miércoles, 7 de septiembre de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA CAPITULO 16

Capítulo 16

En vez de soltar a Bella, el conde la abrazó más fuerte.
—Siempre ha sido usted terriblemente inoportuno, Cullen.
Presintiendo que se avecinaba una pelea, Bella sacó las manos de Alec de su cintura.
—Esto no es lo que parece —dijo dirigiéndose a Edward. 
—¿De verdad? —replicó él—. ¿Qué es, entonces?
La mirada acusadora de él enojó a Bella.
—Su excelencia y yo simplemente estábamos conversando. Nada más.
—Usted no miente de modo convincente, querida. Estúpidamente me dejé embaucar una vez por esas mentiras. Tendrá que perdonarme por pretender no ser tan crédulo nuevamente.
—¿No será su propia conciencia culpable la que lo mueve a usted a acusar a otros, Cullen? —lo desafió Alec—. Tal vez sus sentimientos por la dama no son tan puros como le gustaría a usted que todos creyeran. De modo que, díganos, hombre, ¿desea usted a su pupila?
—¡Milord! —dijo Bella, quedándose sin aire.
—Gracias, Vulturi —dijo Edward arrastrando las palabras.
—¿Porqué?
—Por darme un motivo para atravesarte los dientes de un puñetazo.
Edward se adentró en la habitación como un toro y Bella se colocó directamente entre los dos hombres, empujando contra los hombros de Edward, hasta que éste bajó la mirada hacia ella.
—Quítese de en medio —dijo.
—No. No os dejaré ponerme en el medio de vuestra guerra. No me usaréis como un motivo para luchar.
Un músculo se movió en la mandíbula de Edward.
—El resguardar su honor es mi responsabilidad.
—No es mi honor el que está usted resguardando, sino el suyo propio.
—Ella tiene razón, viejo —dijo Alec en tono burlón detrás de ella—. Usted se vale de cualquier excusa para atacarme. No es que me importe, pero sí que escoge usted los momentos más inoportunos.
—¿Como por ejemplo cuando está acariciando a mi pupila?
El conde se ahogó con una carcajada.
—No sea ridículo. Aunque habría hecho un nuevo intento de besarla, de no haber interferido usted, tengo sentimientos fuertes hacia esta dama.
—Por favor, milord —imploró Bella.
—Qué curioso que saque a relucir el tema de los sentimientos —replicó Edward—, ya que la hermana de usted parece haber descubierto que alberga algunos hacia mí.
El golpe dio en el blanco; Alec apretó los puños a los costados del cuerpo.
—Usted no va a acercarse a mi hermana. ¿Entiende?
—Eso tiene que decidirlo Jane, no usted.
—Jane hará lo que yo le diga.
—Ahora soy una mujer adulta, Alec —intervino una voz nueva que llevó todas las miradas hacia la puerta del lado opuesto de la habitación, donde estaba de pie Jane Vulturi, a quien se veía tan joven como decidida, con la barbilla en alto en gesto desafiante mientras salía de la penumbra para enfrentarse a su hermano—. Agradezco tu dedicación a tratar de protegerme, pero debes empezar a dejarme tomar mis propias decisiones.
—Esto es entre Cullen y yo, Jane.
—Debes dejar de verme como una chiquilla, Alec.
—No te veo como una chiquilla.
—Sí que lo haces —dijo ella con vehemencia, mientras el rubor teñía sus pálidas mejillas—. ¿Piensas que no sé lo de mamá? Lo sé. También sé que lo que papá hizo fue algo ruin. El señor Cullen no tenía la culpa. —Se volvió hacia Edward, quien había permanecido sorprendentemente callado—. Lo siento. Lo que le hicieron a usted fue una crueldad inadmisible.
—¡Jane! —gritó su hermano enojado—. No le debemos disculpa alguna.
—Te equivocas, Alec. Es hora de que esta enemistad heredada llegue a su fin.
—Pero yo disfruto de odiar a su hermano —dijo Edward en un tono engañosamente calmado.
—Usted no lo dice en serio —refutó Jane, y Bella se dio cuenta de que la jovencita había hallado una causa en Edward, creyendo que podía salvarle de sí mismo.
—Oh, lo digo muy en serio.
—Ya le oíste, Jane —intervino su hermano—. ¿No ves que lo único que quiere es vengarse de mí?
Edward contempló a Jane sin pestañear.
—Puede que él tenga razón, milady. Quizás debería usted huir.
Jane sacudió la cabeza.
—Usted no me hará daño, Edward. Ya le he dado varias oportunidades y no ha hecho nada que no fuera honorable.
—¿Qué estás diciendo, Jane? —Alec exigió una respuesta, alejándose de Bella para coger del brazo a su hermana.
—Estoy diciendo que prácticamente me arrojé a los brazos del señor Cullen. Incluso lo besé la otra noche en el cenador. Podría haberse aprovechado de mí, yo lo habría aceptado gustosa. Sin embargo actuó como un verdadero caballero.
El conde se dio la vuelta como un torbellino para enfrentarse cara a cara a Edward.
—Maldito desgraciado —empezó a echar pestes agresivamente, dando un paso hacia su adversario.
Jane lo tironeó del brazo.
—¿No me oíste, Alec? Yo fui quien se comportó mal.
—Él te ha corrompido. Hará lo que sea para vengarse con nosotros de lo que hizo nuestro padre.
Edward echó una mirada a Bella.
—¿Está apuntando todo esto, Lady Isabella? Soy un granuja y un bribón, totalmente inadecuado para ser el tutor de una joven. Puede usted utilizar esta información para conseguir que el juez le asigne un nuevo tutor, querida mía. Podría librarse de mi tiranía de una vez y para siempre.
—¿Es eso lo que usted querría? —preguntó Bella con suavidad, sabiendo que Edward jamás había querido hacerse cargo de ella.
Él entrecerró los ojos, mirándola a la cara.
—Aún conserva usted esa enojosa propensión a hacer preguntas en vez de responderlas.
—¿Es eso lo que usted desea que haga? —insistió ella.
Él la miró furioso y hundió las manos en los bolsillos.
—No lo sé, maldita sea.
—Usted no la quiere, pero no quiere que nadie más la tenga, ¿no es así? —escupió el conde.
—Para nada. Simplemente no quiero que la tenga usted.
—Por favor —rogó Bella, con un sollozo a punto de brotar de su garganta—. Basta.
Edward la miró, con un chispazo de arrepentimiento en los ojos.
—Bella...
—No. —Ella sacudió la cabeza, con las lágrimas quemándole los ojos mientras intentaba contenerlas—. No diga más. Todo lo que yo quería era quedarme en Cornualles, llevar una vida simple con la gente que amo. No quería vestidos caros. —Cogió entre sus dedos la tela de su falda—. No quería té, ni doncellas, ni halagos vanos. Yo sólo... —Tragándose las lágrimas, Bella se recogió la falda levantó el dobladillo y huyó de la habitación.
Edward la siguió con la mirada, sintiendo que lo envolvía un enorme vacío mientras luchaba contra cada uno de sus instintos que le gritaban que corriera tras ella.
—Espero que se sienta orgulloso de sí mismo, Cullen —dijo el conde sarcásticamente—. Usted no tiene ni la menor idea de lo que vale Bella. Pero yo sí. Y si ella todavía me habla después de todo esto, haré lo que sea para ganar su corazón. Ya no me importan más sus vendettas. No hay absolutamente nada que yo pueda hacer para cambiar el pasado, pero yo sí que no tengo intención de ser como usted y pasarme la vida viviendo en él.
Cogió a su hermana del brazo y se dirigió hacia la puerta. Cuando pasaron junto a Edward, Jane apoyó una mano en su antebrazo.
Edward posó sobre ella una mirada impersonal.
—Escuche a su hermano, milady. Vaya a casa.
Ella inclinó la cabeza cortésmente y asintió. Él la observó alejarse, sabiendo en su interior que había perdido su última oportunidad de hacer sufrir al hombre que le había arruinado la vida. Había tenido una oportunidad única de vengar el dolor de su madre, el ostracismo de su familia y había abierto las manos, dejándola escapar.
Jamás había sabido manejar bien ningún aspecto de su vida. Era una maldición con la que también había afligido a Bella, arrastrándola con él al sufrimiento cuando en realidad nunca había querido herirla. Debería hallarle otro tutor. Él debería marcharse.
Se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta.
Luego giró sobre sus talones y a grandes zancadas atravesó la habitación en dirección al jardín adónde había ido Bella.

* * *
Bella escapó por la puertaventana y corrió escaleras abajo hacia la penumbra profundamente reconfortante del jardín de los Fordham. El perfume de las madreselvas la envolvió mientras caminaba entre las hileras de flores y setos, deseando únicamente un poco de soledad. No podía ver a otra persona.
Pero principalmente no quería enfrentarse a Edward.
Ella misma no entendía lo que acababa de sucederle. Ese tipo de arranques emocionales no era propio de ella; siempre se había enorgullecido de su calmada sensibilidad.
Pero Edward podía desestabilizarla desde lo más profundo. Estaba tan ocupado en su venganza contra los fantasmas de su pasado que no podía ver lo que tenía delante.
Ahora sabía lo suficiente como para reconstruir una parte de su vida, para imaginarse la historia de un muchacho seducido por una mujer rica y sentenciado al peor de los castigos por el cornudo de su marido. Un muchacho que, al no poseer dinero o influencias, no había podido salvarse.
Bella no culpaba a Edward por estar amargado, por llevar una vida disoluta. Lo que le partía el corazón a la joven era la incapacidad de él para dejar atrás ese pasado, enterrar la amargura. Ella no podía cambiarle la vida; sólo él podía hacer eso. Y no estaba dispuesto o capacitado para hacerlo.
—Hermosa noche.
Bella giró bruscamente para encontrarse con Edward apoyado contra una haya nudosa, sombrío e inmóvil, un cigarro iluminando la solemnidad de su rostro, su insólita belleza, sus ojos atormentados.
Incapaz de soportar esa mirada, ella se volvió y cerró los ojos, envolviéndose la cintura con los brazos. Quería llorar pero no podía. Quizás las lágrimas hubiesen arrastrado consigo ese indómito sentido de pérdida. Quería que su vida volviera a ser simple. Quería volver atrás el tiempo y ser la muchacha despreocupada que había sido una vez, con un hermano que los había rodeado de amor.
—¿Tiene frío?
Bella levantó de golpe la cabeza y halló a Edward de pie junto a ella, con una expresión inescrutable, con los ojos tan cargados de misterio como la noche.
—No.
Dio un paso para alejarse de él, al tiempo que la llamada de un búho a su compañera llenaba el silencio.
—Cuando yo era un muchacho —dijo, clavando la vista en un pedazo de tierra cubierto de jazmín de noche— solía escabullirme al West End a espiar a los ricos. Miraba bailar a las mujeres vestidas de seda y satén y a los hombres con sus pantalones a la rodilla, sin una sola peladura en los zapatos. Siempre me preguntaba cómo aquellos dandis glorificados podían mover el cuello con las camisas tan almidonadas y las corbatas tan ajustadas, con esos intrincados nudos. Una vez pensé que yo era más afortunado que ellos porque era libre. Podía ir y venir a mi aire, en tanto que ellos estaban atados a sus propiedades y títulos. No fue sino hasta que tuve siete u ocho años que me di cuenta que ser pobre era una trampa en sí misma y que no tener dinero significaba que uno era una persona inferior. Hasta ese momento sólo había conocido a gente como yo. Mi madre nunca me había permitido aventurarme lejos, pero ese año el Támesis se había congelado y los estibadores no tenían trabajo. De modo que, como yo era el mayor, conseguí un trabajo juntando «desperdicios» congelados de las calles.
Obligada por la curiosidad, Bella se volvió hacia él.
—¿Desperdicios?
—Mierda de caballo petrificada —respondió él sin rodeos, como retándola a mostrar su desagrado—. Mi padre me llevó a Mayfair y Kensington con la esperanza de obtener un mejor precio por ella. Recuerdo lo excitado que estaba yo. Nunca antes había estado tan lejos de casa. Pensaba que iba a ser toda una aventura.
La primera vez que me escupieron y me llamaron golfillo mugriento, me di cuenta de que yo no era como esa gente. Me sentía un extranjero en mi propio país.
Hasta ese momento, Bella se había esforzado por no dejarse llevar por los sentimientos, demasiado temerosa de abrir su corazón, pues Edward relataba su historia sin un ápice de autocompasión. Pero ahora todo cuanto podía ver era a ese niño engañado por un mundo que no trata a todos como iguales.
—Cuando le conté a mi madre lo que había sucedido —prosiguió—, ella me llevó fuera de la casa y nos sentamos juntos en el extremo del muelle. Dijo que todas las personas habían sido creadas como iguales ante los ojos del Señor, pero que algunas de ellas no habían sido bendecidas con demasiado juicio.
Bella sonrió a través de la bruma de las lágrimas.
—Su madre era una mujer muy sabia.
Él aplastó su cigarro con el taco.
—Usted me recuerda mucho a ella.
—¿Yo?
Él asintió, con lentos movimientos de la cabeza.
—Tiene usted la misma clase de sabiduría en los ojos, una capacidad innata de comprender a las personas.
Bella deseaba desesperadamente acercarse, echarle los brazos al cuello y abrazarlo fuerte. Él había abierto una puerta y ella presentía que era la primera vez en mucho tiempo que hacía algo así. Pero las revelaciones parecían confesiones y en lo más profundo de su ser empezó a sentirse inquieta.
—¿Podría contarme qué sucedió entre su madre y el padre de Alec?
Él cambió de posición, con la mirada perdida y Bella notó que luchaba con el recuerdo.
—Ese día había estado nevando. Recuerdo lo crudo que estaba el día. Yo tenía las manos frías. —Las miró, hundiendo el pulgar en la palma de la mano contraria, como tratando de calentarlas—. Mi madre temía que pasáramos hambre ese invierno porque no había trabajo y mi padre estaba bebiendo mucho más que antes. Por más de un mes ella había buscado empleo en cuanto lugar había podido.
Una noche se desmayó en la calle llevando en brazos mi hermana Jensyn, que en ese entonces tenía sólo seis meses. Mi madre tenía que ir a todas partes con ella porque aún estaba amamantándola.
Las sombras delineaban su perfil severo.
—Creo que en ese tiempo ella había llegado a temer a mi padre más que nunca. Él se había vuelto más cruel a medida que pasaban los años, más propenso a los ataques de celos. Parecía sentir como una obligación mantenerla embarazada.
En ese momento miró a Bella.
—Mamá tuvo tres bebés que nacieron muertos y uno que murió cuando tenía dos meses.
Respiró profundo y alzó los ojos al cielo.
—Cuando mi madre volvió en sí se encontró con que estaba acostada en un pequeño catre, cara a cara con la corpulenta ama de llaves del conde de Vulturi. No sé si fue la historia de mi madre sobre su búsqueda de empleo, o el ver la cara flaca y pálida de mi hermanita, el hecho es que el ama de llaves sintió pena por ella y fue a hablar con el conde para que éste le diera trabajo. Esa noche la determinación de mi madre nos salvó a todos. Pero cuando mi padre se enteró de las nuevas la golpeó tan fuerte que le rompió la mandíbula. Alegó que algo debía haber hecho ella para conseguir el empleo.
Bella entendió perfectamente lo que Edward quería decir con «algo» y sus manos empezaron a moverse nerviosamente jugueteando con la tela de la falda.
—Era un matón.
—Lo era —concordó Edward en voz baja—, pero la dejó conservar el empleo, aunque siempre encontraba algo para regañarla cuando ella llegaba a casa. Esa fue la época en que mi hermano Dorian comenzó a meterse en peleas y a robar. No creo que tuviera otra forma de manejar las emociones que se agitaban en su interior.
—¿Cómo se comportaban sus otros hermanos?
—Jillian se retrajo, más aún si los muchachos del barrio le prestaban atención. Pienso que creía que todos los hombres eran como mi padre. Hugh y Gavin empezaron a pasar fuera de casa tanto tiempo como podían.
—Entonces usted era el fuerte. El protector.
—Ése era yo —dijo en tono amargo—. El protector. El problema era que yo nunca pude proteger a nadie. Si hubiese podido, mi madre no...
Aun en la oscuridad, Bella podía ver la tensión que subía en espiral a través del cuerpo de él, la postura crispada que anticipaba que él estaba al borde de la destrucción.
—Dilo, Edward —susurró la joven—. Ya te lo has guardado el suficiente tiempo.
Él soltó el aire y se pasó la mano por la cara.
—El conde violó a mi madre —le dijo con voz inexpresiva—. Él la violó e hizo que dos de sus matones me obligaran a mirar.
Bella alzó una mano temblorosa hasta sus labios.
—Oh, Dios mío.
Dijo que eso era lo que yo merecía por mancillar a su esposa con mis manos de pescador, que así aprendería quienes eran mis superiores y nunca trataría de volver a salir de los barrios bajos, a donde pertenecía.
Bella alargó la mano hacia Edward, pero éste se hizo a un lado. No quería que lo tocaran.
—Cómo iba usted a imaginarse que él haría algo tan horroroso —murmuró ella.
Él apretó la boca en una línea adusta.
—Lo más estúpido fue que yo realmente pensaba que Lady Vulturi sentía algo por mí. No podía creer que alguien tan hermosa y socialmente influyente pudiera pensar que yo no era un ser despreciable. Para mí, nunca importó lo físico. Diablos, creo que ni siquiera me fijé en su cuerpo. Yo solamente quería... —Se encogió de hombros—. No sé.
—Lo que quería era sentir que encajaba —respondió por él Bella; le comprendía, pues ella había sentido lo mismo, principalmente durante los años en que sus padres vivían y su madre la vestía como a una muñeca y la hacía desfilar para sus amigos de la buena sociedad.
Las otras niñitas de su edad parecían disfrutar emulando a sus madres. Podían permanecer sentadas en una silla durante horas con los tobillos cruzados con recato y las manos prolijamente plegadas sobre el regazo. Sabían hacer perfectas reverencias y sonreír con un talento innato. Bella nunca pudo.
Ella había sido siempre inquieta, siempre había querido estudiar las cosas y jugar con George y sus amigos. Su madre se desesperaba. Su padre no estaba en casa el suficiente tiempo como para preocuparse por la conducta de su hija.
—Mi madre no derramó una sola lágrima —dijo Edward, y cuando la miró, Bella vio una negrura que eclipsaba la noche—. Ni una. No permitió que él la derrotara.
—Era una mujer fuerte. —Fuerte por su familia, pensó Bella. Fuerte por su hijo—. ¿Denunció usted lo sucedido? —preguntó, temiendo saber ya la respuesta.
—¿A la ley, quiere decir? ¿A esa justicia que favorece a los ricos y a la que le importa un bledo todo el resto de nosotros? No. El East End tiene sus propios métodos para hacer justicia.
—¿Qué hizo usted?
—Seguí al bastardo toda la noche siguiente, esperando la oportunidad de dar el golpe. Mi ira era tal que me cegaba y no me dejaba pensar con claridad. Él estaba esperándome. Y cuando yo hice mi jugada, los hombres que él había puesto a vigilarme hicieron la suya. El golpe en la cabeza me cogió desprevenido y cuando me desperté horas más tarde, me hallé encadenado en la bodega de un barco con destino a la India.
Donde lo había mantenido como esclavo. Nunca antes se había sentido avergonzada del mundo en el que había nacido. Hasta ahora jamás había tenido motivos. No era de extrañar que Edward despreciara a la aristocracia. Antes pensaba que la vida se había ensañado con ella de un modo caprichoso y cruel, llevándose a su familia uno por uno, pero entonces no sabía a qué abismos puede llegar la crueldad en su afán por lastimar.
—¿Qué hizo su padre cuando se enteró de lo ocurrido con su madre? —preguntó ella.
—Eso jamás sucedió.
Bella le miró con fijeza.
—No comprendo.
—Nunca se lo contamos. Mi madre me hizo prometerlo. Dijo que ese tenía que ser nuestro secreto, que mi padre la mataría si se enteraba y yo sabía que tenía razón. Pensaría que ella había hecho algo para provocar el ataque. Siempre se había zafado de los problemas como un cobarde.
Bella cerró los ojos y se estremeció, sintiendo brotar en su interior el dolor, por una mujer que no había conocido y por un muchachito al que habían obligado a guardar tan horrible secreto durante todos estos años, corroyéndole el alma hasta que de ella había quedado nada más que una sombra.
Dando un paso hacia él, la joven preguntó:
—¿Crees que eres como tu padre, Edward?
Un largo silencio los envolvió, interrumpido sólo por el rumor de las hojas, hasta que
finalmente él dijo:
—Sí.
Bella se puso delante de él y le tomó la mano.
—No lo eres.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque te importa. Hiciste lo que tenías que hacer. Cargaste sobre tus hombros un peso enorme a una edad muy temprana.
Ella se llevó la mano de él a la boca y besó suavemente la palma.
—Eres un hombre bueno, Edward Cullen.
Él se acercó y le rodeó las mejillas, rozándole ligeramente el labio inferior con el pulgar, tocando suavemente el pequeño corte:
—Lamento haberte lastimado.
—Fue un accidente. —Como él evitaba mirarla a los ojos, ella dijo—: No eres tu padre, Edward.
—A veces pienso que me he convertido en él. Veo en mí la misma indiferencia y no puedo cambiarla. Es parte de mí.
—Hiciste las cosas lo mejor que pudiste. Viviste en medio de la violencia y nadie espera que simules que no existió. Pero no puedes permitirle gobernar tu vida.
—No sé qué fue de mi familia. Lo único que me mantenía vivo era pensar que algún día regresaría a ellos. Pero cuando regresé, no quedaba rastro. Durante todos estos años, ellos nunca supieron qué me había ocurrido, si estaba vivo o muerto. Y mi dinero no podía cambiar maldita la cosa. Él único hombre que podría haber sabido la verdad me dijo que se llevaría el secreto a la tumba. Y así lo hizo.
—Entiendo por qué le odias tanto. Pero si te aferras para siempre a ese odio, él habrá ganado. —Ella le acarició suavemente la mejilla, susurrando —: Y no quiero que él gane.
—Bella —dijo él con un tono herido, rodeando con sus dedos los de ella—. Mi dulce, dulce Bella. ¿Qué voy a hacer sin ti?
La joven quería decirle que no iba a estar sin ella. Pero justo entonces él se inclinó y la besó, y la ternura de esa caricia hizo que oleadas de la más pura alegría la recorrieran mientras se ponía de puntillas para devolverle un beso cargado con todos sus sentimientos hacia él.
Una de las manos de él se deslizó detrás de la cabeza de Bella para mantenerla cerca, mientras la otra la cogía de la cintura, haciéndole sentir contra el vientre el fuego tentador de su excitación.
La lengua de él se unió a la de ella, arremolinándose, saboreando y explorando a fondo hasta embriagarla. Bella se apretó más fuerte contra él, necesitaba más.
Apoyó una mano sobre la de él, que la tenía cogida de la cintura, entrelazando los dedos de ambos, sintiendo la fuerza firmemente contenida en esas manos. Y con la audacia que nunca había sido capaz de reprimir, ella guió por encima de su vientre la mano de él, haciéndola subir luego hasta rodear uno de sus pechos, donde el pezón ardía por su contacto.
Él gimió y la asió con más fuerza, provocando en el interior de la joven la explosión de algo tan poderoso que ella supo que tenía que ser amor, porque nunca antes había deseado darle todo a un hombre, ofrecerle cuanto poseía. Nunca se había creído capaz de abandonar un mundo para vivir en otro. Pero lo haría si eso significaba tener a Edward.
Bella se dejo llevar, hasta caer al suelo aferrando estrechamente entre sus brazos a Edward, cuyo peso sentía encima de ella, rodeada por la mezcla embriagadora del olor a hierba aplastada por sus cuerpos y el perfume a madera de sándalo de Edward.
Se arqueó contra el cuerpo masculino, mientras él tironeaba del canesú bajándolo y empezaba a bañar el pezón con la lengua, chupándolo con esa hermosa boca, creando un calor palpitante que la envolvió de las caderas para abajo.
—Bella —susurraba él una y otra vez, rodeando alternativamente con la lengua las cimas congestionadas de los pechos, al tiempo que sus manos ávidas se abrían paso debajo de la falda, deslizándose por las pantorrillas hasta las rodillas para seguir luego por los muslos. Los asió con fuerza para levantarla apretándola contra su ingle, donde sintió el calor quemante y duro de la erección.
Gimiendo, ella arremetió contra él, clavándole los dedos en la parte superior de los brazos, cuyos músculos firmes lo sostenían ahora para no recargar todo su peso sobre ella, mientras la miraba con el deseo ardiendo en los ojos.
—Hazme el amor, Edward —pidió ella en un susurro anhelante, alargando la mano para desabotonarle la camisa, deslizando las palmas a través de los sólidos músculos del pecho, los discos satinados del pecho y luego hacia abajo por encima del vientre hasta que la pretina de sus pantalones le impidió seguir explorando.
Cuando la joven desabrochó el primer botón, él la cogió de la muñeca.
—No me hagas esto, Bella.
—Te deseo.
Él inclinó la cabeza y se apretó fuerte contra ella, al tiempo que un gemido gutural se derramaba de sus labios al sentirla corresponder a su impulso, mientras le rodeaba un pecho con la mano y jugueteaba con el pezón antes de agacharse para aprisionarlo en el interior de su boca.
Bella gimió, intentando recuperar el aliento mientras alargaba sus manos metiéndolas entre ambos cuerpos, rogando que él no la detuviera mientras desabrochaba el próximo botón de sus pantalones, y luego el siguiente, hasta que pudo sentirlo deslizándose entre las manos de ella, sedoso y duro.
Edward la miraba asirlo con ambas manos, tocándolo como él la había tocado antes, descubriendo a cada momento qué cosas lo complacían, mientras con los dientes apretados se movía hacia arriba y abajo entre sus manos.
Cuando él retrocedió, la joven lo interpretó como una señal de rechazo y alargó la mano. Pero en cambio, lo que él hizo fue correr hacia un lado las bragas y acariciarle con su erección los pliegues húmedos, guiando la cabeza del miembro sobre la protuberancia hinchada de ella, y deslizándolo por allí repetidas veces, acrecentando el placer con cada una de ellas, hasta que todo el placer junto pareció derramarse sobre ella como una oleada que la bañó con sorprendente fuerza.
Al abrir los ojos, se encontró con la mirada de Edward fija sobre ella. Él le apartó el cabello que caía sobre el rostro de la joven y luego le acarició el contorno de su cara con el pulgar.
—Adoro mirarte mientras te entregas al placer —murmuró él—. Vas a hacer muy feliz a algún hombre afortunado.
La sorpresa congeló a Bella, haciendo que todo el calor abandonara su cuerpo.
—¿Qué estás diciendo?
Él giró para ponerse boca arriba, apoyado sobre sus codos.
—Tú sabes lo que quiero decir.
Ella le clavó los ojos.
—Aún quieres casarme.
—Nunca dejé de quererlo.
—Pero lo que acaba de suceder...
—Es otra culpa para añadir a las demás que he acumulado. Mi talento especial siempre ha sido hacer lo que no debo. Pero no empeoraré las cosas tomando tu virginidad. Nunca fuiste mía, Bella. —Desvió la mirada hacia el costado y dijo en voz baja—: Pero Dios sabe que desearía que lo fueses.
Ella cerró los ojos.
—De modo que para ti sólo fui una responsabilidad, ¿es así?
—Tu hermano nunca hubiera querido esto.
—¿Y qué hay de lo que quiero yo?
—Si quieres a Vulturi, no haré nada para impedirlo.
Luchando contra las lágrimas, Bella permaneció en silencio, odiando esa convicción inamovible de él, y la facilidad con que podía herirla, aun sin proponérselo. Y cuando finalmente él se puso de pie y se alejó, la joven se juró que ésta sería la última vez.


HOLA QUE ONDA ESPERO LES GUET EL CAPITULO YA CASI ESTAMOS AL FINAL ESTA HISTORIA LE FALTA 5 CAPITULOS CONTANDO EL EPILOGO ASI QUE ACTUALIZARE TODOS LOS DIAS YA QUE VOY A EMPEZAR A ADAPTAR LA SIGUIENTE HISTORIA YA DESPUES LES DARE DETALLES DE ELLA ESPERO ME REGALEN UN COMENTARIO DE QUE SI LES GUSTA LA HISTORIA Y LAS PORTADAS...
 GRACIAS POR LEER !!!




5 comentarios:

Vianey dijo...

Por dios!! Que historia tan triste la de la mama de edward, con razon el odio hacia los Vulturi.

Sin duda ese rechaso calo ondo en Bella y algo me dice que aunque no quiera sufrir lo seguira haciendo, solo espero q ninguno cometa tonterias.

lorenita dijo...

El pasado de Edward es sumamente doloroso y desgarrador....por eso el se ve menos y se desprecia a si mismo...pero el no es malo..estoy segura que Bella lo ayudara a superarlo, pero este rechazo la ha hecho sufrir, solo espero que ella no haga algo impulsivamente y después se puede arrepentir...

Anónimo dijo...

hola me encanta esta historia es un poco triste por lo que le paso a la familia de edward y espero que bella no cometa ninguna tonteria o se adelante a algo por lo que la rechazo y va sufrir mas yo pienso saludos hasta pronto

Ligia Rodríguez dijo...

Que tonto! Mira que venir a lanzarla a los brazos de otro! Me encanta la historia!!! Besos

joli cullen dijo...

edear es un tonto q les habra pasado a los padres

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina