bajaron las escaleras sigilosamente, tan pegadas que casi parecían una sola. Hasta Sadie se apretaba temblorosa contra su muslo.
Cuando llegaron al antepenúltimo escalón, la puerta del salón de fumar se abrió de golpe y una sombra de gran tamaño se proyectó sobre el suelo antes de que una figura igualmente grande emergiera en el vestíbulo. El jadeo al unísono hizo que el hombre alzara bruscamente la cabeza en dirección a ellas.
Inmediatamente Sadie lanzó un ladrido y en arranque de valentía sin precedentes, se arrojó sobre el intruso. El hombre cayó al suelo cubierto por un montículo de pelo de perro... y de repente el arma que Bella tenía en la mano se disparó.


[1] San Ninian fue el primer misionero cristiano en Escocia en 400 de. Alrededor del siglo VII se convirtió en santo del culto. (N. de la T.)
En francés en el original, es el nombre del género llamada piel de seda. (N. de la T.)
chikas perdonen se k se preguntara alice alta? rubia? que onda aki jejejejejejejejeje kise jugar un poco con los personajes a cambio se parece a alice como es la mejor amiga de la protagonistas espero les agrade enserio muchas gracias por los comentarios y pues ojala me regalen uno y no se decpeicones se que algunas les gusta los personajes tal y como son el los libros de twilight pero si lo cambio en esta historia cambiaria la escencia enserio ... espero les agrade y gracias...

5 comentarios:

Vianey dijo...

Sin duda el "intruso" debe ser edward no??, ojala no lo haya lastimado pq sino las cosas se pondran intensas entre ellos.

Ligia Rodríguez dijo...

Muy buen capitulo aunque en serio espero que no hayan matado a Eddie

ELIANA dijo...

ojala que no haya herido a edward.. blog abierto siii!!!

vsotobianchi dijo...

wow me encanto este capitulo, pobre Edward, espero no lo hayan herido jajjaja :-)

Cristina dijo...

Me encanta esta historia, es raro imaginar a alice rubia y alta xb

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina