miércoles, 19 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 18

Capítulo 18
El bramido de Kerry resonó en toda la casa. No ayudaba en absoluto el hecho de que Edward no podía dejar de reír. Bella le echó una mirada para reprenderlo en silencio.
Ahogando su regocijo, dijo:
—Pues bien, Kerry, parece que te han vencido.
Las manos de Kerry se cerraron en ceñidos puños a ambos lados del cuerpo.
—¡No me han vencido, asqueroso diablo! Encontraré a mi hermana y la traeré de regreso antes de que el vicioso hermano tuyo le ponga un solo dedo encima.
—Si algo conozco a Mike, hará exactamente lo que ha dicho que hará. Pues, parece que has logrado que tu hermana contraiga matrimonio, solo que fue con el hermano equivocado.
Pero sí que has logrado unir a las dos familias. Has hecho tu trabajo.
—Jessica no se unirá en matrimonio con tu bastardo hermano. ¡Lo juro! —Giró hacia su propio hermano, quien estaba aún de pie en el umbral, con la hoja de papel en las manos—.
Envía a todos los hombres disponibles en su busca, y que no regresen hasta que no los hayan encontrado.
El hermano se marchó presuroso, y en la distancia, Bella pudo escuchar el sonido de los hombres que se reunían. Rogó por que Mike se encontrase muy lejos de allí ahora. No quería pensar qué le sucedería si los hombres de Kerry lo atrapaban.
—Kerry —dijo Edward, atrayendo la mirada del hombre hacia él—. Antes de que te encuentres con mis hombres en tu puerta, te recomiendo que me liberes. Tienes todos tus refuerzos buscando a mi hermano y a tu hermana, y ciertamente no podrás sostener una batalla.
Termina con esto ahora mientras tengas espíritu de perdón.
Bella podía ver que el hermano de Jessica no quería renunciar a la batalla, pero con un gruñido gutural, caminó hasta detrás de la silla y aflojó las ataduras de manera violenta.
—Ahí tienes —masculló el hombre—. Ahora, vete. Has sido la ruina de esta familia, y no me olvidaré de eso.
Edward se frotó los brazos para recobrar la sensibilidad y se puso de pie.
—Quizás si escucharas a tu hermana en lugar de imponerle tus órdenes, tendría menos problemas.
Bella empujó a Edward hacia la puerta.
—Vámonos antes de que cambie de parecer.
—Conozco a este hombre desde que éramos niños. Hace mucho espaviento, pero no me habría asesinado. Simplemente estaba enfadado porque las cosas se le fueron de control. Jessica siempre le ha dado mucho trabajo.
—¿Estás enfadado por Mike y Jesscia? —preguntó Bella.
—¿Enfadado? —Una semisonrisa enarcó las comisuras de los labios de Edward al tiempo que la observaba. Tenía el rostro manchado de suciedad, y un magullón desagradable se estaba formando alrededor de un ojo; sin embargo, nunca se había visto más atractivo.
—Dios, no —contestó él—. Ni siquiera me sorprende.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros.
—Comienzo a pensar que toda la lucha entre esos dos escondía otros sentimientos. Jessica hace mejor pareja con Mike que lo que nunca hizo conmigo. Con una sonrisa podía lograr que casi cualquier hombre hiciera su voluntad, pero Mike nunca fue tan fácil de engañar. Sin embargo, ambos son dos malditos casos serios, y creo que llegarán al punto de casi matarse el uno al otro antes de entender que se desean. Pero, eventualmente lo harán.
Tenía razón. Los dos eran exaltados y testarudos, y no abrían sus corazones con facilidad, y ambos parecían encajar.
Bella y Edward caminaron fuera de la habitación y ella inspiró el dulce aire vespertino.
Edward se movió y se detuvo frente a ella. La tomó de las manos.
—Has venido a rescatarme. Creí que ese era mi trabajo.
—No podía dejar que ese hombre te lastimara.
—¿Por qué?
Bella quería decir lo que sentía en el corazón, pero no pudo.
—Tú me has ayudado a mí.
—Entonces, ¿no tiene nada que ver con tus sentimientos hacia mí?
—No sé de qué estás hablando —la estaba poniendo nerviosa, y pronto confesaría cosas que no debía—. ¡Mira! Ahí está Liam.
El mozo de cuadra estaba guiando el caballo y el carruaje hacia ellos.
—Se ve bastante mal, milord —comentó el muchacho con preocupación.
—He tenido días mejores —contestó Edward, dándole unas palmaditas al muchacho en la espalda.
Edward ayudó a Bella a subir al coche e ingresó tras ella.
—No me hace gracia la perspectiva de los caminos que tomaremos. ¿Quizás puedas permitirme que apoye la cabeza sobre tu regazo? Siento una enorme jaqueca aproximándose.
Sabía que tal propuesta era una artimaña, pero no pudo negarse. Dio unas palmaditas sobre el regazo, y él no vaciló.
Cuando se acomodó, la miró y sonrió.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—No puedo llevarme todo el crédito —dijo ella, corriéndole el cabello del rostro con una caricia—. Ni siquiera noté tu ausencia sino hasta esta mañana, cuando vi la estatua.
Él arrugó el entrecejo.
—¿Qué estatua?
—La de mármol negro en el ala oeste. Supongo que es el objeto que se utilizó para golpearte en la cabeza.
—Ah, eso. Estoy acostumbrándome tanto a que me aporreen que me había olvidado. —Se le oscureció la expresión—. Alguien en mi propia casa quiere verme muerto.
—¿Tienes idea quién podrá ser?
—Ni idea. A menos que…
—¿A menos que, qué?
—Mike. Me odia lo suficiente como para venderme al mejor postor.
Bella negó con un movimiento de cabeza.
—No, se sorprendió tanto como yo cuando le dije que habías desaparecido.
—O simplemente estaba actuando. Mike ha sido siempre un maestro del engaño.
—Realmente no creo que haya tenido algo que ver con tu secuestro. De hecho, me imagino que lo anunciaría por toda Escocia si te hubiese vencido. Además, ¿que hubiese ganado?
Edward suspiró con pesadez.
—¿Por qué tiene que tener tanto sentido lo que dices? Déjame creer lo peor, ¿sí?
Bella intentó esconder la sonrisa mientras le limpiaba con gentileza la mugre de las mejillas.
—Si es así, entonces no creo que quieras escuchar esto: creo que Mike te tiene mucho más aprecio de lo que demuestra. No tenía por qué venir hoy. Lo habías echado, después de todo, y habría tenido justificativo para querer que te pudras en tu prisión.
—Gracias —rezongó, jugueteando con el lazo del canesú, una táctica muy efectiva para distraer la atención.
—También creo que albergas un poco de amor fraternal hacia Mike, aunque ambos son muy tercos como para admitirlo. Mucho mejor andar por la vida picándose y provocándose el uno al otro antes de confesar que no se desean mutua condenación eterna.
—¿Has terminado?
—Quizás.
—¿Puedo besarte, entonces?
Ella había estado esperando que lo hiciese.
—Debes conservar tus fuerzas.
—Estuve sentando en una silla sin hacer otra cosa que conservar mis fuerzas. Quisiera gastar un poco ahora.
—Pues, si realmente lo crees…
Edward le atrajo la boca hacia él y la besó como si toda su vida dependiera de eso.
Bella le devolvió el beso con igual fervor. Había temido tanto encontrarlo muy herido, o peor. En el fondo, estaba agradecida de que Jessica hubiera huido con Mike.
A ambos les faltaba el aliento cuando el beso terminó. Bella cerró los ojos cuando Edward le rozó los labios sobre los ojos, y murmuró:
—Desearía que estuvieses en mi cama ahora mismo.
Ella deseaba lo mismo.
—Debemos encargarnos de tus heridas —dijo ella, en cambio.
—Me importan un rábano mis heridas.
Bella le tocó el cuero cabelludo con suavidad.
—Este corte va a necesitar una puntada o dos.
—Más tarde.
El carruaje se detuvo con un estruendoso ruido y Bella dijo:
—Estamos en casa.
«En casa». Esas palabras salieron de su boca con una extraña facilidad.
Edward se sentó a regañadientes, era una vista alborotada y hermosa. Bella no podía dejar de observarlo. Él giró y captó su atención y le dedicó una sonrisa estrafalaria.
—¿Un desastre, no?
—Un completo desastre. Ahora, sal de ahí. —Bella lo empujó del hombro.
—Eres una mujer dura, ¿sabes eso?
Bella sonrió para sí misma.
—Si estás bien como para discutir, entonces estás bien para mover tus pies y bajar los escalones del carruaje. A menos que quieras que llame a Nathaniel para que te cargue.
Edward gruñó. Era evidente que no estaba contento con que ella se negase a participar en su ataque de autocompasión. Salió del coche al tiempo que Carlisle se acercó pesadamente a través de la puerta principal.
—¡Ahí están! —dijo el tío, resoplando por el breve esfuerzo—. Sabía que esos hermanos Trelawny ignorantes nunca podrían matarte. No estaba preocupado ni un poco.
Edward observó a su tío con recelo.
—Y si me hubieran asesinado, ¿entonces, qué?
—Pues… —El entrecejo de Carlisle se arrugó al pensar—. No lo sé. Supongo que tendría que haberme hecho cargo.
—Qué conveniente —dijo Edward arrastrando las palabras al tiempo que se alejaba pasando junto a su tío.
Nathaniel estaba de pie, sosteniendo el extremo de la puerta con fuerza y observando a Edward con ojos bien abiertos y preocupados.
Parecía que el niño había estado llorando y Bella sintió pena por él. Sintió aún un poco más de pena cuando Edward se detuvo junto a él, herido y cansado, pero con una sonrisa tranquilizadora al tiempo que acariciaba el cabello del niño.
—¿Has sido un buen muchacho hoy, Nate?
—Sí, señor. —Tragó en seco y espió a Edward con los ojos llenos de amor y adoración—. ¿Estás bien?
Edward asintió con un movimiento de cabeza.
—Mejor que nunca. Solo un poco sucio del viaje.
—¿Volverán a atraparte otra vez? —preguntó en un susurro.
—No, si puedo evitarlo. —Edward acarició la mejilla de Nathaniel con los nudillos.
Bella casi se echa a llorar al verlo caminar juntos, Nathaniel deslizando una pequeña manita en la gran mano de Edward.
Giró y se encontró con el ceño arrugado de Carlisle.
—¿Hay algún problema?
La mirada de él se dirigió a ella con un movimiento abrupto, y la observó durante un desconcertante momento.
—El muchacho es muy dependiente —contestó con brusquedad—. No puede aferrarse a Edward así. El hombre tiene otros asuntos de qué ocuparse. Pero ¡maldición! No pude quitar al rufián de la puerta principal. Debe haber estado allí durante horas esperando a que Edward regresase.
—Creo que es dulce. Es obvio que necesita a un hombre en su vida.
—Pues bien, no puede ser Edward —espetó el tío y se marchó.
Bella lo miró fijo mientras se iba, sorprendida por su vehemencia.
Se dirigió hacia el salón del frente y encontró a Edward y a su joven carga en el extremo superior de las escaleras. Estaba a punto de seguirlos cuando Caroline apareció por el pasillo del fondo.
—¿Has regresado, señor? —preguntó, echando una mirada rápida a su alrededor.
—Sí, está de vuelta, sano y salvo.
—Entonces, ¿nada le ha sucedido?
—Nada más que un par de chichones y magullones.
—Puedo encargarme de eso —dijo ella, levantándose el dobladillo de la falda, lista para correr escaleras arriba.
Bella le tocó el brazo con suavidad, y la detuvo.
—No hace falta. Si eres tan amable de traerme un poco de agua tibia, toallas limpias, y una aguja e hilo, eso será de maravillosa ayuda.
Caroline vaciló. Luego, asintió con un movimiento de cabeza, sin mirar a Bella al tiempo que se marchaba por donde había venido.
Bella continuó su camino por las escaleras. Sintió pena por Caroline, y se preguntó si Edward tendría idea de lo que la mujer sentía por él. La opinión que Bella tenía de Edward se vería muy afectada si él sabía acerca de lo que sentía Caroline y lo desdeñaba.
Bella siguió el sonido de las voces, más que nada la de Nathaniel, por el pasillo. Se podía escuchar el dulce chirrido de la voz infantil preguntándole a Edward una y otra vez cómo se sentía y si necesitaba ayuda.
Edward tendió un brazo sobre los delgados hombros del niño y simuló aceptar su ayuda, y Bella lo amó aun más en ese momento.
Se detuvo allí mismo. Edward le agradaba, pero ¿amarlo? Nunca. Tenía que recordar eso.
—¿Quieres que te sostenga la mano mientras Lady Isabella te cose la cabeza? —preguntó Nathaniel al entrar ella a la habitación.
Su paciente estaba sirviéndose una medida de whisky. Ella lo miró en silencio hasta que él dejó el vaso y se fue a la cama.
—Mandona —gruñó él al tiempo que apoyó la cabeza sobre el cojín y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándola con odio como si fuera un niño grande.
—Nathaniel —Bella dijo con suavidad—, ¿ayudarías a tu madre a traer las cosas?
Vendrá por el pasillo en cualquier momento.
Era evidente que Nate no quería alejarse de Edward, pero el hombre le dio un golpecito en el trasero.
—Está bien, muchacho. Estaré bien hasta que regreses.
Nathaniel asintió a regañadientes y caminó hacia la puerta.
Cuando se marchó, Edward dijo:
—Ahora, ¿por qué me miras así?
Bella apoyó las manos en la cadera.
—Debería darte vergüenza. El niño está destrozado.
—¿Qué hice? —preguntó con incredulidad.
Bella se sentó sobre la cama y comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Edward.
—¿No has podido ver el terror en los ojos? Cree que estás a punto de morir.
—Quería que sintiera que estaba colaborando.
—Pues bien… hazlo de otro modo —dijo ella de mal humor, mientras le quitaba la camisa para ver si no tenía lastimaduras en el pecho.
—¿Qué sucede contigo?
—Nada. —Algo estaba haciendo que las emociones le burbujeen en la superficie. Quizás estaba finalmente permitiéndose sentir el miedo que había reprimido antes.
—¡Auch! —se quejó cuando le exploró el cuero cabelludo. La tomó de la muñeca y la obligó a mirarlo. En lugar de encontrar ira, los ojos de Edward tenían una ternura que le era familiar—. Estaré bien, Bella. No me voy a ninguna parte.
Para su sorpresa, se le inundaron los ojos de lágrimas.
—Lo sé.
—El día de hoy debe de haber sido muy duro para ti.
No podía pronunciar palabra. Simplemente negó con un movimiento de la cabeza, sin quitarle la mirada de los ojos.
Se sorprendió cuando la palma de la mano de Edward se ubicó en su mejilla.
—Está bien —murmuró.
—Estás todo ensangrentado. —Las emociones le cerraban la garganta, y se odió a sí misma por no ser la mujer fuerte que él a menudo había alabado.
—Isabella —le dijo, deteniéndola cuando intentó ponerse de pie.
Rogaba que Nathaniel regresara y la salvara de su propia demostración vergonzosa.
—Tengo que ir en busca de las cosas.
Sin embargo, la atrajo de regreso junto a él de un tironcito.
—Pueden esperar. Necesito que sepas que no permitiré que nada te suceda. Imagino que estarás más asustada que nunca ahora mismo. Lamento no haberme dado cuenta antes, pero no veía las cosas con claridad.
Bella parpadeó para evitar llorar y lo miró fijo.
—No me importa lo que pueda pasarme a mí. Me preocupo por ti. Te podrían haber matado.
—Ya te lo dije, Kerry no me hubiera hecho nada. Pero imagino que no lo sabías, ¿no? —La tomó de la nuca y la acercó a él.
—Edward…
La silenció con un beso apasionado. Bella no se había dado cuenta hasta ese momento cuánto necesitaba su tacto y su consuelo. Estaba tan agradecida de tenerlo allí, vivo, seguro y entero.
Las manos de ella se deslizaron hasta el pecho de Edward. Sentía la carne cálida y rígida debajo de los dedos exploradores, que se desplazaron hasta los hombros, masajeando los músculos tensos. El cuerpo le dolía clamando por él. Quería reafirmar la vida, que la aliviase de los temores con las manos y la boca.
Cuando se retiró hacia atrás abruptamente, Bella no entendió el por qué, hasta que oyó el sonido de los pies de Nathaniel corriendo, escasos segundos antes de entrar a gran velocidad a la habitación, sin aliento y sosteniendo la aguja e hilo, que con orgullo mantenía en alto.
—Es lo único que mi madre me permitió cargar —dijo él, apresurándose hasta la cama, con la mirada fija inspeccionando a Edward para asegurarse que aún se encontrara bien.
Edward zarandeó el brazo del niño levemente.
—Ese es un bueno muchacho. Sabes que estaré bien, ¿verdad?
Nathaniel se mordisqueó el interior del labio.
—Mi madre dijo que sos demasiado testarudo como para morirte.
«Qué comentario más extraño», pensó Bella, y sin embargo, era verdad. Edward era un luchador.
—Tu madre tiene razón —dijo ella, con una sonrisa gentil hacia Nate.
Le corrió el cabello del rostro al tiempo que su madre ingresó a la habitación llevando una bandeja de plata. Se detuvo al ver a Edward y el rostro se le palideció. Bella creyó que la mujer estaba a punto de desmayarse, pero ese momento vino y se fue.
—¿En qué tenía yo razón? —Caroline preguntó en un tono de voz extrañamente alegre mientras depositaba la bandeja sobre la mesa de noche.
Nathaniel miró a su madre.
—En que el señor es demasiado testarudo como para morirse.
—¡Nathaniel! —le reprendió ella, un rubor le quemaba las mejillas—. Mis disculpas, milord. Él habla demasiado. Yo…
Edward levantó una mano para detenerla.
—Está bien. Entendí lo que quiso decir.
Bella extendió los brazos y tomó la bandeja de las manos de Caroline.
—Gracias. —Sonrió, con la esperanza de tranquilizar a Caroline, pero obtuvo una mirada de desconfianza como respuesta.
Bella deseaba que la mujer no la viese como a una enemiga, y le llevaría un esfuerzo considerable remediar eso.
—¿Necesitará algo más? —preguntó Caroline, con la expresión rígida mientras tironeó de Nathaniel y lo atrajo a su lado.
—No, gracias —contestó Edward.
Ella inclinó la cabeza, y la observaron marcharse de la habitación con su hijo.
Bella bajó la mirada hacia la aguja e hilo que sostenía en las manos.
—Ella se preocupa por ti.
—Lo sé. Pero no hay nada entre nosotros.
Bella asintió con un movimiento de cabeza, con la esperanza de que cambiasen de tema.
Enhebró la aguja.
—Gira la cabeza hacia la derecha, por favor —dijo ella.
No necesitaría muchas puntadas, pero sí necesitaría algo para aplacar el dolor. Tomó la botella y el vaso, y después de agregar más alcohol, se lo alcanzó.
—Bebe esto, por favor.
—Más tarde —dijo él, guiándole la mano hasta la mesa, donde le quitó el vaso de los dedos y lo dejó allí—. Terminemos con esto de una vez. Prometo que seré valiente.
Si iba a ser valiente, entonces ella debía serlo también. Decidió entretenerlos a ambos hablando.
—¿Tienes alguna idea de quién puede estar haciéndote esto?
—Ni idea. —El bufó entre dientes cuando lo pinchó—. Si debo descartar a MIke, entonces no sé quién podría estar detrás de esto. Pero estoy decidido a averiguarlo. Un golpe más en la cabeza y quedaré estúpido de por vida. —Era típico de él quitarle importancia al asunto—. Pero hay una cosa que es segura.
—¿Qué cosa? —preguntó ella, concentrándose en la última puntada, respirando aliviada cuando cortó el hilo con la tijera.
—Sé que te mudarás mucho más cerca de mi habitación. De hecho, a la habitación contigua. Quiero mantenerte vigilada.
—No es necesario.
Antes de que él pudiese decir más, la puerta se abrió de golpe y Carlisle apareció en el umbral, respirando con dificultad.
—¿Qué sucede? —demandó Edward, arrojando las piernas por el borde de la cama.
Carlisle agitó una hoja de papel.
—Es de Londres —dijo casi sin aliento—. Es Carew.
¿El mayordomo? Edward se puso de pie.
—¿Qué sucede con él?
—Está muerto.

2 comentarios:

sory78 dijo...

Ha estado genial veremos que pasa con la muerte del mayordomo...

V dijo...

Guuuaaaauuu la cosa se pone mucho as interesante.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina