lunes, 22 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 7


Capítulo 7
Bella siguió a su gata a la distancia, pisando con suavidad las piedras sueltas a lo largo del muro construido hacía siglos, quizás por algún ancestro celta, para evitar que los altos penachos de espuma de mar que impactaban contra el acantilado se derramaran sobre la casa.

Necesitaba este escape y estaba usando a Sassy como excusa. Durante los últimos días, su traviesa gata atigrada había desaparecido repetidas veces. Hoy averiguaría por qué.

Seguir al escurridizo felino le daba a Bella algo con que ocupar su mente para no pensar en su temerario tutor. Odiaba admitir que sus habilidades para la lucha la habían impresionado. Nunca antes había visto un método así. Se movía con la gracia de una pantera, cada golpe fluía de un modo calculado, cada ataque era efectivo. Sin duda los dos hombres habían representado esa escena numerosas veces antes.

Se preguntaba quién era Tahj para Edward. Le parecía una pareja extraña, considerando que los británicos y los indios no se tenían demasiada simpatía que digamos.

¿Se habrían conocido durante la Rebelión? ¿Era posible que Tahj hubiera luchado contra su propio pueblo? Bella nunca había estado de acuerdo con el papel de Inglaterra en el gobierno de la India, dictando leyes, presionando a las sectas religiosas para que se convirtieran al cristianismo e imponiendo el idioma inglés al pueblo de la India. El país al que ella pertenecía esclavizaba gente y nunca le había parecido correcto que George luchara por esa causa.

Se detuvo y contempló las olas del océano, que parecían coronadas de diamantes, inhalando una profunda bocanada del fragante aire de mar. El día era templado, las playas arenosas estaban bien lavadas por la lluvia de la noche anterior. Los pájaros ya habían salido de su refugio después de la tormenta. Un grupo de gaviotas piloteaban un bote pesquero hacia la costa, volando en picado para arrebatar un ocasional bocado, los ostreros se abalanzaban sobre los bancos de lodo en un relámpago de blanco y negro, mientras los archibebes y los correlimos corrían a toda prisa para explorar la pizarra.

Río arriba, donde yacía una gruesa rama arrancada por el vendaval, una garza caminaba erguida, abriéndose camino como un hombre zanquilargo antes de detenerse y quedarse parada con aire meditabundo, las alas ahuecadas y la cabeza oculta entre sus plumas.

Un resonante maullido agitó a Bella haciéndola reanudar su caminata a lo largo del muro de piedra. Saltó al llegar al final, siguiendo los maullidos hasta encontrar lo que había estado buscando.

Sassy la miró con sus ojos poco armoniosos, saludándola con un ronroneo. Estaba echada de costado, con cuatro gatitos que se retorcían mamando ávidamente.

—Ay, Dios mío —Bella se arrodilló y cogió en la palma un gatito negro con uno de los ojos rodeado por un círculo blanco—. Eres precioso —dijo suavemente, acariciando al minino entre las orejas cubiertas de pelo suave y tibio. Era tan diminuto que sin duda había nacido hacía sólo una o dos semanas.

El gatito le clavó las uñas en la palma, impaciente con Bella por interrumpir su comida. Con una suave risa, la joven lo devolvió a la panza de Sassy, donde empezó a empujarse con sus hermanos y hermana.

— ¿Quién hubiera creído que tú tenías instinto maternal? —Murmuró Bella, haciendo cosquillas a su gata bajo la barbilla—. Dime, ¿de dónde sacaste estos gatitos? Sassy no había estado preñada, así que las crías no eran suyas. Pero había estado dando de mamar cuando Bella la encontró, dos meses atrás.

Poniéndose de pie, la joven echó un vistazo alrededor buscando a la mamá gata, pero con un mal presentimiento en su interior. Su sospecha se vio confirmada un momento más tarde cuando encontró junto a una roca el cuerpo sin vida del felino, con el cuello roto ¿Quién o qué la había matado? Era el segundo animal muerto que encontraba en una semana.

Una lágrima rodó por su mejilla. Poniéndose en cuclillas junto a la gata muerta, vio el hoyito debajo de la roca donde probablemente había dado a luz a sus gatitos y los había refugiado. Lo más seguro era que los pobres hubiesen tratado de mamar del cuerpo sin vida de la madre. Bella sabía que si Sassy no hubiera llegado a tiempo, no sólo estaría enterrando a la madre muerta.

Cavó en el suelo blando. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, depositó suavemente a la gata, rezando una silenciosa plegaria antes de tapar el cuerpo con tierra.

Se quedó de pie mirando fijamente la tierra recién removida. Unas manchas de luz se filtraban a través del dosel de hojas sobre su cabeza e iban a dar sobre la tumba. Colocó varias pesadas piedras encima para mantener a raya a los animales carroñeros.

Un lastimero maullido le hizo lanzar una ojeada por encima del hombro. Sassy estaba de pie, tratando de acorralar a los inquietos gatitos ahora que ya se habían alimentado. La joven contó tres. Faltaba el negro.

Alzó la cabeza al oír un asustado maullido y escudriñó los árboles hasta que vio al gatito sobre la grieta de una rama, petrificado de miedo. Lo acechaba un gran halcón amenazante que debía de haber bajado en picado y arrebatado a los gatitos. Tanto el halcón como una caída desde aquella precaria ubicación matarían al diminuto animal.

—Quédate ahí, amor mío —canturreó Bella suavemente, manteniendo la vista fija en el gatito mientras se acercaba con sumo cuidado a un punto debajo del árbol, temerosa de que un movimiento repentino pudiese sobresaltar a la asustada criatura.

Durante su infancia había trepado muchos árboles, escondiéndose entre las frondosas ramas, divertida mientras su hermano la buscaba por todas partes. Aunque su cuerpo ya no era tan enjuto y fuerte como antes, se las arregló para escalar el tronco con destreza antes de asirse de la rama más cercana, haciendo que el halcón alzara vuelo y poniendo nervioso al gatito que retrocedió hacia el ángulo que formaban la rama y el tronco del árbol.

Bella lanzó una ojeada hacia abajo. El suelo estaba más lejos de lo que había esperado. Si caía contra las rocas que se alzaban cerca del árbol, podía fácilmente romperse una pierna. Desechó ese pensamiento y se instaló más firmemente sobre la rama. No era tan liviana como en otros tiempos y la rama debajo de ella no era tan firme como le hubiese gustado.

El gatito negro la observaba desde su rama a algunos metros de distancia y varias ramitas se proyectaban desperdigadas, interponiéndose entre ellos.

Los separaba una distancia mayor de lo que Bella hubiera deseado, pero no había manera de acercarse.

Apoyando una mano alrededor de la rama, se agachó hacia delante y aunque se estiró cuanto pudo sus dedos no lograron llegar al gatito. El minino agitó una pata hacia ella, maullando cada vez con más insistencia.

—Vamos, cariño —intentó persuadirlo, llamándole suavemente, al tiempo que se estiraba unos centímetros y le rozaba el pelo—. No voy a hacerte daño.

Tembloroso, el minino se escabulló hacia el borde mismo de la rama, sus jóvenes patas aún inestables. Bella observó horrorizada mientras el pequeño felino se tambaleaba y luego empezaba a dar volteretas en el aire.

— ¡No! —Bella se abalanzó en un desesperado intento por atrapar al gatito y de repente la rama debajo de ella chasqueó.

 
* * *

 
Edward recorrió con la mirada los sombríos bosques en los que había visto entrar a la muchacha y lanzó una palabrota. Maldita sea, había vuelto a perderla, pese a haberse vestido a la velocidad de la luz y prácticamente saltado escaleras abajo, bajando los peldaños de dos en dos, olvidándose del dolor en el tobillo.

No estaba seguro del porqué de sus ansias de verla. Quizás simplemente quería descubrir si la sensación de la noche anterior había sido algo más que el fuerte deseo sexual que cualquier mujer podía satisfacer. Sabía que debía mantenerse lejos de esta mujer, pero nunca había conocida a otra con semejante fuego en su interior. Él necesitaba ese fuego. Necesitaba que ella le ayudara a librarse de su frialdad.

Se adentró en el bosque, deteniéndose al oír un débil canturreo. Aguzó el oído, frunciendo el ceño. ¿Ella estaría con un enamorado? ¿Los sorprendería acaso en una situación delicada?

Caminó airadamente hacia el sonido, apartando a codazos un arbusto muy crecido, hasta que algo le hizo detenerse abruptamente. La gata de aspecto sarnoso que había visto esa mañana empujaba suavemente con el hocico a una camada de gatitos, tratando de hacerlos comportarse.

Desde algún lugar encima de la cabeza de Edward, llegó la voz de Mary. Entrecerrando los ojos miró hacia arriba y entonces vislumbró un piececito calzado con botas antes de que su mirada continuara subiendo para encontrarse con una bien torneada pierna.

Acababa de dar un paso para situarse directamente debajo del árbol y tener una visión mejor, cuando la oyó lanzar un grito de alarma y vio una diminuta bola de pelo negro que caía en picado hacia él. Extendió los brazos y cogió en el hueco de sus manos a la criatura que se retorcía.

Podía sentir el corazón del diminuto animal latiendo enloquecidamente. Los ojos de color chocolate, demasiado grandes para su carita, miraban a Edward sin pestañear. Con aire ausente le hizo una caricia en la cabeza, entre las diminutas orejas al tiempo que lo devolvía al cálido círculo de sus hermanos. Ni bien se enderezó oyó el crujido de una rama seguido de un alarido mientras Mary caía del cielo. Aterrizó encima de él, derribándole. El golpe que se dio en el costado contra una afilada roca le sacó todo el aire de los pulmones.

Al abrir los ojos Bella vio todo negro. Le tomó un momento darse cuenta de que su propio cabello le cubría la cara, ocultándola en un oscuro capullo.

Le tomó considerablemente menos tiempo darse cuenta de que estaba ilesa y de que no estaba tendida sobre la hierba, sino sobre un hombre (un hombre muy grande y muy sólido). La sensación de hormigueo en la nuca le reveló exactamente sobre quién había caído.

Tragando saliva apartó la cortina de cabello y se encontró cara a cara con su hostigado tutor, cuyos ojos aguamarina estaban teñidos de diversión y enojo a partes iguales. La sensación de ese cuerpo tendido tan cerca del suyo despertó en Bella peligrosos recuerdos de la última vez que lo había tenido a una distancia similar.

Y de lo que había ocurrido aquella vez.

Abrió la boca, pero él la hizo callar apoyándole un dedo contra los labios.

—Te agradecería que no hablaras, porque sé que si lo haces sólo oiré alguna reprimenda por lo que hice para hacerte caer del árbol, o porque fue mi culpa que hayas tenido que arrojarme una piedra por la cabeza o, lo más atroz de todo, que hayas amenazado mi masculinidad.

—Eso lo tenía usted bien merecido.

Él le dirigió una sonrisa retorcida, apartándole luego un mechón de la cara y acomodándoselo detrás de la oreja, donde sus dedos se demoraron, dibujando ligeramente la curva externa antes de descender lentamente rozando la mandíbula.

Bella rogaba que él no advirtiese su temblor, aunque al mismo tiempo le miraba la boca preguntándose si él intentaría besarla otra vez.

—Usted sí que es una carga pesada, señorita Purdy. ¿Puedo atreverme a abrigar esperanzas de sobrevivir a mi estancia aquí?

—Quizás si dejara de seguirme, no tendría usted que temer por su vida.

—Pero entonces, ¿quién te habría salvado de caer del árbol, mi querida muchacha?

¡Mecachis! Tenía razón.

—Pensé que estabas en una cita con un enamorado —dijo él.

— ¿Con un enamorado? —se mofó Bella—. Usted debe estar delirando.

— ¿Por qué? —Desplegó las puntas del cabello de ella entre sus dedos—. Eres una mujer atractiva. —La miró atentamente—. ¿Es verdad que todavía no has tenido ningún enamorado? ¿Eres realmente tan pura como pareces?

Su voz ronca y el calor a punto de estallar en sus ojos la hipnotizaban.

—Eso no es asunto suyo, señor Kendall.

—Edward —dijo él, haciéndole suavemente cosquillas en el cuello con el cabello de ella—. Estamos demasiado cerca para hablar con tanta formalidad.

El recordatorio de que estaba encima de él, cadera contra cadera, pecho contra pecho, sacudió a Bella. Intentó dificultosamente alejarse, él le enlazó la cintura con un brazo, sin violencia pero sin permitirle escapar.

—Creo que tenemos un asunto pendiente —dijo él.

Bella luchaba para librarse de su abrazo.

—No tenemos pendiente asunto alguno, bestia torpe.

—Lamento no estar de acuerdo. Y si dejaras de retorcerte, podrías darte cuenta de que deseas besarme tanto como yo a ti.

Lo deseaba. Ay, ¡y cómo!

—Se ha golpeado usted la cabeza demasiadas veces.

—Si estoy confundido te lo debo a ti, adorable duendecillo de los árboles. —Levantó la cabeza para susurrarle al oído—. Tus pezones están duros, cariño. Los siento contra mi pecho. Pero —murmuró, rozándole la mejilla con el aliento—, en realidad preferiría sentirlos dentro de mi boca.

Bella se mordió el labio inferior para contener un jadeo y cerró los ojos, tratando de ahuyentar las imágenes evocadas por sus palabras.

—Resistes de un modo mucho más estoico de lo que yo podría jamás —le dijo él.

Se esforzó por permanecer completamente inmóvil cuando las miradas se cruzaron.

—Por favor, suélteme.

—Es usted una mujer de corazón duro, señorita Purdy. Ya he acudido a rescatarla dos veces. Antaño un hombre recibía algún recuerdo como muestra de gratitud por hacer algo así.

—Recibirá usted algo mucho más memorable si no me suelta en este instante.

Él rió entre dientes y le besó la nariz.

—Voy a creerte, dado que sé lo ansiosa que estás por darme rápido mi recompensa final. Abrió los brazos.

—Eres libre. Por el momento —agregó mordazmente.

Bella se apresuró a alejarse de él y se puso de pie. Cuanto más tiempo pasaba tendida sobre él, más clara era la sensación de que le habían marcado el cuerpo con un hierro candente. Aún la sentía en toda la piel.

Con una sonrisa indolente, él permaneció en el suelo, mirándola mientras entrelazaba las manos por debajo de la cabeza y cruzaba los tobillos.

— ¿Haces a menudo esto de trepar árboles para salvar gatitos?

Sacudiéndose el polvo, Bella lo miró con el ceño fruncido:

— ¿No debería usted estar cuidando de su tobillo herido, señor farsante?

—El engaño era necesario. Necesitaba provocar algo de compasión en ti. Considéralo una prueba para ver si había en ti siquiera un rastro de ese sentimiento. Además, en este momento tengo otras cosas que cuidar.

El destello de picardía en sus ojos llevó instintivamente la mirada de Bella hacia el regazo de él, donde unos pantalones indecentemente ajustados cubrían como un guante las partes masculinas de las que estaba tan orgulloso. La joven se esforzó por no ruborizarse.

Obviamente, su equipaje había llegado con el sirviente. Su atuendo, una amplia camisa blanca y unos pantalones color gris oscuro, había estado almidonado hasta que ella lo había derribado al suelo. Ahora la camisa estaba desgarrada a lo largo de uno de los costados, lo cual ofrecía una tentadora vista de un torso muy bien formado que distraía completamente la atención.

El cuadro que ofrecía se volvió aún más irresistible cuando el gatito negro que él había salvado se abrió camino por encima de su hombro para luego hacer ¡plaf! sobre su pecho semejando una mancha de tinta. Bella sabía que tenía que escapar antes de sucumbir al deseo de imitar al animalito.

Giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia donde quisieran llevarla sus pies.

— ¿Dónde vas? —gritó Edward. Ella ni respondió ni se detuvo. Apenas se las arregló para una retirada digna cuando lo que verdaderamente quería era escapar corriendo.

Lo oyó ponerse de pie e ir tras ella. Resistió el impulso de echar una ojeada hacia atrás, aunque realmente se sentía como una cierva atrapada en el punto de mira de un cazador. Necesitaba buscar refugio.

En el instante en que emergía de las sombras protectoras del bosque, aquel maldito hombre la alcanzó. De repente, ella se acordó de los gatitos y se detuvo.

Como si le leyera el pensamiento, él dijo:

—Todos están dormidos bajo la atenta vigilancia de esa gata zaparrastrosa.

Bella se relajó, pero hizo una nota mental para regresar y recogerlos. Quería llevarlos a la casa, donde estuvieran seguros.

—Y dime, ¿siempre has vivido aquí? —preguntó él después de un breve silencio.

Lo miró. La brisa jugaba con sus cabellos acariciándolos con dedos invisibles. Pese a todos sus esfuerzos, no lograba disipar la imagen del minino hecho un ovillo tan confiadamente sobre su pecho. Casi había envidiado al felino.

—Sí —respondió, sin faltar del todo a la verdad. Se sentía como si hubiese vivido siempre en Cornualles. Apenas recordaba su vida antes de venir aquí; sólo vagas imágenes de una interminable serie de nanas e incontables casas de campo demasiado hermosas para estropearlas con las travesuras de un par de chavales revoltosos.

— ¿No te sientes sola, tan lejos de la civilización? —inquirió él, arrancando una florecilla silvestre y poniéndosela a ella detrás de la oreja.

—Todo lo que conozco está aquí —le respondió, quitándose la flor para ponerla detrás de la oreja de él.

Con una sonrisa pícara, él la cogió de la cintura, inmovilizándole los brazos a los costados del cuerpo mientras lentamente le deslizaba por el pecho la flor silvestre, jugueteando con ella dentro de su escote. Ella se retorció de deseo y enojo. Entonces la liberó y de un salto se puso fuera del alcance de la inminente bofetada, dejando que ella decidiera si hurgar en busca de la flor (¡gustoso le hubiera echado una mano!) o dejarla allí por el momento.

Cuando ella reanudó la marcha, él volvió a la carga.

—Dime, ¿alguna vez has querido vivir en algún otro lugar? ¿O tal vez ir a Londres para ambientarte a la ciudad?

No, nunca había deseado eso. Jacob había hecho algunos viajes a Londres para comprar materiales y conseguir mano de obra adicional para ocuparse de los campos de su padre. Después de James Westcott, los Black eran los hacendados más ricos del distrito.

—Un amigo me contó que Londres es ruidosa y está llena de gente, que los vendedores ambulantes vocean sus mercancías en casi todas las esquinas y que son tantos los que viven allí que prácticamente todos los espacios están ocupados. —Bella lanzó una rápida mirada a Edward antes de añadir—: Incluso dijo que en algunos lugares, mujeres ligeras de ropas se ofrecen a los hombres por dinero. ¿Es verdad?

Él se encogió de hombros.

—Londres tiene zonas que son una sentina. Pero otras son completamente distintas. Hay una clara distinción de clases.

— ¿Y a cuál de las clases pertenece usted?

Él la miró.

—Creo que tú y yo pertenecemos a la misma.

— ¿Y cuál sería?

—La clase obrera.

—Usted no me da la impresión de ser un hombre que trabaja.

Aunque había estado en el ejército, sus ropas y su actitud irradiaban un aire de alta burguesía. Pero ella sabía que parte de su riqueza provenía de las apuestas. Al parecer su tutor era todo un tahúr.

Ella ignoraba todo sobre su origen, dónde había crecido, si tenía familia, o qué había hecho de su vida tras retirarse de la vida militar.

— ¿Es en Londres donde ha pasado usted la mayor parte de su vida? —inquirió ella.

—Una buena parte.

— ¿Y su familia?

A Edward el corazón pareció darle un vuelco antes de responder.

—También.

— ¿Es allí donde ellos están ahora?

—No.

— ¿Dónde están?

—Preguntas demasiado.

— ¿Y cómo obtiene respuestas uno si no es haciendo preguntas?

Permaneció callado, pero ella no estaba dispuesta a darse por vencida aún.

— ¿Se han marchado de Inglaterra?

Un músculo se movió en su mandíbula, mientras su mirada se clavaba en la de ella.

—Mi familia ya no está, señorita Purdy. Ahora, deje el tema.

¿Ya no estaba? ¿Qué significaba eso? ¿Desaparecida? ¿O muerta? ¿Y de cuántos familiares estaban hablando? ¿Padres, solamente? ¿O padres y hermanos? Se guardó por el momento sus preguntas cuando llegaron a la entrada de la aldea. Un desordenado puñado de cabañas con paredes de adobe, pintadas de amarillo y de un color marfil semejante al de la crema de Devonshire , esparcidas de cualquier modo a lo largo de un serpenteante camino de tierra lleno de baches a causa de las ruedas de los carruajes.

Altos setos se alzaban a ambos lados del camino bordeado de olmos. Muchos de los días de su infancia habían transcurrido con otros niños de la aldea, escondiéndose entre esos setos y saltando desde detrás de ellos para sorprenderse unos a otros. Aquí ella siempre había sido Bella. No Lady Isabella.

— ¡Mire! —Dijo la joven, señalando hacia la boca del puerto—. ¡Ha entrado el krill!

Largas franjas carmesí pintaban las aguas mientras miles y miles de los pequeños crustáceos revestidos de rojo hacían su viaje anual rodeando el cabo.

Sin pensar, cogió la mano de Edward y lo arrastró cruzando el páramo hasta el borde del acantilado. La primera visión del krill siempre era emocionante.

Bella saludó con la mano a un grupo de pescadores que se habían reunido en el muelle de abajo para examinar sus redes. Los conocía bien a todos, ya que había crecido con sus hijos y comido sentada a sus mesas. No podía imaginarse tan acogedora familiaridad en la bullente ciudad de Londres.

Bella sintió sobre la mano una sensación suave como una pluma y se giró para ver. Edward le rozaba los nudillos con sus labios.

—Si tan sólo florecieras por mí con semejante pasión —murmuró él— me consideraría un hombre afortunado.

Ella lo miró aturdida antes de volver a la realidad y retirar bruscamente la mano.

—Voy a recoger algunas ostras —dijo un tanto agitada.

Sin aguardar respuesta, la joven se puso en marcha bajando un empinado sendero que conducía a un grupo de rocas cerca de una ensenada apartada donde podían hallarse grandes lechos de ese manjar exótico.

Bella se quitó los zapatos, se arremangó los pantalones y empezó a caminar en una parte poco profunda del mar, con la arena escurriéndose entre los dedos de sus pies mientras los pececillos le rozaban los tobillos.

Sentándose en cuclillas, comenzó a tantear el fondo y un momento más tarde pescó su primera ostra, que colocó sobre una roca a su lado.

Una sombra cayó sobre ella y el corazón le dio un vuelco. Había pensado que él no iba a querer ensuciarse la ropa, pero se agachó a su lado, demasiado cerca como para sentirse cómoda.

—No he hecho esto en años —dijo.

Ella le miró de soslayo, furtivamente. En ese momento no parecía el hombre imponente que se deleitaba en abrumar sus sentidos. En su perfil de líneas puras vislumbró al muchacho que pudo haber sido alguna vez.

Él le echó un vistazo y le sorprendió la expresión inquisitiva de la muchacha.

—Mi padre era pescador —explicó, sacando un puñado de ásperas conchas grises y arrojándolas sobre la roca junto a las de ella.

— ¿Dónde está su padre ahora?

Le imprimió a la pregunta un tono coloquial, con la esperanza de que él bajara la guardia.

—No te das por vencida, ¿verdad?

Ella le devolvió la mirada.

— ¿Usted sí?

Sonriendo ligeramente él meneó la cabeza.

—No cuando quiero algo.

Bella no se hacía ilusiones sobre lo que él quería decir. La deseaba. Cada vez que se permitía asumir ese hecho su corazón hacía locuras. Él era tan guapo, tan increíblemente seductor, con esos penetrantes ojos que cambiaban de color y esa boca pícara. Y su cuerpo, puro pecado. Con sólo recordar la sensación de tener debajo ese cuerpo duro y lo fuertes que eran sus brazos, se sentía extrañamente débil.

— ¿Cuánto tiempo ha estado Tahj con usted? —preguntó, obligando a sus pensamientos a regresar al presente.

—Demasiado tiempo —respondió él en un tono que denotaba sufrimiento, rozando con sus dedos el pie de ella mientras continuaba su búsqueda, acercándose al inclinarse, su antebrazo desnudo tocando ligeramente la pantorrilla de la joven. Levantó la vista hacia ella y Bella contuvo el aliento, pensando que quería besarla. Entonces él levantó la mano, enseñándole un cangrejo—. Iba directo a tu dedo gordo. —Le guiñó un ojo y luego arrojó el cangrejo sobre la arena húmeda, donde éste se escabulló en dirección a las olas.

Bella se sentía extrañamente desilusionada mientras exploraba entre las algas.

— ¿Y dónde os habéis conocido?

—Punjab.

A la joven le extrañó el tono tenso de la voz de él. Se moría por hacer preguntas acerca de George, pero sabía que iba a tener que esperar hasta después de recibir el último cargamento de Bodie, cuando por fin podría darse a conocer y aceptar las consecuencias.

— ¿Estuvo usted mucho tiempo en la India?

—Estuve apostado allí por tres años.

— ¿Había muchos enfrentamientos?

—Había escaramuzas. Pero la situación era inestable. Los indios no iban a aceptar el dominio inglés por mucho tiempo. Había una férrea oposición a cualquier clase de cambio, especialmente a aquellos que iban en contra de lo que mandaba su religión.

Las cartas de George no transmitían demasiado acerca de lo que estaba viviendo en la India. Bella sabía que él no había querido preocuparla, pero la falta de información había sido peor. Aún ahora no entendía del todo en qué circunstancias había muerto.

— ¿Alguna vez tuvo que matar a alguien?

—Sí —dijo él, con la vista clavada en sus manos a través del agua turbia.

Bella se sentía desorientada. ¿Qué sabía en realidad ella acerca de la guerra? Pese a considerarse más culta que la mayoría de las mujeres, no podía ni empezar a comprender las razones de los hombres para tomar las armas.

— ¿Te molesta? —preguntó él en voz baja.

La joven parpadeó y se volvió hacia Edward, que la observaba fijamente.

— ¿Si me molesta qué?

—Que haya matado a otros hombres.

Por su modo de mirarla, Bella notó que su respuesta era importante para él. Pero ¿podía ella consentir que se matara?

—Debe haber tenido sus razones.

— ¿Y si te dijera que no las tenía? ¿Y si te dijera que simplemente quería que esos desgraciados muriesen?

Ella sintió un frío recorrerle los omóplatos.

—Yo... —Sacudió la cabeza—. No lo sé.

Él asintió y desvió la mirada. Siguieron unos minutos de tenso silencio mientras ella pensaba sobre lo que él parecía estar contándole, que había matado gente sin justa razón. Su mente no podía aceptar eso.

Deslizó las manos de nuevo en el agua fresca y buscó un tema neutral.

— ¿Por qué Tahj se viste con esas túnicas anaranjadas?

—Es un monje budista. Esa ropa es parte de su cultura.

— ¿Los monjes no están generalmente recluidos en monasterios?

—La mayoría de ellos lo están. Pero, para mi desgracia, Tahj se ha autodesignado mi guardián.

Aunque intentaba parecer ofendido, Bella empezaba a darse cuenta de que simplemente le gustaba rezongar.

—Él debe creer que usted necesita un guardián. —Lo miró de reojo—. ¿Lo necesita?

Ella hablaba medio en broma, pero la expresión de sus ojos cuando levantó la cabeza para clavarle la mirada distaba mucho de ser divertida.

—No. —Parecía estar hablando completamente en serio—. Lo que necesito, señorita Purdy, es que me dejen en paz de una condenada vez. Mi vida es lo que yo hago de ella y me concierne exclusivamente a mí, a nadie más.

Bella no sabía por qué, pero la advertencia realmente la hirió.

—Le dejaré solo, entonces. —Se levantó, pero él le enroscó los dedos en la muñeca, mirándola con una brillo desafiante en los ojos.

—No te tenía por una muchacha que se escapa. ¿Tienes miedo?

— ¿De usted? Por supuesto que no —se mofó ella. No le temía físicamente, pues sabía que él no le haría daño. No le había levantado la mano, pese a que ella le había dado sobrados motivos para hacerlo.

Pero sí había encendido algo en ella, un sentimiento que la invadía cada vez que él le sonreía y que se agudizaba cuando la tocaba.

—Entonces quédate y quizás aprendas algo —dijo él, todo un desafío encerrado en sus palabras, como si entendiera lo que la atraía. Con cada segundo que transcurría, este hombre se volvía más enigmático para ella y eso sólo acrecentaba su deseo de saber más acerca de él.

— ¿Y qué cosa que a mí me interesara aprender podría usted enseñarme?

Mientras preguntaba se arrodilló nuevamente junto a él.

Los ojos de Edward habían recobrado aquel brillo malévolo cuando respondió.

—A besar a un hombre como es debido, para empezar.
Devonshire Crema espesa, muy usada en la cocina inglesa, que se prepara enfriando la capa de crema que se forma en la superficie al calentar la leche. Suele servirse acompañando fresas o scones. (N. de la T. )

hola de nuevo he aki el nuevo capitulo de la historia espero les agrade y me regalen un comentario aun k sea un "estuvo bueno" les dereo un buen regreso a clases a todas akellas k iniciaron un nuevo curso jejejejeje  les deseo lo mejor y mucha suerte en la escuela...

9 comentarios:

Ligia Rodríguez dijo...

Me encanto!! Espero el proximo con ansias!!!

Anónimo dijo...

aaa me encanta esta historia muy buena

ELIANA dijo...

o.0 muy bueno el cap. que tal ese edward le dijo mal besadora o es q me parecio...jajajjaja xD

espero el proximo :P

lorenita dijo...

me encanto el cap! Este Edward me encanta,su rebeldía lo cínico que puede llegar a ser..pero en el fondo trae consigo una historia triste...ya lo adoro..:)

Anónimo dijo...

OH por Dios..como asi..qde con muchas ansias.. me fascino el cap ..diferente=D..grax..actualiza pronto xfis..

Silvinha dijo...

A história está muito boa,mas esse cap foi o que mais me encantou, foi maravilhoso!!!!!!

vsotobianchi dijo...

wow con gusto dejo que semejante hombre me enseñe a besar ajjaja, me encanta Edward muy buen capi.

Cristina dijo...

que le habra pasado a la familia de edward???

me gusto mcuho el cap

MARISSA dijo...

POR LO QUE SE VE ED A SUFRIDO LAS DE CAIN.Y BELLA ES MUY CONFIADA EN SI MISMA Y NO MIDE EL PELIGRO,,COMO QUE ALIS ES MAS BONITA QUE BELLA,AL PRINCIPIO LA DESCRIPCION QUE SE HIZO DE BELLA DECIA QUE HERA MUY BELLA Y AHORA QUE SIEMPRE NO,COMO ESTA ESO.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina